Publicado en
julio 17, 2011
Tal vez usted sepa que conducir en estado de ebriedad puede costarle la vida. Pero quizá no sabía que puede llevarle a... ALGO PEOR QUE LA MUERTE.
Por Edward Ziegler, montaje fotográfico © Audrey BernsteinLos alumnos de la Escuela Secundaria Memorial Douglas, de East Douglas, Massachusetts, oyen el zumbido de un motor eléctrico activado por baterías, mientras Tom, hombre de pelo negro y poco más de 40 años, dirige su silla de ruedas motorizada hacia el frente del aula mediante un dispositivo de control que funciona cuando sopla y aspira por un tubo. Lentamente, pero con claridad, habla de sus vivencias:
"Tuve una nueva oportunidad, y la desperdicié", empieza. Y entonces, ante un auditorio completamente silencioso, relata cómo, de joven, se puso un día a ingerir alcohol, y luego se reunió con un amigo para dar un desastroso paseo en auto que le provocó una grave lesión en las vértebras cervicales."Los médicos me curaron y me colocaron un collarín ortopédico. Me advirtieron que no debía quitarme el cuello artificial ni conducir autos, ni ingerir alcohol. Yo creía saber más que ellos: volví a embriagarme y sufrí otro accidente, que me puso en esta silla de ruedas".Casi se puede tocar el pesado silencio, mientras los estudiantes reflexionan en que Tom, paralizado del cuello para abajo, se sintió una vez tan invulnerable como muchos de ellos se sienten en esos momentos. No obstante, ahí está ante ellos el recordatorio viviente de que basta un instante para perderlo casi todo.En un abrir y cerrar de ojos, quienes sufren lesiones cerebrales a causa de un conductor ebrio pueden perder su posesión más distintiva: la personalidad.
Y es muy común que también pierdan los recuerdos, los conocimientos, los amigos y la libertad. La víctima típica es un joven de 15 a 25 años. Pocas lesiones son tan costosas de tratar —o tan devastadoras para soportarlas toda la vida— como las cerebrales.Cada una de las 50,000 millones de células del cerebro sostiene un ajetreado ir y venir de mensajes a lo largo de los axones y las dendritas que, como ramas, se unen para formar una intrincada red de conexiones. Estas conexiones constituyen la base misma de la inteligencia; el medio por el cual nuestras células se comunican entre sí para recibir mensajes del exterior, o señales del interior del propio organismo; todo ello orquestado con tal complejidad, que los científicos dudan de que algún día se llegue a comprender plenamente. Cuando estas conexiones se destrozan a causa de una lesión, puede provocarse un daño instantáneo y catastrófico.La tarde de un lunes, en la Fundación Devereux, en las afueras de Filadelfia, Pensilvania, en el pueblo de Devon, el neuropsicólogo Joseph Conley trabaja con un joven llamado James que, a los 22 años, anda con paso anormal y es incapaz de hilar fácilmente una idea con otra.
Desde 1982, la Devereux —institución de educación especial y atención de trastornos mentales, con subsidiarias en todo Estados Unidos— ha llevado a cabo un admirado programa para pacientes con lesiones cerebrales, de los cuales el 66 por ciento está así por accidentes relacionados con la conducción de autos en estado de ebriedad. James ha pasado un año en la institución.No puede recordar el accidente, pero los acontecimientos constan en las actas. James salió de un bar de Toms River, Nueva Jersey, en el flamante auto de su madre, y se estrelló contra un poste telefónico a 70 k.p.h.: partió el poste en dos. El joven salió disparado por la ventanilla del lado del conductor, y se le encontró tendido en el pavimento. Durante tres semanas permaneció en estado de coma. Ahora, casi dos años después, trabaja con ahínco en su adiestramiento cognoscitivo, que consta de ejercicios para restaurar la memoria, aumentar la flexibilidad mental y propiciar la concentración, pues todas estas facultades disminuyeron muchísimo por sus lesiones. Por otra parte, James tiene dificultad para dominarse.— Cuéntanos de tu viaje a las Bahamas, James —sugiere Conley. James parece confuso. Conley lo alienta con un asentimiento de cabeza—. Con tu familia —agrega.— ¡Ah, sí! En el hotel. Había una chica verdaderamente bonita...Desconcertado, James busca el recuerdo de aquel breve encuentro. Su cara de atleta de bellas facciones infantiles se tuerce hacia un lado. Esto es consecuencia de la ruptura de uno de los nervios craneales, y ha dejado sus facciones marcadas con una disimetría permanente.Con frecuentes pausas, y siempre estimulado por Conley, James completa su relato: no fue capaz de controlar sus impulsos como lo habría deseado, y se quedó mirando con descaro a la joven hasta que ella se sonrojó. También James.Nuestro cerebro está maravillosamente equipado para resistir el ajetreo de la vida diaria. El líquido cefalorraquídeo que lo rodea actúa como amortiguador de los golpes cuando caminamos, cambiamos de dirección o caemos, inclusive. Sin embargo, un golpe de gran fuerza, como el súbito chocar con parte del armazón de un auto, puede devastar al cerebro.
