MARIO MONTEFORTE, UN BON VIVANT EN LAS LETRAS
Publicado en
abril 23, 2011

Mario Monteforte Toledo (Guatemala, 1911) acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura Miguel Angel Asturias 1992. Abogado, sociólogo, crítico de arte, narrador, dramaturgo, autor de más de treinta obras publicadas, intelectual en el más comprometido de los sentidos, Mario Monteforte residió en el Ecuador por algunos años.
Por Gladys Jaramillo Buendia―Mario, después de más de treinta años de exilio, tu país te recibe con el Premio Miguel Angel Asturias. ¿Qué significa esto para tí?
―A mis años, cualquier premio es un obituario. ¿Por qué no me lo dieron cuando tenía veinte o veinticinco años? Necesitaba que me tendieran una mano. Nuestras juventudes fueron muy desamparadas; nadie nos ayudaba; había una especie de desprecio contra la juventud, que se originaba en la defensa de los empleos y en el estado económico. Para nosotros fue muy difícil subir. Realmente a mí me lo debían haber dado de joven, al punto de que ahora el dinero que me dieron lo he destinado a la primera novela de un escritor.―Tu último libro, Palabras del retorno, ha sido calificado como "un ensayo completo de la historia sociopolítica de Guatemala en las últimas cuatro décadas". ¿Cómo encuentras el presente y como ves el futuro de Guatemala?―Este libro refleja una experiencia de testigo, no de protagonista. Regresé en el 87 pero no participé en el gobierno; mucho, sí, en la vida cultural del país. Me fui de nuevo en el 89, pero en esos dos años escribí, dicté conferencias, me hicieron entrevistas, y de todo ese material extraje lo que está en este libro. Lo que veo ahora en Guatemala no es un gran cambio, porque aquí nada cambia. Este es uno de los pocos países del mundo que no puede ser peor de lo que es; difícilmente podrá ser mejor, pero alguna posibilidad hay. Sobreviven muchas rutinas, sistemas de poder, abusos. Todavía los militares son el poder superior, no solo por el veto que ponen a las disposiciones del Gobierno, sino por la línea de conducta y la continua amenaza que hay sobre el pensamiento libre. Entonces, creo que Palabras del retorno es un libro útil, porque quien está dentro de un problema tan complejo, tan doloroso como el de Guatemala, no tiene una visión de conjunto igual a quien viene de afuera y observa globalmente.―A propósito del Premio Nobel de la Paz para Rigoberta Menchú, el periodista cubano Carlos Alberto Montaner dice que "todo lo que Menchú pueda hacer para mejorar las condiciones de los mayas acelera el fin de esa cultura. En Guatemala educar significa europeizar". ¿Qué opinas de ese enfoque?―Me parece totalmente equivocado, como muchas de las cosas del señor Montaner. No forzosamente la educación de los indios tiene que ser europeizarlos, por el contrario; yo elaboré junto con un indio un proyecto de educación para los indígenas, que por cierto le di a César Verduga cuando era Ministro en el Ecuador. Era un intento de poner la educación en manos de los indios. Además, ellos aquí no necesitan que los eduquen pues poseen una cultura oral que tiene cuatro siglos, a la que han sabido defender; tienen su religión, sus lenguas, su poesía, su música, sus danzas; son culturas vivas, varias, porque a diferencia del Ecuador, los indios de Guatemala son una pluralidad enorme. Este es un país mucho más complejo desde el punto de vista étnico que el Perú o el Ecuador.―La presencia de Rigoberta Menchú no se debe al premio; tiene veinte años de estar luchando y se la conoce por todas partes; es, de cierta manera, un símbolo de la presencia del indio en América. Esta muchacha podría ser peruana, boliviana o ecuatoriana. Su idioma es el idioma de los de abajo, de los ofendidos, de las grandes culturas discriminadas y es, creo, un poco en nombre de ellos que se expresa. De allí su inmenso poder, su presencia, su peso moral en este momento. El Premio Nobel solo añade a lo que ella había hecho, una beligerancia notable, que creo que ha dejado una huella. Ahora tendrá más legitimidad su posición; es menos vulnerable que antes; costará mucho pegarle un tiro, ¿no? Es decir, ya su peso es distinto; es un personaje de dimensión, ya no la pobre india que andaba de exilio en exilio predicando su credo. Lo de ella ha sido la más grande derrota que ha sufrido la derecha en toda su historia, porque no sólo es una de abajo, sino que es mujer e india, y en Guatemala existe una discriminación racial poderosa; aquí "indio" es una injuria. Porque, además, ya quisiera una chica de clase alta, educada en las escuelas ricas de este país, tener la ilustración, la información que tiene esta mujer. Entonces, para los de arriba es toda una injuria verla pasearse en el mundo.