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octubre 30, 2011
©1989 POR REINER LUYKEN. CONDENSADO DE "GEO", EDICIÓN FRANCESA, (DICIEMBRE DE 1989), DE PARÍS, FRANCIADesde hace más de un siglo, los intérpretes y los amantes de la perfección han estado acariciando las teclas de los clásicos Steinway.
Por Reiner Luyken. Foto: Cortesía de Steinway & SonsHAY PAREJAS inseparables que se convierten en sinónimo de calidad y prestigio, y resumen la quinta esencia de las cosas. Voluptuosas curvas, una masa reluciente y negrísima, olas de teclas de marfil, una cascada de sonidos cristalinos: desde 1853, "piano" significa Steinway.
Detrás de unos muros de ladrillo, en una tranquila calle de la ciudad alemana de Hamburgo, varios artesanos de manos mágicas se esfuerzan por seguir mereciendo los elogios de los más grandes compositores y pianistas. Franz Liszt dijo: "Permítanme expresarles mi admiración sin reservas". Y Artur Rubinstein exclamó: "No hay nada en el mundo que se le pueda comparar". Aureolado por la fama, el Steinway, instrumento supremo en el mundo de la música clásica, es el piano por excelencia. "Tenemos que trabajar muy arduamente para conservar la calidad que lograron nuestros predecesores", reconoce Walter Goedeke, gerente de producción de la fábrica Steinway de Hamburgo.Esos predecesores fueron los fabricantes de pianos del siglo XIX, época en que Beethoven impugnaba todos los cánones musicales tradicionales. Repudiando el culto a lo bonito, no vaciló en emplear la disonancia y las armonías ásperas a fin de realizar sus propósitos musicales.Entretanto, en Seesen, pequeña ciudad del macizo montañoso de Harz, otro hombre luchaba contra las ataduras de la tradición. El carpintero Heinrich Engelhard Steinweg tenía interés en construir órganos que no estuvieran sujetos a las estrictas reglas del gremio de ebanistas. En especial, le interesaba fabricar pianos.El pianoforte había aparecido más de un siglo antes en Florencia, Italia, gracias a Bartolomeo Cristofori, a quien se le ocurrió hacer vibrar cuerdas metálicas golpeándolas con martinetes. A diferencia de su antecesor, el clavicordio, cuyas cuerdas se tañen con cañones de pluma de ave o con lengüetas de cuero, el piano, cuyos martinetes son activados por las teclas, permite sutiles variaciones de tono, intensidad y textura del sonido.Ahora bien, sólo a partir de 1822 se pudo aplicar en forma práctica y confiable la teoría de Cristofori. Por aquel entonces, en Francia, Jean-Baptiste y Sébastien Érard patentaron una mejora esencial: un mecanismo al que los especialistas denominan "acción de doble escape", el cual permitía que los martinetes volvieran a golpear las cuerdas aun antes de que las teclas volvieran a su posición de reposo. En esta forma, el ejecutante podía tocar la misma,nota rápida y repetidamente, recurso esencial en la interpretación de la música para piano que componía Beethoven. A fin de estar a la altura de estas exigencias, los fabricantes se vieron obligados a mejorar la técnica de construcción empleada por los hermanos Érard.Beethoven ya había muerto hacía tres años cuando, en 1830, Steinweg fabricó su primer pianoforte. La música clásica pasaba en Occidente por un periodo de inusitada popularidad. Heinrich deseaba incorporarse a la nueva ola; pero, consciente de que no podría colmar sus ambiciones en Harz, su región natal, envió a su segundo hijo, KarI, a Estados Unidos, a explorar las posibilidades del mercado. Karl envió entusiastas informes y, en 1850, el resto de la familia cruzó el Atlántico. Tres años después, estos inmigrantes abrieron su fábrica. Adaptaron su apellido al idioma inglés, y llamaron a su empresa Steinway & Sons.En 1869 se anunció en un folleto: "Gracias a los señores Steinway, Nueva York tiene una fábrica de pianos gigantesca; la mayor y más famosa del mundo". Ese año produjo 2200 pianos, y las ventas ascendieron a más de un millón de dólares. Era tan bueno el negocio, que Heinrich decidió incursionar en el mercado europeo. En 1875 se abrió una sucursal en Londres, a la que pronto siguió una subsidiaria en Hamburgo. En la época en que los automóviles aún se fabricaban a mano, la familia Steinway creó una empresa multinacional que tenia una línea de montaje para producir sus instrumentos. Como cada una de las partes del Steinway era siempre obra del mismo hombre, cada paso se hacía a la perfección.El Steinway empezó a fulgurar en Francia después de la Segunda Guerra Mundial. En 1947, André Hanlet adquirió los derechos exclusivos para la importación de estos instrumentos. A la tienda de su hijo Alexandre, en París, situada cerca de la célebre Sala Pleyel, acuden ahora los músicos a comprar sus pianos.Francia es el país europeo donde se venden más Steinways: alrededor de 100 por año, tanto en París como en las provincias. La gente los compra para tocarlos, pero también como inversión. Un piano vertical cuesta 115,000 francos franceses (alrededor de 22,000 dólares), y uno de cola, entre 212,000 y 450,000 (de 41,000 a 87,000 dólares). Aun los de segunda mano cuestan más que los nuevos de otras marcas. En la sala de subastas de la Rue Drouot, en París, a menudo se encuentran Steinways que, aunque ya están en mal estado y fueron fabricados hace varios decenios, se venden en más de 60,000 francos (unos 12,000 dólares). En Italia también son muy solicitados.Destacadas figuras francesas del mundo de los espectáculos son propietarias de Steinways; entre ellas, el cantante y compositor Serge Gainsbourg, el cantante Guy Béart y el cineasta Claude Lelouch. El pianista Gabriel Tacchino, renombrado intérprete de música clásica, mandó ampliar las ventanas de su apartamento para que cupiera por ellas su Steinway. Cuenta al respecto: "Lo cuido con amor. ¡Tuve que esperar tanto para ser dueño de uno . .. ! Para practicar uso otro piano. Sólo toco mi Steinway para calentarme las manos antes de un concierto. En él encuentro una fuente de inspiración".FRIEDEL REICHERT es afinador de pianos. Desde hace 20 años, en su estudio a prueba de ruido en el último piso de la fábrica Steinway de Hamburgo, se ha dedicado a probar sonidos; a hacer que canten las frías, impersonales e inexpresivas notas. "En este trabajo no interviene mucho la inteligencia", dice modestamente. "Es más bien cuestión de sentimiento". Sentado ante un negro piano de cola, el afinador se convierte en domador. Debe domar los martinetes, pequeñas piezas de madera forradas de fieltro que golpean las cuerdas metálicas. ¿Sus útiles? Una "panoplia" de agujas que le sirven para perforar el fieltro. Al añadirse una perforación, nace un nuevo sonido.
