GRANDIOSO ESPECTÁCULO DEL SERENGETI
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octubre 16, 2011
CONDENSADO DE "THE SUNDAY TIMES" (25-VI DE 1989). © 1989 POR TIMES NEWSPAPERS LIMITED, INGLATERRA LONDRES,Por Brian Jackman. Foto: OkapiaERA UN león viejo, y estaba echado sobre una roca con el mentón apoyado en las patas. El viento seco que había soplado toda la mañana desde las montañas Gol levantaba las puntas de su pesada melena. En un momento en que jadeó, con las mandíbulas flojas a causa del calor, pude observar que había perdido uno de los colmillos inferiores.
Se trataba de uno de los dos machos que durante los últimos dos años habían reinado sobre la manada del Gol, en el norte de Tanzania. Su hermano estaba echado en la maleza, no lejos de allí, custodiando el cadáver a medio comer de una cebra que hacía poco habían cazado. Ahora ambos descansaban, una vez saciada el hambre. De tanto en tanto, el león que estaba trepado en la roca alzaba la enorme cabeza peluda y olfateaba la brisa sin dejar de contemplar la vasta soledad del Serengeti.Por ahí acechaban los enemigos, los flacos y ágiles leones nómadas que se habían colado a su territorio a raíz de la migración de los ñus, y esos leones, con osadía cada vez mayor, impugnaban ahora su supremacía. Tal vez intuía que sus días estaban contados; que las temporadas de abundancia en que engendró cachorros y engordó en las montañas gracias a las piezas cobradas por sus tres leonas, habían llegado a su fin. Cuando llegara la confrontación final, él y su hermano no serían rivales dignos de los retadores. Pero, hasta entonces, esta era todavía su tierra, su reino de maleza.El Serengeti. Hasta su nombre resuena como un tam-tam desde el corazón de África. ¿Cómo describir su majestuosidad? La luz es deslumbrante. El aire huele a polvo, a animales de caza, a hierba; pasto que se agita, que forma ondas kilómetro tras kilómetro, sin que casi nunca se distinga un camino, y mucho menos un cercado.Veloces onzas en reposoEn el Serengeti, la hierba es la vida. Las manadas persiguen continuamente a las nubes de tormenta a través de la tierra, en busca de los brotes verdes que surgen tras las lluvias. Algunos animales, como la gacela de Grant, pueden pasar meses enteros sin beber agua. En la temporada de sequía, mucho después de que el resto de las manadas ha emigrado hacia el norte, las gacelas siguen allí, mordisqueando el reseco rastrojo.Pero la gran masa de animales necesita pasto fresco y agua; en espe-cial, el desgarbado ñu. Este, el menos atractivo de los antílopes, tiene cuernos de toro, crin de caballo y los cuartos traseros zambos de la hiena. Con todo, pese a su grotesco aspecto y sus bufonescos retozos, es el más apto de todos los animales de las praderas, y domina las planicies tan sólo por tener allí superioridad numérica.Desde que el Serengeti fue declarado parque nacional, hace casi 40 años, los ñus se han multiplicado hasta alcanzar la cifra actual de 1.25 millones. Junto con medio millón de gacelas, 200,000 cebras, 8000 jirafas y 1500 leones, constituyen el último atisbo de lo que fue la vieja África salvaje antes de la llegada de los europeos. Cuando los ñus emprenden sus migraciones periódicas, ocupando todo el espacio de un horizonte a otro y formando interminables columnas en marcha que tardan tres días con sus noches en pasar, trasforman estas vastas planicies de Tanzania en el más maravilloso espectáculo de fauna silvestre en el mundo.En un año como cualquier otro, los ñus dejan, en septiembre, su lugar de residencia, en la reserva masai Mara, y atraviesan los avenales del valle Seronera hasta que llegan en noviembre a las llanuras abiertas del Serengeti. Los rebaños permanecen allí durante toda la temporada de lluvias, y hacia finales de enero nacen las larguiruchas crías, en tal cantidad, que los leones, leopardos, onzas, hienas, perros salvajes y demás animales de rapiña jamás logran matarlas a todas. Tal es la dura pero eficaz estrategia de supervivencia que ha permitido que el ñu se multiplique.Una hiena manchada hace su rondaEn enero de 1988 azotaron al Serengeti fuertes tormentas fuera de temporada, y algunas partes del parque se inundaron. Un mes después fui al Pabellón de Caza Ndutu, en la sección sur del Parque Nacional Serengeti, y las planicies todavía estaban verdes, pero secándose rápidamente. Los ñus, cuya temporada de alumbramientos llegaba a su fin, habían empezado a desfilar hacia el extremo meridional del parque, donde aún llovía, aunque las cebras y las gacelas se habían quedado en los pastizales que circundan las colinas de Gol.
