LA INVITACIÓN III (Jude Deveraux)
Publicado en
marzo 19, 2011
CAPITULO 1
Jackie estaba piloteando un avión, de modo que estaba feliz.
Mientras se remontaba hacia lo alto, recibiendo las brisas, entrecerraba los ojos frente al sol poniente, Jackie se desperezó y el avión también se desperezó. Jackie se movía y el avión se movía. Como si la estructura de la máquina fuera una segunda piel para ella, podía moverla tan fácilmente como movía su brazo o su pierna. Con una sonrisa, inclinó un ala hacia abajo para mirar el hermoso desierto de alta montaña de Colorado.
Al principio no creyó en lo que veía. Situado en el medio de la nada, a kilómetros de la ruta más próxima, había un auto. Pensando que el vehículo había sido abandonado, hizo girar al avión, inclinó las alas y accionó una palanca para retroceder y echar una segunda ojeada. El auto no se hallaba ahí el día anterior, de manera que tal vez adentro había alguien que necesitaba ayuda.
Bajó en picada hasta donde se atrevió, para que los árboles de piñones ―que rara vez tenían más de seis metros― no interfirieran en la altura que necesitaba para permanecer en vuelo. Al pasar por segunda vez, vio a un hombre que, parado a la sombra del auto, levantaba el brazo en un gesto de saludo. Sonriendo, Jackie dio la vuelta y condujo el avión de regreso a su base de salida. Era evidente que el hombre estaba bien; tan pronto como llegara a su pista de Eternity, ella llamaría al alguacil para que enviara ayuda al viajero varado.
Se reía entre dientes. Los viajeros a menudo quedaban varados en aquella zona. Miraban el chato paisaje a los costados de la ruta y decidían ver la naturaleza de más cerca. Pero no tenían en cuenta las espinas tan grandes como el meñique de un hombre y las rocas cuyas aristas no habían sido desgastadas por la pesada caída de lluvia anual.
Tal vez porque se reía y no estaba atenta a lo que hacía, no vio el pájaro, grande como un cordero, que voló directamente hacia su hélice. Dudaba de haber podido evitarlo, pero lo habría intentado. Tal como pasaron las cosas, todo ocurrió muy rápido. En un instante estaba volando a casa y, al siguiente, plumas y sangre cubrían sus gafas protectoras mientras el avión se iba hacia abajo.
Jackie era buena piloto, una de las mejores de los Estados Unidos. Tenía mucha experiencia, claro; había recibido su licencia a los dieciocho años de edad y ahora, a los treinta y ocho, era una veterana. Sin embargo, arreglárselas con ese pájaro le exigió toda su sabiduría y habilidad. Cuando el motor empezó a chisporrotear, supo que debería hacer un aterrizaje con hélice calada, es decir, sin fuerza motriz. Con rapidez se sacó las gafas protectoras y miró en todas direcciones con el objeto de encontrar un lugar donde bajar. Necesitaba un claro largo y ancho, un espacio libre de árboles y rocas que pudieran destrozar las alas del avión.
El viejo camino al pueblo fantasma de Eternity ofrecía la única posibilidad. No sabía qué cosas habrían crecido o rodado a través de él durante los muchos años en que había permanecido abandonado, pero no quedaba otra elección. En un abrir y cerrar de ojos, enderezó la trompa hacia la "pista" y comenzó el descenso. Una roca enorme bloqueaba el camino ―tal vez había rodado hasta allí durante el deshielo de primavera―,y Jackie rogó detener el avión antes de dar contra ella.
La suerte no la acompañaba, puesto que embistió la roca. Cuando el choque se produjo, oyó el crujido deprimente de la hélice al destruirse. Ya no siguió pensando. Su cabeza cayó hacia adelante y golpeó la palanca de mando. Jackie quedó inconsciente.
Lo que supo a continuación fue que la sostenían dos brazos masculinos muy fuertes que la sacaban del avión.
―¿Acaso eres mi caballero que me rescata? ―preguntó como entre sueños. Sentía que algo caliente le bajaba por la cara. Cuando levantó la mano para limpiarlo, creyó ver sangre, pero sus ojos no funcionaban correctamente y la luz del día se desvanecía con rapidez. ―¿Estoy malherida? ―preguntó, sabiendo que el hombre no le diría la verdad. Había visto aun par de mutilados en accidentes de avión y, mientras yacían agonizantes, todos les habían asegurado que al día siguiente estarían muy bien.
―No lo creo ―respondió el hombre―. Pienso que sólo te golpeaste la cabeza y te la rompiste un poco.
―Oh, bueno, entonces todo está en orden. Nadie tiene la cabeza más dura que la mía.
Él todavía la llevaba en brazos, pero su peso no parecía molestarlo en absoluto. Lo mejor que pudo, teniendo en cuenta lo mareada que se sentía, echó la cabeza hacía atrás para mirarlo. En medio de la luz menguante parecía alto, pero, recordó Jackie, ella acababa de romperse el cráneo en un accidente de avión y no podía confiar mucho en lo que veía. Nadie podía tener tanta suerte como para chocar en medio de kilómetros y kilómetros de nada y encontrar aun hombre buen mozo en plan de rescate.
―¿Quién eres? ―preguntó ella con voz apagada, porque de repente sentía mucho sueño.
―William Montgomery ―contestó él.
―¿Un Montgomery de Chandler?
Cuando él dijo que sí, Jackie se acurrucó contra su ancho pecho y suspiró contenta. Por lo menos no tendría que preocuparse acerca de las intenciones de aquel individuo. Si era un Montgomery, entonces era honorable y justo y nunca se aprovecharía de la situación; los Montgomery eran honestos y confiables durante las veinticuatro horas del día.
Una lástima, pensó Jackie.
Cuando se hallaban acierta distancia del avión, cerca del auto, que ella casi no distinguía debido a la poca luz, él la dejó cortésmente en el suelo. Le sostuvo la barbilla con la mano y la miró a los ojos.
―Quiero que te quedes aquí y me esperes. Traeré unas mantas del auto; luego encenderé fuego. Cuando no aparezcas en el campo de aterrizaje, ¿crees que saldrán a buscarte?
―No ―susurró Jackie. Le gustaba la voz del hombre, le gustaba el tono de autoridad que tenía. Él la hacía sentir como si fuese a hacerse cargo de todo, incluso de ella.
―Tenía planeado pasar la noche aquí afuera, de modo que tampoco a mí vendrán a buscarme ―dijo él―. Mientras yo no esté, quiero que permanezcas despierta, ¿me escuchas? Si tienes una contusión en la cabeza y te duermes, tal vez no vuelvas a despertarte. ¿Entendido?
Jackie hizo un gesto de asentimiento y lo observó mientras se alejaba. Un hombre muy apuesto, pensó mientras yacía en el suelo, y se durmió enseguida.
Pocos segundos después, él estaba sacudiéndola. ―¡Jackie! ¡Jacqueline! ―repitió varias veces hasta que ella abrió los ojos de mala gana y lo miró.
―¿Cómo sabes mi nombre? ―preguntó―. ¿Nos hemos visto antes? Conocí a tantos Montgomery que no puedo recordarlos a todos. ¿Dijiste que tu nombre es Bill?
―William ―replicó él con firmeza―. Y, sí, nos hemos visto antes, pero estoy seguro de que no lo recordarás. No fue un encuentro significativo.
―Encuentro significativo ―repitió Jackie al cerrar los ojos de nuevo, pero William la hizo sentar, le puso una manta alrededor de los hombros y le frotó las manos.
―Permanece despierta, Jackie ―dijo, y ella reconoció el tono de orden―. Quédate despierta y háblame. Cuéntame algo de Charley.
Ante la mención de su esposo, fallecido tiempo atrás ella dejó de sonreír .
―Charley murió hace dos años.
William trataba de recoger madera y vigilarla al mismo tiempo. La luz se iba rápidamente, y él apenas distinguía los pedazos de cholla y las trampas en la tierra. Había estado con el esposo de Jackie varias veces y le había caído muy bien: un hombre grande, robusto, de pelo gris, que se reía mucho, hablaba mucho, bebía mucho y podía pilotear cualquier cosa susceptible de ser piloteada.
Ahora, mirándola a ella, adormecida, sabía que debía darle calor, alimentarla y mantenerla despierta.
En ese momento ella se hallaba en estado de shock, y eso, combinado con la herida, podría impedirle que viera otro amanecer .
―¡Jackie! ―dijo en tono cortante―. ¿Cuál es la mentira más grande que dijiste en tu vida?
―Yo no miento ―afirmó ella.
―Claro que mientes. Todos mienten. No te pregunté si habías mentido o no; sólo quiero saber cuál fue tu mentira más grande.
Recogía la madera que encontraba mientras la interrogaba en voz bien alta; no podía dejarla dormir.
―Solía mentirle a mi madre acerca de dónde me encontraba.
―Puedes contestar algo mejor que eso.
Cuando Jackie habló, su voz era tan débil que él casi no la oyó.
―Le dije a Charley que lo quería.
―¿Y no lo querías?
William la alentaba a hablar mientras hacía una pila de madera a sus pies.
―Al principio, no. Era mayor que yo, tenía veintiún años más, y al principio yo lo consideraba un padre. Solía faltar ala escuela para pasar las tardes con él y los aviones. Me encantaron los aviones desde la primera vez que los vi.
―De modo que te casaste con Charley porque querías estar cerca de los aviones.
―Sí ―respondió ella, con la voz cargada de culpa. Se sentó bien derecha y se llevó la mano a la cabeza ensangrentada, pero William le apartó la mano y le levantó la cara hacia él mientras le limpiaba la sangre con un pañuelo.
Después de haberse asegurado de que el corte, en el costado de la cabeza, no era tan grande, la tranquilizó y siguió interrogándola.
―Continúa. ¿Cuándo te diste cuenta de que lo querías? ―No pensé en eso desde ningún punto de vista hasta cinco años después de nuestro casamiento. El avión de Charley se perdió en una tormenta de nieve y, cuando creí que tal vez no lo vería más, descubrí lo mucho que lo amaba.
Tras un instante de silencio, Jackie lo miró mientras él se inclinaba sobre la madera, tratando de inducirla a convertirse en fuego.
―¿Y tú? ―preguntó Jackie.
―Ni siquiera una vez le dije a Charley que lo quería ―bromeó William.
Jackie sonrió.
―No, ¿cuál es la mentira más grande que dijiste tú? ―Le dije a mi padre que no había sido yo quien había abollado el guardabarro del auto.
―Mmm... ―dijo Jackie, un poco más alerta――. No es una mentira tan horrible. ¿No puedes contar algo mejor?
―Le dije a mi madre que no había sido yo quien se había comido toda la tarta de frutilla. Le dije a mi hermano que mi hermana le había roto su honda. Le dije...
―Está bien, está bien ―lo interrumpió Jackie entre risas―. Te entiendo. Eres un mentiroso consumado. Muy bien, tengo una adivinanza para ti. ¿Qué es lo peor que una mujer le puede decir a un hombre?
William no dudó.
―"¿Qué modelo de vajilla de plata prefieres?"
Jackie sonrió. Ese hombre empezaba a gustarle, y su abrumadora soñolencia comenzaba a disminuir.
―¿Y qué es lo peor que un hombre le puede decir a una mujer? ―preguntó él.
Jackie contestó tan rápido como él.
―Cuando estás de compras y el hombre te dice: " ¿Qué es exactamente lo que buscas?"
Entre risas, él recorrió la poca distancia que había hasta el auto para abrir la puerta y sacar el equipo de campamento.
―¿Qué es lo más agradable que un hombre le puede decir a una mujer?
―"Te quiero". Es decir, si de veras lo siente así. Si no lo siente y lo dice, habría que azotarlo. ¿y tú? ¿Qué es lo más agradable para ti?
―"Sí" ―contestó él.
―¿"Sí" qué?
―"Sí" es lo mejor que una mujer le puede decir a un hombre ―Jackie se echó a reír .
―¿Ante cualquier pregunta? ¿No importa lo que le preguntes?
―Sería muy agradable oír un sí de labios de una mujer, al menos de vez en cuando.
―Oh, vamos. Con tu apariencia, ¿nunca oíste decir sí a una mujer a cualquier cosa que le hayas preguntado?
Con los brazos llenos de mantas y cantimploras y una canasta de comida, él le sonrió.
―Una o dos veces, no más.
―Está bien, es mi turno. ¿Qué es lo más bondadoso que tú hiciste por alguien sin contárselo a nadie?
―Supongo que agregarle un ala al hospital de Denver. Mandé el dinero en forma anónima.
―Oh, caramba ―se asombró ella, recordando lo ricos que eran los Montgomery.
―¿y tú?
Jackie se echó a reír.
―Charley y yo estábamos casados desde hacía diez años, y con Charley nunca te quedabas en un lugar el tiempo suficiente para aprender el nombre de los vecinos. Pero ese año habíamos alquilado una casita que tenía una cocina muy bonita, y yo decidí prepararle una maravillosa cena para el día de Acción de Gracias. No hablé de otra cosa durante dos semanas. Hice planes y compras; el día de Acción de Gracias me levanté a las cuatro de la mañana y preparé el pavo. Charley se fue al mediodía, pero prometió volver a las cinco, cuando todo estaría listo. Iba atraer a algunos de los otros pilotos del campo de aviación y todo resultaría una fiesta. Llegaron las cinco y Charley no apareció. Llegaron y se fueron las seis, luego las siete. A medianoche me quedé dormida, pero estaba tan enojada que pasé la noche hecha un nudo. A la mañana siguiente allí estaba Charley, roncando en el sofá, y allí estaba mi hermosa cena de Acción de Gracias en ruinas. ¿Sabes lo que hice?
―Me sorprende que Charley haya seguido vivo después de eso.
―No tendría que haberle permitido vivir, pero pensé que lo peor que podía hacer era que no comiese nada de mi cena. Guardé todo en bolsas de arpillera, fui al campo de aterrizaje, me llevé el avión de Charley y volé hacia las montañas; estábamos en Virginia occidental, de modo que eran las Smokies. Allí vi una vieja cabaña arruinada que casi colgaba de una ladera, con un miserable hilito de humo que salía de la chimenea. Hice caer las bolsas prácticamente frente al porche delantero. ―Levantó las rodillas hasta el mentón y suspiró. ―Hasta ahora, nunca se lo conté a nadie. Más tarde oí decir que la familia afirmaba que un ángel había hecho caer comida desde el paraíso.
Para ese entonces, él ya había conseguido encender el fuego y le sonrió por encima de las llamas.
―Me gusta esa historia. ¿Qué dijo Charley cuando se quedó sin pavo?
Ella se encogió de hombros.
―Charley estaba contento si tenía pavo y también si tenía habas. Cuando se trataba de comida, Charley prefería la cantidad, no la calidad. ―Levantó la vista hacia él. ―¿Qué es lo peor que te haya pasado?
William contestó sin pensar.
―Haber nacido rico.
Jackie emitió un prolongado silbido.
―Uno pensaría que eso es lo mejor que podría haberte pasado.
―Lo es. Es lo mejor y lo peor .
―Creo que puedo entenderlo.
Jackie continuaba pensando en eso cuando William echó agua de una cantimplora en un pañuelo y, sosteniéndole la barbilla con la mano, comenzó a limpiarle la herida del costado de la cabeza.
―¿Cuál es tu secreto más profundo, más oscuro, algo que nunca le hayas contado a nadie? ―preguntó él.
―Si lo contara, dejaría de ser un secreto.
―¿Crees que se lo diría a alguien?
Ella dio vuelta la cabeza y levantó la vista hacia las sombras que el fuego arrojaba sobre el hermoso rostro de William: pelo oscuro, ojos oscuros, piel oscura, esa larga nariz Montgomery. Tal vez se debiera a las circunstancias poco usuales, a la noche sombría que los rodeaba, al fuego, pero se sentía próxima a él.
―Besé a otro hombre mientras estaba casada con Charley ―susurró.
―¿Eso es todo?
―Eso es muy malo según mis reglas. ¿Qué me cuentas de ti?
―Me eché atrás en un contrato.
―¿Eso fue realmente malo? Si habías cambiado de opinión...
―Fue la ruptura de una promesa, y ella pensó que era muy malo.
―Ah, ya veo ―murmuró Jackie con una sonrisa, mientras se rodeaba las rodillas con los brazos―. ¿ Cuál es tu comida preferida ?
―El helado.
Ella se echó a reír .
―La mía también. Color preferido. ―Azul. ¿El tuyo?
Lo miró.
―Azul.
William se acercó y se sentó junto a ella mientras se sacaba el polvo de las manos. Cuando Jackie tembló, debido al aire frío de la montaña, le pasó el brazo por los hombros, con un gesto tan natural como la respiración, y le hizo apoyar la cabeza en su pecho.
―¿Te importa?
Jackie no podía ni hablar. Era una sensación tan buena la de tocar a otro ser humano. Charley siempre había sido demostrativo y afectuoso, ya menudo ella se había sentado en sus rodillas, acurrucada en sus brazos, mientras él le leía alguna revista de aviación en voz alta.
No se dio cuenta de que el sueño la estaba arrastrando hasta que la voz de él la hizo sobresaltar.
―¿Qué es lo que más lamentas en tu vida? ―le preguntó en tono enérgico.
―Haber nacido sin unas cuantas curvas a lo Mae West ―contestó ella con rapidez. Solía quejarse ante Charley de que los hombres la trataban como a uno de ellos porque se la veía como a ellos: cara angulosa con mandíbula cuadrada, hombros anchos, caderas derechas y piernas largas.
―Estás bromeando, ¿no es cierto? ―dijo William con voz llena de incredulidad―. Eres una de las mujeres más hermosas que yo haya visto. No puedo decirte la cantidad de veces que volví sobre mis pasos para mirarte caminar por las calles de Chandler.
―¿De veras? ―se asombró ella, ya despierta del todo―. ¿Estás seguro de saber quién soy?
―Eres la gran Jacqueline O'Neill. Has ganado casi todos los premios de aviación que se otorgan. Has estado en todos los lugares del mundo. Una vez te perdiste durante tres días en medio de la nieve en Montana, pero te las arreglaste para salir caminando.
―En realidad, caí rodando por la ladera de una montaña. Fue sólo suerte haber aterrizado en un campamento de vaqueros.
Él sabía que Jackie mentía, porque había leído todo lo escrito sobre ella en esa época. Después de chocar en medio de una tormenta de nieve, se había abierto camino en el descenso por una ladera escarpada, realizando cálculos estimativos, avanzando con la débil luz solar durante el día y con las estrellas durante la noche. No había perdido la cabeza; a menudo había dejado, sobre la nieve, enormes flechas hechas con ramas de árboles para que los aviones que la buscaban pudieran encontrarla. Sonriendo, la abrazó con más fuerza y se sintió complacido cuando ella se le acercó más.
―¿Y cómo camino?―preguntó Jackie en forma tentativa, sin querer dar la impresión de estar pidiendo un cumplido, aunque así era.
―Con largos pasos que devoran la tierra. Hombres maduros interrumpen lo que están haciendo sólo para verte caminar, con los hombros echados hacia atrás, la cabeza erguida, el hermoso cabello movido por la brisa...
Jackie echó a reír.
―¿Dónde has estado toda mi vida?
―Exactamente aquí, en Chandler, esperando el día de tu regreso.
―Podrías haber tenido que esperar durante toda la eternidad, porque nunca pensé que regresaría. Años atrás me sentía muy temeraria. Lo único que deseaba era salir de este pueblito aislado. Quería moverme, ir a lugares y ver cosas.
―Y lo hiciste. ¿Fue tan bueno como pensaste?
―Al principio sí, pero al cabo de siete u ocho años comencé a desear otras cosas. Quería plantar semillas y verlas crecer. Quería saber con certeza que el lugar donde me iba a dormir sería el mismo donde me despertaría.
―De modo que, cuando Charley murió, volviste al aburrido y viejo Chandler .
―Sí ―respondió ella, sonriendo contra el pecho de él―. El deprimente y viejo Chandler, donde nada cambia y todos están al tanto de los asuntos de todos.
―¿Ahora eres feliz?
―Yo... ¡Eh! ¿Porqué estoy dando todas las respuestas yo?
¿Qué me cuentas de ti? ¿Porqué no te vi antes? Pero claro, hubo un encuentro "no significativo". No creo haberte visto antes, porque me habría acordado.
―Gracias. Lo tomo como un cumplido. ―Se apartó un poco para tirar más madera al fuego. ―¿Qué te parece si comemos algo? ¿Un sándwich? ¿Encurtidos?
―Parece delicioso.
Jackie percibió que él no quería hablar del primer encuentro de ambos, y dedujo que tal vez ella lo había tratado con arrogancia. Solía hacer eso con los hombres; salvaba su orgullo. Prefería decirle aun muchacho que ni muerta la encontrarían en un baile con un sapo como él, antes que decirle la verdad: que no podía comprar un vestido nuevo.
Había crecido en Chandler. Después de morir su padre, cuando ella tenía doce años, su madre, quien se consideraba una belleza sureña, se había postrado en un sofá y allí había permanecido los seis años siguientes. Cobraban dinero del seguro, y el hermano de su madre les mandaba algo, pero casi no alcanzaba. Le tocó a Jackie ocuparse de que la vieja casa decadente de las afueras del pueblo no se derrumbara sobre sus cabezas. Mientras otras chicas aprendían a usar el lápiz de labios, Jackie pasaba los fines de semana martillando en el techo. Cortó madera, levantó una verja, arregló el porche, construyó nuevos escalones cuando los viejos se gastaron. Sabía cómo usar una sierra de mano, pero no tenía idea de cómo usar una lima de uñas.
Cierta vez, cuando Jackie tenía dieciocho años, sobrevoló el lugar un avión con una gran bandera atada a la cola, anunciando una exhibición aérea que se realizaría el día siguiente. La madre de Jackie, tan saludable como un diente de león en un prado bien cuidado, decidió desmayarse ese día porque no deseaba que la muchacha la dejase. Pero Jackie asistió, y ahí conoció a Charley. Cuando él se fue del pueblo, tres días más tarde, Jackie iba con él. Se casaron a la semana siguiente.
La madre volvió a Georgia, donde el hermano se negó a soportar su hipocondría y la puso a cuidar sus seis hijos. A juzgar por las cartas que Jackie recibió hasta la muerte de su madre, hacía unos años, eso había sido lo mejor para ella. Después de dejar Chandler y volver a su propia gente, se sintió feliz.
―Veinte años ―susurró Jackie. ―¿Qué?
―Hace veinte años que me fui con Charley .A veces parece ayer, ya veces parece tres vidas más atrás. ―Levantó la vista hacia él. ―¿Nos conocimos en esa época, antes de irme con Charley?
―Sí ―dijo William con una sonrisa―. Nos conocimos en esa época. Yo te adoraba, pero tú ni siquiera me mirabas. Ella se rió.
―Te creo. Estaba tan llena de orgullo juvenil... ―Todavía lo estás.
―Lo del orgullo puede ser, pero ya no lo de juvenil.
Ante eso, William la miró por encima del fuego y, por un momento, Jackie pensó que se había enojado. Estaba a punto de preguntarle qué le pasaba, cuando rápidamente él rodeó el fuego, la tomó en sus brazos y la besó en la boca.
Jackie había besado sólo a dos hombres en su vida: a su esposo, Charley, ya un piloto que estaba por partir y que tal vez no volvería. Ninguno de esos besos había sido como éste. Este beso decía me gustaría hacer el amor contigo, me gustaría pasar noches contigo, me gustaría tocarte y tenerte en mis brazos.
Cuando la soltó, Jackie cayó hacia atrás con un ruido sordo.
―Creo que todavía hay algo de juventud en ti –dijo William con tono irónico mientras volvía a poner una rama en el fuego.
Jackie había quedado sin habla, pero sus ojos no se apartaban de él. ¿Cómo podía no recordarlo? Por lo menos había cinco chicos Montgomery en su curso de la escuela secundaria, pero no recordaba a uno llamado William. Por supuesto, todos los Montgomery parecían tener cinco o seis nombres de pila antes del apellido familiar. Quizás en aquella época lo llamaban de otra manera, Flash, o Rex, o quizás las chicas se limitaban a llamarlo Maravilloso.
Después del beso de William, hubo un silencioso embarazoso que fue roto por él.
―Muy bien ―dijo con entusiasmo―. Tienes tres deseos.
¿Cuáles son ?
Ella abrió la boca para hablar, pero la cerró de nuevo mientras lo miraba con timidez.
―Vamos ―insistió William―. No puede ser tan malo. ¿O lo es?
―En realidad, no es un deseo malo en absoluto. Es sólo que resulta tan... tan aburrido.
―¿Jackie O'Neill, la más grande mujer piloto de la historia, tiene un deseo que resulta aburrido? No es posible.
Enseguida se dio cuenta de que no quería decirle su secreto porque no deseaba decepcionarlo. Parecía saberlo todo acerca de ella, si es que uno puede saber algo acerca de otro en base a exagerados relatos periodísticos que dramatizaban hechos que, en realidad, eran muy comunes.
―Quiero echar raíces, quedarme en un lugar, y Chandler me es familiar ―respondió Jackie―. Ahora que vi el resto del mundo, sé que Chandler es un buen lugar. Pero no puedo vivir en ninguna parte si no tengo una forma de ganar dinero. ―Levantó una mano cuando él empezó a hablar. ―Lo sé, lo sé, tu familia y los Taggert me pagan bien cuando desean que vuele a algún lado, pero nunca ganaré bien con una empresa de una sola persona. Quiero contratar a unos cuantos pilotos jóvenes, administrar una pequeña empresa. Me gustaría delegar una parte del trabajo. Me gustaría transportar pasajeros y carga, tal vez algo de correo, entre aquí y Denver, pero necesitaré un capital importante para poder montar una estructura así.
―Pero... ―Él no encontraba la manera de formular sus pensamientos con palabras que no resultaran ofensivas.
Jackie supo lo que William estaba pensando.
―Jackie O'Neill la más grande mujer piloto de este siglo, reducida a transportar correo desde Colorado a la Costa Oeste. Reina de la pirueta horizontal reducida a acarrear postales. Ah, qué horror. Ah, qué gran tragedia. ¿Eso es lo que piensas?
William bajó la cabeza, pero ella vio que tenía la cara tan roja como el fuego. Un hombre que se ruboriza, pensó.
―Todo ese asunto de la osadía es para los chicos. Yo ya tuve mi cuota.
Él volvió a sentarse junto a Jackie y la miró con ansiedad.
―Estoy seguro de que podrías instalar tu empresa si lo desearas. Hay maneras de hacer que ese tipo de cosas sucedan.
Si uno tiene tanto dinero como los Montgomery, pensó ella, pero por supuesto no lo dijo.
―Aun el mejor de los pilotos debe tener un avión y, la última vez que vi el mío, tenía la trompa aplastada contra una
Había un tono condescendiente en su voz.
―Entiendo. ―Mientras la rodeaba con el brazo, él mantuvo los ojos bajos. ―Deseo número dos.
―No. Quiero tu deseo número uno.
―Tengo un solo deseo. Quiero hacer algo por mí mismo, algo que el dinero de los Montgomery no pueda comprarme.
―La miró. ―Tu turno. Segundo deseo.
―¿Pelo enrulado? ―preguntó Jackie, haciéndolo sonreír.
―Dime la verdad. Debe de haber otras cosas que desees en la vida, además de un negocio. ―Lo dijo como si ella lo hubiera decepcionado al no desear una alfombra mágica o tal vez paz para el mundo. ―¿Qué me dices de otro marido?
Había tanta esperanza en su voz que ella se echó a reír . ―¿Te ofreces como voluntario?
―¿Aceptarías mi oferta?
Ante el tono anhelante, casi serio, de la voz de William, Jackie trató de apartarse, pero él la retuvo.
―Está bien, me portaré correctamente.
―¿Cuál es tu segundo deseo? ―preguntó ella. ―Probablemente, ser tan buen hombre como mi padre. ―Con todas tus mentiras, no eres ni siquiera tan bueno como las chicas Beasley.
Él se rió y la tensión que había entre ambos desapareció. ―¿De manera que no me dirás cuáles son tus otros deseos, tus otras necesidades en la vida ?
―Si te los dijera, pensarías que soy ridícula. ―Inténtalo.
En él había cierta ansiedad que la hizo desear decirle la verdad. Si hubiera estado con alguno de los amigos de Charley, habría inventado algo entretenido como ganar la Taggie, pero en ese momento sólo quería decir lo que de veras deseaba.
―Está bien, lo que más anhelo es normalidad. Durante los primeros doce años de mi vida, tuve un padre achacoso y una madre hipocondríaca. Después de la muerte de mi padre, tuve una madre inválida. Ansiaba ir a los bailes de la escuela y cosas así, pero no lo conseguía. Alguno de mis padres siempre me necesitaba. Durante los últimos veinte años, viajé y volé y tuve una vida muy excitante. A veces parecía que cada día traía algo nuevo y emocionante. Charley era tan movedizo, tan inquieto, como mi madre era inamovible. Almorcé en la Casa Blanca, estuve en casi la mitad de los países del mundo, conocí un gran número de personas famosas. Después del... ―Casi no lo miró. Hacía unos años, había prestado un servicio que debía realizarse en aquel momento, y luego Estados Unidos había hecho una gran alharaca al respecto. ―Mi foto salió en los periódicos ―terminó.
―Una heroína norteamericana ―dijo él con los ojos brillantes.
―Tal vez. Fuese lo que fuese, me gustó.
―Pero luego Charley murió y tú cambiaste―afirmó él en tono casi celoso.
―No, fue antes de eso. En algún momento me di cuenta de que la gente quería mi autógrafo por ellos mismos, no por mí. No me malinterpretes; todo eso me encantaba. Pero una vez, después de que Charley y yo, en aviones separados, habíamos pasado tres días sin dormir, en vuelos de rastreo sobre un enfurecido bosque en llamas, me dijeron que el Presidente me llamaba para felicitarme. Yo estaba sentada allí, en una silla dura de alguna oficinita sucia, y pensé "No, de nuevo no".
Sonrió y siguió hablando.
―Creo que, cuando llegas al punto de que una llamada del Presidente de los Estados Unidos te provoca nada más que aburrimiento, también llegó el momento de hacer otra cosa.
William permaneció en silencio un instante.
―Normalidad. Dijiste que querías normalidad. ¿ Qué es lo normal?
Ella le dedicó una sonrisa forzada.
―¿Cómo podría saberlo? Nunca lo vi, y menos lo viví. Pero no creo que recibir llamadas del Presidente, beber champaña en globos de aire caliente, vivir en hoteles y ser rico un día y pobre al siguiente sea lo normal. Es excitante, pero también muy cansador.
Él se rió entre dientes.
―Es verdad que todos queremos lo que no tenemos. Yo tuve la vida más normal del mundo. Fui a las escuelas adecuadas, estudié administración de empresas, y después de la universidad volví a Chandler para ayudar a administrar la empresa de la familia. Lo más excitante que hice fue pasar tres días en México con uno de mis hermanos.
―¿Y?
―¿Y qué?
―¿ Y qué hicieron en México durante esos tres días? ―Comimos. Vimos los paisajes. Pescamos un poco. –Se detuvo. ―¿De qué te ríes?
―¿Dos hombres jóvenes, solos en un lugar tan divertido como México y fueron a ver los paisajes? ¿Ni siquiera se emborracharon?
―No. ―William sonreía. ―¿Qué fue lo más excitante que hiciste?
―Sería difícil elegir. Las caídas en picada y con giros son muy excitantes. ―Levantó la cabeza. ―Cierta vez, un conde veneciano trató de arrancarme el vestido.
―¿Eso te pareció excitante? ―preguntó William con frialdad.
―Lo fue, si tienes en cuenta que íbamos volando a diez mil pies y él se arrastraba por el avión hacia mí. Unas pequeñas inclinaciones hacia un costado lograron que volviera a su asiento. Pero gritaba que un aeroplano era el único lugar donde todavía no le había hecho el amor a una mujer.
William rió.
―Cuéntame más. Me gusta escuchar cosas acerca de tu vida. Está muy por encima de la mía.
―No estoy segura de que eso sea cierto. Una vez hice un aterrizaje con hélice calada... Eso quiere decir con motor parado... En un aeroplano sin ruedas y con la mitad de las alas. Eso fue más excitante de lo que yo deseaba.
―¿Qué países te gustaron más?
―Todos. No, hablo en serio. Cada país tiene algo para recomendar, y yo trato de pasar por alto las partes malas.
William permaneció en silencio unos segundos, mirando el fuego.
―Charley fue un hombre de suerte al compartir tantos años contigo. Lo envidio.
Ella dio vuelta la cabeza para mirarlo, frunciendo la frente en gesto de concentración.
―Hablas como un enamorado.
―¿De ti? Sí, lo estuve. Solía adorarte desde lejos.
―Muy halagador. Pero aunque en ese entonces me hubieras dicho que me amabas y me hubieras ofrecido algunos de los millones de los Montgomery, igualmente me habría ido de Chandler .
Permanecían sentados uno junto al otro; el brazo de él se deslizaban sobre los hombros de ella mientras ambos contemplaban el fuego.
―¿Qué necesitas para inaugurar tu empresa de transporte?
―¿Lo preguntas en serio?
―Muy en serio.
Jackie, se concedió un momento antes de contestar. Podía tener un chichón en la cabeza, pero su cerebro todavía estaba intacto. Charley le había inculcado que un piloto sin dinero siempre debía tener en perspectiva aun amante de la aviación que sí tuviera dinero. "Bueno, ése es un matrimonio hecho en el cielo" , solía decir. Ella no quería aprovecharse de ese hombre, pero si estaba aburrido y tenía montones de dinero, tal vez pudieran encontrar algo que lo ayudara a ocupar su tiempo.
Tomó aliento, tratando de borrar su sentimiento de culpa. Si él quería hacer algo por ella, era porque la creía una heroína norteamericana. Pero si Jackie le sacaba dinero, eso iba a tener que ver con algo mucho menos altruista, algo mucho más primitivo, como poner pan sobre la mesa y tal vez algunos vestidos realmente hermosos en su guardarropa.
―Un par de buenos aviones livianos. Un mecánico de tiempo completo, hangares, unos cuantos aeroplanos viejos para desarmar y utilizar las partes en otro aparato, dinero para sueldos hasta que yo pueda pagar a los pilotos.
―¿Alguna otra cosa? ¿Un socio quizá?
Enseguida se dio cuenta de que William se estaba proponiendo a sí mismo. No era el momento de tomar esa decisión. De su cabeza todavía manaba sangre, y sus pensamientos, no eran claros. Sin embargo, resultaba delicioso pensar en ese hombre en calidad de socio suyo. Con una sonrisa, levantó la vista hacia él.
―¿Quiénes son tus padres?
―Jace y Nellie.
―Ah, eso lo explica todo. Esos dos son padres de la mitad del pueblo.
William sonrió. Toda su vida había oído bromas acerca de la cantidad de niños que había en su familia.
―Doce en total.
Comenzó a vaciar la enorme canasta de picnic, que parecía contener la suficiente cantidad de comida para alimentar a media docena de leñadores. Sin decir una palabra, empezó a preparar un sándwich. Jackie lo miraba atónita mientras él le ponía lo mismo que le hubiera puesto ella: carne en cantidad, montones de mostaza, tomate; luego cortó un pepino dulce y colocó las tajadas sobre el tomate, más dos hojas de lechuga para que el pan no se humedeciera. Al observarle la cara, Jackie se dio cuenta de que él no prestaba ninguna atención a lo que hacía; estaba concentrado en vaya a saber qué cosas que le pasaban por la mente. Pero resultaba extraño que le preparara un sándwich tal como a ella le gustaban sobre todo porque sus sandwiches eran únicos.
―Mira lo que hice ―dijo William―. Primero te iba a hacer
―Justamente uno como el que estabas preparando.
La hermosa cara de él mostró por un instante una expresión de consternación; luego sonrió.
―¿De veras? Todo el mundo odia mis sandwiches. ―Los míos también ―dijo ella al extender la mano―.
¿Qué te parece una mitad? Luego yo haré el segundo. Yo les pongo aceitunas en lugar de pepinos.
―Y después todos se quejan porque las aceitunas se caen. ―Los estúpidos no saben cómo sostener el pan.
Se miraron por encima del sándwich y sonrieron. ―¿Qué piensas del ketchup?
―Lo odio.
―¿Cebollas?
―Abrumadoras. N o te permiten sentir el sabor de las otras
cosas.
―¿Palomitas de maíz? ―Podría comer montones. ¿Tú?
―Lo mismo. ―Recostándose sobre los codos, William miró hacia el fuego y ella supo que se estaba preparando para decir algo importante. ―Si aparezco con el dinero para comprar unos aviones y las otras cosas, ¿me tendrías en cuenta como socio?
―¿Alguna vez volaste?
No importaba si lo había hecho, pero la pregunta le daba tiempo para pensar. Aun cuando no fuera un Montgomery, poseedor de todo lo que el nombre significaba, ella sabía juzgar a la gente, y este hombre era roca sólida. A veces, las cosas podían ponerse turbulentas en un aeroparque, tal vez aterradoras cuando se producía un accidente, pero Jackie presentía que este hombre no sería presa del pánico aun cuando estuviera sobre un volcán. El problema radicaba en que sabía que estaba lista para involucrarse sentimentalmente con él. Habían pasado dos años desde la muerte de Charley y más de un año desde que había vuelto a Chandler, y se sentía sola. Estaba cansada de comer sola, de dormir sola, cansada de sentarse sola a la tarde sin nadie con quien hablar. y este hombre era muy, muy atractivo, tanto física como espiritualmente.
―Tomé clases durante dos años ―respondió él, mirándola con ojos casi implorantes.
―Muy bien ―dijo ella, y cuando lo hizo sintió un leve estremecimiento en el cuerpo. Le gustaba ese hombre, le gustaba mucho. Le gustaba la manera como encaraba la responsabilidad, le gustaban los temas a que se refería al conversar, le gustaba cómo se movía, cómo comía, lo que comía. Le gustaba su forma de besarla, lo que le hacía sentir cuando la besaba. En toda su vida, no recordaba haber gustado de un hombre de esa manera tan simple y anticuada. Se había sentido atraída por hombres en otras ocasiones ―sería una mentirosa si no lo admitiera―, pero había una diferencia entre la atracción sexual y el deseo de ser acunada por un hombre y comer palomitas de maíz con él y contarse secretos.
Unos años antes Jackie, había conocido a un piloto que Charley había contratado para trabajar con ellos. Era tan divinamente buen mozo que ella casi no podía hablarle; la primera vez que lo vio, dejó caer una llave de tuerca justo en el motor, y casi le dio a Charley en la cabeza. Durante varios días permaneció muda en presencia de él. Pero al cabo de unas semanas se acostumbró a su apariencia, y después de pasar seis meses trabajando con él, ya no recordaba que le había parecido buen mozo. En su largo y feliz matrimonio con Charley había aprendido que lo importante entre un hombre y una mujer era la amistad.
―Muy bien ―dijo al extender la mano para estrechar la de William―. Pero con una condición.
El le tomó la mano y la sostuvo con firmeza.
―Lo que sea. Lo que tú quieras.
―Deberás decirme cuál es tu deseo más secreto y oscuro y quiero la verdad, nada de contratos de dominio público. William emitió un gemido.
―Eres una negociadora feroz, Jackie O'Neill.
Ella no estaba dispuesta a soltarle la mano.
―Dímelo o no trabajaremos juntos.
―Está bien ―repuso él con una sonrisa forzada―. Tú me haces un sándwich con aceitunas de vez en cuando, y yo te cuento la verdad sobre México.
―¿Cómo? ―dijo ella, levantando una ceja.
En la vida de una persona hay ocasiones que son mágicas, y esa noche fue una de ellas. Más adelante, Jackie pensó que esa noche fue perfecta, perfecta en todo sentido, desde el novelesco rescate y la romántica herida en su sien, hasta el hombre buen mozo que se hizo cargo de ella. y bien que se hizo cargo. Se aseguró de que estuviera alimentada, a salvo del frío y cómoda. Más que eso, la hizo sentirse bien. La halagó al conocer cada una de las pruebas aéreas que ella había realizado, cada récord que había establecido, cada accidente que había sufrido. Era casi como si hubiera estado enamorado de ella durante años.
Hablaron como si fueran viejos amigos; amigos, no amantes. A menudo, Jackie se cansaba de los hombres cuyo único interés residía en tratar de llevar mujeres a la cama, que dirigían cada una de sus palabras, cada uno de sus gestos hacia ese fin. Se vanagloriaban de sí mismos, hablaban del dinero que tenían, de las tierras que poseían, de cuánto mejor eran que otros hombres. Pero conversar con William resultaba tan cómodo como con una amiga.
En algún momento de la noche le había sugerido que se acostara en el camastro de mantas y que apoyara la cabeza en su muslo fuerte. Apoyado contra un árbol, le acarició el pelo y la impulsó a hablar sobre sí misma. En pocos segundos, Jackie se descubrió hablándole de Charley, de los años vividos con él, de los contratiempos y las frustraciones, los triunfos y los fracasos.