―Háblanos de la reunión de intelectuales latinoamericanos que se realizará en Guatemala en abril, y en la que tú participarás. (Esta entrevista se realizó en marzo del 93)―La idea general es que se debe postular un cambio profundo en la organización, las culturas y la vida económica y política de los países latinoamericanos, con base en sus propias raíces. Y esto no es demagogia nacionalista; creo que aquí hay fuerzas antiguas y nuevas, capaces de crear una nueva manera de vivir. ¿Por qué estamos pisando las mismas huellas que nos vienen de Occidente? Y me estoy refiriendo o al socialismo, tras fracasar en una de sus formas, o al capitalismo, que está en absoluta decadencia. ¿Por qué seguir el rumbo que lleva a uno u otro de estos sistemas, cuando el socialismo está en plena evolución y, probablemente, el capitalismo tampoco va a parar en su desastre?―Pienso que son los intelectuales los llamados a producir las ideas. Le tengo desconfianza a la cultura oficial; es castrante, comprometida, cobarde. Esta otra es una cultura independiente y libre. Entonces pienso que es allí donde hay que encontrar las nuevas ideas: en una reunión de escritores, de gente de universidad, de gente pensante, no comprometida por alianzas gubernamentales. Será de gran beneficio para estos países, porque habrá gente que venga a hablar con una voz fresca, a lanzar ideas de qué piensan, qué puede y cuál debe ser el futuro latinoamericano. Esto no significa que vengan a poner remedios. Esta no es hora de remedios, en el mundo nadie está aventurando muchas respuestas ahora. Este es un momento de preguntas: hay demasiadas dudas pendientes, no se sabe a dónde vamos. Me parece que hay que escuchar, y para ello está la reunión de abril, convocada por la UNESCO. Pienso que esta reunión pondrá sobre la mesa un montón de ideas, que posteriormente serán organizadas y servirán de base para la reunión cumbre que vendrá poco después. Será un material nuevo que podrá ser aprovechado, aglomerándolo, criticándolo, organizándolo en torno a varias comisiones que verificarán los distintos aspectos que ahí se van a tratar.―Como escritor, tus últimas obras tienen que ver con la sociología, la crítica de arte y la literatura. ¿Qué escribes ahora?―Escribo una obra de teatro sobre la burocracia, que creo que es uno de los males más amargos de nuestra época. El riesgo es el exceso de material, pero justamente el esfuerzo que estoy haciendo es organizado dialécticamente para convertirlo en una buena pieza de teatro. Es muy ambiciosa y espero que circule; pensamos en un escenario de módulos para poder ajustamos al teatro de diferentes dimensiones.―Por otro lado, estoy terminando ya las últimas páginas de un libro sobre una gran figura de la plástica mexicana, el pintor Leonel Maciel. Hay mucho que decir de él como un tronco intensamente mestizo del chino, del negro, del indio de la costa mexicana; estoy incursionando en la sociología de su trabajo.―Y ¿cuáles son tus libros en prensa en estos momentos?―Un libro de cuentos que se llama La Isla de las Navajas, que saldrá este año con el Fondo de Cultura Económica. El título está basado en la experiencia de Efraín Jara, un hermano mío, con su famoso sueño de la vuelta a la Isla Floreana. Pero también tiene mucho inventado. Luego está un libro de entrevistas larguísimas que hicimos con Mathías Goeritz, uno de los grandes personajes de la plástica en estos momentos. Años de grabar dichas conversaciones me llevaron a este libro que sale dentro de unas semanas en Siglo XXI, en México. Luego está la última novela que escribí, gran parte de la cual la trabajé en el Ecuador. Se llama Unas vísperas muy largas y la tesis es que el hombre ve pasar la vida del amor a la muerte, sin detenerse en la vejez, que es la cosa más asquerosa; hay que oponerse a ser viejo. Se da el amor entre un hombre de edad y una muchacha muy joven; es bastante autobiográfico, suficientemente erótico, un libro alegre; saldrá en Monteávila, de Caracas.