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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



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    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
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    NONA (Stephen King)

    Publicado en septiembre 12, 2010
    PRESENTACIÓN
    Cuando alguien se halla esclavizado por una intensa emoción tiende a perder la perspectiva, el control... O, en vez de eso, entrega el control a otra persona. Pero, a pesar de la momentánea satisfacción de ese acto, tarde o temprano se llega a la comprensión de que se ha entregado lo único que una persona posee realmente: la libertad. Y la reacción es variable: disgusto con uno mismo, autocompasión, horror..., y algo peor. El éxito de Stephen King se basa menos en las historias que narra que en el cuidado hacia los personajes sobre los que escribe. Dicho cuidado hace reales a los personajes, y con ello los relatos se hacen igualmente reales. En cuanto eso sucede, no hay escape posible, tanto si uno quiere como si no.

    ------------------------------------------------------------------------------------------------------------

    No sé cómo explicarlo, ni siquiera ahora. No sé decir por qué hice aquellas cosas. No supe decirlo en el juicio, tampoco. Y aquí hay mucha gente que se interesa por ello. Hay un psiquiatra. Pero yo guardo silencio. Mis labios están sellados. Excepto aquí, en mi celda. Aquí no guardo silencio. Me despierto dando gritos.
    En el sueño la veo andando hacia mí. Viste una túnica blanca, casi transparente, y su expresión es de deseo y triunfo combinados. Llega hasta mí cruzando una oscura habitación con suelo de piedra y yo huelo a secas rosas de octubre. Sus brazos están abiertos y yo voy hacia ella con los míos extendidos para abrazarla.
    Siento pavor, repugnancia..., e indecible nostalgia. Pavor y repugnancia porque sé qué clase de lugar es éste, y nostalgia porque amo a esa mujer. Siempre la amaré. A veces deseo que la pena de muerte existiera todavía. Un corto paseo por un oscuro corredor, una silla de recto respaldo provista de un casco de acero, grapas..., luego una rápida sacudida y estaña con ella.
    Conforme nos aproximamos en el sueño, mi temor aumenta, pero me es imposible alejarme de ella. Mis manos aprietan el liso plano de su espalda, su piel cercana bajo la seda. Ella sonríe con esos hondos, negros ojos. Su cabeza se inclina hacia la mía y los labios se separan, preparados para el beso.
    Ahí es cuando ella cambia, se arruga. Su cabello se vuelve áspero y enmarañado, pasa de negro a un horrible tono pardo que se derrama por la cremosa blancura de sus mejillas. Los ojos menguan y se convierten en cuentas. El blanco de los ojos desaparece y ella me mira con ojos tan minúsculos como dos pulidos fragmentos de azabache. La boca se transforma en unas fauces en las que sobresalen torcidos dientes amarillentos.
    Trato de chillar, intento despertarme.
    No puedo. Estoy atrapado de nuevo. Siempre estaré atrapado. Estoy apresado por una inmensa y fétida rata de cementerio. Las luces oscilan ante mis ojos. Rosas de octubre. En alguna parte una campana toca a muerto.
    –Mío –musita este ser–. Mío, mío, mío.
    El olor a rosas es su aliento mientras se abalanza sobre mí, flores muertas en un osario.
    Entonces grito, y despierto.
    Creer que lo que hicimos juntos me ha vuelto loco. Pero mi mente sigue funcionando de un modo u otro, y jamás he desistido de buscar las respuestas. Sigo deseando saber cómo fue todo..., y qué fue...
    Me permiten tener papel y una pluma con punta de fieltro. Y voy a poner todo por escrito. Responderé todas las preguntas y quizás al hacer eso pueda encontrar la respuesta a otras dudas personales. Y cuando haya terminado, hay otra cosa. Algo que no me permitieron tener. Algo que cogí. Está ahí, debajo del colchón, un cuchillo del comedor de la cárcel.
    Debo empezar hablándoles de Augusta.
    Mientras escribo es de noche, una magnífica noche de agosto perforada por relumbrantes estrellas. Las veo a través de la reja de mi ventana, que da al patio de ejercicios y permite ver un trozo de cielo que puedo tapar con los dos dedos. Hace calor, y estoy desnudo si se exceptúan los calzoncillos. Oigo el suave ruido veraniego de ranas y grillos. Pero no puedo recuperar el invierno simplemente cerrando los ojos. El amargo frío de aquella noche, la desolación, las duras e insociables luces de una ciudad que no era la mía. Era el catorce de febrero. Fíjense, recuerdo todos los detalles.
    Miren mis brazos..., cubiertos de sudor, con carne de gallina.
    Augusta...

    ------------------------------------------------------------------------------------------------------------