Lúgubres afloramientos de granito que surgen del pasto, cada kopje o colina del Serengeti es un mundo cerrado y secreto; una atalaya para la onza mientras caza; un refugio para las leonas que se retiran a sus oscuras grietas y cuevas a parir. Fue en los kopjes donde encontré al león y a su hermano, y fue allí donde pasé los dos días siguientes en pos de las onzas, en compañía del escritor sobre fauna silvestre y cineasta Hugo van Lawick.Los leones gruñían al amanecer, cuando emprendimos la marcha en un Land Rover. El objetivo de la cámara de Van Lawick asomaba por la ventanilla. Nos dirigimos hacia el horizonte septentrional, donde dos kopjes aislados rompían la monotonía de la llanura y del cielo. Al acercarnos a ellos, se perfilaron en forma clarísima; sus flancos de piedra resplandecían en la intensa luz. Escudriñamos las rocas en busca de los esquivos felinos, pero fue en vano, y proseguimos la marcha. Al este, gigantescas nubes dominaban el distante horizonte. Luego, por fin, dibujado contra el cielo, bañado por la luz del sol, divisamos el perfecto perfil de un esbelto felino.La onza se erguía ágil y dorada; era una criatura vibrante y temblorosa, alerta y tensa, a todas luces hambrienta. Al acercarnos, otra onza se irguió y nos miró con sus ojos de ágata. Eran hermano y hermana, me informó Van Lawick; tenían 15 meses de edad y hacía poco se habían independizado de su madre. Nos dispusimos a seguirlas.Unas jirafas buscan su alimento en los lugares altosDe todos los animales del Serengeti, la flexible y enigmática onza, con su antifaz manchado de lágrimas y su espinazo encorvado que le facilita la carrera, es el verdadero animal de rapiña de las llanuras abiertas. Ha evolucionado al lado de la gacela: la esbeltez y la ligereza de ésta sólo puede compararse con la gracia felina y la increíble velocidad de aquella.Por delante de nosotros, los rebaños habían dejado de pastar. Había tensión en el ambiente. Todas las cabezas se alzaron mientras las dos onzas avanzaban resueltamente hacia un grupo de gacelas de Thomson, que a su vez fueron atraídas hacia los felinos como si estuvieran hipnotizadas. Pero las altivas onzas hicieron caso omiso de ellas; buscaban a los cervatos, más fáciles de atrapar que las gacelas adultas, de patas aladas. Al no avistar a ninguno, se echaron a descansar. El Sol siguió su marcha. El día trascurría en medio de la calma. Pasó una hora, y luego otra.De pronto, las onzas se levantaron y emprendieron la carrera. Habían visto a una gacela con su cervato. En cuestión de segundos alcanzaron una velocidad impresionante. En vano se esforzó el cervato en permanecer al frente. Con la cola al aire, la onza hembra derribó de un zarpazo a la joven gacela y en un santiamén la cogió por el pescuezo. Cuando el polvo se asentó, la vida se le había esfumado entre las flores al cervato.Por encima del zumbido de la cámara de Hugo, pude escuchar el crujido de los huesos y de la carne con que las dos onzas se alimentaban apresuradamente por temor a que las hienas que merodeaban por allí llegaran a despojarlas de su presa. Quince minutos después sólo quedaba una mancha en la hierba.Los majestuosos leones, reyes de las planiciesA continuación, hermano y hermana se sentaron frente a frente, como si fueran sujetalibros, se lamieron mutuamente la sangre e iniciaron el camino hacia el kopje más cercano, donde la sombra de una higuera invitaba al descanso. También nosotros buscamos la frescura y nos sentamos a comer bajo el árbol, en tanto los felinos dormían en las rocas. Más arriba, un buho real se ocultaba entre las ramas, con la cabeza metida entre los hombros, como un monje encapuchado en espera de la oscuridad.El Sol se puso. Las onzas siguieron durmiendo. Las cebras juguetearon y chillaron en el aire que resfrescaba, y las ortegas volaron por encima de nuestras cabezas desde charcas distantes. Dondequiera que ponía yo los ojos era patente la ausencia de seres humanos; solamente algunas alondras en el viento, y el mundo prístino de maleza y el cielo. El entorno era indescriptiblemente apacible.Pronto regresaría la temporada de sequía, y los rebaños iniciarían su larga migración hacia el norte. Ya había visto varias nubes de cigüeñas que, como si fueran copos de nieve, describían espirales, para aprovechar las corrientes ascendentes de aire tibio y ganar altura a fin de regresar a Europa.Para mí también había llegado el momento de partir.