ISABEL II, MEDIO SIGLO EN EL TRONO DE INGLATERRA
Publicado en
febrero 26, 2011
CONDENSADO DE THE DAILY TELEFRAPH (7 Y 8 DE MARZO DE 2002). ©2002 POR TELEGRAPH GROUP LTD.Durante 50 años ha sido la monarca de Inglaterra y ha realizado el mismo trabajo con la misma incesante dedicación al deber, a pesar de que los tiempos y las actitudes han cambiado. ¿Cómo ha logrado la Reina llevar a cabo esta extraordinaria proeza, y quién es ella en realidad?
Por Tim HealdUN DIA DE TRABAJO
En la fábrica- James Dyson usa su aspiradora en honor de la ReinaES UNA ESCENA inusitada. Una anciana menuda y muy bien vestida, que lleva un gran bolso de mano y un ramo de flores, mira con atención la flamante aspiradora de marca que le muestra un hombre alto de pelo claro. La aspiradora succiona entonces una capa de cristales de color púrpura que están sobre el pavimento. El grupo de personas que están allí congregadas comienzan a reír en señal de aprobación. Entre ellas hay varias mujeres que llevan sombrero, y un hombre uniformado que ostenta una espada y espuelas de plata.
El hombre de la aspiradora es su inventor, James Dyson. La pequeña dama del bolso es Su Majestad la Reina Isabel II. El hombre de atuendo militar es el teniente general sir Maurice Johnston, lord teniente de Wiltshire y representante de la Reina en este condado. Por su parte, el duque de Edimburgo, vestido con un traje oscuro convencional, es mucho menos llamativo.La aspiradora absorbe el último cristal y queda completamente al descubierto una placa de granito. Grabada sobre ésta, una inscripción indica que el 7 de diciembre de 2001 la Reina visitó la fábrica Dyson en Malmesbury, Wiltshire.Menos de dos meses después, Dyson anuncia sus planes de trasladar la planta de manufactura de su empresa al Lejano Oriente, donde la mano de obra es mucho más barata. Esto implica la pérdida de 800 empleos.Aunque parecería una afrenta hacia la monarquía, Dyson aclara que cuando Su Majestad la Reina visitó la planta, ya estaba enterada de los problemas por los que atravesaba su compañía."Estaba muy preocupada por saber cómo nos había afectado la fortaleza de la libra esterlina", señala Dyson, "y le interesaban nuestros problemas con las patentes. La gente copia constantemente nuestras ideas. Ella estaba muy bien informada".La Reina y el duque están al tanto de las presiones de la competencia en el despiadado mundo de los negocios de hoy. Su visita a la fábrica Dyson no es solamente para develar una placa, sino para apoyar a Inglaterra.Pero a la mañana siguiente a la visita a Wiltshire, los periódicos se concentran en el viaje en tren de la Reina, de Londres a Chippenham. En esta ocasión no usó su propio tren; tomó uno programado del First Great Western Service, acompañada por sus súbditos, quienes pagaron boleto. Si bien viajó en un vagón de primera clase exclusivo para ella, sus empleados y comitiva, esto constituyó un gesto más del programa de austeridad de la realeza que también ha considerado la venta del yate Britannia, la apertura al público del Palacio de Buckingham e incluso el pago de impuestos por parte de la Reina.Sin embargo, la prensa sensacionalista está indignada. Sofía, condesa de Wessex y nuera de la Reina, está embarazada y la han llevado de emergencia al hospital. Es necesario someterla a una prolongada operación y pierde a su bebé. ¿Cómo se atreve Su Majestad a visitar una fábrica de aspiradoras —preguntan los enardecidos—, cuando debe estar al lado de su nuera? ¿Dónde ha quedado su compasión?Los diarios no mencionan las conversaciones del duque de Edimburgo con niños, maestros, cocineros, empleados de