    Cuando llegué a Augusta estaba más muerto que vivo, tanto frío hacía. Había elegido un buen día para decir adiós al escenario de la universidad y viajar en autostop al oeste. Pensé que iba a morir congelado antes de salir del estado.
    Un policía me había echado a patadas en el enlace interestatal, amenazando con detenerme si me sorprendía con el pulgar extendido otra vez. La lisa extensión de autopista con cuatro carriles había sido como la pista de aterrizaje de un aeropuerto; el viento aullaba y arrastraba membranas de nieve polvo, chirriaba en el pavimento. Y para los anónimos Ellos sentados detrás de las vidrieras de seguridad, todos los que están de pie en el enlace en una noche oscura son violadores o asesinos, y si tienen cabello largo puede añadirse además una acusación de pederastas y maricas.
    Lo intenté un rato en la carretera de acceso, pero en vano. Y hacia las ocho menos cuarto comprendí que, si no llegaba pronto a un sitio caliente, acababa desmayándome.
    Anduve dos kilómetros y medio antes de encontrar un bar gasolinera en la 202, justo dentro de los límites de la ciudad. COMILONAS JOE, decía el anuncio luminoso. Había tres grandes camiones estacionados en el aparcamiento de grava, y un sedán nuevo. Había una marchita guirnalda navideña en la puerta que nadie se había molestado en retirar, y junto a ella un termómetro con el mercurio situado bajo la raya del cero. No tenía nada para taparme las orejas aparte del cabello, y mis guantes de cuero estaban rotos. Las puntas de mis dedos parecían objetos de adorno.
    Abrí la puerta y entré.
    El calor fue lo primero que me sorprendió, acogedor y magnífico. Después, una canción montañesa que sonaba en el tocadiscos automático, con la inconfundible voz de Merle Haggard: «No dejamos que nuestro pelo sea largo y desgreñado, como hacen los hippies en San Francisco.»
    El tercer detalle que me sorprendió fue La Mirada. Te enteras de lo que es La Mirada cuando dejas que el pelo te caiga por debajo de los lóbulos de las orejas. En ese mismo momento la gente sabe que no eres de los Leones, ni de los Alces, ni de la Asociación de Veteranos de Guerra. Sabes qué es La Mirada, pero nunca te acostumbras a ella. En ese instante las personas que estaban dedicándome La Mirada eran cuatro camioneros que ocupaban una sola mesa, otros dos en la barra, un par de ancianas con sencillos abrigos de piel y el cabello teñido de azul, el encargado de las comidas rápidas y un torpe muchacho con burbujas de jabón en las manos. Había una mujer sentada en el extremo más alejado de la barra, pero solamente miraba el fondo de su taza de café.
    Ella fue el cuarto detalle que me sorprendió.
    Todos tenemos edad suficiente para saber que no existe el flechazo. Es algo que inventaron los poetas para poder hablar del influjo erótico de la luna. Algo para chicos que se cogen la mano en el baile de fin de curso, ¿de acuerdo?
    Pero ver a esa mujer me hizo sentir algo. Pueden reírse, aunque no lo harían si la hubieran visto. Era casi insoportablemente hermosa.
    Comprendí que sin duda alguna todos los clientes del establecimiento pensaban lo mismo que yo. Del mismo modo que sabía que ella habría sufrido La Mirada antes de llegar yo. Tenía un cabello negro como el carbón, tan negro que parecía casi azul bajo los fluorescentes. Le caía sueltamente sobre las hombreras del caído abrigo color canela. Su piel era blanca como la leche, con una suavísima pincelada de sangre que subsistía bajo la epidermis..., el frío que había traído consigo. Oscuras, tiznadas pestañas. Ojos solemnes ligeramente rasgados en las comisuras. Una boca carnosa y móvil bajo una nariz recta, aristocrática. No pude averiguar qué aspecto tenía su cuerpo. No me preocupé por ello.
    Ustedes tampoco lo habrían hecho. Lo único que precisaba ella era aquella cara, aquel cabello, aquella apariencia. Era exquisita. Es la única palabra de mi idioma que conozco para definirla.
    Nona.
    Me senté a dos taburetes de distancia de ella, y el camarero se acercó y me miró.
    –¿Qué?
    –Café solo, por favor.
    Marchó a prepararlo.
    –Es igual que Jesucristo, ¿no? –dijo alguien a mi espalda.
    El torpe lavaplatos se echó a reír. Un fugaz sonido, «jiu-jiu». Los camioneros de la barra lo imitaron.
    El camarero me trajo el café, lo dejó bruscamente en el mostrador y derramó un poco sobre la casi helada carne de mi mano, que retiré al momento.
    –Lo siento –dijo en tono indiferente.
    –¡Él mismo se la curará! –gritó uno de los camioneros de la mesa.
    Las gemelas del pelo azul pagaron la cuenta y salieron apresuradamente. Uno de los caballeros de la carretera anduvo hasta el tocadiscos e introdujo otra moneda. Johnny Cash empezó a cantar «Un chico llamado Susie». Soplé para enfriar mi café.
    Alguien me dio un tirón en la manga. Volví la cabeza y allí estaba ella: se había trasladado al taburete vacío. Mirar de cerca aquella cara era casi cegador. Derramé más café.
    –Lo lamento.
    Su voz era baja, casi atonal.
    –Es culpa mía. Todavía no he recuperado el tacto.
    –Yo...
    Se interrumpió, al parecer falta de palabras. De pronto comprendí que estaba asustada. Noté que la primera reacción que había experimentado al verla por primera vez me abrumaba de nuevo: protegerla, cuidarla, conseguir que no tuviera miedo.
    –Necesito que me lleven en coche –concluyó precipitadamente–.
    No me atrevía a pedírselo a los otros
    Hizo un gesto apenas perceptible en dirección a los camioneros de la mesa.
    ¿Cómo hacerles entender que yo habría dado cualquier cosa, «cualquier cosa», por poder decirle, «Naturalmente, termina tu café, tengo el coche aparcado aquí mismo»? Parece una locura afirmar que me sentía así después de oír cuatro palabras salidas de su boca, e idéntico número de la mía, pero es cierto. Es cierto. Mirarla era como ver a la «Mona Lisa» o la «Venus de Milo» cobrar palpitante vida. Y había otra emoción: como si una luz repentina y potente se hubiera encendido en la confusa oscuridad de mi mente. Sería más fácil si pudiera decir que ella era una conquista callejera y yo un hombre rápido con las mujeres, rápido, buen actor y con muchísimo palique, pero ni ella ni yo éramos tal cosa. Lo único que comprendía yo es que no tenía lo que ella necesitaba, y eso me torturaba.
    –Estoy haciendo autostop –le expliqué–. Un policía me echó a patadas del enlace interestatal y he venido aquí sólo para protegerme del frío. Lo siento.
    –¿Eres universitario?
    –Ya no. Me fui antes de que me echaran.
    –¿Vas a casa?
    –No tengo casa donde ir. Estaba bajo tutela del estado. Fui a la universidad gracias a una beca. La desaproveché. Ahora no sé dónde voy a ir.
    Mi biografía en cinco frases. Me deprimió.
    Ella se echó a reír (ese sonido me provocó calor y frío) y bebió un poco de café.
    –Somos gatos escapados del mismo saco, me parece.
    Me disponía a adoptar mi mejor talante conservador, decir algo ingenioso como «¡No me digas», cuando una mano cayó sobre mi hombro.
    Volví la cabeza. Era uno de los camioneros de la mesa. Tenía vello rubio en el mentón y una cerilla de cocina asomaba por su boca. Oía a gasolina.
    –Creo que ya has terminado tu café –dijo.
    Sus labios se abrieron alrededor de la cerilla para esbozar una mueca. Tenía muchísimos dientes muy blancos.
    –¿Qué?
    –Estás dejando mal olor en el local, chico. Porque eres un chico, ¿no? Es difícil asegurarlo.
    –Usted tampoco huele a rosas –repuse–. Huele a cárter.
    Me propinó una fuerte palmada en la mejilla. Vi minúsculos puntos negros.
    –Nada de peleas aquí –dijo el camarero–. Si quiere pelea con él, hágalo afuera.
    –Vamos, maldito comunista –ordenó el camionero.
    Es el momento donde se supone que la chica debe decir algo como «Suéltelo» o «Es usted un bruto». Pero ella no dijo nada. Estaba observándonos con febril concentración. Alarmante. Creo que fue la primera vez que reparé en el tamaño real de sus ojazos.
    –¿Hace falta que te dé otro guantazo, marica?
    –No. Vamos, sinvergüenza de mierda.
    No sé cómo brotó eso de mi boca. No me gusta pelear. No soy buen luchador. Incluso soy peor insultando. Pero estaba enfadado, en ese momento. Tuve ese impulso y deseé golpear, matar al camionero. Quizás él lo presintió. Una breve sombra de duda fluctuó en su semblante, la incertidumbre inconsciente sobre si había elegido el peor hippie posible. Pero la sombra desapareció. El camionero no iba a dar marcha atrás ante un esnob de pelo largo, elitista y afeminado que usaba la bandera para limpiarse el culo... Al menos no delante de sus compañeros. No un fornido camionero hijo de perra como él.
    La cólera palpitó de nuevo en mi interior. ¿Marica? ¿Marica? Me sentía trastornado, y me alegraba de sentirme así. Mi lengua estaba desbocada. Mi estómago era una losa.
    Nos acercamos a la puerta, y los amigos de mi rival casi se partieron la espalda al levantarse para ver la pelea.
    ¿Nona? Pensé en ella, pero de un modo vago, en las profundidades de mi mente. Sabía que Nona estada allí, que me protegería. Lo sabía de la misma forma que sabía que hada frío afuera. Era extraño saber eso de una mujer a la que conocía desde hacía cinco minutos. Extraño, pero no pensé en ello hasta más tarde. Mi mente estaba casi dominada... no, casi anulada por la gruesa nube de rabia. Mis impulsos eran homicidas.
    El frío era tan notable y tan puro que parecíamos cortarlo con nuestros cuerpos a modo de cuchillos. La helada grava del aparcamiento chirriaba ásperamente bajo las peladas botas de mi rival y bajo mis zapatos. La Luna, llena e hinchada, nos contemplaba con un insulso ojo tenuemente lloroso a causa de la humedad de la alta atmósfera, en un cielo tan negro como la noche en el infierno. Proyectábamos menudas sombras enanas detrás de nuestros pies bajo el monocromo destello de la solitaria luz de sodio dispuesta en lo alto de un poste más allá de los camiones aparcados. Nuestro aliento humeaba en el aire en forma de breves ráfagas. El camionero se volvió hacia mí, con las enguantadas manos cerradas.
    –Muy bien, hijo de puta –dijo.
    Yo pensé estar inflándome..., todo mi cuerpo parecía inflarse. No sé cómo, vagamente, comprendí que mi intelecto iba a quedar eclipsado por algo inmenso e invisible que jamás había sospechado estuviera en mi interior. Era terrorífico..., pero al mismo tiempo lo acepté con agrado, lo deseé, lo anhelé. En ese último momento de pensamiento coherente creí que mi cuerpo era una pétrea pirámide de violencia personificada, o un turbulento y asesino ciclón capaz de barrer cualquier cosa que se pusiera por delante. El camionero parecía pequeño, débil, insignificante. Me reí de él. Reí, y el sonido fue tan tétrico y desolado como aquel cielo perforado por la Luna.
    El se acercó agitando los puños. Paré el derecho, noté el izquierdo en mi mejilla y acto seguido le di una patada en el vientre. El aire brotó del hombre con blanca y humeante precipitación. Trató de retroceder, agarrándose la parte golpeada y tosiendo.
    Me situé a su espalda, todavía riendo igual que un perro de campo ladra a la Luna, y le golpeé tres veces antes de que él pudiera dar un cuarto de vuelta: en el cuello, en el hombro y en una enrojecida oreja. El camionero lanzó un alarido, y una de sus chapuceras manos rozó mi nariz. La furia que me dominaba se multiplicó (¡a mí! ¡ha intentado pegarme!) y le propiné otra patada, levantando mucho el pie, como si pateara una pelota en el aire. El hombre chilló en la noche y oí el crujido de una costilla al partirse. Quedó encogido y salté sobre él.
    En el juicio uno de los camioneros declaró que yo actué como un animal salvaje. Y era cierto. No recuerdo muchos detalles, pero sí que yo bufaba y gruñía como un perro rabioso.
    Me puse a horcajadas encima de él, le agarré con ambas manos su grasiento cabello y le froté la cara en la grava. Bajo el insulso destello de la lámpara de sodio su sangre parecía negra, como sangre de escarabajo.
    –¡Dios mío, basta ya! –exclamó alguien.
    Varias manos asieron mis hombros y me apartaron. Vi caras que remolineaban y empecé a repartir golpes.
    El camionero estaba intentando alejarse a rastras. Su cara era una fija máscara de sangre y asombrados ojos. Continué dándole patadas mientras esquivaba a los demás, gruñendo de satisfacción siempre que conectaba un golpe.
    Él no podía defenderse ya. Sólo pensaba en huir. Tras las patadas sus ojos se entrecerraban como los de una tortuga, y su cuerpo dejaba de moverse. Luego continuaba arrastrándose. Pensé que era un estúpido. Decidí matarlo. Iba a darle patadas hasta matarlo. Después acababa con todos los demás, con todos excepto con Nona.
    Le di otra patada y el camionero quedó tendido de espaldas y me miró confusamente.
    –Me rindo –gimió–. Me rindo. Por favor. Por favor...
    Me arrodillé junto a él y noté que la grava me mordía las rodillas a través de mis delgados tejanos.
    –Aquí voy, bastardo –musité–. Toma rendición.
    Aferré su cuello con mis manos.
    Tres hombres saltaron sobre mí al momento y me separaron a golpes del camionero. Me levanté, todavía risueño, y corrí hacia ellos. Retrocedieron los tres, varones fornidos, todos blancos de miedo. Y la furia se apagó.
    Así mismo, se apagó y quedé sólo yo, de pie en el aparcamiento de «Comilonas Joe», jadeante, sintiéndome mareado y horrorizado.
    Volví la cabeza y miré el bar. La chica estaba allí, con sus hermosas facciones iluminadas por el triunfo. Alzó un puño a la altura del hombro a modo de saludo.
    Contemplé al hombre tendido en el suelo. Aún trataba de arrastrarse, y cuando me acerqué a él sus ojos se revolvieron de espanto.
    –¡No lo toque! –pitó uno de sus amigos.
    Los miré, confuso.
    –Lo siento... No pretendía..., hacerle tanto daño. Si me dejan ayudar a...
    –Váyase de aquí, eso es lo que ha de hacer –dijo el camarero.
    Estaba junto a Nona al pie de la escalera, con una espátula llena de grasa en la mano–. Voy a llamar a la policía.
    –¿Olvida que fue él el que empezó? Él...
    –No me venga con monsergas, asqueroso maricón –repuso él. Se irguió–. Lo único que sé es que usted ha armado un lío y por poco mata a ese tipo. ¡Voy a llamar a la policía!
    Dio media vuelta y entró rápidamente en el local.
    –Vale –dije, a nadie en especial–. Vale, vale.
    Había dejado dentro mis guantes de cuero, pero no era buena idea ir a recogerlos. Metí las manos en los bolsillos y eché a andar hacia el enlace interestatal. Calculé que mis posibilidades de que un coche me recogiera antes de la llegada de la policía eran de una contra diez. Tenía las orejas heladas y el estómago revuelto. Vaya nochecita.
    –¡Espera! ¡Eh, espera! .
    Me volví. Era ella, que corría hacia mí con el cabello al viento.
    –¡Has estado estupendo! –dijo–. ¡Estupendo!
    –Lo he dejado mal herido –dije tristemente–. Nunca había hecho algo parecido.
    –¡Ojalá lo hubieras matado!
    Parpadeé ante ella bajo la rígida iluminación.
    –Oí las cosas que decían de mí antes de que tú llegaras. Lanzaban esas risotadas asquerosas... Ja, ja, mirad, la jovencita ha salido a dar una vuelta en plena noche. ¿Dónde vas, guapa? ¿Te llevo a algún sitio? Puedes montarte si me dejas montarte. ¡Malditos!
    Lanzó una furiosa mirada por encima del hombro como si pudiera matarlos con un repentino rayo surgido de sus ojos oscuros. Luego dirigió esos ojos hacia mí, y de nuevo creí que aquel reflector se encendía en mi mente.
    –Te acompaño.
    –¿Adónde? ¿A la cárcel? –Tiré de mi pelo con ambas manos–. Con esto, el primer tipo que nos deje subir a su coche será un polizonte. Ese granuja hablaba en serio cuando ha dicho que llamaba a la policía.
    –Yo pararé un coche. Tú quédate detrás de mí. Siendo yo, algún coche parará.
    No podía discutírselo y tampoco queda hacerlo. ¿Un flechazo? Lo dudo. Pero había algo.
    –Toma –dijo ella–. Los habías olvidado.
    Me dio mis guantes.
    Ella no había vuelto a entrar, y eso significaba que los había tenido en la mano desde el principio. Sabía que iba a venir conmigo. Noté una misteriosa sensación. Me puse los guantes y caminamos por la carretera de acceso hasta la entrada de la autopista.

