EL ESPÍRITU INDOMABLE DE GABY BRIMMER
Publicado en
julio 17, 2011
Gaby en compañía de Florencia.La parálisis cerebral inutilizó su cuerpo, y la dejó incapacitada incluso para comunicarse. Mas, con determinación y fortaleza admirables, logró salir de esa prisión y abrazar la vida.
Por Jacqueline MosioEn medio del bullicio y la confusión que reinan en un foro cinematográfico, en Cuerna-vaca, México, una mujer menuda, de pelo castaño, está sentada en su silla de ruedas. Se le acercan el cineasta mexicano Luis Mandoki, la actriz noruega Liv Ullmann y la actriz argentina Norma Aleandro. "Gaby, queremos que apruebes un cambio que hicimos en la escena de los funerales de tu padre", dice Mandoki.
La mujer de la silla de ruedas sonríe de oreja a oreja. Después de escuchar, señala con el pie izquierdo algunas letras en un tablero donde aparece el alfabeto, y deletrea lo siguiente: "Me gusta. Más impacto". Gabriela Raquel Brimmer, víctima de parálisis cerebral desde que nació, participa en el rodaje de una película basada en su vida.No puede hablar, andar, ni valerse de las manos. Desde pequeña ha visto que su energía, sus emociones e inteligencia se han estrellado contra la barrera infranqueable de un sistema nervioso central dañado irreparablemente. No obstante, con determinación y fortaleza ha logrado abrirse paso hacia el mundo. Su espíritu la ha llevado a superar muchas limitaciones de su cuerpo.Desde mucho antes del nacimiento de Gaby, la familia Brimmer se había enfrentado al infortunio. Poco después de que Michael Brimmer conociera a Sara Dlugacz, una joven vivaz, y se casara con ella en su nativa Austria, estalló la Segunda Guerra Mundial. Por la conflagración y por la persecución de los judíos tuvieron que emigrar. Los Brimmer se instalaron primero en Chile; después, en 1945, se dirigieron a la Ciudad de México, donde nació su hijo Henry David. Miguel, como llamaban entonces al padre, se volvió copropietario de una fábrica de suéteres, y Sara participaba con entusiasmo en las actividades culturales y sociales.Al nacer Gaby, el 12 de septiembre de 1947, la pareja se sintió feliz. El parto había sido normal. Pero un día, mientras Sara todavía estaba en la maternidad, una enfermera acudió corriendo a decirle que algo malo le pasaba a su pequeña. La madre salió del cuarto, corrió hasta la sala de cunas, y encontró a la nenita, que una hora antes había dejado durmiendo tranquilamente, presa de violentos espasmos. Los médicos le diagnosticaron parálisis cerebral grave.De regreso en casa, Sara colocó a Gaby sobre una cama. La observó y pensó que parecía normal, salvo que no se movía. Pero, con los años y el crecimiento, fueron manifestándose en la criatura los síntomas que la caracterizarían la mayor parte de su vida: agitaba los brazos por encima de la cabeza, no podía enfocar bien los ojos y sacudía las piernas y la cabeza sin poder controlar los movimientos.Sin exteriorizar su dolor, Miguel aceptaba y amaba a su hija tal como era. Sara, por su parte, emprendió la lucha del resto de su existencia para ayudar a su hija: empezó a recorrer México y Estados Unidos en busca de centros de tratamiento, escuelas y fisioterapeutas especializados. En mayo de 1948 hizo con Gaby el primero de una serie de viajes a San Francisco. Allí, los médicos descubrieron que, a pesar de la grave invalidez física de la pequeña, su inteligencia era normal.De regreso en México, Sara abrió una tienda de artículos de cuero, y contrató a una enfermera para que atendiera a Gaby. Aquella mujer hacía lo que podía, pero tenía muchos problemas para entender los deseos y necesidades de la niña.Luego, cuando Gaby tenía 16 meses de nacida, Florencia Morales Sánchez, una apacible y reservada mujer de