DURA PRUEBA EN EL DESPEÑADERO
Publicado en
septiembre 18, 2011
Drama de la vida realDe pronto, los dos montañistas perdieron apoyo, y trataron desesperadamente de asirse a cualquier cosa en la pared de roca para detener su carrera hacia el abismo.
Por Emily y Per Ola d'AulaireEran las 3 de la mañana cuando Florian Ioan Wells llegó a la casa de los Parsley, en Seattle, Washington. El ingeniero aeroespacial, de 33 años de edad, había ido en su auto desde el otro extremo de la ciudad, donde dejó a su esposa y a su hija durmiendo apaciblemente. Craig Parsley, especialista en ecología, de 25 años, había tenido cuidado, al levantarse, de no despertar a su mujer.
Mientras se desayunaban, los dos amigos trazaron un plan para aquel día, 14 de mayo de 1983. Se proponían escalar uno de los picos de la parte occidental de la montaña Garfield, elevación menor, aunque muy escarpada, de la cadena Cascade, al oriente de Seattle. Como se trataba de una ascensión sin mayores dificultades para ellos, ninguno de los dos había tenido la precaución de indicarle a su esposa el lugar preciso donde estarían.En el camión de Craig, rumbo a las montañas, los escaladores platicaron sobre la importancia de la buena condición física y mental en aquel deporte. Ambos tenían muchos años de experiencia. Florian, antes de llegar a Estados Unidos con su familia, en 1979, huyendo de un régimen comunista, había formado parte del Cuerpo Montañés de Salvamento de Rumania. Craig, originario de California, se había iniciado en ese deporte hacia sus 14 años de edad.Cuando llegaron a la montaña, el cielo estaba nublado y la temperatura era de un grado centígrado. Las condiciones distaban de ser ideales, pero decidieron seguir adelante, con la esperanza de que el tiempo no empeorara. Trepando peñas y atravesando hondonadas, avanzaron tres kilómetros hasta la zona de la ascensión. Eran las 8 de la mañana cuando se ataron uno a otro con una cuerda y empezaron a escalar la pared de granito de 750 metros que conduce a la cima, la cual se eleva 1492 metros.Craig tomó la delantera. Avanzaba buscando pequeñas grietas y depresiones entre las cuales introducir los dedos y las puntas de los zapatos de alpinista; así ascendió 50 metros. Entonces clavó varios pitones (clavos largos provistos de un ojillo) en una grieta, aseguró su cuerda a ellos e indicó a Florian que comenzara a subir. Este alcanzó la altura a la que se encontraba Craig, y continuó a la delantera.Durante toda la mañana cambiaron, por turnos, a la posición delantera. La pendiente de la pared era, en promedio, de 70 grados; es decir, más o menos equivalente a la inclinación de una escalera de mano apoyada contra una casa.Empezó a llover; unas cuantas gotas al principio, que luego se convirtieron en aguacero. Florian se preocupó: si la lluvia no cesaba, tendrían que dar marcha atrás. Eran las 11 de la mañana, y los dos montañistas se hallaban a la mitad de la altura de la pared.Florian estaba a 18 metros por arriba de Craig. En una grieta que tenía a la altura del hombro, introdujo una contratuerca del número 2, adminículo muy pequeño que tiene una vuelta para pasar la cuerda. Clavada debidamente, la contratuerca puede soportar 230 kilos, pero a Florian no lo convenció aquella grieta. Así pues, se agachó a fin de clavar otra mayor (del número 3) en una hendedura más apropiada, que tenía cerca de los pies. Al momento de hacerlo, oyó un ruido: la contratuerca del número 2 se había zafado.Entonces Florian perdió el equilibrio y dio un grito: "¡Cuidado!" Se desplomó hacia atrás, de cabeza, rozando la pared de roca y rebotando contra ella. Por instinto, giró sobre sí mismo, hasta quedar con los pies hacia abajo, y trató de asirse de algo.Craig oyó el grito de su amigo y vio lo que pasaba. Voy a tener que resistir un tremendo tirón para detenerlo, pensó. En esto, la cuerda que los unía se tensó y arrancó a Craig de su asidero; empezó a caer, y al tratar de frenarse con las manos se le escoriaron las palmas.Florian seguía cayendo a velocidad aterradora, rozando apenas la pared. ¿Será esta una muerte muy