limpieza, investigadores, pastores y todas las demás personas que la pareja real ha conocido en su viaje de un día. En vez de eso, un reportero se las ingenia para dar con un hombre que aparentemente ha sido víctima de mofa por ser de Gales. Y declara que ésta es una más de las conocidas "pifias" del duque.Ya es costumbre que el duque se siente todas las mañanas a desayunar y a leer los periódicos, no sin antes exclamar con pesar: "¡Veamos qué hice mal ayer!".UN DIA más en la vida laboral de la Reina Isabel II. Su Majestad realiza exactamente el mismo trabajo, y prácticamente de la misma manera, que cuando ascendió al trono hace medio siglo: develar placas, botar buques, plantar árboles, reunirse con sus súbditos.Pero también encabeza una monarquía que ha cambiado mucho, apoyando a las empresas británicas y recortando sus propios gastos. En parte, ello obedece a la presión de la prensa, que es más inquisitiva, más crítica y menos reverente que cuando Su Majestad comenzó a reinar en 1952. Independientemente de que los medios influyan en la opinión pública o se limiten a reflejarla, en la actualidad hay mucho menos lugar para los privilegios heredados: hasta la Cámara de los Lores ha perdido a la mayoría de sus pares hereditarios.Hay algo sutilmente peculiar en la yuxtaposición de tradición y protocolo con el mundo moderno y desenfadado del siglo XXI. Pero funciona. Si se trata de buscar a una celebridad que inaugure algo en el Reino Unido, sin duda la Reina encabeza la lista de candidatos.JUBILEO DE ORO
ESTE AÑO la Reina celebró su jubileo de oro con un viaje de tres meses alrededor de la Gran Bretaña. Programó una gran cantidad de visitas similares a la de Wiltshire. Y aunque cada uno de los actos parezca sencillo y relajado, lo cierto es que uno a uno los minutos de cada día fueron producto de una exhaustiva planeación.
Los lores tenientes de Su Majestad desempeñan un papel relevante para el éxito de estas visitas. Como lord teniente del condado de Dyfed, sir David Mansel Lewis es el responsable del servicio de la Reina en una región del suroeste de Gales. Él recuerda bien cuando, recién llegado al cargo, organizó una visita real para el jubileo de plata. Unión y cooperación- El duque de Edimburgo es el súbdito más leal de Su Majestad.Una vez que encontró la sede ideal, el Park Howard en Llanelli, invitó a un grupo de cortesanos del Palacio de Buckingham a que dieran su visto bueno. Encabezados por sir William Heseltine, entonces asistente y secretario particular de la Reina, quedaron satisfechos. Las habitaciones eran agradables, acogedoras, al igual que los jardines; el área de estacionamiento se hallaba en excelentes condiciones; no había ningún problema con la seguridad. ¡Muy bien, lord teniente!—Pero —preguntó de pronto sir David, muy alarmado—, ¿qué voy a hacer con ellos cuando lleguen?—Ya se le ocurrirá algo —respondió Heseltine.Entonces se dio cuenta que tendría que organizar él solo la visita.Hoy, 25 años después, cada uno de los lugares que un lord teniente propuso para una visita en el jubileo de oro fue inspeccionado minuciosamente por sir Robin Janvrin o algún otro secretario particular de la Reina, y por Colette Saunders, oficial de prensa de palacio, quien organizó la publicidad en el sitio.En todo el reino, comités y consejos, cuerpos policiacos y unidades militares se encargaron de organizar hasta el último detalle de la celebración bajo la guía del Comité para el Jubileo —dirigido por el empresario lord Sterling— y de la Oficina del Jubileo de Oro —dirigida por Helen Bayne—.La pareja real provoca distintas impresiones durante estas visitas. El duque es