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    Ella no se había equivocado. Paró el primer coche que venía hacia la autopista. Antes de eso yo le había preguntado cómo se llamaba.
    –Nona –fue su escueta respuesta.
    No dijo nada más, pero eso bastaba. Me satisfacía.
    No hicimos más comentarios mientras aguardábamos, aunque pareció como si habláramos. No voy a amargarles con una charla sobre facultades extrasensoriales y cosas similares. No hubo nada de eso. Pero no nos hacía falta. Lo habrán notado ustedes también en compañía de una persona a la que aprecian mucho, o si han tomado alguna de esas drogas con iniciales en vez de nombre. No es preciso hablar. La comunicación parece desarrollarse en una banda emotiva de alta frecuencia. Un movimiento de la mano y basta. No hacen falta modales sociales. Pero nosotros no nos conocíamos. Yo sólo sabía el nombre de pila de ella y, ahora que lo pienso, creo que no le dije el mío. Pero nos entendíamos. Era amor. Me repugna tener que repetirlo, pero lo considero preciso. No me atrevería a ensuciar esa palabra después de todo lo que pasamos, no después de lo que hicimos, no después de Blainsville, no después de los sueños.

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    Un agudo y plañidero lamento interrumpió el frío silencio de la noche, un sonido creciente y decreciente.
    –Es la ambulancia, creo –dije.
    –Sí.
    Silencio de nuevo. La luz de la Luna estaba desapareciendo tras una gruesa membrana nubosa. Pensé que nevaría antes del amanecer. Unos faros brotaron en la colina.
    Permanecí detrás de Nona sin necesidad de que ella me lo dijera.
    La mujer se arregló el cabello y alzó su hermoso rostro. Al ver que el vehículo se dirigía hacia la entrada de la autopista, me abrumó una sensación de irrealidad. Irreal que aquella preciosa chica me hubiera elegido compañero de viaje, irreal que yo hubiera golpeado a un hombre hasta el punto de ser precisa una ambulancia, irreal pensar que podía encontrarme en la cárcel por la mañana. Irreal. Me sentía atrapado en una telaraña. Pero ¿quién era la araña?
    Nona alzó el pulgar. El coche, un Chevrolet, pasó junto a nosotros y pensé que iba a continuar su camino. Después las luces traseras se encendieron y Nona me cogió de la mano.
    –¡Vamos, ya tenemos coche!
    Ella me sonrió con infantil deleite y yo le devolví la sonrisa. El entusiasmado conductor había extendido el brazo para abrir la puerta a Nona. Cuando la lámpara del techo se encendió pude ver al tipo: un hombre bastante fornido con un elegante abrigo de lana de camello, con canas bajo las alas de su sombrero y prósperas facciones suavizadas por años de buenas comidas. Un hombre de negocios o un viajante. Solo. Al verme tuvo una reacción tardía, pero unos segundos demasiado tarde para arrancar y huir de allí. Y de este modo era mejor para él. Más tarde podría engañarse, creer que nos había visto a los dos, que él era un alma bondadosa dando una oportunidad a una joven pareja.
    –Fría noche –dijo mientras Nona se acomodaba junto a él y yo al lado de ella.
    –Desde luego –repuso dulcemente Nona–. ¡Gracias!
    –Sí –dije yo–. Gracias.
    –No hay de qué.
    Y arrancamos, dejando atrás sirenas, camioneros frustrados y Comilonas Joe.
    Me habían echado del enlace interestatal a las siete y media. Sólo eran las ocho y media. Es asombroso cuántas cosas se pueden hacer en poco tiempo, o cuántas cosas pueden hacer por ti.
    Estábamos acercándonos a las luces amarillas intermitentes que señalaban la posición de las cabinas de peaje de Augusta.
    –¿Adónde van? –preguntó el conductor.
    Una pregunta a bocajarro. Yo esperaba llegar a Kittery y hacer una inesperada visita a un conocido que era maestro allí. Aún parecía una respuesta tan buena como cualquier otra y estaba abriendo la boca cuando Nona se adelantó.
    –Vamos a Blainsville. Es un pueblo situado al sur de Lewiston-Auburn.
    Blainsville. El nombre me hizo sentir raro. En tiempos yo había estado en buenas relaciones con Blainsville. Pero eso fue antes de que Ace Carmody me metiera en un lío.
    El conductor frenó, sacó un ticket de peaje y poco después proseguimos nuestro viaje–
    –Yo sólo voy a Gardner –dijo él, mintiendo tranquilamente–. La siguiente salida. Pero habrán recorrido un buen trecho.
    –Desde luego –repuso Nona, con la misma dulzura que antes–. Ha sido muy amable parándose en una noche tan fría.
    Y mientras hablaba yo captaba su enojo en aquella emotiva longitud de onda, furia pura y llena de veneno. Me asusté, tanto como podía asustarme un tic-tac en un envoltorio.
    –Me llamo Blanchette –dijo el conductor–. Norman Blanchette.
    Agitó la mano en dirección a nosotros para que la estrecháramos.
    –Cheryl Craig –dijo Nona mientras le daba un delicado apretón de manos.
    Yo me dejé guiar por ella y dije un nombre falso.
    –Mucho gusto –balbuceé.
    Su mano era blanda y fofa. Era como una botella de agua caliente en forma de mano. El pensamiento me repugnó. Me repugnaba habernos visto forzados a implorar auxilio a un hombre tan paternalista que había aprovechado la oportunidad de recoger a una guapa autostopista solitaria, una mujer que podía acceder o no a pasar una hora en una habitación de motel a cambio de dinero para comprar un billete de autobús. Me repugnaba saber que él iba a dejarnos en la salida de Gardner para volver a la autopista por la entrada del sur, felicitándose por su tacto para resolver una enojosa situación. Todos los detalles de aquel hombre me repugnaban. Los porcinos bultos de sus carrillos, sus peinadas patillas, su olor a colonia...
    ¿Y qué derecho tenía él? ¿Qué derecho?
    La aversión se espesó y las flores de la rabia florecieron de nuevo.
    Los faros de su magnífico sedán Impala perforaban la noche con suma facilidad, y mi furia ansiaba soltarse y estrangular todo lo que rodeaba a aquel hombre. La clase de música que yo sabía escuchaba él cuando se tumbara en su elegante sillón con el periódico de la tarde en las botellas de agua caliente que eran sus manos, el tinte azul del cabello de su mujer, los niños a los que siempre mandaban al cine, a la escuela o de excursión (la cuestión era que no estuvieran en casa molestando), sus esnobistas amigos y las fiestas de borrachos a las que acudiría con ellos...
    Pero quizá su colonia fuera lo peor. Llenaba el coche con el dulce y enfermizo hedor de la hipocresía. Olía al desinfectante perfumado que usan en los mataderos al acabar los turnos.
    El coche rasgaba la noche con Norman Blanchette sosteniendo el volante en sus hinchadas manos. Sus aseadas uñas brillaban tenuemente con las luces del tablero de mandos. Sentí el deseo de bajar por completo la ventanilla y asomar la cabeza al frío y purificador aire nocturno, revolcarme en su frígida frescura... Pero yo estaba paralizado, paralizado en las ateridas fauces de mi mudo e inexplicable odio.
    Fue entonces cuando Nona puso la lima de uñas en mi mano.

