MARIA CUSI HUARCAY, LA PRINCESA QUECHUA DE RECIO CORAZON
Publicado en
noviembre 21, 2010
El horror que al comienzo produjo en los españoles el incesto entre hermanos de padre y madre, fue cediendo en aras del cálculo político. Pronto llegó la dispensa especial de Roma, otorgada por el papa Julio III, y el obispo procedió a bautizar a la pareja como requisito previo al matrimonio cristiano, con los nombres de Diego Sayri Tupac y María Cusi Huarcay
Por Ileana AlmeidaPoco tiempo después de sofocada la rebelión de Chalco Chima, Quisquís y Rumi Ñawi, la resistencia antihispánica recrudeció entre los nobles cusqueños del linaje de Huascar Inca, que en un comienzo habían visto a los invasores españoles como aliados en la defensa de sus derechos a la sucesión de la maska paycha, la borla sagrada, emblema de los soberanos del Tahuantin Suyo.
En Vilca Pampa, el último refugio incásico, la resistencia contra los invasores la encabezó Manco Inca y luego sus hijos Titu Yupanqui y Tupac Amaru.Expuesto a vejámenes cada vez mayores, Manco Inca resolvió construir una pequeña ciudad-estado en un sitio lo suficientemente escabroso para detener el avance de la caballería.Escogió como nueva capital el pequeño pueblo de Vilka Pampa en la región de Vitcus, donde permaneció algunos meses rehaciendo lo que debió abandonar.Pero los españoles no podían permitir la existencia de un estado independiente, por lo cual decidieron acabar con los últimos incas que se mantenían en orgulloso exilio. Primero asesinaron a Manco Inca, y después multiplicaron las argucias para sacar de su plaza fuerte a Sayri Tupac, el heredero del trono. Por años se prolongaron los pedidos para que se trasladara al Cusco. Le enviaron repetidos mensajes para convencerlo, incluido el del príncipe Felipe, quien desde España le escribió en 1542 pidiéndole perdón por los crímenes cometidos contra su padre y otros familiares.Sin embargo, abandonar Vilka Pampa no era una decisión fácil de tomar para la cúspide gobernante del nuevo estado incásico, pues los argumentos esgrimidos por los invasores podían resultar falsos una vez más. Pero los consejeros de Sayri Tupac pensaron que con este en el Cusco y sin ceder Vilka Pampa se obtendrían dos centros de influencia política. Para no equivocarse consultaron a la callpa, oráculo que se pronunció a favor de que Sayri Tupac accediera a los requerimientos de los españoles.El Inca, acompañado de Cusi Huarcay, su hermana-esposa, y rodeado de un brillante séquito, abandonó Vilca Pampa para enfrentar una situación de sucesivas concesiones de cuyos efectos no pudo escapar.Por donde pasaban el Inca y la Coya, acudían verdaderas muchedumbres clamando por un nuevo pacha kutiy que les devolviera la seguridad de las misericordiosas leyes de los Incas.En una de las paradas, un viejo soldado español, de apellido Estete, se acercó a las andas de Sayri Tupac y le entregó la masca paycha que había pertenecido a Atau Huallpac. El Inca conmovido la recibió y la retuvo largamente en su mano.Cuando la pareja real llegó al Cusco acudieron a recibirla personajes notables de la progenie incásica y la jerarquía administrativa hispana, que ya había decidido socavar el prestigio del soberano y convertirlo en simple encomendero.La admiración que la bella Cusi Huarcay despertó desde el primer momento fue sincera. La lozanía de su rostro, la vehemencia de su mirada, el ánimo de sus gestos, cautivaron a todos.La koya decidió alojarse en la casa de la princesa Beatriz Huayllas Ñusta, hija de Huayna Capac y tía de los recién llegados. Se trataba de una mujer madura que durante años había rehusado pronunciar tan siquiera una sola palabra en castellano. Cusi Huarcay recorrió en su compañía el Cusco, donde no había estado antes, y la ciudad le pareció copiada de sus propios recuerdos.El horror que al comienzo produjo en los españoles el incesto entre hermanos de padre y madre, fue cediendo en aras del cálculo político. Pronto llegó la dispensa especial de Roma, otorgada por el papa Julio III, y el obispo procedió a bautizar a la pareja como requisito previo al matrimonio cristiano, con los nombres