A su vez, él le habló de su vida perfecta, o al menos así describió lo que a Jackie le pareció una situación ideal. Nunca nadie había sido cruel con él, nunca nadie le había mostrado antipatía en forma instantánea, nunca había tenido que luchar por nada.
―Mi vida me obliga a cuestionarme acerca de mí mismo. Si fuera sometido a una prueba, ¿podría salir adelante? ―preguntó, frunciendo la frente al fuego―. ¿Podría hacer algo sin el dinero de mi padre y el respaldo del apellido Montgomery?
―Por supuesto que sí ―contestó Jackie――. Te sorprendería lo que serías capaz de hacer en caso necesario.
―¿Algo así como aterrizar después de que un águila haya chocado contra la hélice?
―¿Eso fue lo que sucedió?
―Hiciste bajar ese avión con tanta facilidad como alguien que se levanta de una silla. ¿Estabas asustada?
―Tenía demasiado que hacer como para estar asustada.
¡Eh! ―Levantó la vista hacia él en medio de la suave oscuridad.
―¿Por qué no te casaste? ¿Por qué ninguna mujer te conquistó todavía?
―No encontré a la mujer que deseaba. Me gusta que la mujer tenga una cabeza sobre los hombros.
―Una cabeza hermosa, sin duda ―comentó Jackie con tono sarcástico.
―Eso es menos importante que lo de adentro.
―¿Sabes? Me gustas. De veras.
―Y tú me gustaste siempre.
Ella permaneció en silencio un instante.
―Quisiera poder recordarte.
―Hay tiempo suficiente. ¿Tienes frío? ¿Hambre? ¿Sed?
―No, nada. Estoy perfecta.
―Eso es verdad.
Jackie se sintió incómoda ante el cumplido, pero también complacida.
―¿Cuándo quieres empezar... eh... nuestra sociedad? "¿Cuándo quieres empezar a gastar enormes cantidades de dinero juntos?" , era lo que quería preguntarle.
―Mañana debo ir a Denver por unos días, y allí sacaré dinero del banco. Volveré el sábado. ¿Qué te parece si voy a tu casa a la tarde? ¿Puedes darme una lista de lo que necesitas para que lo consiga en Denver?
Jackie rió.
―¿ Qué te parecen unos pocos aeroplanos, para empezar? ―¿De qué tipo te gustarían?
Él hablaba en serio mientras que ella se lo tomaba a broma, pero de repente también Jackie se puso seria.
―¿Qué te parece un par de Wacos? "Y más adelante, tal vez, un aparato que pueda llevar una docena de pasajeros ricos con gran elegancia" .
―Muy bien, veré lo que puedo hacer.
―¿Así, tan fácil? ―se asombró ella―. ¿Hago una seña y aparecen dos aeroplanos nuevos?
―No son gratis. Yo vengo con ellos. Tienes que aceptarme con los aeroplanos.
Eso no parecía un gran castigo.
―Supongo que a caballo regalado no se le miran los dientes. ―Se desperezó, bostezó y acomodó la cabeza contra la pierna de él.
―Creo que sería bueno que ahora durmieras ―dijo William mientras le acomodaba la manta.
―¿Y tú? ―preguntó Jackie casi entre sueños―. Tú también necesitas dormir.
―No, me quedaré despierto y vigilaré el fuego.
―Y me protegerás ―murmuró Jackie al cerrar los ojos.
No, no creía que fuera a haber problemas con la confiabilidad de ese hombre. Se durmió con una sonrisa, sintiéndose tan segura como si se encontrara en su casa, en su propia cama, no al aire libre con los coyotes aullando a lo lejos.
CAPITULO 2
Buenos días.
Fatigosamente, Jackie se incorporó en el suelo duro, y por un momento no supo dónde se hallaba. Con los ojos entrecerrados debido a la luz brillante del día, miró de soslayo a la mujer que estaba sentada en una roca frente a ella.
―¿Quieres un poco de café?
Mientras se frotaba los ojos y tapaba un bostezo, Jackie
consiguió tomar el jarro de lata que le alcanzaba la mujer. ―¿Quién eres tú?
―La hermana de William.
―Ah ―dijo Jackie, demasiado mareada todavía como
para hacer preguntas, pero no para mirar a su alrededor. El auto de William ya no estaba; en su lugar había una camioneta.
La mujer ―bonita, de pelo oscuro, de unos treinta años sonrió.
―Debes de estar muy confundida. Te contaré lo que pasó. Anoche mi madre tuvo uno de sus hechizos, como los llama la familia. A menudo le acude la sensación de que uno de sus hijos está herido, 0 va a estar herido 0 en peligro. Dado que muchos de esos presentimientos resultan verdaderos, mi padre la escuchó cuando ella le dijo que William estaba perdido. Eso fue a las tres de la madrugada de hoy. Por casualidad, yo estaba levantada, de modo que me ofrecí para venir. No fue difícil encontrar a William; había dejado un mapa para indicar
dónde se hallaría. ―Levantó las cejas en un gesto de burla fraternal. ―William es una persona muy responsable. ―Dijo esto último en un tono sarcástico, acompañándolo con un revoleo de ojos, como si también pensara que William era un poco atrasado con respecto a su modo de vivir.
Jackie abrió la boca para defenderlo, pero la cerró. ―De modo que nos encontraste.
―Sí. Supongo que mi madre presintió el peligro.
Hizo un gesto indicando el avión de Jackie, todavía incrustado en la roca.
―¿Dónde está él?
―¿William? Oh, tuvo que irse. Dijo que debía ir a Denver lo antes posible, que debía comprar algo muy importante. No quiso decirnos, ni a papá ni a mí, de qué se trataba.―Bajó la vista hacia su taza de café. ―¿Acaso tú sabes lo que se propone?
Jackie se apretó las rodillas contra el pecho y no contestó.
William era muy responsable, pensó, y sintió que la recorría un pequeño estremecimiento. Sería bueno tener cerca aun hombre así. Charley era muy divertido, a todos les caía bien; pero no tenían que vivir con él. Charley nunca recordaba dónde había puesto las cosas; Jackie solía decir que ella vivía buscando lo que había perdido Charley. Cuando él aceptaba ir a dos cenas distintas en la misma noche, era Jackie quien tenía que dar la cara y rescatarlo de uno de los compromisos. Nunca se discutía la cantidad de dinero que Charley llevaba al hogar, pues nunca lograba llegar a la casa con el dinero que recibía, cualquiera fuese la cantidad. Cierta vez, habían pasado una semana agotadora de exhibiciones aéreas, para instrucción y delicia de unos cuantos cientos de granjeros y sus familias. El hombre que los contrató cometió el error de pagarle a Charley mientras éste estaba en el bar. A Charley lo llevaron a casa al día siguiente, demasiado borracho como para mantenerse en pie, y sin una moneda en el bolsillo; había invitado a todo el mundo a infinitas vueltas de bebida. No, la responsabilidad en un hombre no era algo a lo que Jackie estuviera acostumbrada.
―Apenas estés lista, papá y yo te llevaremos de regreso a Chandler y luego mandaremos a alguien para que se ocupe del avión ―dijo la hermana de William.
―Gracias, será perfecto. ―Tomó lo que le quedaba de café, se puso de pie y se estiró. Al mirar a su alrededor, no pudo dejar de sonreír. La noche anterior, William había dicho que se haría cargo de todo y ya había empezado. No sólo era un hombre responsable, sino también un hombre de palabra.
Muchos años atrás, Eternity había sido un pueblito floreciente, próximo a la gran ciudad de Denver, en la ruta a San Francisco. El descubrimiento de plata era la razón de la existencia del pueblo, y durante años los habitantes prosperaron. Construyeron en forma muy rápida, pero gracias a un carpintero rumano, que se había hecho rico, los edificios eran fuertes y sólidos, y no las comunes y endebles trampas de fuego que resultaban el soporte principal de tantos pueblos que surgieron y murieron en el transcurso de una década.
Cuando la plata se terminó, la mayoría de los residentes abandonó el pueblo, pero alrededor de 1880 se produjo un renacimiento de breve duración. Una joven millonaria de una familia extremadamente rica llamada Montgomery se mudó al pueblo y abrió una tienda de ropa con el patrocinio de otra gente rica que vivía a miles de kilómetros. Pero la joven se enamoró, comenzó a tener bebés y perdió interés por su tienda. y cuando su interés disminuyó, también lo hizo la calidad del negocio. Poco a poco, el pueblo de Eternity reanudó su descenso y fue abandonado por más gente. Los que se quedaron tuvieron hijos, que se marcharon tan pronto como pudieron. Cada persona que se fue vendió su casa y su tierra a los familiares de la joven que una vez había tratado de resucitar el pueblo, hasta que por fin todas las casas y todas las tierras fueron propiedad de la familia Montgomery.
Al comenzar el siglo XX, en el pueblo no vivía nadie y los edificios, que habían soportado bien el paso de los años gracias al experto carpintero y sus peones, estaban vacíos.
Hacía unos dos años, pocos días después de la muerte de Charley, Jackie había recibido una carta de un descendiente de la familia Montgomery, en la cual le decía que su familia, residente ahora en el vecino pueblo de Chandler, Colorado, necesitaba un servicio de transporte de carga desde Chandler a Denver y Los Ángeles; si a ella le interesaba el trabajo,
arreglarían las condiciones. Jackie aceptó enseguida el ofrecimiento, pero pasaron seis meses antes de que pudiera terminar con todos sus compromisos y quedar libre para mudarse a Chandler. Cuando Charley murió, ella había quedado demasiado dolorida como para pensar en su futuro, pero después descubrió que gran parte de sus ambiciones se habían ido con él. Tal vez las alabanzas de Charley cuando ella realizaba alguna gran prueba acrobática la habían empujado a hacer cosas cada vez más peligrosas. Fuera lo que fuere, ya no deseaba pasar su vida viajando alrededor del mundo, volando cabeza abajo en un avión ante un público asustado que contenía el aliento.
Le mandó al señor Montgomery una lista de lo que necesitaría: un campo de aterrizaje, un hangar con capacidad para cuatro aviones ―tenía grandes esperanzas para el futuro― y una casa confortable que algún día compraría, dado que su sueño era tener su propia casa, un lugar que nadie pudiera arrebatarle.
Después de su decisión, debió pensar qué hacer con Pete, el mecánico de Charley .Conocía a Pete desde que era una niña; lo había visto por primera vez el día que también conoció a Charley, y él siempre había estado allí. Pero eso no quería decir que supiera mucho sobre él. Pete no hablaba, rara vez decía una palabra. Al principio, Jackie había considerado casi espectral su constante silencio, porque él estaba dondequiera estuviese Charley y le era absolutamente fiel.
―¿Acaso nunca dice nada? ―le había preguntado Jackie a Charley una noche, en la cama.
Charley se había limitado a reírse.
―No subestimes a Pete. No habla, pero ve y oye todo. y es un mecánico brillante.
―Me da escalofríos ―comentó ella, pero Charley volvió a reír, la abrazó y comenzó a besarla. Después de eso rara vez mencionaron a Pete; él era sólo algo que estaba allí, como los mismos aviones.
Con el correr de los años empezó a entender lo valioso que resultaba Pete y, a su vez, cuando el hombre pequeño y delgado vio que Jackie también le era fiel a Charley, que no coqueteaba con otros hombres, que no le hacía pasar malos ratos, empezó a cuidar de ella.
En forma gradual, a medida que pasaban los años, Jackie se acostumbró a él ya veces le hablaba; de alguna manera, su presencia resultaba reconfortante. Nunca daba ningún consejo; ni siquiera hacía comentarios cuando ella le hablaba. Se limitaba a escucharla y la dejaba resolver sus propios problemas.
Después de la muerte de Charley, fue natural que Pete se quedara con ella, pero cuando Jackie decidió mudarse a Chandler no supo qué decidir con respecto al mecánico. Le dijo lo que planeaba hacer, en la esperanza de que él contestara que conseguiría trabajo con alguno de los muchos amigos de Charley. Pero Pete la escuchó con cara inexpresiva y preguntó: " ¿ Cuándo nos vamos?". Esas palabras le demostraron a Jackie que él había transferido su lealtad a ella; supo además que eso era un gran tributo. Charley había dicho que Pete sólo trabajaba para el mejor. Ninguna cantidad de dinero lo haría trabajar para alguien que fuera ―de acuerdo con sus reglas― menos que él. De modo que cuando Pete dijo que se iba con ella, supo que la estaba felicitando por su talento y por la decisión que había tomado. Impulsivamente, lo besó en la vieja mejilla curtida y tuvo el gran placer de verlo ruborizarse.
Jackie fue a Chandler en avión, y Pete fue en auto, junto con un remolque lleno de las cosas que necesitarían, es decir, herramientas y repuestos. Ni Pete ni ella tenían muebles o gran cantidad de ropa.
Jackie no tenía idea de lo que encontraría en el renovado pueblo fantasma de Eternity. Estaba preparada para ver casas derruidas con tejados azotados por el viento. Cuando ella y Charley atravesaban una racha de mala suerte habían vivido en lugares semejantes. Pero lo que encontró era hermoso. El señor Montgomery había reciclado el hotel del pueblo para que ella se alojara, y resultaba simplemente adorable. Las paredes del vestíbulo habían sido revestidas con papel color crema salpicado de flores rosadas. Habían barnizado toda la madera de roble. Cables nuevos se extendían desde Chandler hasta Eternity para que ella tu viera teléfono. En el primer piso habían instalado un hermoso baño de mármol rosado. Todo estaba limpio y daba una sensación de bienvenida.
Las caballerizas del pueblo se habían transformado en un enorme hangar con puertas levadizas para poder trabajar en los aviones aunque hiciera mal tiempo. La casa parroquial ―Charley se habría reído― había sido arreglada para alojar a Pete. La herrería quedó convertida en un taller de trabajo con herramientas tan nuevas y modernas que casi hicieron salir lágrimas de los ojos fríos del mecánico.
Afuera, el señor Montgomery había construido la mejor pista de aterrizaje; no había reparado en gastos. y en los campos de las afueras del pueblo esperaban tres aviones accidentados cuyas partes serían aprovechadas como repuestos.
Nunca en su vida Jackie se había sentido tan bienvenida como en ese pueblo. Se encontraba tan cerca de Chandler como para no sentirse aislada, pero lo bastante lejos como para disponer de privacidad. Supo que había llegado a casa.
También supo que debía de haber alguna trampa, de modo que, cuando fue a lo del señor Montgomery con el objeto de hablar sobre su sueldo, estaba preparada para pelear. Casi podía oír a Charley diciéndole: "Mantente firme, muchacha. No permitas que te engañen. Establece el precio más alto que puedas imaginar y negocia a partir de allí". Cuando llegó el momento de ver al señor Montgomery, a quien conocía desde siempre, las manos de Jackie transpiraban. Deseaba tanto quedarse en ese pueblito fantasma que casi estaba dispuesta a pagar para que le permitieran vivir allí.
Treinta minutos más tarde, salió aturdida de la entrevista. El señor Montgomery le había ofrecido tres veces más de lo que ella pensaba pedirle y le había dado opción para firmar un contrato de dos años. Iba a poder comprar muebles. ¡Iba a poder comprar cosas que le pertenecerían!
Ahora, un año más tarde, servía el té en la sala de su bonita casa.
―¿ Qué es lo que te pasa? ―le preguntó Terri Pelman a su amiga mientras Jackie entraba en la sala con una bandeja.
Durante el año transcurrido, había invertido todas sus ganancias en embellecer su casa: mullidas sillas tapizadas, un enorme sofá verde musgo y rosa, una alfombra tejida a mano, un escritorio de caoba, antigüedades por todas partes.
―No me pasa nada ―dijo Jackie al apoyar la bandeja con una adorable tetera y tazas sobre la mesa frente al sofá. Nadie que conociera a Jackie podría haber adivinado su ansiedad por tener cosas hermosas. Con Charley siempre había vivido al día; Charley pensaba que las pertenencias abrumaban a una persona. "No hay que tener absolutamente nada."
―No puedes mentirme a mí, Jacqueline O'Neill. No me puedes embaucar como a la prensa. Te conozco desde siempre y sé con toda seguridad que está pasando algo.
Sonriendo, Jackie se sentó en una silla enfundada con una vistosa tela de algodón floreado. Mientras bebía un sorbo de té, miró a su amiga. Ambas tenían la misma edad, treinta y ocho años, pero nadie lo hubiera adivinado al verlas. Después de haberse recibido en la escuela secundaria, Jackie se había marchado para pasar su vida en todos los rincones del mundo, pero Terri se había casado con su novio un día después de la graduación. En tres años había tenido otros tantos hijos, que ya eran enormes y corpulentos muchachos de diecinueve, dieciocho y diecisiete años. Con cada hijo, Terri había aumentado de peso y nunca lo había rebajado; además, en algún momento del camino había decidido que estaba vieja. Cuando Jackie la regañaba por no cuidarse, Terri decía: " A los chicos y a Ralph sólo les importa lo que pongo sobre la mesa, no lo que llevo puesto cuando lo hago. Podría parecerme a la Harlow y ellos no se darían cuenta".
―Vamos, dímelo ―pidió Terri en tono apremiante; luego agrandó los ojos y quedó boquiabierta―. ¡Conociste a un hombre! Es eso, ¿ verdad? Nosotras, las mujeres, somos unas tontas. Ni siquiera el matrimonio puede curamos de enamoramos, y si el matrimonio no logra curar a una persona, nada puede hacerlo. ¿Cómo es? ¿Dónde lo conociste?
Jackie deseaba contarle lo de William, pero temía quedar como una tonta. ¿Qué pasaría si William no se había sentido tan afectado como ella por la noche que habían pasado juntos? ¿Qué pasaría si él consideraba que había sido un encuentro común? Tal vez ya se había olvidado de ella y de la sociedad. Charley lo habría hecho. A menudo, Charley se emborrachaba, conocía a alguien y lo hacía sentir su mejor amigo. Proyectaba planes en común, lo entusiasmaba, pero veinticuatro horas más tarde, cuando lo buscaban para actuar de acuerdo con esos planes, él ya casi no se acordaba de nada. Por supuesto, le correspondía a Jackie arreglar la situación y sacar del lío a Charley una vez más.
―En realidad, no es un hombre ―mintió Jackie―. Bueno, lo es, pero no desde el punto de vista a que tú te refieres. ¿Recuerdas que mi avión se cayó hace dos noches?
Terri sacudió la cabeza en un gesto de incredulidad. Después de sufrir un accidente de avión, cualquier otra persona habría permanecido en el hospital recibiendo atención médica y flores, pero Jackie se mostraba totalmente indiferente con respecto al percance. Hablaba de su accidente como otra mujer hubiera hablado de ir a la peluquería.
―Sí, lo recuerdo ―dijo Terri, maravillada ante la valentía de su amiga.
―Allí había un hombre y...
―¿Qué? ¿Conociste a un hombre en medio de la nada? ¿Cómo se llama? ¿De dónde es? ¿Intentó algo?
Jackie se echó a reír. Cuando estaban en la escuela secundaria, ella y Terri casi ni se trataban. Terri tenía una familia normal, mientras que la de Jackie era rara y excéntrica. Empezaron a conocerse después de que Jackie se fue de Chandler. Cuando ambas tenían veinte años, Terri le mandó a Jackie una carta de felicitación por ganar su primera carrera, diciéndole que entendía la vida de ella porque la suya también era muy excitante. El día en que Jackie había ganado la carrera, al hijo de Terri se le había metido una avispa en la boca, a su esposo se le había caído un canasto en el pie y no podría trabajar por un mes, y ella se había dado cuenta de que se hallaba embarazada de su tercer hijo. " Ahora todo lo que necesito es una plaga de langostas, y mi vida estará completa, escribió―. Por favor, cuéntame acerca de tu vida aburrida; necesito algo para contrarrestar la excitación y el alborozo de la mía."
A Jackie, la carta le pareció original. Recibía gran cantidad de cartas de gente que había conocido en el pasado, pero muchas la hacían sentir culpable, dado que, por lo general, los autores dudaban de que ella los recordase ahora que era famosa. Era como si pensaran que el ganar una carrera digna de ser publicada en los diarios le hubiera anulado la memoria en forma instantánea. O que cada celebridad a la que conocía pudiera reemplazar a una "insignificante" persona de su pasado.
Jackie le escribió a Terri acerca de la carrera, acerca de la gente que había conocido, acerca de lo que significaba remontarse a gran altura por encima de la multitud en un espectáculo de aviación. Al principio escribía sobre los triunfos, pero a medida que pasaban los años comenzó a escribir sobre las derrotas y las penas. Escribió sobre la gente que veía morir en choques violentos, sobre hombres y mujeres que entraban y salían de su vida. Escribió sobre Charley y sobre cómo su irresponsabilidad casi la enloquecía a veces. Le dijo a Terri que le envidiaba su vida tranquila y apacible, su marido, que siempre estaba a su lado y se interesaba por la casa y los chicos.
Terri nunca le confesó a Jackie cuánto significaba esa correspondencia para ella. Las cartas que intercambiaban eran, en ciertas ocasiones, la mejor parte de su vida. Recurría a toda su creatividad para lograr que las suyas le resultaran a Jackie interesantes, graciosas y, por sobre todo, livianas. Era maravilloso que una mujer espléndida y encantadora como ésa le escribiera en un tono tan íntimo y sincero. A su vez, Jackie empezó a considerar a Terri como una mujer que poseía una madurez superior ala de su edad, alguien que había tenido la oportunidad de salir a ver mundo pero que sabiamente había decidido quedarse en su casa, echar raíces y criar hijos.
Terri nunca escribía nada que pudiera desengañar a su amiga. A veces era irónica, siempre tenía comentarios chistosos con respecto a Ralph y los chicos, pero, de alguna manera, ofrecía la imagen de una vida tan buena, tan maravillosa, que la obligaba a tomársela en broma.
La verdad era que Terri se había casado con el primer hombre que se lo pidió porque la aterrorizaba la idea de convertirse en una solterona. Aunque él quería esperar para tener hijos, temía tanto que Ralph la dejara que prefirió quedar embarazada en la noche de bodas, o tal vez alrededor de una semana antes (nunca estuvo segura de eso). Jamás le escribió a Jackie acerca de la verdad de su vida: que su esposo pasaba la mayor parte del tiempo con sus amigos bebiendo cerveza y que, cuando estaba en casa, se ponía un diario frente a la cara y dormía. En lugar de eso, le escribía a Jackie sobre una vida que parecía salida de una novela romántica. Hablaba, por ejemplo, de la huerta que había plantado con su marido con el objeto de disponer hierbas y verduras frescas para los chicos. La verdad era que él había perdido cuatro trabajos en cuatro años, y el padre de Terri le había plantado una pequeña huerta en el fondo para ayudarla a alimentar a los hijos. Por supuesto, los muchachos salían al padre y ni se les ocurría tocar una verdura, de modo que Terri pasaba largas horas envasando lo cosechado para intercambiarlo con un granjero soltero que tenía cerdos y obtener así la carne que ansiaban los hombres. Terri le escribía a Jackie que Ralph siempre pasaba los domingos en familia; en realidad, dormía desde el sábado a la noche hasta que se le pasaba la borrachera. Le comentaba a Jackie lo gratificante que resultaba tener una familia; pintaba un glorioso cuadro con manitas afectuosas que le llevaban flores, con boquitas que devoraban su deliciosa comida. Terri utilizaba hasta el último fragmento de su imaginación en sus narraciones acerca de una existencia ideal.
Era escribir esas cartas y planear lo que iba a contar lo que le acarreaba a Terri algunos de los momentos más difíciles de su vida. Mientras un chico grande y tenaz aterrorizaba a una vecinita y el segundo arrojaba la comida contra la pared de la cocina, mientras Terri vomitaba en el baño porque estaba embarazada del tercero, pensaba en cómo presentar su vida en las cartas a Jackie.
Cuando los chicos crecieron y llegaron a ser tan grandes como su padre, no pudo controlarlos, y las cartas intercambiadas con Jackie se volvieron todavía más importantes en su vida. La opinión de su marido con respecto a la educación de los muchachos era que, cuanto más malos fueran, más hombres resultarían. Cuanto más se metían en líos en la escuela, más orgulloso se sentía de ellos. Terri trataba de hablar con él, de decirle que estaba favoreciendo una conducta de delincuentes, pero el razonamiento del marido se basaba en que ésa era la manera en que lo habían educado a él, y él había salido bien. Terri sabía que no convenía señalar que nunca había conseguido conservar un trabajo por más de ocho meses porque se peleaba con los jefes. Sus hijos se parecían a él: discutían con maestros, directores, dueños de negocios, y con cualquiera que se les cruzara por casualidad en el camino.
La vida real de Terri y la vida que le describía a Jackie guardaban poca relación entre sí. Ahora que sus hijos grandes y torpes eran mayores y casi nunca estaban en casa, los momentos más brillantes de su vida consistían en esas visitas al viejo pueblo fantasma para pasar un rato con Jackie. No sabía si Jackie conocía la verdad acerca de su vida. No le hubiera costado mucho descubrirla, puesto que en Chandler todos estaban al tanto de los asuntos ajenos; pero Terri lo dudaba. Para la gente de Chandler, Jackie era una celebridad, y no creía que alguien fuera a correr a contarle detalles de la aburrida vida de la Señora Nadie Terri Pelman.
De modo que, tan a menudo como podía, visitaba a Jackie y las dos mantenían en pie la fachada de la espléndida vida de oro de Terri, en la cual tenía de todo: el amor permanente de un buen hombre, tres hermosos hijos que se habían convertido en jóvenes excelentes y destacados, una casa agradable y confortable.
―No fue así―dijo Jackie entre risas―. No fue un encuentro romántico. Quiero decir, él sí me besó, pero...
―Chocas con un avión, un hombre maravilloso sale de la noche, te rescata... ―levantó las cejas― ...y te besa, y tú dices: "No fue así". Entonces, Jackie, ¿cómo fue?
―Terri, eres incorregible. Creo que sólo te sentirás satisfecha cuando me veas casada y embarazada.
―¿Y por qué no ibas a ser tan infeliz como el resto de nosotros?
―A veces pienso que lo que dices, lo dices en serio. Si no supiera la verdad acerca de lo mucho que amas a tu familia, yo...
―¡Cuéntame!
―En realidad, no hay mucho para contar.
En efecto, pensó Jackie, ésa era la verdad. Lo que había pasado entre ella y William tal vez lo veían sólo sus ojos. No quería decirle a Terri lo que estaba sintiendo y luego quedar como una tonta. y no quería en absoluto decirle a Terri que ese hombre era uno de los hijos de Jace y Nellie Montgomery. Por alguna extraña razón, Terri parecía creer que ningún hombre de Chandler valía nada. Conocía a todos los hombres de Chandler desde hacía tanto tiempo, que los consideraba incapaces de inspirar pasión, ni siquiera amor. Terri tenía su propio ideal de hombre perfecto: cuanto más exótico, mejor. Una vez le preguntó a Jackie cómo podía haber estado en Francia sin enamorarse de un francés. "o de un egipcio ―había contestado Jackie, riendo―. Son los más buenos mozos de la tierra."
―En realidad, es una cuestión de negocios. Mencioné mi deseo de abrir una empresa de transporte de carga, y él dijo que estaba buscando algo para hacer, de modo que eso fue todo. Viajó a Denver para comprar un par de aviones.
―¿ Y nada más?
―Nada más.
Terri no contestó, pero dejó su taza de té, se acomodó en la silla y contempló a su amiga.
―No me voy de aquí hasta que me cuentes todo. Puedo llamar a Ralph y pedirle que me mande ropa. Si los chicos extrañan a su madre, espero que no te importe si vienen a quedarse con nosotras. No molestarán.
Ante esa amenaza, Jackie tembló, pero se contuvo a tiempo. Terri era un perfecto ejemplo de ese dicho que afirma que el amor es ciego, porque esos hijos suyos, enormes, semianalfabetos y groseros, sólo le resultaban agradables a ella. La última vez que uno había ido a buscarla a Eternity, había arrinconado a Jackie en la cocina y comenzado a decirle que una mujer como ella debía de estar "muriéndose" por un hombre, y que él estaba dispuesto a "calmarle el hormigueo". Jackie le había descargado el pie sobre el empeine mientras "accidentalmente" hacía caer una sartén sobre su mano izquierda. Desde ese momento, Jackie se ofrecía a llevar a Terri a su casa cada vez que su amiga no lograba que le prestaran un auto.
―Él... me gustó ―dijo Jackie; deseaba hablar de William con alguien, pero al mismo tiempo no deseaba hablar. Su reacción ante William no tenía explicación, dado que había estado casada la mayor parte de su vida, pero la verdad era que nunca se había sentido "enamorada". Se había casado con Charley para poder irse de Chandler. Charley lo sabía y no le importó que lo usara; estaba muy deseoso de cambiar unos votos matrimoniales por la compañía de una muchacha de
piernas largas como las de un potrillo, con una curiosidad insaciable y unas ganas de trabajar nunca vistas por él hasta ese momento. A las veinte horas de conocerla, Charley sintió que se ocuparía de él. No se había equivocado al juzgarla. En todos los años que pasaron juntos, ella se encargó de que las cuentas se pagaran, de que ambos tuvieran un techo sobre la cabeza, y había solucionado todos sus problemas, de modo que la vida tumultuosa de Charley se convirtió en algo apacible. Él la había recompensado al mostrarle el mundo.
―Me gustó ―repitió Jackie―. Eso fue todo. Estaba allí cuando choqué, se ocupó de mí y hablamos. Muy simple.
Hablamos como si nos hubiéramos conocido de toda la vida ―pensó―. Hablamos como si nunca fuéramos a dejar de hacerlo; hablamos como si fuéramos amigos, viejos amigos, nuevos amigos, los mejores amigos.
―¿ Quién es?
―Ah, este... William no se qué, no recuerdo. ―¿ Vive en Chandler?
―No estoy segura. ―Hablaba con rapidez para que Terri no le preguntase por qué había aceptado asociarse con un hombre cuyo apellido desconocía.
―Terri, le estás dando demasiada importancia a todo esto. No pasó nada. Conocí a miles de hombres en mi vida, les di lecciones de vuelo a cientos de ellos, y éste no es diferente.
―Puedes mentirte a ti misma, pero no puedes mentirme a mí. Te estás sonrojando como una escolar. ¿Cuándo voy a conocerlo?
―No lo sé. Creo que su hermana dijo que volvería el sábado.
El día estaba grabado en su mente. Sábado por la tarde, le habían dicho. A las tres, Jackie planeaba ponerse un delantal amarillo, y una blusa blanca debajo. Se daría unos toquecitos de perfume en unos lugares estratégicos y tendría pan haciéndose en el horno. Él la había visto con traje de aviadora, de cuero, con el pelo aplastado por un casco forrado de algodón, de modo que la próxima vez sería bueno mostrarle otra parte de ella, esa parte que podía hacerse cargo de una casa, tal vez incluso ser la esposa de alguien.
Jackie levantó la cabeza al oír la risa de Terri.
―¡Ah, querida, te veo mal, muy mal! Me recuerdas a mí misma cuando tenía dieciocho años.
El tono de Terri indicaba claramente que la manera de actuar de Jackie podía entenderse en una chica de dieciocho años, pero que resultaba muy tonta en alguien de treinta y ocho.
Ante el sonido de una bocina, Jackie saltó, dio vuelta la cabeza hacia la ventana y provocó nuevas risas en su amiga. ―Es mi hijo mayor ―dijo Terri.
―Hazlo entrar para que se sirva leche y galletitas ―repuso Jackie, pero esperaba no tener que soportar las obscenas miradas socarronas del "muchachito".
―No, debo volver ―dijo Terri, con un valiente esfuerzo por sofocar la pesadumbre de su voz. Sus tres hijos y su esposo siempre se sentían traicionados cuando ella se atrevía a tomarse una tarde libre y no se quedaba en casa para servirlos, de modo que la castigaban haciendo lo posible para destruir la casa mientras ella no estaba. Sabía que regresaría y encontraría comida derramada en el piso, ventanas abiertas para permitir el ingreso de miles de moscas, y hombres enojados por que no les daban de comer desde hacía horas. ―Te llamaré el domingo, y quiero enterarme de todo ―agregó Terri al irse corriendo de la casa de Jackie porque su hijo estaba apoyado sobre la bocina para producir un constante flujo de sonido ensordecedor.
CAPITULO 3
Durante los días siguientes Jackie trató de ser sensata, pero no lo logró. Trató de hablarse, de decirse que era una mujer adulta, no una frívola jovencita de ojos centelleantes; pero no escuchó su propia voz. Se maldijo por haber nacido mujer. ¿Qué demonios andaba mal con las mujeres? Conocían a un hombre que se mostraba agradable con ellas y en cuestión de minutos comenzaban a planear la boda. Se dijo que había sido un encuentro común, que si a ella le había parecido extraordinario era por que acababa de darse un fuerte golpe en la cabeza. De otra forma, habría estado cuerda y no habría vuelto a pensar en el incidente.
Se obligó a recordar a los muchos hombres que había conocido a lo largo de los años. Cierta vez había estado en un barco con Charley y un hombre muy agradable que... bueno, para decir la verdad, era más que agradable. Absolutamente atractivo, alto, con pelo rubio oscuro, ojos azules claros como el cristal, y había pasado dieciocho años o algo así en distintas universidades para estudiar numerosos temas, de modo que resultó fascinante hablar con él. Era brillante, educado, terriblemente buen mozo, todo lo que una mujer podría desear, pero aunque habían pasado juntos los cuatro días del viaje mientras Charley yacía postrado debido al mareo, Jackie no se había enamorado de él. Por supuesto, argumentaba ante sí misma, ella estaba casada y tal vez eso había tenido algo que ver. Tal vez William era el primer buen mozo interesante que conocía desde que había vuelto a estar sola.
Tuvo que sonreír cuando lo pensó. Después de la muerte de Charley, le había asombrado la cantidad de hombres que venían a "presentarle sus respetos". En esa época se sentía muy apenada, no sabía qué haría al no tener que cuidar a Charley; y, de repente, aparecieron muchos hombres con la intención de ofrecerle lo que quisiera. Era halagador y molesto al mismo tiempo.
Ni siquiera salió con un hombre durante los seis meses posteriores a la muerte de Charley, pero la combinación de la soledad y las constantes invitaciones la hizo capitular. Tras varios meses, comenzó a ir al cine ya cenar, a carreras de autos, a picnics. La invitaban a cualquier lugar y ella iba y siempre era lo mismo: " ¿ Cuántos hermanos y hermanas tienes?"," ¿Dónde creciste?", " ¿A qué escuela fuiste?", " ¿ Cuántas carreras ganaste?", " ¿A qué celebridades conociste?", " ¿Qué te pareció la cena en la Casa Blanca?"
Al cabo de seis meses de esas salidas, empezó a considerar la idea hacer imprimir tarjetas con información básica, a fin de evitar la misma conversación aburrida una y otra vez. ¿Acaso nadie tenía algo interesante para decir? Como: " ¿ Cuál fue la mentira más grande de tu vida?". Eso era lo que le había preguntado William y le había preparado un sándwich de los que le gustaban a ella, no un sándwich convencional de queso a la parrilla o de carne con mostaza, sino un sándwich de verdad.
Un año después de morir Charley, se había mudado a Chandler porque estaba cansada de las giras, cansada de la gente que había visto tanto y hecho tantas cosas que se moría de tedio al llegar a los treinta años. Jackie temía volverse así, si se quedaba con ellos. Quería relacionarse con personas que transmitieran asombro en la voz al hablar de aviones. Palabras que alguna vez la habían aburrido hasta las lágrimas por su estupidez, ahora la complacían por su simplicidad. Le gustaba Chandler, le gustaba la gente de allí, gente que no había hecho gran cosa en la vida, o, más bien, que había hecho poco pero lograba que el mundo siguiera andando.
Y ahora, en ese pueblito soñoliento, acababa de conocer a un hombre que había logrado lo que ningún otro desde Charley: había despertado su interés.
El jueves limpió la casa. El viernes fue de compras y gastó el doble de su presupuesto de tres meses para ropa, y cuando volvió a su casa decidió que odiaba todo lo que había comprado. Revisó todos los vestidos del placard, y sacó cosas que tenía guardadas desde hacía años. No conseguía decidir si deseaba lucir como una dulce ama de casa o una atractiva mujer de mundo.
El sábado por la mañana estaba segura de que toda su vida dependía de esa tarde, y sabía que, eligiera lo que eligiere, no sería lo adecuado. Al despertar se sentía enojada por actuar como una jovencita sedienta de amor, por darle tanta importancia a algo que no la tenía. Tal vez ese hombre ni siquiera fuera a verla. Y aun cuando lo hiciera, a ella le resultaría muy embarazoso recibirlo engalanada como para ir al baile de la escuela. ¿ Qué tal si él venía con ropa de trabajo, preparado para reacondicionar un motor de avión o para cualquier otra cosa semejante? ¿Qué tal si no venía?
Fue al galpón convertido en hangar, trepó una escalera y se dedicó a tratar de sacar la hélice arruinada de su avión accidentado. Se le rompió una uña por la mitad, luego se le arruinó el esmalte rojo brillante de otra. Hizo una mueca al verse las manos a la luz."Qué desastre", pensó, pero luego se encogió de hombros. Tal vez fuera mejor no tratar de impresionarlo.
Parada en una escalera, con un overol sucio que alguna vez había sido de un agradable tono gris pero que ahora ya no tenía ningún color debido a las manchas, Jackie trabajaba en la hélice torcida con una llave de tuerca. Al sacarse el pelo de los ojos, dejó una huella de grasa en su mejilla mientras miraba alrededor del eje y veía un par de pies. Pies calzados con zapatos caros. Después de limpiarse la cara con la manga del overol, miró hacia abajo y vio a un joven buen mozo que levantaba la vista hacia ella. Era alto, con pelo y ojos oscuros, y la contemplaba de una forma muy seria, como si esperase algo de Jackie.
―¿Necesitas ayuda? ―preguntó ella.
Muchas personas que iban a Eternity, si no eran amigos, eran turistas que deseaban ver el pueblo fantasma o que estaban perdidos.
―¿Te acuerdas de mí? ―dijo el joven con una voz muy agradable.
Jackie interrumpió su tarea y lo miró. Ahora que lo mencionaba, había algo familiar en él, pero no lograba recordarlo. Sin duda vivía en Chandler y habían ido a la misma escuela.
―Lo siento ―dijo―, parece que no consigo ubicarte.
Muy serio, él volvió a hablar.
―¿Te acuerdas de esto?
Extendió una mano para mostrar algo que tenía en la palma, pero ella no pudo identificarlo. Con gran curiosidad, bajó de la escalera y se paró frente a él. Jackie era alta, pero ese hombre la sobrepasaba en varios centímetros; ahora que se hallaba más cerca de él, le resultaba muy familiar. Al tomar lo que se le mostraba, vio que era un escudo escolar. Tenía las letras "CHS" grabadas en oro sobre un fondo esmaltado con los colores de la escuela, azul y oro. Al principio, el escudo no le dijo nada, pero luego, al mirar los ojos oscuros y serios, se echó a reír .
―Eres el pequeño Billy Montgomery, ¿verdad? No te habría reconocido. Has crecido. ―Dio un paso hacia atrás y lo observó. ―Bueno, te has puesto muy buen mozo. ¿Tienes cientos de novias? ¿Cómo están tus padres? ¿Qué haces ahora? Oh, tengo miles de preguntas para hacerte. ¿Por qué no viniste a verme antes?
Sólo la más pequeña de las sonrisas en la cara de él reveló que le agradaba el recibimiento tan entusiasta.
―No tengo novias. Tu siempre fuiste la única chica que quise.
Ella volvió a reír.
―No has cambiado mucho. Todavía eres demasiado serio, todavía pareces mayor. ―Con naturalidad, puso un brazo alrededor del de él. ―¿Por qué no entras, tomas una taza de té y me hablas de ti? Recuerdo lo horrible que solía ser contigo. ―Mientras empezaban a caminar, ella levantó la vista hacia él. ―Resulta difícil creer que alguna vez te cambié los pañales.
Sin dejar de sonreír, tomados del brazo, caminaron hacia la casa. Billy nunca hablaba mucho cuando era niño, y ahora su silencio le dio tiempo a Jackie para recordar. Ese chico, junto con sus hermanos y hermanas, había sido el primero al que ella cuidó cuando empezó a trabajar de niñera por horas. Él le proporcionó las primeras experiencias en materia de cuidado de niños y pañales sucios. Después de aquel primer día, Jackie volvió a su casa y le dijo a su madre que nunca, nunca tendría hijos, que a los chicos había que mantenerlos en un establo con montones de paja hasta que supieran ir al baño como es debido.
Billy siempre le había gustado. Era muy tranquilo y siempre estaba dispuesto a escuchar o hacer cualquier cosa que se le ocurriera a Jackie. Si ella proponía leer un libro en voz alta, los otros chicos invariablemente querían jugar a policías y ladrones. Si ella deseaba jugar a la gallina ciega, entonces los chicos optaban por sentarse muy tranquilos dentro de la casa y jugar con sus muñecas o sus trenes.
