VOZ DE LA CONCIENCIA DE SUDÁFRICA
Publicado en
noviembre 13, 2011

El dramaturgo Athol Fugard ha hecho del teatro un campo de batalla en su infatigable lucha contra las injusticias de la apartheid
Por Deborah CowleyEL PÚBLICO ocupaba las 500 localidades del Market Theater, de Johannesburgo, la noche del 27 de junio de 1989, para presenciar el estreno mundial de la última obra del dramaturgo sudafricano Athol Fugard. En My Children! My Africa! ("¡Hijos míos! ¡África mía!”), un maestro de escuela, de raza negra, forma un equipo con su mejor alumno negro y una muchacha blanca de otra escuela, en una justa literaria, como un intento de alentar a ambas razas a trabajar juntas.
El muchacho negro y la joven blanca entablan una amistad tentativa, pero luego el primero rechaza a su compañera y a su escuela para unirse a un grupo de estudiantes radicales. Estos acusan al maestro de ser un delator, y una enfurecida turba estudiantil lo mata sujetándole al cuello una llanta empapada en gasolina, a la que prenden fuego. Al final de la obra los amigos se separan, habiendo alcanzado una clara conciencia de su futuro papel en la lucha de su país. El público estaba hondamente conmovido. Muchos permanecieron en silencio, llo-rando; al cabo de unos momentos, otros se pusieron en pie de un salto y empezaron a aplaudir.Como otras obras de Fugard, My Children! My Africa! se basa en hechos reales: la forma en que matan al maestro se tomó de un incidente ocurrido en la explosiva zona oriental de la región de El Cabo. "Creo que nunca había escrito con tanta urgencia para el público sudafricano como en esta obra", declara Fugard, con su gutural acento afrikaans. "La muerte de ese maestro es un desafío directo a los jóvenes —blancos y negros— para que decidan lo que pueden hacer a fin de provocar un cambio en nuestra turbulenta tierra".Desde 1958, cuando se representó su primera obra larga, la voz de Fugard, de 58 años, se ha vuelto más apasionada en sus protestas contra la injusticia de la apartheid: la arbitraria separación de las razas, por el gobierno de Sudáfrica. En más de 20 obras, el hombre al que la revista Time llamó "el dramaturgo vivo más grande del mundo de habla inglesa" ha utilizado su incisiva pluma para hablar a los sudafricanos —y al mundo en general— de lo degradante que es vivir en una sociedad racialmente segregada.Sus obras figuran en los planes de estudios universitarios y se representan en escenarios de 32 países; desde Brasil hasta Japón, y de la Argentina a la Unión Soviética. "Las obras de Athol Fugard se seguirán representando dentro de muchos años", asegura Jim Freydberg, productor de teatro de Broadway, en la Ciudad de Nueva York. "Son universales y eternas".Pese a estas aclamaciones, poco ha cambiado Fugard desde los días en que debutó en el teatro, como escritor, director y actor, con su primera obra importante, The Blood Knot ("El nudo de sangre"). Mide apenas 1.65 metros y tiene ojos profundos, tez rubicunda y barba corta y encanecida. Casi siempre viste pantalones de cazador o vaqueros y zapatos de lona, y lleva al hombro una vieja mochila. Maurice Podbrey, nacido en Sudáfrica y actual director del Teatro Centaur de Montreal, opina de él: "Es como un profeta del Antiguo Testamento; el tipo de individuo que vaga por el desierto buscando una pepita de verdad".Fugard habla como un poseso: "Creo firmemente que el teatro es una forma de acción en que las palabras pueden cambiar las cosas", dice. "Mis obras han hecho que los sudafricanos blancos comprendan —a menudo por primera vez— la realidad del negro en este sistema. Creo que mis obras han ejercido una influencia civilizadora en el país".Fugard nació en Middleburg, en la provincia de El Cabo; es hijo de madre afrikaaner y de padre de habla inglesa, de ascendencia polaco- irlandesa. La familia se trasladó a Port Elizabeth, puerto industrial en la costa del océano índico, cuando Athol tenía tres años. Allí, su padre tocaba el piano en una banda de jazz hasta que un dolor que sufría en la pierna izquierda, que tenía inválida, lo empujó al alcoholismo y a la indolencia. Se entendía bien con su hijo, pero, recuerda Athol, "estaba lleno de prejuicios raciales". Su madre, que administraba un salón de té para mantener a la familia, tenía una profunda comprensión de la injusticia de la apartheid, y acabó siendo "completamente daltoniana". Reflexiona Fugard: "Creo que toda la fe que tengo en la vida y en la gente se la debo a ella".En el salón de té de su madre, el joven Athol se hizo amigo íntimo de los camareros negros. Su amistad con uno de ellos, Sam Semela, forma parte de los más caros y dolorosos recuerdos de su niñez. Por ejemplo: de un hotel cercano llegaron a avisarle una noche que su padre estaba inconsciente por la cantidad de alcohol que había ingerido, y que necesitaban ayuda