Publicado en
septiembre 12, 2010
Un Tratado en Tres Partes
INTRODUCCIÓN
Los complicados rituales de los antiguos Misterios y los ceremoniales más simples de las instituciones religiosas modernas tuvieron un propósito común: fueron ideados para preservar, por medio de dramas simbólicos y procesionales, ciertos procedimientos secretos y sagrados, gracias a la comprensión de los cuales el hombre puede efectuar más inteligentemente su salvación. Las páginas que siguen serán dedicadas a interpretar algunas de estas alegorías de acuerdo con la doctrina de los antiguos sabios y videntes.
Cada hombre tiene su propio mundo. Mora en el centro de su pequeño universo como señor y regente de las partes que lo constituyen. Algunas veces se comporta como un rey sabio, dedicando su vida a las necesidades de sus súbditos, pero más frecuentemente es un tirano que impone muchas formas de injusticia sobre sus vasallos, ya por ignorancia de sus necesidades o por incomprensión del desastre final que está trayendo sobre sí mismo. El cuerpo del hombre es un templo viviente, y él es el supremo sacerdote, colocado allí para mantener la Casa del Señor en orden. Los templos antiguos fueron diseñados, calcándolos del cuerpo humano, como se comprobará estudiando los planos del santuario de Karnak o los de la iglesia de San Pedro en Roma. Y si los lugares de iniciación eran copias del cuerpo humano, los rituales que se realizaban en las distintas cámaras y corredores simbolizaban ciertos procesos que tienen lugar también, en el cuerpo humano.
La Francmasonería es un excelente ejemplo de una doctrina que sugiere, mediante ceremonias y dramas, que la regeneración del alma humana es en gran parte un problema fisiológico y biológico. Por esta razón la Orden está dividida en dos partes: la Masonería especulativa y la operativa. En el Templo de la Logia, la Masonería es especulativa, porque la Logia es solamente un símbolo del organismo humano. La Masonería operativa consiste en una serie de actividades místicas que tienen lugar dentro del organismo físico y espiritual de aquéllos que han asumido sus obligaciones.
La posesión de las claves ocultas para la salvación humana por medio del conocimiento de sí mismo fue el objetivo por el cual trabajaron los sabios de todas las edades. La esperanza de poseer estas fórmulas secretas fue la que fortaleció a los candidatos que valientemente luchaban contra todos los peligros y obstáculos de las antiguas iniciaciones, los que a veces perdían la vida en la búsqueda de la verdad. Las iniciaciones de los Misterios paganos no eran juegos de niños. Los sacerdotes druidas consumaban su ritual iniciatorio enviando a los aspirantes a alta mar en un pequeño bote que apenas sí podía navegar. Algunos de ellos nunca regresaban de esa aventura, porque al levantarse una repentina ráfaga, el bote zozobraba inmediatamente.
En la América Central, en la época en que los Misterios de los indios mexicanos estaban en su esplendor, los aspirantes que buscaban el conocimiento eran enviados a tenebrosas cavernas armados con una espada, y se les prevenía que si descuidaban su vigilancia, aunque sólo fuera por un instante, sufrirían una muerte horrenda. Durante horas los neófitos vagaban, rodeados por extrañas bestias que parecían más terribles aún de lo que eran debido a la obscuridad de las cavernas. Por último, fatigados y al borde del desaliento, se encontraban ante el umbral de una habitación magníficamente iluminada, cavada en la roca viva. A medida que ellos se detenían, sin saber qué camino tomar, se sentía un batir de alas, un aullido demoníaco y una gran figura con alas de murciélago y cuerpo de hombre pasaba velozmente sobre las cabezas de los aspirantes, blandiendo una gran espada con un tajante filo. Esta criatura era llamada el Dios-Vampiro. Su deber era tratar de decapitar a los que pretendían ser admitidos en los Misterios. Si los neófitos estaban desprevenidos o se encontraban demasiado exhaustos para defenderse, morían en el sitio, pero si todavía tenían suficiente presencia de ánimo para escapar a este inesperado peligro o para saltar a un lado a tiempo, el Dios-Vampiro desaparecía y la habitación se llenaba de sacerdotes que daban la bienvenida a los nuevos iniciados y los instruían en la sabiduría secreta. La identidad del Dios-Vampiro ha sido objeto de muchas controversias, porque si bien aparece muy a menudo en el arte mexicano y en los Códices iluminados, nadie sabe quién o qué era realmente. Podía volar sobre las cabezas de los neófitos y era del tamaño de un hombre, pero vivía en las profundidades de la tierra y jamás se lo veía salvo durante los Misterios, aunque ocupaba una posición importante en el Panteón de los indios aztecas.