Sin embargo, Billy era diferente. Siempre quería hacer lo que sugería Jackie, y cuando ella lo decía. Al principio, había pensado que él se limitaba a mostrarse complaciente, pero muchas veces, a lo largo de los años, la madre de Billy le preguntaba qué iba a hacer con los niños un día determinado. Cuando Jackie se lo decía, la madre se echaba a reír y comentaba: "Eso es justo lo que Billy quería hacer".
A Jackie le gustaba ese chico tranquilo, pero no le gustaba cuando se le aparecía en cualquier lugar donde ella se hallara. Si él estaba en el centro con su familia y la veía, dejaba a sus parientes y la seguía. Sólo deseaba estar con Jackie. La madre de Jackie empezó a hacerle bromas, diciéndole que Billy se había enamorado. A Jackie le resultó casi encantador, hasta que Billy empezó a aparecer en el umbral de su casa por las tardes. Luego se convirtió en una plaga, en el hermanito molesto que nunca había tenido... y que nunca había deseado.
Su madre hizo un acuerdo con la madre de Billy: Jackie lo cuidaría tres tardes por semana. Cuando Jackie se enteró, se puso furiosa, pero su madre no quiso escucharla, de modo que Jackie decidió sacarse al chico de encima, dándole grandes sustos. A los quince años Jackie prefería los juegos de varones, y Billy, a los cinco, era grande para su edad y bastante corpulento. Jackie se trepaba aun árbol, dejando a Billy solo allí abajo durante horas. Esperaba que se quejara ante su madre, pero nunca lo hizo. Su paciencia era infinita, y parecía tener un sexto sentido acerca de lo que podía o no hacer. A los cinco años, no se hamacaba en la cuerda atada a la rama de un árbol que colgaba sobre el río; tampoco a los seis; pero a los siete se aferró a la cuerda y se hamacó. Jackie vio que estaba aterrorizado, pero mantuvo la boca apretada y se animó; luego chapoteó como un perrito hacia ella. Jackie tuvo la tentación de no felicitarlo, pero después le sonrió y le guiñó un ojo. Como recompensa, obtuvo una de las poco frecuentes sonrisas de Billy.
A partir de eso, fueron mejores amigos. Jackie le enseñó a nadar y le permitió que la ayudara en su casa. Billy, que sólo hablaba cuando tenía algo que decir, comentó que la casa de Jackie era más divertida que la suya. En la casa de él, los criados hacían todo, pero en la de ella, la gente tenía que hacer las cosas por su cuenta. "Ésa es una manera de ver las cosas" , había comentado Jackie.
Fue la madre de Billy quien sugirió que la invitara a ir al cine. Jackie, que no tenía dinero para tales frivolidades, se mostró entusiasmada... hasta que vio al chico más buen mozo de su clase parado frente al cine. Se detuvo para saludarlo, pero Billy puso su pequeño cuerpo entre ellos y le dijo al adolescente de un metro ochenta de estatura que Jackie era su acompañante y que él debía desaparecer, si sabía lo que le convenía. Pasaron seis meses antes de que dejaran de tomarle el pelo en la escuela.
Los otros chicos no mostraron ninguna compasión y no dejaron de hacerle bromas acerca de su guardaespaldas de un metro veinte, quien les iba a golpear las rodillas con los puños. " ¿Lo levantas para darle un beso de buenas noches, Jackie?" , la provocaban.
Para cuando Billy tuvo siete años, la gente del pueblo lo apodaba "la Sombra de Jackie". Estaba con ella tanto como le era posible ,y por más que Jackie hiciera, no podía impedir que
la siguiera.
Cierto día, cuando ella tenía diecisiete años, un chico la acompañó desde la escuela hasta su casa. Se detuvieron un momento junto al buzón, y cuando el muchacho extendió la mano para sacar una hoja del pelo de Jackie, el pequeño Billy, de siete años, saltó de entre los arbustos, enfurecido como un gato mojado, y se lanzó contra el muchacho desprevenido. Jackie, por supuesto, quiso morirse. Apartó a Billy e intentó disculparse, pero el chico estaba avergonzado y tiró a Billy al suelo. Al día siguiente, cada uno de sus compañeros volvió a provocar alegremente a Jackie con el asunto de su amante enano, a quien ella mantenía oculto entre los arbustos.
La madre de Billy, una mujer muy dulce, oyó hablar del alboroto y fue a lo de Jackie a disculparse, pero casi justificó los actos de su hijo menor al decir: "Te quiere tanto, Jackie" .Eso no era lo que deseaba oír Jackie a los diecisiete años. Quería que la quisiera el capitán del equipo de fútbol, no un chico de la mitad de su tamaño.
No le habló a Billy durante las tres semanas siguientes, pero se ablandó cuando despertó una mañana y lo encontró dormido en la hamaca del porche. Se había escapado de su casa por la ventana de su dormitorio, en algún momento de la noche, y esperado que pasara el camión del lechero. Se escondió entre los tarros de leche y luego se bajó cuando el conductor se detuvo frente a la casa de Jackie, donde se acurrucó sobre los duros listones de la hamaca y se quedó dormido. Cuando Jackie lo vio, dijo que era una maldición tan grande como las plagas de Egipto, pero la madre del chico pensó que Billy era encantador.
Billy le había estado siguiendo los pasos el día que ella conoció a Charley y se enamoró de los aviones.
―¿Quieres a los aviones más que a mí? ―había preguntado el chico.
―Quiero a los mosquitos más que a ti ―había contestado ella.
Billy, como siempre, no agregó nada, la cual siempre la hacía sentir peor que si él aullara o gritara o llorara como los otros chicos. Pero Billy era un pequeño muy extraño, más parecido aun viejo con cuerpo infantil que aun chico de verdad.
Cuando Jackie se escapó de su casa con Charley, fue demasiado cobarde como para enfrentar a su madre, de modo que le dejó una nota. Estaba a mitad de camino en dirección a la pista de aterrizaje, cuando siguió un impulso y volvió muy apurada. Un conocido la llevó en auto hasta la casa de Billy, donde había una fiesta de cumpleaños. La mayoría de los once hermanos y hermanas de Billy, junto con casi todos los chicos de Chandler, se estaban aterrorizando mutuamente, haciendo suficiente ruido como para causar un terremoto, pero no había señales de Billy. Su madre, tranquila en medio del caos, vio a Jackie y señaló un rincón del porche.
Lo encontró allí, sentado a solas, leyendo un libro sobre aviones, y al mirarlo, Jackie pensó que tal vez sí lo quería un poco. Cuando el solemne y pequeño Billy, que rara vez sonreía, la vio avanzar hacia él, su cara se iluminó con una expresión de alegría.
―Nunca vienes a verme ―le dijo de una forma que la hizo sentir culpable.
Tal vez había sido demasiado dura con él. Después de todo, algunas veces se habían reído juntos.
Él miró la valija.
―Te vas con ellos, ¿verdad? ―dijo con lágrimas en los ojos.
―Sí, me voy. y tú eres el único al que se lo cuento. A mi madre le dejé una nota.
Billy asintió con un gesto de adulto.
―No le gustará que te vayas.
Estaba acostumbrada a esas actitudes de anciano, pero se dio cuenta de la tristeza del chico. Extendió la mano y le acarició el pelo oscuro.
―Nos veremos, muchachito ―prometió, y se dispuso a marcharse, pero Billy le rodeó la cintura con los brazos y se apretó contra ella.
―Te quiero, Jackie. Voy a quererte siempre, siempre. Ella se arrodilló y también lo abrazó. Luego se apartó y le arregló el pelo.
―Bueno, tal vez yo también te quiera un poquito.
―¿Te casarás conmigo?
Jackie se echó a reír .
―Voy a casarme con algún hombre viejo y gordo y me iré a ver el mundo.
―No puedes ―susurró él―. Yo te vi primero.
Jackie se puso de pie y bajó la vista hacia él, hacia las lágrimas que corrían por su cara de ángel.
―Ahora debo irme. Algún día te veré de nuevo, muchachito. Estoy segura.
Ni siquiera Jackie creía en sus palabras; tenía intenciones de abandonar ese pueblo de segunda categoría para no volver nunca. ¡Iba a ver el mundo! Impulsivamente, de la misma forma en que hacía muchas cosas, se sacó de la blusa el escudo escolar azul y oro y se lo entregó. ¿Para qué necesitaba un escudo de una escuela insignificante de un pueblo insignificante?
Billy miraba con tanta intensidad el escudo que sostenía en la palma, que no se dio cuenta de que Jackie había empezado a alejarse con su paso normal, aunque más parecía una carrera.
―¿Me escribirás? ―preguntó mientras corría detrás de ella, tratando de mantenerse a su lado sin conseguirlo.
―Seguro, muchachito ―respondió ella por encima del hombro―. Claro que te escribiré.
Pero, por supuesto, nunca lo hizo. En realidad, no había pensado en Billy más de media docena de veces en los años que siguieron, yeso solamente cuando estaba en un grupo donde se reía y se contaban anécdotas de pueblos pequeños. Como acompañamiento de las risas estridentes, contaba la historia del pequeño Billy Montgomery, quien la había acosado desde que ella tenía doce años hasta que se había escapado a los diecisiete. Un par de veces se había preguntado qué habría sido de él, pero sabía que tenía el dinero y las relaciones de los Montgomery, de modo que podía hacer lo que se le antojara.
―Probablemente se haya casado y tenga media docena de hijos ―dijo alguien cierta vez.
―Imposible ―replicó Jackie―. Billy es sólo un niño. Yo solía cambiarle los pañales.
―Jackie, creo que deberías hacer algunas cuentas.
Horrorizada, había tomado conciencia de que el "pequeño" Billy Montgomery debía de tener alrededor de veinticinco años.
―Me estás haciendo sentir vieja ―había dicho entre risas―. No hace más de tres años que me fui de Chandler.
Gimió cuando Charley le recordó que hacía diecisiete años que estaban casados.
De modo que ahora, muchos años después de haber dejado Chandler, se hallaba de pie frente al chico que la había abrazado para jurarle que siempre la amaría. Sólo que no se parecía mucho al pequeño que ella recordaba. Más de un metro ochenta, hombros anchos, caderas esbeltas, muy buen mozo.
―Entra a tomar un chocolate caliente y unas galletitas ―le dijo.
Se recordó que, comparado con ella, Billy era sólo un muchacho. Pero al mirarlo, no resultaba fácil hacerlo.
―Prefiero café ―dijo él mientras caminaba junto a Jackie.
Una vez dentro de la casa, ella se sintió incómoda y debió hacer un esfuerzo para seguir adelante.
―¿Cómo está tu familia?
―Todos bien. ¿y tu madre?
―Murió hace algunos años ―respondió Jackie por encima del hombro mientras se dirigía a la cocina.
Billy le siguió los pasos.
―Lo lamento. Vamos, deja que te ayude ―dijo, y estiró el brazo por encima de la cabeza de ella para alcanzar un tarro de café.
Jackie comenzó a darse vuelta y se encontró mirando la garganta tostada de Billy; luego, a medida que sus ojos subían, le miró el mentón, tan cuadrado que parecía esculpido. Por un instante contuvo el aliento. Luego se repuso y salió del cerco que él le imponía con su actitud.
―¡Por Dios, cómo te pareces a tu padre! A propósito, ¿cómo está?
―Igual que cuando lo viste hace cuatro días.
―Sí, por supuesto. Yo...
Billy le sonrió como ante una broma que sólo él conocía; luego puso una silla al lado de la mesa de la cocina y le hizo un gesto para que se sentara.
―Yo prepararé el café ―dijo.
―¿Puedes hacerlo?
Jackie era de las que creían que los hombres no podían hacer nada a menos que les pagaran o los premiaran. Podían intervenir en guerras, dirigir grandes empresas, pero no podían alimentarse ni elegir su ropa sin una mujer al lado.
Billy puso el número correcto de granos de café en el molinillo y empezó a hacer girar la manivela, todo el tiempo observándola con una ligera sonrisa.
―Bueno, cuéntame algo de tu vida ―dijo Jackie, sonriéndole a su vez, haciendo lo posible por recordar que alguna vez le había cambiado los pañales a ese hombre.
―Fui a la universidad, me recibí, y ahora ayudo a mi padre en lo que haga falta.
―En administrar los millones de los Montgomery, ¿verdad?
―Más o menos.
―¿Nada de esposa o hijos?
Parecía imposible pensar que el chico a quien ella solía cuidar fuera lo bastante mayor como para tener esposa, y ni hablar de hijos.
―Te dije que eras la única mujer a quien podría amar. Te
Ante eso, Jackie se echó a reír .
―El día que me fui tenías ocho años y tu nariz llegaba a la hebilla de mi cinturón.
―Desde ese entonces crecí.
Mientras hablaba, él se dio vuelta y llenó la cafetera. Jackie no pudo dejar de darse cuenta de que había crecido muy, muy bien.
―¿Cómo está tu familia? ―preguntó por tercera vez.
Billy se dio vuelta, sacó la billetera del bolsillo trasero, eligió unas fotografías y se las entregó.
―Mis sobrinas y sobrinos ―dijo―. O al menos algunos de ellos.
Mientras el café se asentaba, se inclinó hacia ella y le mostró las fotos, algunas grupales, otras individuales. A Jackie le gustó que fuera tan sentimental como para llevar fotos de chicos, que conociera sus edades y algo acerca de la personalidad de cada uno. Claro que la experiencia no le resultó totalmente placentera. Recordaba a los padres de esos chicos también como a chicos. Había una niñita de pelo oscuro que tenía la misma edad de su madre cuando Jackie la había visto por última vez.
―Creo que me estoy poniendo vieja ―murmuró Jackie. Dentro de su corazón, le parecía que no había envejecido ni un día desde que se había ido de Chandler. Todavía se sentía de dieciocho años, todavía sentía que debían pasar muchas cosas antes de ser una persona mayor y empezar a actuar como una adulta. No estaba segura de lo que quería hacer con su vida. Había tenido una larga adolescencia llena de aviones y espectáculos, carreras y pruebas acrobáticas para asombrar al mundo, pero ahora estaba casi lista para echar raíces y convertirse en una mujer adulta. Pensaba que tal vez estuviera lista para casarse con un hombre "real" , alguien que tu viera un empleo estable, un hombre que viniera a casa a la noche y leyera el diario. Incluso pensaba que tal vez estuviera lista para tener hijos. Terri creía que eso era muy cómico, ya que dos chicas del mismo curso de su escuela secundaria ya eran abuelas.
―Tú nunca serás vieja, Jackie ―le dijo Billy con suavidad, al oído.
Su aliento sobre la piel la hizo saltar, y tuvo que hacer un esfuerzo mental para tranquilizarse. ¿Qué le estaba pasando, que la cercanía de un chico como Billy la afectaba tanto?
―Pero... ―empezó, y se detuvo al oír un avión. Sonaba como si fuera a bajar.
Dejó su taza de café, atravesó la sala y salió por la puerta del frente hacia el campo de aterrizaje, Billy la siguió. Mientras se protegía los ojos del sol, vio que el avión se dirigía a la pista. De inmediato supo que el piloto no tenía mucha experiencia: el avión había bajado demasiado pronto.
El piloto se las arregló para aterrizar, pero en forma tan ajustada que Jackie pensó en darle algunos consejos. Podría haber derribado la chimenea de la vieja casa de la colina y el impacto habría hecho que el avión cayera.
Mientras Jackie atravesaba rápidamente el campo, Billy se le adelantó para acercarse primero al avión y levantó los brazos cuando el piloto salió. Con cierto atraso, Jackie se dio cuenta de que era una mujer. Sólo una mujer podía tener ese cuerpo esbelto, esas curvas delicadas, y sólo una mujer hermosa podía aceptar con tanta facilidad que los brazos extendidos de un hombre la ayudaran a bajar. Se sacó las gafas protectoras y el casco de cuero para dejar en libertad un torrente de pelo negro como la medianoche; luego se volvió hacia Jackie con una expresión de pesar en la cara adorable.
―Tenía tantos deseos de impresionarte ―dijo―, pero en lugar de eso
―No era otra cosa ――contestó él.
Las palabras de reconvención murieron en labios de Jackie.
Recordaba las veces que había querido impresionar a Charley con su habilidad para volar, sólo para hacerlo de la peor manera si él estaba allí. En lugar de endilgarle un sermón a la muchacha, le sonrió.
―Te acuerdas de mi prima Reynata, ¿ verdad? ―dijo Billy. Después de un instante, Jackie la miró horrorizada.
―¿Rey? ¿Tú eres la pequeña Rey? ―Cuando había conocido a esa chica, era una gordita de cinco años con la ropa permanentemente sucia y las rodillas siempre peladas. No dejaba de correr detrás de los otros chicos, y tampoco dejaba de caerse y lastimarse. Ahora era alta y hermosa y casadera.
―Claro que la recuerdo ―dijo Jackie tratando de mostrarse amable, pero se sentía como si su pelo se estuviera volviendo gris con cada uno de esos "adultos" con quienes se encontraba. Después de estrecharle la mano, Jackie la invitó a tomar un café.
―Me encantaría, pero acabo de ver el camión en la ruta y... Ah, aquí está.
Jackie permaneció en su lugar mientras Rey, toda energía y movimiento, corría hacia la ruta de Eternity, donde un enorme camión comenzaba a aparecer.
―Creo que será mejor que ayude ―dijo Billy antes de seguir a su prima.
Sorprendida, Jackie los siguió con paso lento. ¿Qué estaba pasando? El avión piloteado por Rey era un Waco, tan brillante y nuevo que debía de haber salido de la fábrica el día anterior. Era el tipo de avión que, como le había dicho a William, su salvador, ella más deseaba. ¿Eso era una coincidencia, o el avión era de William?
Para cuando llegó al camión, lo estaban descargando; llevaban las cosas al viejo hotel que Jackie le alquilaba al padre de Billy: una cama y sábanas, una silla, dos mesas pequeñas, lámparas, ropa y un perchero. Toda la situación era tan confusa que pasó un momento antes de que Jackie pudiera hablar.
―¿No te importaría decirme qué está pasando? ―le dijo a Billy después de llevarlo a un costado―. ¿Y no te importaría decirles a esos hombres que dejen de poner muebles en mi casa? Ya tengo bastantes.
Billy pareció sorprenderse.
―El piso de arriba está vacío, ¿no es cierto? No lo alquilaste, ¿verdad?
―No, no lo hice. Tu padre...
―Oh, yo le compré el hotel a papá. Me cobró cinco dólares. Traté de que me lo rebajara a uno, pero no quiso saber nada. Al principio quería diez, pero para algo tengo un título en administración. Nadie me va a engañar, ni siquiera mi padre.
Jackie no dudó de que la historia era muy divertida; sin embargo, en ese momento no estaba de humor para divertirse.
―¿Qué está pasando?
―Supongo que primero tendría que haberte pedido permiso. Quiero decir, es tu casa, o al menos lo son los tres primeros pisos; pero realmente no tuve tiempo. Debí hacer arreglos lo más pronto posible a fin de que estemos listos para la Invitational. Pensé que sería mucho más conveniente si vivía cerca en lugar de venir todos los días desde Chandler, de modo que le compré el hotel a papá y contraté gente para limpiar el último piso. Mi madre me encontró muebles en el altillo y...
―¡ Espera un minuto! ―gritó ella―. ¿ Qué tienes que ver tú con la Invitational? ¿Qué tengo que ver yo con una carrera como ésa? ¿Por qué hablas de "nosotros"?
Apenas terminó de hablar, supo la respuesta. Parado frente a ella, protegiéndola dcl sol, no estaba el pequeño Billy Montgomery sino William, su caballero salvador, el hombre que la había sacado de un avión accidentado, el hombre que la había intrigado con su charla, que la había interesado por la vida, y que incluso la había hecho volver a pensar en el amor .
Era el hombre con quien había estado fantaseando, soñando, imaginando un futuro. En realidad, el hombre de quien estaba empezando a sentirse enamorada era un niño muy alto.
La turbación fue el primer sentimiento de Jackie. ―Creo que hubo un error. Tendrás que sacar tus muebles y volver a Chandler.
Con la cabeza gacha para que no viera su cara ruborizada, comenzó a caminar hacia el hotel, adonde los hombres transportaban una mesita a través de la puerta del frente. Pero William la tomó de un brazo.
―Jackie... ―empezó.
―¿Acaso tu familia no te enseñó que a los mayores les debes hablar con respeto? Para ti, yo soy la señorita O'Neill. Él no le soltó el brazo.
―Creo que debemos hablar de esto.
―No creo que debamos hablar de nada. ¡Eh! ―le gritó a un hombre que salía del hotel en dirección al camión―. No lleven más cosas adentro. El pequeño Billy no se quedará.
Los hombres se reían entre dientes mientras miraban de Jackie a William, que se cernía sobre ella. Era bastante más alto, mucho más pesado, y no se adecuaba a la idea que alguien pudiera tener del "pequeño Billy".
William les hizo un gesto brusco a los hombres.
―Tomen un descanso ―les ordenó. Luego, sin soltar el brazo de Jackie, la hizo caminar calle abajo. No dijo ni una palabra mientras la hacía entrar en lo que alguna vez había sido uno de los bares de Etemity. Allí había media docena de sillas rotas y unas pocas mesas sucias. Con firmeza, la llevó hasta la única silla con cuatro patas y la sentó.
―Ahora, Jackie...
Como un muñeco de resorte en una caja de sorpresa, Jackie se levantó de inmediato.
―No trates de explicarme nada.
―Esto ha sido un tremendo error, eso es todo. Quiero que te lleves las cosas de mi casa... ―Dudó. ―O, si ahora el lugar te pertenece, seré yo quien me mude.
Ante esa idea, le dolió el corazón; no deseaba dejar su linda casa.
―Empezaré a mudarme ya mismo ―dijo, a pesar de todo.
―¿Qué pasa contigo? ―preguntó William, poniéndose entre ella y la puerta―. Es como si te hubiera dejado plantada en medio de un romance. Pensé que estábamos de acuerdo en administrar juntos un negocio. ¿Hubo algo más entre nosotros? ¿Algo de lo que no me haya enterado?
Jackie volvió a sentarse mientras rezaba para poder vivir hasta el fin de ese día. Por supuesto, él tenía razón. Estaba actuando como una tonta. No había habido nada entre ellos, excepto las ilusiones que ella se había hecho. Durante toda aquella noche él había sabido quién era ella, había sabido que tenía edad suficiente como para ser... bueno, su hermana mayor. Él sabía que ella era su ex niñera.
Eso significaba que todo, absolutamente todo, lo que ella había imaginado sentir era sólo una cuestión suya. La había besado, pero debía ser sincera consigo misma: no había sido un beso para hacer arder el mundo. En fin, tal vez en ese momento ella había creído que era un gran beso, pero, pensándolo bien, se acercaba más aun beso amistoso. ¿ y qué pasaba con toda la conversación entre ellos? Eso también había sido normal. Si él quería mantenerla despierta, no podía hacerle preguntas aburridas acerca de su maestra de segundo grado.
―¿Por qué me estás mirando así? ―preguntó él.
Lo miraba y pensaba que las cosas no marcharían bien si ambos vivían bajo el mismo techo en el aislado pueblo fantasma. Le habría gustado que en Chandler se produjera una avalancha de chismes, pero la verdad era que, sin lugar a dudas, pensarían en ella y William como en maestra y alumno, sin ninguna posibilidad de escándalo. Jackie estaba segura de que así lo veía William también. Jackie era su mentora, su heroína, su maestra, la que le había enseñado a atrapar insectos, a hacer equilibrio sobre una cuerda, a contener el aliento durante todo un minuto. No, estaba segura de que no tendría problemas con William.
El problema lo tendría con la propia Jackie. Por más que quisiera, no podía mirar a ese joven atractivo y recordar que era sólo un chico y que ella era, en comparación, una mujer vieja.
Cuando una siente que tiene dieciocho años, resulta difícil recordar que no es así. A veces es un shock mirar el espejo y ver una cara envejecida que devuelve la mirada. Nunca más un hombre le diría "Cuando te despiertas, pareces una muchachita" .Ahora ya no parecía una muchachita ni siquiera después de una sesión de maquillaje de una hora. Oh, se la veía muy bien, y lo sabía, pero ya no parecía de dieciocho años y nunca más volvería a hacerlo.
―Creo que sería mejor que vivieras en Chandler ―dijo con su mejor voz adulta―. Sería mejor para... Sería mejor, eso es todo.
Hizo todo lo que pudo por mantener neutra la voz. Si una deseaba intensamente a un hombre diez años menor, un hombre al que una había cuidado de niño, ¿eso era incesto?
―Para iniciar un negocio debemos pasar gran parte del tiempo juntos, y creo que sería ridículo tener que conducir sesenta kilómetros ida y vuelta a Chandler todos los días. ¿ Qué pasa si queremos discutir algo a la noche?
―Está el teléfono.
―¿Qué pasa si necesitas ayuda con los aviones? ―Hasta ahora me fue bastante bien sin ti. Creo que puedo seguir arreglándomelas.
―¿Qué pasa si de repente yo tengo alguna duda?
―Esperas hasta la mañana siguiente. Ya sabes, igual que como debes esperar hasta la mañana para abrir tus regalos de Navidad.
Él se apartó un poco, apoyó el pie en la barandilla de la barra, el codo en el mostrador y la cabeza en una mano. Ahora, lo único que necesitaba era un par de ojos inyectados en sangre y un revólver de buen calibre en la cadera y parecería un pistolero, pensó Jackie. Basta, se dijo. Definitivamente, debía sacarlo de Eternity y mandarlo lo más lejos posible.
Después de un momento, William se dio vuelta para mirarla, muy serio, y ella se acordó del chico solemne que había sido.
―No―dijo, y luego extendió la mano como para ayudarla a levantarse.
Jackie toda vía no se sentía tan vieja como para necesitar ese tipo de ayuda.
―¿Qué quieres decir con ese "no"?
―Quiero decir que viviré en Eternity el tiempo que sea necesario. Ya lo decidí.
―Ya lo... ―dijo ella, casi balbuceando. Por un momento se sintió como si volviera a ser su niñera y él la estuviera desobedeciendo, pero cuando se paro frente a él tuvo que levantar la vista para mirarlo a los ojos, unos ojos de hombre, no de niño. Se dio vuelta y salió del lugar, mostrando su rabia con cada paso que daba.
Caminó un rato, se internó en el desierto que rodeaba Eternity y trató de pensar en lo que haría. La turbaba mucho el haber experimentado semejantes... semejantes sentimientos profundos por ese joven la primera noche. ¿Por qué un sexto sentido no le advirtió que ella sabía más que él de la vida? ¿Por qué no había captado los indicios que le indicaran que estaba tratando no con un adulto sino con un chico grande? Y, por supuesto, tenía que haber habido indicios. Hubo eso de... Y, bueno, hubo... Por más que lo pensó, no logró recordar nada que hubiera podido señalarle que él era mucho más joven que ella.
Excepto, quizá, que él se mostró muy divertido aquella noche. ¿Por qué, cuanto más envejecía, la gente menos quería reírse? Cualquiera hubiera dicho que tendría que ser al revés. La edad necesitaba de la risa. La risa podría ayudar a una persona a aguantar achaques y dolores, a admitir que los músculos ya no se estiraban, sino que parecían quedar fijos en un lugar. Sin embargo, cuanto más vieja se ponía la gente, menos se reía. Tal vez ésa fuera una manera de adivinar la edad de las personas. Si se ríen cincuenta veces al día, son chicos. Veinte veces al día, tienen más de veinte años. Diez veces al día, andan por los treinta y cinco. Para cuando llegan a los cuarenta, parecería que nada los hace reír.
Hacía cerca de un año, Jackie había salido a cenar con un hombre muy agradable y otras tres parejas. Durante toda la cena no había habido ni un intento de risa. Sólo se había hablado de dinero, de hipotecas y de dónde se podían conseguir los bifes más baratos. Más tarde, su acompañante le había preguntado si lo había pasado bien, y ella había contestado que la gente le había parecido... bueno, un poco vieja. Ante eso, el hombre había respondido rígidamente que sus amigos eran más jóvenes que ella. "Sólo en materia de años" , había retrucado con rapidez, y ésa fue la ultima vez que lo vio.
De modo que ahora su problema era un hombre joven, un hombre muy joven llamado William Montgomery. Necesitaba deshacerse de él, necesitaba alejarlo de ella. No confiaba en sí misma si lo tenía cerca. Se había sentido atraída hacia él la noche en que la había sacado del avión, y había vuelto a sentir lo mismo esa mañana. Quizá fuera por la falta de compañía masculina durante muchos meses, en especial cuando había pasado tantos años exclusivamente con hombres; pero no lo creía. Había algo en la solemnidad de Billy, algo en la forma en que hacía lo que decía que iba a hacer, que la atraía. Diablos, pensó, después de tantos años con Charley, tal vez llegara a enamorarse de un mono de cara azul, si la criatura era coherente con sus ideas, si hacía la que prometía.
CAPITULO 4
Mientras Jackie entraba con su auto en el pueblo fantasma que se había convertido en su hogar, parecía que no podía evitar que el corazón le saltara un poco. La luz del porche brillaba cálidamente y había más luces en el interior de la casa. Alguien la estaba esperando adentro. No era una casa vacía, sino un lugar animado por la vida de otra persona.
Se sacudió mentalmente, obligándose a dejar de fantasear . El hombre de allí adentro era sólo un niño, y su socio en los negocios, y nada más. En el mayor silencio, para no alertarlo, cerró la puerta del auto y entró en la casa. Había vida en el ambiente, gracias al sugestivo olor a comida, el calor y la luz. La linda casa nunca había resultado tan acogedora.
Él estaba parado en la cocina, frente a la pileta, con la espalda hacia ella. Tenía las mangas enrolladas; sus fuertes antebrazos bronceados estaban mojados con agua jabonosa porque él lavaba una pila de platos sucios. Por un momento, Jackie se quedó observándolo desde el vano de la puerta. Sabía que era un banquero, un experto en números, un hombre que se había pasado la mayor parte de la vida con la nariz metida en un libro, pero tenía el cuerpo de un atleta. Habiendo crecido en Chandler, sabía que los Montgomery amaban cualquier tipo de ejercicio; remaban y nadaban, escalaban laderas rocosas hasta la cima de las montañas, preferían caminar a usar el auto.
El cuerpo de William era la evidencia de todo ese ejercicio. Debajo de la delgada camisa de algodón, su espalda bronceada era un monte de músculos, colinas y valles de un paisaje de gran belleza. Los muslos fuertes se notaban tirantes bajo los pantalones, las nalgas apretadas se curvaban contra la tela.
Jackie debió bajar las manos a los costados, los dedos apretados en puños, para tratar de calmar la ansiedad que sentía ante el deseo de tocarlo. Quería deslizar los brazos alrededor de su cintura, apretar la cara contra su espalda, luego sentir que él se daba vuelta para besar su cara levantada.
―¿Quieres café? ―preguntó él con suavidad, todavía de espaldas a ella. Sus palabras la sobresaltaron. ¿Desde cuándo sabía que estaba allí? ¿Acaso había estado mirando el reflejo de su cara en el vidrio oscurecido de la ventana que había frente a él?
―No ―consiguió susurrar al empezar a darse vuelta para irse. Por supuesto, tendría que haber aceptado el café y luego haberse sentado con él a fin de charlar un poco. Lo había hecho con cientos de hombres por las tardes; hablaban de planes, de gente que ambos conocían, de política, de cualquier cosa que les viniera a la mente. Rara vez se había sentido atraída por alguno de ellos. A menudo había visto a las mujeres enloquecer por tal o cual hombre, individuos en quienes ella no veía nada especial. Ahora era ella la que estaba cayendo; eran sus palmas las que se ponían húmedas cuando cierto hombre se hallaba cerca. Fuera lo que fuere lo que sentía por él, se recordó que ese hombre era tabú.
Levantó la cabeza y le dedicó su mejor sonrisa adulta.
―¿No se pasó ya tu hora de ir a la cama?
Intentaba insultarlo, ponerlo en su lugar―el cuarto de los niños―, pero él no pareció sentirse insultado. En lugar de eso, le dedicó a su vez una lenta sonrisa que la hizo sentir muy bien.
―No me importaría ir a la cama. ¿Tú que dices?
Consternada, Jackie sintió que se ruborizaba como una virgen de dieciocho años.
Al ver su confusión, William se rió un poco antes de hablar .
―Ven afuera. Quiero mostrarte algo.
Con aire afable, le deslizó la mano alrededor del brazo y la condujo hacia afuera.
―Esta noche te extrañé ―dijo con suavidad, apretándole la mano cuando ella intentó retirarla―. Muy bien ―siguió en tono alegre―. Me portaré bien. Estuve pensando en una expansión.
Eso atrajo la atención de Jackie.
―¿Expansión? ¿Cómo podemos agrandar algo que todavía no existe? Cuando se es tan joven como tú, uno piensa que todo es posible, pero cuando pasan los años, aprendes que hay límites para lo que una persona puede hacer .
Ahí está, pensó, eso tendría que servir. Eso lo pondría en su lugar. Su cuerpo podría desearlo, pero su mente era mucho más sabia que la de él.
William ni siquiera pareció percibir la pequeña cuota de sabiduría que ella le ofrecía.
―Cuando se es tan rico como yo, muchas cosas son posibles.
Adiós sabiduría, pensó ella. Cuando llegaba el momento de tirar la moneda entre sabiduría y dinero, desgraciadamente siempre ganaba el dinero. Se dijo que debería sentirse ofendida ante la evidente referencia a la riqueza, pero por otro lado, le había gustado bastante. Siempre había sentido desprecio por la gente que fingía llevar una vida difícil a pesar de la fortuna que poseían. Sin embargo, le gustara o no lo que él decía, no iba a perder esa oportunidad de recordarle la diferencia de edad.
―Creo que, a medida que envejezcas, descubrirás que en este mundo hay cosas que tienen más peso que el dinero.
―¿Y cuáles son?
―La inteligencia. La sabiduría. La Alegría. Eh... ―Reflexionó un instante, luego levantó la vista hacia sus ojos sonrientes, hacia la luz de la luna sobre su pelo. Él no dejaba de apretarle la mano. Con un suspiro de derrota, agregó: ―¿ Qué piensas tu?
Era una mujer a quien le gustaba hacer, y esa charla sobre ideales filosóficos la estaba cansando.
William se echó a reír ―esa risita condescendiente empezaba a irritarla―, la besó en la frente como si fuera una niña y señaló hacia los campos vacíos del sur de Eternity.
―Podríamos construir otra pista de aterrizaje allí, un lugar del que pudieran despegar dos aviones grandes. Un Bellanca, tal vez. ¿Es el nombre correcto?
―Sí ―dijo ella―. Es el nombre correcto.
―Podríamos inaugurar un servicio de transporte entre Denver y Los Ángeles.
―Estamos en Chandler, no en Denver.
―Abrimos una pista en las afueras de Denver, pero administramos el negocio desde acá; llevamos mercadería de mi familia a Denver, la entregamos allí, recogemos gente y carga en Denver, luego volamos a Los Ángeles.
No pareció notar lo callada que se había quedado Jackie.
―¿Quién va a pilotear esos aviones?
―Puedes entrenar gente. Tengo unos primos a quienes les encantaría aprender a volar. y si eres la primera mujer en ganar la Taggie, atraerás a muchas que desean aprender a volar. Tal vez podrías tener un personal integrado sólo por mujeres. Te gustaría, ¿no es cierto?
Estaba segura de que él trataba de mostrarse agradable con ella al decir que fundaría una compañía de mujeres pilotos, y en otras circunstancias se lo habría agradecido, pero en ese momento lo único que oyó fue la palabra "Taggie". Se apartó de él.
―¿Ganar la Taggie? ¿Estás loco? No tengo ninguna intención de participar en esa carrera, y menos de tratar de ganarla.
―¿Por qué? ―preguntó él simplemente―. Eres la mejor piloto del mundo, mejor que cualquier hombre, mejor, por cierto, que cualquier otra mujer. Puedes superarlos a todos. El año pasado, el hombre que ganó la Taggie no tenía ni la mitad de tu experiencia o tu capacidad. No era nada comparado contigo.
Caramba, te hacía sentir bien ser comparada con un héroe tan conocido y reverenciado. En particular porque sabía que lo dicho por él era cierto.
―No voy a participar ni en esa carrera ni en otra ―insistió al darse vuelta, dispuesta a marcharse.
Ella tomó del brazo.
―¿Pero por qué, Jackie? Eres la mejor piloto de los Estados Unidos y nunca participas en las carreras grandes. Solías establecer récords de duración y velocidad, pero hace algunos años dejaste de intervenir en carreras. Fue como si todo el mundo siguiera adelante mientras tú te detenías. Pensaba que te habías acobardado, pero no es verdad; vi con mis propios ojos que no habías perdido tu temple. Entonces, ¿por qué no intervienes en la carrera y la ganas?
―Porque estoy demasiado vieja ―respondió ella, deseando decir cualquier cosa con tal que él no siguiera hablando de eso―. Mis reflejos ya no son tan rápidos como los de los jóvenes que vuelan ahora. Estoy en este negocio desde hace mucho, mucho tiempo y...
William dijo una palabra muy grosera que describía adecuada y completamente lo que ella trataba de hacerle creer.
―¿Por qué me mientes? ¿Por qué?
Odiaba que las personas no creyeran lo que les decía. ¿Por qué William no podía aceptar que ella era demasiado vieja para intervenir en esa maldita carrera y dejaba las cosas como estaban?
―No me gustan las carreras ―dijo―. Implican un gasto inútil de combustible en tiempos de necesidad para nuestro país. Mientras algunos pasan hambre, los pilotos hacen gastos innecesarios. Cuando seas mayor te darás cuenta de que el dinero puede emplearse de forma más inteligente y no en carreras y otros disparates semejantes.
Ante ese pequeño discurso, William emitió un bufido burlón.
―Lo que está mal en la economía estadounidense de este momento es la falta de dinero en circulación. La gente guarda todo lo que posee porque tiene miedo de gastar. Lo que este país necesita es más gasto, no otra cosa. y las carreras como la Taggie le dan placer a la gente deprimida.
Se interrumpió y la miró fijo, como si quisiera ver dentro de su alma. Cuando ella dio vuelta la cabeza para que no pudiera verle los ojos, William le puso los dedos bajo el mentón y le levantó la cara para que sus miradas se cruzaran.
―Hay algo más. ¿Por qué no me dices la verdad?
Enojada, se apartó de él y se dirigió hacia la oscuridad de la noche, hacia la sombra de la vieja tienda de ropa; no quería que le viera los ojos. Estúpido, era realmente estúpido de parte de ella sentirse tan mal por decepcionarlo. Muchas, muchas personas habían pensado que ella debía participar en carreras y competencias, y Jackie se había reído ante sus sugerencias. Pero ahora sentía el deseo irracional de complacer a William.
A pesar de lo que quería decir, las palabras que salieron de su boca la sorprendieron.
―¿Por qué? ¿Qué importancia tiene si gano o no una carrera?
En su voz había casi un tono de lamento, pensó disgustada. Era como si dijera: "¿Por qué no les gusto como soy?" ―Quiero que te recuerden ―contestó él simplemente, y no hacía falta ser un genio para entender lo que quería decir .
Los libros de historia siempre recordaban a las personas que hacían lo máximo, lo mejor, a quienes volaban a más altura, lo más rápidamente posible, lo más lejos posible, lo que fuera. Si Jackie dejaba de establecer récords, de ganar carreras, las cosas que había hecho morirían con ella. Nunca lo habría dicho en voz alta, pero lo había pensado muchas veces. A veces sentía enojo y bastante envidia al leer que algún piloto mequetrefe que no tenía en la cabeza tantos conocimientos como los que Jackie tenía en su meñique, había ganado un lugar en los libros de historia al establecer algún récord de aviación.
―Tú ya has pensado en eso ―dijo él, tanto para sí mismo como para ella. Cuando Jackie intentó alejarse de nuevo, inspiró profundamente. ―Está bien, no diré nada más. Por esta noche, al menos, pero no por mucho tiempo. Me dirás la verdad, si es que voy a...
―¿Si es que vas a qué? ―preguntó ella, intentando desafiarlo de alguna manera ruda, pero en cambio su voz surgió con un tono de burla.
―Deberé retarte a duelo.
Aun en la oscuridad de la noche, pudo ver que los ojos de él centelleaban.
―¿Puedo elegir las armas?
―Por supuesto ―contestó él en el mismo tono―. Lo que tú quieras. Espadas, pistolas. ―Levantó las cejas. ―Un encuentro de lucha libre.
―Aviones―dijo ella―. Tendremos un duelo con aviones.
Se echó a reír cuando William gimió como si sintiera un gran dolor .
Mientras reían, sus miradas quedaron enlazadas. ¿Qué era más peligroso que la risa compartida? La risa era más poderosa que todos los besos del mundo. Una podía evitar enamorarse de un hombre cuyo único atractivo residía en el interés sexual, ¿pero cómo podía dejar de enamorarse de un hombre que la hacía reír? Reír con un hombre te hacía soñar con una vida junto a alguien que podía ver el lado brillante de la vida, un hombre que podía sonreír cuando las cosas andaban mal.
―No lo hagas ―dijo ella en voz baja, y se apartó para volver a la casa.
William no se movió de donde estaba; no dejó de mirarla mientras se alejaba.
