LA APARICION DEL HUMANOIDE
Publicado en
febrero 26, 2011
Por Jorge Enrique AdoumEn 1963, en un seminario internacional sobre cibernética celebrado en la sede de la Unesco, en París, un científico soviético refirió sus experiencias de laboratorio. Había construido una tortuga mecánica de metal, con un pequeño motor incorporado, cuya marcha —mucho más veloz que la de una tortuga real— manejaba por control remoto. En el momento en que tropezaba con una pared, sonaba un timbre, el objeto desviaba su recorrido, volvía a golpearse, y así sucesivamente. Después de muchos meses de entrenamiento, al oír el timbre el animal cambiaba de curso para no golpearse. La noticia me causó, más que asombro, temor (entonces uno creía en los soviéticos: se equivocaban solos: pensaban por su cuenta): ¿memoria del dolor en una estructura de acero y alambres?
De 1964 a 1966 viví en China. Las revistas europeas que me llegaban trataban, apasionadamente, de las computadoras, sus logros y posibilidades, insinuando ya la posibilidad de crear una inteligencia artificial, lo que aumentaba mi espanto.Una de las primeras actividades, a mi regreso a Francia, fue asistir a un cursillo de computación en Rouen. El instructor, como si hubiera conocido mi desasosiego, comenzó sus charlas con una frase tranquilizadora: "Estas máquinas son tontas: no saben sino lo que el hombre les enseña, pero tienen una rapidez infinitamente mayor que la suya y nunca se equivocan". Así le perdí el miedo a ese aparato que entonces se asemejaba, por el tamaño y la forma, a un pequeño refrigerador. Pero el entusiasmo desmesurado que suscitaba su perfeccionamiento condujo a proponer, algunos años después, que los organismos de las Naciones Unidas emplearan computadoras en lugar de traductores. Puesta a traducir una frase de la Biblia —"La carne es débil pero el espíritu vela"—, la máquina confundió la carne, ésa que uno desea y que es pecado, con la carne que se come (la cual, además, resultó ser no "débil" sino "escasa") y el espíritu (¿de vino?) con el alcohol que "despierta". Gracias a su condición de tonta, a su incapacidad mental, a su falta de discernimiento pudimos conservar nuestros cargos en la ONU. Y le tuvimos gratitud y lástima a la computadora, luego fue amistad, amor en algunos casos: no nos explicábamos cómo pudimos vivir sin ella y la llevamos a casa. Hasta que...Hace pocos meses Nadia y Daniel Thalmann, profesores de la Universidad de Ginebra y de la Escuela Politécnica Federal de Lausana, anunciaron la creación de Humanoide. "un universo informático poblado de seres autónomos y dotados de una conciencia". Se trata de "interlocutores de genio", de un doble informático del hombre, "del cual nadie podrá prescindir". Ese proyecto viene desarrollándose desde 1971 y, apenas en veinte años, ha llegado a una computadora capaz de deducción. A partir de ciertos datos, por ejemplo: "es un animal", "tiene cuernos", "es grande", "acomete", el aparato concluye: "Hay que huir". La innovación es espectacular, dice L'Hebdo, "y, sin embargo, menos de la que le sucede. Bautizado como sistema experto de segunda generación, el nuevo logiciel es capaz de almacenar los conocimientos de un especialista y de explotarlos lógicamente en el curso de un diálogo con el usuario".Nadia Thalmann, coautora de este proyecto de genio, explica: "Hoy día, si quiero comprender, por ejemplo, la guerra en Yugoslavia, me veo obligada a acudir a diferentes especialistas: un historiador, un politólogo, etc.,", mientras que Humanoide tiene la capacidad de todos esos especialistas juntos. Dotado de una memoria con la que el hombre no podría ni siquiera soñar —millones datos que no olvidará jamás y pone en cualquier momento en relación— es susceptible de absorber "el conjunto del saber universal que actualmente duerme en nuestras enciclopedias". Y no se trata sólo del conocimiento: según una periodista suiza, Nadia Thalmann realiza actualmente investigaciones acerca de la "modelización" del comportamiento y de los estados de ánimo y trata de traducir al lenguaje de la informática diferentes tipos de emociones: la tristeza, el fastidio, la alegría. La conclusión nos deja estupefactos: "El humanoide podría quebrarse por un duelo o por una ruptura".Como para tranquilizarnos, se nos explica que esta simulación del hombre por una imagen de síntesis tiene la autonomía —en el sentido de inteligencia artificial— de una criatura de un año y medio, pero "progresa según el esquema de aprendizaje definido por Piaget". Por ahora, el humanoide es capaz de reflexiones simples y ya sabe evadir obstáculos: Béatrice Schaad, a quien le han mostrado el primer modelo, encontró que era "muy inquietante" verlo circular por un laberinto y deducir por sí mismo, al tropezar con una puerta cerrada, que debía intentar otro camino. Contribuye a la turbación del indefenso usuario el hecho de que, hasta ahora, la computadora se expresaba con un lenguaje seco, frío, informático, casi en clave, mientras que el humanoide suizo reproduce los gestos del rostro (hace unos dos meses le estaban colocando en el cráneo 150.000 cabellos), los movimientos del cuerpo, su vestido.Voluntariamente he dejado para el final, como compensación y consuelo, señalar que Humanoide es mujer. Rubia. Amable. Quienes la han visto dicen que su andar es ágil aunque ligeramente mecánico. Cuando entra en la pantalla, da un vistazo general y mira fijamente al hombre que, desde el lado de acá, la observa moverse y le sonríe. Ella le sonríe también: primera ¿y última? señal de amistad. Porque dotada de inteligencia propia y con la autonomía de un niño de año y medio cabe suponer que es caprichosa: la consulta o conversación que uno inicie con ella podrá convertirse en discusión y, se me ocurre, ella dirá siempre la última palabra. La relación afectiva, hasta cierto punto pasional, que tenemos con la computadora ¿irá a convertirse en querella conyugal y, lo que es peor, sin posibilidad de reconciliación? ¿Quién, cómo, podrá convencerla nunca de que tenemos razón si, como decía mi instructor de Rouen, nunca se equivoca? Claro que siempre queda el recuso de apagarla y demostrar quién manda en casa.
(Entonces siento una ternura profunda por mi computadora de ahora, la pobre, la obediente, la tontita.)