ascendencia indígena, llegó a trabajar de sirvienta al hogar de los Brimmer. En medio de sus quehaceres, Florencia notó que, como cualquiera otra criatura, Gaby se ponía contenta cuando comía, reía cuando se sentía bien y, en caso contrario, lloraba. En los días libres de la enfermera, Florencia cuidaba a Gaby y jugaba con ella en el jardín, con una gran pelota de hule. Sostenida con bolsas de arena, la niña impulsaba la bola con desordenados movimientos de piernas y brazos. Un día, sin embargo, el aya advirtió que, cuando el juguete llegaba al alcance de su pie izquierdo, la chiquilla lo pateaba con movimiento tembloroso, pero controlado. Aquello constituyó un importante descubrimiento.Poco a poco fue desarrollándose una compenetración profunda entre Florencia, que no tenía hijos, y la niñita rubia de ojos color de miel. Despidieron a la enfermera. Florencia alimentaba, bañaba y vestía a la frágil y totalmente dependiente criatura, a cuyos ojos asomaba un cariño que fue la recompensa de la compañera que tanto ánimo le infundía. El aya llegó a ser la persona que mejor entendía el "habla" confusa de la niña.Pasaron los años, y la familia se esforzó en liberar la inteligencia de Gaby. Betty, la hermana de Sara, y su esposo, Otto Modley, se hacían cargo de la niña en San Francisco durante largas temporadas. Le enseñaron a leer cuando tenía seis años, y procuraban estimular su curiosidad llevándola de paseo.Sara se concentró en dos metas: que su hija aprendiera a andar y a comer sin ayuda. Creyó encontrar una esperanza en un centro de tratamiento para casos de parálisis cerebral ubicado en Baltimore, Maryland, el cual contaba con los más avanzados medios. Allí, se sujetaba a la niña de siete años a aparatos metálicos que servían para ejercitarle las extremidades, y le salpicaban los inertes músculos con agua helada. Tres meses de fisioterapia agotadora demostraron que la pequeña jamás se serviría de los brazos ni de las manos.Comunicándose con el tablero del alfabeto.Tras su estancia en aquel centro de Baltimore, Gaby visitó a su tía Betty otra vez. Sabiendo que la niña podía controlar el pie izquierdo, su tío Otto la sentó ante una máquina de escribir eléctrica. Gaby se quedó inmóvil unos momentos, hasta que levantó el pie cautelosamente y oprimió una tecla con el dedo gordo. Una letra se imprimió en el papel, y luego otra, y otra... Al cabo de varios meses de práctica diaria, ya de regreso en México, la chiquilla por fin escribió su primera palabra: "Mamá".El éxito con la máquina de escribir abrió la posibilidad de una escuela de educación especial. Florencia acompañaba a Gaby. Animada por Miguel, quien le leía poemas y discutía la situación mundial en su presencia a la hora de la comida, y respaldada también por Sara, que no soportaba la idea de que su hija llevara una vida inútil, Gaby, entonces de nueve años, dirigió su energía hacia el estudio.Pero ni la educación podía ocultar la realidad de su invalidez. Una tarde, Sara llegó a casa y empezó a describir a su hija la nueva mercancía de la tienda. Gaby trató de hacer una pregunta. Lo intentó lo mejor que pudo, forzando sus renuentes labios a formar palabras, pero no logró emitir más que incomprensibles ruidos guturales. "¡Gaby, no te entiendo!", exclamó Sara, y la estrechó en sus brazos.Sara Brimmer juró en ese momento no descansar hasta encontrar la manera de que Gaby se comunicara más fácilmente. Se le ocurrió colocar al pie de la silla de ruedas un tablero con el alfabeto impreso en grandes letras. La niña aprendió rápidamente a "hablar" deletreando palabras con el dedo gordo del pie izquierdo. Pronto el tablero se convirtió en un aditamento de la silla.Después de terminar el sexto año de primaria en la escuela