parlanchín, curioso y obstinado. Mira por encima de su nariz ganchuda como una vieja águila calva lista para abalanzarse sobre un desprevenido roedor. La Reina habla mucho menos e inclina constantemente la cabeza. En su rostro muy maquillado, sus ojos destacan como relucientes castañas. Posee una amplia sonrisa, aunque a veces se muestra un poco seria.Uno de sus lores tenientes recuerda que en una ocasión la llevó a una fábrica de tecnología avanzada. Le había advertido al director que la Reina estaba deseosa de conocer a los trabajadores y de conversar con ellos sobre sus vidas, pero en realidad no le gustaban las explicaciones técnicas sobre la maquinaria."Ibamos a la mitad de la fila que se había formado para recibirnos", relata, "cuando le presentaron a un experto que insistió en conducirla hasta donde había un artefacto para explicarle su funcionamiento. Durante unos momentos estuvieron inclinados sobre la máquina mientras él le daba una cátedra. De pronto, la Reina se incorporó, se volvió hacia mí y ¡me guiñó el ojo!"James Dyson hace hincapié en que la Reina es "muy lista para cuestiones técnicas", a pesar de que, cuando estaba mostrándoles su nueva y revolucionaria lavadora, ella sonreía y asentía sin decir una palabra. En el momento en que un par de calcetines y otras prendas comenzaron a dar vueltas, el duque no se resistió a preguntar:—¿Por qué no tiene agua?Dyson se sonrojó.—Se trata únicamente de un modelo de demostración —explicó—. No está conectada a la toma de agua. —¡Ah!Al parecer, al príncipe Felipe no lo impresionó.Y la Reina siguió sonriendo.GLORIA Y CORONACION
BETTY KENWARD, quien durante casi medio siglo escribió "El Diario de Jennifer", columna de sociales primero de la revista Tatler y más tarde de Queen, sostiene: "Cuando me preguntan cuál ha sido el acontecimiento más importante en mis 45 años de escribir 'El Diario de Jennifer', no me cabe la menor duda al responder que es la coronación de la Reina". Su reseña publicada en Tatler comenzaba: "Mil años de historia trenzados en un tapiz deslumbrante y gigantesco, a veces animado, a veces quieto; de pronto envuelto en una música espléndida, de pronto sosegado, ahora silencioso, y en su centro la serena, hermosa y joven Reina Isabel II".
Para la Reina, la coronación también ha sido el acontecimiento más importante de su reinado. Las celebraciones del jubileo de este año son tanto una conmemoración de aquella ocasión 49 años atrás como de su verdadero ascenso al trono hace medio siglo, en febrero de 1952.Si bien los arreglos para la coronación comenzaron con más de un año de anticipación, la Reina se había preparado para ese momento prácticamente toda su vida. En su primer mensaje de Navidad transmitido por radio, seis meses antes de ser coronada, puso de manifiesto cuál era su compromiso. Empezó rindiendo homenaje a su padre y recordando que él acostumbraba dirigirse cada año a "su pueblo en todo el mundo". Y agregó: "Hoy yo lo hago ante ustedes, que son ahora mi pueblo".¿A quiénes se refería como "mi pueblo"? La respuesta llegó posteriormente, cuando dijo: "Pertenecemos, todos nosotros, a la Comunidad e Imperio británicos, esa gran unión de naciones cuyos hogares se encuentran en los cuatro rincones de la Tierra".POCOS DIAS ANTES había ofrecido la primera cena formal de su reinado en el Palacio de Buckingham. A su lado, de corbata blanca y frac, se encuentran los Cuatro Grandes del Imperio: el señor Holland, de Nueva Zelanda; sir Winston Churchill, del Reino Unido; el señor Menzies, de Australia, y el señor St. Laurent, de Canadá. Todos se veían canos y viejos, y ella, en cambio, ostentaba