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Trabajar la tierra es una buena forma de mantener nuestra salud.
El tradicional huerto familiar, los huertos urbanos o los escolares son espacios vitales que merecen ser reivindicados en un país donde todo lo relacionado con la tierra y la agricultura en general ha sido paulatinamente menospreciado por una sociedad que ha huido hacia el progreso ilimitado. Con el tiempo, se ha ido propiciando la industrialización de todos los procesos productivos y se ha promovido la destrucción sistemática de los espacios naturales para convertirlos en zonas industriales o residenciales. Todo ello ha supuesto un creciente deterioro medioambiental, así como una pérdida de biodiversidad, tanto territorial como cultural.
Cuando hay interés en cultivar de forma sana y ecológica y se dispone de un espacio, por pequeño que sea, de algunos ratos al día o a la semana y de un mínimo de información básica, cultivar un huerto resulta sencillo, gratificante y una actividad de lo más terapéutica. Y es que, además de producir alimentos sanos y ecológicos o de disfrutar de un hermoso jardín, las labores relacionadas directamente con la tierra suponen un acercamiento y un contacto directo con la vida y la naturaleza, al tiempo que realizamos el ejercicio indispensable para mantenernos sanos y en buena forma.
En el momento de diseñar un huerto ecológico, se debe prestar especial atención a las posibilidades de realizar una integración global que potencie la biodiversidad del espacio que gestionamos y del entorno donde se halla ubicado, ya que las funciones de los huertos deben valorarse más allá del rendimiento por metro cuadrado. En la agricultura ecológica se tienen muy presentes cuestiones prácticas como la rotación de cultivos, las asociaciones favorables o el mezclar plantas con sistemas radiculares y follajes distintos. De esa forma se aprovechan mejor los nutrientes sin competir por el espacio disponible y se genera una mayor producción, manteniendo constante, e incluso incrementando, la fertilidad de la tierra.
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