COMO INCULCARLES NUESTROS VALORES A LOS HIJOS
Publicado en
septiembre 18, 2011

El don más preciado de un padre a sus hijos puede ser un sentido de arraigo... y un par de alas.
Por James HumesUna vez mi madre dijo que su mayor responsabilidad en la vida había sido dar a sus hijos raíces y alas. "Raíces para saber de dónde provienen; alas para emprender su propio vuelo", explicaba.
Todos los padres y madres se enfrentan al desafío de inculcar a sus hijos valores que enriquezcan su vida. Mamá me dio las raíces de la herencia y las alas de la confianza en mí mismo, y mi esposa y yo hemos tratado de hacer lo mismo con nuestros hijos, guiándonos por unos cuantos preceptos sencillos:Practiquemos los valores morales; no los prediquemos. La vida proporciona suficientes oportunidades para consignar con palabras lo que es bueno y lo que es malo, pero es mejor permitir que las palabras surjan cuando determinada situación lo justifica. Su hija acaso llegue a casa y cuente cómo sorprendieron a un condiscípulo copiando en el examen, o quizá uno de sus hijos haga un comentario desdeñoso sobre algún extranjero. Estos son, precisamente, los momentos adecuados para hacerles saber por qué desaprueba usted esas actitudes.Usted no es solamente un progenitor; es un modelo a seguir. La madre de una de las condiscípulas de mi hija sermoneó a su hija acerca de que la escuela debería ser "lo más importante" en su vida. Después, la madre faltó a una junta con la maestra de su hija, a causa de un partido de tenis. La muchacha aprendió una vivida —aunque, desafortunadamente, negativa— lección sobre las prioridades y el cumplir la palabra empeñada. Ningún discurso moralista podría superar eso.Las buenas costumbres y el respeto por los demás se inculcan mediante las palabras y actos más sutiles a la hora de comer, en el auto de la familia, en su trato con otras personas mientras sus hijos observan.Estimulemos la imaginación. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años, y el último recuerdo que guardo de él es de la noche anterior a su fallecimiento, cuando me leía Moby Dick, la famosa novela de Hermán Melville. Me había cautivado con otros muchos libros antes de leerme este clásico. Inducido por su cálida voz, evoqué piratas en lejanas playas, caballeros en batallas, la India de Rudyard Kipling, y otras escenas maravillosas.El niño que ejercita su imaginación está menos propenso a convertirse en un adicto a la imaginación "enlatada" de la televisión. Francamente, no tolero a esos padres que se lamentan de la adicción de sus hijos a la televisión y, sin embargo, afirman no tener tiempo para leerles alguna obra.Al tratar de trasmitir valores tales como la verdad, la compasión, el trabajo tenaz y el respeto por los demás, los padres debemos también compenetrarnos del mundo de los hijos. Cuando estimulamos la predilección natural de los chicos por la fantasía, fomentamos su capacidad creadora. En una ocasión hablé a mis hijos del imaginario compañero de juegos que tuve en la infancia, y con gran interés escuché cuando ellos me contaron acerca de los suyos. Si hubiera frenado su instinto natural por la fantasía, les habría cortado las alas de la autoestima.Enseñemos valores económicos. Un niño que vende refrescos en su casa o en la acera, obtendrá una buena lección de economía... si usted le da la orientación adecuada. Explique a su hijo que él tendrá que pagar por los limones, el azúcar y los vasos desechables de su bolsillo, o bien de un préstamo que usted le haga. Es verdaderamente inquietante comprobar cuántos chicos saben el precio de todo —desde zapatos deportivos hasta álbumes de discos— sin entender su costo.Una vez que su hijo aprenda esta lección, llévelo a su oficina, taller o fábrica. Déjelo que vea lo que usted hace, y cómo se relaciona su trabajo con otras actividades que dan por resultado bienes y servicios.Aliente a sus hijos a acometer sus propias empresas. Dígales cómo pueden promover su disponibilidad, vender sus habilidades y obtener el máximo de ganancias, ya sea que estén cortando el césped o cuidando niños pequeños. Enséñeles a valorar el trabajo bien hecho y a procurar la excelencia en sus actividades.Compartamos la Biblia. No se trata solamente del mayor monumento literario de nuestra tradición judeo-cristiana: la Biblia es la vida misma. En sus páginas viven príncipes y profetas, granjeros y guerreros, hombres sabios y comunes, y las diversas facetas de la condición humana se hacen comprensibles para todos. Gracias a ella, adquirimos y trasmitimos el conocimiento de que nadie está fuera del alcance y de la protección de Dios.La belleza de sus palabras; la utilidad práctica de sus enseñanzas; la esperanza que brinda en tiempos difíciles; todas ellas son razones por las que la Biblia debería formar parte de la educación de nuestros hijos.Fomentemos las tradiciones familiares. En nuestra familia, el servicio dominical de la parroquia, el día de la Independencia y ciertos días festivos son constantes en un mundo inestable. Como vínculos invisibles, envuelven a nuestra familia y la protegen.Para conservar un sentido de continuidad física en nuestra familia, hace tiempo tomé una semilla de una manzana del huerto de mi abuelo, y la sembré en el jardín trasero de mi casa. Con los años, aquella semilla se convirtió en un árbol muy especial para mis hijos; un testimonio con raíces en el siglo pasado. Desde luego, no todos tienen una granja del abuelo que visitar, pero las raíces de las plantas favoritas de algún pariente pueden heredarse.Los viejos álbumes de fotografías o de recuerdos y las películas de la familia son también elementos importantes para ilustrar el significado de la familia a los niños. En un muro de mi casa he colocado fotografías del taller de mi bisabuelo, de mi abuela ante su máquina de coser, de mi tío abuelo Tom en su taller de herrero, y de muchas otras escenas familiares. Un niño seguro de sus raíces podrá, con facilidad, desarrollar su par de saludables alas.En la Casa Blanca, en Washington, D.C., me encontré con una pintura titulada La firma de la Declaración de Independencia. Era una obra muy singular, pues sólo una cuarta parte de su extensión estaba terminada. Interpreté esto como que no sólo los Padres de la Patria tenían el deber de preservar nuestras libertades. Para mí, la parte del lienzo en blanco representa al resto de nosotros: al padre que hace de su casa un hogar, al ciudadano que hace de su comunidad un sitio habitable, y al integrante de una iglesia o institución que hace de su credo un compromiso.
De esto he querido hablar al referirme a raíces y alas. Debemos conocer las raíces que nos nutren, y desplegar las alas de la responsabilidad. Esto es lo que distingue a quienes construyen la sociedad, los que crean hogares, familias y comunidades, de aquellos que simplemente la utilizan en su provecho.El futuro depende de nuestros hijos. Que ellos se conviertan en simples consumidores o en creadores es algo que en gran medida depende de nosotros.