CAPITULO 5
Dos días más tarde, después de otra noche sin poder descansar, Jackie supo que debía hacer algo. Cada noche se daba vuelta muchas veces, y cada vez se despertaba y prestaba atención por si oía algún sonido proveniente de William. Por supuesto, sabía que él se hallaba dos pisos más arriba y que le sería imposible oírlo, pero eso no establecía ninguna diferencia. Sabía que estaba allí; podía sentir su presencia.
En la madrugada del tercer día, alrededor de las tres, se despertó y mantuvo una charla madura e inteligente consigo misma. Su conclusión fue que él se iba o ella se volvía loca.
Cuando era más joven, siempre le gustaba saber por qué hacía las cosas, y si descubría que su comportamiento se basaba en algo infantil, como los celos o la envidia, trataba de superarlo.
Pero con la edad vino la sabiduría de reconocer que todos eran humanos. Cualquiera fuera la razón, sabía que debía deshacerse de él. ¿Qué pasaría si Terri venía de visita y los encontraba a ella ya William en la misma casa? Imaginaba los comentarios de rechazo del pueblo. Si el lugar fuera París, ella podría actuar con impunidad, pero aquello era el remoto y anticuado pueblo de Chandler, Colorado, y una mujer de treinta y ocho años no vivía con un hombre diez años más joven y por si la diferencia de edad no resultaba suficiente, también estaba la charla de William sobre la Taggie. Necesitaba detener eso enseguida. William veía el asunto con los ojos de un partidario entusiasta, de alguien que ofrece ayuda. Quería que Jackie ganara esa carrera para hacerla figurar en los libros de historia. Con ese brillo en los ojos, era posible que hiciera algo tan absurdo como anunciar al pueblo que ella iba a intervenir, en la esperanza de hacerla cambiar de idea. Mientras comenzaba a vestirse, Jackie no pudo dejar de sentirse triste: sabía que lo que estaba haciendo era tal vez lo más tonto que había hecho en su vida, pero ni siquiera esa certeza se lo impedía. Contar con la ayuda de un hombre con el dinero y la agudeza para los negocios de William Montgomery era el sueño de cualquier piloto mal pago y ávido de gloria. William no quería aprovecharse de la fama de Jackie, ni trataba de arrebatarle la dirección de la empresa. Sólo quería permanecer en segundo plano y dedicarse a la aburrida tarea de administrar el dinero.
Era exasperante. Pero lo que resultaba de veras exasperante en William era que a ella le encantaba depender de sus actitudes lentas y mesuradas. No sabía cómo explicarlo de otra manera: William la hacía sentir segura.
El primer día le había preguntado dónde guardaba los libros, y luego habían tenido una molesta pelea mientras Jackie deducía que él no estaba tratando de meterse en su dormitorio, donde estaba ubicada su única biblioteca. Sino que quería un libro mayor con las anotaciones de deudores y los montos de las deudas. " Ah, eso" , había dicho ella antes de empezar a recitarle con precipitación cuánto le debían distintas personas del pueblo por el uso del campo de aterrizaje, por llevar una encomienda a Denver, por pedirle encarecidamente un viaje con ella a Trinidad. Recordaba quién le había pagado y cuánto era lo que todavía se le debía. Recordaba fechas de vuelos y su duración. Recordaba quién le había pagado con dinero y quién con gallinas.
Después de escuchar embelesado esa rendición de cuentas de su vida económica, William parpadeó varias veces y dijo que compraría un libro mayor y establecería una contabilidad adecuada. Tratando de ser lo más impertinente posible, Jackie se había escapado de la habitación, no sin antes deslizar por encima del hombro: "Me imagino que no esperarás que anote cada centavo de mis ganancias en un libro".
El plan de Jackie consistía en obligar a William a decir que se marcharía; también quería dejar claro ―ante él y ante cualquier posible visitante―― que entre ellos no había nada más que negocios. De modo que, al tratar de alcanzar ese objetivo, tal vez no había sido la más cortés de las socias. y en verdad era tonto tratar de sabotearse a sí misma; cada día que pasaba William le gustaba más.
Nada de lo que dijera parecía alterarlo. Era la imagen de la calma. A cada minuto que pasaba, Jackie veía mayores posibilidades de peligro al estar tan cerca de ese joven. De manera que fortaleció su decisión de mantenerse lejos de él. La primera noche William había usado la cocina cuando ella no estaba allí, pero la segunda le había preguntado si podía bajar y cocinar ahí porque lo único que tenía era un calentador portátil. Jackie sintió que no podía negarse al pedido y por un largo y delicioso instante pensó en sentarse a la mesa de la cocina con un hombre y reír ante una botella de vino. Debió obligarse a borrar esa imagen. A la hora de la cena, dijo que debía ir a Chandler a recoger una caja de telas.
Cuando estaba en el restaurante local comiendo algo que el cocinero denominaba el plato especial del día, Reynata se sentó a su lado.
―¿Te molesto? ―preguntó la hermosa jovencita.
―Claro que no ―contestó Jackie.
Después de sentarse y pedir una gaseosa, la chica miró a Jackie.
―¿Vas a ser la primera mujer ganadora de la Taggie?
Eso logró sacar a Jackie de su melancolía.
―¿Dónde oíste semejante cosa?
―Adivina.
Jackie sonrió.
―Creo recordar que William lo mencionó. Es un caso grave de adoración por los héroes. Sabes, muchos hombres jóvenes se sienten así frente a una mujer mayor.
―No sé si William se siente de esa manera con respecto a ti. ―Rey sonreía y jugueteaba con la pajita de la bebida.
Jackie se puso de pie de un salto.
―¡Mira, entre Billy Montgomery y yo no hay nada más que un acuerdo de negocios, y cualquiera que diga otra cosa es un condenado mentiroso! Para mí es un chico y nada más. Solía cambiarle los pañales. No puedo mirarlo sin verle un bigote de leche en su cara regordeta de niño. Quiero... ―Se interrumpió porque todo el mundo había dejado de hablar y la estaba mirando.
Estupendo―pensó Jackie――; si antes no había sospechas, ahora las habrá. De modo que ahora, después de pasar tres días con la calma de William, la organización de William, los ojos de William, lo cual a veces hacía temblar a Jackie, sabía que debía deshacerse de él. ¿Pero cómo ? Los insultos no parecían afectarlo. Cuando era un niño, Jackie le había dicho muchas cosas groseras a fin de ahuyentarlo, pero nada había dado resultado y además, había comenzado a disfrutar de su silenciosa compañía. Era una roca sólida, algo confiable en una vida como la suya, carente de estabilidad.
De manera que, ¿cómo haría para obligarlo a irse? ¿Para obligarlo a irse antes de que todo el pueblo empezara a hablar de ellos dos?
CAPITULO 6
¿Te gustaría salir a volar conmigo, Billy? ―preguntó Jackie con su voz más dulce―. Me interesa ver lo que puedes hacer con un avión.
La sonrisa que le dirigió hacía que la miel pareciera venenosa. Le había llevado un tiempo de reflexión, pero había recordado la cautela de William, su gran amor por la seguridad. Cuando era niño, la única vez que había podido sacárselo de encima fue un día en que lo empujó hasta un tronco tendido a gran altura sobre un arroyo frío, de corriente rápida. Aunque él caminó sobre el tronco, luego le dijo: "Ya no me gustas", y Jackie no volvió a verlo por más de una semana. Por supuesto, en aquella época no lo habría admitido, pero descubrió que lo extrañaba. Al final, "pasó por casualidad" por su casa. No dijeron nada ―nada tan ridículo como unas disculpas― y cuando ella se fue, William le pisaba los talones. Pasaron cuatro días antes de que ella le dijera que era un estorbo.
Hoy, pensaba Jackie, ese avión sería otro tronco sobre el arroyo. Sólo que esta vez no lo seguiría para traerlo de regreso.
Uno de los Wacos que William había comprado estaba equipado con mandos para el piloto y un aprendiz, de modo que el aparato podía ser dirigido desde los dos asientos.
William iba al frente; Jackie, atrás. Pete, el mecánico, dio una vuelta ala hélice y Jackie le hizo un gesto de buen augurio a William mientras él comenzaba a carretear.
Volvió a sonreírle. Se lo veía tan dulce, tan inocente, sentado allí; además, todos sus movimientos le decían que deseaba impresionarla con su habilidad para volar. William era tan metódico que ella se preguntó si habría tomado lecciones sólo porque su heroína, Jackie, sabía volar .
Por supuesto, ella sabía que volar, como cualquier otra cosa en la vida, exigía talento, y el talento no puede ser enseñado. Uno podía enseñar una técnica y una persona podía aprender a volar de acuerdo con las normas, pero había quienes tenían talento y quienes no.
Pocos años antes, un fabricante había producido un hermoso avión pequeño de una sola ala. Pensó que revolucionaría la aviación y, muy esperanzado, organizó la primera prueba con piloto. El avión se desempeñó mejor de lo que esperaban; sin embargo, pocas horas después y sin razón aparente, el piloto se estrelló contra una montaña.
El diseñador trató de explicar al público que el choque era debido aun error del piloto, pero los pilotos ―gente supersticiosa― dijeron que el avión tenía mal de ojo. Produjeron otro prototipo y un segundo piloto lo hizo subir. Pasó exactamente lo mismo. Después del segundo accidente, en el mundo aeronáutico nadie podía acercarse al avión sin persignarse o reírse, o las dos cosas.
Desesperado, el diseñador fue a ver a Jackie para ofrecerle una elevada suma de dinero si piloteaba su avión. Jackie creía que, si la hora de uno llegaba, no importaba estar en tierra firme o en el aire; ella prefería estar en el aire, de modo que aceptó la oferta. Mucha gente le pidió que no fuera, pero no escuchó a nadie. En el aire, el pequeño aeroplano era un sueño. Se lo podía maniobrar muy bien; la palanca de mando era de tan fácil manejo que Jackie sintió que casi podía dormirse mientras volaba.
Deseaba quedarse allá arriba para siempre cuando, inesperadamente, el primer tanque se quedó sin combustible treinta minutos antes de lo indicado. El motor chisporroteó y se apagó en el aire. Sin preocuparse demasiado, Jackie accionó el encendido del segundo tanque y volvió a poner el motor en marcha.
No pasó nada. O el segundo tanque estaba vacío, o había un bloqueo en la línea y el combustible no llegaba al motor.
Esto es todo' se dijo Jackie, y por un momento se preguntó cómo haría para decirles a quienes esperaban abajo que la causa de la muerte de los otros pilotos era una línea de combustible defectuosa. Extrañamente, teniendo en cuenta que se enfrentaba a una muerte segura, su mente estaba muy clara cuando miró el interruptor del tanque de combustible. "Encendido" y " Apagado", decía la pequeña etiqueta impresa;
¿O acaso decía " A pagado" y "Encendido"? Lo accionó a la inversa, probó el motor, y la máquina empezó a funcionar.
Mientras se reía, llevó el avión a tierra y tuvo el gran placer de informarle al diseñador que el único error de su aeroplano era que alguien había indicado al revés el encendido del tanque de combustible. Sin advertirlo, los otros pilotos lo habían apagado. Nadie sino Jackie había pensado en accionarlo a la inversa. Talento. Instinto. Lo que fuera. Jackie había sobrevivido porque no había seguido las reglas.
Al cabo de estar diez minutos con William en el aire, Jackie supo que a él nunca se le habría ocurrido accionar al revés el encendido del tanque. William volaba en forma perfecta. Había una regla detrás de todo lo que hacía. No se arriesgaba, todo lo que hacía era seguro.
Al cabo de treinta minutos, Jackie estaba aburridísima.
¿Acaso él no entendía que volar era algo creativo? Los aviones no tenían nada que ver con los libros. Los aviones se movían a través del aire. ¿Qué podía haber más creativo que eso? Sin embargo, William volaba como si hubiera señales de tránsito clavadas en las nubes. Estaba convencida de que en cualquier momento sacaría el brazo para indicar que quería doblar a la derecha.
Después de cuarenta y cinco minutos, no pudo soportarlo más. Le hizo señas y se hizo cargo del control del avión.
Había dos maneras de volar: con pasajeros y sin ellos. En general, Jackie trataba de portarse bien cuando llevaba un pasajero, pero ahora quería obligar a William a decir que se retiraba de la sociedad; además, tal vez deseaba alardear un poco.
Primero: limpiar la cabina del piloto. A los pilotos audaces les encantaba jactarse de sus cabinas muy limpias. Todo lo que debían hacer era dar vuelta el aeroplano hacia abajo e imprimir un pequeño balanceo a las alas. Simple. Por supuesto, uno tenía que asegurarse de que el cinturón de seguridad estuviera en su lugar. Algunas personas se habían caído.
Jackie dio vuelta el avión e hizo balancear las alas; luego lo repitió. Con rapidez, salió de esa posición para ir hacia adelante, bajar en picada y volver a subir. No quería tener ni una pizca de basura. Polvo y suciedad, algunos envoltorios de chicle, todo eso pasó volando junto a su cara. Delante de ella, las manos fuertes de William se aferraban a los costados de la cabina mientras él trataba de sostenerse.
Jackie había ganado dinero y adquirido fama con festivales de acrobacias y multitudes emocionantes. Más riesgos corría, más le pagaban... y le pagaban muy bien.
A continuación vinieron los giros. Hizo que las alas se sacudieran una y otra vez. Rápidamente ejecutó un rizo, dando vueltas en un completo círculo vertical. A eso siguió una creación especial suya que alguien había llamado "zambullida en giro y rizo", en la cual hacía un giro y un rizo al mismo tiempo.
Cuando salió de la bajada corta y repentina, perdió velocidad con gran brusquedad; de repente, el mundo pareció extrañamente silencioso hasta que volvió a encender el motor .
Años antes, cuando estaba aprendiendo a volar, Charley se había asegurado de que ella supiera manejarse en cualquier emergencia. La había hecho despegar desde playas, carreteras, estadios, pistas de carrera. Ella había tenido que volar de costado o cabeza abajo con vientos transversales, viento de cola, nada de viento. Le había enseñado a enfrentarse aun incendio abordo o al hielo en las alas. Cuando había una niebla espesa entre ella y la tierra, le había enseñado a orientarse haciendo un agujero de fuego en la niebla con el calor de su motor. Le había enseñado a aterrizar en el agua ya saber qué hacer en caso de ser arrastrada mar afuera.
Decidió mostrarle a William casi todo lo que había aprendido. Voló vertiginosamente entre árboles altos, calculando milimétricamente la distancia un error de cálculo y las alas habrían quedado destrozadas. Cuando se hallaba encima de los árboles, hizo un par de toneles horizontales. Clavó la trompa en dirección al horizonte, realizó varias vueltas laterales de trescientos sesenta grados, una después de otra, y emergió un cuarto de pulgada antes de estrellarse contra una montaña.
Una semana después de escaparse con Charley, tiempo durante el cual él casi no la dejó salir del avión, le había dicho:
Nena, tienes un giroscopio en la cabeza. Hacia abajo o hacia atrás, para ti todo es lo mismo. Sabes adónde vas. Ahora Jackie voló hacia arriba y hacia abajo durante un rato, maniobrando entre los árboles con la cabeza en dirección al suelo.
Sabía que se estaba quedando sin combustible, de modo que puso rumbo a Eternity, escribiendo su nombre en el cielo durante el camino. La escritura en el cielo perdía algo de gracia sin las luces agregadas a la cola del aeroplano, pero el movimiento era el mismo.
Cuando el avión tocó la sólida pista de Eternity, el motor se apagó debido a la falta de combustible. Perfecto, pensó Jackie. Había calculado a la perfección. Charley habría estado orgulloso de ella.
Después del aterrizaje, William permaneció en su asiento sin moverse, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados; ella notó que se esforzaba por no descomponerse. No había muchas personas capaces de pasar por lo que había pasado William sin perder una comida. De alguna manera inexplicable, se las estaba arreglando para controlar su estómago.
Jackie se incorporó y extendió una mano hacia él; por corto tiempo ―por muy corto tiempo―, él abrió los ojos para mirarla, luego hizo un débil movimiento de cabeza. No iba a aceptar apoyarse en esa mano estabilizadora al bajar.
Ya en tierra, Jackie miró cortésmente hacia otro lado cuando él salió del aeroplano sin ayuda de nadie. Al darse vuelta para mirarlo, le vio la cara blanca, la piel húmeda; además, no se mantenía con mucha seguridad sobre los pies.
―Muy bien, Jackie ―dijo él con tono solemne mientras tomaba aliento y se esforzaba por controlar las náuseas―. Tú ganas. Haré las valijas y me iré. Estaré fuera de aquí en cuestión de horas.
Ahora que había hecho lo planeado, Jackie no pudo evitar sentirse mal. No quería interrumpir la amistad existente entre ellos; sólo quería sacarlo de la casa y de su vida para no verlo todos los días.
―William, yo...
Cuando habló, él se dio vuelta para mirarla; sus ojos llameaban y su piel blanca tenía el brillo profundo de la cólera.
No, en sus ojos había más que cólera; había furor. Un furor capaz de poner en peligro la vida, muy pasado de moda.
Al hablar, su voz fue suave y tranquila.
―Supongo que ahora me dirás que debemos ser amigos. Que siempre me apreciaste mucho y que siempre vas a valorar mi amistad. ―Dio un paso hacia ella. ―No quiero tu amistad, Jackie. Nunca quise tu amistad. Desde que era un chico, siempre quise tu amor .
Ante esa afirmación, ella cometió el error de dirigirle la más ligera de las sonrisas, y esa sonrisa pareció romper algo dentro de William. Incluso de niño había sido de temperamento dulce y maneras correctas, pero ahora pareció convertirse en algo feroz, algo peligroso. Cuando dio un paso hacia ella, Jackie retrocedió.
―¿Acaso te divierte que desee tu amor? ¿Es algo que te provoca risa? El tonto y pequeño Billy Montgomery va por todos lados detrás de la alta y excéntrica Jackie O'Neill. Ah, sí, siempre fuiste excéntrica. Desde niña fuiste distinta de todos los demás. Los otros chicos hacían lo posible por ser copias carbónicas el uno del otro, pero tú no. Sí, ya, lo sé; creías que deseabas usar ropa a la última moda y formar parte del grupo, pero la verdad era que te encantaba treparte al techo de tu madre y poner las tejas en su lugar. Te encantaba tener una excusa para alejarte de los otros chicos y poder hacer exactamente lo que querías. Cuando tenías dieciséis años y las chicas habrían preferido morirse antes de ser descubiertas trepando a los árboles y saltando con cuerdas, tú hacías esas cosas. Siempre hiciste lo que quisiste, y que el resto del mundo se fuera al diablo.
No mostraba una imagen muy bonita de ella. La pintaba como una mujer extraña y egoísta. Jackie abrió la boca con la intención de hablar, pero él se inclinó hacia ella con gesto amenazador.
―Y yo te amaba por tener el coraje de ser quien eras. No tratabas de complacer a nadie. En este pueblo donde todo el mundo se conoce, encontrabas una forma, una excusa para ser quien querías. Encontrabas la manera de hacer lo que querías y cuando se te presentó la oportunidad de irte de aquí, no dudaste, aprovechaste esa ocasión. Sin miedo, sin pensarlo demasiado, sin una mirada hacia atrás. Viste lo que querías y fuiste detrás de ello. Yo amaba todas esas cosas en ti, Jackie. Sí, era un niño, pero veía claramente qué eras y qué harías, y te amaba por eso. Ahora soy un hombre y sé que lo que sentía en ese momento no era un amor pueril. No tengo forma de explicarlo. Te amaba como un hombre en ese entonces, y así te amo ahora.
―¿Ahora? ―susurró ella, mirándolo a los ojos. Por cierto, resultaba difícil pensar en él como en un niño en ese momento.
―¡Sí, ahora! Tal vez seamos parecidos, pero de maneras opuestas. Te amé desde la primera vez que te vi. Tenía sólo cinco años cuando mi madre te abrió la puerta. Estabas parada allí, a tus quince años, demasiado alta, demasiado delgada, con el pelo sobre los ojos porque no habías tenido tiempo para recogértelo. Eras bonita en cierta forma extraña, pero no habrías hecho detener el corazón de ningún hombre. Sin embargo, casi hiciste detener el mío. Levanté la vista hacia ti y me enamoré, y nunca dejé de amarte desde entonces. Pareció agrandarse al acercársele aún más.
― Yo fui quien obligó a mi padre a establecer la Taggie, con la esperanza de atraerte a Chandler. Yo hice que mi padre te escribiera después de la muerte de Charley para pedirte que iniciaras un servicio de vuelos para la familia. En forma anónima, patrociné seis espectáculos de aviación para ti y Charley en momentos en que él se había bebido todo tu capital. Fue mi tío quien le hizo ver al Presidente tu coraje al salvar alas víctimas quemadas.
Ella lo miraba parpadeando.
―¿Tú? ―fue todo lo que puedo murmurar.
―Sí, yo. Siempre te amé. Siempre. Sin dudarlo. Así como tú viste un aeroplano y supiste que volar era lo indicado para ti en la vida, yo te vi y supe que tú y yo estábamos destinados a vivir juntos. Salí con muy pocas mujeres. Nunca me acosté con ninguna porque sentía que te habría traicionado. Te esperé y, mientras te esperaba, te cuidé de la mejor manera posible.
De repente, se enderezó y la miró con ojos relampagueantes.
―Y ahora esto. Tú.
La forma en que dijo "tú" le hizo erizar la piel.
―Te juzgué mal. Pensé que tenías temple. Pensé que tenías el coraje de mantener tus convicciones. Pudiste escapar con un hombre dos veces mayor que tú y burlarte de todo el pueblo. Aprendiste a pilotear un avión mejor que ningún hombre y puedes reírte ante la idea de que un hombre sea comparado contigo. Te trepabas al árbol más alto cuando las otras chicas tenían miedo de que se les mojara el pelo. Puedes hacer lo que se te ocurra en la vida. La vives exactamente como quieres, sin pensar en lo que opina el resto del mundo, pero cuando se trata de amar, eres una cobarde. Me echas sólo porque nuestros carnés de conductor dicen que tenemos distintas edades.
Empezó a defenderse, pero él no se lo permitió.
―No te atrevas a mentirme ni a mentirte. Lo único que se interpone entre nosotros es tu ridícula idea de que no deberíamos estar juntos por la diferencia de edad. No te permitirás llegar a conocerme. Tienes miedo de dialogar conmigo porque podrías descubrir que tengo una cabeza, una cabeza de hombre, sobre los hombros. Ya no soy un chico, y tú no eres una adulta. Yo nací viejo, y tú, Jackie, naciste niña y siempre serás una niña. Nunca crecerás o, al menos, nunca envejecerás.
¿Sabes cuál es una de las razones por la que te amo tanto?
―No ―susurró ella.
―Me mantienes joven. No importa la edad que llegues a tener, siempre conservarás la frescura de una niña. No tienes idea de cómo funciona la mente de las otras personas. Nosotros, la gente común, pensamos en hipotecas y dolores de espalda, pero tú no. Nunca lo hiciste y nunca lo harás. Piensas en tus propios términos, en hacer lo que quieras cuando quieras. Si quieres pilotear un avión, lo haces. No te preocupa que la gente te aconseje en sentido contrario. Yo estaba muerto de celos de Charley. El sabía exactamente lo que eras y tuvo el suficiente sentido común como para elegirte. Le estuviste agradecida, pero él sabía que era él quien debía dar gracias de rodillas por el privilegio de haberte conocido. Sabía que lo cuidarías y que lo harías reír al mismo tiempo. Era muy consciente de tu valor.
William soltó una breve risotada de indignación.
―Antes de irse, Charley me pasó una mano por el pelo y me dijo: "Que tengas más suerte la próxima vez, muchachito".
Eras un premio para él en ese entonces, y eres un premio ahora.
La hermosa cara de William se distorsionó con la más abierta de las sonrisas despreciativas, y la manera con que la miró de arriba abajo la hizo sentir avergonzada.
―En fin, eras un premio. Nunca pensé que ocurriría, pero envejeciste, Jackie. Te convertiste en una mujer vieja. Se quedó frente a ella un instante, como esperando algo.
Tal vez esperaba que ella le echara los brazos al cuello y le dijera que no había envejecido, que la prueba era que estaba dispuesta a vivir con un hombre diez años más joven. Pero no pudo hacerlo. Simplemente, no pudo hacerlo. Por más que él dijera, cuando lo miraba veía al pequeño Billy Montgomery y, hasta que no se sacara esa imagen de la cabeza, nunca podría pensar en él de otra manera.
Después de un largo momento de silencio, él volvió a hablar .
―Está bien, Jackie, tú ganas. ¿O acaso ambos perdemos?
―Suspiró profundamente. ―Haré las valijas y me iré de aquí enseguida.
Jackie no se movió mientras él se alejaba. Parte de ella se sentía triste, pero otra gran parte estaba aliviada. Ahora ya no habría ni indecisión ni zozobra. Se había acabado el sufrimiento de observar ese cuerpo fuerte y joven moviéndose por la casa; se había acabado eso de permanecer acostada, despierta, tratando de percibir algún sonido proveniente del cuarto de él.
Mientras se alejaba de la casa, deseó caminar y caminar kilómetros, durante horas. No quería verlo partir; quería postergar su entrada en la casa vacía durante el mayor tiempo posible. No lloraba, de modo que tendría que haberse dado cuenta de lo que hacía, pero por alguna razón no veía por dónde caminaba. Tal vez su mente se hallaba demasiado preocupada; fuera lo que fuese, no se dio cuenta de que no había tierra delante de sí, sino sólo una escarpada ladera que llevaba a una hondonada rocosa, llena de desechos oxidados que habían tirado allí generaciones de chatarreros. Jackie confiaba en su agilidad; sin embargo, al tratar de detenerse apoyó el pie en una piedra inestable y rodó hacia abajo.
No cayó muy lejos, sino que aterrizó en medio de una pila de metal oxidado que alguna vez había sido un Ford. Aturdida durante un momento, sacudió la cabeza, tratando mentalmente de comprobar si se había roto algún hueso. No, ninguno. Todo estaba en orden, y no pudo dejar de sonreír con alivio. Todavía sonriendo, se pasó la mano por la frente y sintió la humedad cálida y espesa que sólo podía ser sangre. Apartó la mano y la vio cubierta de sangre; otro hilo rojo salía de lo que parecía ser un corte profundo en la palma de la mano derecha. Estaba rodeada por bordes filosos de metal oxidado, y supo que se había cortado con uno de ellos. Pensó de inmediato en el tétanos.
―¡Jackie!
No se sorprendió al oírla voz de William, que le gritaba con bastante angustia. Cuando era niño, era capaz de percibir en qué momentos ella necesitaba ayuda. y no importaba donde estuviera, siempre la encontraba.
―Aquí ―gritó Jackie hacia arriba, pero su voz no salió como un grito. Sonó débil y desvalida, como si ella fuera una sombra en lugar de una persona real. Pero William la oyó, porque apareció en el borde de la hondonada, a gran altura por encima de su cabeza. Se detuvo un momento, de espaldas al sol poniente, mientras bajaba la vista hacia ella.
Jackie supo que su estado era malo en cuanto vio la cara de William. Se puso tan pálido como ella misma. Miró hacia sus pies y vio la sangre que la cubría ―en el frente de la blusa, en los pantalones, sin duda en la cara――, y su mano parecía no tener apuro por dejar de sangrar. Un interminable fluir de roja sangre nueva se abría paso lentamente a través de la palma de su mano.
Jackie cerró los ojos un instante; fue el tiempo suficiente para que William llegara al fondo de la hondonada. Como si él estuviera muy lejos, oyó que bajaba por la ladera mientras las piedras volaban. Semiconsciente, sonrió y se preguntó si estarían apartándose a su paso.
―Jackie ―dijo él con suavidad―, despierta. ¿Me oyes? Despierta.
―No estoy dormida ―contestó ella, pero se sentía rara, como si al mismo tiempo estuviera y no estuviera dentro de su cuerpo―. ¿No hicimos esto antes? ―dijo con una sonrisa―. ¿Vas a volver a rescatarme?
―Sí, nena. Aguanta un minuto y te sacaré de aquí.
Sonrió al oír que la llamaba "nena". Charley solía llamarla así. De hecho, todos los hombres que llegaban a conocerla bien en algún momento la llamaban de esa manera. Tuvo vaga conciencia de que William se movía a su alrededor. Cuando oyó el sonido de una tela que se rasgaba, abrió los ojos tanto como pudo, que no fue gran cosa. William tenía el pecho desnudo; su tórax amplio sólo estaba cubierto con suaves músculos, poco vello, esa piel adorable y cálida.
―Escúchame, Jackie ―dijo―, perdiste mucha sangre y parece que vas a perder el conocimiento. Quiero que te concentres y hagas lo que te diga. ¿Entiendes?
Ella movió la cabeza en un gesto de asentimiento, sonriendo un poco, y se puso alerta de inmediato cuando él, con gran rapidez, le hizo un torniquete alrededor de la muñeca con tiras de su camisa. Antes no había sufrido, pero eso le dolió.
―¿Te duele? ―preguntó él.
―Sí ―contestó, tratando de ser valiente.
―Bien. El dolor te mantendrá despierta. Ahora voy a subirte para que un médico te dé algunas puntadas.
―No hace falta. De veras. Es sólo un rasguño. Un corte pequeño. Se arregla con un poco de tela adhesiva.
―Cobarde ―la reprendió él mientras la alzaba sobre su hombro desnudo y empezaba a subir por la ladera.
Jackie pensó que todo su cuerpo tenía el mismo ancho que uno de los hombros de William. Iba saliendo del shock inicial y la mano le dolía.
―Si tu padre te despide, puedes dedicarte a rescatar damiselas en apuros. Por supuesto, será duro para tu guardarropa. William, ¿no soy terriblemente pesada?
Prácticamente ronroneó la pregunta, con la esperanza de que él dijera que no pesaba nada.
―Sí, lo eres. Pareces bastante delgada, de modo que uno podría pensar que resultarías liviana, pero no es así. Eres muy sólida. ¿ Qué había esperado ella de un hombre que ordenaba todo por tamaño en las alacenas de su cocina?
―Mira, puedo caminar. Me corté la mano, no el pie, y ya me siento mejor. Si te resulto demasiado pesada, debería caminar .
―No ―fue todo lo que dijo William.
Cuando llegó al borde de la escarpada ladera, ella creyó que la bajaría, pero no lo hizo. En lugar de eso, la acomodó bien y caminó de regreso a la casa. Ahora se sentía realmente mejor, salvo el dolor que le subía por el brazo y empezaba a recorrerle todo el cuerpo. Sus brazos colgaban sobre la espalda de William, y había tanta sangre en su mano que no veía la herida con claridad, pero se dijo que no era demasiado profunda. Con toda seguridad, no era tan profunda como para necesitar puntadas. Siempre sangraba mucho, ¿no ? Ése era sólo un signo de su buena salud. De hecho, no veía ninguna necesidad de llamar a un médico. Un poco de jabón, un buen vendaje ajustado, y se pondría bien.
Como si le estuviera leyendo la mente, William le habló.
―Puntadas, y no se hable más del asunto.
Con una mueca, ella bajó la mano y dejó de mirársela.
Tres horas más tarde, cosida ―como ella misma dijo igual que un traje de Hong Kong, y acomodada en la cama, Jackie se sintió estúpida. ¿Cómo había sido tan tonta como para caer por la ladera de una hondonada?
Mientras consideraba su falta de inteligencia, la puerta de su dormitorio se abrió y entró William con una bandeja de comida que apoyó en sus rodillas.
―Sopa de pollo, galletitas con sal ensalada, limonada y budín de chocolate de postre. Ahora come y mejórate.
―En realidad, Billy, soy perfectamente capaz de alimentarme sola. Dada tu forma de actuar, cualquiera pensaría que tuve un brote de fiebre tifoidea. Voy a levantarme y...
Mientras William la miraba con expresión conocedora, ella apartó la bandeja y comenzó a incorporarse. De inmediato se sintió aturdida y mareada. Con el dorso de la mano apoyado en la frente como la melindrosa dama victoriana que en ese momento creía parecer, se recostó de nuevo en la cama.
―¿ Qué estás diciendo ? N o te sientes mal, ¿ verdad, Jackie?
Es un corte pequeño, sólo veintiséis puntadas y una hemorragia suficiente como para mantener saludables a tres vampiros durante un mes. ¿Por qué no piloteas un avión? ¿Qué tal si haces unos vuelos acrobáticos?
Sin duda, merecía esa ironía. Después de todo, había actuado como un bebé cuando le aplicaban las puntadas. El joven Blair había llegado a su casa a la carrera, al volante del auto de su padre y, desde que lo vio Jackie trató de convencerlo de que no necesitaba puntos. El joven Blair ―así a podado para distinguirlo de su madre, también médica y también llamada Blair ―parpadeó unas cuantas veces, pero luego miró a William como en busca de autorización.
―Cose. Yo la mantendré sujeta.
Y eso fue lo que se hizo. El joven Blair cosió mientras William tenía a Jackie entre sus brazos fuertes y la tranquilizaba como a un bebé. Le acariciaba el pelo y le hacía preguntas tontas sobre aviones. Hasta cierto punto consiguió distraerla, porque después de la vigésima puntada las preguntas constantes de William, sumadas al dolor, la cansaron tanto que dijo:
―William Montgomery, no sabes nada de aviones. y tampoco tienes talento, no sientes nada por las máquinas o el aire.
―¿Por qué no participas en la Taggie? ―dijo él de golpe, aprovechando el dolor de ella para descubrir lo que se negaba a decirle.
―Porque... ¡Oh! ¿Qué estás usando? ¿Una aguja para coser monturas? Sucede que eso donde estás excavando es mi carne.
El joven Blair no le prestó ninguna atención y continuó dándole puntadas en la mano.
―Casi terminamos. Es un corte muy feo, Jackie, y quiero que uses la mano lo menos posible en los próximos días.
Quiero que le des tiempo a la herida para que se cierre. Yeso implica no volar.
―Pero...
William la interrumpió.
― Yo me haré cargo de ella.
―¿Y quién se hará cargo de un jovencito como tú? ―contraatacó Jackie, en medio de tanto dolor que no le importaba qué decía ni los sentimientos de quién hería.
William no pareció molestarse en lo más mínimo ante su malintencionada pregunta.
―Contraté a una virgen de dieciocho años para que me cambie los pañales. ¿Te importa?
Jackie sintió que se ponía colorada al mirar la cabeza del joven Blair inclinada sobre la palma de su mano. El médico no levantó la vista, pero ella percibió que sonreía. William había insinuado que estaba celosa y que eran amantes, lo cual, por supuesto, estaba lejos de ser verdad. Deseaba explicárselo al médico, pero no logró encontrar las palabras adecuadas.
Cuando Blair terminó con los puntos y le permitió apoyar la cabeza en la almohada, llevó aparte a William y habló con él como si fuera el marido de Jackie, o incluso su padre, cosa que la hizo enojar .
―Que se mantenga tranquila ―oyó que decía el joven Blair en voz baja―. Se pondrá bien en uno o dos días, pero después necesitará nuevos cuidados.
―Por supuesto ―respondió William, como si fuera evidente que se haría cargo de ella.
De modo que ahora William le había preparado la comida e insistía en que Jackie comiera.
―No tengo hambre ―dijo ella con tono lastimoso.
William se paró frente a la cama y la miró.
―Está bien ―repuso con suavidad―. Haz lo que quieras.
Llamaré a una enfermera y le pagaré para que te cuide durante los próximos días. Ya no te impondré mi presencia.
―Puedo cuidarme sola ―replicó ella en tono desafiante.
―¿De veras? ―Él alzó una ceja. ―¿ Vas a lavarte el pelo con una sola mano? Supongo que podrías dejártelo lleno de sangre seca. Claro que atraerías moscas, ¿pero eso qué importa?
Tú eres resistente, lo puedes enfrentar. ¿Cómo vas a alimentarte con una sola mano? En esta casa no hay comida ni para alimentar aun pececito de color, y menos a una mujer hambrienta. Pienso que será mejor llamar a una enfermera. Creo haber escuchado por ahí que la señorita Norton está libre.
Ante ese nombre, Jackie se puso pálida. La señorita Norton encarnaba a la enfermera de pesadilla para todos los chicos: grandota, fuerte, totalmente despiadada. Había nacido ya vieja, con pelo gris acero, un guardapolvo blanco almidonado, la apariencia de una cincuentona. y no había envejecido ni un solo día desde su nacimiento, hecho que debía de haberse producido un siglo antes de nacer Jackie.
―Yo... eh... ¿No podría venir otra persona? ¿Qué le pasó a la querida y dulce señora Patterson?
―Algunas de las madres del pueblo dedujeron que ese jarabe para la tos que les daba a los chicos era lisa y llanamente whisky. Le sugerimos que tal vez vi viera más feliz en otro pueblo que no fuera Chandler. Puedes aguantarme a mí, puedo llamar a la señorita Norton, o puedes encontrar tu propia enfermera. Lo que no haré es dejarte aquí sola para que te hagas cargo de ti misma. No es que merezcas mi ayuda después de lo que me hiciste hoy, pero no puedo dejarte así.
Inclinó la cabeza hacia un costado.
―De todas formas, ¿cuál es tu problema conmigo, Jackie? ¿Tuve alguna actitud impropia contigo? ¿Dije algo como para hacerte suponer que tengo intenciones depravadas con respecto a ti?
―Nooooo ―dijo ella, recurriendo a toda su fuerza de voluntad para no sonrojarse.
―Entonces, ¿qué anda mal? ¿ Crees que trataría de aprovecharme de ti? Después de todo, como me lo recuerdas constantemente, no soy más que un chico. ¿ Cómo podría un chico como yo hacer las cosas de que tú pareces creerme capaz? Además, eres una mujer vieja, ¿recuerdas?
―Sí ―respondió ella en tono de duda―. Supongo que sí.
Quiero decir, claro, por supuesto.
―Está bien, Jackie, seré sincero contigo. Soy un Montgomery, ¿recuerdas? ¿Has estado fuera del pueblo tanto tiempo como para olvidar el orgullo de mi familia? ¿Crees que intentaría algo con una mujer que dejó claro como el cristal que casi no soporta verme? Hoy te tomaste grandes molestias para demostrarme que no querías tener nada que ver conmigo. Me demostraste que preferías terminar con una amistad de toda la vida antes que tenerme cerca. ¿Sabes cómo me hiciste sentir esta tarde?
―Fuiste muy explícito ―replicó Jackie, tratando de no recordar todo lo que él le había dicho. Nunca se había sentido tan empequeñecida como ese día.
―Muy bien, de modo que me hiciste sentir mal, y yo te retribuí con algo. Dejaste muy en claro que no te intereso, que nunca te interesé, que siempre seré un chico para ti. Dejémoslo así.
Ella intentaba, sin lograrlo, leer la expresión de la cara de ese hombre. Aun de niño, Billy era inescrutable. Siempre andaba detrás de ella, pero Jackie no entendía si era porque ella le gustaba o porque la consideraba extraña.
―En este momento necesitas ayuda y me resulta fácil dártela. El joven Blair dijo que podrías mover la mano en una semana. Haré lo que tú quieras. Me quedaré, o me iré y contrataré a alguien para que te cuide, lo que tú quieras. Si me quedo, los términos serán... ―Sonrió.
―¿Recuerdas todas las veces que me cuidaste? Quizás ahora pueda retribuirte el favor. Seré tu niñero. ¿No te parece un acuerdo justo?
―Yo... no sé ―consiguió decir Jackie. Le dolía todo el costado derecho del cuerpo, el pelo le picaba y se sentía profundamente cansada. No deseaba tomar decisiones en ese momento. Sólo deseaba estar limpia y dormir .
―Vamos ―dijo él, tomándole la mano sana y haciéndola salir de la cama―. Ahora no puedes pensar. Vas a bañarte, te voy a lavar el pelo, y luego te irás a dormir .
―Pienso que...
―Rara vez lo haces. Primero actúas y luego piensas.
―Cuando la tuvo parada frente a él, la miró a los ojos. ―Jackie, ¿de veras crees que soy la clase de hombre que se aprovecharía de una mujer lastimada y dolorida?
Algo de lo que él dijo la hizo fruncir la frente. No importaba lo que fuera; sabía que él no se aprovecharía. No era del tipo de hombre que una mujer debiera temer. Era más probable que William tuviera miedo de las mujeres.
―No puedes lavarme el pelo ―dijo por fin―. Puedo hacerlo yo.
―Noo con una sola mano.
Lo que él estaba diciendo y haciendo la confundía. Quizá no debería haberlo comparado con Charley, pero Charley era el único hombre que ella había conocido de verdad. Charley era una gran figura paterna, daba órdenes y firmaba decretos, decía "no" más a menudo que "sí"; pero como madre había sido de lo peor. Por suerte, Jackie casi siempre había sido muy saludable, porque las pocas veces que estuvo enferma, Charley se había sentido molesto y había permanecido lejos de la casa hasta su recuperación. Recordaba haber estado con fiebre, debilitada, tratando de abrir una lata de sopa en la cocina.
