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julio 10, 2011
Desnudo, Camilo Egas, Sobre papelCorrespondiente a la edición de Febrero de 1997Las dificultosas relaciones entre la moral y el erotismo aparecen bosquejadas en el siguiente artículo del conocido crítico ecuatoriano; es, también, un capítulo del libro Ars Erótica, publicado por Dinediciones en este mes.
Texto: Hernán Rodríguez Castelo. Fotos: Christoph HirtzEn una novela escrita entre 1926 y 1927, a más de "relación sexual" aparecieron las frases "ardor sexual" y "encanto sexual". Se devolvía al sexo humano una dimensión que le es propia y lo diferencia del sexo animal: la pasión, el placer, el deleite, la fascinación. La obra, Lady Chaterley's Lover, fue prohibida -el secretario del interior inglés instruyó a las autoridades aduaneras para que incautaran y destruyeran todos los ejemplares de esa obra "pornográfica y nefanda"- y su autor, D. H. Lawrence, tenido por maldito.
En 1857, el doctor William Actor había escrito: "La mayoría de las mujeres, felizmente para ellas, no se ven perturbadas por sentimientos sexuales de ningún tipo", en su Functions and Disorders of the Reproductive Organs. Verdad que el bueno del doctor cambió, en una edición posterior, las palabras "para ellas" por "para la sociedad"; pero lo de fondo quedaba: era bueno que esa mayoría de actores del acto sexual no se viese perturbada por sentimientos sexuales. Ni pasión, ni placer, ni deleite, ni fascinación...Detrás de fobias de esta laya -y tan fobias como estas victorianas eran, por esos mismos oscuros tiempos, las católicas- estaba algo que el hombre contemporáneo resumiría en una palabra: erotismo. Una de las grandes creaciones verbales de la madurez de la modernidad. La palabra. Porque el sentimiento y la vivencia que ella dice se habían exaltado en horas especialmente libres de la humanidad, desde muy antiguo.Ovidio, el lírico latino, escribió un Ars amatoria que, al salir del largo pasadizo de la Edad Media -en que se condenó el placer sexual a correr subterráneo y furtivo-, los humanistas exaltaron porque proponía el sexo no como puro instinto animal o pesada obligación legal -eso del tan deprimente "débito", tan prolija y aberrantemente tratado por moralistas y canonistas- sino como alta manifestación humana, compleja, necesitada de cultivo. "El placer que se cumple como un deber no me seduce; no me den mujeres que estén cumpliendo sus deberes... Quiero ver a mi amada enloquecida...". Para este gran adelantado del erotismo, la mujer es tan dueña del sexo y tiene tanto derecho a gozar de él como el varón."Que tanto el hombre como la mujer sientan, igual los dos, lo que les produce tanto deleite". La mujer debe sentir el amor hasta lo más profundo de su cuerpo.Mujeres, Jaime Zapata, Oleo sobre telaY otro libro antiguo, de los más bellos que el hombre haya escrito, es un himno del más exaltado erotismo. En traducción de Fray Luis de León:¡Cuan lindos son tus pasos en el tu calzado, hija del príncipe! Los cercos de tus muslos como ajorcas, obra de mano de oficial.
Tu ombligo, como taza de luna, que no está vacía; tu vientre, un montón de trigo cercado de violetas.
Los dos pechos tuyos, como dos cabritos mellizos de una cabra.
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¡Cuánto te alindaste, cuánto te enmelaste, Amada, en los deleites!
Esta tu disposición semejante es a la palma, y tus pechos a los racimos de la vida. Dije: yo subiré a la palma, y asiré sus racimos; y serán tus pechos como los racimos de la vid, y el aliento de tu boca como el olor de las manzanas.
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Yo soy de mi amado, y su deseo de mí.