de educación especial, Gaby siguió estudiando en una escuela experimental administrada por padres de familia, y más adelante en una academia particular. Pero estos estudios no eran válidos para obtener un diploma oficial de enseñanza secundaria. Por eso, una noche, antes de acostarse, Gaby deletreó para que su madre leyera: "Quiero ir a una escuela oficial".Sara quería proteger a Gaby del rechazo y de las desilusiones. Pero vio en sus ojos un ardiente deseo de participar plenamente en la vida, cuando le decía por medio del tablero: "Madre, te pido el favor, vete a la calle, toca las puertas, una tendrá que abrirse".Acuciada por su hija, Sara se entrevistó con docenas de funcionarios de la Secretaría de Educación Pública, pero ellos objetaron la instrucción irregular que había recibido la jovencita y pensaron que su condición física era un impedimento para asistir a clases. Por fin, permitieron que se le aplicaran exámenes, y el inspector-examinador, impresionado ante sus conocimientos y su capacidad para expresarse, recomendó que se le admitiera en una escuela oficial.Desde que la Escuela Secundaria Número 68 abrió sus puertas, en febrero de 1965, Florencia llevó a Gaby a cada clase empujando la silla de ruedas. La chica ya tenía 17 años. Dos años después terminó sus estudios de secundaria con tan buenas calificaciones, que el director la felicitó en su discurso de la ceremonia de graduación.Gaby sabía cuán afortunada era al tener una familia que tanto la apoyaba. Su madre trataba de darle una vida lo más normal posible, y constantemente la alentaba a que intentara nuevas cosas. La joven escribía ensayos sobre "su jefa", como llamaba a Sara, en los cuales exploraba los vericuetos de la relación tan compleja que sostenía con ella, dadas las circunstancias.Su padre, con su predilección por la filosofía, procuraba siempre cultivarle la mente y el espíritu. Uná vez, cuando estaban de vacaciones en Acapulco, la llevó a Pie de la Cuesta para que viera la puesta del Sol. La sentó cómodamente en una silla de playa y fue a dar una caminata. Al mirar el Sol convertirse en una bola de fuego, y caer hacia el mar, Gaby se sintió conmovidísima, y los ojos se le llenaron de lágrimas.Cuando Miguel regresó y la vio llorando, la llevó inmediatamente al hotel, pues creyó que estaba triste. Más tarde, ella le explicó: "Papá, ¿no entendiste que en aquel momento realmente estaba en comunión con el Creador y me sentía muy unida a todos los hombres, a las plantas marinas y terrestres, a todos los animales y sobre todo a ti que me llevaste con verdadero amor a ese lugar?"Miguel Brimmer murió de un ataque cardiaco cuando Gaby tenía 19 años. Aunque le afectó profundamente, Gaby no suspendió su arduo programa de estudio y escritura. Se estaba demostrando a sí misma que la invalidez no sería un obstáculo para disfrutar de lo que la vida podía ofrecerle.Muy frecuentemente, desahogaba sus sentimientos en forma de poesía, y expresaba así su amor y sus temores, su dolor y su soledad. También sostenía conversaciones con Margot, una amiga imaginaría. Margot, nadie habló conmigo hoy en la escuela. ¿por qué no les importa?Ansiaba intercambiar ideas y confidencias con amigos de su edad, y sentir que los muchachos la encontraban interesante y atractiva como mujer. Las buenas calificaciones no compensan la soledad, Margot. Necesito un novio con quien hablar.Pero el amor y el romanticismo no faltaron en la vida de Gaby. Su primer idilio lo tuvo con Fernando, un compañero víctima de parálisis cerebral y alumno de la escuela especial. Conoció también el amor no correspondido, y sostuvo una relación de cinco años que le dejó profunda huella. Cuando tenía 27 años y estaba pasando por una época de depresión, conoció