Los Misterios de Mitra eran también verdaderas pruebas de valor y de perseverancia. En estos ritos los sacerdotes, disfrazados de bestias feroces y animales fantásticos, atacaban a los aspirantes que pasaban por las tenebrosas cavernas en que se efectuaban las iniciaciones. El derramamiento de sangre no era raro, y muchos perdieron la vida luchando por el Gran Arcano. Cuando el emperador Cómodo de Roma fue iniciado en los cultos de Mitra, como era notablemente hábil en el manejo de la espada, se defendió tan valientemente que mató por lo menos a uno de los sacerdotes e hirió a otros varios. En los Misterios Sabazianos se colocaba una serpiente ponzoñosa sobre el pecho del candidato, quien fracasaba en su iniciación si mostraba el menor signo de temor. Estos incidentes de los antiguos rituales pueden darnos una vislumbre de las pruebas por las que eran forzados a pasar los buscadores de la verdad para merecer penetrar en el santuario de la sabiduría. Pero cuando consideramos el conocimiento que recibían si lograban el éxito, comprendemos que se justificaban los riesgos, porque de entre las columnas de las puertas de los Misterios salieron un Platón y un Aristóteles, y otros cien, atestiguando positivamente el hecho de que en sus días el Verbo no estaba perdido.
Las torturas de la iniciación y las severas pruebas mentales y físicas servían para eliminar a todos aquéllos que no tenían la aptitud necesaria para que se les pudieran confiar los poderes secretos que poseían los sacerdotes y que eran transmitidos a los nuevos iniciados en el momento de ser “elevados”. Aquéllos que se resistieron a ser colgados de altas cruces durante nueve horas hasta quedar inconscientes, como Apolonio de Tiana, iniciado en la Gran Pirámide, jamás revelarían las enseñanzas secretas a causa del temor a torturas corporales, y los que observaron la disciplina de Pitágoras, que ordenaba permanecer en silencio, sin hablar con nadie, durante cinco años, como primer requisito para entrar en su escuela, no es probable que revelaran a causa de irreflexiva indiscreción alguna parte del Misterio vedado a los no iniciados. Debido al extremo cuidado que se ponía en elegir y probar a los aspirantes y a la notable habilidad que tenían los sacerdotes para conocer la naturaleza humana, nunca hubo ninguno de ellos que traicionara los más importantes secretos del templo. Por esa razón el Verbo quedó perdido para todos, salvo para los que siempre cumplieron los requisitos de los antiguos Misterios, puesto que la ley estableció que a aquéllos que vivieran la vida la doctrina les sería revelada.
Es ilícito interiorizar a los no iniciados de las claves que cierran los eslabones de la cadena de los Misterios. Es permisible, sin embargo, sin traicionar la confianza, explicar algunos de los secretos menores, la consideración de los cuales no sólo vindicará la integridad de los antiguos hierofantes, sino que también revelará parte del Divino Misterio de la naturaleza humana. Nunca se podrá recalcar suficientemente que, a pesar de lo pretendido en contrario, el Arcanum operativo del templo jamás ha sido revelado públicamente. Unos pocos candidatos que siguieron sólo por un corto trecho el sendero, y que se desalentaron o fueron eliminados por su falta de honestidad consigo mismos, han tratado de revelar lo que sabían, pero la debilidad que los impulso a traicionar ya había sido advertida por sus instructores. Por lo tanto, jamás les fue dado nada que pudiera suministrarles un eslabón para relacionar las enseñanzas externas con la sabiduría del santuario. El mundo interno del hombre, no el mundo externo, fue el objetivo de los Misterios de la antigüedad. De ahí que solemos considerar ignorantes a los antiguos sacerdotes al compararlos con nosotros mismos; pero si bien el mundo moderno está dominando al universo visible y levantando una civilización colosal, ignora en el más absoluto sentido de la palabra lo que es ese misterioso poder o soplo de energía que mora en el centro de toda cosa viviente, sin el cual no pudo jamás efectuarse ninguna investigación ni levantarse ciudad alguna. El hombre nunca es verdaderamente sabio hasta que empieza a sondear el enigma de su propia existencia, y los templos de iniciación son los únicos depositarios de ese conocimiento, un conocimiento que le permitirá deshacer el nudo gordiano de su propia naturaleza. Sin embargo, las grandes verdades espirituales no se hallan tan profundamente ocultas como pudiera suponerse. La mayor parte de ellas se exponen a la vista, en todo tiempo, pero no se las reconoce porque están envueltas en símbolos y alegorías. Cuando la raza humana aprenda a descifrar el lenguaje del simbolismo y de la alegoría, un gran velo caerá de los ojos de los hombres. Entonces conocerán la verdad, y, lo que es más aun, se darán cuenta de que desde el principio la verdad ha estado en el mundo sin ser reconocida, salvo por unos pocos, pero gradualmente en creciente numero, designados por los Señores de la Aurora como ministros de las necesidades de las criaturas humanas, que están luchando por recuperar su conciencia de la Divinidad.