dolorosa?, se preguntó.Como había hecho Florian, Craig se volvió para caer con los pies hacia abajo. Azotó contra un pequeño saliente, y salió despedido dando una voltereta, como muñeca de trapo. Siguió cayendo y trató con desesperación de agarrar cualquier irregularidad de la pared; así se le dislocaron algunos dedos.También Florian buscaba frenéticamente la manera de detener su caída. Alcanzó con el pie derecho un estrecho saliente, pero la pierna se le dobló. Luego vio, más abajo, un resalto mayor, de unos 15 centímetros de anchura, y pensó: Es mi última oportunidad. Dio violentamente en él con la rodilla derecha, y así disminuyó la velocidad de su caída lo suficiente para lograr agarrarse con las dos manos del saliente. Echó una mirada más allá de sus pies colgantes, y vio una pendiente vertical de 150 metros, que terminaba en una pequeña acumulación de agua. Cerró entonces los ojos y se preparó para el inevitable jalón que sentiría cuando Craig, al despeñarse, lo arrancara de su posición y lo lanzara al abismo.Pero el tirón fatal no llegó nunca. En vez de ello, se hizo el silencio, seguido de un grito de angustia. Florian alzó la vista y divisó a Craig, que se agarraba con una mano de un pequeño resalto. ¡Era un milagro!Craig se había asido a una ramita, del tamaño de un dedo, que brotaba de la pared de roca. La ramita lo había hecho dar un vuelco al detenerlo de un tirón. El joven montañista sintió una oleada de dolor, y se dio cuenta de que se había fracturado el brazo. Tomó un pitón con la mano izquierda, lo introdujo en una grieta llena de musgo y lo clavó hasta el extremo con el martillo. Fijó otro más, y sujetó a este su cinturón de seguridad.Entretanto, Florian se había acomodado sobre su resalto. Mientras se sostenía con un brazo y una pierna, sacó trabajosamente de su mochila algunas contratuercas y las afirmó en sendas grietas. Ambos alpinistas se encontraban a salvo, por el momento. No obstante, pendían al borde de una pared vertical de 150 metros; si caían, la muerte era segura.Florian sintió en la pierna derecha un dolor que lo hizo gritar, y vio que le manaba sangre de la rodilla. Apartó la tela del pantalón corto de montañista, y quedó consternado al ver huesos y ligamentos desnudos. Un hueso astillado le asomaba por el zapato. "¡Tengo una pierna rota!", le gritó a Craig.Craig se deslizó por la cuerda hasta reunirse con Florian, y entonces este se dio cuenta de que las lesiones de su compañero eran peores que las suyas. Además del hombro, Craig tenía fracturados ambos tobillos y la muñeca derecha. Su tobillo derecho estaba doblado en 90 grados y sangraba mucho, además de que los huesos se salían del calcetín. Craig se ató una banda de tela por abajo de la rodilla, para contener la hemorragia.La situación era terrible. Llovía; esa noche la temperatura descendería más allá del punto de congelación. Las esposas de los montañistas no aguardaban su regreso sino hasta mucho más tarde, y no sabían dónde estaban. Si se quedaban en la pared de la montaña, morirían allí, víctimas de las inclemencias del tiempo, o desangrados."Voy a descender", le anunció Florian a su amigo. "Cuando llegue al camión, pediré auxilio por radio".Florian se ató a la cintura la cuerda, y Craig lo ayudó a descolgarse hasta donde esta alcanzaba. Mas, para llegar al pie del acantilado, tendría que salvar otras seis etapas como esa. Con uno de los extremos de la cuerda asegurada a un pitón, y el otro alrededor del cuerpo, siguió descendiendo. Cuando la soga quedaba totalmente extendida, se ataba a la pared, tiraba de aquella y preparaba el siguiente movimiento.La pierna le dolía muchísimo, y cada vez que golpeaba contra la pared, sentía que se quedaba sin resuello.A las dos horas y media, alcanzó por fin la base del acantilado. Llegó a tropezones al estanque que había visto desde arriba, y hundió en él la cara para calmar la sed. Más allá había una empinada y rocosa pendiente; para salvarla tuvo que avanzar de espaldas al suelo, apoyándose en sus tres extremidades útiles, como un cangrejo, y levantando siempre la pierna lesionada.