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    Cuando tenía tres años padecí un caso grave de gripe y fui al hospital. Estando yo allí, mi padre se durmió con el cigarro encendido en la cama y la casa ardió sin que pudieran salvarse mis padres y mi hermano mayor, Drake. Conservo sus fotos. Parecen actores en una antigua película de terror de 1958, rostros no tan conocidos como los de las grandes estrellas, más parecidos a Elisha Cook, Mara Corday y cierto actor infantil que ustedes tal vez no recuerden, Brandon Dewilde.
    No tenía familiares con los que ir, y estuve cinco años en un orfanato de Portland. Luego pasé a ser pupilo del estado. Eso significa que una familia te recoge y el estado paga treinta dólares mensuales por la manutención. No creo que jamás haya existido un pupilo del estado aficionado a la langosta. Normalmente un matrimonio acepta dos o tres pupilos como práctica forma de inversión. Si un niño está bien alimentado puede ganarse su manutención haciendo quehaceres en la localidad y esos escasos treinta dólares se transforman en una ganga. Mis padres adoptivos se apellidaban Hollis y vivían en Falmouth. No en la zona elegante próxima al club de campo y el muelle deportivo, sino más lejos, hacia el límite de Blainsville. Poseían una casa de campo de tres pisos y catorce habitaciones. En la cocina el carbón proporcionaba calor que ascendía escalera arriba como podía, y en enero te acostabas con tres mantas y a pesar de eso ninguna seguridad tenías de encontrar tus pies al despertar por la mañana, hasta que los apoyabas en el suelo y podías verlos. La señora Hollis era gruesa. El señor Hollis tenía un carácter hosco, raramente hablaba, y durante todo el año llevaba puesto un gorro de caza a cuadros rojos y negros. La casa era una confusión sin orden ni concierto de muebles más voluminosos que útiles, artículos comprados en ventas benéficas, colchones mohosos, perros, gatos y piezas de motor envueltas en papel de periódico. Tenía tres «hermanos», los tres pupilos como yo. Nos conocíamos de vista, como viajeros de autobús abonados.
    Obtuve buenas notas en la escuela y abandoné los estudios para jugar a béisbol cuando era alumno de segundo año en un centro de enseñanza secundaria. Hollis insistió machaconamente en que olvidara el deporte, pero yo continué hasta el incidente con Ace Carmody.
    Después perdí los deseos de seguir jugando, no con la cara hinchada y llena de heridas, no con los chismes que Betsy Dirisko iba contando por allí. Abandoné el equipo, y Hollis me consiguió un empleo en los almacenes locales.
    En febrero de mi penúltimo curso presenté la solicitud de ingreso en la universidad, pagando por ella doce dólares que había escondido en el colchón. Me aceptaron con una pequeña beca y una buena combinación de trabajo y estudio en la biblioteca. La expresión de los Hollis cuando les enseñé los documentos de ayuda económica es el mejor recuerdo de mi vida.
    Uno de mis «hermanos», Curt, se fue de casa. Yo era incapaz de hacer lo mismo. Era demasiado pasivo para dar un paso de esa índole. Habría vuelto al cabo de dos horas de caminata por la carretera. La universidad era la única salida para mí, y la aproveché.
    Lo último que me dijo la señora Hollis cuando partí fue: «Escribe, ¿me oyes? Y envíanos algo cuando puedas». Nunca volví a ver a ninguno de ellos. Obtuve buenas calificaciones en primer curso y aquel verano conseguí un empleo fijo en la biblioteca. Les envié una felicitación de Navidad el primer año, pero fue la única.
    En el primer semestre de segundo curso me enamoré. Era lo más importante que me había sucedido hasta entonces. ¿Guapa? Les habría hecho retroceder dos pasos. Hasta la fecha no tengo la menor idea de qué vio ella en mí. Después fui un simple hábito difícil de abandonar, como fumar o conducir con el codo asomado por la ventanilla. Ella me retuvo algún tiempo, quizá porque no queda abandonar la costumbre. Tal vez me conservó como cosa rara, o quizá simplemente por vanidad. Buen chico, échate, levántate, coge el papel. Toma un beso de buenas noches. No importa. Durante cierto tiempo fue amor, luego algo parecido a amor y finalmente se acabó.
    Me había acostado con ella dos veces, en ambas ocasiones después de que otras cosas hubieran ocupado el lugar del amor. Eso fomentó la costumbre durante algún tiempo. Después ella volvió tras la festividad del Día de Acción de Gracias y dijo que se había enamorado de un chico de Delta Tau Delta. Un tipo nacido en su mismo pueblo. Intenté recuperarla y casi lo conseguí una vez, pero ella poseía algo que no había tenido hasta entonces: perspectiva. La cosa no resultó y cuando terminaron las vacaciones de Navidad los dos estaban comprometidos. Fuera cual fuera mi progreso, todos esos años desde que el incendio borrara del mapa a los actores de películas de la serie B que antaño formaran mi familia, ese detalle lo interrumpió. Aquel alfiler que ella llevaba en la blusa, regalo de su novio.
    Y después, volví a las andadas..., impotente otra vez con las tres o cuatro chicas más complacientes. Podría culpar de ello a mi infancia, decir que nunca tuve modelos sexuales, pero no sería cierto. Jamás había tenido un solo problema con aquella chica. Pero ella se había ido.
    Empecé a tener miedo a las mujeres, un poco. Y no tanto con las que era impotente como con las que no lo era, con las que podía hacer el amor. Me ponían nervioso. Me preguntaba una y otra vez dónde ocultaban las hachas que les gustaba afilar y cuándo iban a consentirme disfrutar con ellas. No soy tan extraño en ese aspecto. Muéstrenme un hombre casado o un hombre con una mujer fija y les demostraré que están preguntándose (quizás únicamente en las primeras horas de la mañana, o los viernes por la noche, cuando ella ha salido a comprar): ¿Qué hace ella cuando no está conmigo? ¿Qué piensa realmente de mí? Y quizá, sobre todo, se pregunten, ¿Cuánto ha conseguido de mí? ¿Cuánto queda? En cuanto empecé a pensar en estas cosas, no pude olvidarlas un momento.
    Me consolé con la bebida y mis calificaciones iniciaron una bajada en picado. Al terminar el primer semestre de aquel curso recibí una carta advirtiéndome que, si no había una mejora antes de seis semanas, retendrían el pago de la beca del segundo semestre. Yo y otros habíamos ido por ahí borrachos y continuamos así durante todas las vacaciones. El último día fuimos a un burdel y yo funcioné muy bien. Había tanta oscuridad que no se veían las caras.
    Mis notas siguieron prácticamente igual. Llamé por teléfono una vez a la chica y grité. También ella gritó, y de un modo que creo la complació. Ni la odié entonces ni la odio ahora. Pero me asustó mucho.
    El 9 de febrero recibí una carta del decano de Artes y Ciencias diciendo que yo había suspendido dos de cada tres asignaturas. El 13 de febrero llegó una vacilante misiva de la chica. Quería que todo se arreglara entre nosotros. Pensaba casarse con el tipo de Delta Tau Delta en julio o agosto, y yo estaba invitado si quería asistir. Eso era casi divertido. ¿Qué regalo de boda podía hacerle? ¿Mi pene con una cinta roja atada al prepucio?
    El día 14, san Valentín, decidí que era hora de cambiar de escenario. Nona apareció después, pero ustedes ya conocen los detalles. Si quieren que todo esto sirva de algo, deben comprender cómo la juzgaba yo. Ella era más guapa que la chica, pero no se trataba de eso. Las caras guapas abundan en una nación próspera. Era su personalidad interna. Había erotismo, pero el erotismo que emanaba de ella era como el de una enredadera..., sexo ciego, algo así como un sexo que se aferra, imposible rechazarlo, que no tiene tanta importancia porque es tan instintivo como la fotosíntesis. No como un animal (eso implica lujuria) sino como una planta. Yo sabía que hacíamos el amor, que lo hacíamos como lo hacen los hombres y las mujeres, pero que nuestra cópula sería tan insulsa, distante y sin sentido como la hiedra que asciende poco a poco por un enrejado bajo el sol de agosto.
    El sexo era importante sólo porque no carecía de importancia.
    Creo... no, estoy seguro de que la violencia fue la verdadera fuerza motriz. La violencia fue real y no un simple sueño. La violencia de Comilonas Joe, la violencia de Norman Blanchette. Y hubo un rasgo ciego y vengativo en ello. Quizás ella fuera una trepadora enredadera al fin y al cabo, ya que la dionea de Venus es una especie de enredadera, pero esa planta es carnívora y ejecuta movimientos animales cuando una mosca o un trozo de carne cruda es puesto en sus fauces. Y todo fue real. La esporulante enredadera sólo puede soñar que fornica, pero estoy seguro que la dionea saborea esa mosca, paladea los esfuerzos cada vez más débiles conforme sus fauces se cierran.
    La última parte fue mi pasividad. Yo no podía rellenar el agujero que había en mi vida. No el agujero dejado por la chica cuando dijo adiós (no deseo hacerla responsable de ello) sino el agujero que siempre había existido, el remolineo oscuro y confuso que nunca cesaba en mi interior. Nona llenó ese hueco. Hizo de mí su brazo. Me obligó a moverme y actuar.
    Me hizo noble.
    Ahora ya pueden comprenderlo un poco. Por qué sueño en ella. Por qué la fascinación perdura pese al remordimiento y la aversión. Por qué la odio. Por qué la temo. Y por qué incluso ahora sigo amándola.