El Supremo Arcano de los antiguos era la clave de la naturaleza y poder del fuego. Desde el día en que las jerarquías descendieron por primera vez en la isla sagrada del casquete polar, se decretó que el fuego sería el símbolo supremo de esa misteriosa y abstracta divinidad que mora en Dios, el hombre y la Naturaleza. El Sol era considerado un gran fuego en medio del universo. En la ardiente esfera del Sol moraban misteriosos espíritus que dominaban el fuego, y, en honor a esta gran luz, ardían fuegos en los altares de innumerables naciones. El fuego de Zeus ardía en la Colina Palatina, el fuego de Vesta en el altar doméstico y el fuego de la aspiración en el altar del alma.
PRIMERA PARTE
EL FUEGO, DEIDAD UNIVERSAL
Desde los tiempos primitivos, el hombre ha venerado al fuego sobre todos los demás elementos. Hasta el salvaje más inculto parece reconocer en la llama algo que se asemeja estrechamente al volátil fuego que arde en su propia alma. La misteriosa, vibrante, radiante energía del fuego que estaba más allá de su capacidad de análisis; pero, sin embargo, sentía su poder. El hecho de que durante las tormentas el fuego descendía en rayos poderosos desde el cielo, abatiendo árboles y causando destrucción, hizo que los hombres primitivos reconocieran en su furia la ira de los dioses. Luego, cuando el hombre personificó los elementos y creó los numerosos Panteones que ahora existen, colocó en manos de la Suprema Deidad la antorcha, el rayo o la espada flamígera, y sobre su cabeza una corona, cuyas puntas doradas simbolizaban los flamígeros rayos del Sol. Los místicos han descubierto que la adoración del Sol se remonta a la primitiva Lemuria, y la del fuego, a los orígenes de la raza humana. En verdad, el elemento fuego controla hasta cierto punto los reinos animal y vegetal, y es el único elemento que puede subyugar a los metales. Consciente o instintivamente, todo ser viviente honra al astro del día. El mirasol siempre tiende a dar frente al disco solar. Los Atlantes eran adoradores del Sol, mientras que los indios americanos (restos del antiguo pueblo Atlante) todavía consideran al Sol como representante del Supremo Dador de Luz. Muchos pueblos primitivos creían que el Sol era más bien reflector que fuente de luz, como lo prueba el hecho de que frecuentemente representaban gráficamente al Dios-Sol llevando al brazo un escudo de metal muy bruñido, en el cual estaba cincelada la faz solar. Este escudo retenía la luz del Infinito, reflejándola a todos los lugares del universo. Durante el año, el Sol pasa a través de las doce casas de los cielos, donde, como Hércules, realiza doce labores. La muerte y la resurrección anual del Sol ha sido un tema favorito en innumerables religiones. Los nombres de casi todos los grandes Dioses y Salvadores han estado asociados con el elemento fuego, la luz solar o su correlativa la mística y espiritual luz invisible. Júpiter, Apolo, Hermes, Mitra, Baco, Dionisio, Odín, Buddha, Krishna, Zoroastro, Fo-Hi, Iao, Vishnu, Shiva, Agni, Balder, Híram Abiff, Moisés, Sansón, Jasón, Vulcano, Urano, Alá, Osiris, Ra, Bel, Baal, Nebo, Serapis y el rey Salomón son algunas de las numerosas deidades y superhombres cuyos atributos simbólicos derivan de las manifestaciones del poder solar y cuyos nombres indican su relación con la luz y el fuego.