David Viano, principal investigador en el Departamento de Ciencias Biomédicas de los Laboratorios de Investigación de la General Motors, describe los primeros milisegundos del impacto con un poste telefónico a 70 k.p.h., en el cual la víctima no está usando el cinturón de seguridad que sujeta desde el hombro hasta la cintura:"Cuando el auto choca con el poste, se detiene bruscamente y luego rebota un poco. Entretanto, el conductor sigue desplazándose hacia adelante, pues su velocidad se incrementa con respecto a la del auto. Se estrella en el armazón a 40 o 50 k.p.h. En ese instante decisivo el cerebro, que pesa 1.3 kg., tiene una fuerza de inercia de más de 205 kg., lo cual explica las terribles lesiones a las que está sujeto. Como existe un espacio ocupado por líquido entre el cerebro y la bóveda craneana, el cerebro puede moverse realmente con el impacto en relación con el cráneo... y este movimiento relativo es una de las principales causas de las lesiones cerebrales".Frecuentemente, cuando el encéfalo se desliza hacia adelante, choca con la parte frontal del cráneo, y luego rebota hacia atrás; el lóbulo frontal —que interviene de manera decisiva en el juicio, el dominio de sí mismo y la personalidad— resulta golpeado o lacerado. Al seguir desplazándose la masa encefálica, pueden originarse pequeñas hemorragias, y las neuronas pueden desprenderse unas de otras.Por otra parte, las venas que forman puentes en la superficie del cerebro llegan a estirarse y a romperse, incluso. Cuando estos vasos sanguíneos se desgarran, descargan sangre en el área libre entre el duro cráneo y el blando cerebro, bajo la membrana llamada duramadre. Un hematoma subdural de estos, que es un gran coágulo de sangre, puede matar a la víctima en unos cuantos minutos.Phil es un esbelto joven afectado de una quejumbrosa ronquera que llama la atención. Está interpretando sus propias canciones, y también recita poemas con acompañamiento musical en la Fundación Devereux de Santa Bárbara, California. Entre el público se encuentran varios adultos jóvenes que, como Phil, están recuperándose de las lesiones cerebrales sufridas en accidentes automovilísticos relacionados con el consumo excesivo de alcohol o de drogas. "La soledad me rodea por completo", canta Phil. "¡Ojalá pudiera atravesar el muro que he levantado!"