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    Había doce kilómetros desde el peaje de Augusta hasta Gardner y los cubrimos en pocos minutos. Aferré rígidamente la lima de uñas junto a mi costado y contemplé el verde aviso luminoso que se encendía y apagaba en la noche: CONSERVE LA DERECHA PARA SALIDA 14. La Luna había desaparecido y el cielo escupía nieve.
    –Ojalá fuera más lejos –dijo Blanchette.
    –No se preocupe –repuso Nona cordialmente, y noté que su furia zumbaba y se enterraba en la carne inferior de mi cráneo igual que una taladradora–. Déjenos en lo alto de la rampa.
    Blanchette redujo la velocidad al observar el disco de cincuenta kilómetros por hora. Yo sabía qué iba a hacer. Pensé que mis piernas se habían convertido en ardiente plomo.
    La parte superior de la rampa estaba iluminada por un elevado foco. A la izquierda vi las luces de Gardner sobre un fondo nuboso cada vez más espeso. A la derecha, nada aparte de negrura. No había tráfico en ningún sentido en la carretera de acceso.
    Me apeé. Nona se deslizó en el asiento y ofreció una última sonrisa a Norman Blanchette. Yo no sentía inquietud. Ella estaba colaborando en la comedia.
    Blanchette esbozó una irritante sonrisa porcina, aliviado porque casi se había librado de nosotros.
    –Bien, buenas no...
    –¡Oh, el bolso! ¡No se vaya con mi bolso!
    –Yo lo cogeré –le dije.
    Me agaché dentro del coche. Blanchette vio el objeto que yo llevaba en la mano y la porcina sonrisa se esfumó.
    En ese momento aparecieron luces en la colina, pero era demasiado tarde para volverse atrás. Nada me habría detenido. Cogí el bolso de Nona con la mano izquierda. Con la derecha introduje la lima de acero en la garganta del conductor, que gimió brevemente.
    Salí del automóvil. Nona estaba haciendo señas al coche que se acercaba. No lo vi con claridad debido a la oscuridad y la nieve. Lo único que distinguí fueron los brillantes círculos de los faros. Me agazapé detrás del vehículo de Blanchette y atisbé por las ventanillas traseras.
    Las voces casi se perdían en el absorbente cuello del viento.
    – ¿... problema, señorita?
    –... padre –Viento–... ; Un ataque al corazón! ¿Podría... ?
    Di la vuelta sigilosamente al Impala de Norman Blanchette, me agaché. Entonces los vi, la esbelta figura de Nona y una silueta más alta. Al parecer se hallaban junto a una camioneta. Se acercaron hacia la ventanilla del conductor del Chevrolet, donde Norman yacía sobre el volante con la lima de Nona en el cuello. El conductor de la camioneta era un jovencito abrigado con lo que parecía un anorak de las Fuerzas Aéreas. Metió la cabeza en el coche. Yo me levanté detrás de él.
    –¡Dios mío, señorita! –dijo él–. ¡Este hombre tiene sangre! ¿Qué... ?
    Pasé el brazo derecho en torno a su cuello y agarré mi muñeca con la mano del otro brazo. Tiré hacia arriba. La cabeza chocó con el borde de la puerta y produjo un hueco ¡chok! Quedó fláccido en mis brazos. Pude conformarme con eso. El no había visto bien a Nona, no sabía nada de mí. Pude conformarme con eso. Pero él era un entremetido, un estorbo, alguien que obstruía nuestro camino, que intentaba perjudicarnos. Ya estaba harto de que me fastidiaran. Lo estrangulé.
    Después alcé la mirada y vi a Nona iluminada por los opuestos faros del coche y la camioneta. Su expresión era un extravagante rictus de odio, amor, triunfo y alegría. Extendió sus brazos hacia mí y yo corrí hacia ellos. Nos besamos. Sus labios estaban fríos, pero no su lengua. Introduje ambas manos en los secretos huecos de su cabello y el viento bramó alrededor de los dos.
    –Ahora arregla esto –dijo ella–. Antes de que venga alguien más.
    Lo arreglé. Fue una chapuza, pero no hacía falta más. Precisábamos un poco más de tiempo. Después de eso nada importada. Estábamos a salvo.
    El cuerpo del jovencito era ligero. Lo cogí con ambos brazos, lo llevé al otro lado de la carretera y lo eché al barranco por encima de las vallas. Su cadáver rebotó fláccidamente hasta llegar al fondo, daba vueltas, como el espantapájaros que el señor Hollis me ordenaba poner en el maizal todos los años en el mes de julio. Volví a por Blanchette.
    Éste era más pesado, y para colmo sangraba como un cerdo colgado. Intenté levantarlo, retrocedí tres pasos, me tambaleé y el cuerpo se soltó de mis brazos y cayó a la carretera. Le di la vuelta. La nieve recién caída se había pegado a su cara, transformándola en un espeluznante rostro de esquiador.
    Me agaché, lo cogí por las axilas y lo arrastré hasta el terraplén. Sus pies dejaron surcos en la nieve. Lo lancé abajo y lo vi deslizarse sobre su espalda por el terraplén, con los brazos por encima de la cabeza. Sus ojos estaban desorbitados, contemplaban embelesados los copos que caían ante ellos. Si seguía nevando, los cadáveres serían dos vagos bultos cuando llegaran los quitanieves.
    Volví al otro lado de la carretera. Nona había subido ya a la camioneta sin necesidad de decírselo. Vi la pálida mancha de su cara, los oscuros agujeros de sus ojos, pero nada más. Subí al coche de Blanchette, me senté en las franjas de sangre formadas sobre el nudoso forro de vinilo del asiento y llevé el coche hacia el barranco. Apagué los faros, encendí todos los intermitentes y salí. Para cualquier persona que pasara por allí se trataba de un conductor que había tenido problemas con el motor y se había dirigido a la ciudad para buscar un garaje. Sencillo pero práctico. Me complació mucho mi improvisación. Como si hubiera pasado toda mi vida asesinando. Corrí hacia la solitaria camioneta, me situé ante el volante y lo giré hacia la entrada de la autopista.
    Ella se acercó más a mí, sin tocarme pero muy cerca. A veces, cuando se movía, notaba un mechón de su pelo en mi cuello. Como si me tocara un minúsculo electrodo. En otra ocasión tuve que extender la mano y palpar su pierna, para asegurarme de que era real. Ella se rió en silencio. Todo era real. El viento bramaba en torno a las ventanillas, arrojaba nieve en grandes y aleteantes ráfagas.
    Nos dirigimos hacia el sur.

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    Al otro lado del puente de Gretna, al entrar en la 126 en dirección a Freeport, se encuentra una inmensa granja renovada que exhibe el risible nombre de la Liga Juvenil de Blainsville. Tienen doce boleras de bolos ahusados con torcidos recogedores automáticos que normalmente están averiados tres días a la semana, algunos viejos sillones, un tocadiscos con los grandes éxitos de 1957, tres mesas de billar y una barra para tomar Coca Cola y patatas fritas donde también puedes alquilar zapatos para las boleras con la apariencia de haber acabado de quitárselos de los pies algún borrachín muerto. El nombre del lugar es risible porque casi todos los jóvenes de Blainsville van por las noches al autocine de Gretna Hill o a las carreras para turismos de Oxford Plains. Las personas que pasan por aquí suelen ser rufianes de Gretna, Falmouth, Freeport y Yarmouth. Por término medio hay una pelea por noche en el aparcamiento.
    Yo empecé a visitar el lugar cuando era alumno de segundo curso en la escuela de enseñanza secundaria. Uno de mis amigos, Chris Kennedy, trabajaba allí tres noches por semana, y si no había nadie esperando mesa me dejaba jugar gratis al billar. No era mucho, pero mejor que volver a la casa de los Hollis.
    Allí conocí a Ace Carmody. Era de Gretna, y nadie dudaba que era el tipo más rudo de las tres localidades próximas. Conducía un astillado y estriado Ford y se rumoreaba que era capaz de empujarlo varios kilómetros si tenía que hacerlo. Se presentaba igual que un rey, con el cabello peinado hacia atrás con fijador, brillante y con un copete sobre la frente, jugaba alguna partida de billar (era un experto, por supuesto), compraba a Shelley un refresco cuando ella llegaba y después se iba con la chica. Casi se escuchaba un suspiro de alivio por parte de los presentes cuando la rayada puerta de entrada gruñía antes de cerrarse. Nadie salió nunca a pelear con Ace Carmody en el aparcamiento.
    Nadie, es decir, excepto yo.
    Shelley Roberson era su chica, la más guapa de Blainsville, supongo. No creo que ella fuera terriblemente inteligente, pero eso no importaba después de mirarla. Tenía la tez más perfecta que yo conocía, y no era debido a mejunjes y cosméticos. Cabello negro como el carbón, ojos oscuros, boca generosa y un cuerpo que no desentonaba..., y que a ella no le importaba exhibir. ¿Quién se atrevía a darle conversación e intentar avivar el fuego de su locomotora mientras Ace se hallaba cerca? Nadie cuerdo, esa es la respuesta.
    Yo estaba chiflado por ella. No como con la chica y no como con Nona, aunque Shelley parecía una versión más joven de la segunda, pero mi amor era, a su manera, tan desesperado y tan serio. Si alguna vez han padecido algún caso grave de amor pueril, comprenderán cuáles eran mis sentimientos. Ella tenía diecisiete años, era dos años mayor que yo.
    Empecé a ir allí cada vez con más frecuencia, incluso las noches que Chris no venía, sólo para verla un momento. Yo me sentía como un observador de pájaros, con la excepción de que el juego era desesperado para mí. Al regresar a casa mentía cuando los Hollis me preguntaban dónde había estado y subía a mi cuarto. Escribía largas y apasionadas cartas a mi amada, explicándole todo lo que me habría gustado hacerle, y después las rompía. En las aulas de estudio del instituto soñaba que le pedía que se casara conmigo y huyéramos a México. Ella debía de barruntar lo que pasaba, y tenía que sentirse halagada, porque era muy amable conmigo cuando Ace no estaba cerca. Se acercaba y hablaba conmigo, me permitía comprarle un refresco, nos sentábamos en dos taburetes y su pierna rozaba la mía. Eso me volvía loco.
    Una noche, a principios de noviembre, yo me encontraba fantaseando, jugando una partidita de billar con Chris, aguardando la llegada de Shelley. El local estaba desierto porque aún no eran las ocho, y un solitario viento soplaba en el exterior, portando la amenaza del in,>femo.
    –Será mejor que te apartes –dijo Chris mientras metía la bola número nueve en el rincón.
    –Qué me aparte ¿de qué?
    –Ya lo sabes.
    –No, no lo sé.
    Me rasqué la cabeza.
    Chris puso otra bola en la mesa. Dispuso las seis y mientras lo hacía fui al tocadiscos y eché una moneda.
    –Shelley Roberson. –Apuntó cuidadosamente al uno y lo envió paralelo al borde de la mesa–. Jimmy Donner ha comentado con Ace tu forma de ir como un perro detrás de ella. Jimmy piensa que es muy divertido, porque ella tiene más años que tú y todo eso, pero Ace no se ha reído.
    –Ella no significa nada para mí –dije con unos labios que no eran los míos.
    –Mejor que no lo sea –repuso Chris.
    Y en ese instante entraron dos tipos y mi amigo fue al mostrador y les entregó una bola pinta.
    Ace se presentó cerca de las nueve, solo. Nunca antes se había fijado en mí, y yo casi había olvidado las palabras de Chris. Cuando eres invisible acabas creyendo que eres invulnerable. Yo estaba jugando en una máquina, muy concentrado. Ni siquiera noté que el local iba quedando en silencio conforme la gente dejaba de jugar a los bolos o al billar. Lo siguiente que supe es que alguien me había echado contra la máquina. Caí al suelo hecho un ovillo. Me levanté sintiéndome asustado y aturdido. Ace había movido la máquina, dejándome sin las tres partidas que me quedaban. Estaba de pie allí, mirándome, sin un pelo desarreglado, con la cremallera de su chaqueta militar medio bajada.
    –Si no dejas de molestar –dijo en voz baja– te haré una cara nueva.
    Se fue. Todos estaban mirándome y yo deseé que el suelo me tragara hasta que descubrí algo así como reacia admiración en los semblantes de casi todos los presentes. Me quité el polvo de la ropa, impasible, y puse otra moneda en la máquina. La señal de FALTA se encendió. Un par de tipos se acercaron y me dieron unos golpecitos en la espalda antes de marcharse, sin decir nada.
    A las once, hora de cierre del local, Chris se ofreció para llevarme a casa.
    –Vas a caerte si no andas con cuidado.
    –No te preocupes por mí –dije.
    Chris no contestó.
    Dos o tres noches después Shelley entró sola hacia las siete. Había otro tipo allí, un rollizo joven llamado John Dano, pero apenas reparé en su presencia. Era más invisible incluso que yo.
    Shelley vino derecha hacia la máquina donde yo estaba jugando, y se puso tan cerca que olí el aroma de jabón de su piel. El olor me aturdió.
    –Me enteré de lo que Ace te hizo –dijo–. Se supone que no debo hablar contigo y no pienso hacerlo, pero tengo algo que hará más fáciles las cosas.
    Me besó. Después se fue, antes de que yo pudiera despegar mi lengua del paladar. Seguí jugando mareado. Ni siquiera vi a John Dano cuando salió a difundir la noticia. Yo no veía otra cosa aparte de aquellos ojos tan oscuros.
    Y esa noche acabé en el aparcamiento con Ace Carmody, y me dio una señora paliza. Hacía frío, muchísimo frío, y al final me eché a llorar, sin importarme quiénes estaban mirándome o escuchándome, que eran todos. La solitaria lámpara de sodio contempló la escena despiadadamente. Ni uno solo de mis puñetazos tocó a Ace.
    –Muy bien –dijo él, acuclillado junto a mí. Ni siquiera jadeaba. Sacó una navaja automática de su bolsillo y apretó el cromado botón. Quince centímetros de plata bañada por la Luna emergieron en el mundo–. Esto te espera la próxima vez. Grabaré mi nombre en tus pelotas.
    Se levantó, me dio una última patada y se fue. Quedé tendido allí quizá diez minutos, estremeciéndome en el duro pavimento. Nadie vino en mi ayuda, nadie me dio unas palmaditas en la espalda, ni siquiera Chris. Shelley no se presentó para hacer más fáciles las cosas. Finalmente me puse de pie y volví a casa en autostop. Expliqué a la señora Hollis que me había cogido un coche conducido por un borracho y que el coche se había salido de la carretera. Jamás volví a la bolera.
    Ace murió dos años más tarde en una montaña al estrellarse con su elegante Ford contra un volquete de una brigada de reparación de carreteras. Tengo entendido que había abandonado a Shelley por entonces y que ella había ido realmente cuesta abajo a partir de entonces, incluido un caso de gonorrea durante el descenso. Chris dijo que la había visto una noche en una cafetería de las afuera de Lewiston, incitando a beber a los hombres. Había perdido casi todos los dientes y se había partido la nariz en algún punto de su carrera, me explicó Chris. Dijo que yo no la reconocería si la viera. Pero por aquel entonces Shelley ya no me interesaba, en ningún sentido.