De acuerdo con los Misterios Griegos, los dioses, contemplando el mundo desde el monte Olimpo, se arrepintieron de haber creado al hombre, y no habiéndole dado nunca a ese ser primitivo un espíritu inmortal, decidieron que nada se perdería si esos disconformes, pendencieros e ingratos humanos fueran completamente destruidos, dejando vacante el lugar que ocupaban para una raza más noble. Pero, al descubrir los planes de los dioses, Prometeo, que encerraba en su corazón un gran amor por la luchadora humanidad, decidió traer al hombre el fuego divino que haría a la raza humana inmortal, de tal forma que ni los dioses podrían destruirla. Así Prometeo voló hacia el hogar del Dios-Sol, y encendiendo una pequeña caña en el fuego solar, la trajo a los hijos de la Tierra, previniéndoles que el fuego debería ser siempre usado para la glorificación de los dioses y el desinteresado servicio de unos a otros. Pero los hombres fueron irreflexivos y egoístas. Tomaron el fuego divino que les había traído Prometeo y lo emplearon para destruirse unos a otros. Incendiaron las casas de sus enemigos y, con la ayuda del calor, templaron el acero para hacer espadas y armaduras. Se volvieron más egoístas y arrogantes, y desafiaron a los dioses, pero ellos no podían ahora ser destruidos, porque poseían el fuego sagrado. Por su desobediencia, Prometeo (igual que Lucifer) fue encadenado, pero al héroe griego se lo puso en la cima del monte Cáucaso, donde debía soportar a un buitre que le picoteara el hígado hasta que un ser humano lograra dominar el fuego sagrado y se hiciera perfecto. Esta profecía la cumplió Hércules, que ascendió al Cáucaso, rompió los grilletes de Prometeo y libertó al amigo del hombre que había estado sometido al tormento por larguísimo tiempo. Hércules representa al iniciado, que, como su nombre lo indica, participa de la gloria de la luz. Prometeo es el vehículo de la energía solar. El fuego divino que trajo a los hombres es una esencia mística en su propia naturaleza, que deben regenerar y redimir si quieren liberar de la roca de sus bajas naturalezas físicas, a sus propias almas crucificadas.
De acuerdo con la filosofía oculta, el Sol es en realidad un astro de triple manifestación, siendo dos partes de su naturaleza invisibles. El globo que vemos es meramente la fase más baja de la naturaleza solar y es el cuerpo del Demiurgo o, como la denominan los judíos, Jehová, y los brahmanes, Shiva. Como el Sol está simbolizado por un triángulo equilátero, se dice que los tres poderes del disco solar son iguales. Las tres fases del Sol son llamadas: Voluntad, Sabiduría y Acción. La Voluntad está relacionada con el principio de vida, la Sabiduría con el de la luz, y la Acción o Fricción, con el principio del calor. Por la Voluntad fueron creados los cielos, y la vida eterna continúa en suprema existencia: por la Acción, la fricción y el esfuerzo fue formada la Tierra, y el universo físico modelado por los “Señores del Fuego" pasó gradualmente del estado de fusión a su más ordenada condición actual.
Así se formaron los cielos y la Tierra, pero entre ambos había un gran vacío, porque Dios no comprendía a la Naturaleza y la Naturaleza no comprendía a la Deidad. La falta de intercambio entre estas dos esferas de conciencia era similar al estado de parálisis en que la conciencia reconoce la condición del cuerpo, pero, debido a la falta de conexión nerviosa, es incapaz de gobernar o dirigir las actividades corporales. Por lo tanto, entre la vida y la acción vino un mediador, que fue llamado Luz o Inteligencia. La Luz participa tanto de la vida como de la acción: es la esfera de unión. La Inteligencia ocupó el espacio entre el cielo y la Tierra; por su intermedio el hombre supo de la existencia de su Dios, y Dios comenzó a subvenir a las necesidades de los hombres. Mientras la vida y la acción eran simples substancias, la luz era un compuesto, porque la parte invisible de la luz era de la naturaleza del cielo, y la visible, de la naturaleza de la Tierra. A través de las edades se dice que esta luz estuvo corporizándose. Aunque estos cuerpos testimonian esa luz, la gran verdad espiritual tras ese símbolo de luz corporizada, es que en el alma de toda criatura dentro de cuya mente nace la inteligencia, mora un espíritu que asume la naturaleza de esta inteligencia. Todo hombre o mujer verdaderamente inteligente que está trabajando para difundir la luz en el mundo es Cristianado o Iluminado por la labor misma que está tratando de realizar. El hecho de que la luz (inteligencia) participe a la vez de las naturalezas de Dios y de la Tierra es probado por los hombres dados a las personificaciones de esta luz, porque unas veces son llamados los “Hijos del Hombre” y otras los “Hijos de Dios”.
