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marzo 07, 2011
Por Fernando Larrea M.En la película El Resplandor, un niño conduce su triciclo por los corredores de un hotel donde solo están él, su padre y su madre; al dar una curva, se encuentra con un par de niñas pálidas y que parecen las imágenes simétricas de un espejo, que le piden que vaya a jugar con ellas... para siempre. Un suave escalofrío recorre al público.
En el cuento Silva y acudiré, de M. R. James, un sujeto despierta por la noche y observa, espantado, que en la cama de al lado, que él creía vacía, se encuentra una forma humanoide. La luz de la luna revela que la figura está constituida por pliegues y dobleces antinaturales de las sábanas, que se mueven ciegamente... en busca del protagonista. El lector no puede evitar un estremecimiento.En un momento dado, ese público o ese lector puede preguntarse: ¿por qué ese temor? ¿De dónde viene? ¿Cómo se produce? Y si el miedo es una emoción desagradable, ¿para qué buscarlo? Es más, parece evidente que si la película o el libro no producen suficiente temor, no son considerados "buenos". Miedo y placer, pues, van de la mano. Pero no para todos. Hay quienes no soportan ese tipo de filmes o de literatura. Y hay otros que los adoran. El terror es uno de los más despreciados géneros artísticos, pero también quizás el que más fieles seguidores tiene.Los intentos de respuesta son muchos y de variada índole. H. P. Lovecraft, famoso escritor norteamericano de comienzos de este siglo, que creó toda una escuela de "terror cósmico", sostiene que todo temor es miedo a lo desconocido. Según Stephen King, este tipo de literatura provoca temor porque nos enfrenta con nuestra mortalidad.Rafael Llopis, autor de cuentos y ensayos sobre el terror, sostiene en su conferencia El cuento de terror y el instinto de la muerte que, como propuso Freud hace más de medio siglo, existe en el ser humano un instinto de muerte que busca la destrucción de la vida, ya sea propia o ajena. Llopis insinúa que el miedo a la muerte viene de la represión del instinto de muerte y de sus metas en la psiquis humana. Freud, en su trabajo Lo siniestro, manifiesta que lo que es a tierna edad familiar e íntimo, posteriormente es reprimido; eventualmente, cuando esos estímulos vuelven a surgir en etapas posteriores, son experimentados como algo extraño y siniestro.Probablemente todos estos autores tengan algo de razón. Es evidente que existen fuerzas de autoconservación en el ser humano que le llevan a temer y a defenderse de lo desconoci do, pero también de estímulos ya conocidos que provocan dolor, angustia o vergüenza. Por ello, en muchos casos, estos recuerdos son reprimidos, y su eventual regreso a la conciencia, a través del psicoanálisis, por ejemplo, provoca gran ansiedad. Por otro lado, lo familiar en las primeras etapas de la vida no es fuente de horror por sí mismo, sino porque está inscrito en una lógica distinta que provoca vivencias totalmente diferentes y aterradoras en el adulto.Para ejemplificar, basta leer La barrica de amontillado, de Edgar Alian Poe, o Drácula, la reciente película de Francis Ford Coppola. El cuento de Poe describe, en su momento culminante, cómo una persona es emparedada en un viejo sótano. Lo que para el neonato -y más aún, para el no nacido-podría ser una visión natural del mundo percibido a través de la protección total de la madre o de la vida intrauterina, para el adulto es la representación de ser enterrado vivo.
Drácula, si bien ya no sorprende, mantiene en vilo al espectador no solo por la exquisita dirección del filme, sino por escenas como aquella en la que el Conde demuestra poder convertirse en niebla, ratas, lobos, y también en híbridos monstruosos, como un hombre-lobo y un hombre-vampiro. El infante recién nacido no tiene sentido de la integración de las partes de su cuerpo, y si bien no imagina hombres-lobo u hombres-vampiro, vive de acuerdo a una lógica que permite aceptar la existencia de ese tipo de engendros. La lógica de ese niño podría aceptar que aparezcan de la nada las gemelas de El resplandor, o que, en Silva y acudiré, una entidad sobrenatural se manifieste utilizando sábanas para ello. Es una lógica donde la magia y el animismo y, más aún, la omnipotencia, están presentes. De esa forma, no es un recuerdo particular el que aterroriza, sino la emergencia de una lógica que para el adulto es caótica, incomprensible, amenazante y siniestra.En cuanto al placer de leer aquellas obras (o ver aquellas películas), Lovecraft dice que depende de la curiosidad y la capacidad de maravillarse ante lo nuevo. King sostiene que el placer se produce porque podemos "depositar" en el libro o en la pantalla nuestros miedos cotidianos y, si vamos un poco más lejos, nos brinda la catarsis al permitirnos ensayar, sin riesgos directos, nuestra propia muerte.Llopis asegura que el instinto de muerte no es solo una fuerza negativa, sino que le permite encontrar al Hombre una esencia de paz, perfección, plenitud, como lo atestiguan los relatos de aquellos que estuvieron a punto de morir y regresaron. Según señalan algunos psicólogos, la omnipotencia, la plenitud y la perfección son vivencias de las primeras etapas de la vida extrauterina de los infantes. Es posible que los cuentos o películas de terror insinúen la existencia de ese universo paralelamente al nuestro y que permitan al lector o espectador un escape de un mundo cotidiano limitado y efímero, además de provocar en la mente ecos de un mundo perdido de satisfacción casi absoluta.Pero también es verdad que las páginas del libro o la pantalla son ámbitos apropiados para proyectar y depositar los miedos cotidianos y reales, despojándolos de su identidad. De esa manera la emoción se descarga, pero el contenido lógico del temor no es enfrentado (y, por lo tanto, no constituye un peligro de momento). El miedo al jefe o al profesor, a los impuestos y a los delincuentes es confrontado como el miedo a los fantasmas, a los demonios, a terribles e inhumanos psicópatas.La tensión aumenta hasta que, eventualmente, es descargada; y siempre con una cierta seguridad de que esas entidades se quedarán en las páginas o en la cinta cinematográfica. Si no existe esa seguridad, el lector o el espectador tiende a odiar el cuento o la película, a menos que se identifique con la entidad sobrenatural, cosa que tampoco es inusual.Porque, ¿qué es peor, en el fondo, que el fracaso, la desilusión, el desamor y la inevitable muerte? Los monstruos y los fantasmas tienen la palabra.