Este texto -lo habrá reconocido ya cualquier cristiano culto y hasta cualquier hombre culto, sin más- pertenece a la Biblia. Es de El Cantar de los Cantares.Del un lado, una -larguísima historia de condenaciones y represiones del placer sexual; del otro, su exaltación. Detrás de esas dos tan diferentes posiciones cabe reconocer dos grandes maneras de entender lo humano. La una, dualista, contrapone cuerpo a alma, materia a espíritu. Y, a la hora del reparto, echa a la parte del cuerpo y materia el sexo. El sexo en cuanto placer, porque del sexo debía retenerse en el lado "bueno" lo inevitable: su función reproductora. Así, poniendo el placer sexual del lado de la materia, se pensaba explicar el que fuese tan arrebatador e irresistible que alcanzase a turbar y desviar el espíritu. La teología moral católica llegaría hasta la aberración -hoy superada- de dar como la única función del sexo la reproductora -extrayendo de tan peregrino concepto desoladoras consecuencias-.En la otra cosmovisión se daba una gran unidad, y el sexo quedaba en el centro de esa unidad. Saltando por encima de la gnosis de alma y cuerpo separados -que se infiltró en el cristianismo-, Ricoeur ha visto así esa unidad: "En aquél tiempo los ritos manifestaban por la acción la incorporación de la sexualidad en un sagrado total, mientras que los mitos sostenían por medio de relatos solemnes la instauración de este sagrado". Los misterios sexualizaban la inteligencia del mundo, a través de símbolos que proclamaban la victoria de la vida sobre la muerte. Desde entonces la verdadera oposición se dibujó como la lucha de eros y thánatos: del principio de vida contra el principio de muerte. El erotismo era síntesis y fuente de vida.Cayeron siglos de obscuridad, y racionalismos y moralismos echaron espesas capas de las más diversas tierras: palabras -¡el poder de la palabra!- como vicio, pecado, concupiscencia, corrupción, disolución, obscenidad, pornografía, para tratar de sofocar ese fuego.Detrás de todas estas aberraciones estaba un gran miedo -se encargó de mostrarlo Freud-: el miedo al placer. Ese miedo llevó a la represión, y sobre la represión se construyó la cultura. La cultura, dice el gran vienés, obedeciendo al imperio de la necesidad psíquica económica, se ve obligada a sustraer a la sexualidad gran parte de la energía psíquica que necesita para su propio consumo. Y poco a poco se va mutilando la sexualidad hasta llegar a no aceptar sino las relaciones sexuales de un hombre con una única mujer, y "sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como un instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido". El superyó sometió al yo con un aplastante sentimiento de culpabilidad y castigó el placer con el remordimiento. El instinto de muerte -thánatos- sofocó el Eros.Pareja, Milton Barragán, HierroEntonces se ofrece como la gran tarea del arte -donde la libertad no puede ser sujeta- rescatar el erotismo. "El sexo -proclamó Ezra Pound-, en la medida en que no es un mecanismo reproductivo puramente fisiológico, pertenece al dominio de la estética".El placer sexual era una fuerza vital primitiva que ninguna represión podía sofocar, y estaba en el interior de todo hombre con la pujanza con que late la nueva vida en la semilla. Al no poder acabar con Eros, los servidores de thánatos buscaron empobrecerlo, achatarlo, banalizarlo, ensuciarlo. Y sólo el arte podía enriquecerlo, elevarlo, exaltarlo y limpiarlo. Mostrar que pertenecía a la esencia de lo humano y era nervio de la grandeza de cuanto el hombre puede crear. Entonces el arte, consciente o inconscientemente cuenta menos, asumió la gran tarea de resacralizar el erotismo; de volverlo a la esfera de lo sagrado, por caminos de transgresión. Y el erotismo se reveló fecundo: devolvió al hombre exiliado entre bardas de maleza utilitaria y toda suerte de intereses egoístas y miras rastreras, el conocimiento del otro, el amor auténtico y la comunión con la savia de la naturaleza.Esta es la dimensión que cobra, sin más que entregarnos arte, un libro de arte erótico. Y así de hondas y altas han de ser sus lecturas.