Publicado en
septiembre 18, 2011

Siempre olvido los nombres, pero jamás recuerdo una cara.
Por Roy BlountCONDENSADO DE "NOT EXACTLY WHAT I HAD IN MIND". © 1977, 1985 POR ROY BLOUNT. HIJO.
USADO CON AUTORIZACIÓN DE INTERNATIONAL CREATIVE MANAGEMENT. DE NEW YORK. NUEVA YORKDe joven recordaba yo muy bien los nombres y apellidos. En la vigesimoquinta reunión anual de mis condiscípulos de secundaria, en 1985, todavía llamaba a cada uno por su nombre sin tener que echar una mirada al gafete. Es que los conocí en mis mocedades, antes de que me presentaran o me hablaran de otras 375,000 personas. Cuando llegamos a los 43 años de edad, dos tercios de los nombres que oímos nos suenan vagamente (sólo vagamente) familiares.
Ahora los nombres acuden a mi memoria como los sueños: al principio muy vividos ("¡Ahora sí! ¡Este no se me olvida!"), y luego no dejan ni rastro. La gente me pregunta: "¿Conoce usted a Masón Swint?" No sé si: 1. En efecto, lo conozco. 2. No lo conozco personalmente, pero he oído hablar de él, porque acaba de ganar un Óscar, un Emmy, un Grammy, un Tony o un Obie. 3. La persona en quien estoy pensando se llama en realidad Morgan Swift, o quizá Milton Sweet, o Morton Swing, o a lo mejor Myron Smart.Lo que más me molesta de todo esto es encontrarme cara a cara con un ser humano real, de carne y hueso, que me parece familiar, y que da muestras de conocerme, pero de cuyo nombre no estaré seguro sino hasta la semana que viene, si acaso, después de arduas pesquisas.La situación se agrava por la circunstancia de que soy escritor, y hay gente que me conoce, aunque yo no la conozco. Mi ex compañero de la universidad, Lamar Alexander, quien fue gobernador de Tennesee, debe de pasar las de Caín. Una vez le pregunté cómo conservaba en la memoria a toda la gente a la cual tenía que estrecharle la mano; su respuesta fue que no lo hacía. Cuando alguien se le acerca con una sonrisilla y le dice: "Apuesto a que no recuerda mi nombre", él a menudo contesta: "Está usted en lo cierto".¿Por qué no podré hacer eso? ¿Por qué tendré que disimular y forcejear con mi mala memoria? ¿Cuál es el objeto de aventurar un "¡Hola! ¡Qué gusto volver a verte, Humblmbl!"? ¿Para qué confiar en el dichoso "¡Vaya!, si es...", si al mismo tiempo estoy pensando "¡Recórcholis! ¡No tengo la menor idea!"Ya es hora de rendirme a la evidencia de que no puedo dar por bueno lo que tengo en la punta de la lengua, de que no basta con casi recordar los nombres, y de que más me vale no dejarme llevar por la sinceridad de mi corazón, pues cuando la mente se satura, el corazón sincero queda en ridículo.No hace mucho estaba autografiando libros en una ciudad en la que había trabajado años antes. Por mala que tenga uno la letra, no es posible redactar dedicatorias tales como: "¡Para Mmnlnnln, por aquellos inolvidables días!" Puede uno, en cambio, recurrir al viejo ardid: "¡Por todos los santos! ¿Cómo se escribe...?" La respuesta será:—c-u-N...—Sí, sí, sí...—N-I-N...—Ah, sí, este...—...G-H...—¡Ah, no! ¡No me refería a Cunningham, sino al nombre de pila!—J-I-M.Tuve en cierta ocasión el gran placer de encontrarme nada menos que con Greer Chastain.—¡Hola, Greer! —exclamé, y a continuación me dirigí al dueño de la librería—. Este es mi buen amigo Greer Chastain. Un excelente pescador. Siempre llegaba a la oficina con un racimo de robalos, besugos, carpas y...—Shea Whislet —me interrumpió él.—¿Cómo dices, Greer?—Me llamo Shea Whislet.—¡Oh! Yo... ¿qué me pasa? Supongo que, como andabas tanto con Greer Chastain...—Jamás —atajó.—¡Es cierto! No sé cómo se me ocurrió... ¡Nadie se llevaba bien con Greer Chastain! ¡Era insoportable! Si me vino eso a la mente fue quizá por descabellado. Shea, deja que...Ambos sonreímos muy forzadamente cuando él se retiró para que tomara su lugar la siguiente persona, que se presentó así: "Greer Chastain, para servirle".El otro día estaba jugando al tenis con mi amiga Lois Betts, cuando un conocido mutuo llegó por ahí con su perro. Pensé que si me esforzaba unos cinco minutos daría con el nombre de aquel individuo, y traté de ganar tiempo desviando la atención al perro, al cual Lois llamó Bob, según me pareció oír.—¿Bob? Buen nombre para un perrazo amarillo como este —comenté, mientras sacudía con la mano las orejas del animal—. ¿Por qué se lo pusiste?—No... Se llama Hobbit.—¡Ah...! Es que creí oír a Lois decir que se llamaba Bob. Pues eres un buen perro, Hobbit, sí señor. Jamás había conocido a un perro llamado Hobbit...Mientras tanto, pensaba: "Deja de chacharear. Concéntrate... ¿No será...? No, no, qué va".—De niño yo tenía un perro, y se llamaba Bob —continué—. Es que era muy bobo. Además, también, había leído Bob, Son of Battle. Ya sabes, el libro ese de... ¿cómo se llama?A los cuatro y medio minutos de semejante charla, Hobbit y su dueño se alejaron. Yo sólo me quedé mirándolos.—¡Qué bárbaro eres! —me dijo Lois.—Bueno, estaba tratando de...—¡Ese tipo se llama Bob!Supongo que podría llamar a todos los hombres "general" o "compadre". Pero, ¿y a las mujeres? ¿Comadre? No creo que les agradara del todo.
Tiene uno que ser alguien en la vida para andar endilgándole a todo el mundo un "general" o un "compadre". Babe Ruth nunca se jactó de su retentiva para los nombres, ni siquiera para los de sus compañeros de equipo, y a todos les decía "Muchacho".Creo que Bobo Newsom, aquel pítcher, llamaba "Bobo" al más pintado. O quizá era Bobo Olson, el boxeador. A mí no me gustaría dirigirme a todos mis conocidos por mi propio nombre.Recuerdo, sin embargo, que Byrum Saam, cuando era locutor del equipo de béisbol Filis de Filadelfia, inició cierta vez una trasmisión, según se cuenta, con este saludo: "¡Hola, Byrum Saam! ¡Este es todo el mundo!"Si todo el mundo fuera una sola persona, ¡otro gallo nos cantara!