Al iniciado en los Misterios se le enseñaba siempre la existencia de tres soles, el primero de los cuales - el vehículo de Dios-Padre iluminaba y fervorizaba su espíritu; el segundo - el vehículo de Dios-Hijo - desarrollaba y expandía su mente; y el tercero - el vehículo de Dios-Espíritu Santo - nutría y fortalecía su cuerpo. La luz no es solamente un elemento físico, sino también mental y espiritual, y se enseñaba al discípulo en el templo a reverenciar al Sol invisible mucho más que al visible, porque toda cosa visible es sólo el efecto de lo invisible o causal, y como Dios es la Causa de todas las Causas, É1 mora en el Mundo invisible de la Causación. Apuleyo, cuando fue iniciado en los Misterios, vio el Sol brillando a medianoche, ya que las cámaras del templo estaban brillantemente iluminadas, aunque no había en ellas lámpara alguna. El Sol invisible no está limitado por las paredes ni siquiera por la superficie misma de la Tierra, porque siendo sus rayos de intensidad vibratoria más elevada que la substancia física, su luz pasa sin obstáculos a través de todos los planos de la substancia material. Para aquéllos capaces de ver la luz de estos astros espirituales no hay obscuridad, porque están en presencia de la luz infinita, y a medianoche pueden ver el Sol brillando bajo sus pies.
Mediante una de las perdidas artes de la antigüedad, los sacerdotes del templo podían fabricar lámparas que ardían por siglos sin que se necesitara alimentarlas. Esas lámparas se parecían a las llamadas “lámparas virginales”, o sea las llevadas por las Vírgenes Vestales. Eran algo más pequeñas que la mano humana y, según documentos que se conservan, sus mechas eran de amianto. Se ha sostenido que estas lámparas ardieron durante mil o más años. Una de ellas fue encontrada en la tumba de Christian Rosencreutz, la cual había estado encendida 120 años sin que su provisión de combustible pareciera haber disminuido. Se supone que estas lámparas, (las cuales, incidentalmente, ardían en urnas herméticamente selladas, sin ayuda del oxígeno) estaban constituidas en tal forma que el calor de la llama extraía de la atmósfera alguna substancia que reemplazaba al combustible original tan pronto como el misterioso aceite se consumía.
Hargrave Jennings ha coleccionado numerosas referencias respecto a las épocas y lugares en que se encontraron esas lámparas. En la mayoría de los casos, sin embargo, se apagaron tan pronto como fueron sacadas de sus urnas o si no se rompían en forma misteriosa, de manera que nunca se pudo descubrir su secreto. Con respecto a estas lámparas, el señor Jennings escribe: “Se afirma que los romanos mantuvieron lámparas en sus sepulcros durante edades por medio de la oleaginosidad del oro (y aquí entra el arte de los Rosacruces), convertido por medios herméticos en una substancia líquida; y se cuenta que al ser disueltos monasterios, en el tiempo de Enrique VIII, fue encontrada una lámpara que había estado ardiendo en una tumba aproximadamente desde el siglo III después de Jesucristo, o sea cerca de mil doscientos años. Dos de estas lámparas subterráneas pueden verse en el Museo de Rarezas de Leyden, en Holanda. Una de estas lámparas fue encontrada durante el papado de Pablo III, en la tumba de Tullia, la hija de Cicerón que había estado completamente cerrada durante 1550 años”.
La señora Blavatsky, en su obra Isis sin Velo, indica un número de fórmulas para construir lámparas perennes, y dice en, una nota al pie de página que ella misma vio una, hecha por un discípulo de las artes herméticas, la cual había estado ardiendo ininterrumpidamente sin necesidad de combustible durante seis años anteriores a la publicación de su libro.