Tal vez los hombres que una conocía bien en la vida moldeaban las ideas de una acerca de lo que los hombres deberían ser o no ser, porque ahora Jackie se preguntaba si era algo realmente masculino que un hombre le lavara el pelo a una mujer. Lo cual, por supuesto, era absurdo. Si un hombre hacía "cosas de mujeres" , ¿acaso se le caían las partes masculinas del cuerpo? ¿O acaso se le marchitaban hasta resultar inútiles? Por supuesto que no. Era sólo que los dos hombres de su vida, su padre y su marido, habían pasado la vida sentados, pidiéndole a ella que les llevara las cosas. y tal vez eso era lo que Jackie había terminado por esperar de los hombres: que la mujer debía dar y el hombre recibir, y cuando un hombre daba, de alguna manera no resultaba... correcto, o totalmente masculino.
William le pasó el brazo por los hombros en un gesto de compañerismo, en una forma no sexual, y ella descubrió que su contacto la confundía. Esa mañana le había estado gritando que la amaba, que la había amado, pero ahora no parecía gustar mucho de ella. Sin embargo, la conducía hacia el baño para... ¿qué?
―Deja de pensar tanto ―dijo William al abrir la puerta del baño. La dejó por un instante mientras llenaba un vaso de agua y sacaba una píldora de un frasquito apoyado junto al lavatorio.
―Aquí tienes, toma esto.
―¿Qué es?
―Podría ser una droga hecha en base a cierta hierba antigua encontrada en una tumba en Sudamérica, cuyo efecto es para obligar a una mujer a hacer todo lo que desee un hombre. O podría ser un calmante que te haga disminuir el dolor. ¿ Qué crees?
Ella ni siquiera sonrió cuando tomó la píldora de su mano y la tragó con el agua.
―Muy bien, ahora saquemos esa blusa llena de sangre.
Jackie abrió la boca para decir algo, ¿pero qué podía decir?
Tenía puesto un corpiño, y eso cubría lo poco que tenía en la parte de arriba. Además, ¿no se había mostrado en público en verano con esa especie de top de moda ? ¿Cuál era la diferencia?
Bruscamente, William la tomó por los hombros y acercó la cara ala de ella, nariz contra nariz.
―Jackie, no soy un violador. No soy un hombre que se aprovecha de una mujer que ha perdido gran cantidad de sangre. No estoy tan... tan necesitado de compañía femenina como para recurrir al truco de hacer que una mujer se desnude.
Lo único que quiero es sacarte de encima un par de litros de sangre seca. Da asco mirarte y tienes mal olor. Ahora, ¿serás inteligente y te quitarás la blusa? Puedes envolverte en una toalla y yo no veré nada, pero hagas lo que hagas, tratemos de dejarte limpia.
La píldora había comenzado a hacer efecto: el dolor disminuía y ella empezaba a sentirse aturdida. Esbozó una pequeña sonrisa e intentó desabotonarse la blusa, pero resultaba difícil con una sola mano. El dolor le recorrió todo el cuerpo cuando trató de usar la mano vendada. Por fin, William le desabotonó la blusa y se la sacó. Después ella no le presentó ninguna dificultad. En un minuto era una mujer de treinta y ocho años, y al siguiente, una niña de trenzas inclinada sobre una pileta para que le lavaran el pelo.
Jackie se sorprendió al descubrir que la cosa más sensual del mundo era que un hombre le lavara el pelo. Cuando iba a la peluquería y se lo lavaba una mujer, hacía un buen trabajo, pero siempre estaba apurada porque tenía una fila de seis clientas que esperaban su turno. Sin embargo los hombres sabían que el mundo los esperaría, de modo que se tomaban su tiempo.
Las manos fuertes de William masajeaban su cuero cabelludo. No había uñas que le lastimaran la piel, ni apuro, ni la sensación de que él deseara terminar con el asunto. El calmante le hacía sentir sueño, como si hubiera tomado unas copas después de un día de mucho trabajo. No estaba borracha, pero tampoco demasiado sobria. Sólo se sentía relajada, y su cuerpo estaba cada vez más cálido y blando debido al placer del masaje que le daba William. Sus dedos le acariciaron la cabeza, después los músculos del cuello; parecía saber con exactitud qué músculos estaban contracturados y dónde frotar para hacerla relajar.
Demasiado pronto le enjuagó el pelo por segunda vez, le envolvió la cabeza con una toalla y la hizo incorporar.
―Voy a llenar la bañera mientras te desvistes y te pones la bata.
Le dio la espalda y se dirigió a las canillas de la bañera.
Después de sólo unos segundos de duda, Jackie se sacó la ropa sucia, endurecida, tomó su bata del gancho que había en la puerta y se la puso. Cuando William volvió a mirarla, ya tenía la bañera llena de agua caliente humeante con una capa de diez centímetros de burbujas espumosas. Si se hundía debajo de esa capa espesa, opaca, quedaría completamente oculta.
―Voy a buscar más toallas; métete en la bañera. y ten cuidado de no mojar el vendaje.
Antes de irse, apagó la luz de modo que la única iluminación del baño pasara a través del montante de vidrio de la puerta que daba al dormitorio.
Cuando él se marchó, Jackie se sacó la bata y se metió en el agua muy, muy caliente. No había nada más gratificante que una bañera llena hasta el borde de agua humeante, cubierta por burbujas suaves, perfumadas. Rara vez en su vida se había permitido el placer de un largo remojón en una bañera. Rara vez había tenido el tiempo necesario, pero, lo más importante, pocas veces hacía cosas de naturaleza tan puramente sensual para ella misma. Uno podía quedar limpio en una ducha; entonces, ¿para qué molestarse con toda esa inversión en tiempo y en gasto de agua y jabón?
Cerró los ojos y dejó que el agua le penetrara en la piel, casi como si pudiera llegarle a los huesos. El baño de espuma había sido un regalo de Terri, dos Navidades atrás. Terri pensaba que una mujer sola hacía cosas tan deliciosas como recostarse por un rato en una bañera de agua caliente, pero Jackie nunca había abierto el frasco. Olía como una canasta llena de damascos recién recogidos, cálidos por el sol, dulces y sabrosos y sensuales.
Estaba dos terceras partes dormida cuando William abrió la puerta en silencio para ver si todo estaba en orden. Ella dio vuelta la cabeza, apoyada en el borde de la bañera, y le sonrió.
Él le devolvió la sonrisa y cerró la puerta.
Debió de estar dormida cuando él entró de nuevo media hora más tarde y comenzó a lavarle la cara. Al abrir la boca para emitir una objeción, él le dijo: "Ni siquiera pienses en protestar" , de modo que se reclinó y cerró los ojos. Estaba demasiado adormecida, demasiado relajada como para pensar en algo.
William le lavó la cara y el cuello cubiertos por costras de sangre; luego, el brazo izquierdo y la mano sana. Cuando se dirigió al extremo opuesto de la bañera, se sentó en el borde, le sacó un pie del agua y comenzó a darle un masaje con espuma.
La sensación era demasiado celestial como para resistirse.
El baño estaba casi a oscuras y el suave masaje en el pie, más el agua caliente, el perfume de la espuma, todo combinado con el calmante, hizo que Jackie se sintiera maravillosamente bien. A veces parecía que hubiera trabajado toda la vida sin tomarse el tiempo necesario para disfrutar de algo. Siempre había habido metas que alcanzar y, sobre todo, la responsabilidad de poner pan en la mesa.
Cuando William interrumpió el masaje, ella dedicó una sonrisa a su imagen tan apuesta en medio de la luz dorada proveniente del dormitorio.
―Gracias ―susurró mientras él se dirigía al toallero para tomar una blanca toalla esponjosa y luego la sostenía frente a ella―. Sal de la bañera y te secaré.
Al decirlo, dio vuelta la cabeza hacia un costado y cerró los ojos. Muy a su pesar, Jackie salió, con el jabón todavía pegado a la piel, y dejó que él la envolviera en la toalla. Tenía los brazos pegados a los costados, dentro de la tela, y resultó perfectamente natural que los brazos de él la rodearan mientras frotaba los bordes de la toalla de arriba abajo sobre su espalda. A pesar de su estado relajado, tembló.
―¿Frío?
―No ―susurró ella, y apoyó la cabeza en el hombro de William.
Él la alejó y le levantó la barbilla con la punta de los dedos.
―Estás exhausta. ―La levantó en brazos y la llevó al dormitorio, donde se paró junto a su cama para alcanzarle un pijama color rosa. ―Póntelo. Quisiera ayudarte, pero lo recordarías por la mañana y me odiarías.
Eso la hizo reír y, mientras él se ocupaba de poner todos los cosméticos del tocador en preciso orden militar, Jackie se deslizó dentro del pijama; luego, con una sensación de gratitud, se metió en la cama.
―Todo va mejor ―dijo él al acomodarle la frazada alrededor de la barbilla.
―¿A prendiste a bañar a la gente y a acomodarla en la cama con tu niñera? ―bromeó ella.
William dejó de arroparla y le dedicó una mirada muy severa.
―El concepto de mi niñera acerca del baño de los niños consistía en gritar "¡Fuego!" y hacer que vinieran los bomberos con una manguera para lavarlos.
Jackie se rió tontamente.
―Eso no es verdad.
―Palabra de honor. y nunca nos arropaba en la cama.
Todo lo que hacía era decir "¡Cama!" y, por Dios, claro que íbamos. Si uno de nosotros se atrevía a desobedecerla, nos ataba los pies y nos colgaba del balcón hasta que reconsiderábamos nuestra actitud.
―Eso tampoco es verdad.
―¡Lo es! Lo juro.
―Tiene que haber habido algo bueno en tu niñera. No puede haber sido un monstruo total.
―Mmmm, sí. Era única. No tenía idea de lo que era una planificación diaria, de modo que cuando estábamos con ella comíamos cereal en el almuerzo y carne en el desayuno. y nunca trataba de obligarnos a ser lo que no éramos.
―¿Sí? ―dijo Jackie, como para alentarlo a seguir.
―A veces los padres tienen ideas muy extrañas con respecto a sus hijos. Piensan que todos deberían ser iguales.
Parecen creer que existe un chico ideal y tratan de lograr que todos sean como ese ideal. Si aun chico no le gustan los deportes, los padres dicen: "Deberías ir a jugar al fútbol". Si al chico le gusta jugar al aire libre, los padres dicen: " ¿Por qué nunca te sientas a leer un libro?" . Parece que no importa la clase de chico que seas; siempre hay alguien que quiere verte distinto.
―¿Y tu niñera no era así?
―No, no era así. Le gustaban o no las personas por lo que eran. No trataba de hacerlos cambiar.
Jackie consideraba esta conversación extraordinariamente interesante y deseaba continuarla, pero se estaba quedando dormida.
―¿No trató de cambiarte a ti? ―murmuró con los ojos cerrados.
―No. No se quejaba de que yo fuera demasiado... lo que fuera. No se quejaba de que yo no fuera como los otros chicos, porque ella tampoco era como los demás y entendía lo que significaba ser diferente.
―Una inadaptada. Los dos eran inadaptados ―dijo Jackie con voz casi inaudible.
―No, los dos éramos únicos. ―Se inclinó y le besó la frente. ―Ahora duerme y tal vez el hada buena te traiga esta noche lo que más deseas.
Ella sonrió y aún sonreía cuando William apagó la luz y se fue del cuarto.
CAPITULO 7
Cuando Jackie despertó a la mañana siguiente, de inmediato fue consciente de los latidos de su mano derecha y de su estómago vacío. Demasiado débil y adormecida al principio como para salir de la cama, lentamente percibió un sonido sordo y apagado que provenía de la cocina. La curiosidad pudo más que su letargo y, además, había un olor que no pudo identificar y que también provenía de la cocina: ―¿pollo? ¿hierbas? ¿pan recién hecho?― y algo penetrante, como sidra de manzana caliente. Se levantó y siguió la dirección que le indicaba su nariz.
William estaba justo fuera de la cocina, de pie en el piso de lajas, a horcajadas sobre la puerta con alambrera; la puerta no tenía bisagras y él la estaba desbastando con un cepillo de carpintero. El sol entraba a través de las brillantes cortinas de encaje blanco de la cocina, y la mesa redonda de pino estaba cargada con fuentes de comida cubiertas con paños.
Lo contempló un instante, observó su espalda fuerte, tensa contra una camisa de algodón celeste con los puños deshilachados. Sus manos fuertes, delgadas, pasaban el cepillo a lo largo del borde de la puerta con un movimiento que era casi una caricia.
Jackie se alisó el pelo con las manos y resistió la tentación de volver al cuarto de baño y dedicar una hora a arreglarse la cara y el pelo, y quizá también las uñas. Se obligó a permanecer donde estaba. No iba a sucumbir ante tontas maniobras femeninas.
―¿Qué haces? ―preguntó.
Él se dio vuelta con una sonrisa, tan brillante como la luz del sol.
―Arreglo algunas cosas. ―Apoyó la puerta en un costado y se dirigió hacia ella. ―Déjame echar un vistazo a mi paciente.
Con ternura le tomó la cabeza con ambas manos y le hizo girar la cara hacia la luz.
―Me lastimé la mano, no la cara.
―Puedes darte cuenta de muchas cosas al mirar los ojos de una persona.
―¿Miopía? ¿Cantidad de alcohol que bebió esa persona la noche anterior? ¿Esa clase de cosas?
―En tu caso, no. El blanco de tus ojos está claro esta mañana, mientras que anoche estaba gris debido al dolor y el cansancio. ¿Tienes ganas de comer algo?
―Estoy hambrienta.
―Eso pensé. Siéntate y te traeré un plato.
Le permitió que le sirviera. Era tan placentero ser atendida por un hombre, que no protestó, no dijo que él era su huésped y que era ella quien debería atenderlo. Esa mañana no se sentía como si él fuera su huésped. Esa mañana se sentía... No quiso profundizar demasiado en ese tema.
Quizá se debiera a los efectos posteriores del calmante, o al dolor, pero no estaba tan nerviosa como de costumbre cuando él rondaba por allí. Por lo general se sentía como si tuviera que huir de William, como si su vida dependiera de alejarse de él, pero esa mañana el mundo lucía borroso y bonito, como si lo viera a través de unos vidrios empañados.
Se sentó muy tranquila mientras él le servía el café humeante, y no se quejó cuando lo llenó tanto de azúcar como de leche. Un café infantil, pensó, pero sabía que ese día tendría buen sabor.
―¿Desayuno o almuerzo? ―preguntó él.
Una rápida mirada al reloj le indicó que era casi la una y que había dormido cerca de catorce horas. No creía haber dormido tanto en ningún otro momento de su vida.
―Almuerzo ―contestó; luego lo observó mientras le llenaba el plato con un generoso cucharón de guiso de pollo. Un jugo cremoso se escurría sobre los trozos de pollo, zanahorias y arvejas. Había ensalada de col fresca, aderezada con hinojo, y pan todavía caliente, recién salido del horno. y una vasija de barro llena de sidra de manzana caliente.
―¿Tú cocinaste esto? ―preguntó incrédula.
Él se echó a reír .
―En realidad, no. Es un cumplido de la cocinera de mi familia. Uno de mis hermanos lo trajo hace una hora.
Estaba demasiado ocupada en comer como para hacer algún comentario, sin notar que William la contemplaba con una sonrisa soñadora.
―Jackie, ¿cuánto hace que no te tomas vacaciones? ¿Vacaciones de verdad? Sin aviones ni nada que se parezca a un avión.
―Nunca quise nada parecido. ―Le sonrió por encima del plato semivacío. ―¿ y tú? ¿ Cuándo fueron tus últimas vacaciones?
―Exactamente igual que las tuyas.
Se rieron.
―Está bien ―dijo él―, yo soy el Rey Rojo y...
―¿Quién?
―El Rey Rojo, el opuesto de la Reina Roja de Alicia.
―Ah.
―Lo que sea. Declaro feriado el día de hoy. Nada de libros de contabilidad, nada de planes para el futuro, nada de...
―¿Nada de charlas sobre la Taggie? ―lo interrumpió ella.
―Nada de charlas sobre la Taggie. Ahora bien, ¿qué hace la gente cuando está de vacaciones?
Parecía de veras confundido.
―Déjame ver ... Gasta más dinero del que puede. Duerme en lugares desconocidos e incómodos. Come alimentos extraños que la hacen descomponer. Se levanta a las cuatro de la mañana y pasa dieciséis horas paseando, mirando objetos demasiado grandes, demasiado antiguos, o demasiado de una cosa o de la otra, mientras todo el tiempo no desea más que una buena noche de sueño en la propia cama.
―Suena maravilloso, ¿no es cierto?
―Divino.
―¿Hay algún lugar adonde quieras ir?
―¿Te refieres a algún lugar lejano y exótico?
―Claro.
Ella sonrió.
―¿Qué tal si subimos a uno de los viejos pueblos mineros y vemos si encontramos algo interesante? Tal vez descubramos pepitas de plata.
―Suena bastante exótico para mí. ¿ Crees que estás en condiciones de hacerlo?
―Sí ―contestó ella―. Me gustaría salir a la luz del sol.
A pesar de la mano herida, se sentía bien. Se sentía perezosa y llena de paz, no ansiosa o inquieta como en los últimos tiempos. Quizá se debiera a la pérdida de sangre del día anterior; quizás era por eso que no deseaba evitar la compañía de' William. O quizá se debía a que se compadecía un poco de sí misma, como cuando uno está a dieta y encuentra excusas para darse un banquete.
Ahora se sentía como si hubiera circunstancias especiales entre ella y William. El día anterior la había rescatado, tal vez le había salvado la vida al impedir que se desangrara hasta morir. De modo que, ¿cómo podía insistir en pedirle que se fuera de la casa ese día? Debía mostrarse agradable, cortés; ala mañana siguiente mudaría su vigilancia y lo obligaría a marcharse. y tal vez, si era agradable con William, también lo sería con ella misma.
―Si terminaste de comer todo lo que había sobre la mesa, dediquémonos a vestirte y salgamos.
―Puedo vestirme sola ―replicó Jackie con ironía.
Ante eso, él se inclinó por encima de la mesa y le desabrochó los dos botones superiores del pijama.
―Ahora vuelve a abrocharlos ―ordenó.
Jackie hizo un intento, pero el dolor le atravesó la mano cuando trató de mover la. William se limitó a quedarse sentado , sin moverse, con expresión presumida, mientras ella trataba de demostrarle que podía abrochar los botones con la mano izquierda. Después de varios minutos frustrantes, ella levantó la vista y le hizo una mueca. A veces él podía ser tan malcriado...
―Supongo que te habrás instalado como en tu casa mientras yo dormía ―dijo, tratando de salvar su dignidad―. ¿Con qué otras cosas te has tomado libertades, además de la puerta de mi cocina?
Él no dejó de sonreír .
―Ordené algunas cosas.
Al oírlo, Jackie se levantó de la mesa y abrió los cajones de la cocina. Se había sentido orgullosa de mudarse a su linda casa y había pensado mucho en los lugares donde quería guardar las cosas. Había puesto determinados utensilios cerca de las hornallas. Lo que usaba en la pileta fue puesto cerca de la pileta.
Había guardado los elementos que usaba más a menudo en el frente de los cajones, y cosas como el cortador de huevos, en la parte de atrás.
William había vuelto a organizar todos sus cajones. Donde alguna vez había existido un agradable revoltijo creativo, ahora reinaba un orden militar. Todas las cucharas de la cocina se hallaban en un solo cajón, alineadas por tamaño y material.
Las cucharas de madera, luego las esmaltadas, luego las de acero inoxidable. No importaba que ella cocinara con algunas, tiñera medias con una y usara otra para limpiar el desagüe.
Ahora estaban todas juntas. Lo mismo pasaba con los cuchillos: el del pan al lado del de cortar carne. Las macetas de la ventana estaban dispuestas de acuerdo con su tamaño y parecían un conjunto de muñecas rusas. William había ubicado un geranio perfumado junto a las hierbas, de modo que ella se vería obligada a leer las etiquetas en lugar de limitarse a tomar un puñado de albahaca.
El atrevimiento de William era, por decirlo en palabras suaves, irritante; le llevaría horas volver a ordenar los cajones de la cocina. Pero por el momento concentraría sus esfuerzos en hacerle saber lo que pensaba de su arrogante deducción masculina en cuanto a creer que él sabía más que ella de organización... y que tenía derecho a ordenar de nuevo su propiedad personal.
Le dedicó una hermosa sonrisa. Luego, uno por uno, abrió los cajones y mezcló el contenido con la mano sana.
Al tercer cajón, William se puso de pie, ceñudo.
―Me estás desafiando. Pero es mucho más racional tener una cocina organizada, una vida organizada. Del modo como yo ordeno las cosas, encontrarías todo aun siendo ciega.
―Pero no soy ciega, ¿ verdad?
Abrió el cajón número cuatro y William le detuvo la mano.
―Deja de hacer eso ―ordenó.
Cuando intentó liberarse, la atrajo hacia él.
―¡No hay excusas para la desorganización! ―dijo en tono cortante, y la risa de Jackie lo hizo sonreír―. No te permitiré continuar. ¿Acaso tienes idea de lo que me costó organizar esos cajones?
―Menos tiempo de lo que me llevó ponerlos en orden a mí.
En pocos segundos el desacuerdo se convirtió en escaramuza: William hacía retroceder la mano de ella cada vez que intentaba alcanzar la manija de uno de los cajones.
―Eres un idiota, ¿sabes? ―dijo ella entre risas mientras lo empujaba hacia atrás―. Esta idea de organización es estúpida.
Yo pongo las cosas donde las uso.
―¡Ja! Habrás empezado así, pero ahora ubicas las cosas en el lugar donde te encuentres parada. El noventa por ciento de esto estaba en un cajón, el más próximo a la pileta, de donde lo sacas para ponerlo a secar. La haraganería es la base de tu organización.
¿ y si había algo de verdad en sus palabras? Era horrible que la gente te conociera tanto como para ver tus errores. Era mucho mejor antes, cuando no te conocían bien y pensaban que eras perfecta.
―Suéltame ―dijo mientras se esforzaba por apartarse de William.
Luego, sin saber cómo, se encontró frente a él, aprisionada entre sus brazos.
―Esto me gusta ―dijo William, y frotó la nariz contra el cuello de ella―. Hueles bien, a perfume adormecido.
―¿A qué?
William le besaba el cuello. Sus manos se le apoyaban con firmeza en la espalda, apretaban contra la delgada tela de la bata y el pijama.
―No... no deberías hacer esto.
Tenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados.
Debía detenerlo, pensó, pero claro, ahí aparecía otra vez el viejo subterfugio: ¿cómo podía detener aun hombre si estaba tan débil debido a la pérdida de sangre? Lo haría cuando se sintiera mejor .
―Jackie, eres hermosa. ¿Tienes idea de cómo luces esta mañana?
―¿Como si hubiera dormido en el galpón?
―Sí. ―Los labios de William le recorrían el lóbulo de la oreja. ―Luces cálida y suave y dulce, muy, muy dulce. Tu voz suena un poco ronca y tus ojos están sólo abiertos a medias. ―Deslizó las manos por su espalda hasta la curva de sus nalgas, y fueron todavía más allá para apoyarse con firmeza en esa zona redondeada, mientras sus labios bajaban hasta el centro del cuello de Jackie.
―William, yo... eh... creo que sería mejor que me vistiera.
―Claro ―dijo él, y se apartó con tanta rapidez que Jackie se tambaleó y tuvo que apoyarse en el borde de la pileta con la mano sana. El se dirigió hacia la puerta de la cocina y se detuvo allí un momento, de espaldas a ella.
―Creo que no debemos hacer eso de nuevo ―dijo Jackie con dulzura.
―Estoy de acuerdo.
La voz de William fue firme, como si estuviera diciéndose que no podía reincidir. Al volverse hacia ella, sonreía otra vez.
La única diferencia visible para Jackie fue que la piel de su cuello lucía algo más sonrosada que de costumbre.
Con aire indiferente, William dio un paso hacia adelante y, con habilidad y rapidez, le desabotonó el pijama.
―Ahora ve a vestirte. Me encargaré de los botones y de atarte los lazos de los zapatos. ―Levantó la cabeza con una expresión de súplica en los ojos. ―y por favor, Jackie, trata de arreglártelas con el cierre relámpago.
Ella empezó a reírse, pero la expresión de los ojos de William era demasiado seria.
―Haré todo lo que pueda ―repuso con solemnidad, pero por dentro explotaba de alegría. Era hermoso sentirse deseada, pensó mientras casi daba cabriolas hacia el dormitorio. Cuando una tiene diecisiete años y los hombres te desean, eso te asusta. No sabes qué hacer con ellos. A esa edad quieres que piensen en ti como en una mujer inteligente y ya no como en una niña. A los diecisiete, quieres probarle a tu madre que eres una adulta, que puedes conseguir a un hombre tal como lo hizo ella, y que eres tan adulta como para ponerte al frente de una casa y cuidar aun hombre... tal como lo hizo ella. Te irrita que un hombre pueda pensar solamente en meterte las manos debajo de la ropa. ¿Por qué los chicos de diecisiete años no eran serios con respecto ala vida y al futuro? ¿No sabían lo que les esperaba? Había pocas cosas en la vida más serias, más empeñosas, más confundidas que una chica de diecisiete años.
Pero a los treinta y ocho, ya no debías rendir examen ante tu madre. A los treinta y ocho sabías que administrar una casa y cuidar aun hombre no resultaba un desafío tan grande; era sólo una repetición. Una y otra vez lavarle los calcetines, decidir qué darle de comer, hacer las mismas cosas en forma reiterada. A los treinta y ocho querías sentirte deseada, y te preguntabas qué había pasado con todos los chicos de diecisiete que no podían apartar las manos de las chicas. Justo cuando una mujer empieza a sentirse tranquila y quiere un poco de diversión, se encuentra casada con un hombre cuyo único deseo en la vida es dormir hasta la cena, luego dormir hasta la hora de ir a la cama. ¿Qué había pasado con toda esa energía? ¿Con toda esa avidez?
A veces, a Jackie le parecía que los hombres y las mujeres estaban mal emparejados. Cuando se casó con Charley, quiso probarle que su elección había valido la pena. Para ella, eso significaba cocinar, mantener limpia su ropa y, por supuesto, volar. Era muy grande su deseo de impresionarlo con sus vuelos. Sin embargo, a Charley le gustaba pasar las tardes en la cama; Jackie quería pasar las tardes en un avión.
Ahora, muchos años después, Jackie sentía que se hallaba en el mismo lugar donde había estado Charley tanto tiempo atrás. Se había probado ante sí misma ―ante el mundo, en realidad― y ahora no le habría molestado... no le habría molestado pasar una tarde en la cama con un hombre.
Por supuesto, se recordó, no con este hombre. Este hombre muy, muy joven, William Montgomery, quedaba descartado.
Si anhelaba la compañía de un hombre, debía buscar a otro...otro más apropiado. Sí, ésa era la palabra indicada. "Apropiado" significaba la edad correcta, los antecedentes sociales correctos, la totalidad de lo correcto. Significaba un hombre que pudiera ayudarla en los caminos de la vida. Sí, eso estaba bien. Un hombre mayor que poseyera sabiduría necesaria para ayudar a una mujer. Ante eso, Jackie resopló. Había tenido aun hombre que resultó ser tanto su padre como su marido. No necesitaba un tercer padre en su vida.
Jackie sacudió la cabeza para aclarar sus ideas. "limítate a disfrutar esto", pensó. Igual que un alumno de la escuela primaria puede creerse enamorado de su maestra, William se consideraba enamorado de una mujer mayor. y ella era lo bastante madura como para disfrutar de sus atenciones, ¿verdad? Disfrutarlas y manejarlas.
Con una sonrisa, sintiendo que empezaba a ser una adulta madura, hizo lo que pudo para sacarse el pijama y meterse dentro de un par de pantalones anchos de gabardina, una blusa de rayón con bolsillos aplicados, y una gran chaqueta de lana blanca. Se las ingenió para subir el cierre de los pantalones, aunque con los botones no pudo hacer nada. Arreglarse el pelo y la cara le llevó un poco más de tiempo que en un día común, pero era justificable. Toda mujer quería estar hermosa cuando salía, ¿verdad? No importaban las muchas veces que en el pasado Jackie se había reído de las mujeres que se arreglaban el pelo antes de volar en un aeroplano. Una hora en medio de una tormenta de polvo y debías estar agradecida si te quedaba algo de pelo, ni pensar en tenerlo arreglado.
Se ajustó la camisa y fue a la sala, donde William se hallaba muy ocupado en el arreglo de los cajones del escritorio. Al verlo, no pudo evitar una exclamación. Él se dio vuelta y le dijo que estaba hermosa; sus ojos eran sinceros.
―¿Te importaría mantenerte alejado de mis cajones? exclamó Jackie, enojada.
William empezó a abotonarle la blusa.
―¿Con la ropa interior te pasa lo mismo que con los cajones?
―¡Por supuesto que no! ―retrucó ella con el tono de la asombrada maestra de escuela de una novela mala―. ¿No puedes comportarte como es debido?
―Depende de lo que entiendas por comportamiento correcto. De acuerdo con mi punto de vista, me estoy portando bien.
―Entonces compórtate de acuerdo con mi punto de vista.
Él se inclinó, recogió una canasta de picnic y le tomó el brazo con la otra mano.
―Tan pronto como decidas cuál es tu punto de vista. ―No le dio oportunidad de responder a esa tontería. ―¿Estás segura de que vas a soportar esto?
Sabía que se refería a su herida, pero por alguna razón la pregunta la irritó. ¿Acaso pensaba que era demasiado vieja como para ir de campamento? ¿Estaba sugiriendo que estaría mejor en una mecedora junto al fuego?
―Puedo superarte, nene de ciudad, cualquier día de la semana. Mientras tú te esforzabas por manejar un lápiz, yo piloteaba aeroplanos, sacaba motores de... ―Se interrumpió porque William se estaba riendo de ella. Entrecerró los ojos en un gesto amenazador, lo cual lo hizo reír aún más.
―Vamos, Tarzan, salgamos ―dijo William mientras enlazaba el brazo de ella con el suyo y la conducía hacia la puerta.
Quién habría pensado que el pequeño Billy Montgomery resultaría tan divertido. Divertido en la forma más chapada a la antigua. Claro, tal vez no le gustara volar cabeza abajo, pero había miles de personas que no consideraban divertida esa actividad. Sin embargo, William sí disfrutaba de otras cosas.
Por mencionar una, su sentido del humor era infantil y físico a la vez. Jackie disfrutaba del sentido del humor que permitía a la gente sentarse en un bar y charlar, pero también disfrutaba del humor de los gaga cinematográficos antiguos.
William había entendido claramente su reacción cuando le preguntó si se sentía tan bien como para ir de campamento, de modo que siguió haciendo alusiones a la vejez, el cansancio y la enfermedad, y con eso la obligó a empujarlo hacia las colinas. Todas esas bromas lograron establecer un gran contacto físico.
A cada minuto él la rodeaba con los brazos, apoyaba la cabeza en el hombro de ella, le apretaba la cara contra el cuello, Jackie le había dicho que dejara de hacerlo, pero en sus gestos y en sus palabras había tanta fuerza como en los de un alga marina.
Cuando Jackie se permitía ser sincera, disfrutaba de ese juego con William. Casi no había podido jugar cuando era chica. A pesar de que William tenía razón al afirmar que ella había hecho siempre lo que quería, 1o que en verdad deseaba Jackie en aquel entonces era ser una persona adulta, una persona independiente. Cuando tenía diez años, quería ser una mujer mayor. Cierta vez, su madre le había dicho, exasperada: "Jackie, ¿en algún momento serás una niña?".
¿Acaso una persona podía crecer al revés? ¿Acaso una persona podía rejuvenecer mientras se hacía mayor? Cuando iba a la escuela secundaria, lo único que querían hacer los demás chicos era jugar y pasarlo bien. Jackie los despreciaba;
ella pensaba sólo en su futuro y en lo que haría, en cómo salir de ese pueblo insignificante y hacer algo con su vida. Otras chicas de su misma edad contaban lo que deseaban: "Casarme con Juancito y ser la mejor esposa del mundo" . La risa arrogante de Jackie ahora se convertía en un motivo de incomodidad para ella.
Se había perdido el juego. Se había perdido la época de cortejo con Charley. Su luna de miel había transcurrido abordo de un aeroplano. Él había sido su maestro tanto como su esposo. Lo había aceptado encantada y se había sentido contenta, pero ahora quería relajarse y... percibir el perfume de las rosas.
William la hacía reír, le hacía bromas y la acosaba. Al atardecer extendió una manta a la luz del sol, sobre las rocas aún tibias junto al borde de una pendiente, para que pudieran sentarse y contemplar una vista espectacular. De la canasta sacó un banquete: vino, queso, pan, aceitunas, pollo frío, pequeñas porciones de paté con forma de flor, rodajas de tomate, limonada fría... un festín.
Jackie se reclinó contra una roca aún tibia y una vez más dejó que William la atendiera.
―Has estado reflexionando durante todo el día ――comentó él mientras le servía un vaso de vino tinto.
―Odio saber que te das cuenta de lo que pasa por mi cabeza.
Tras de un instante de silencio, él preguntó:
―¿Estás dispuesta a contarme lo que te preocupa?
No quería contarle nada. En su mente subsistía la idea de que lo que había entre ellos terminaría pronto; no era bueno que se acercaran más. Pero la verdad era que cada vez se sentía más cerca de él.
―Pensaba en todo lo que dijiste ayer.
―Jackie... ―empezó William, y ella presintió que seguiría con una disculpa, de modo que hizo un gesto con la mano para detenerlo.
―No, no digas nada. Merecía todo lo que dijiste. Cuando era niña, sentía que debía ser la mejor, que debía triunfar. Lo que nadie parecía entender era que yo deseaba ser como los otros chicos. Lo intenté. Quería formar parte de los grupos que iban a tomar algo y flirteaban después de la escuela, pero por alguna razón no parecía hacer las cosas correctas.
Tomó un sorbo de vino y miró en dirección al sol poniente.
―¿Conoces a mi amiga Terri Pelman? Bueno, en ese entonces la conocía muy poco, pero la envidiaba mucho. En la escuela era muy popular, siempre estaba rodeada de chicos.
Siempre sabía cuál era la última moda y se vestía de acuerdo con eso. Nada de errores, nada fuera de lugar, al contrario de lo que me pasaba a mí. Yo quería una vida como la suya, quería que el capitán del equipo de fútbol se volviera loco por mí, pero eso no ocurría. ¿Puedes imaginar lo que era?
―Sí ―respondió él sencillamente, y ella supo que lo entendía. ―¿Sabes ? ―prosiguió William al cabo de un momento de silencio―. Yo también era diferente, a mi modo. Pensaba que los otros chicos eran tontos al mezclar las cosas. No podían entender que la vida necesita una planificación. La mitad de la diversión consiste en planificar. Tal vez yo no hablaba mucho; tal vez me consideraban muy lento, pero yo siempre estaba planificando para el próximo día y los siguientes.
Hizo una pausa.
―Algo que descubrí en la vida y que parece ser desconocido para otros, es que, si planificas lo suficientemente bien, puedes hacer que las cosas ocurran.
―Sí ―concordó Jackie, pero no le preguntó qué deseaba que ocurriera. No quería enterarse. ―Tú lo entiendes. Así como tú eras diferente sin pretender serlo, yo también lo era. Yo era rara y, cuando no pude ubicarme, empecé a mostrarme altanera con los otros chicos, y les decía que no los necesitaba.
―Y cuando te enamoraste... ―dijo él suavemente.
―¿De Charley? ―preguntó Jackie con un tono de incredulidad.
―De algo un poco más grande que Charley.
Ella sonrió.
―Ah, sí, de los aeroplanos. Sabes, solía pensar que tenían sexo masculino, pero a medida que pasan los años tiendo a pensar que son de sexo femenino. Ya no son algo que quiero conquistar; son mis grandes, grandes amigos. De alguna manera, compartí muchas cosas con ellos.
―¿ Y qué pasa con los hombres?
Jackie miró hacia el horizonte y no le contestó.
Él insistió.
―¿Qué quieres hacer con tu vida ahora, Jackie?
No lo miró, pero cuando habló había pasión en su voz.
―Algo en mí ha cambiado. No sé qué. Durante muchos años quise conquistar el mundo. Tenía una idea muy clara acerca de lo que quería y de cómo lo obtendría, pero hice todo lo necesario para lograrlo y ahora no sé cuál será mi próximo objetivo. Una parte de mí se irrita porque el mundo continúe moviéndose mientras yo permanezco inmóvil, pero otra parte de mí quiere quedarse inmóvil y dejar que todo siga su curso. Una parte de mí quiere cultivar rosas y...
De repente se interrumpió y bebió un gran trago de vino.
―Y tener hijos ―apuntó él con asombrosa y molesta precisión.
―¡Ridículo! ¿Te das cuenta de que dos chicas de mi promoción de la escuela secundaria ya son abuelas? ¿Qué haría yo con hijos? Además, ¿qué hombre de mi edad querría tener hijos?
Calló, porque estaba protestando demasiado. Nunca había pensado mucho en tener una familia propia. Había estado muy ocupada con los aviones y con el cuidado de Charley como para imaginarse con un montón de hijos. Ahora ya no la acuciaba el deseo de ver mundo y, sin embargo, todavía deseaba participar.
―Creo que en realidad lo que quiero es todo. Quiero todo lo que el mundo pueda ofrecerme. No quiero renunciar a nada. Y, además, quiero agregar todo lo que no tengo.
William sonreía, y la luz del sol sobre su cara lo hacía particularmente buen mozo.
―No puedo darte todo, pero me encantaría casarme contigo y darte todos los hijos que desees.
Jackie sabía que hablaba en serio y por un instante no pudo emitir ni una palabra. Alimentaba un deseo arrollador de decir que sí. La sensación era tan intensa como la que experimentó cuando vio un aeroplano por primera vez. En ese momento no sabía nada del mundo. N o tenía idea de lo cruel que podía ser la gente y de cómo la juzgarían antes de conocer su capacidad.
Ahora había crecido y experimentado grandes dolores y también grandes alegrías; sabía lo que diría la gente. Si se casaba con William, no verían otra cosa que la diferencia de edad.
―No digas nada ―la atajó él, esforzándose por sonreír―. Era sólo una idea.
―Sí, sólo una idea. Trató de que su cara no reflejara lo que sentía. ―Estamos demasiado serios. Deberíamos decidir pensando quién va a limpiar la cocina. Y tú la dejarás tal como estaba, tal como yo lo deseo. Y harás lo mismo con mi escritorio.
―¡Ja! ¿Sabes que tienes un sobre con hilo y agujas en el escritorio y una abrochadora en el costurero?
No lo sabía, pero tampoco lo dudaba. A veces una persona estaba muy ocupada y ponía las cosas donde se hallaran a mano; eso no era asunto de él.
―No importa dónde ponga las cosas. Es mi casa.
―Sólo por un tiempo. ¿No te mencioné que soy dueño de todas las casas de Eternity, además de los terrenos?
Jackie echó a reír. Sólo un Montgomery podía decir que era dueño de un pueblo con tono indiferente.
―¿ Y recibiste los edificios como regalo de cumpleaños al llegar a tu mayoría de edad?
Lo dijo como una broma, pero por la forma en que la cara de William se puso colorada supo que había acertado y rió otra vez.
―Cualquier otra persona pediría un viaje alrededor del mundo o un collar de diamantes, ¿pero qué pide mi sólido y previsor William? ¡Un pueblo fantasma! Un pueblo destruido y viejo, carente de valor, que la gente no quería ni siquiera cuando estaba habitado. ¿Qué demonios te impulsó a pedirlo?
Cuando él la miró, sus ojos fueron muy expresivos.
―Aquí podía construir una pista de aterrizaje.
Su respuesta era simple y significaba mucho. Él había dicho que siempre planificaba y que la construcción de la pista tenía el fin de atraerla. Aun cuando ella estaba casada con otro hombre y no tenía intención de volver a su pueblo natal, William planeaba su regreso. ¿ Qué era lo que había dicho? Que si planificas lo bastante bien, puedes lograr que las cosas ocurran. ¿Acaso ella estaba allí porque él lo había deseado tanto? ¿Lo había planificado tan bien que ella había regresado?
Le sonrió. Salieran bien o no las cosas entre ambos, no podía dejar de sentirse halagada. Charley nunca le había hecho la corte; siempre le había hecho sentir que le había otorgado un favor al sacarla del empobrecido Chandler. Había permitido que Jackie lo lisonjeara con trabajo y más trabajo y más trabajo.
Sin embargo, aquí había un hombre que planeaba ganársela desde hacía años.
―Me haces sentir muy valiosa ―susurró―. Me haces sentir que soy lo más preciado del mundo.
―Lo eres.
Hubo tal sinceridad en su voz que Jackie no supo si sentirse complacida o molesta. De alguna manera, sintió ambas cosas.
Al final, sólo pudo decir:
―Gracias.
CAPITULO 8
Esto es el paraíso , pensó Jackie. Después de quince piruetas horizontales una detrás de otra, eso era lo mejor de la vida. Se hallaba reclinada en su bonito sillón, tratando de prestar atención al programa de radio puesto por William; la verdad era que lo estaba observando mientras él lustraba una pila de zapatos de medio metro de altura, tanto de él como de ella. Se sentía resentida y rencorosa ante las críticas de William, pero quizá fuera agradable abrir un costurero y sacar un par de tijeras en lugar de una abrochadora. y sería agradable ponerse zapatos lustrados.