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    La camioneta no llevaba neumáticos para nieve, y antes de llegar a la salida de Lewiston empezamos a resbalar en el polvo recién caído. Tardamos más de tres cuartos de hora en recorrer los treinta y cinco kilómetros.
    El encargado de la cabina de peaje de Lewiston cogió el ticket y los sesenta centavos.
    –Un viaje resbaloso, ¿eh?
    Ninguno de los dos le contestamos. Estábamos cerca del lugar al que deseábamos ir. De no haber tenido ese curioso contacto mudo con ella, lo habría deducido igualmente por su forma de sentarse en el asiento lleno de polvo de la camioneta, sus manos dobladas con fuerza en su regazo, los ojos fijos en la carretera con feroz intensidad. Noté un escalofrío que me recorría el cuerpo.
    Proseguimos por la carretera 136. No había muchos coches circulando. El viento era fresco y la nieve estaba alcanzando alturas sin precedentes. Al otro lado de Gretna Village pasamos junto a un enorme Buick Riviera que tras patinar se había subido a la cuneta. Todos sus intermitentes estaban encendidos y yo vi una espectral imagen doble del Impala de Norman Blanchette. Aquel coche debía de estar ya cubierto de nieve, reducido a un bulto fantasmal en la oscuridad. El conductor del Buick trató de hacerme parar, pero yo pasé junto a él sin reducir velocidad y lo dejé atrás salpicado de barro. Los limpiaparabrisas estaban atascados a causa de la nieve acumulada. Extendí una mano y di un golpe al que tenía delante. Parte de la nieve se soltó y conseguí ver con algo más de claridad.
    Gretna era un pueblo desierto, todo estaba a oscuras y cerrado. Conecté el intermitente de la derecha para cruzar el puente que conducía a Blainsville. Las ruedas traseras intentaron eludir mi control, pero evité el patinazo. Delante, al otro lado del río, vi la oscura sombra que era el local de la Liga Juvenil de Blainsville. Tenía un aspecto abandonado y solitario. De pronto me sentí apenado, apenado por tanta violencia. Y por tanta muerte. En ese momento Nona habló por primera vez desde la salida de Gardner.
    –Tenemos a la policía detrás.
    –¿Nos... ?
    –No. Llevan las luces apagadas.
    Pero el detalle me puso nervioso y quizá por eso ocurrió lo que ocurrió. La carretera 136 tiene una curva de noventa grados en la orilla del río donde está Gretna y luego sigue en línea recta por el puente y entra en Blainsville. Tomé la curva, pero había hielo en el lado de Blainsville.
    –Maldita sea. ..
    La parte trasera de la camioneta patinó y, antes de que yo pudiera dominar la situación, chocó con uno de los gruesos puntales de acero del puente. Dimos varias vueltas como en un coche loco de parque de atracciones, y lo siguiente que vi fue el brillo de los reflectores del vehículo policial que iba detrás de nosotros. El coche frenó (vi los reflejos rojos en la nieve que caía) pero el hielo también le afectó. Se echó encima de la camioneta. Topamos de nuevo con los puntales del puente y hubo un estridente chirrido. Caí sobre el regazo de Nona e incluso en esa confusa fracción de segundo tuve tiempo de saborear la lisa firmeza de su muslo. Después todo quedó quieto. El vehículo policial tenía encendida la luz giratoria. Proyectaba azuladas e inquietas sombras que cruzaban el techo de la camioneta y las ristras llenas de nieve del puente de Gretna–Blainsville. La luz interior del coche se encendió en el momento en que el policía se apeaba.
    Si él no hubiera ido detrás de nosotros no habría pasado nada. Ese pensamiento daba vueltas y más vueltas en mi cabeza, como una aguja de tocadiscos confinada a un surco defectuoso. En mi semblante había una tensa mueca fija cuando busqué a tientas en el suelo de la camioneta. Buscaba algo para golpear al policía.
    Había una caja de herramientas abierta. Encontré una llave de cubo y la dejé en el asiento entre Nona y yo. El policía asomó la cabeza por la ventanilla. Su rostro se alteraba como el de un diablo con la intermitente luz azul.
    –Circula con demasiada velocidad dadas las condiciones, ¿no le parece, amigo?
    –Usted iba demasiado cerca, ¿no le parece? –pregunté–. Dadas las condiciones.
    Quizá se sonrojara. Difícil asegurarlo con las fluctuaciones de la luz.
    –¿Está acusándome de algo, hijo?
    –Sí, si es que piensa cargarme con la culpa de las abolladuras de su coche.
    –Enséñeme su carnet de conducir y los documentos del vehículo.
    Saqué la cartera y le di el carnet.
    –¿Y la documentación del vehículo?
    –Es la camioneta de mi hermano. La documentación la tiene él.
    –¿Ah, si? –Me miró fijamente, intentando hacerme bajar los ojos. Cuando comprendió que iba a tardar demasiado, miró a Nona. Le había arrancado los ojos por la expresión que vi en ello–. ¿Cómo se llama usted?
    –Cheryl Craig, señor.
    –¿Y que hace usted en la camioneta del hermano de este hombre en plepa tormenta de nieve, Cheryl?
    –Ibamos a ver a mi tío.
    –¿En Blainsville?
    –Sí.
    –No conozco ningún Craig en Blainsville.
    –Se llama Barlow. Vive en Bowen Hill.
    –¿Ah, sí?
    Se acercó a la parte trasera de la camioneta para mirar la matrícula. Abrí la puerta y asomé la cabeza. El policía estaba anotando el número. El hombre volvió y yo seguía inclinado hacia fuera, iluminado de cintura para arriba por el destello de los faros del coche policial.
    –Voy a... ¿Qué lleva por toda la ropa, hijo?
    No tuve que mirar qué llevaba yo por toda la ropa. También lo llevaba Nona en su ropa. Lo había olido en el abrigo color canela de ella cuando la besé. Hasta ahora yo creía que aquel gesto, inclinarme con la puerta abierta, había sido un acto impensado. Pero después de escribir esta crónica he cambiado de opinión. No creo que fuera un acto impensado, ni mucho menos. Creo que deseaba que el policía lo viera. Agarré la llave de tubo.
    –¿A qué se refiere?
    El dio dos pasos hacia mí.
    –A usted le pasó algo... Se ha herido, eso parece. Será mejor...
    Blandí la llave. Había perdido la gorra en el choque y su cabeza estaba descubierta. Le golpeé en el cráneo, por encima de la frente. Jamás he olvidado el sonido del golpe, igual que medio kilo de mantequilla que cae a un suelo duro.
    –De prisa –dijo Nona.
    Apoyó su tranquilizadora mano en mi cuello. La tenía muy fría, como el ambiente de un húmedo sótano. Mi madre adoptiva, la señora Hollis... , tenía un sótano para guardar alimentos. . .

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    Es curioso que recuerde ese detalle. La señora Hollis me mandaba allí en invierno a buscar conservas que ella misma preparaba. No en latas de verdad, naturalmente, sino en gruesos potes de vidrio con gomas bajo la tapa.
    Bajé allí un día a fin de coger una lata de judías en conserva para la cena. Todas las conservas estaban en cajas, con letreros escritos pulcramente por la señora Hollis. Recuerdo que ella siempre deletreaba mal la palabra frambuesa, y eso me hacía sentir secretamente superior.
    Aquel día pasé junto a las cajas señaladas con el letrero «franvuesas» y me dirigí al rincón donde estaban las judías blancas. El lugar estaba frío y oscuro. Las paredes eran de tierra oscura y cuando el tiempo era húmedo exudaban agua que formaba goteantes y torcidos regueros. El olor era un secreto y siniestro efluvio compuesto de seres vivos, tierra y alimentos en conserva, un olor notablemente similar al de las partes íntimas de una mujer. En una rincón había una vieja y destrozada prensa que estaba allí desde mi llegada a la casa, y a veces yo jugaba con la máquina y fingía que podía hacerla funcionar de nuevo. Me encantaba aquel sótano. En aquellos tiempos (yo tenía nueve o diez años) era mi lugar favorito. La señora Hollis se negaba a poner los pies allí, y la dignidad de su marido se resentía si tenía que bajar a buscar conservas. Por eso iba yo, y olía aquel peculiar aroma secreto y gozaba de la intimidad de su uterina reclusión. Estaba iluminado por una solitaria bombilla llena de telarañas colgada por el señor Hollis, seguramente antes de la guerra con los bóers. De vez en cuando yo retorcía las manos y obtenía enormes y alargados conejos en la pared.
    Cogí las judías y me disponía a salir cuando oí crujidos bajo una de las viejas cajas. Me acerqué y la levanté.
    Había una rata parda, de costado. Movió su cabeza hacia mí y me miró. Su lomo se agitó con violencia y sus dientes asomaron. Era la rata más grande que había visto yo, y me acerqué más. Estaba alumbrando. Dos de las crías, peladas y ciegas, mamaban ya en la barriga del animal. Otra estaba saliendo al mundo.
    La madre me miró, desesperada, preparada para morder. Sentí deseos de matarla, de acabar con las crías, de aplastarlas, pero no pude. Era lo más horrible que había visto. Mientras observaba, una araña de color marrón (un falangio, creo) se arrastró con rapidez por el suelo. La rata la atrapó y se la comió.
    Huí. Al subir la escalera caí y rompí el pote de judías. La señora Hollis me zurró, y jamás volví a bajar al sótano salvo por obligación.