Phil estuvo a las puertas de la muerte a causa de sus lesiones cerebrales, luego de que su plateado automóvil deportivo dio tres vuelcos y quedó "aplastado como un acordeón", según comenta Phil, a fines de noviembre de 1983, en un camino rural cercano a su casa en North Andover, Massachusetts.Recuerda haber despertado en una cama de hospital, el 25 de diciembre, "forcejeando y gritando". No podía hablar, y se sentía tan deprimido que llegó a pensar en suicidarse... antes de comprender que no tenía ninguna posibilidad de actuar impulsado por tal idea, pues estaba parcialmente paralizado. Tras permanecer en tres hospitales diferentes, y luego de casi dos años y medio de tratamientos intensivos en la Devereux, recuperó gran parte del funcionamiento corporal, y una vida más plena y significativa. Sin embargo, su memoria sigue dispersa, con muchas lagunas.Phil puede recordar el esfuerzo que hizo recientemente para obtener el certificado de estudios de secundaria, pero se le han perdido los años que pasó realmente en la escuela secundaria. En vez de los viejos amigos, que ya han seguido diversas sendas, su mundo está integrado principalmente por otras víctimas de lesiones cerebrales que, como él, luchan por recobrar la dignidad y la independencia.Para un joven que tenía tanto, dice Phil, es muy arduo pasar por lo que él ha sufrido: "Volver a usar pañales y vivir en una silla de ruedas, y luchar por llegar adonde estoy ahora... Y también es difícil para mis padres. Necesito que otras personas me trasporten de un lado a otro. Me gustaría ser más independiente. Yo salía con algunas muchachas, pero ahora no puedo pedirles: ¡Eh, vengan por mí! No me parece correcto". La letra de una de sus canciones resume su sentimiento de pérdida: "Ya no busco la libertad..."Cuando recibe ocasionalmente noticias de sus ex condiscípulos, se entera de que hacen lo mismo de siempre —se embriagan y viven como de costumbre—, con la fría indiferencia de los que creen que lo malo les ocurre a los demás, pero nunca a uno mismo.El alcohol, que interfiere en el buen juicio y en la coordinación, está reconocido como causa de muchos accidentes catastróficos. Sin embargo, se obtienen cada día más pruebas de que provoca algo más: un importante descubrimiento demuestra que el conductor ebrio corre un riesgo mayor de sufrir lesiones graves que el automovilista sobrio. Extensos estudios de más de un millón de accidentes automovilísticos ocurridos en Estados Unidos, que llevó a cabo Patricia Waller en el Centro de Investigaciones para la Seguridad en las Autopistas, en la Universidad de Carolina del Norte, sugieren que el alcohol reduce la resistencia del cuerpo a las lesiones por choques.
La señorita Waller opina que los efectos del alcohol en el sistema nervioso, incluidos el cerebro y la médula espinal, hacen al conductor o pasajero ebrio mucho más vulnerable a la muerte súbita. Además, esos estudios han puesto en claro que las lesiones cerebrales empeoran por la presencia del alcohol, que aumenta la inflamación cerebral."En un accidente, cualquiera que sea la velocidad, la persona ebria tiene más probabilidades que un individuo sobrio de sufrir lesiones graves o morir", advierte Patricia Waller. "Es absolutamente falsa la creencia popular de que, al estar ebria, la persona se encuentra más relajada y resulta menos probable que se lesione".En la sede de la Fundación Devereux, en Filadelfia, continúa la terapia de James. Conley le muestra la fotografía de dos muchachos sentados en un muelle, y le pide que invente una historia acerca de ellos. También esta narración surge con titubeos. A cada pausa, Conley vuelve una pequeña tarjeta, que contiene una palabra "conectadora", como "entonces" o "con", que auxilia a James a proseguir el relato.
"Cada uno de nosotros cuenta en el cerebro con un formidable sistema de apoyo automático para el pensamiento verbal, el cual suministra silenciosamente la frase deseada, una buena transición o un comentario inteligente o rápido", señala Conley. "Nada de esto reclama la aplicación deliberada de nuestra mente". James ha perdido esta facultad. "Además, usted y yo tenemos un ritmo característico en nuestro lenguaje hablado", advierte Conley. "Yo lo llamo la melodía". También eso lo ha perdido James."Cuando se sufre una grave lesión cerebral, todo se dificulta muchísimo", continúa Conley. "Los pensamientos tardan mucho más en estructurarse y completarse. Y ello puede resultar bastante agotador". Tal vez James siga mejorando durante algún tiempo, añade Conley, "pero la curva de la recuperación tiende a estabilizarse después de los primeros tres años".James tiene un mensaje que anhela comunicar. Con gran esfuerzo, estructura cuidadosamente una advertencia. "No conduzca en estado de ebriedad", dice, con expresión de angustia. No tiene la certeza de que todas las partes de la oración estén en el orden correcto. Joseph Conley asiente para aprobarlo, y James sonríe, satisfecho.