Afuera llovía, de modo que William había prendido el fuego para combatir el frío de la noche de montaña. Había insistido en que Jackie se recostara en el sillón con una gruesa manta encima; se suponía que no debía hacer otra cosa salvo permanecer tranquila y escuchar la radio y mirarlo, pensó.
¿ Quién habría imaginado que observar aun hombre mientras hacía algo tan doméstico como lustrar zapatos surtiera un efecto tan grande en ella? En cierta forma, esa simple actividad la hacía pensar en el amor mucho más que todos sus besos.
Como Jackie bien sabía, no era la pasión lo que sostenía un matrimonio feliz, sino las pequeñas cosas. Si se necesitaba armar algo, ¿podía uno leer las instrucciones mientras el otro ponía las piezas en orden? De acuerdo con la experiencia de Jackie, aun hombre no le gustaba aceptar órdenes de una mujer en ninguna circunstancia. ¿Acaso ambos habían tenido un altercado? Esa pelea trivial podía arruinar noches y tardes.
Jackie había aprendido que no era suficiente que dos personas estuvieran enamoradas; debían convivir de acuerdo con una rutina diaria, debían poder vivir en paz y armonía. y ése era su problema con William. Era muy fácil vivir con él. Había que olvidarse de sus ideas realmente tontas acerca de la organización y de su obsesión por poner las cosas en lo que él consideraba un orden apropiado. Era fácil estar con él día a día. Cuando tenía hambre, no miraba hacia la mujer más próxima para que sacara a relucir una deliciosa comida caliente como si respondiera a una secreción glandular. Tampoco esperaba que ella hiciera todo por él. Justo en ese momento estaba lustrando los zapatos de Jackie, algo que ella había hecho sólo dos veces en la vida. Después de todo, ¿quién iba a notar si sus zapatos estaban lustrados o no? ¿Los otros pilotos? ¿Charley? ¿Los aviones?
La voz de él le hizo levantar la cabeza.
―Jackie ―dijo, y su tono de inocencia hizo que de inmediato se pusiera en guardia.
―¿Sí? ―respondió ella con tono igualmente inocente.
―Mientras ordenaba tu escritorio encontré algo muy interesante.
―Ah... ¿Y qué fue? ¿Un par de tijeras un centímetro fuera de lugar?
William ignoró la ironía, de modo que Jackie supo que se trataba de algo más importante.
―Encontré una carta de una revista nacional donde te pedían que escribieras algo sobre aviación.
―Ah ―dijo Jackie, y trató de cambiar de tema. Sin embargo, sabía que el principal objetivo de él era que ella ingresara en los libros de historia y que, si no podía lograrlo obligándola a ganar carreras, tal vez lo consiguiera convirtiéndola en escritora.
―Supongo que es una magnífica idea ―continuó él―. Lo que sabes sobre aviones no tiene precio. Podrías ayudar a una nueva generación de mujeres jóvenes; incluso podrías incentivarlas a volar. Podrías compartir tu capacidad e inspirar a toda una nación.
―Es verdad, pero si yo fuera tan capaz, ni siquiera necesitaría volver a subir a un avión. Podría echar alas y volar directo al cielo.
Volvió a ignorarla.
―Mira esto. La revista mandó un artículo de muestra: "Nita Stinson, la Mecanógrafa Voladora, habla sobre su primer vuelo" . ―William miró el artículo y resopló con desprecio.
―¡Qué bien, la Mecanógrafa Voladora! Tú eres una piloto de verdad.
―Para tu información, Nita es amiga mía y, además, excelente piloto.
Había algo de hostilidad en su voz, como si estuviera dispuesta a pelear por su amiga.
― Te pido disculpas. No quise ofender a nadie. Perdóname por creer que eres la mejor piloto del mundo. Tu calidad de vuelo haría enrojecer al mismo arcángel Gabriel.
Cuando lo miró, él le sonrió y ella supo que se estaba vengando.
―Entonces, ¿por qué no tratas de escribir?
Con expresión desvalida, Jackie levantó la mano vendada para demostrarle que era incapaz de realizar semejante tarea.
De inmediato, William tomó papel y lapicera.
―Dime qué deseas decir y yo lo escribiré.
―Volar es divertido. Me gusta. Usted debería probarlo.
―Vamos, Jackie, ponte seria. Debes tener algo para decirles a millones de mujeres jóvenes que se preguntan cómo será ser piloto.
Ella reflexionó un instante antes de responder.
―Sí, hay algo que me gustaría decirle al mundo. ¿Tienes la lapicera lista ?
Con una sonrisa de satisfacción, William comenzó a escribir mientras Jackie hablaba.
―Cualquiera sea la más baja de las ocupaciones que una mujer haya tenido, eso es lo que será por el resto de su vida. Aun cuando se convierta en presidenta del mundo, la gente dirá:
La señorita Jones, ex recepcionista, es ahora presidenta del mundo. Lo cual implica que se está superando porque todos conocemos ese lado oscuro y profundo. La señorita Jones, en realidad, es sólo una recepcionista. Por otra parte, si un hombre se convierte en presidente del mundo, la gente dice:
El señor Jones, que antes trabajaba en una dependencia de correo, ahora se halla al frente del mundo . Lo cual implica que el señor Jones es magnífico por haber logrado llegar aun puesto tan alto a partir de una posición inferior. La diferencia entre los dos reside en que la señorita Jones es una recepcionista que finge ser una líder mundial, mientras que el señor Jones fue siempre un líder mundial, incluso cuando clasificaba la correspondencia.
Antes de haber completado la primera oración, William dejó de escribir. Cuando Jackie terminó su discurso, le sonrió muy complacida. No iba a ponerse a escribir un montón de artículos almibarados y con perfume a violetas para tratar de que las mujeres jóvenes entraran en la aviación. Una mujer necesitaba tener toda la convicción del mundo para pilotear un avión, porque el ambiente aeronáutico era muy duro. Era duro enfrentarse a hombres seguros de que ibas a fracasar sólo porque eras mujer y, en consecuencia, según su opinión, no eras ni inteligente ni capaz.
―¿Era eso lo que tenías en mente? ―preguntó Jackie con dulzura.
―Es lo que yo tenía en mente, pero no creo que sea del agrado de la revista. Vamos, estoy hambriento. Decidamos quién va acortar tu comida.
Entre risas, le permitió que la condujera hacia la cocina.
Cuando Jackie se despertó a la mañana siguiente, experimentó una deliciosa sensación de bienestar. Todavía estaba enferma, ¿ verdad? En fin, no enferma de veras, pero sí lo bastante incapacitada como para sentir que no debía tomar una decisión con respecto a la partida de William. Cuando se hallara bien, por supuesto él debería irse, pero por el momento podía postergar esa decisión con la conciencia tranquila. Era un amigo y la estaba ayudando. Eso era todo lo que había entre ambos.
¡Qué espléndida mañana de domingo! William preparó panqueques de arándano, los sirvió cubiertos de manteca y almíbar y se rieron como chicos. Era extraño lo infantiles que podían resultar dos adultos cuando estaban a solas. Todo lo que decía uno, al otro le parecía brillante o gracioso o ambas cosas a la vez. No recordaba haberse reído tanto con él cuando eran chicos. Jackie siempre había considerado la vida como un desafío, algo que debía ser conquistado, y William parecía pensar que Jackie era su desafío. Cualquier cosa que hubiera existido en el pasado, ahora era diferente porque se adaptaban el uno al otro con facilidad y alegría.
Después del desayuno, William lavó los platos mientras Jackie, con grandes demostraciones de dolor que en realidad no sentía, los secaba. Cuando todo quedó limpio, fueron ala sala, donde William se ofreció a leerle las historietas del diario.
Resultó lo más natural del mundo que ella se sentara dentro del círculo de sus brazos para poder ver los dibujos. y estaba comiendo una manzana, de modo que mordía un pedazo, luego le daba a él la oportunidad de morder, luego volvía a morder ella. Era una escena paradisíaca.
El sonido de una bocina y el crujido de la grava al acercarse un auto hicieron surgir una expresión de horror en la cara de Jackie.
―Es Terri ―dijo con miedo, como si hubiera pasado lo peor. Al segundo siguiente, se había sacado de los hombros el brazo de William y estaba de pie, tratando frenéticamente de arreglar la habitación. Era como si por todos lados hubiera signos de la estadía de William en su casa. ¡Debía hacerlos desaparecer!
―¿Qué te ocurre? ―preguntó él sin moverse del sofá.
―Ésa es Terri ―respondió Jackie, como si esas palabras lo explicaran todo. Las chinelas de William estaban en el piso, junto a lasilla grande. Su camisa con un bolsillo roto se hallaba tirada sobre el costurero; ella había prometido coserla cuando se le curara la mano. Sobre la mesa de café había tres revistas con el nombre de él y sus datos de suscripción. Su chaqueta colgaba junto a la puerta.
Desesperadamente, Jackie trató de recoger cualquier posible rastro de él y, cuando tuvo los brazos repletos, miró alrededor en busca de un lugar donde esconder todo. ¿Qué pasaría si a Terri, por alguna razón, se le ocurría mirar dentro del armario? ¿Qué pasaría si deseaba echarle un vistazo a la despensa? Jackie se dirigió al dormitorio, luego se detuvo. Ése era él último lugar donde debía esconder las pertenencias de William.
William se adelantó con calma y le sacó las cosas de los brazos. No había duda de que ella había lastimado sus sentimientos, pero en ese momento no podía pensar en eso. Más tarde se ocuparía de tranquilizarlo.
―Terri no debe ver que tengo a un hombre viviendo conmigo ―dijo, tratando de encubrir sus acciones con una mentira. Sin embargo, una rápida mirada a los ojos de William le dijo que él no le creía. Sabía que ella estaba incómoda porque las pertenencias masculinas desparramadas por su sala pertenecían a un hombre "inapropiado" , un hombre más joven y, en consecuencia, indigno de ser presentado a sus amigos con orgullo.
Mientras Jackie se escurría de aquí para allá en busca de otras evidencias de la presencia de William, trataba de no pensar en lo que hacía. Más tarde le haría creer a William ―y así misma― que sólo trataba de proteger la reputación de ambos.
Levantó la vista hacia él, con los brazos llenos de cosas que evidentemente eran de propiedad masculina.
―Tal vez tú... ―empezó a decir .
―Claro ―dijo él; se dio vuelta y se dirigió a la escalera.
Jackie estuvo apunto de llamarlo, pero se contuvo justo en el momento en que oyó llamar a la puerta en forma imperiosa, y se adelantó a abrirla.
―¿Qué diablos estabas haciendo? ―preguntó Terri―., Debo de haber golpeado cuatro veces. Esta mañana me enteré de tu accidente. ¿Por qué no me llamaste? Tal vez podría haber venido a cuidarte.
―Te agradezco el ofrecimiento, Terri, pero estuve muy bien. De veras.
―N o es eso lo que oí.
Terri pasó junto a Jackie y miró la habitación. No había muchos indicios de la presencia de otra persona, pero, incluso ante los ojos de Jackie, se hallaba distinta: menos desordenada, más organizada, demasiado prolija.
―Algo está pasando ―dijo Terri al darse vuelta y mirar fijamente a su amiga―. ¿Qué ocurre?
―Nada ―contestó Jackie, aunque debió aclararse la garganta en la mitad de la palabra.
―Mmmm ―dijo Terri, obviamente insatisfecha―. ¿Y qué hiciste de tu vida esta semana?
Como si estuviera muy cansada ―y sí lo estaba―, Terri se dejó caer en una silla baja con un almohadón. Su esposo había perdido otro empleo esa semana, y habían tenido una encendida pelea. "Un empleo no es un llavero ―le había gritado―. No puedes perderlo así como así. ¿Qué hiciste?" Era mejor no recordar lo que había pasado después. Sólo en atención a la herida de Jackie se le había permitido a Terri salir de su casa ese día.
Sin embargo, no quería hablar de su vida. No quería ni hablar ni pensar en ella. Jackie era la de la vida excitante; Jackie tenía todo lo bueno de la existencia, todo lo que una persona podía tener Con cuidado de no apoyar el peso del cuerpo en su cadera lastimada, Terri metió la mano debajo del almohadón y, como un mago de su galera, sacó un calcetín de hombre.
Lo sostuvo ante su vista y, por un instante, se la vio confundida. Luego, al ver el color rojo de la cara de su amiga, y al arrebatarle Jackie el calcetín, Terri se echó a reír.
―Tienes un hombre ―dijo con una sonrisa―. Por eso tardaste tanto en abrirme la puerta. Oh, por favor, dime quién es.
Parecía que ni siquiera un mal matrimonio podía curar a una mujer del optimismo relacionado con los romances. Aun cuando su hombre no fuera bueno, Terri creía sinceramente que en alguna parte había un caballero de brillante armadura hecho a su medida.
Ante la expresión de incomodidad de Jackie, Terri empezó a presionar 0 ―¿ Quién es él? No puedo creer que esté pasando algo y no me lo hayas dicho. No oí ni un susurro de nada en el pueblo, de modo que estás haciendo un gran trabajo al ocultar todo.
Debes decirme quién es.
―Nadie ―dijo Jackie en tono cortante― ¿Quieres té?
―Claro, pero más quisiera algo de información.
Era todo lo que Jackie podía hacer para evitar decirle que lo que pasaba en su vida no era asunto de Terri. Su amiga era una inocente, y Jackie se esforzaría por no perder la paciencia ni siquiera ante las muchas, torpes, indagadoras y embarazosas preguntas hechas por Terri.
―¿ Qué clase de té quieres? ―preguntó por fin, con las manos tan apretadas alrededor de una lata que sus nudillos se veían blancos.
―Lo que él tome ―respondió Terri muy complacida, con lo que provocó una mueca de Jackie.
―¿Buscas algo? ―le preguntó William al hijo de Terri. A primera vista, el "chico" no parecía estar haciendo algo malo; se limitaba a caminar alrededor del aeroplano estacionado en el hangar, pero William conocía a todos los habitantes de Chandler. Los hombres Pelman no valían nada; eran haraganes, estúpidos y hostiles. William no confiaba en que ese patán excesivamente crecido fuera ni siquiera a la iglesia sin una segunda intención.
―¿Qué haces tú aquí? ―preguntó el chico enorme con las cejas levantadas en gesto amenazador. Era buen mozo en cierta forma brutal, con labios gruesos y ojos hundidos, pero tenía ese aire defensivo que a menudo dan la arrogancia y la estupidez.
Lo quisiera o no, daba la impresión de desafiar a cualquiera a contradecirlo, a atreverse a sugerir que él no era tan astuto como el resto del mundo.
De repente, su cara se iluminó y pareció muy satisfecho consigo mismo: su expresión fue más bien la de un mono que acaba de resolver un problema planteado por un científico.
―Andas detrás de ella, ¿eh?
―¿Perdón? ―dijo William ceremoniosamente. No estaba seguro, pero creía que este Pelman tenía unos dieciocho años y se llamaba Larry.
― Esa Jackie. Andas detrás de ella, ¿ eh ? ― Ante el horror de William, Larry lo codeó como si ambos fueran conspiradores y grandes amigos. ―Le eché el ojo apenas llegó al pueblo. Mamá dice que esta señora, la aviadora, viajó por todo el mundo; entonces, supongo yo, debe de haber hecho algunas cosas.
―Le guiñó un ojo a William. ―Debe haber hecho algunas cosas que las señoras de Chandler nunca oyeron nombrar y bueno, ahora esa Jackie está aquí, en este pueblo insignificante, y nadie comenta nada acerca de si lo está haciendo o no con alguien; ¿sabes a qué me refiero? Entonces supongo que debe de estar muriéndose por hacerlo. y supongo que me serviré de lo que ella tenga para ofrecer. Es un poco vieja, pero me imagino que agradecerá tener aun hombre de verdad en la cama. Seguro que ruega tenerlo después de tanto tiempo, y después de haber soportado a esos extranjeros estrafalarios.
Claro, me doy cuenta de que llegaste primero; te la dejaré todo lo que quieras, sobre todo porque eres un Montgomery. Pero tal vez después puedas retribuirme: yo la vi primero. Podrías tener algún empleo para mí y para mi padre. Nada demasiado difícil, simplemente algo amistoso, como un bono de vez en cuando. ¿Qué te parece?
―¿Has visto mis zapatos?
Muda de horror, Jackie se dio vuelta hacia la puerta de la cocina y vio a William parado allí, con expresión de niñito perdido. Ella acababa de pasar treinta minutos tratando de explicarle a Terri que no había ningún hombre en su vida, y por cierto ningún hombre de Chandler, y ahora ahí estaba William.
¡Preguntando por sus zapatos, nada menos!
Deseó gritarle, pero sabía que cualquier cosa que dijera sólo lograría empeorar la situación. Cuando Terri se marchara, y contara que había visto a William Montgomery en su casa, no pasaría una hora antes de que todo el pueblo de Chandler se dedicara a comentar que esa vieja de Jackie estaba viviendo un romance con el muy jovencito William.
―Pera si es Billy Montgomery ―dijo Terri―. Hace siglos que no te veo. ¿Qué has estado haciendo?
Jackie se preparó. ¿Cuál sería la respuesta de William?
¿Diría la verdad? ¿Que pasaba los días persiguiendo a Jackie, tal como cuando era un niño?
―Jackie y yo vamos a instalar una empresa.
―Qué bien. ¿ Cómo está tu madre? ¿Y tu padre?
Mientras William respondía esas preguntas, Jackie lo miraba. Él siempre estaba muy prolijo, con el pelo en su lugar y la camisa dentro de los pantalones. Sin embargo, ahora se lo veía algo desarreglado, y en su mejilla había manchón oscuro como si fuera un golpe. Al bajar la vista hacia sus manos, vio que los nudillos de la derecha le sangraban ligeramente.
Cuando él vio la dirección de sus ojos, puso la mano detrás de la espalda y siguió hablando con Terri y contestando las preguntas acerca de su familia.
―¿Y cómo te fue en la universidad? ―preguntaba Terri.
Jackie demoró un largo momento en comprender que a Terri no le entraba en la cabeza que William pudiera ser el hombre sobre quien había estado investigando con toda la fruición de un interrogador de la Inquisición española. La verdad era que Terri le hablaba a William con el tono propio de los adultos al dirigirse a chicos. En cualquier minuto, suponía Jackie, le preguntaría si se había lavado bien las orejas.
―De modo que has estado ocupándote de Jackie ―iba diciendo Terri―. Eso es muy bondadoso de tu parte, en especial porque tienes que seguir adelante con tu propia vida.
Un joven buen mozo como tú debe tener cientos de noviecitas.
―Unas pocas ―repuso William con una sonrisa.
Fue una sonrisa que hizo encolerizar a Jackie. Era la sonrisa que un niño pequeño le dedicaría a una mujer mayor al tratar de comportarse en la forma más correcta posible.
Desde afuera llegó el sonido insistente de una bocina; el horrible hijo de Terri exigía que su madre se fuese, y que se fuese ya mismo.
―Si necesitas ayuda con Jackie, házmelo saber ―dijo Terri mientras empezaba a ponerse el abrigo. William se lo sostenía con gran elegancia. ―Siempre fuiste un caballero. ¿No es verdad, Jackie? Tú recuerdas cómo era. Incluso de niño era muy cortés.
Jackie no pudo decir nada. No quería recordar que había conocido a William cuando era un niño.
―Pero claro que lo recuerdas ―insistió Terri ante el silencio de Jackie―. Eras su niñera y él solía seguirte a todos lados.
¡Oh, las travesuras que hacían! y ahora, Billy, es encantador de tu parte que ayudes a Jackie en un momento de necesidad. En fin, dales mis saludos a tus padres. y piénsalo, tal vez quieras hacerte amigo de mis hijos.
―Sí ―dijo Jackie en un tono muy desagradable―. Podrían reunirse a jugar en un arenero. O podríamos llevarlos al circo. Se subirían a los elefantes y comerían pochoclo.
Ante ese tono odioso, Terri pareció sorprendida y confusa.
―Bueno, sí, tal vez.
―A Jackie le duele la mano ―intervino William con tranquilidad; y su calma la hizo enojar aún más―. Eso la irrita bastante.
―Acompáñame al auto, ¿quieres? ―le pidió Terri a Jackie.
Con las manos apretadas a los costados del cuerpo, Jackie caminó con su amiga hasta el auto donde se hallaba sentado el hijo, ceñudo, detrás del volante. Mientras se aproximaban, el muchacho dio vuelta la cabeza, pero Jackie vio el rastro de sangre seca que le bajaba de la nariz.
―No creas que podrás salvarte de mí ―dijo Terri alegremente al llegar al auto―. Me propongo descubrir quién es el hombre que hay en tu vida.
Los dientes de Jackie estaban muy apretados.
―William no es un niño, ¿sabes? . Por si no lo notaste, es un hombre. No había querido decir eso.
Terri pareció sorprendida, como si lo dicho por Jackie no tuviera nada que ver con lo que pasaba en el mundo.
―Claro que es un hombre joven. No quise decir otra cosa. ¿Crees que lo ofendí al preguntarle por sus padres? ¡ Los chicos suelen ser tan sensibles a esa edad!.
―¡William no es un chico!
Sus palabras sonaron más enérgicas de lo que ella esperaba. ¿Por qué no podía ser más contenida y fría? Ya casi no importaba que le contase a Terri lo que empezaba a sentir por William.
―No ―dijo Terri con calma―. Billy no es un chico, pero una vez que viste a una persona en pañales, tiendes a verla siempre en pañales. ―Inclinó la cabeza hacia un costado.
―¿Qué te pasa? Me parece muy agradable de parte de Billy que se encargue de ti. Tú te encargaste de él muchas veces, por cierto. Recuerdo cómo siempre andaba pisándote los talones. En la escuela todos se reían del pequeño Billy Montgomery, que no dejaba de seguirte. ―Extendió la mano para darle una palmadita en el brazo a Jackie, y le dedicó una mirada triste.
―Billy debe de ser lo más parecido a un hijo en tu vida.
―¡Sólo si lo hubiera tenido a los diez años! ―gritó Jackie con una gran dosis de veneno.
Terri se sobresaltó ante la fiereza de su amiga.
―Lo siento ―se disculpó―. Estoy segura de que no tener hijos es algo que te duele. En realidad, no quise molestarte. Sólo pienso que es bueno que Billy esté aquí contigo. Es muy bondadoso de su parte.
Jackie no pudo decir nada, absolutamente nada. Aunque sin mala intención, Terri había logrado que se sintiera de cien años de edad. Según su amiga, Jackie era una mujer estéril, una anciana que ya había vivido su vida y para la cual no había ninguna esperanza de futuro. De acuerdo con Terri, Jackie debía agradecer que un hombre joven como William la "ayudara" porque estaba "inválida". Terri parecía sugerir que Jackie, en lugar de una mano lastimada, tenía una artritis propia de la vejez y que estaba condenada a una silla de ruedas;
por su parte, el joven Billy Montgomery, gracias a su corazón generoso, le empujaba la silla.
Terri apoyó la mano en la manija de la puerta del auto, pero enseguida, tomó a Jackie del brazo y la llevó aparte para que su hijo no escuchara.
―No creas que me he olvidado del hombre que hay en tu vida. No podrás mantenerlo en secreto conmigo.
―No te estoy ocultando ningún secreto ―dijo Jackie enojada... y con sinceridad.
Terri parecía estar a punto de llorar. Jackie era el faro de su vida y no conseguía imaginar qué había hecho para ofenderla tanto. Tal vez ella decía la verdad: no tenía ningún hombre. Tal vez ella había interpretado mallos signos. Tal vez la repentina e inexplicable hostilidad de Jackie surgiera porque Terri había deducido algo que no era verdad, y ahora Jackie se sentía avergonzada debido a que no había ningún hombre en su vida.
―¿Recuerdas que te hablé de Edward Browne? Ha estado preguntando por ti de nuevo ―dijo en voz baja mientras miraba hacia su hijo, malhumorado, en el auto―. Preguntó por ti varias veces. Le gustas de verdad, y es un buen partido.
Tantas emociones conmovían a Jackie en ese momento que no pudo hablar, de modo que Terri interpretó su silencio como una forma de alentarla a seguir hablando.
―Es un hombre muy agradable, Jackie ―prosiguió Terri en tono persuasivo―. Viudo, de unos cincuenta y cinco años.
Sus hijos ya son grandes, de modo que no tendrás problemas por ese lado. Está en buena posición; podrá mantenerte cuando dejes de volar .
Jackie sintió que Terri quería decir algo así como: "Cuando tengas sentido común, cuando te decidas a crecer y dejes de hacerte la tonta con esos aviones, habrá un hombre para cuidarte" .
Terri no tenía ni idea de los pensamientos que giraban en ese momento en la mente de Jackie. Para ella, la perspectiva de una relación con Edward Browne era maravillosa. El hombre era dueño de todas las zapaterías en un radio de ciento cincuenta kilómetros, y tenía una casa preciosa, amueblada con antigüedades heredadas de sus padres. La idea de un hombre serio, confiable, de una casa cuidada y ordenada, constituía el concepto de paraíso para Terri. Ya no quería excitación en su vida. Las borracheras coléricas de su marido y las sangrientas peleas entre él y sus hijos eran más excitantes de lo que ella hubiera querido. Para Terri, la felicidad consistía en comprar algo bonito y frágil y sentirse segura de que no estaría roto a las veinticuatro horas.
―Edward Browne es un hombre tan agradable ―insistía Terri―. Ha vivido en Chandler durante quince años y todo el mundo lo elogia. Nada de escándalos. Su esposa era adorable y parecían muy enamorados. Quedó destrozado cuando ella murió hace dos años, y dicen que se siente muy solo. Todas las mujeres solteras de Chandler, de entre veinte y cincuenta años, lo persiguen. De vez en cuando sale con alguna, pero nunca invita a la misma mujer más de dos veces. Sin embargo, me preguntó por ti en varias ocasiones. Le dije que te llamara, pero contestó que le gustaría saber si sería bien recibido. Creo que es bastante tímido y, Jackie, tú sabes que a veces asustas a la gente. Pienso que te considera una celebridad; teme llamarte sin un permiso previo.
Terri miró resueltamente a Jackie.
―¿Le digo que te llame?
―Eh... no sé ―contestó Jackie con sinceridad. ¿Por qué la vida debía ser tan complicada?
Sabía que no se sacaría de encima a Terri si no aceptaba el llamado de ese hombre, Edward Browne. ¿ y por qué dejar de salir con ese hombre tan apropiado? ¿Acaso estaba comprometida con otro? ¿Enamorada de otro? No. Era completa y absolutamente libre. Además, su atracción por William quizá se basara en un noventa por ciento de soledad. Estaba acostumbrada a verse rodeada de gente y ahora, de repente, se hallaba tan sola que probablemente cualquier hombre, sin importar la edad, le hubiera caído bien.
―Dile que me llame ―dijo Jackie con algo de convicción; no mucho, sólo algo.
Terri abrazó a su amiga; luego subió al auto herrumbrado y se sentó junto a su colérico hijo, que arrancó a tal velocidad que algunos pedazos de grava volaron hacia las piernas de Jackie.
Después de la partida de Terri, Jackie se preparó para enfrentar a William. No le gustaba que hubiera anunciado su presencia frente a Terri en forma tan evidente. Si Terri hubiera sido un poco más astuta, habría deducido que ella y William eran... en fin, lo que fuesen.
Encontró a William sentado en un sillón, leyendo el diario con calma. Cuando levantó la vista hacia ella, lo hizo como invitándola a sentarse junto a él para terminar de leer las historietas, como si la visita de Terri no hubiera tenido lugar.
―Quiero hablar contigo ―dijo Jackie con tono severo, apenas cerró la puerta.
―¿Ahora qué hice? ―preguntó William divertido.
Ella no estaba dispuesta a tratar el tema a la ligera. ¿Acaso William no se daba cuenta del tipo de rumores que empezarían a difundirse?
―Te puede salir bien hacerte el niñito con Terri, pero no conmigo.
Tenía toda la intención de echarle en cara el haber puesto en peligro su reputación; al entrar y preguntar por sus zapa tos, había sugerido que estaba viviendo con ella. Pero, ante su horror, no fue eso lo que salió de su boca.
―¿Cómo pudiste permitir que Terri te tratara como aun chico? ―quiso saber.
William pestañeó.
―¿Es eso lo que te preocupa? ―Volvió a ocultarse detrás del diario. ―La gente más grande siempre trata a los más jóvenes como a chicos. Para toda la eternidad. Nunca deja de hacerlo, no importa lo viejo que llegues a ser .
Le pareció que William pensaba terminar la discusión en ese punto, y se enojó más.
―¡Más grande! ―farfulló―. ¿ Yeso qué significa? Terri tiene mi edad. En realidad, es tres meses más joven que yo.
Evidentemente inconmovible, William dio vuelta una hoja.
―Hay personas viejas a los veinte años; otros son jóvenes a los sesenta.
―¿ Y eso qué quiere decir?
Como para aumentar su enojo, William no se molestó en responder. Se limitó a seguir leyendo ese maldito diario con la cara oculta detrás de las hojas. Era difícil, por no decir imposible, mantener una discusión seria acerca de uno de los temas más importantes de la vida. Desde el principio le había parecido que William no lograba tomar en serio la diferencia de edad entre ambos. Actuaba como si eso no importara.
―¿Qué le hiciste al hijo de Terri? ―preguntó Jackie, buscando otra manera de arrancarle una reacción.
―Hice lo posible por enseñarle buenos modales, algo que necesitaba.
Parte de Jackie quería agradecerle el haber intervenido, y parte de ella se sentía un poco más que irritada. Toda mujer quería ser una hermosa princesa cuyo honor era defendido por un joven apuesto que, desde luego, mas tarde resultaba ser un príncipe. Sin embargo, en la realidad, a Jackie no le gustaba la insinuación de que ella pertenecía a William y de que, en consecuencia, él tenía derecho a mostrarse violento con el hijo de Terri.
Princesa o no, la falta de reacción de William le estaba apagando su ímpetu. Quería algo de él, pero no sabía qué.
―Un hombre del pueblo quiere salir conmigo ―informó, tratando de dar a entender que se trataba de un acontecimiento habitual; sin embargo, en el mismo momento de decirlo, supo que deseaba poner celoso a William. ―Como él no salió del diario, agregó: ―Terri dice que es muy agradable. ―Se entusiasmó con el tema y casi ronroneó ante el diario que William mantenía frente a la cara. ―Edward Browne. ¿Lo conoces?
Terri dice que es un hombre maravilloso. Mayor, con experiencia. Estuvo casado durante muchos años, de modo que, por decirlo de alguna manera, ya está entrenado. Debe de saber mucho sobre mujeres.
Se quedó de pie donde estaba, esperando alguna reacción de él. Después de un rato, William cerró con lentitud la sección que estaba leyendo, la puso prolijamente sobre las demás y abrió otra.
―Creo que deberías salir con él ―dijo desde detrás del diario.
― Eh . ? ... ¿como.
―El señor Browne es un hombre agradable. A mamá le gusta mucho, ya papá también.
―¿Quieres que salga con él? ―preguntó, incrédula.
―Creo que deberías hacerlo. ―Movió el diario y la miró.
―En realidad, Jackie, necesitas salir un poco más. No puedes pasar de Charley a mí. Debes ver qué otras opciones tienes por ahí.
No supo si esa opinión la hacía sentir enojada o simplemente muy confundida.
―Para tu información, conocí a montones de hombres además de a ti y Charley.
―Mmmm ―comentó él―. Extranjeros estrafalarios.
―¿Estrafalarios... ? ―Ésas no eran palabras de William.
Era como si estuviera citando a alguien. ―¿Qué diablos te pasa?
―No sé a qué te refieres. Dijiste que Terri te sugirió salir con Edward Browne, y yo estoy de acuerdo. ¿Hice algo malo?
Presumo que sí quieres salir con el señor Browne; de otra manera no habrías sacado el tema, ¿verdad?
¿Qué podía decir? ¿Que quería ponerlo celoso?
―Sí, claro, es una buena idea. Se lo... se lo diré a Terri.
Antes de que pudiera formular otra idea, sonó el teléfono. Atendió sin ganas. Terri la llamaba para contarle que "por casualidad" acababa de encontrarse con Edward Browne en la calle y que habían empezado a charlar, y que, bueno, a Edward le encantaría invitar a cenar a Jackie esa noche. ¿Le parecía bien? Terri hizo esa pregunta como si quisiera saber si Jackie estaba dispuesta a darle unos dos millones de dólares.
Jackie se negó a pensar en lo que hacía. Sí, le parecía bien, contestó. Se encontraría con Edward a las ocho en el Conservatory, el mejor restaurante de Chandler .
―Otra cosa, Jackie ―dijo Terri―. Ponte ese vestido de seda beige. El de los botones dorados.
―Había pensado en ponerme el mono que uso cuando arreglo los aviones ―respondió Jackie con sarcasmo. Estaba cansada de esa eterna sugerencia de la gente: que no sabía comportarse ni vestirse ni organizar su vida. Enseguida se sintió culpable por hablarle a Terri de esa forma. ―Estaré allí y luciré tan respetable como pueda.
―Está bien ―dijo Terri con timidez, sabiendo que había vuelto a hacer algo incorrecto. Pero esa vez sintió que el fin justificaba los medios: sabía que Jackie y Edward estaban hechos el uno para el otro y se enamorarían locamente. Algún día Jackie le agradecería el haberlos presentado.
Jackie colgó y miró a William, que seguía escondido detrás del diario.
―Esta noche tengo una cita ―anunció, y maldijo a su corazón, que no dejaba de saltarle en el pecho. Tuvo una tonta visión: William tiraba el diario, la tomaba en sus brazos y le decía que no debía salir con ningún otro hombre.
Pero nada de eso pasó. De hecho, el único comentario de William consistió en un gruñido despreocupado, de modo que Jackie, con los hombros hundidos, dejó la habitación. y por eso no vio a William hacer una pelota con la sección que estaba leyendo y tirarla a la chimenea con tal fuerza que desplazó un leño; eso provocó que otro leño cayera al piso y casi incendiara la alfombra. Ni vio a William pisoteando las llamas que salían de la alfombra, de la chimenea y de cuatro revistas, con tal furia que hubiera hundido un piso construido de manera menos sólida. Más o menos una hora después, cuando volvió ya vestida para su cita, William todavía leía con placidez el diario, como si el hecho de que Jackie saliera no tuviese ninguna importancia para él.
Jackie debió admitir que, estrictamente de acuerdo con las normas, Edward Browne era todo lo que una mujer podía desear: alto, de buena musculatura, con la mínima cantidad de grasa como para hacer saber que le gustaba la buena cocina, hombros anchos, caderas angostas. Tenía pelo oscuro con un poco de gris en las sienes y hermosos ojos también oscuros. Aunque muy apuesto, lo sosegado de su actitud indicaba que no sabía lo buen mozo que era.
No era raro que las mujeres de Chandler se mataran por él, pensó Jackie.
―Señorita O'Neill―dijo al tender la mano―. No puedo expresarle lo satisfecho que me siento ante su aceptación. La admiro desde hace años.
―No muchos, espero ―contestó ella con los ojos brillantes, pero él pareció sorprenderse y no entender su sentido del humor .
Cortésmente, con los buenos modales que tal vez había tenido toda la vida, apartó una silla para ella. Hubo un largo silencio, bastante incómodo, mientras leían el menú. Luego, en tono competente, Edward pidió una botella de vino francés.
Una vez hecho el pedido, Jackie debió obligarse a no mirar el reloj; ésa iba a ser una velada muy larga. Deseó que William se estuviera preguntando dónde se hallaba y qué hacía. Con severidad, recordó que no importaba lo que el pequeño Billy Montgomery estuviera haciendo 0 pensando. El era sólo una parte temporaria de su vida.
―Todo el ritual de una cita es deplorable, ¿no te parece? ―dijo Edward tuteándola, mientras la miraba a través de la luz de las velas―. Enfrenta a dos personas comunes y las hace sentir nerviosas e inseguras; las pone en una situación difícil y les exige descubrir buenas cualidades en el acompañante.
Jackie sonrió.
―Sí, lo considero espantoso.
Los ojos de él brillaron.
―¿Terri te contó de mí tanto como me contó de ti?
Jackie echó a reír. El FBI no sabía sobre criminales ni la mitad de lo que Terri le había contado sobre Edward Browne por teléfono, y había puesto especial énfasis en el interés que Edward mostraba por Jackie. "Creo que está enamorado de ti desde hace mucho tiempo ―había dicho Terri―. Sabe mucho de ti y me hizo miles de preguntas." y Jackie había comentado:
Sin ninguna duda me hiciste quedar como una santa.
Por lo tanto, ahora Jackie se preguntaba qué le habría dicho Terri a ese hombre.
―Sí, ella no podía dejar de hablar de ti. Lo único que no me contó es si tienes o no un tatuaje.
Una vez más, Edward pareció sorprenderse.
―No, ninguno ―repuso con toda seriedad―. Ah, ya entiendo. Te refieres a que estuve en la Armada.
Jackie no se refería a nada en especial; sólo trataba de hacer un poco más liviana la situación, pero no lo había logrado. La aparición de las ensaladas la salvó de otras explicaciones.
―Creo que podemos dejar de lado la charla sobre nuestra vida anterior ―dijo él―. Claro, contigo es más fácil porque eres una figura de renombre mundial.
Jackie odiaba que la gente hablara de esa manera. Eso la ponía en el lugar de alguien carente de las mismas necesidades de otros seres humanos: amor, compañía, calidez.
Durante un momento, Edward jugueteó con su ensalada mientras Jackie lo miraba. No lo conocía, por supuesto, y había aceptado su invitación en medio de un ataque de resentimiento, pero, mientras lo observaba, pensaba que ése era el tipo de hombre con quien debería casarse. Llenaba todos los requisitos: edad, antecedentes, educación. Era un hombre al que podía presentar al mundo y todos dirían: "¡Qué magnífico es tu marido!".
―¿Extrañas a tu esposo tanto como yo a mi esposa ? ―preguntó él en voz tan baja que Jackie casi no lo oyó.
Era una pregunta que le salía del corazón, de modo que Jackie contestó desde el mismo lugar.
―Sí ―dijo, y luego esperó a que Edward volviera a hablar .
Había un aire de tristeza en él, un aire romántico, pensó, y se dio cuenta de por qué Terri y las otras mujeres trataban con tanto empeño de hacerlo casar.
―¿Sabes qué extraño más? ―Ella negó con la cabeza, y él continuó. ―Extraño tener a alguien que me conozca. Mi esposa y yo estuvimos casados durante mucho tiempo; ella podía mirarme y decir: "Te duele la cabeza, ¿verdad?".Todos los años, para Navidad, nuestros hijos ya crecidos me regalaban chinelas y corbatas, pero mi esposa me daba pequeños barcos encerrados en botellas o figuras talladas de barcos porque sólo ella estaba enterada de mi sueño de navegar alrededor del mundo cuando me retire. Me compraba toda la ropa de acuerdo con mis gustos exactos, cocinaba sólo lo que me gustaba. Nos llevó muchos años llegar a ese nivel tan satisfactorio, y ahora es lo que más extraño.
Jackie permaneció en silencio un instante mientras pensaba en Charley y en cuántas cosas había llegado también a saber de ella, buenas y malas.
―Cuando mi esposo quería que hiciera algo que yo no deseaba, sabía cómo inducirme a hacerlo.
Edward le sonrió.
―Cora siempre gastaba demasiado. No en ella, sino en mí y en los chicos. A veces me enfurecía, pero ella sabía cómo calmarme.
Mientras se llevaban los platos de las ensaladas, Jackie supo que estaban hablando de la soledad, de la gran soledad experimentada al perder a una persona que había estado muy cerca de uno. Hablaban de las cosas que extrañaban. Como los apelativos cariñosos con que la llamaba Charley. El día que la conoció la había llamado su ángel y eso le había gustado mucho, pero después de una semana dejó de hacerlo. Un año después, ella le preguntó por qué. Charley sonrió antes de responder: "Porque tú, mi querida, no eres un ángel. Eres un pequeño demonio".
Jackie temía sentirse atraída por William debido a su profunda soledad. ¿Acaso un cuerpo cálido no era mejor que ningún cuerpo? Ella y William no estaban hechos el uno para el otro, ¿verdad? Él actuaba con una resolución que resultaba excesiva para ella, ¿verdad? Había demasiadas diferencias entre los dos, ¿verdad?
―¿Qué piensas hacer en el futuro? ―preguntó Edward.
―Voy a agrandar mi servicio de carga y transporte con William Montgomery como socio.
―¿William Montgomery? ¿Te refieres al pequeño Billy? ―dijo él con una risita―. Aunque supongo que ya no es tan pequeño, claro. ¿ Cuántos años tiene?
―Veintiocho ―respondió ella, apretando la copa de vino.
―Esos chicos crecen muy rápido, ¿no es cierto? ¿No te asombra ver a un chico en triciclo y al día siguiente saber que está por casarse? ―Le sonrió con calidez mientras el camarero servía el primer plato. ―Por supuesto, también tenemos nuestro propio espejo. Un día somos adolescentes sonrientes y al siguiente somos adultos maduros.