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    Estaba mirando al policía mientras recordaba.
    –De prisa –repitió Nona.
    Aquel cuerpo era mucho más ligero que el de Norman Blanchette, o tal vez mi adrenalina estaba fluyendo con más libertad. Lo cogí con ambos brazos y lo llevé al borde del puente. Las cataratas de Gretna apenas eran visibles corriente abajo, y al otro lado el puente de caballetes del ferrocarril era una solitaria sombra, igual que un patíbulo. El viento nocturno aullaba y bramaba, y la nieve golpeaba mi cara. Por un momento sostuve al policía contra mi pecho como si fuera un dormido niño recién nacido, y luego recordé quién era realmente y lo lancé por la barandilla hacia la oscuridad.
    Volvimos a la camioneta y subirnos, pero el vehículo no arrancaba. Lo intenté una y otra vez hasta que olí el dulzón aroma a gasolina en el desbordado carburador, y me detuve.
    –Vamos –dije.
    Fuimos al coche policial. El asiento delantero estaba repleto de impresos para multas, y había dos tablillas con sujetapapeles. La radio de onda corta situada bajo el tablero crujió y crepitó.
    –Unidad cuatro, adelante, cuatro. ¿Me recibe?
    Bajé la mano y apagué el aparato, no sin antes golpearme los nudillos con algo mientras buscaba el interruptor apropiado. Era una escopeta de caza. Seguramente propiedad personal del policía. La desenganché y la entregué a Nona, que la puso en su regazo. Di marcha atrás al coche. Estaba abollado pero no averiado. Tenía neumáticos para nieve que se aferraban perfectamente al hielo causante de los desperfectos.
    Y llegamos a Blainsville. Las casas, aparte de algún remolque vivienda apartado de la carretera, habían desaparecido. La misma carretera estaba sin hollar todavía y no había marcas aparte de las que dejábamos nosotros. Monolíticos abetos sobrecargados de nieve se alzaban imponentes alrededor de nuestro coche, y me hicieron sentir minúsculo e insignificante, un pequeño bocado atrapado por la gigantesca garganta de la noche. Eran más de las diez.

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    No hice mucha vida social durante mi primer año en la universidad.
    Estudié mucho y trabajé en la biblioteca, guardando libros, reparando encuadernaciones y aprendiendo a catalogar. En la primavera jugué en el equipo suplente de béisbol.
    Casi al final del año académico, poco antes de los exámenes, se celebró un baile en el gimnasio. Yo no tenía nada que hacer, estaba bien preparado para los dos primeros exámenes finales, y bajé a dar una vuelta. Había pagado ya el dólar de la entrada, y fui al gimnasio.
    El lugar estaba a oscuras, atestado, lleno de sudor y frenesí como sólo un baile universitario antes del hacha de los exámenes finales puede estar. Había erotismo en el ambiente. No hacía falta olerlo. Casi podías extender los brazos y asirlo en ambas manos, como un grueso trapo mojado. Podías prever que se haría el amor más tarde, o algo similar a hacer el amor. La gente lo hacía bajo las gradas, en el aparcamiento de la planta generadora de vapor y en los dormitorios. Harían el amor desesperados hombres-niños a punto de ir al servicio militar y bonitas universitarias que abandonarían los estudios ese año para volver a casa y fundar una familia. Lo harían con lágrimas y risas, ebrios y sobrios, tensamente y sin ninguna inhibición. Pero, sobre todo, lo harían rápidamente.
    Había algunos varones solos, pero no muchos. No era una noche para salir solo. Pasé junto a la tarima del conjunto. Al acercarme al sonido, el ritmo, la música se convirtió en algo palpable. El conjunto tenía detrás un semicírculo de amplificadores de metro y medio de altura, y podías notar la fluctuación de tus tímpanos siguiendo el ritmo de la signatura del bajo.
    Me apoyé en la pared y miré. Los bailarines ejecutaban los movimientos prescritos (como si fueran tríos en vez de parejas, con un tercer elemento invisible pero entre los otros dos, encorvado por delante y por detrás) y agitaban los pies sobre el serrín esparcido anteriormente en el barnizado piso. No vi a nadie conocido y empecé a sentirme solitario, placenteramente solitario. Me hallaba en esa fase de la noche donde imaginas que todo el mundo está mirándote, a ti, el romántico desconocido, por el rabillo del ojo.
    Media hora más tarde salí y pedí un refresco en el vestíbulo.
    Cuando volví a entrar alguien había iniciado un baile circular y me obligaron a participar. Mis brazos se apoyaron en los hombros de dos chicas hasta entonces desconocidas. Dimos vueltas y más vueltas. Tal vez había doscientas personas en el círculo, y éste ocupaba medio gimnasio. Luego una parte del círculo se deshizo y veinte o treinta personas formaron otro en el centro del primero y se movieron en dirección contraria. Me mareé. Vi una chica parecida a Shelley Roberson, pero comprendí que se trataba de una fantasía. Cuando quise localizarla de nuevo, ni la vi a ella ni a nadie que se le pareciera.
    En cuanto el numerito terminó, me sentí débil y no muy bien. Pasé otra vez junto al conjunto y me senté. La música sonaba con excesiva fuerza, el ambiente era empalagoso. Oí los latidos de mi corazón en la cabeza, igual que sucede después de la peor borrachera de tu vida.
    Hasta ahora pensaba que lo que sucedió a continuación se debió a que yo estaba cansado y un poco mareado después de tantas vueltas, pero tal como he dicho antes, este relato ha aportado mayor claridad.
    No puedo seguir pensando lo mismo.
    Alcé los ojos otra vez hacia los bailarines, hacia las maravillosas personas que corrían en la penumbra. Pensé que todos los varones estaban aterrorizados, con la cara alargada hasta componer grotescas máscaras que se movían a cámara lenta. Era comprensible. Todas las féminas (universitarias con suéters, faldas cortas o pantalones acampanados) estaban transformándose en ratas. Al principio ese detalle no me asustó. Incluso me reí. Sabía que estaba presenciando una alucinación, y durante un rato contemplé la escena con práctico desapasionamiento.
    Luego una jovencita se puso de puntillas para besar a su compañero, y ya no aguanté más. Un rostro peludo y retorcido con negros ojos que parecían postas se alzó con la boca abierta, dejando ver los dientes...
    Me fui.
    Permanecí en el vestíbulo un momento, medio distraído. Había un cuarto de aseo al final del pasillo, pero pasé junto a él y subí la escalera.
    El vestuario se hallaba en la tercera planta y tuve que echar a correr en el último tramo de escalera. Abrí la puerta de un empujón y corrí hacia uno de los retretes. Vomité entre los combinados olores de linimento, sudorosos uniformes y cuero aceitado. La música de abajo quedaba muy lejos, y el silencio del vestuario era virginal. Me sentí aliviado.

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    Habíamos llegado a una señal de «Stop» en Southwest Bend. El recuerdo del baile me había excitado por alguna razón incomprensible para mí. Estaba temblando.
    Nona me miró, me ofreció la sonrisa de sus oscuros ojos.
    –¿Ahora?
    No pude responderle. Temblaba demasiado para hablar. Ella hizo un lento gesto de asentimiento.
    Me dirigí hacia un desvío de la carretera 7 que debía de ser un camino forestal en verano. No me introduje demasiado porque tenía miedo de perderme. Apagué los faros y escamas de nieve empezaron a amontonarse en silencio en el parabrisas. Algo así como un sonido escapaba, era arrastrado fuera de mi boca. Creo que debió de ser una imitación oral de los pensamientos de un conejo atrapado en un cepo.
    –Aquí –dijo Nona–. Aquí mismo.
    Fue un éxtasis.

