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EN LA convención anual de la Asociación del Ejército Norteamericano en Washington, D.C., un numeroso grupo esperaba el elevador en la sala de convenciones. Luego de varios viajes del ascensor, que llegaba y partía lleno a toda su capacidad, por fin lo abordé. Bajamos dos pisos y nos detuvimos; al abrirse las puertas apareció un capitán.
DURANTE su servicio en la base naval de New London, Connecticut, mi padre fue notificado de que nosotros, es decir, él y su familia, íbamos a ser comisionados a Hawai. Como los perros y gatos deben ser puestos en cuarentena durante 120 días al llegar a las islas, enviamos a nuestro gato con anticipación. Pero luego cancelaron la orden.
Mi HIJA, integrante de una unidad de la Reserva de la Fuerza Aérea, y yo esperábamos al chofer que la llevaría al aeropuerto, donde tomaría un avión para una misión en el extranjero. Lucía peinado tipopunk, tres pendientes en una oreja, suéter voluminoso, pantalones de color rojo brillante y botas con puntas metálicas. Comentó conmigo:
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