La lámpara perenne fue, naturalmente, el símbolo más apropiado del Fuego Eterno en el Universo, y si bien la química moderna niega la posibilidad de que puedan construirse, el hecho de que se han construido y visto muchas en un período de miles de años, es una advertencia contra el dogmatismo. En el Tíbet, los magos Lamas han descubierto un sistema para iluminar las habitaciones mediante una esfera fosforescente de color blanco verdoso que aumenta su luminosidad cuando así lo ordenan los sacerdotes, y que después de la salida de los que estaban en la cámara se va apagando poco a poco hasta no quedar más que una chispa que arde continuamente.
Este milagro aparente no es más difícil de explicar que otros realizados por los tibetanos. Hay en el Tíbet un árbol sagrado que echa corteza nueva todos los años, y cuando cae la vieja se encuentra una inscripción en caracteres tibetanos en la nueva corteza que está debajo. Estos secretos de los pueblos llamados salvajes o primitivos refutan de continuo el ridículo con que los caucásicos miran casi invariablemente la cultura de otras razas.
Los sacerdotes druidas, en Bretaña, reconociendo al Sol como delegado de la Deidad Suprema, empleaban un rayo de luz solar para encender los fuegos de sus altares. Hacían esto concentrando el rayo sobre un cristal o aguamarina especialmente tallado y engarzado en forma de broche mágico o hebilla en el cinturón del Archidruida. A este broche se lo llamaba el “Liath Meisicith” y se suponía que poseía el poder de atraer el fuego divino de los dioses desde el cielo y de concentrar sus energías para ponerlas al servicio del hombre. Esta hebilla era naturalmente un espejo ustorio. Muchas de las naciones de la antigüedad reverenciaban en tal forma al fuego y a la luz del Sol, que no permitían jamás que se iluminaran sus altares sino concentrando los rayos solares por medio de un lente (espejo ustorio). En algunos de los templos antiguos había lentes debidamente colocados en el techo, en diversos ángulos, de manera que cada año, en el equinoccio vernal, el Sol de mediodía enviaba sus rayos por dichos lentes y encendía los fuegos del altar, que ya estaban debidamente preparados para esta ocasión. Los sacerdotes consideraban que este proceso equivalía a que los mismos dioses hubieran encendido los fuegos. En honor de Hu, la Suprema Deidad de los druidas, los pueblos de Bretaña y Gales celebraban anualmente un encendimiento de fuegos en el que ellos llamaban Día del Solsticio Estival.
Una de las razones por las cuales el muérdago era sagrado para los druidas consistía en que muchos de los sacerdotes creían que esta peculiar planta parasitaria caía a la tierra en forma de rayos y que, dondequiera que un árbol fuera abatido por el rayo, la semilla del muérdago quedaba depositada dentro de su corteza. El largo tiempo que el muérdago permanecía vivo, después de ser cortado del árbol, tenía mucho que ver con la veneración que le profesaban los druidas. El hecho de que esta planta era también un medio poderoso para captar el misterioso fuego cósmico que circula a través de los éteres, fue descubierto por dichos sacerdotes, quienes apreciaban al muérdago por su estrecha relación con la misteriosa luz astral que es en realidad el cuerpo astral de la tierra. A este respecto escribe Eliphas Levi en su Historia de la Magia: “Los druídas eran sacerdotes y médicos que curaban por el magnetismo y cargaban amuletos con su influencia fluídica. Sus remedios universales eran el muérdago y los huevos de serpiente, porque estas substancias atraían la luz astral de una manera muy especial. La solemnidad con que se cortaba el muérdago atraía sobre esta planta la confianza popular y la volvía extraordinariamente magnética. El progreso del magnetismo revelará algún día las propiedades absorbentes del muérdago. Entonces comprenderemos el secreto de esos crecimientos esponjosos que absorben las desaprovechadas virtudes de las plantas y se cargan con sus tinturas y sabores. Hongos, trufas, agallas y las diversas variedades de muérdago serán empleados inteligentemente por la ciencia médica, lo cual será nuevo porque es viejo.”