a un hombre que la ayudó a recuperar la esperanza y la visión optimista de la vida. Fueron juntos a conciertos, al teatro, a museos y restaurantes. Por medio del tablero se enfrascaban en discusiones sobre la sociedad, la vida y Dios. Él comprendía que, a pesar de su invalidez, Gaby era una mujer. "Y nada es más bello que sentirse mujer", recuerda ella. Finalmente, se separaron.Su naturaleza femenina hacía a Gaby desear un hijo para criarlo y amarlo. Desde su adolescencia había soñado con adoptar un niño; alguien con quien compartir lecturas y conocimientos, como su padre lo había hecho con ella. Ese sueño se hizo realidad el 7 de mayo de 1977, cuando a la edad de 29 años Gaby estaba estudiando periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México.Aquel día sonó el teléfono para trasmitir la noticia de que había una nenita a la que se podía adoptar. Sara, Florencia y Gaby fueron en auto a recogerla; la criatura tenía apenas seis horas de nacida. Gaby la llamó Alma Florencia Brimmer. Las tres mujeres compartieron la alegría de ver a Alma crecer, dar sus primeros pasos y pronunciar sus primeras palabras. A los tres años, la niña empezó a leer el tablero de su madre.Gaby siguió leyendo y escribiendo en casa. Al ver que se acumulaban las composiciones literarias de su hija, Sara consideró que alguien debía trabajar con ella para preparar su posible publicación. Se puso en contacto con la periodista mexicana Elena Poniatowska, quien escribió una serie de artículos sobre la vida y la poesía de Gaby Brimmer. También la ayudó a escribir su autobiografía, la cual se publicó en 1979.En diciembre de ese año entrevistaron a Gaby en un noticiario matutino de televisión. Luis Mandoki vio el programa, y quedó tan conmovido que fue a verla con la idea de hacer una película sobre su vida. Cuando ella aceptó, quedó establecida una relación caracterizada por el trabajo intenso, con miras a producir material para el guión de la película.—Gaby, ya tengo los hechos de tu vida —insistía Luis, que se reunía con ella varias veces por semana—. Lo que necesito ahora son tus sentimientos, tus emociones.—Duele demasiado —deletreó Gaby.—Tienes que hacerlo. Hay que profundizar mucho. Revisa tus recuerdos y los sentimientos que los envuelven.—¡Lárgate, Luis! ¡Te odio!Un año de investigación, entrevistas con la familia y amigos, más los recuerdos de Gaby, dieron como resultado un volumen de 300 páginas que ella escribió sola. Pero no sería sino cinco años y medio después cuando el guión de Martín Salinas y Michael James Love obtendría la aprobación y se conseguiría el financiamiento necesario para hacer la película. A fines de septiembre de 1986 se inició la filmación, con un elenco internacional, reunido por el director de 32 años. Un año después, Gaby, una historia verdadera era aclamada en el Festival Cinematográfico de Toronto, y en Nueva York y Los Angeles.La noche del 7 de noviembre de 1987, dignatarios y luminarias llenan las calles de Acapulco en ocasión de la XII Reseña Mundial de Cine. Las luces acaban de encenderse después de la función, y el público, de pie, llama al director y a Gaby. Tardan unos minutos en subir a la mujer de la silla de ruedas al escenario. Florencia está junto a ella, y Alma, de diez años, ve a su madre desde su butaca, entre el público.
A Gaby la embargan alternativamente la timidez, la euforia y la gratitud. Piensa en su padre, y también en su madre, que murió en 1982. Recuerda a los amigos que la apoyaron. Luis se arrodilla a su lado y la abraza. "¡Lo hicimos, Gaby!", le dice. "¡Tú lo hiciste!" Como los "bravos" continúan, Gaby no cabe en sí de alegría, y hace lo único que puede: levanta y agita el pie izquierdo, y así saluda a la multitud.