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Los mejores jardines son espacios personalizados, separados visual y ambientalmente del entorno. En ellos se goza de las estaciones y la naturaleza, y se puede equilibrar el ánimo a solas o en compañía.
De entre todos los seres, humanos o no, el hombre urbano occidental es quien vive mas profundamente aislado de la naturaleza. En las ciudades los árboles han sido sustituidos por inmensos edificios: las manadas de animales, por rebaños de coches y los rios, si no han sido canalizados por el subsuelo, fluyen contaminados y estériles. Los pocos árboles que adornan las urbes, últimos vestigios de una naturaleza esquilmada, sobreviven como pueden, perdida ya su condición mágica y empequeñecida su majestuosidad frente a los rascacielos, modernas torres de Babel que auguran la decadencia de una civilización que ha olvidado la importancia del entorno. Los pájaros, casi ausentes de la ciudad, viven encerrados en jaulas y su canto ya no acompaña al hombre en la labor diaria.
En muchas culturas el jardín es una metáfora del paraíso, del lugar perfecto donde el hombre habitó mientras estaba tan integrado en la naturaleza como las plantas o los animales y al que volverá tras la muerte o cuando alcance la iluminación. En la tradición bíblica cristiana, Dios planto un hueno en Edén, al oriente, y puso alli al hombre que había creado para que lo labrase y lo guardase. Y allí fue feliz hasta que por ansiar el conocimiento el Creador lo expulsó. En otras creencias, el jardín es el premio tras la muerte para los hombres y mujeres justos. Para los antiguos griegos las almas de los hombres virtuosos y los héroes guerreros eran enviadas a los Campos Elíseos, donde descansaban dichosas entre paisajes verdes y bosques de mirtos y rosales atravesados por un rio cuyas aguas hacían olvidar todas las penas. El profeta Mahoma dejó dicho que Alá ha prometido a los creyentes y a las creyentes unos jardines en los que corren rios. En ellos vivirán eternamente: tendrán hermosas moradas en el jardín del Edén. Para el budismo, la naturaleza puede ayudar al hombre en la busqueda de la iluminación. El principe Sidharta Gautama, antes de convertirse en Buda, se sentó bajo un árbol en Bodgaya y recordó todas sus vidas anteriores, liberándose con el conocimiento de la cadena de reencarnaciones. El jardín zen japonés representa a escala el universo e invita a meditar en busca de vitalidad y serenidad. A través de la meditación el ser humano capta directamente la esencia de la realidad, sin filtrarla con su pensamiento. El jardín eleva los sentimientos espirituales del hombre. En palabras del autor rumano Mircea Eliade:
Las plantas son las responsables de que haya vida animal en la Tierra. Ellas destilan el oxígeno que los animales, seres humanos incluidos, necesitan para respirar. Además, la cadena alimentaria, que mantiene toda la vida animal del planeta, comienza con los herbívoros, que se alimentan de plantas. Toda la comida viene, de un modo u otro, de las plantas. Los vegetales son seres muy evolucionados, no en vano junto con las algas y algunas bacterias son las únicas formas de vida capaces de trasformar la materia inorgánica en materia orgánica de la que alimentarse. Ellas captan la energia solar de la que viven todos los seres del planeta.
Si las plantas reaccionan cuando son atacadas, es lógico pensar que probablemente también reaccionarán cuando son cuidadas. Las abuelas siempre dijeron que había que hablarles a las plantas y ahora se sabe que estas se habitúan a la voz de quien las cuida y logran mayor armonía con ella que con cualquier otra voz. Curiosamente, la voz femenina tiene mayor capacidad para ayudar a sanar a las plantas que la voz del hombre, menos melódica por lo general. La música, especialmente la clásica, también estimula el crecimiento de las plantas.
Un jardín bien diseñado debe proporcionar placer a los cinco sentidos. La vista disfruta con los colores, las luces y las sombras; el olfato se embriaga de los olores de las flores y las plantas aromáticas. El tacto goza con las distintas texturas que proporcionan la hierba, las piedras y los árboles. Para el oído, el rumor de las hojas movidas por el viento o el murmullo del agua que corre constituyen un bálsamo que aquieta el espíritu y el gusto se deleita con el sabor de los frutos.
Quien cuida un jardín se preocupa por los seres que lo habitan y su bienestar. Con el tiempo, el jardinero aumenta su sensibilidad e intuición, se eleva espiritualmente y acaso conecta con la energía de Gaia, el organismo que según se dice forma el conjunto del planeta Tierra. Las plantas se comunican pero no hablan, hay que aprender a leer su lenguaje de modo que una mirada sea suficiente para saber cómo se encuentran. Esta sabiduría no solo es aplicable a los árboles o los arbustos. La capacidad de leer el ánimo y la energía de los seres vivos será igualmente útil con las personas o los animales. El jardín debe ser un espacio sagrado, un lugar donde impera el respeto a la vida, a todas las cosas vivas.
Caminar descalzo, sintiendo el frescor de la hierba produce un efecto similar a un buen masaje de pies, libera los bloqueos energéticos y relaja los músculos de todo el cuerpo.