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    Casi no pudimos volver a la carretera principal. El quitanieves había pasado por allí, con sus anaranjadas luces parpadeando con brillantez en la noche, dejando un enorme muro de nieve en nuestro camino.
    Había una pala en el maletero del coche. Tardé media hora en apartar la nieve, y por entonces ya era medianoche. Nona conectó la radio policial mientras yo hacía eso, y el aparato nos informó de lo que debíamos saber. Habían encontrado los cadáveres de Blanchette y el jovencito de la camioneta. Sospechaban que nosotros habíamos robado el vehículo policial. El policía se llamaba Essegian, un apellido curioso. Había un importante jugador de rugby llamado Essegian..., creo que jugaba con los Dodgers. Quizá yo había matado a un familiar suyo. No me inquietó enterarme del apellido del policía. El había estado siguiéndonos demasiado cerca y nos había molestado.
    Salimos a la carretera principal.
    Noté la excitación de Nona, intensa, caliente, ardiendo. Me detuve el tiempo suficiente para limpiar el parabrisas con el brazo y luego proseguimos nuestro camino.
    Atravesamos la parte oeste de Blainsville y supe por dónde girar sin necesidad de que me lo dijeran. Un letrero cubierto de nieve informaba que ésa era la carretera de Stackpole.
    El quitanieves no había pasado por allí, pero un vehículo nos había precedido. Las huellas de sus neumáticos continuaban marcadas en la turbulenta nieve.
    Dos kilómetros; después menos de dos kilómetros. La brutal ansiedad, la urgencia de Nona llegaba hasta mí y de nuevo me sentí nervioso. Doblamos una curva y allí estaba el camión de la empresa eléctrica, carrocería de brillante tono anaranjado y luces de aviso que vibraban con el color de la sangre. Estaba bloqueando la carretera.
    No pueden imaginar la rabia de Nona (de los dos, en realidad, porque después de todo lo ocurrido éramos una sola persona). No pueden imaginar la abrumadora sensación de intensa paranoia, la convicción de que todo el mundo pretendía fastidiarnos.
    Había dos hombres. El primero era una sombra acurrucada en la oscuridad. El segundo sostenía una linterna y se acercó a nosotros haciendo oscilar la luz como un espeluznante ojo. Y había algo más aparte de odio. Había miedo..., miedo de que todo saliera mal en el último momento.
    El hombre estaba gritando, y yo abrí la ventanilla.
    –¡No puede pasar por aquí! ¡Vaya por la carretera de Bowen! ¡Tenemos un cable cargado aquí mismo! ¡No puede...!
    Salí del coche, alcé la escopeta y disparé los dos cartuchos. El hombre salió forzosamente despedido hacia atrás y chocó en el anaranjado camión y yo me tambaleé y caí contra el coche. El herido fue deslizándose hacia el suelo centímetro a centímetro, sin dejar de mirarme incrédulamente, y por fin se derrumbó en la nieve.
    –¿Hay más cartuchos? –pregunté a Nona.
    –Si.
    Me los dio. Abrí la escopeta, expulsé los cartuchos usados y puse los nuevos.
    El compañero del muerto se había incorporado y estaba observándome con enorme incredulidad. Me gritó algo que se perdió en el viento. Parecía una pregunta, pero no importaba. Yo iba a matarlo. Me acerqué a él y el hombre permaneció inmóvil, mirándome.
    No se movió, ni siquiera cuando alcé la escopeta. Creo que no tenía la menor idea de lo que estaba pasando. Creo que pensó estar soñando.
    Disparé, demasiado bajo. Un torbellino de nieve hizo erupción y cubrió al desgraciado. Después el hombre chilló, lanzó un enorme chillido de terror y echó a correr, pasando con un gigantesco salto sobre el cable eléctrico extendido en la carretera. Disparé el segundo cartucho y fallé de nuevo. El hombre se perdió en la oscuridad y yo me olvidé de él. Ya no nos molestaba. Volví al vehículo policial.
    –Tendremos que ir a pie –dije.
    Pasamos junto al cadáver, saltamos sobre el chisporroteante cable y seguimos caminando por la carretera, siguiendo las espaciadísimas huellas del fugado. La nieve acumulada alcanzaba a veces las rodillas de Nona, pero ella se mantuvo siempre por delante de mí. Ambos jadeábamos.
    Llegamos a una elevación y bajamos por una estrecha pendiente. A un lado se alzaba una torcida y abandonada cabaña con ventanas sin vidrios. Nona se detuvo y asió mi brazo.
    –Allí –dijo, y señaló hacia el otro lado.
    Me tenía agarrado el brazo con fuerza, dolorosamente a pesar de estar mi abrigo en medio. Su semblante estaba fijo en un feroz rictus de triunfo.
    –Allí. Allí.
    Era un cementerio.
    Resbalamos y caímos al cruzar la cuneta y trepamos por una pared de piedra cubierta de nieve. Yo también había estado allí, por supuesto. Mi madre real había nacido en Blainsville, y aunque ella no había vivido allí con mi padre, el terreno de la familia había estado ubicado allí. Mi madre lo recibió como regalo de sus padres, que habían vivido y muerto en Blainsville. Durante el incidente con Shelley Roberson yo había ido con frecuencia al cementerio para leer poemas de John Keats y Percy Shelley. Supongo que pensarán que hacer tal cosa es una condenada extravagancia, pero yo no pensaba lo mismo.
    Ni siquiera ahora lo juzgo así. Me sentía cerca de ellos, consolado.
    Después de que Ace Carmody me diera aquella paliza jamás regresé al cementerio. No hasta que Nona me condujo allí.
    Resbalé y caí en el suelto polvo de nieve, y me torcí el tobillo. Me levanté y continué andando con esa pierna levantada y la escopeta a modo de muleta. El silencio era infinito e increíble. La nieve caía formando suaves líneas rectas, se amontonaba sobre las inclinadas lápidas y cruces, enterraba todo excepto las puntas de los oxidados mástiles, que sólo sostenían banderas el Día de los Veteranos y la festividad dedicada a los soldados muertos en campaña. El silencio era impío por su intensidad, y por primera vez sentí terror.
    Nona me condujo hacia una construcción de piedra que se alzaba en la arrugada pendiente de la colina, detrás del cementerio. Una cripta. Ella tenía la llave. Yo sabía que ella tendría una llave, y así fue.
    Nona sopló para apartar la nieve de la cerradura y localizó el agujero. El ruido de las guardas al girar pareció extenderse por la oscuridad. Nona se apoyó en la puerta y ésta giró hacia adentro.
    El olor que brotó del interior fue frío como el otoño, frío como el ambiente del sótano de los Hollis. Sólo pude ver una pequeña parte de la cripta. Había hojas secas en el suelo de piedra. Nona entró, se detuvo, me miró por encima del hombro.
    –No –dije.
    Ella se rió de mí.
    Permanecí en la oscuridad mientras percibía que todo iba confluyendo: el pasado, el presente y el futuro. Sentí deseos de correr, de correr y chillar, de correr con la suficiente rapidez para anular todo lo que había hecho.
    Nona seguía mirándome, la mujer más hermosa del mundo, la única cosa que había sido mía en toda mi vida. Me hizo un gesto con las manos sobre el cuerpo. No voy a explicarles el significado. Lo habrían sabido si lo hubieran visto.
    Entré. Ella cerró la puerta.
    La cripta estaba a oscuras pero yo veía perfectamente. El lugar estaba iluminado por un fuego verde que ardía despacio. Se extendía por las paredes y serpenteaba por el suelo cubierto de hojas como si fueran retorcidas lenguas. Había un féretro en el centro de la cripta, pero estaba vacío. Pétalos de marchitas rosas yacían diseminados alrededor. Nona me llamó por gestos y señaló la puertecilla situada en la parte trasera. Una puerta pequeña, sin letrero alguno. Me produjo pavor. Creo que en ese momento lo comprendí. Ella me había utilizado y se había reído de mí. Iba a destruirme.
    Pero no pude contenerme. Me acerqué a la puertecilla porque debía hacerlo. Aquel telégrafo mental seguía emitiendo algo que yo consideraba gozo, un gozo terrible, demente, y triunfo. Mi mano se extendió trémula hacia la puerta. Estaba cubierta de verde fuego.
    La abrí y vi lo que había dentro.
    Era la chica, mi chica. Muerta. Sus ojos contemplaban inexpresivos aquella cripta de octubre, miraban los míos. Oía a besos furtivos.
    Estaba desnuda y la habían rajado desde el cuello hasta las ingles. Su cuerpo era un estéril útero. Y sin embargo algo vivía allí. Las ratas. No pude verlas pero las escuché, oí sus murmullos allí dentro, en las entrañas de ella. Sabía que al cabo de un momento la reseca boca de la chica se abriría y me hablaría de amor. Retrocedí, con todo el cuerpo entumecido y el cerebro flotando en una oscura nube de espanto.
    Miré a Nona. Ella estaba riéndose, con los brazos extendidos hacia mí. Y en una repentina llamarada de comprensión lo comprendí, lo comprendí, lo comprendí. Había pasado la última prueba. ¡Estaba libre !
    Volví la cabeza hacia la puertecilla y naturalmente no era más que un vacío armario de piedra con hojas muertas en el suelo.
    Me acerqué a Nona. Me acerqué a la vida.
    Sus brazos me rodearon el cuello y yo atraje su cuerpo hacia el mío.
    En ese momento ella empezó a cambiar, a fluctuar y derretirse como cera. Los oscuros ojazos se volvieron pequeños, como cuentas. El cabello se hizo burdo, perdió color. La nariz se acortó, las ventanas nasales se dilataron. Su cuerpo se aterronó y encogió junto al mío.
    Me estaba abrazando una rata.
    Su boca sin labios se extendió hacia la mía.
    No chillé. No me quedaban chillidos. Dudo que vuelva a chillar.

    ------------------------------------------------------------------------------------------------------------

    Qué calor hace aquí.
    No me importa el calor, realmente no. Me gusta sudar si después puedo ducharme, siempre he considerado el sudor como una virtud masculina, pero a veces hay bichos que pican..., arañas, por ejemplo.
    ¿Sabían que las hembras de las arañas pican y devoran a sus compañeros? Lo hacen, inmediatamente después del apareamiento. Y además oigo ruidos presurosos en las paredes. No me gusta eso.
    Tengo el calambre de los escribientes, y la punta de fieltro de la pluma está blanda y espumosa. Pero ya he terminado. Y las cosas parecen distintas. No las veo igual que antes.
    ¿Saben que durante algún tiempo casi me convencieron de que yo había hecho todas esas cosas horribles? Aquellos hombres del bar para camioneros, el tipo del camión de la empresa eléctrica que huyó. Dijeron que yo iba solo. Yo estaba solo cuando me encontraron, casi muerto de frío en aquel cementerio, junto a las lápidas de mi padre, mi madre y mi hermano Drake. Pero eso sólo significa que ella se fue, es evidente. Cualquier tonto lo comprendería. Pero me alegra que ella se fuera. De verdad. Aunque deben saber que ella estuvo conmigo siempre, en todas las etapas del viaje.
    Voy a suicidarme. Será mucho mejor. Estoy harto de culpabilidad, agonía y pesadillas, y además no me gustan los ruidos de las paredes.
    Ahí dentro puede haber cualquier cosa. O nada.
    No estoy loco. Yo lo sé y confío en que ustedes lo sepan también. Si afirmas que no estás loco, eso se supone que significa que sí lo estás.
    Pero me aburren esos jueguecillos. Ella me acompañó, fue real. La amo. El amor auténtico no muere jamás. Así firmaba yo todas mis cartas a Shelley, las cartas que luego rompía.
    Nunca he hecho daño a ninguna mujer, ¿verdad que no?
    Jamás hago daño a ninguna mujer.
    Ella fue mi único amor auténtico.
    Qué calor hace aquí. Y no me gustan los ruidos de las paredes.
    El amor auténtico no muere nunca.

    FIN

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