una juventud casi insólita.Al mirarlos atrás en el tiempo, parecen irremediablemente vestigios del reino anterior, guardianes de un mundo poco menos que extinto. Robert Menzies llegó a anunciar ante el mundo que se consideraba británico. ¿Cuántos australianos se imaginan diciendo algo semejante a principios del siglo XXI?En aquella primera transmisión rediofónica de Navidad, la Reina exhortó a sus súbditos a rezar por ella el día en que la coronaran: "Rezar para que Dios me dé sabiduría y fortaleza a fin de cumplir con las solemnes promesas que estaré haciendo, y a fin de que me permita servirlo con lealtad a Él y a ustedes todos los días de mi vida".Y a las 9 en punto de la noche de la coronación, la Reina Isabel repitió su mensaje espiritual: "En este memorable día me siento elevada y fortalecida al saber que sus pensamientos y oraciones me acompañan. He estado consciente todo este tiempo de que mis pueblos, esparcidos a lo largo y a lo ancho de cada uno de los continentes y océanos del mundo, se han unido para apoyarme en la tarea a la cual he sido consagrada con gran solemnidad".El momento más memorable de la jornada fue cuando el lord gran chambelán y la camarera mayor le quitaron a la Reina la magnífica túnica de ceremonia. Ella ocupó entonces su lugar en el sitial bajo un palio de lienzo de oro; estaba ataviada con un severo vestido de lino blanco plisado. Incluso hoy en día, capturada en una borrosa fotografía en blanco y negro en el album Pitkin de la coronación, la escena resulta sumamente conmovedora. El día de la coronación-La Reina estuvo custodiada por clérigos y caballeros de la Jarretera.La columnista de la revista Tatler hacía notar que la Reina se veía de 16 años. Su juventud resaltaba más por el aspecto avejentado de los cuatro caballeros de la orden de la jarretera que sostenía el palio y los engalanados clérigos que la flanqueaban. Parecía una virgen vestal en el momento del sacrificio.Al hacer el juramento central, que firmó después de besar la Santa Biblia, no sólo prometió gobernar a sus "pueblos... conforme a sus respectivas leyes y costumbres", sino también "conservar en el Reino Unido la religión protestante reformada que establece la ley". En los últimos años, muchos comentaristas, e incluso miembros de su propia familia -en particular, el príncipe Carlos-, se sintieron incómodos con esta identificación entre la monarquía y la iglesia establecida. A ella, en cambio, nunca se le dificultó apregarse al solemne juramento.Otro elemento simbólico importante tenía que ver con su esposo. Poco más de cinco años antes, en la misma iglesia y frente a muchos de los mismos testigos, había prometido amarlo, honrarlo y obedecerlo. No obstante, en la coronación él se arrodilló ante ella y dijo: "Yo, Felipe, duque de Edimburgo, me convierto en su vasallo en cuerpo, alma y devoción terrenal, fe y verdad, le profesaré para vivir y morir contra cualquier género de pueblos".Desde entonces tuvo que equilibrar el papel de esposo con el de súbdito. Esto fue algo que a la mayoría del resto del mundo le costó trabajo comprender y que, pensaron muchos, conduciría a la frustración y al disgusto.Pero no fue una sorpresa para el príncipe Felipe. Siempre supo que algún día su esposa sería la Reina y que, llegado el momento, él tendría que acostumbrarse a estar bajo su sombra delante de los demás, caminar un paso atrás y someterse a ella. Y en la vida pública, invariablemente el duque ha sido un apoyo brillante.EL EPISODIO MAS NEGRO
SI LA CORONACION significó el momento cumbre del reinado de Isabel II, el abismo fue la muerte de la princesa Diana, ocurrida en 1997.