La inclinación del terreno disminuyó, y a Florian le resultó más difícil usar las manos. A nada temía tanto como a lastimarse la pierna que aún tenía sana, mientras saltaba apoyándose en ella. Frecuentemente se caía, y gritaba de dolor. Le preocupaba que pudiera desmayarse; en ese caso, seguramente moriría, víctima del clima. No dejaba de repetirse mentalmente: No te rindas. ¡Muévete, muévete!Los músculos de la pierna sana empezaron a acalambrársele, y la distancia entre una caída y otra era cada vez menor. Florian aprovechó un arroyo a modo de rampa acuática, pero llegó el momento en que su velocidad era excesiva. Los brazos se le despellejaron cuando trató de detenerse con ellos. Por último, dio con el pie derecho contra la orilla del arroyo, y se detuvo. Logró encaramarse a la ribera y comenzó de nuevo a saltar, hasta que resbaló sobre una roca. Se le torció el tobillo sano, y cayó de costado, presa de agudísimos dolores. Trabajosamente se levantó y siguió adelante, renqueando. Pasaron las horas, hasta que la luz del día empezó a declinar.En la montaña, Craig empezó a sentirse entumecido, y lo asaltó el temor de sufrir de hipotermia. Tenía que moverse. Como lo hiciera Florian, descendió valiéndose de una cuerda, lenta y dolorosamente. Por fin, cuando se encontraba a tres metros del pie del acantilado, le faltaron las fuerzas y se desplomó al suelo; el dolor fue tan intenso, que lo dejó sin aliento.Como no podía andar, se deslizó por la pendiente rocosa apoyado sobre las nalgas. No tardó en desgarrarse los pantalones, de manera que le quedó al descubierto la piel viva y sangrante.Más abajo, optó por avanzar rodando y a rastras. Cada uno de sus movimientos requería de un doloroso esfuerzo, pero sabía que le era imposible ceder a la urgencia de cerrar los ojos y descansar. ¡Y estaba tan cansado...!Ya oscurecía cuando Florian llegó al camino. No era aquel el sitio donde habían estacionado el camión, y se preguntó si tendría energías para ir a buscarlo. En eso, oyó que se acercaba un vehículo, y se lanzó hacia el camino, apoyándose en un pie y pidiendo auxilio a gritos. El camión pasó de largo; llevaba las ventanillas cerradas, por la lluvia. Poco después, oyó otro camión; volvió a gritar, y una vez más el vehículo desapareció.Un tercer vehículo se aproximaba. Sentado ahora a la vera del camino, hizo un último acopio de fuerzas y se puso en pie de un salto; gritó y agitó los brazos. El auto se detuvo y bajaron de él cuatro personas: "¡Tuvimos un accidente en la montaña!", explicó Florian. "¡Mi compañero está allá arriba todavía...! ¡Necesita ayuda...! ¡Pronto!"A una hora de camino, en el pueblo más cercano, Florian insistió en esperar hasta que acudieran los socorristas, para explicarles dónde exactamente debían buscar a Craig. Una vez que lo hizo así, accedió a que se le trasladara a un hospital.En el bosque, la noche cayó sobre Craig, y la lluvia arreció. Empezaba a ceder al sueño, aunque iba avanzando a rastras. A menos que consiguiera elevar la temperatura de su cuerpo, no sobreviviría.Así, arrastrándose, llegó hasta un tocón hueco que estaba a cubierto de la intemperie y lleno de serrín seco. De uno de sus bolsillos sacó una latita de fósforos a prueba de humedad, encendió uno e hizo fuego con la yesca. Rompió unas cuantas ramitas secas y las echó a la hoguera. El calor lo reconfortó, pero la necesidad de cerrar los ojos resultaba irresistible. ¡No!, le advirtió una voz interior. ¡Tienes que seguir despierto!Eran las 9 de la noche cuando el joven montañista oyó que lo llamaban por su nombre:—¡Craig! ¿Estás allí?—¡Sí! ¡Aquí estoy! —respondió.Cuando sus salvadores lo encontraron, a medio kilómetro del camino, experimentaba ya los primeros estadios del choque. Le dieron a beber chocolate caliente, lo envolvieron en un saco de dormir, le aplicaron bolsas de agua caliente, lo acostaron sobre una camilla y se lo llevaron. La prolongada y dura prueba había llegado a su fin.Si bien las lesiones de Craig Parsley eran más graves que las de Florian, sus consecuencias, a la larga, resultaron más leves. Craig permaneció cinco días en el hospital, y luego anduvo durante seis semanas con un brazo y las dos piernas enyesados. A su médico le asombró la rapidez con que se recuperó. Pero Craig ha abandonado el montañismo. "Haré cualquier cosa... siempre que no sea a más de dos metros de altura", bromea.
A Florian se le explicó que posiblemente perdería para siempre la movilidad del pie lesionado. Los médicos le advirtieron que tal vez ya no volvería a escalar una montaña, y que si llegaba a caminar normalmente debía darse por afortunado. Pero él no podía aceptar semejante pronóstico. Sus mejores recuerdos, sus mejores amigos, estaban ligados a las montañas; le sería imposible renunciar a ellas. Pasaron más de seis meses antes de que lograra caminar sin muletas. Luego comenzó a ejercitarse para recobrar su buena condición física.En la primavera de 1984, Florian Wells escaló la pared oriental de la montaña Whitney, de 4418 metros de altura.