Mientras habla Reichert, sus manos trazan en el aire formas invisibles. Modela sonidos, a la manera en que un escultor extrae belleza de la piedra. "¡Este sonido es bello!" ; exclama entusiasmado Friedel. "Entra en el instrumento; se atenúa un poco y, de pronto, emerge en plenitud y riqueza". El siguiente sonido no lo satisface del todo: "Es demasiado penetrante". Se cuela como un ladrón. Hay que redondearlo. "Tendré que disminuir la tensión del fieltro", observa Reichert; "pero sin quitarle resistencia. De lo contrario, el sonido se volverá flojo y soso". El matiz; ante todo, el matiz. Pero los matices son como otros tantos demonios en perpetuo conflicto. Si se acentúan los armónicos, el instrumento gana "brillantez", pero pierde "fluidez". En la afinación de cada piano, Reichert trabaja entre cuatro y cinco horas.¿En dónde quedaron la línea de montaje y la secuencia de movimientos monótonos repetidos, tan del agrado del viejo Heinrich? Desaparecieron de la planta de Hamburgo, donde laboran 350 personas. Para seguir siendo la mejor, esta renombrada compañía de la industria del piano se ha vuelto artesana. Hasta la fecha ha construido medio millón de instrumentos, y las tiendas de Hamburgo y Nueva York venden 1300 y 2500 pianos al año, respectivamente.Robert Glazebrook, gerente de la sucursal londinense de Steinway & Sons, asevera: "Los pianos modernos llegaron a su pleno desarrollo a principios de este siglo, cuando alcanzaron el mismo grado de perfección que los violines en la época de Stradivarius. Ya caducaron las patentes de las más de 100 innovaciones que creó Steinway. La tecnología es muy conocida y pueden emplearla otros fabricantes". Y lo hacen, en especial los japoneses, que producen más de 250,000 pianos al año.Al completar su labor, comenta Reichert: "Otro piano listo, o casi listo. Hay que dejarle algo al maestro, para que lo haga cuando reciba su pedido". En espera del virtuoso que acariciará sus teclas, los instrumentos se llevan a la sala de exposición, en el segundo piso, la cual está al mando de Bernhard Griffig, afinador en jefe.Griffig está convencido de que la diferencia entre un instrumento y otro reside en el fieltro. "Escoger bien la lana es de capital importancia. Quizá influya decisivamente en ello lo que come la oveja. ¡Quién sabe!" Los mejores pianos pueden contraer la "fiebre del martinete": el fieltro de hoy es demasiado duro y, una vez montado en la cabeza del martinete, emite un timbre desagradable, que nunca madura. "Cubrir las cabezas se ha convertido en un problema serio para los fabricantes de pianos modernos desde que se empezó a eliminar la grasa de la lana, lo cual la daña", afirma Griffig. Este defecto sólo puede corregirlo un afinador.Casi siempre se escoge un Steinway para las salas de conciertos de París y de Londres, la última de las cuales se ha convertido en la capital internacional de la música clásica. No es raro que más de la mitad de los 30 pianos de que dispone la sucursal de Londres de Steinway para alquilar, se renten en un solo día. Los grandes pianistas ya conocen de memoria los números clave de los instrumentos almacenados en el sótano de la empresa. El número 260, por ejemplo, es el que, por su "brillantez", prefiere Vladimir Ashkenazy.Ahora bien, un intérprete no escoge el mismo piano para un recital de música de Schumann en la Sala Purcell, que para un concierto de Brahms en el Queen Elizabeth Hall. "Nuestra tarea", explica Robert Glazebrook, "es poner a disposición del intérprete el instrumento que mejor se adapte a su personalidad y al programa. Así es el servicio Steinway".¿Podrán competir los japoneses en el mercado francés? Gabriel Tacchino comenta: "Reconozco que han mejorado mucho los pianos japoneses. En Japón he tocado en los más recientes Yamahas, y me parecieron muy buenos. Pero cuando regrese a Japón, tocaré en un Steinway".