Ello quedó de manifiesto de manera categórica cuando, en la Abadía de Westminster, donde se casó y fue coronada, la Reina y su familia fueron increpadas por el conde Spencer, que hablaba en nombre de su hermana muerta. Para acentuar más los insultos, la multitud reunida a las puertas de la abadía acogió con aplausos sus palabras.Aquél fue un eco distorsionado y terrible de la coronación, ya que la Reina había dicho durante su primer mensaje de Navidad en 1952: "Millones de personas fuera de la Abadía de Westminster escucharán las promesas y las oraciones pronunciadas en su interior".La familia real tuvo la mala fortuna de encontrarse en el Castillo de Balmoral cuando sucedió el accidente de Diana. La "empresa familiar", como Jorge VI la llamó por primera vez, parecía confundida. Más tarde aparecieron publicados artículos que dejaban ver que había malentendidos y falta de comunicación entre el príncipe Carlos y la Reina y sus respectivos subordinados.Esa mañana, la Reina y el príncipe Felipe fueron a rezar los maitines a la pequeña iglesia local de Crathie. La prensa popular los condenó por ello. "Muéstrenos su compasión", fue el titular del Express The Sun preguntaba: "¿Dónde está nuestra Reina?"Asimismo, se armó un gran revuelo a causa de la bandera que ondeaba sobre el Palacio de Buckingham. Cuando la Reina regresó, el estandarte real se hallaba izado a toda asta. La gente lo interpretó como una falta de respeto. Hubo que explicarles que nunca había ondeado a media asta, ni siquiera cuando murió el propio padre de la Reina. La bandera a toda asta era símbolo de la permanencia de la monarquía, de la vida sobre la muerte. (Posteriormente, en medio de la conmoción que suscitó el deceso de la Reina Madre, la bandera tampoco se puso a media asta.)En contraste, quien se identificó de inmediato con el sentir popular fue Tony Blair. Como si la muerte de Diana se hubiera tratado de una pérdida personal, dijo, estrujándose las manos y con lágrimas en los ojos: "Era la princesa del pueblo, y así será recordada".LA REACCION del pueblo no tuvo precedente. Una gran cantidad de ofrendas florales aparecieron no sólo en el exterior del Palacio de Kensington, la residencia de Diana, sino en el país entero. La prensa sensacionalista se colocó a la cabeza de las lamentaciones y la carga de su mensaje fue eco del de Blair. Se decía que Diana era la princesa del pueblo, y se ponía énfasis en que no lo era de la Casa de Windsor. Ella no encarnaba el símbolo de la mojigatería, el privilegio, lo anticuado, las patrañas ni, mucho menos, la familia real. Tragedia- Una mirada a los miles de ramos de flores dedicados a la "princesa del pueblo"; la Reina y Diana en tiempos mejores.En el momento en que el cortejo fúnebre de Diana pasó frente al Palacio de Buckingham, la empresa familiar, incluida la Reina, se acercó a las puertas en un gesto de respeto. En cierta medida funcionó, aunque los críticos afirmaron que era insuficiente y demasiado tardío.El sitio en Internet de la monarquía, www.royal.gov.uk, generalmente recibe 2 millones de visitas por semana, pero en la que siguió a la muerte de Diana se registraron 35 millones de personas. Casi cinco años después, la orden del servicio funerario de Diana permanece allí, al igual que el mensaje de despedida de la Reina, en el que prodiga alabanzas a las virtudes de su nuera.El difunto lord Charteris, muy querido secretario particular de la Reina, solía decir que de lo que más se arrepentía ella en su vida pública era el no haberse dirigido de inmediato al sur de Gales cuando ocurrió el desastre de Aberfan en el que murieron 144 personas, en su mayoría niños, en 1966. En esa ocasión no supo interpretar el sentimiento nacional, y volvió a equivocarse a la muerte de Diana.MONARQUIA A LA MODA
EL PALACIO de Buckingham reconoce cinco mandatos fundamentales de la monarquía actual, aunque es significativo que ninguno sea el de defender la fe.