Jackie trató de compartir su sonrisa. ¿Era un shock muy grande para cualquier mujer oír por primera vez que se refieren a ella como una "adulta madura"? Jackie suponía que a los treinta años uno es un adulto maduro, pero la expresión todavía le parecía más apropiada para sus padres que para ella misma.
―No tuviste hijos, ¿verdad?
―No ―respondió Jackie. El tono de la pregunta sugería que sus posibilidades se habían acabado.
Edward bajó la vista hacia su plato y ella notó que tenía algo importante que decir.
―La mujer que se case conmigo tendrá hijos.
―¿Sí? ―dijo Jackie como para alentarlo a seguir hablando.
―Sí. ―Sonrió con ternura; resultaba obvio le había gustado el entusiasmo de Jackie. Su esposa solía entristecerse ante cualquier mujer que no tenía hijos. Decía que una mujer sin hijos estaba "incompleta". ―Tengo un hijo y una hija en Denver, y me siento orgulloso porque tengo dos nietos, un varón de seis meses y una niña de dos años. Hermosos, inteligentes, talentosos...
Se interrumpió y se echó a reír.
―En pocos minutos te estaré mostrando sus fotografías.
―Cuando Jackie abría la boca para pedírselas, él hizo un gesto con la mano. ―No, por supuesto. Quiero saber cosas de ti.
Dices que estas por agrandar tu empresa. Creo que es muy sabio de tu parte asociarte con un joven como Billy. Tiene el respaldo del dinero de los Montgomery y, por su juventud, puede volar en tu lugar.
Jackie lo miró.
―William no es buen piloto.
―Ah, qué lástima, pero sin duda podrás contratar a otros. ¿Acaso él no tiene primos que vuelan? Creo recordar a algunos de ellos zumbando por ahí.
―Prefiero zumbar por ahí en persona ―replicó ella con la cabeza baja.
Edward supo enseguida que la había ofendido.
―Por su puesto, perdóname. No quise decir nada. Todavía te quedan muchos años de vuelo. Es sólo que el retiro está muy cerca de mí y pienso que también lo está para los demás.
Se estaba disculpando demasiado; resultaba obvio que se retractaba sólo para hacerla sentir mejor. Se produjo un silencio incómodo durante el cual Jackie mantuvo la cabeza baja y se limitó a mover el pescado de un lado a otro del plato. Había pedido pescado para poder cortarlo con el tenedor; no le habría gustado pedirle a un hombre que le cortara la carne. Sólo William... ¡Basta!, se ordenó.
Edward no entendía muy bien por qué estaba ofendida.
Cuando su esposa llegó a los cuarenta ―una edad a la cual Jackie se acercaba con rapidez―, lloró durante dos días. Había dicho que era el fin de la juventud y que no deseaba llegar a la edad madura. Tal vez ése fuera el problema de Jackie. Se estaba negando a admitir que ya no era una muchacha. Los diarios ya no publicarían historias acerca de que era la persona más joven en hacer esto y lo otro. Tal vez la vista le fallara, o los reflejos.
Tal vez veía que los demás pilotos triunfaban mientras que su propio cuerpo envejecía, yeso la ponía furiosa. Muchas personas se enfurecían al principio cuando empezaban a envejecer. Tal vez, pensó, le preocupaba no saber si todavía resultaba atractiva a los hombres.
―Me gustan las mujeres maduras ―dijo―. Saben más sobre la vida. ―Sus ojos brillaron. ―No esperan tanto de un hombre.
Deseaba hablar un poco en broma, pero Jackie no lo entendió así.
―¿Quieres decir que una mujer mayor sabe que debe tomar lo que pueda de un marido, que ya no puede esperar que un joven estupendo la haga entusiasmar?
Eso no era en absoluto lo que él quería decir, pero no contestó. Parecía que algo la preocupaba, y no la conocía lo suficiente como para deducir qué era. Decidió que lo mejor era cambiar de tema.
―Algún día voy a dar la vuelta al mundo en barco ――comentó Edward alegremente, tratando de hablar de otra cosa, de algo más placentero que el envejecimiento.
―¿En serio? ―preguntó Jackie, intentando mostrar algún interés en el diálogo. Sabía que él no había intentado rebajarla al decir que le gustaban las mujeres mayores. Ella era una mujer madura. ¿Entonces por qué las palabras de William ―"Me gustaría casarme contigo y darte todos los hijos que quieras"― resonaban en su cabeza? No había dicho "tantos hijos como te lo permitan los años fértiles que te quedan" . ¿Acaso una mujer madura podía tener una docena de hijos?
―¿Siempre navegaste? ―se obligó a decir.
La pregunta incomodó a Edward; seguramente ella pensaba que él dirigiría el barco. Si se tenía en cuenta su capacidad para pilotear un avión, se entendía que dedujera que los demás eran tan capaces como ella.
―Quise decir que voy a ir en un crucero con otras cientos de personas abordo.
―Ah ―fue todo lo que Jackie logró contestar. Había estado en puertos donde, al llegar un crucero, todos los restaurantes se inundaban de turistas ansiosos por comprar cualquier cosa que pudiera denominarse un recuerdo.
―Ven conmigo, Jackie―dijo Edward, sorprendiéndolos a ambos.
―¿Qué?
―Me ocuparé de todo, pagaré todo. No espero que te cases conmigo. Reservaré camarotes separados y seremos compañeros de viaje, amigos. Veremos el mundo juntos. O tal vez tú veas el mundo de nuevo. ―Se inclinó sobre la mesa y apretó la mano de ella con la suya, grande y cálida. ―Sé que podríamos ser amigos. He leído tanto sobre ti, y me gustaría escucharte contar muchas cosas de esa emocionante vida tuya. Debes de tener cientos de historias.
―Algo así como llevar contigo una radio, ¿eh?
―¿Como?
―Llevarme contigo para contarte historias sería como disponer de una radio propia en cualquier momento. Tú me alimentas y yo actúo. Me das una chuchería y obtienes una historia. Pagas un crucero y alivias el aburrimiento de pasar meses enteros abordo de un barco sin tener nada que hacer .
Al final de semejante discurso, él estaba sentado muy erguido en su silla, con una expresión muy seria. Era una expresión más digna de un hombre de negocios que de la situación supuestamente romántica que compartían.
―Te pido disculpas ―dijo Jackie, y luego respiró profundamente――. Edward Browne, no quise ser ofensiva, pero creo que te has enamorado de la glorificación hecha por Terri de lo poco que yo pueda haber alcanzado en la vida. Soy una mujer, tal como lo fue tu esposa. No soy una institución pública, ni tampoco una narradora particularmente bien dotada. Hasta ahora tuve una vida emocionante y todavía no tengo intenciones de retirarme.
Oh, caramba, qué lío estaba haciendo. Él era una buena persona, tal como lo era Terri. ¿Pero por qué tenía la sensación de que el noventa por ciento del interés de Terri y de Edward por ella se basaba en su fama? ¿Qué otra razón podía haber habido para que ese hombre preguntara por ella? No era, por cierto, la soltera más hermosa del pueblo. ¿Entonces por qué él estaba interesado en ella?
Edward ya había contestado esa pregunta: quería compañía. Tenía cincuenta y cinco años y ya no buscaba un par de piernas largas y una mujer con quien tener hijos. En ese momento de su vida, quería a alguien con quien hablar. No existía mejor candidata que una mujer experta en viajes y poseedora de "cientos de historias".
Después de la explosión de Jackie, no había manera de salvar la velada. Terminaron de comer en medio de un incómodo silencio.
CAPITULO 9
Cuando Jackie volvió, no le sorprendió ver la casa a oscuras, sin señales de William por ninguna parte. ¿Qué pretendía? ¿Que la estuviera esperando?
Sacudió la cabeza, tratando de aclarar las ideas. No había nada entre William y ella, nada de nada, y no lo iba a haber .
Había dicho que la amaba a pesar de sus intentos de disuadirlo. Se estremeció al recordar cómo había hecho volar el avión en forma invertida hasta que él se sintió mal. Aun cuando no pudiera retribuir su amor, no había sido muy cortés de su parte mostrarse tan desagradable en todo.
Al dirigirse a su dormitorio, sintió que cada uno de sus pies pesaba mil kilos. William, William, William, seguía diciendo su mente. Él era lo único en que podía pensar y, sin embargo, le estaba prohibido. Era el fruto prohibido del Jardín del Edén.
Y ya sabemos lo que pasó allí, dijo en voz alta al abrir la puerta.
Tan pronto como encendió la luz, supo que algo andaba mal. Al principio no se dio cuenta de lo que era y por un momento se quedó allí parada, mirando el cuarto. Estaba tal como lo había dejado; no veía nada diferente ni fuera de lugar .
Lo mismo pasaba con la cocina, todo se hallaba tal como lo había dejado.
De repente se dio cuenta de lo que andaba mal: nada era diferente. En poco tiempo se había acostumbrado al orden de William, a la forma en que guardaba las cosas; quizás en el lugar equivocado, pero al menos quedaban fuera de la vista. Esa noche, nada había sido guardado. En las hornallas de la cocina había señales de que William se había preparado la cena, pero los platos sucios seguían en la pileta, ni siquiera puestos en remojo en agua con jabón. Obedeció a un impulso y abrió la heladera; en lugar de la organización que veía habitualmente, encontró un caos. Parecía que un borracho de dos años de edad hubiera estado a la caza de un huevo de Pascua allí adentro.
No sabía por qué el desorden de la heladera iba a deprimirla, pero lo hizo. Tal vez debería haberse sentido mejor ante la evidencia de que William estaba preocupado porque ella había salido con otro hombre, pero de alguna manera eso la hizo sentir peor. "Quizá desesperanzada" quizá fuera una palabra más adecuada.
―Jackie ―dijo en voz alta―, eres tú quien anulas las esperanzas. Acabas de conocer aun hombre perfecto que gustaba de ti, y te deprimes porque tu socio no limpió la cocina.
Desalentada, atravesó la casa oscura en dirección al dormitorio. Sabía que ésa era su oportunidad para terminar con la relación entre ella y William. Por la mañana le diría que había pasado una velada maravillosa con un hombre maravilloso, y que estaba muy interesada en un futuro junto a él. ¿Cuál era la palabra francesa? Insouciance. Sí, contaría su historia de esa noche con ligereza, con despreocupación.
Pero en lugar de encarnar a la dama indiferente, en el momento de entrar en su dormitorio se tiró de bruces en la cama y se echó a llorar, con él único consuelo del cobertor puesto aun lado que prácticamente la abrazaba. ¿ Cómo su vida había podido dar ese giro tan terrible? ¿Por qué pensaba en William todo el tiempo ? Esa noche no había pasado ni un minuto sin preguntarse qué estaría pensando o haciendo.
Había comparado a ese agradable señor Browne con William en todo lo que había hecho y dicho.
Cuando sintió una fuerte mano masculina sobre la cabeza, una mano que sólo podía pertenecer a William, no se sorprendió. ¿Acaso él no es taba siempre allí cuando lo necesitaba ? Si su aeroplano se estrellaba contra una roca, allí estaba él para salvarla. Si se cortaba la mano, él hacía detener la sangre. y antes, si ella y su esposo habían necesitado dinero, William se había enterado y los había ayudado en forma anónima.
―¿Quieres contarme qué es lo que anda mal?
Con la cara hundida en la colcha, ella sacudió la cabeza.
No, no quería contarle, aunque sólo fuese porque no sabía cuál era su verdadero problema.
Fue muy natural que William la tomara en sus brazos.
Estaba apoyado en la cabecera, con sus largas piernas extendidas a través de la cama; la levantó hacia él y le hizo apoyar la cabeza en su pecho.
―Bebe esto ―dijo al acercarle una copa de coñac a los labios y, después de que ella hubo tomado unos cuantos sorbos, puso la copa sobre la mesa de luz―. Ahora cuéntame por qué lloras.
―No puedo contártelo a ti ―gimoteó ella.
―¿Entonces a quién?
Por supuesto, como siempre, tenía razón. No se lo podía contar a Terri porque Terri no debía saber lo de William. William era un secreto. Pero William era su amigo, había sido su amigo desde siempre.
―¿Cómo fue tu... cita? ―preguntó él con cierta cautela.
Con la cabeza apoyada en su corazón, Jackie logró percibir la emoción que lo invadía. Ahora le contaría con lujo de detalles lo de esa noche. Haría que William ―y ella misma― dejara de pensar que podía llegar a haber algo entre ambos.
―Fue perfecta ―dijo―. El fue perfecto.
Las palabras estaban en desacuerdo con el tono de su voz, que proclamaba que "perfecto" significaba "horrible".
―Oh,William ―continuó, abrazándose a él y mojándole la camisa con sus lágrimas―, yo sé lo que debería hacer . Debería casarme con un hombre como Edward Browne. Es perfecto para mí. Tiene la edad adecuada, los antecedentes adecuados. Hasta tiene el tamaño adecuado para mí. Todo es perfecto. Se siente solo; yo me siento sola. Somos una pareja ideal.
William le alcanzó un pañuelo de papel y ella se sonó la nariz con mucho ruido.
―Se portó tan bien, y yo lo traté tan mal... Todo lo que dijo lo interpreté al revés. Me... me llamó "mujer madura".
―Eso demuestra que no te conoce ―comentó William con evidente sarcasmo.
Jackie aspiró por la nariz.
―No sabía nada de mí. Quería que le contara historias sobre mi vida. Me hizo quedar como una mujer exploradora que muestra diapositivas de los nativos. Las lágrimas volvieron afluir . ―Pero estuvo tan, tan agradable. ¿Por qué yo fui tan horrible con él ? ¿ y por qué nunca hago lo que es bueno para mí? ¿Por qué no hago lo que debería hacer?
―¿Por qué no estás enamorada de ese hombre, si es tan perfecto ?
William habló con tono tranquilo, pero ella oyó los latidos apresurados de su corazón, sintió la tensión de su cuerpo al hablar de algo que significaba tanto para él.
―Porque es tan... ¡tan viejo! ―explotó Jackie―. ¡No es divertido! No es como tú. Tú me haces reír. Tú me haces...
Se interrumpió para mirarlo.
―¿Por qué sonríes? ―No pudo dejar de sentirse traicionada por esa sonrisa. ―¿Te estoy abriendo mi corazón y tú te ríes?
―Jackie, mi amor ―dijo él con lentitud, apretándola más contra su pecho―, sólo tú me encuentras divertido. Ninguna otra chica en el mundo me ha acusado de ser divertido. Muchas veces estuve en un grupo dispuesto a hacer algo que yo consideraba estúpido o peligroso y, cuando me negaba, me decían viejo.
―¡Esos chicos! ―exclamó Jackie con desprecio.
Ante eso, él se rió mientras le acariciaba el brazo.
―¿Sabes qué amo en ti, Jackie?
―Nada en mí es digno de ser amado ―replicó ella intensamente―. Soy una idiota...
El ignoró esa afirmación.
―Una, sólo una de las cosas que amo en ti, es que cuando eras una niña eras adulta, y ahora que eres una adulta, te comportas como una niña. Creo que cuando naciste tenías veinticinco años y nunca cambiaste. y probablemente nunca lo hagas.
―¡Yo no tengo veinticinco años! Soy una mujer madura.
―Oh, William, ¿qué voy a hacer? Ese hombre es tan bueno para mi.
― También el bróculi.
―¿Qué?
―El bróculi también es bueno para ti. Una persona debería comer bróculi todos los días. En realidad, una persona debería comer sólo pollo hervido, bróculi y arroz integral. Una persona nunca debería comer chocolate, helado o pochoclo.
―¿De qué estás hablando?
―De Edward Browne. El es brócoli.
―Ah ―dijo Jackie, empezando a entender―. Entonces supongo que te consideras helado de chocolate.
―Más bien de vainilla, diría yo.
A pesar de sí, ella sonrió.
―Tienes una alta opinión de ti mismo, ¿no es cierto? ― Tan rápidamente como había aparecido, su sonrisa se desvaneció. ―William, ¿qué voy a hacer? Tú y yo no podemos... No podemos estar juntos. Lo sabes tan bien como yo. Pero no puedo dejar de pensar en ti. Incluso esta noche, cuando estaba con ese hombre tan agradable, yo... Oh, William, ¿qué voy a hacer?
Sólo el latido de su corazón debajo de su mejilla indicaba que a William lo afectaban sus palabras. En cierta forma, ella le estaba diciendo que lo amaba, ¿verdad?
―Tengo una pregunta para ti ―dijo él―. Si nunca me hubieras conocido de niño, si me hubieras conocido cuando cayó tu avión, si tuviera la misma edad que tú o unos pocos años más, ¿qué sentirías por mí?
Jackie no contestó enseguida, sino que le dio a la pregunta el tiempo que se merecía para pensar una respuesta. Estaba el sentido del humor de William, tan diferente del de los demás. Le encantaban su honestidad y la forma en que podía reírse de sí mismo. Claro que había muchos otros hombres en el mundo con sentido del humor; él no era el único. Pero había demasiados Edward Browne en el mundo, hombres que no se reían.
Había demasiados Edward Browne que se consideraban viejos porque eso era lo que decía su pasaporte.
¿William sería diferente si tuviera treinta y ocho años en lugar de veintiocho? De repente se dio cuenta de que conocía bastante su carácter. Jackie sabía demasiado bien que los maridos mayores consideraban que dos tercios de sus deberes consistían en enseñarles las cosas de la vida a sus esposas más jóvenes. Si William se casaba con una mujer más joven, asumiría su responsabilidad de maestro tan seriamente que se convertiría en un viejo cinco minutos después de decir "Sí, quiero". Resultaba muy extraño, pero sabía que él necesitaba a alguien como ella para mantenerse joven. Necesitaba a alguien que volara en un aeroplano cabeza abajo y además, alguien que le impidiera convertirse en una piedra inamovible.
―¿Jackie? ¿Vas a contestarme? Dime la verdad. ¿Qué pensarías de mí si no supieras nada de mi pasado y si mi partida de nacimiento tuviera una fecha distinta?
―Pensaría que me necesitas ―dijo ella con suavidad―.
Que me necesitas para mantenerte joven.
Jackie todavía estaba hablando ―no sabía de qué― cuando sintió el aliento de William en su pelo. Sucedió como si en un minuto fuesen chicos inocentes consolándose mutuamente y, al siguiente, se diesen cuenta de que eran adultos capaces de sentimientos muy adultos.
De repente, sintió las fuertes manos de él en la espalda y sus labios apretados contra el cuello.
―William ―susurró.
El la acercó más, haciendo que el cuerpo, los senos, se apoyaran en su pecho. Jackie lo sintió gemir cuando la suavidad de ella rozó el acero fuerte de su pecho.
Lentamente, como si fuera lo más importante que hubiera hecho en su vida, William le hundió las manos en el pelo y atrajo sus labios hacia los de él. Ya la había besado antes, pero no como en ese momento. Antes se había controlado, había parecido querer demostrarle algo. Aquellos besos habían tenido un comienzo y un final.
Este beso era ternura. Era todo ternura y gentileza y sensibilidad. Era como si él hubiera querido apretar sus labios contra los de ella durante mucho tiempo y, ahora que se lo permitían, iba a saborearlo hasta lo más hondo. Había algo más en el beso: vulnerabilidad. Le estaba permitiendo ver cuánto significaba ella para él le estaba permitiendo ver su ansia y su deseo, y su amor. Le demostraba de qué modo tan fácil podía herirlo. En ese beso, no se protegía, sino que dejaba al descubierto sus sentimientos más profundos. Confiaba en ella.
Jackie sabía que él nunca se atrevería a tomar lo que no le ofrecieran, de modo que, si ese beso iba a ser más que un beso, le correspondía a ella dar el primer paso. William la respetaba demasiado como para hacer algo que ella pudiera lamentar después.
El beso continuó, luego se hizo más profundo y aumentó el deseo de ambos. Era como si Jackie pudiera percibir el alma de William en ese beso. Cuando se apartó de ella, temblaba debido al esfuerzo tremendo que hacía por controlarse. Deseaba lanzarse sobre ella, arrancarle la ropa y hacerle el amor de una forma salvaje; pero en lugar de eso, se limitaba aun beso largo y dulce.
―William ―susurró.
―¿Sí?
Su voz, normalmente profunda, sonaba ronca por la emoción contenida.
―Yo...
No sabía qué decir. A las mujeres se les inculcaba desde la infancia que el hombre debía ser el agresor. Por supuesto, después de años de matrimonio, una mujer a menudo descubría que, si ella no empezaba las cosas, las cosas no empezaban.
De modo, que ahora quería decirle a William que todo estaba bien, que ella lo deseaba tanto como él a ella. Tal vez eso estuviera mal y se arrepintiera a la mañana siguiente, pero tal vez el mundo se terminara y ese mañana no llegara nunca.
No se valió de palabras para darle permiso, sino del antiguo recurso de abrirse a él, de permitir que su cuerpo le dijera que sí. Se dio vuelta contra él abrió la boca debajo de la suya, apretó las piernas contra él, relajó el cuerpo.
Temió que le preguntara si estaba segura de querer hacer el amor, obligándola una vez más a tomar una decisión, pero William no perdió el tiempo en palabras. En lugar de hablar ,la miró con el par de ojos más deleitados que ella hubiera visto.
Su expresión era la de un niño que probaba su primer helado, algo que estaba dispuesto a saborear hasta el final.
Por supuesto, ella había pensado ―más de lo que le hubiera gustado admitir― en la condición que William había mencionado en un momento de cólera: su virginidad. Más de una vez se había despertado en medio de la noche y se había imaginado en el lugar de una mujer mayor que le enseñaba a un tímido ―aunque deseable y encantador― jovencito lo que debía hacerse en ciertos casos. Se había imaginado como una mundana cortesana francesa que trataba de ser dulce y gentil sin dejar de pensar en las necesidades y en las primeras impresiones del jovencito. Le habría gustado que la primera experiencia sexual de él fuera memorable debido a su absoluta belleza.
Los sueños a solas en la cama no tenían nada que ver con la realidad. y esa realidad consistía en ochenta kilos de masculinidad entusiasta y hambrienta. No hubo timidez. No hubo dudas. La belleza de todo estaba en la exhuberancia, la energía, el deleite total, en la pura alegría y sorpresa de William.
¡Caramba! William era muy capaz de desabrochar botones con rapidez. En un segundo Jackie se encontró desvestida. En un segundo se sintió desfallecer y, al siguiente, sonreía deleitada mientras William comenzaba a tocar y probar su piel.
Las manos de William le recorrían todo el cuerpo al mismo tiempo, buscando, explorando. Su boca seguía a sus manos y, cuando Jackie gimió de placer, él pareció haber encontrado las llaves del paraíso. Con una mano sobre un pecho y la boca sobre el otro, ensayó distintos movimientos con el fin de ver qué resultaba mejor para los dos. Según Jackie, todo era mejor .
―William... ―trató de decir, pero las manos de él estaban sobre ella y aquella adorable boca suya le transmitía tales estremecimientos de placer que casi no lograba pensar .
Calló porque no logró recordar lo que iba a decir. ¿ Cómo hubiera podido recordar algo tan complicado como las palabras, cuando él la tocaba de esa manera ? Las manos le acariciaban los muslos, las palmas fuertes le recorrían las curvas de las piernas. Ahora entendía la fascinación que los hombres sentían por las vírgenes. ¡Pensar que ese hombre nunca le había hecho algo semejante a otra mujer! Eso la convertía en algo más que especial. La hacía sentir única, inigualable, la reina del mundo.
Que este hombre divino nunca hubiera tocado a otra mujer le hacía sentir que era suyo de una manera muy particular. Su cuerpo se convertía en algo blando, dócil, suave, fácil.
―Tu... ―intentó de nuevo.
―¿Mi qué? ―consiguió susurrar él con voz intoxicada por el placer que experimentaba.
Ella le tiró del cuello de la camisa. Estaba totalmente desnuda, deliciosamente desnuda y expuesta ante los ojos y las manos de William, pero él seguía con toda la ropa puesta.
Después de la rapidez de que había hecho gala al desvestirla, no le sorprendió verlo desnudarse en un abrir y cerrar de ojos.
Cielos, sí que era hermoso. Una piel nueva, vello suave y aterciopelado en el pecho, músculos fuertes, resplandecientes de fuerza y juventud. No lo hubiera creído posible, pero la visión de su cuerpo hermoso la hizo sentir todavía más debilita da por el deseo. A vidas, sus manos buscaron todo cuanto de él pudieran tocar; luego retorció el cuerpo hasta lograr apoyar la boca en su hombro desnudo, y sus manos se movieron hacia abajo.
No estaba preparada para ver la dicha, el arrobamiento que expresaron la cara y la voz de William cuando ella tomó entre sus manos sus partes más íntimas. Ninguna otra mujer lo había tocado. Ninguna mujer había puesto manos o labios sobre él. Era suyo y de nadie más.
Cuando William movió su cuerpo grande y pesado sobre ella preparándose para penetrarla, Jackie arqueó las caderas para ir a su encuentro. Nunca había sentido nada tan justo, tan adecuado, como ese unirse del cuerpo de William con el suyo.
La palabra "hogar" resonó en su mente: él había llegado a casa; ella reconocía su casa. Estaban donde debían estar .
Sí, sí ―fue todo lo que pudo decir mientras William comenzaba a moverse encima de ella. La palabra "éxtasis" no llegaba a describir cómo la hizo sentir. No había palabras para describir el júbilo. Experimentó la excitación que siempre acompañaba al sexo, pero con William había algo más. El alcanzaba cierta zona profunda y remota de ella que nunca había sido tocada. Ese acto que ella había vivido antes había sido un acto físico, pero ahora era algo más. Era casi espiritual, porque sentía que se unía a ese hombre de la única y última manera posible. Habían sido amigos, habían intercambiado ideas y secretos, pero este intercambio les había sido negado hasta entonces.
Si Jackie hubiera pensado en ello ―y lo había hecho, por más que le costara aceptarlo―, habría esperado que la primera vez con William fuera de corta duración. Felizmente ―muy felizmente― se equivocaba. Al cabo de algunos minutos comenzó a sentir que se despertaba por dentro.
―William, eres maravillooooso ―dijo con aire soñador, la espalda arqueada y los ojos cerrados. Lo oyó reírse con esa complacida risa de los hombres que están muy orgullosos de sí mismos. Luego, él apretó su pecho transpirado contra el de ella y hundió la cara en su cuello.
Durante la semana siguiente, Jackie vivió en un mundo de ensueño. Toda su experiencia sexual se limitaba a su relación con Charley, de modo que, en cierta forma, era tan nueva como William en el campo del sexo. Cuando conoció a Charley, él ya se había acostado con cuanta mujer había conseguido que le dijera sí, o al menos tal vez. En el momento de conocerla, él sabía lo que quería, cómo quería que se hicieran las cosas.
Había probado cualquier posición, cualquier variación posible. Como toda mujer, Jackie era curiosa y le pidió que le contara sus experiencias anteriores. Se enteró de la chica de Singapur, experta en esto y aquello, y de esa otra chica de Florida que había resultado especialmente buena en otra cosa.
En aquella época, Jackie no había pensado en ello, pero años más tarde supo que se había sentido intimidada. ¿ Cómo podía alguien tan delgada como ella competir con esas mujeres que sabían tanto? Se lo había dicho a Charley y él se había reído, le había contestado que era la mejor de todas y que la prefería para ir a la cama entre todas las mujeres del mundo. Se sintió mejor, pero todavía le quedó una pequeña e irritante preocupación relacionada con esas mujeres que habían sido más... ¿más qué? ¿Más seductoras? ¿Más técnicamente hábiles?
Con William se sentía liberada, liberada de comparaciones, liberada de tener que satisfacer los parámetros de otra persona. ¿ y quién habría pensado que la libertad era el afrodisíaco más efectivo de la tierra?
Además, ¿quién habría pensado que el sólido, confiable y juicioso ciudadano William Montgomery resultaría un demonio en la cama? Desde que conocía a William, había tenido pocas pruebas de su creatividad. Al contrario, él parecía ser el epítome del que siempre seguía las reglas. Incluso de niño, siempre había coloreado sin salirse de las líneas.
Durante una semana no hicieron nada, absolutamente nada. La excusa que se daban ―y que le daban a Pete― era que debían esperar que la mano de Jackie estuviera bien antes de poder volar o trabajar en las máquinas o incluso ocuparse del aspecto financiero de la empresa. La verdad ―una verdad que ni siquiera admitían ante ellos mismos― era que estaban tan interesados el uno en el cuerpo del otro que no podían pensar en otra cosa.
Jackie se decía que no debía comparar a Charley con William, pero no podía evitarlo. Charley era un hombre muy sexual. Parecía estar pensando todo el tiempo en el sexo y le encantaba la insinuación sexual. Todo ―los aeroplanos que se elevaban, las sillas, cualquier cosa―le hacía pensar en el sexo. Pensaba en el sexo, bromeaba sobre el tema, quería discutirlo.
William no podría haber sido más diferente. Al verlo completamente vestido ante la mesa del desayuno, Jackie no lograba creer que fuera el mismo hombre que había estado con ella en la cama una hora antes. Vestido, no había nadie más digno que William. Se lo veía tan frío, tan lejano, tan cerrado, que parecía una mosquita muerta. A pesar de su juventud, William era un hombre viejo, tenía los hábitos ya establecidos de un viejo. Había visto a gente mayor que él pidiéndole consejo, y la primera vez que había tenido un problema difícil de resolver, también ella había decidido recurrir a William. De modo que era fácil suponer que, si se lo hubieran preguntado, o si hubiera pensado en ello, lo cual había hecho, ella habría supuesto. que William sería un poco tímido en la cama. Por cierto, él se había mostrado afectuoso y tierno, pero de todos modos su ardor la había sorprendido.
Para su deleite, había descubierto que, después de quitarse la ropa, William se ponía tan sensual como un chico. Los chicos veían un montón de barro, pensaban que era agradable y frío, y se sacaban la ropa para llenarse de él. No tenían ideas preconcebidas acerca de que a uno no debía gustarle el barro porque no resultaba "agradable" o "civilizado" . Esa inocencia, esa sensualidad, era algo que William llevaba a la cama. No deseaba terminar las cosas para darse vuelta y dormir. No estaba interesado en un clímax y en nada más. A William le gustaba todo el proceso.
Jackie nunca había pensado que estaba sexualmente reprimida. De hecho, cierta vez una mujer le había preguntado qué veía en un hombre tan mayor como Charley, y Jackie se había reído en una forma muy traviesa. Había tenido sus desacuerdos con Charley y sus quejas sobre él, pero nunca había habido problemas sexuales entre ambos.
Al menos eso era lo que creía hasta que se encontró con William. Con razón los hombres querían una virgen; con razón un hombre estaba listo para matar si "su" mujer tocaba a otro hombre: si a las mujeres se les permitiera ir a la cama con montones de hombres, podrían empezar a comparar tal como ella ahora estaba comparando a Charley con William. Si las mujeres comparasen a sus amantes, ¿qué le pasaría al mundo ?
¿Acaso los hombres deberían dejar de decir "Soy el mejor, nena" , y empezar a probar que por lo menos eran buenos?
Si alguna vez hubiera estado en la cama con un hombre como William antes de acostarse con Charley... bueno, no quería pensar en eso.
Después de los primeros días, había dejado de comparar a los dos hombres y se había permitido disfrutar. Nunca podría habérselo explicado a nadie ―claro que no habría tratado de hacerlo―, pero William le hacía sentir que también ella era virgen. Se acariciaban, se miraban y se tocaban como si fueran la primera pareja en descubrir qué bueno era sentir la piel contra la piel.
No hablaban de sexo ni parecían pensar en el sexo. Era algo que se daba, algo espontáneo y jubiloso, algo limpio y alegre y agradable. Parecían estar diciendo: " ¿ Qué sentiría al hacer esto ? ¿ O esto ?" . William permanecía quieto todo el tiempo que ella quería mientras le pasaba las manos por los muslos duros, por el pecho amplio. Y besar a William era como si ellos hubieran inventado esa deliciosa práctica. Charley siempre había pensado que besarse era una pérdida de tiempo. "Me gusta la cosa más seria, nena" , decía. Jackie no sabía que deseaba los besos tanto como un hombre desea el agua en medio del desierto. Ella y William se besaban constantemente. Desnuda, se extendía sobre él y le besaba la cara ―los ojos, la larga nariz― mientras bromeaba porque debía darle dieciséis besos hasta poder pasarle suavemente la lengua por el labio inferior. Le tocaba los dientes con la lengua y luego los alrededores de la boca.
Y después intercambiaban lugares y él la besaba a ella; sus manos le acariciaban los brazos y los hombros mientras sus labios le rastreaban cada rasgo de la cara. Se pasaban horas en la cama, tocando, acariciando, explorando. A veces Jackie pensaba que eran como Adán y Eva: eran las primeras dos personas en sentir semejante placer .
Al hacer el amor, parecía que cada vez era distinta de la otra. En ciertos momentos había tal urgencia que no llegaban a sacarse la ropa. En otros, hacer el amor les llevaba horas.
Demoraran lo que demorasen, siempre los encontraba desprevenidos. En un minuto estaban sentados en el sofá ―William leyendo el diario, Jackie cosiéndole un botón de la camisa― y al siguiente sus ropas colgaban de una lámpara. Después, se miraban sorprendidos, como diciendo: " ¿ Qué fue lo que pasó ?" Hacer el amor, en sí mismo, era estupendo. Libertad, pensó ella. La impetuosidad de la libertad. Sabía que con William no la estaban juzgando o comparando. Sabía que, hiciera lo que hiciere, para él era la forma correcta, la única forma. Fue sorprendente cómo cambió su perspectiva cuando supo que a alguien le gustaba cualquier cosa que hiciera. Después de los primeros días, ella y William adoptaron la actitud de "Probemos esto y veamos qué se siente". Sentir. Era todo para ellos. Manos que tocaban, labios que tocaban, probar diferentes posiciones en el momento del sexo.
Y luego estaba la creatividad de William. Era como si hubiera ahorrado toda su imaginación para ese acontecimiento singular y comunicativo. En la escuela había estudiado las palabras de otras personas y luego las había vuelto a arrojar con toda la inventiva de un loro, pero aquí finalmente había encontrado un lugar donde no debía seguir reglas. En algún momento del tercer día, en que ambos estaban cubiertos de sudor, William dijo: "Jackie, esto me gusta". Habló con tanto sentimiento que ella se echó a reír. " A mí también", había contestado.
La única persona a quien vieron durante esa semana fue al silencioso Pete. Hicieron lo imposible por ocultar la pasión ante sus ojos, pero no lo consiguieron. Jackie recordó un viejo dicho árabe que siempre le había gustado: "Hay tres cosas que no puedes esconder: el embarazo, el amor y un hombre montado en un camello" . Ella y William demostraron que lo segundo era verdad. La mañana siguiente a la primera noche que pasaron juntos, hablaron sobre la conveniencia de ocultar su pasión.
William había estado de acuerdo a pesar de él. "Dado que no querrás casarte conmigo, pienso que deberíamos hacerlo" , dijo. Jackie sólo había dicho que era mejor para la reputación de ambos.
Habían salido confiados en que eran los mejores actores de la tierra y en que nadie se daría cuenta de que algo había cambiado entre los dos. Pudieron engañar a Pete durante aproximadamente once minutos. Estaba limpiando segmentos de un distribuidor con un trapo mojado en querosén y, tratando de actuar como si todo fuera como antes, se pararon uno a cada lado de él para hablar sobre las actividades del día.
William y Jackie no se miraron durante unos minutos. Luego William dijo algo acerca de recoger a unos pasajeros con destino a Denver y, cuando Jackie le contestó, cometió el error de mirarlo a los ojos. Por un instante permanecieron callados, limitándose a mirarse por encima de la cabeza de Pete. Luego Pete levantó la vista y la cara se le puso tan roja como si hubiera irrumpido en el dormitorio de una pareja en luna de miel. En un abrir y cerrar de ojos se fue del hangar, dejando solos a William y Jackie, quienes se quedaron allí parados sin hacer nada, salvo mirarse. Era una mirada tan intensa que casi prendió fuego en el querosén.
Sin intercambiar ni una palabra, sin ni siquiera alzar una ceja en un gesto de entendimiento, se dirigieron a la casa. La puerta casi no se había cerrado y ya sus ropas estaban en el piso y las manos de uno se aferraban al cuerpo del otro. No volvieron a salir hasta dos días después.
El idilio terminó al octavo día, cuando la señora Beasley, la chismosa del pueblo, entró en el dormitorio y vio a Jackie ya William juntos en la cama.
CAPITULO 10
William y Jackie estaban solos en la casa, sentados juntos en el sofá de la sala. O quizá la palabra "juntos" no fuera la correcta porque Jackie se había acomodado en un extremo, tan lejos de William como le era posible. Esa mañana, la fisgona del pueblo, que se vanagloriaba de no saber qué era una puerta cerrada, había entrado en el dormitorio. Sin lugar a dudas, sintió que era su obligación ver exactamente qué estaba pasando en ese pueblo fantasma, de modo que se había puesto su mejor sombrero y había inventado una excusa para pedirle algo prestado a Jackie. Lo cual era absurdo porque la señora Beasley vi vía mucho más cerca de los negocios que Jackie, por no hablar de los otros vecinos.
Y había visto lo que había esperado ver: algo que satisfizo su hambre de chismes. Se había escurrido por la puerta delantera y William no llegó a ponerse los pantalones y detenerla antes de que se fuera a toda velocidad en su pequeño auto. Era una broma del pueblo decir que el mejor corredor del mundo era una de las chicas Beasley con un chisme nuevo.
De modo que en Chandler había pasado lo que Jackie no quería que pasara. Había deseado ser respetable para probarle a la gente del pueblo que ella no era una mujer rápida o fácil, que merecía un lugar en Chandler. Por una vez en su vida, había querido agradar, no ser una extraña. Ahora tendría que ir al pueblo y sentir que la gente desviaba la vista a su paso.
Sabía que andarían repitiendo todas las historias que alguna vez se habían contado de ella.
William no quería hacerlo, pero Jackie le rogó que se fuera a Denver por unos días.
―Necesito enfrentar esto a solas ―dijo, refiriéndose a la gente de Chandler .
―¿Enfrentar qué, Jackie? ¿Qué hay que enfrentar? ¿Crees que somos las primeras personas de este pueblo que se acuestan antes de casarse? A la mitad de los chicos de este pueblo se los llama cortésmente "prematuros" porque nacieron seis meses después de la boda.
No iba a contestarle, porque él sabía tan bien como ella que ambos no eran personas comunes.
Ante su silencio, él abandonó la habitación para reaparecer instantes después con sus valijas. Intentó tomarla en sus brazos, pero ella lo apartó. Con una expresión de dureza, levantó su equipaje.
―Volveré dentro de tres días ―anunció antes de salir de la casa.
Jackie no debió esperar demasiado para que empezaran a pasar cosas. Lo primero fue la llegada de Terri con la cara enojada y el cuerpo rígido mientras se acercaba majestuosamente a la casa, lista para presentar batalla.
―¿Es verdad? ―preguntó en cuanto Jackie abrió la puerta, sin siquiera preocuparse por saludar .
―No tengo idea de qué estás hablando ―dijo Jackie, tratando de mantener la dignidad. ¿Por qué la gente siempre pensaba que debía hablarle "por su propio bien"? ―¿ Quieres te?
―No, no quiero té. Lo que quiero es tratar de infundirte un poco de sentido común. No estarás pensando en casarte con ese... ese chico, ¿ verdad?
Jackie suspiró profundamente.
―William no es un chico. Es un hombre ya crecido.
Para su sorpresa, Terri se derrumbó en el sofá en medio de abundantes lágrimas. Jackie no esperaba eso. Esperaba indignación y cólera de parte de su amiga, pero no lágrimas. Se le acercó y le pasó un brazo por los hombros.
―Habla conmigo ―le dijo.
―No ―contestó Terri―. Tú no quieres hablar conmigo.
¿Acaso sabes lo mucho que significas para mí, Jackie? ¿Tienes idea de lo importante que eres en mi vida?
Desafortunadamente, Jackie sí tenía una idea de lo mucho que significaba para Terri. No podía olvidar a esos horribles hijos suyos y había oído hablar de su esposo, que siempre perdía el empleo. Alguna vez Jackie la había visto en el pueblo sin que Terri notara su presencia; le había visto la expresión de amargura en la cara, una cara distinta de la que le mostraba a ella.
―Sí ―dijo Jackie mientras le alcanzaba varios pañuelos de papel―. Creo que lo sé.
―Eres mi ídolo. Eres el ídolo de muchas mujeres. No eres una persona común, como yo. Eres especial.
Sí, pensó Jackie, y ése era uno de los grandes problemas de su vida. Había deseado pilotear aviones, pero nunca había querido convertirse en una celebridad.
Terri la miraba.
―¿ Vas a casarte con él?
―No... no lo sé.
―Entonces te lo pidió.
Jackie no respondió, lo cual fue toda la respuesta que Terri necesitaba.
― ¿ Lo has pensado bien ?