de Diego Sayri Tupac y María Cusi Huarcay. La ostentosa ceremonia de la boda se celebró en la catedral del Cusco construida con las piedras de una de las antiguas canchas imperiales.A los pocos meses de casados Sayri Tupac murió de un mal desconocido y la viuda solicitó a las autoridades el permiso para regresar a Vilca Pampa, pero le fue negado ya que su presencia en el Cusco constituía la garantía para el cumplimiento de la tregua acordada.Sin esperanzas de retorno, María Cusi Huarcay hallaba consuelo en las noticias que llegaban de Vilca Pampa. Sus hermanos menores mostraban habilidad y carácter. Gobernaban a la gente con cariño y se mantenía fieles a las costumbres ancestrales. El menor de ellos, Tupac Amaru, hacía poco tiempo había abandonado el estado monástico para asumir el título de Sapa Inka.Pero una mañana de septiembre Tupac Amaru fue detenido por los invasores, acusado de ser el cabecilla de la resistencia anti-hispánica, siendo condenado a morir decapitado. María Cusi Huarcay comprendió que si su pueblo era sometido a leyes ajenas perdería su unidad y equilibrio y se desgarraría en pedazos.El día de la ejecución la plaza del Cusco estaba colmada por una multitud paralizada por la fatal expectativa. Todos los ojos se dirigían al lugar de la inminente aparición.En los balcones y ventanas que se abrían a la plaza, algunos españoles y unos pocos indígenas rezaban en silencio. En el extremo de la calle principal que desciende hacia la explanada, apareció Tupac Amaru, vestido de negro, encadenado y escoltado por soldados. Avanzó hacia la plaza entre el rumor confuso de la gente y, de pronto, de uno de los balcones se oyó una voz de mujer que exclamó entre sollozos: "¿A dónde vas hermano, príncipe y rey único de los Cuatro Suyos?".Tupac Amaru alcanzó a captar en los ojos de su hermana la misma ira e impotencia que atizaban su propio corazón. Erguido y cumpliendo con altivez su obligación de rey, subió al cadalso. El persistente murmullo cesó cuando el Inca levantó las manos al cielo invocando la gracia del Sol. Puso la cabeza en el tajón y los que estaban cerca pudieron escuchar el monótono salmodio del cura.Obedeciendo a una orden, el verdugo levantó el hacha y de un golpe cercenó la cabeza de Tupac Amaru. Del cuello brotó un chorro de sangre que cubrió la tarima con su manto rojo, y la hermosa cabeza rodó por el tablado.EL INCA SE ESTA HACIENDO DE NUEVO
Desafiando la ira violenta de los españoles, María Cusi Huarcay se acercó a la tarima y permaneció en pie casi sin poder respirar por la agitación que le ahogaba.
Sin apartar los ojos del infante lugar vio como la cabeza era colocada sobre la picota, en una esquina de la plaza, por orden del virrey, para que sirviera de escarmiento a los indios rebeldes.El cuerpo descabezado fue llevado a la casa de su hermana para ser amortajado en los mas finos tucapus. Los nobles de los diferentes linajes cusqueños acudieron para reconocerse por última vez en aquel cuerpo cercenado.Dos días estuvo la cabeza sobre la afilada picota. Hombres y mujeres quechuas de toda condición acudían sin cesar ante su presencia y le hablaban como a un dios.El virrey entendió que había cometido un error al exhibir la cabeza en la plaza pública, y ordenó retirarla y sepultarla en una cripta de la catedral. Pero ya era tarde: se había establecido un íntimo vínculo entre la desgarrada cabeza del Inca y su pueblo.Tras el espanto indecible de la decapitación, surgió una fe compartida por todos los indios, y la fe se transformó en una palabra: Incarri, que en quechua quiere decir que el Inca se está haciendo otra vez, que la cabeza y el cuerpo se buscarán y se encontrarán siglos mas tarde.El constante tañido de las campanas no hacía sino acentuar el sufrimiento de María Cusi Huarcay. Pero la palabra milagrosa, Incarri, repetida por miles de voces para recordar a Tupac Amaru, le fue redimiendo de la trágica realidad y concedió a su alma una fuerza nueva, le llevó a comprender que Tupac Amaru fue asesinado por defender la libertad de su pueblo, y que su muerte había sembrado entre su gente la simiente de esa misma libertad.