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En mi opinión, los cómicos no necesitan recurrir a las malas palabras ni a las groserías. Esta clase de lenguaje constituye un recurso fácil y poco inteligente. A veces, los cómicos son presa del pánico y ansían oír una risa, por lo que echan mano de una mala palabra o proceden a insultar a la gente. El público quizá ría en ese momento, pero en cuanto sale del teatro, el sentido de la dignidad vuelve a hacer acto de presencia. Muchos concurrentes se preguntarán entonces:
El hombre está demasiado tiempo sobre la tierra, a juzgar por el uso que hace de este tiempo. Su mayor afán es que los días pasen fugaces e insensibles.
Mi supervisor me considera más capaz de lo que yo me creo. Por eso realizo mi trabajo mejor de lo que yo pensaba que podía hacerlo.
La fama suele afectar de manera curiosa. La gente que se ve bajo su influencia empieza a creer posible, y hasta probable, todo lo que se le ocurre. Da crédito a la peregrina idea de que posee gracias extraordinarias, y que el Sol sale cada mañana porque está ansioso de prodigarle su calor. Y mientras esta gente goza de las mieles de la fama, interpreta esa racha de buena suerte como un presagio de su porvenir, en lugar de verla como lo que es: un episodio feliz, nada más...
Uno tiende siempre a pensar en el rostro que las máscaras esconden, pero en realidad lo que cuenta es la máscara, que sea esa y no otra. Dime qué máscara usas y te diré qué cara tienes.
La mendicidad aleja la vergüenza y hace al hombre enemigo de la industria... El verdadero pobre es el imposibilitado de trabajar. Consentir que el hábil pida limosna, es quitar a aquel y al cuerpo nacional el producto de su aplicación. Si se dirige mal la limosna, a favor del mendigo voluntario, degenera la caridad, reina de las virtudes, en protectora de los vicios.