―Claro que sí. He pensado en todo. Nada de lo que me digas habrá dejado de pasarme por la cabeza mil veces.
―¿Has pensado que siempre parecerás mayor que él? Las mujeres jóvenes tratarán de conquistarlo y, cuando te vean, le dirán: "Tu esposa es vieja". Lo mejor es ser más joven y más hermosa que el hombre.
Era como si Terri estuviera repitiendo como un loro los propios pensamientos de Jackie. Había jugado al abogado del diablo con ella misma miles de veces.
―La compatibilidad de la edad no es una garantía de felicidad ―replicó cansada, pero su tono de aburrimiento no le impidió a Terri continuar, mientras se sonaba la nariz con los pañuelos de papel.
―Todos tus amigos lo tratarán como a un chico, no como a un hombre. Hablarán de cosas que pasaron en tu vida y que él no recordará porque ocurrieron antes de que aprendiera a caminar o Jackie no había querido verse envuelta en eso, pero Terri empezaba a hacerla enojar. ―¿Por qué se tiene en cuenta la edad cuando la mujer es mayor, y no cuando lo es el hombre? ¿Acaso un hombre enamorado de una mujer más joven se preocupa porque hablarán de cosas que pasaron antes de que ella naciera? ¿O se ríe, le da una palmada en el trasero y le dice algo como "Vamos, querida, vuelve a la cocina y déjanos charlar a nosotros, los hombres grandes"? ¿Estás diciendo que eso es bueno? ¿Que hay que alentarlo?
Terri no contestó. Ya debía de haberse formulado esas preguntas desde que se había enterado del hallazgo de la señora Beasley o ―¿Cómo va a hacerse cargo de ti? Eres una mujer grande.
―Si estuviera por casarse con una mujer de veinticuatro años, nadie cuestionaría la capacidad de un hombre de veintiocho para hacerse cargo de ella ―contestó Jackie― Nadie cuestionaría que es un hombre. ¿Por qué se lo reduce a ser un chico sólo debido a que su esposa es mayor que él? ―Empezaba a entusiasmarse con el tema. ―Y ya que hablamos de eso, me gustaría saber qué necesidades tiene una muchacha de veinticuatro años que yo no tenga. ¿Compañía? ¿Un hombre que acepte la responsabilidad de una esposa y quizás hijos? ¿Sexo ? ¿Estar allí cuando yo me vea en un apuro ? ¿ Qué necesita una mujer joven que no necesite yo?
Terri la miró con piedad.
―Es una cuestión de sabiduría. En treinta y ocho años, espero que hayas aprendido más que él. Piensa en lo tonta e inmadura que eras a los veintiocho. Piensa en lo que has aprendido desde entonces.
Jackie levantó las manos en un gesto de exasperación.
―¿Sabes qué aprendí? Aprendí que no quiero pasar el resto de mi vida junto aun hombre que se establece como una especie de semidiós frente a mío Charley no sólo era mi marido; era un dictador . Hacía todas las reglas, lo sabía todo.
―Pero así es como se supone debe ser ―casi gritó Terri, frustrada y asustada. Ella sabía muy bien lo horrible que puede ser el matrimonio y deseaba salvar a su amiga de la desgracia que preveía tan claramente como si tuviera una bola de cristal.
―¿Quién hizo esa regla? ―retrucó Jackie, aunque luego trató de calmarse. Sabía que Terri sólo tenía buenas intenciones. Ella pensaba que Jackie estaba cometiendo una terrible equivocación, y trataba de prevenirla. ―¿Quién dice que el marido debe ser el maestro y el instructor de su esposa? ¿Por qué ambos no pueden ser iguales? William y yo somos iguales.
El sabe de hogar, de familia y de estabilidad. Yo sé de excitación, de impulsividad y de vivir el momento. Si tuviéramos la misma edad o si él fuera como ese hombre perfecto con quien querías casarme, tendría que adaptarme a su modo de obrar o un hombre mayor nunca se inclinaría ante mi modo de obrar Si William se casara con una mujer más joven, la intimidaría para hacerle organizar sus horquillas. Ella lo respetaría como si él tuviera todas las respuestas y el pobre William se sentiría obligado a proveerlas... como las sabe él. Pero yo sé, porque he visto tanto mundo, que no hay una manera correcta o incorrecta de hacer las cosas. No espero que William me diga cómo pensar, cómo vivir, cómo poner mi tocador en ordeno Sólo quiero que él me... me...
―¿Te..? ―preguntó Terri con un rictus en la boca que indicaba su poca predisposición a creer en las palabras de Jackie A Jackie no le importaba librar una batalla destinada a perderse.
―Que me ame. Quiero que sea mi amigo. Que yo le importe tal como soy No quiero cambiarlo y él no quiere cambiarme a mÍ. No pongo sobre sus hombros el peso insoportable de necesitar respuestas para todo. Somos iguales.
―Pero, Jackie ―insistió Terri suavemente, como si estuviera explicándole algo sabido por todo el mundo―, un hombre necesita sentir que es hombre. Tal vez tú y yo seamos conscientes de que no existen cinco hombres en la tierra con la mitad de la sabiduría de las mujeres, pero es importante que un hombre crea saber más que la mujer a quien ama.
Ante eso, Jackie se echó a reír.
― Terri, si piensas que William cree sinceramente que yo sé más que él por el hecho de ser mayor, entonces no sabes nada de los hombres. ¿ Qué edad tenían tus hijos cuando decidieron que sabían del mundo más que tú, sólo porque eras una mujer?
A pesar de presentir el desastre inminente, Terri no pudo dejar de sonreír .
―Nueve años. No, ocho.
―Correcto. Yo soy quien dice que somos iguales, no él.
Somos iguales porque yo no espero de él todas las respuestas.
Cuando me casé con Charley, pensé que, por ser mayor, él sabía todo lo que debía saberse. Fue duro para los dos cuando empecé a ver que él era tan humano como el resto de nosotros.
Ambos queríamos regresar ala época en que yo lo miraba con los ojos llenos de estrellas, convencida de que podía hacerlo todo, pero una vez que la convicción se fue, se fue para siempre. Con William, no espero que él lo sepa todo. Espero solamente lo que él tiene de bueno: firmeza, una presencia tranquila en la tormenta de mi vida. No lo considero un dios; lo veo tal como es, y me gusta lo que veo.
Jackie sonrió.
―¿Sabes? Para él debe de ser un alivio que gusten de él tal como es, en lugar de tratar de ser lo que una chica romántica cree que es.
Jackie empezaba a sentirse mejor. A medida que hablaba, se convencía cada vez más de la verdad de sus palabras. ―¿Por qué un hombre puede ser un chico a los cincuenta y no un adulto a los veintiocho? Las mujeres se quejan de que sus maridos requieran más cuidados que un par de chicos de dos años; entonces, ¿por qué es tan inconcebible que un hombre pueda ser un adulto a los veintiocho? William dice...
Terri veía que estaba perdiendo a Jackie, que una vez más, Jackie hacía exactamente su voluntad sin importarle un comino el resto del mundo.
― Y todos sabemos cuánto sentido común teníamos nosotras a los veintiocho. ―Su voz estaba cargada de ironía. ―A los veintiocho, yo tenía la carga de tres hijos y un marido que no podía conservar el empleo, pero sí el vicio del alcohol. Ya los veintiocho, tú piloteabas aeroplanos a través de galpones en llamas.
―Me niego a reducir a un hombre a la sola característica de su edad ―dijo Jackie, enojada―. Pregúntame sobre su confiabilidad, su capacidad para pensar en una emergencia, su bondad, su sentido del honor, su honestidad, su sentido del humor, su forma de ocuparse de los demás. ¿Por qué esas cosas no valen nada y su edad lo es todo?
Terri abrió la boca para decir algo más, pero la volvió a cerrar. Veía que no tenía sentido hablarle a Jackie: ya había tomado una decisión. Terri se puso de pie.
―Obviamente, estoy malgastando mis energías. Cuando ese chico te rompa el corazón, Jackie, te ayudaré a salir del pozo.
Esa afirmación enojó a Jackie.
―¿Es una garantía de que, por ser mayor en años y no en espíritu, estoy destinada a fracasar con William?
Terri comenzó a caminar hacia la puerta con la intención de no agregar nada, pero se dio vuelta.
― Tienes todas las respuestas, ¿ verdad, Jackie? Has estado en todas partes, has hecho de todo, de modo que, claro, lo sabes todo. ¿Como puedo yo saber algo? Siempre viví en el mismo sitio, mi esposo se está entrenando para ser el borracho del pueblo, y mis hijos, sin lugar a dudas, pasarán su vida adulta en la cárcel. Entonces, ¿cómo puede saber algo una persona como yo ?
―Terri... ―empezó a decir Jackie con la mano extendida para tocarla, pero Terri se apartó.
―Jackie, estaré allí si me necesitas ―afirmó Terri antes de salir de la casa.
Jackie se apoyó en la puerta y se echó a llorar.
―¿Por qué la vida no puede ser simple? ―susurró mientras las lágrimas le corrían por las mejillas―. ¿Por qué yo no puedo ser como los demás?
No hubo respuesta.
CAPITULO 11
¡Sorpresa!
Jackie miró con la boca abierta de asombro a las personas paradas en la puerta de su casa, cinco hombres y dos mujeres con las caras encendidas y alegres. Sus expresiones no concordaban con lo que ella sentía en su interior .
―No nos esperabas, ¿eh, Jackie?
―No ―dijo tan cortésmente como pudo, con el ánimo por el piso. El día anterior había tenido que habérselas con Terri y, desde ese momento, no había salido de su casa, aterrada por lo que la gente de Chandler pudiera estar diciendo sobre ella y William.
Ahora había siete personas frente a su puerta, viejos amigos de Charley, antiguos compañeros de tragos. Hombres y mujeres que alguna vez habían formado parte de su vida, pero que ya no estaban allí.
Al verlos reír levantar en alto las botellas de vino y anunciar que deseaban festejar durante toda la noche, Jackie se dio cuenta de cuánto había cambiado durante su estadía en Chandler. En el pueblo, si alguien veía tu luz encendida a las tres de la madrugada, al día siguiente te llamaba, por lo general a las seis de la mañana, para saber si te pasaba algo malo.
―Entren ―dijo con una sonrisa, abriendo la puerta de par en par. Luego fue a la cocina; sabía que estarían hambrientos y que, más tarde, por lo menos dos de ellos necesitarían dinero en efectivo.
―Jackie, ven acá y cuéntanos qué has hecho en estos dos últimos años. Vimos un hangar lleno de aviones ahí afuera. ¿De dónde salieron?
Al oír esas palabras, Jackie sintió que se le paralizaban las manos mientras preparaba el cuarto sándwich. De modo que por eso estaban en su casa: se habían enterado de la creación de la empresa y querían participar.
De pronto deseó vivamente que William estuviera allí. Él les habría hecho saber, con cortesía y firmeza a la vez, que sólo contrataban a personas confiables, no a veteranos cuyos mejores años ya se habían terminado.
Sacudió la cabeza para aclarar sus ideas. Ella también era una veterana. Ésa era su gente, y de su misma edad.
―Vengan y sírvanse ―dijo mientras llevaba una bandeja de sandwiches y pickles al comedor, donde la mesa ya estaba cubierta por botellas de vino y cerveza. Uno de los hombres estaba entrando unas valijas.
―Espero que no te moleste tener un poco de compañía por unos días, Jackie ―dijo otro de los hombres―. Pensamos que no te importaría, sobre todo con este hotel a tu disposición.
Debes de sentirte muy sola de vez en cuando, y desearás un poco de compañía.
―No,.claro. Por supuesto ―respondió, esforzándose por sonreír. Enseguida se sintió transportada a la época en que vivía con Charley. El era un hombre muy generoso; lo que le pertenecía también era de todos los demás. Se lo consideraba generoso, pero era Jackie quien debía hacer las compras, cocinar y encargarse de lavar la ropa de todos.
De modo que ahora querían empleo y comida y alojamiento gratis. ¿Cómo les diría que se perdieran de vista?
―Hola.
Levantó la vista y allí estaba William, tan fuerte, alto y honesto. La luz del sol detrás de su cabeza lo hacía parecer un ángel salvador. Jackie dejó caer tres botellas vacías y corrió hacia él, quien abrió los brazos para apretarla contra su pecho.
Se dio cuenta vagamente del murmullo que hubo detrás de ellos, pero no le importó lo que pensaran. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que había llegado a depender de William, de su fuerza.
―Eh, Jackie, ¿no vas a presentarnos?
Jackie los presentó uno a uno; había sólo seis, porque el amigo más intimo de Charley había salido un momento. Con mucho entusiasmo, saludaron a William y lo invitaron a unirse al grupo.
Jackie contenía el aliento: esas personas eran las primeras a quienes había presentado a William como "su" hombre, y esperaba una reacción. Según su manera de ver las cosas, no hubo nada anormal en el comportamiento de los amigos de Charley. A los pocos minutos le estaban contando a William varias mentiras sobre sus proezas con los aeroplanos, y William les hablaba de los agradables hoteles que había en el pueblo. Jackie debió esconder una sonrisa. Ahora podía tranquilizarse; William había llegado para cuidarla. No le permitiría a esa gente instalarse en la casa, ni tampoco les daría empleo si no estaban capacitados.
Cinco minutos más tarde, Arnold, el amigo de Charley, regresó a la habitación.
Gladis, en una actitud demasiado amistosa, tomó el brazo de William para apretarlo contra su pecho antes de decir:
―¡Y esta maravillosa cosita joven pertenece a Jackie!
Arnold sonrió y extendió la mano.
―No sabía que Charley y Jackie tuvieran hijos ―dijo.
En la habitación se hizo un silencio instantáneo. Sólo William pareció no sentirse incómodo al estrechar la mano de Arnold.
― Tengo la esperanza de que Jackie se case conmigo ―dijo llanamente, sin alterarse por lo que acababa de oír.
Mientras tanto, Jackie deseó que el piso se abriera para poder hundirse hasta el centro de la tierra y desaparecer. Dio media vuelta y salió de la habitación, ignorando las disculpas de Arnold y las súplicas del grupo para que volviera.
Cuando llegó afuera, no se sorprendió al sentir la mano de William en su brazo. El trataba de detenerla, pero la intención de Jackie era subir a un avión, el único lugar donde se sentía realmente a salvo.
―Jackie ―decía William―, el hombre está medio borracho y, aun sobrio, no creo que vea más allá de sus narices.
―Vio lo que puede ver cualquiera.
William le apoyó las manos en los hombros.
―Jackie, ya acepté todo lo que puedo aceptar de esto. Te amo. Es a ti a quien amo. No me importa tu edad ni tu raza ni si eres gorda o flaca. Amo lo que hay dentro de ti. ―Como ella no respondió, dejó caer las manos. ―La decisión es tuya, claro ―dijo, y el tono de su voz fue de gran frialdad―. Debes decidir .
Ella se apartó y siguió caminando hacia el avión; en pocos minutos estuvo en el aire.
Si William pensaba que Jackie había volado en forma imprudente el día de su paseo con ella, se habría horrorizado al verla ahora. Pasó sobre los árboles, tan cerca que algunas ramas altas arañaron el avión. Voló directamente hacia un cerro, sin saber si se estrellaría o no hasta el momento de elevar la trompa. Cuando el aeroplano, con el motor a toda máquina, estuvo apunto de fallarle, una parte de ella se sintió indiferente.
Voló durante horas, hacia arriba, hacia abajo, en posición invertida, de costado; probó todas las variantes posibles. Cuando se quedó sin combustible, estaba a diez mil pies de altura, sobre la cima de un cerro. Debajo de ella había un prado chato, sin árboles, y dirigió el avión hacia allí sin saber ―ni desear saber― si lograría bajar o si se precipitaría por la ladera hacia el olvido.
Al aterrizar, la trompa del avión quedó colgando en el vacío y las ruedas se clavaron justo en el borde del precipicio.
Cuando el motor dejó de chisporrotear y se detuvo, se quedó sentada donde estaba, con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados detrás de las antiparras. Estaba en la cima de una montaña, sin combustible, y la única manera de salir de allí era bajar y volver a trepar con una lata.
Salió del aeroplano, pero no empezó el descenso. En lugar de eso, se sentó en el borde del risco, contempló la magnífica vista y esperó a que algo de sabiduría acudiera a su encuentro.
La sabiduría no se presentó, pero sí apareció el granizo.
Cuando cayó la noche, se acurrucó dentro de la ropa de cuero que se había puesto rápidamente antes de salir y se adormeció. Todavía no podía pensar. En realidad, esperaba no volver a hacerlo jamás. Deseó volver a la época en que la vida era fácil, cuando ella era más joven y sabía todas las respuestas.
A la mañana siguiente, muy temprano, no se sorprendió al oír el sonido de un avión. Por supuesto, William iba a salir a buscarla. ¿No la rescataba siempre? Siempre estaba allí para salvarla y darle lo que necesitaba, fuera dinero, puntadas o ayuda para enfrentar a intrusos. Cuando el avión estuvo directamente encima de ella, salió de su cabina y le hizo señas al piloto a fin de comunicarle que no estaba herida. En respuesta, él hizo oscilar las alas y ella supo que la había visto. A esa distancia, el piloto parecía ser uno de los amigos de Charley.
Sintiéndose culpable por haber causado tantos problemas, se dio cuenta de que William debía de haberlos obligado a todos a participar en su búsqueda.
Se sentía hambrienta, cansada, y sabía que estaba resultando una molestia para mucha gente preocupada por ella. Sin embargo, tampoco empezó el descenso. y esperaba que nadie viniera a buscarla. En especial, William. En ese momento necesitaba pensar.
Sólo que parecía no poder hacerlo. Había demasiadas voces dentro de su cabeza. Estaba la de William, perentoria, implorante. Estaba la voz de Charley, diciendo: " ¿ Qué importará dentro de cien años?" Estaban la voz de Arnold y la de Terri. ¡Cómo resonaba en su cabeza la voz de Terri!
Pero la que más se notaba era la voz de la propia Jackie.
Querrá una mujer más joven. Se merece algo mejor. Se merece una mujer que le pueda dar una casa llena de hijos. ¡Basta! ―dijo mientras se tapaba los oídos con las manos.
¿Por qué no escuchaba lo que le había dicho a Terri? Qué sabia había sido entonces. Tan, tan sabia. Había dicho todas las cosas correctas. Entonces, ¿por qué no las creía?
Atardecía, y Jackie se sentía mareada debido al hambre.
Sabía que debía bajar, pero se resistía a hacerlo. Todavía no había tomado una decisión.
Cuando oyó el inconfundible sonido de alguien que subía por un antiguo sendero de alces, supo que era William. Con la mandíbula firme, los brazos cruzados sobre el pecho, se preparo para esperarlo. ¿Qué le iba a decir?
Sin poder salir de su asombro, vio, no a William, sino a la apacible y regordeta madre de él, Nellie, que se esforzaba por llegar a la cima con una enorme y pesada canasta de picnic colgada del brazo.
Jackie tardó un momento en recobrarse; por un segundo pensó que estaba sufriendo una alucinación.
Las palabras de Nellie la hicieron reaccionar .
―Creo que me va a dar un ataque al corazón ―dijo con una sonrisa. y se desplomó.
CAPITULO 12
A Nellie no le dio un ataque al corazón. Era sólo que no estaba acostumbrada a trepar una ladera, y el esfuerzo combinado con la altura le hicieron sentir que se moría. Durante un momento la atención de Jackie se desvió de sí misma y se concentró en Nellie; a los pocos minutos se hallaban ambas sentadas a la sombra del ala del avión, comiendo la prodigiosa cantidad de víveres que había subido Nellie.
Pacientemente, Jackie esperó el comienzo del sermón. Sin embargo, Nellie no dijo nada ni sobre William ni sobre su relación con ella. Hizo comentarios acerca del tiempo y de lo cercano al borde del precipicio que había quedado el avión. No mencionó nada importante.
Por fin, Jackie no pudo esperar más a que empezara el sermón.
―Piensa que soy una tonta, ¿ verdad?
Nellie no pareció sorprenderse ante la brusquedad de Jackie.
―No, querida, creo que eres una de las mejores jóvenes que conocí en la vida.
A modo de respuesta, Jackie soltó una risotada.
Nellie no prestó atención a su sarcasmo. y cambió de tema.
―¿Por qué no quieres participar en la Taggie?
Jackie sonrió. Podía negarse a decírselo a William, pero no a la madre.
―No me gusta ser una celebridad, y odio volar con instrumentos como se vuela en estos días. Uno no necesita talento, sino un diploma en matemática. Dentro de pocos años, las personas como William serán mejores pilotos que yo.
Nellie sonrió ante el inocente engreimiento de las palabras de Jackie.
―¿Por qué no quieres casarte con mi hijo?
Bueno, pensó Jackie, aquí venía.
―Por muchas razones. En primer lugar, se merece algo mejor. y luego está mi vanidad. N o me gustan los chismes y las habladurías.
Nellie se echó a reír .
―Claro que has provocado un montón de habladurías. Mi pobre marido no puede ir por la calle sin que alguien le cuente el último chisme acerca de dos personas solteras en una misma cama. Escandalizaste a todo Chandler. Estoy segura de que ustedes deben de ser la primera pareja del pueblo que no espera la señal de partida.
Jackie enrojeció avergonzada y miró hacia abajo.
―¿Sabes lo que dicen ahora? Que tal vez ya había algo entre ustedes cuando eran chicos.
Jackie pestañeó varias veces ante esa noticia.
―¿Qué?
―Sí. La señora Beasley dice que el vínculo entre tú y mi hijo durante todos esos años no era natural.
Jackie abrió la boca para hablar, aunque volvió a cerrarla.
Luego se echó a reír .
―¡Pero si William era un niño! y un pesado. Un pesado absoluto yo hice lo imposible por sacármelo de encima. Si eso no es natural, no sé lo que es.
―¿De veras trataste de sacártelo de encima? Me parece recordar que los dos eran inseparables. Recuerdo que tú siempre le decías a William que te dejara tranquila, pero cuando él se quedaba en casa, tú siempre venías a buscarlo.
―Yo no hacía eso ―replicó Jackie, indignada.
―¿Qué me cuentas de la vez que estaba con gripe? Pasabas todos los días.
―Estaba preocupada por la familia.
―William era el único enfermo.
Jackie recogió una ramita y empezó a dibujar círculos en la tierra.
―Era sólo un niño. Todavía lo es. Siempre lo será.
―Nunca pensaste así. Solías pedirle consejo sobre muchas cosas. Siempre te encantó la aventura, pero antes de hacer algo, le preguntabas a William si pensaba que estaba bien.
―No lo hacía ―dijo Jackie con el tono de una escolar.
Nellie no respondió enseguida.
―¿Sabías que William no habló durante un mes, después de tu partida? No hablaba, casi no comía. Para convencerlo de ir a dormir, yo debía abrazarlo y acunarlo. Temía que perdiera la voluntad de vivir.
―Y yo nunca pensé en él. ―Jackie se pasó la mano por los ojos. ― y ahora lo único que hago es pensar en él. No sé qué hacer. William quiere que nos casemos. Pero entre nosotros hay ... diferencias. La gente...
―¡Maldita gente! ―exclamó Nellie.
Jackie se sorprendió muchísimo. Nellie Montgomery era la persona más tranquila, gentil y dulce del mundo. Nada le hacía perder la calma, ni siquiera doce hijos que se le trepaban encima; ni siquiera tres de ellos sangrando al mismo tiempo.
Nellie era la persona indicada para tener cerca en medio de una calamidad; habría permanecido tranquila incluso frente a una andanada de balas y ahora estaba maldiciendo.
Cuando Jackie la miró, la cara de Nellie no tenía la expresión suave y tierna que ella siempre había visto. En esa cara había furia.
―¡Jackie, crece!
Eso hizo que Jackie se sentara más derecha, con los ojos muy abiertos.
―¿Crees que los demás llevan una vida fácil y que tú eres la única con problemas? Hasta ahora has sido afortunada.
―¿Afortunada? ―murmuró Jackie. ¿Cómo podría haber sido afortunada su vida de lucha y pobreza?
―Ah, sé lo que estás pensando; que soy una Montgomery y en consecuencia no conozco otra cosa que el lujo y la facilidad.
Pero te equivocas. Toda tu vida pudiste hacer lo que quisiste, y cuando lo quisiste. Y en el camino tuviste gente que te quiso.
Ahora que encuentras un pequeño obstáculo, pones los pies en polvorosa. ¿Por qué no dejas de ser tan egoísta y piensas en alguien que no seas tú misma ?
Jackie, todavía en medio de un asombrado silencio ante el estallido insólito de esa mujer, se sorprendió aún más cuando Nellie comenzó a recoger los restos del picnic, dispuesta a partir Jackie quería defenderse ―No lo entiendo. No soy egoísta; estoy pensando en William Esto es tanto para él como para mí.
―¡No, no lo es! ―replicó Nellie con ímpetu. Luego, de repente, se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar Jackie hizo lo único que pudo: la rodeó con los brazos y la estrechó ―Lo siento ―dijo Nellie lloriqueando mientras se apartaba―. Es sólo que puedo ver las cosas con más claridad que tú porque viví los mismos problemas. Hace años, estuve en la . . .misma situación con mi esposo.
―No lo entiendo. Su esposo no es más joven que usted.
Nellie se rió.
―No, querida, Jace no es más joven que yo. Pero la edad, en mi caso y en el tuyo, no significa nada, absolutamente nada. Sabes, a ti te da miedo lo que pueda pensar la gente En la vida aprendí que, si a la gente le das poder sobre ti, lo usa mal.
Puso una mano sobre la de Jackie.
―Un amigo verdadero es quien desea lo mejor para ti, no para él o para ella. ―Nellie tomó las dos manos de Jackie.
―Hace años, Jace quería casarse conmigo, pero yo dije que no podía porque la gente, gente que supuestamente me quería, opinaba que yo no debía casarme con él. Esas personas decían que sólo se preocupaban por mí. Tardé mucho, casi demasiado, en descubrir que sólo pensaban en sí mismos y no en Jace o en mí Los seres humanos pueden ser muy egoístas.
― Yo... no había pensado en eso ―No, tú habías pensado solamente en hacer lo que hacen los demás. La mayoría de las mujeres se casan con un hombre cinco años mayor y viven la vida de acuerdo con lo que se les enseñó. Dime una cosa, Jackie. ¿Amas a William?
―Sí.
Todo su corazón podía oírse en una sola palabra.
―¿Entonces hay algo más?
Jackie se limitó a mirarla, porque no tenía respuesta.
――Mi querida, ¿no entiendes que lo más importante de la vida es el amor? Eso es lo único que hay. El dinero no cuenta. Tampoco cuentan tu edad, quiénes son tus amigos, lo que consigues realizar. Lo único realmente importante es el amor . El amor es lo que hace valiosa nuestra vida en este mundo. ¿ y sabes otra cosa? El amor, el verdadero amor, es algo excepcional. No se encuentra muchas veces. Mucha gente se pasa la vida buscándolo y nunca lo encuentra. Hizo una pausa, pero sus ojos no dejaron de estar cargados de intención.
―Dime, Jackie, si ahora bajaras la vista y vieras un diamante, ¿qué harías?
―Lo recogería ―dijo Jackie.
―¿ Qué pasaría si el diamante fuera perfecto pero tuviera una pequeña falla? Una rajadura en el borde, supongamos.
¿Tirarías el diamante entero por esa falla?
Los ojos de Jackie estaban llenos de lágrimas.
―No, lo guardaría a pesar de la falla.
―Mi hijo es perfecto, pero para ti tiene una falla: lo di a luz diez años después de que tu madre te diera a luz a ti. ¿ Vas a tirar a mi hijo debido a mi error?
Ahora Jackie lloraba sin consuelo.
―No lo sé ―respondió con sinceridad―. No sé que hacer.
Luego de un instante, Nellie se puso de pie y comenzó a caminar, con la intención de dejar a Jackie allí. Sin embargo, se dio vuelta.
―¿ Vas a bajar conmigo?
Jackie le dedicó una sonrisa poco espontánea.
―¿ Cuántas personas de Chandler están esperándome allá abajo?
―Unas pocas ―dijo Nellie, ya su vez le sonrió.
Eso significaba la mitad de Chandler, claro.
―¿Está William?
Nellie se puso seria.
―No, no está. Dijo que tú sabrías dónde encontrarlo.
La respuesta entristeció más a Jackie. Sin duda William la esperaba en algún lugar que ella supuestamente recordaba. No lo había visto en veinte años, pero se suponía que debía recordarlo.
―Bajaré en un momento ―dijo―. Quiero arreglarme la cara. ―"Y darme más tiempo para reflexionar" , pensó.
―Diez minutos ―la urgió Nellie, y ambas sabían que ella todavía no había llegado a una decisión―. No más. La gente está preocupada por ti.
―Sí, por supuesto ―contestó Jackie.
En el preciso instante en que Nellie estuvo fuera del alcance de su vista, Jackie se acercó al avión y buscó la pequeña caja de metal que llevaba allí. Casi siempre disponía de cosméticos, por si se encontraba con la prensa en forma inesperada.
Ahora, a punto de enfrentar a los habitantes de Chandler, le convenía que su cara no mostrara huellas de lágrimas.
Encontró la caja y, mientras revolvía el contenido en busca de un lápiz labial sepultado bajo tres mapas y un compás, vio un gran sobre blanco en el fondo. Por un instante, tanto sus manos como su corazón parecieron quedar sin vida: sabía muy bien lo que estaba viendo.
Con lentitud, tomó el sobre y lo abrió. Adentro estaba la invitación para participar en la Taggie. La había recibido el día del funeral de Charley y le había cambiado la vida. Tres días antes, no se había despertado con los horribles ronquidos de Charley, sino en medio de un silencio poco normal. Charley no se hallaba dormido junto a ella: estaba muerto. Había sufrido un ataque cardíaco mientras dormía apaciblemente, con una ligera sonrisa en la cara.
Durante varios días después de su muerte, Jackie no había podido pensar, pero a medida que los conocidos de Charley, gente que lo quería, se reunían para despedirse, todos dedujeron que Jackie continuaría haciendo lo que había hecho siempre.
Dedujeron que seguiría volando más alto, por más tiempo, a más velocidad.
Fue en el día del funeral cuando, al abrir distraída la correspondencia, vio la invitación para la Taggie en su pueblo natal; con ella venía una carta de Jace Montgomery. En ese mismo momento se dio cuenta de que estaba cansada de todo. Cansada de estar siempre en movimiento, de no tener raíces. Cansada de ver su nombre en el diario, de que le sacaran fotos, de que le hicieran las mismas preguntas tontas una y otra vez.
Quería un hogar. Quería lo que tenían otras personas.
Sin pensarlo más, le escribió al señor Montgomery para aceptar su oferta de regresar a Chandler e instalar una empresa de transporte de carga; sin embargo rechazó la participación en la carrera. No le dijo a él ni a nadie que tenía miedo no de perder, sino de ganar.
Ahora, con la sucia y rota invitación en la mano, caminó hasta el borde del risco y se quedó allí mientras miraba la profunda cañada. La vida no consistía sólo en invitaciones, pensó. ¿Acaso todas las personas del mundo no recibían invitaciones? Algunas tenían letras de oro, y otras, de plomo.
Algunas eran pequeñas, y otras, grandes. Algunas eran chillonas, y otras, sutiles. Pero lo que hacía interesante la vida era qué invitaciones aceptaba una persona. La mayoría aceptaba sólo las seguras e ignoraba las que incluían un riesgo.
Sin embargo, a Jackie nunca la había asustado el riesgo.
Como dijo William, ella siempre había hecho exactamente lo que quería. Había aceptado la invitación ofrecida por su madre: podía ser distinta de los demás chicos, podía permanecer lejos de los otros chicos, sacados todos del mismo molde. Había aceptado la invitación de Charley para vivir una vida de aventura y excitación. y en el camino, había aceptado o rechazado invitaciones de acuerdo con sus preferencias. Todo lo había hecho sin dudar, eligiendo instintivamente lo que resultaría correcto para ella y para nadie más.
Ahora William le ofrecía otra invitación, probablemente la más grande de su vida y, sin embargo, ella dudaba. ¿Por qué?
¿Porque William era más joven? ¿O había otra razón?
¿Rechazaba a William porque tenía miedo? ¿Tenía miedo, como había dicho Nellie, de lo que diría la gente? Antes nunca había temido eso. ¿ 0 tenía miedo de amar a alguien tanto como amaba a William? Si lo amaba tanto en ese momento, ¿cómo lo amaría cuando tuviese al hijo de ambos en los brazos? ¿Cómo llegaría a amarlo después de convivir con él durante años, después de llegar a conocerlo tan bien como para que sus pensamientos le fueran tan familiares como su propia respiración? ¿Qué pasaría si llegaba a amarlo tanto y luego él, como Charley, se moría?
Había logrado superar la muerte de Charley porque siempre había conservado su independencia. Lo había amado, pero habían sido dos personas distintas. Con William no se sentía separada. Sentía como si fueran uno solo, como si estuvieran mezclados, semejantes a dos colores de pintura que se combinan. Ella era amarilla, del color del sol, un color excitante;
William era azul, del color de la paz y de la calma. Juntos se mezclaban para dar el verde, el color de la tierra, el color del hogar .
Bajó la vista hacia la invitación arrugada y, luego de un momento, una lenta sonrisa apareció en sus labios. Al levantar los ojos hacia el cielo, sintió el calor del sol en la cara.
―No me importa, ―susurró. Su sonrisa se hizo más grande y su voz, más potente. "No me importa lo que pase en el futuro. Todo lo que quiero es el ahora. Lo amo. Lo amo y eso es lo único que importa. ―No lo que otros piensen. Tampoco importa el futuro. Lo amo. ¿Escuchan eso? ―Su voz se elevó hasta llegar ser un grito: ―¿Escuchas eso, mundo? Lo amo.
Sin dejar de sonreír, empezó a romper la invitación, primero en dos partes, luego en cuatro, una y otra vez hasta que se convirtió en un montón de pedacitos en su puño cerrado.
Luego levantó la mano hacia el sol, la abrió y dejó que el viento se los llevara. Como una ráfaga de pequeñas mariposas blancas, los pedazos se movieron en el aire y volaron en medio de la brisa antes de partir hacia la hondonada.
Cuando ya no pudo ver el último trozo de papel, se dio vuelta y comenzó el descenso.
Abajo esperaban los amigos de Charley, que la buscaban desde el amanecer. También había varios habitantes de Chandler, curiosos, dispuestos a que algo interrumpiera la monotonía de sus vidas. Estaba Arnold, disculpándose por haber metido la pata al hablar de ella y William, explicando que lo que había querido decir era que no sabía que Charley tenía un hijo grande. Esa vez Jackie percibió la verdad en su voz, de modo que le dijo que todo se hallaba en orden. Luego siguió caminando, con la esperanza de encontrar a William entre la gente. Pero él no estaba allí. y le parecía bien que no estuviera.
Era el turno de ella de ir a buscarlo.
Jace Montgomery estaba al pie del cerro, mirándola, escudriñándole la cara, deseando una respuesta. De repente, a Jackie se le ocurrió que la gente del pueblo sabía cuánto se querían ella y William. Tal vez siempre habían sido una pareja ante los ojos de los vecinos.
Al ver su expresión, Jace sonrió y una docena de años parecieron desprenderse de su cara atractiva. No dijo ni una palabra; se limitó a señalar un auto estacionado allí cerca y Jackie se acercó a él. ¿Cuáles habían sido las palabras de William? Que ella caminaba "con largos pasos que devoraban la tierra" .
En pocos segundos estuvo en el auto, lista para partir hacia el pueblo, y no fue sino hasta llegar allí cerca cuando supo de golpe dónde estaba William. La esperaba junto al pequeño lago donde le había enseñado a balancearse con una cuerda, para empujarlo más tarde al agua y decirle: "O nadas o te mueres" .
Estaba allí sentado, esperándola pacientemente. Su roca, pensó, deteniéndose un instante para mirarlo, para ver el sol reflejado en su querida cabeza. No, no su roca, su diamante. Su diamante sin fallas.
―Hola ―dijo al llegar a medio metro de él.
William no levantó la cabeza ni habló, de modo que se le sentó enfrente. Sin embargo, él siguió evitando su mirada.
―Me estuve portando muy mal estos últimos días ――dijo Jackie.
―Así es.
Ella sonrió.
―Podrías decir algo agradable.
―No me siento muy agradable.
― Yo creo que sí ―contestó ella, tratando de poner algo de humor en la situación, pero él no se rió.
Durante unos minutos se quedó sentada en silencio.
―¡Maldición, William! ¿Qué se supone que diga? ¿Que tenías razón y que la equivocada era yo? ¿Es eso lo que quieres oír?
Lentamente, él se volvió hacia ella.
―Eso podría servir para empezar .
Jackie abrió la boca para decirle lo que pensaba de él, pero se echó a reír . Y al minuto siguiente lo abrazó y empezó a besarle la cara y el cuello con gran decisión.
William le levantó la barbilla.
―Quiero más de una disculpa, Jackie. Quiero miles.
―¡Ja! ―exclamó Jackie antes de desabrocharle la camisa y empezar a cruzarle el pecho con sus besos.
William la tomó por los hombros y la alejó de él para mirarla a los ojos.
―No voy a empezar esto a menos que tenga alguna seguridad de que no vas a dejarme de nuevo. No puedo soportar más días como los últimos. Jackie, hablo en serio. 0 eres mía en forma completa, o no lo eres. Nada de medias tintas.
―Te amo ―dijo ella―. Y, si así lo quieres, soy tuya.
―¿Para siempre? ¿Con casamiento y todo?
―Con casamiento y todo.
Siguió manteniéndola algo apartada, mirándola a los ojos como para asegurarse de que le decía la verdad.
―¿Qué te hizo ver las cosas con claridad ? ¿ Qué te hizo ver lo tonta que has sido?
Ella sonrió.
―Hablé con un experto en amor .
―¿Ah, sí? ¿Un sacerdote, un psiquiatra o una bailarina de danzas exóticas?
―Nada de eso. Hablé con alguien que recibió y dio grandes cantidades de amor, y ella me hizo ver que en la vida no cuenta otra cosa. ――Jackie levantó la cabeza. ―William, te amo más que a los aviones.
William pestañeó, luego la tomó entre sus brazos y casi la aplastó contra su cuerpo.
―Ahora sé que hablas en serio.
Jackie se rió y empezó a juguetear con la hebilla del cinturón de él.
―No, no hagas eso ――dijo, mientras se ponía de pie y la hacía incorporar―. Puede haber una de las chicas Beasley escondida entre los arbustos. Ahora mismo vamos a casarnos.
―¿Ahora? Pero, William, necesito darme un baño y...
― Yo te lo daré después.
―¿Ah, sí? ―contestó ella con gran interés en la voz―. ¿ Y qué más obtengo si me caso contigo?
La tomó en sus brazos.
―Una vida entera llena de amor―contestó con suavidad.
Ella le acarició las sienes.
―Eso es todo lo que quiero.
Empezó a besarlo, pero él dio vuelta la cabeza.
―No. No tendrás nada hasta que no me hayas convertido en un hombre honrado. ―La tomó de la mano y comenzó a arrastrarla con tal rapidez hacia la ruta que ella iba tropezando con plantas y piedras. ―¿Sabías que, si te casas con el patrocinador, no debes pagar matrícula para entrar en la Taggie?
―¿Es así?
―De modo que quizá quieras participar en la carrera.
―No ―dijo ella alegremente.
―¿Quieres decirme por qué no?
―William, debo confesarte algo. Me aterroriza la altura. N o la soporto.
El abrió la puerta del auto y la ayudó a subir .
―Jackie, vas a ser mi muerte.
―No, William querido, voy a ser tu vida ―replicó ella con dulzura.
El se inclinó para besarla, pero se echó atrás.
―No. No te besaré hasta que no tengas el Montgomery pegado a tu nombre.
―Como todo el resto del pueblo ―comentó ella reclinándose en el asiento y sonriendo, mientras lo observaba dar la vuelta al auto y sentarse frente al volante. Por un instante cerró los ojos y vio la felicidad que la esperaba en el futuro. Nellie había dicho que sólo el amor era lo que importaba, y tenía razón. Nada en la vida le había dado tanta satisfacción como saber que ese hombre la amaba y que ella lo amaba.
William cerró la puerta, sacó el freno y puso en marcha el auto. No hablaron, pero él tomó su mano para besársela y ese beso lo dijo todo.
Ella había tomado la decisión correcta.
Epilogo
El marido de Terri se escapó con una desnudista ambulante y se llevó con él a su hijo mayor. Edward Browne la consoló por la pérdida y se casaron pocos meses después del divorcio de ella. Edward decidió que el desafío de corregir a los otros hijos de Terri era más interesante que permanecer varios meses abordo de un crucero, de modo que se dedicó a ellos. Los chicos más jóvenes resultaron no ser tan tontos como parecían y, al ser alentados, descubrieron que les gustaba más usar la cabeza que los puños. Ambos se graduaron en la universidad y tuvieron vidas productivas. En cuanto a Edward y Terri, agradecían todos los días al cielo el haberse conocido.
Jackie y William tuvieron dos hijos y vivieron felices para siempre.