para llevarlo a su casa. Athol llevó consigo a Sam, pidió permiso para que este entrara en un bar exclusivo de blancos y luego alzó al anciano sobre los robustos hombros de Sam. Ambos lo llevaron a casa, a la vista de todo el pueblo. Para alegrar a Athol, que estaba visiblemente avergonzado, Sam construyó una cometa de papel de color marrón con tiras de madera, que luego hicieron volar entre los dos, alegremente, desde una colina cercana.En otra ocasión, los dos amigos se disgustaron y Sam abandonó, furioso, el salón de té. Resentido, Athol lo siguió en bicicleta, gritando su nombre, y cuando Sam se volvió a mirarlo, le escupió el rostro. Sam se detuvo, se limpió el escupitajo y siguió caminando. "Es lo peor que he hecho en mi vida", recono-ce Athol. "Creo que empecé a vivir avergonzado desde aquel instante". Casi 40 años después se enfrentó a ese incidente incluyéndolo en su obra "Master Harold". . . and the Boys ("El amo Harold... y los muchachos").El joven Athol creció con una diversidad de intereses. Él y su hermana fueron campeones juveniles de baile de salón; siendo adolescente, ganó un campeonato de boxeo, de peso medio. Se hizo acreedor a dos becas: una para aprender mecánica de motores en una escuela superior técnica, y la otra para estudiar filosofía y antropología social en una universidad. Pero cuando le faltaban sólo tres meses para obtener su grado universitario, abandonó la escuela. "Sentí que quedaría atrapado en cosas que no deseaba hacer", explica. Así pues, en 1953, de escasos 21 años, él y uno de sus amigos, Perseus Adams, pidiendo viajes gratis por el camino, recorrieron África hasta llegar a Puerto Said, Egipto. Allí Fugard se embarcó y viajó durante dos años como marino mercante: el único blanco entre una tripulación formada principalmente por malayos y sudaneses. "Era la primera vez que convivía tan estrechamente con personas de diferentes razas", recuerda Athol. Para matar el tiempo, trató de escribir una novela basada en la vida de su madre, pero quedó inconforme con ella y la arrojó al mar. Sin embargo, al volver al hogar en 1956, sabía que deseaba dedicarse a escribir.Empezó por redactar boletines noticiosos para la South African Broadcasting Corporation, pero "mis escritos siempre estaban demasiado matizados de emoción". Después de casarse con la actriz Sheila Meiring, el interés de Fugard se centró en el teatro. La pareja se trasladó a Johannesburgo, y allí descubrió un mundo que estimuló su creatividad: el municipio negro de Sophiatown, que, a diferencia de otros municipios negros, estaba abierto a los blancos sin ninguna traba. Los Fugard iban allí a menudo a pasar largas veladas con amigos negros, muchos de ellos aprendices de actor.Alentado por el entusiasmo de todos ellos, Athol escribió su primera obra larga, No-Good Friday ("Viernes no santo"), acerca de la desesperada frustración de los jóvenes negros que había conocido en Sophiatown. Como reparto, reunió a un grupo de actores aficionados del municipio, y él y Sheila los instruyeron durante varias semanas. Con Athol como director y actor, la obra se estrenó el 30 de agosto de 1958, en el Centro Social de Hombres Bantúes, en Johannesburgo, ante un pequeño público formado principalmente por sus amigos.En 1959 los Fugard se trasladaron a Londres, donde Sheila trabajó como mecanógrafa mientras Athol iba de puerta en puerta ofreciendo No-Good Friday. Al fracasar en su intento, se empleó como trabajador doméstico. Durante todo ese tiempo, los Fugard siguieron de cerca la crisis racial, cada vez más profunda, de Sudáfrica. Cuando estalló la violencia en Sharpeville, en marzo de 1960, y la policía hizo fuego contra unos manifestantes negros, los Fugard se sintieron obligados a volver a la patria. Athol ya era un comprometido adversario de la apartheid y había escogido su campo de batalla: el teatro.The Blood Knot se estrenó al año siguiente, con el propio Athol en el reparto. Dos hermanos "de color" (de raza mixta) —Morris, de tez lo bastante clara para pasar por blanco, y Zachariah, de piel oscura— se quieren mucho, pero están atrapados en el destino implícito en el color de su piel. Zachariah inicia una relación por correspondencia con una mujer. Cuando las cartas de ella revelan que es blanca y proyecta visitarlo, Morris finalmente conviene en "aprender a ser blanco": vestir ropa cara y adoptar el estilo de vida de los blancos. Pero la muchacha no acude, y los hermanos dan rienda suelta a todo el resentimiento y a la amargura que habían reprimido.En la primera representación de la obra, en octubre de 1961, en una fábrica abandonada de Johannesburgo, un público interracial permaneció como hipnotizado durante cuatro tensas horas; luego, todos se pusieron de pie y aplaudieron. No sólo era la primera vez que un actor negro y un actor blanco aparecían en un