El primero tiene que ver con el papel constitucional de la Reina de ser jefe de Estado. La importancia de esto se aprecia claramente en la apertura estatal del Parlamento, ocasión en que la Reina viaja en un carruaje tirado por caballos, ataviada con la corona y un traje de noche, si bien apenas es media mañana.Al llegar, pronuncia un discurso en el cual da pormenores del programa elaborado por 'su gobierno'. Todo mundo sabe que el discurso lo escribieron el primer ministro Tony Blair y su director de comunicaciones, Alastair Campbell. Sin embargo, la convención de la "Constitución Británica" —no escrita— es que los planes parezcan provenir de Su Majestad.Semana a semana, "su" primer ministro acude al Palacio de Buckingham a reunirse con la Reina, tal como lo han hecho todos los primeros ministros desde Winston Churchill. Estas reuniones son completamente privadas. Ni siquiera el secretario particular se encuentra presente, y las palabras que intercambian la soberana y el primer ministro jamás se divulgan. Se decía que la relación entre la Reina y Margaret Thatcher era muy fría, mientras que la que hay con Tony Blair se parece a la de una anciana y sabia tía con su precoz sobrino.La segunda tarea de la monarca consiste en expresar el sentimiento nacional. Y, aun cuando la Reina no lo hizo como debía después de la muerte de Diana, ha tenido mucho cuidado de no equivocarse desde entonces. Así lo demostró el sensible manejo del funeral de la Reina Madre, al igual que la respuesta de la Reina ante los ataques terroristas del 11 de septiembre.Su Majestad ordenó personalmente que se tocara el himno nacional de Estados Unidos durante el cambio de guardia del Palacio de Buckingham, como muestra de solidaridad y respeto. Además, envió mensajes especiales al pueblo estadounidense, y ella y el príncipe Felipe asistieron a servicios religiosos conmemorativos en la Catedral de San Pablo y en la Abadía de Westminster.También expresó sus condolencias por la muerte, el año pasado, del ex beatle George Harrison. A pesar de que algunos críticos sostienen que la monarquía no ha cambiado nada en los últimos 50 años, esto jamás habría ocurrido en 1952. Dolor en privado- La Reina mantuvo la compostura durante las exequias de su madre.LA MONARQUIA MODERNA tiene el tercer mandato de transmitir certeza, continuidad y estabilidad. Aunque todo cambie o desaparezca, la monarquía, por lo visto, durará para siempre. La gente sabe que cuando muera la Reina el príncipe de Gales la sucederá en el trono.La edad no afecta a la realeza de la misma manera en que nos afecta a los demás. No existe el retiro. El príncipe Carlos ha pasado de niño a hombre maduro con hijos prácticamente adultos, pero todavía no se ha convertido en director de la empresa familiar."¿La abdicación?", pregunta sir William Heseltine, antiguo secretario particular de la Reina. "Si ella llega a los 95 años y, Dios no lo quiera, en malas condiciones de salud, podría considerarla, pero dicha posibilidad aún trae malos recuerdos a esta familia real".Ha desaparecido la gran mayoría de los personajes importantes de Gran Bretaña y el mundo que existían en la época en que comenzó su reinado, y quienes en la actualidad ocupan sus puestos eran desconocidos en 1952. Hoy en día, a su servicio está un primer ministro que nació un mes antes de su coronación. Su presidente de la Cámara de los Lores nació justo antes de la Batalla de Inglaterra, cuando ella era adolescente. Incluso, el máximo jerarca de su Iglesia establecida es casi diez años más joven.El cuarto mandato de la Reina se concentra en premiar el éxito y el servicio. Ésa es la razón por la cual visitó la fábrica Dyson, y también por la cual planeó una gran cantidad de visitas a diferentes lugares durante la celebración.Por eso fue al oeste de Gales recientemente. Allí, en la Catedral de St. Davids, yacen los restos de su antepasado Edmundo Tudor, padre del rey Enrique VII.La Reina ocupó su lugar en el sitial y escuchó con evidente placer una pieza musical que el organista compuso especialmente para el Día de Santa Cecilia. Luego pidió que le enviaran a Palacio una copia de la partitura.Pero también fue a ese lugar para honrar el esfuerzo de un significativo número de voluntarios de un programa de restauración valuado en varios millones de libras. "Su visita nos alegró enormemente y nos llenó de orgullo", señala el decano, el reverendísimo doctor Wyn Evans.Aquella tarde hubo una fiesta en el Castillo de Pembroke, la cual, no obstante el éxito de la visita a la catedral, fue el "momento culminante" para el lord teniente sir David Mansel Lewis. Había unas 400 