―Y quizá lo mejor que me esté pasando ya a la vejez, es el tomo que me está haciendo Ayacucho; esos inmensos tomos monográficos que hacen ellos. Incluye dos novelas, seis cuentos y dos largos estudios sobre mi trabajo. También sale este año; de modo que si todo esto sale ahora, será uno de los años más prolíficos de mi vida, ¿no?―¿Otros proyectos?―En primer lugar comer, y luego pagar mis gustos que son muy caros y a los cuales no estoy dispuesto a renunciar. Soy investigador titular de la Universidad de México, y he venido a hacer un estudio sobre el barroco del Estado de Chiapas, fronterizo entre México y Guatemala. Será una comparación entre el barroco de los dos países. Es un proyecto que podríamos llamar alimenticio; y los otros, que ya te conté y que no producen dinero. Probablemente me darán muchos abrazos que no nutren pero alegran.―Tengo pensada otra pieza de teatro que me está molestando desde hace años: poseo un inmenso material sobre lá vida de Henry Kissinger, que para mí es uno de los más grandes canallas de la historia contemporánea, pero un tipo muy rico, un gran tema. Pienso que los hombres malévolos, los personajes malos, son los mejores que hay para la literatura, no los buenos; es interesante Caín, no el pobre de Abel, que muere como una oveja. Kissinger es el último gran ministro de un imperio, del último imperio moderno, y por eso me interesa mucho; parte de su vida la tengo registrada y parte se la voy inventando.―Como intelectual, ¿en qué actividad te sientes más a gusto?―La sociología me da de comer, y por eso le tengo un enorme agradecimiento; pero para mí es trabajo porque necesito conseguir lo necesario para obtener lo que quiero y no porque me interese vivencialmente. A mí me quintuplican el sueldo y no me tientan porque no acepto si ello significa trabajo. Pero la sociología me parece una gran herramienta para el entendimiento de algunos fenómenos humanos, a los cuales habría que llegar por vías mucho más largas y menos profesionales. En cambio, es en la literatura donde ejerzo lo que para mí es el valor fundamental de esta vida: la libertad. Debido a que no como de los libros, puedo decir en ellos lo que me da la gana. Es decir, los escritores de estos países no estamos enajenados porque no vivimos de eso; en los países grandes se escribe lo que se vende; aquí ninguna editorial te exigiría que escribieras nada; de repente te publican porque sí, pero no porque te enajenen determinadas cosas; o sea, somos muy libres en realidad los escritores. Entonces, es allí donde yo ejerzo mi lbertad, en la literatura: en la novela, por unas razones; en el cuento, por otras; en el teatro, por otras. No son herramientas intercambiables.―¿Has escrito poesía alguna vez?―Cómo no, cuando me enamoré de joven hice unas poesías abominables, de las cuales me arrepiento naturalmente. El primer libro que hice se llamaba Barro; hice 500 ejemplares, en el año 30; tenía menos de veinte años y así ha de haber sido de malo. Tengo dos o tres cosas rescatables que figuraron inclusive en una antología de la poesía nacional. He hecho bastante poesía después, a manera de ejercicio; ella me obliga a buscar las palabras y a decir mucho menos de lo que digo én la prosa. Soy un gran lector de poesía; mis dos ocupaciones formales son oír música y leer poesía.―Además de ser un intelectual a tiempo completo y un gran viajero, también eres experto jinete, catador de vinos, gourmet, conversador ameno e infatigable, tocas guitarra y cuatro y te sabes miles de canciones. ¿Cuántas horas tiene el día para ti?―Tiene un minuto, exactamente. En ese minuto es cuando yo tengo que vivir todo; o sea que mi vida es una sucesión de minutos vividos.―¿Y los tres años que viviste en el Ecuador, qué significación tuvieron?―Mi estadía en el Ecuador fue decisiva en mi vida; yo quiero mucho a esa tierra; tengo algunos agravios que procuro olvidar, pero en el fondo sólo tengo agradecimiento para los pocos amigos que hice allá, amigos del alma. Eso, aparte de que mi hija menor, que tiene quince años, es ecuatoriana como las frutas de Guayllabamba, como el mote, y a mí me gusta eso. Ella me visita cada año y me divierte mucho, somos muy amigos. De manera que es un recuerdo de paisajes, de trabajo, de confrontación, de aprendizaje, de emociones, de pasiones; todo eso junto fue para mí el Ecuador.