mismo escenario; también era la primera vez que un público como ese asistía a una obra acerca de sus propios problemas y preocupaciones, expresados en sus propios acentos y jerga. "Era una obra totalmente franca sobre nuestra situación racial", dice Yvonne Bryceland, actriz nacida en Sudáfrica. "De pronto los sudafricanos tenían una identidad". Poco tiempo después llegaron ofertas de montar la obra en Londres, Montreal y Nueva York; en esta última ciudad, la obra estuvo en cartelera toda una temporada.No mucho después, unos negros de New Brighton, municipio negro cercano a Port Elizabeth, pidieron la ayuda de Fugard para "hacer teatro". Athol reunió a ocho personas —entre ellas un camionero, un sirviente doméstico y un maestro de escuela— y empezó a instruirlos. El grupo, llamado Actores de la Serpiente, ensayaban en New Brighton. Fugard necesitaba un permiso especial para ir allá, y finalmente la policía le impidió la entrada al municipio. "Las autoridades", rememora, suspirando, "supusieron que debía de haber algo subversivo en el hecho de que unos actores negros y un director blanco montaran juntos una obra".Después, cuando el gobierno tomó medidas enérgicas contra la disidencia, dos actores del grupo fueron arrestados y enviados a prisión en Robben Island. La policía saboteó sus actuaciones, irrumpiendo en el teatro las noches de estreno y cerrando la sala. El propio Fugard fue sometido a varios interrogatorios y registros domiciliarios, y en junio de 1967 el gobierno le confiscó su pasaporte. Trascurrieron cuatro años antes de que las autoridades cedieran a la presión de los defensores de Fugard, y le devolvieran su pasaporte.Mientras tanto, terminó otra obra: Boesman y Lena, sobre el sufrimiento y la degradación de dos personas "de color" que están en la miseria, y envió el guión a Londres, donde la obra se estrenó en 1971. Después vinieron otras obras. Pero, a finales de los años setentas, Fugard cayó en el alcoholismo. "Cuanto más éxito tenía", explica, "más temor sentía de fracasar, y más bebía". Algunos conjeturaban que su conducta se relacionaba más con el hecho de que estaba escribiendo "Master Harold"…. and the Boys, pieza semiautobiográfica. "Desde hacía mucho Athol había estado tratando de resolver la culpa que sentía por su nación", explica Jim Freydberg. "Ahora también se enfrentaba a su culpabilidad personal. Pero una vez que la expresó, pareció aliviado, y deseó volver a vivir".Athol logró dejar atrás "ese oscurísimo periodo" gracias a su voluntad de hierro, y empezó a escribir de nuevo a comienzos de los ochentas. El resultado fue The Road to Mecca ("El camino hacia La Me-ca"), acerca de una escultora, vieja y excéntrica, que teme perder sus poderes creativos. Se resiste a los intentos de llevarla a un asilo y se queda entre sus estatuas y sus esculturas —"mi Meca"—, donde puede florecer su creatividad. "Esta obra", señala Fugard, "trata de mi preocupación básica: la libertad individual". La obra ganó tres premios en Nueva York.Cuando está en Sudáfrica, Fugard pasa la mayor parte del tiempo en una amplia casa en las afueras de Port Elizabeth, en la zona oriental de la región de El Cabo —"la tierra de Dios"—, residencia que comparte con su esposa y con su perro, Tiny. "Cuando vengo aquí, no quiero ruidos; no quiero moles-tias", insiste. Después de levantarse a las 6 de la mañana "para escuchar los sonidos del jardín", Fugard se sienta ante un viejo escritorio de madera de teca y escribe hasta el mediodía. Durante años ha escogido cuidadosamente distintos colores de tinta para cada obra nueva. "Probablemente soy uno de los últimos escritores que entregan sus trabajos escritos a mano a su editor", comenta, con una amplia sonrisa. Actualmente Fugard emplea tinta negra sobre papel blanco para escribir la secuela de My Children! My Africa! "Seguiré escribiendo", promete, "mientras las notas de los periódicos o la gente con la que me topo en la calle llamen mi atención y me digan: Cuente usted mi historia".Hurgando en los corazones de sus compatriotas, Athol Fugard no sólo inició una revolución teatral en Sudáfrica, sino que ayudó a suscitar una revolución social. "Gracias en gran parte a Athol Fugard, hoy las personas recurren al teatro para explorar ideas; para hablar de temas de actualidad", asegura Barney Simon, director del Market Theater de Johannesburgo. "Esto los ha hecho emprender un viaje de conocimiento de sí mismos".
Aunque persisten en Sudáfrica los elementos esenciales de una sociedad dividida, Fugard se siente optimista. "Lo que me alienta más que nada son los jóvenes de este país, blancos y negros", me confió. Y concluye: "Están esforzándose por comprenderse unos a otros, y yo tengo absoluta confianza en que trabajarán unidos para provocar el cambio y crear una patria mejor para todo el pueblo de Sudáfrica".