personas en representación de la comunidad, y prácticamente todas pudieron conocer a la Reina o al duque."El ambiente que predominó fue muy parecido al de una fiesta familiar, a pesar de que se trataba de una visita real. Esto puso de manifiesto que la realeza atravesaba por un buen momento", relata sir David.El último mandato se refiere a que la Reina y su familia son testimonio vivo de que la caridad juega un papel fundamental y de que, como lo dijo un noble veterano, "dar es correcto".Una de las tradiciones más antiguas del calendario real es brindar cada año ayuda económica en conmemoración del Jueves Santo. En esta ocasión, la Reina entrega bolsas que contienen dinero a ancianos que ya están jubilados. La práctica se remonta al año de 1213, por lo menos, época en que el rey Juan repartía dinero y ropa a los pobres en Rochester.No todas las obras de beneficencia de la familia real son tan antiguas. En 1956, el esposo de la Reina estableció el Premio Duque de Edimburgo, que en la actualidad representa uno de los símbolos altruistas más populares y de mayor impacto en el país, y, por su parte, el príncipe de Gales creó el Fideicomiso del Príncipe.Como otra forma de celebrar el jubileo, la Reina le ha pedido a la gente hacer donaciones a diversas instituciones de beneficencia que ella auspicia. Entre éstas se encuentran Barnardo's (que ayuda a niños y jóvenes vulnerables), Cruse Bereavement Care (que brinda consuelo y guía a quienes han perdido a un ser querido) y la British Commonwealth Ex-Services League (organización de asistencia para ex combatientes de la Comunidad Británica de Naciones). Un dama vestida de rojo-Los niños de St. Davids, Pembrokeshire, le dan la bienvenida a la Reina.SOBREVIVIR A TODO
El camino ha sido escabroso en ocasiones y ha habido más de un annus horribilis (año aciago). Así calificó la Reina al año de 1992, cuando fracasaron los matrimonios de Carlos y Andrés y el fuego destruyó unos apartamentos en su amado Castillo de Windsor.
Fue inevitable que las muertes de su hermana, la princesa Margarita, y de su madre en este año emsombrecieran las celebraciones del jubileo de oro.A lo largo del reinado, las tres mujeres estuvieron en el centro absoluto de la monarquía. Como dijo un conocedor: "La Reina no siempre estará de acuerdo con las otras dos, pero opóngase a una y se habrá opuesto a las tres".La compostura de la Reina durante el funeral de su amada madre contrastó por completo con el semblante de desconsuelo del príncipe de Gales. Esto hizo recordar a la nación que el verdadero carácter de la Reina, después de 50 años en el trono, sigue siendo uno de los secretos mejor guardados de la Gran Bretaña. Por lo visto, así lo quiere la Reina.De hecho, a veces parece que guarda su distancia incluso con sus hijos. Por supuesto, es evidente que entre ellos no existe la misma calidez espontánea que caracterizó la relación de la princesa Margarita con sus ecuánimes hijos.De vez en cuando, la gente trata de descifrar ese carácter oculto y formal. "Algo que la gente debe saber", indica un admirador, "es que la Reina tiene un gran sentido del humor. Recuerdo una ocasión en que atracamos nuestra embarcación en Scrabster, en el norte de Escocia, de donde ella iría a visitar a su madre en el Castillo de Mey. Como de costumbre, los 'observadores de la realeza' estaban presentes, entre ellos un par de mujeres que gritaban '¡Hola, Su Majestad, aquí estamos!'. Esa noche, después de cenar, la Reina se levantó de repente, tomó su bolso y se puso a parodiar de manera magistral a las dos mujeres, imitando su acento, sus gestos y ademanes. ¡Hasta se cambiaba de posición para ocupar el supuesto lugar de cada una! Fue muy gracioso".A algunos esto les parecerá un poco cruel, como si la admirable fortaleza interior y la dedicación de la monarca hubieran alimentado una falta de compasión por quienes, a su juicio, no estaban a su altura.Pero después de 50 años sigue en el trono y aún es admirada. A su alrededor tiene una familia y una corte que han cambiado y han sufrido golpes y depredaciones, pero que sobreviven intactas en lo esencial y están más preparadas que nunca para rechazar ataques.En su caso, sobrevivir ha sido realmente admirable. En ocasiones ha implicado firmeza ante la adversidad, apoyo constante de la familia, los amigos y colaboradores, y sobre todo un deslumbrante sentido espiritual del destino y el deber. Como ha dicho más de un cortesano a través de los años, refiriéndose a la ceremonia de coronación: "No hay que olvidar que ella ha sido ungida".UN ANCIANO VIUDO de Coventry espera a las puertas de la Catedral de St. Davids, el día de la cuarta visita de la Reina a la ciudad más pequeña de la Gran Bretaña. Desde que la Reina subió al trono, él y su esposa visitaron esta región de Gales, pero él nunca ha visto a la monarca. Y aquí está, esperando junto a un grupo de niños estudiantes que portan ramos de flores de otoño.—Ya quiero ver a la Reina —dice este hombre—. De niño vi a la madre de ella. Recuerdo que levanté el brazo para vitorearla, pero cuando intenté aclamarla no pude emitir ningún sonido. Era tan mágica, tan hermosa, que me dejó sin habla. Espero que ver a la Reina sea igual.Y lo es. La anuencia real- Su Majestad acompañada de Nelson Mandela, por quien ella siente una profunda admiración.De muchas maneras, la Reina es una mujer sorprendentemente humilde, "en esencia de una personalidad tímida y retraída", como señaló una de sus más antiguas damas de honor. Tuvieron que transcurrir casi 20 años para convencerla de que contratara una escolta de motociclistas. Un cortesano recuerda que ella decía: "No puedo hacer que suenen todas esas sirenas. Me parecería a Idi Amin o a Kadafi".Los huéspedes de Sandringham y Balmoral se asombran cuando realiza tareas domésticas. "Una vez llevaba un sifón y papel para secar; iba por la casa limpiando la suciedad de uno de los incontinentes cachorros del príncipe Carlos", relató uno. "No le pidió a nadie hacerlo, aun cuando había muchos sirvientes cerca"."Los perros de la Reina la adoran sólo a ella, y no porque sea la Reina", refiere Bill Meldrum, antiguo guarda bosque de Sandringham."Hay muchas personas a su alrededor que le dicen cosas que creen que le gustaría oír, pero son los perros en los que ella encuentra una total honestidad".A la Reina siempre le ha gustado recibir halagos de los hombres. En una ocasión, el estadista conservador sir Christopher Soames le dijo:—¡Dios mío, madame, qué hermosa luce hoy!—¿Usted cree? —respondió la Reina, muy sonrojada.Se entiende bien con los hombres, pero "se desespera por completo con las mujeres", como declaró la esposa de un mayordomo de la casa real. "No sabe cómo mantener la conversación", ni habla de frivolidades, señala una de las damas de honor de la difunta Reina Madre. 1972- Con sus fieles y adorados perros en el Castillo de Balmoral.Si bien la fe cristiana es muy importante para ella, "prefiere la sencillez a la fastuosidad", observa el antiguo caballerizo de la casa real sir Kenneth Scott. "De manera que cuando está en Windsor asiste a la pequeña capilla del parque y no a la de San Jorge, que le parece más formal".El contralmirante Woodard, antiguo capitán del Britannia, recuerda que la Reina prefería que él y no un capellán se hiciera cargo del servicio religioso dominical."Ella conoce la Biblia al derecho y al revés", continúa. "Todos los viernes en la embarcación yo le sugería a la Reina lecturas e himnos, y ella citaba la Biblia sin molestarse en verificar el pasaje, haciendo las modificaciones que consideraba pertinentes".A pesar de que no aprueba el divorcio, la Reina no es puritana. Cuando los periódicos revelaron que la princesa Ana sostenía relaciones amorosas con Timothy Laurence, entonces caballerizo del Palacio, los cortesanos mayores se escandalizaron. Pero un antiguo secretario, amigo de Laurence, expresó su opinión: "Si una princesa de sangre real le ordena a uno acostarse con ella, sería una afrenta negarse. Se lo manifesté a la Reina, aunque no en estos términos. Ella asintió con la cabeza y comentó:―De acuerdo. ¿Sabe? Me he dado cuenta de que para mi edad no soy suficientemente mojigata".Admira al estadista Nelson Mandela, quien optó por una fiesta en el Albert Hall con miles de jóvenes a un banquete de Estado; la Reina accedió."Ella fue a sentarse con él en su palco", recuerda un antiguo servidor, "y cuando Mandela se puso de pie para hacer su famoso paso de baile mientras la banda de Phil Collins tocaba a todo volumen, la Reina también se levantó a bailar".—Graham Turner