Ciertas plantas, minerales y animales han sido considerados sagrados en todas las naciones de la Tierra debido a su peculiar sensibilidad al fuego astral. El gato, sagrado para la ciudad de Bubastis en Egipto, es un ejemplo de animal especialmente magnético. Cualquiera que acaricie a un gato doméstico en una habitación a obscuras podrá ver las emanaciones eléctricas, en la forma de una luz fosforescente de color verdoso, que se desprenden de su piel. En los templos de Bast, consagrados a la diosa de los gatos, se veneraba extraordiariamente a gatos de tres colores, como a cualquier otro miembro de la familia felina cuyos dos ojos fueran de diferente color. La piedra imán y el radio, en el reino mineral, así como varias excrecencias parásitas en el reino vegetal, son extrañamente sensibles al fuego cósmico. Los magos de la Edad Media se rodeaban de ciertos animales tales como murciélagos, gatos, serpientes y monos, porque tenían el poder de extraer la luz astral de esos seres y apropiársela para sus propios fines. Por esta misma razón, los egipcios y también algunos griegos mantenían gatos en los templos, y las serpientes siempre estuvieron presentes en el Oráculo de Delfos. El cuerpo áurico de una serpiente es una de las cosas más notables que puede contemplar un clarividente, y los secretos encerrados dentro de su aura demuestran por qué la serpiente es el símbolo de la sabiduría en muchos pueblos.
Es evidente el hecho de que el cristianismo ha preservado (al menos en parte) la primitiva adoración del fuego de la antigüedad en muchos de sus símbolos y rituales. El incensario empleado con tanta frecuencia en las iglesias cristianas es un símbolo pagano relacionado con la regeneración del alma humana. El incensario representa al cuerpo humano. El incienso dentro del incensario, hecho con las esencias extractadas de varias plantas, representa las fuerzas vitales del cuerpo del hombre. La llameante brasa ardiendo en medio del incienso es el emblema del germen espiritual encerrado en el corazón del organismo material del hombre. Esta chispa espiritual es una parte infinitesimal de la divina llama, el Gran Fuego del Universo, de cuyo ígneo corazón han sido encendidos los fuegos de los altares de todas sus criaturas. Así como la chispa de la vida consume gradualmente el incienso, así también la naturaleza espiritual del hombre, mediante el proceso de regeneración, consume gradualmente todos los elementos groseros del cuerpo, transmutándolos en poder anímico, simbolizado por el humo. Aunque el humo es en realidad una substancia física y densa, es pese a ello lo bastante ligero para elevarse en forma de nubes; de igual modo el alma es de hecho un elemento físico, pero mediante la purificación y el fuego de la aspiración adquiere la naturaleza de la atmósfera intangible; aunque formada por la substancia de la tierra, llega a ser suficientemente sutil como para elevarse cual exquisito perfume hasta el trono de la Divinidad.
Si bien algunas autoridades han sostenido que la forma de la cruz derivó del antiguo instrumento egipcio llamado “nilómetro”, usado para medir las inundaciones del Nilo, otros opinan que el símbolo tuvo su origen en los dos palos cruzados que los pueblos primitivos empleaban para hacer fuego, mediante la fricción. El uso de campanarios y torres en la construcción de las catedrales del cristianismo medieval, así como las más familiares y convencionales estructuras piramidales de las torres de las iglesias, puede que tenga su origen en los obeliscos de fuego de Egipto, que se colocaban al frente de los templos consagrados a las deidades superiores. Todas las pirámides son símbolos del fuego. El árbol de mayo tuvo su origen en una antigüedad similar, en la que era a la vez un símbolo fálico y un emblema del fuego cósmico.
La costumbre reinante de orientar las iglesias hacia el Este es, por supuesto, otra evidencia de la supervivencia del culto solar. Prácticamente, la única rama de la raza humana que no observa esta regla es la árabe. Los mahometanos orientan siempre sus mezquitas hacia La Meca, pero sin embargo sus horas de oración están determinadas por el Sol. Los rosetones y los muros cubiertos de hiedra son supervivencias del paganismo, porque la hiedra estaba consagrada a Baco, a causa de la forma de sus hojas, y siempre se trataba de que esta planta cubriera los muros de los templos consagrados a la deidad solar griega. Los ornamentos dorados que se encuentran en los altares de las iglesias cristianas deberían recordar al filósofo observador que el oro es el metal sagrado del Sol, porque (según los alquimistas) el rayo solar se cristalizó en la tierra, formándose así ese precioso metal, el cual, dicho sea de paso, se sigue formando todavía. Los cirios que tantas veces adornan esos mismos altares y que casi siempre aparecen en número impar, nos recuerdan que los números impares son solarmente sagrados. Cuando se emplean tres cirios, ellos representan los tres aspectos del Sol: aurora, mediodía y ocaso, y de este modo son emblema de la Trinidad. Cuando se emplean siete, representan a los ángeles planetarios llamados por los judíos Elohim, cuyos valores cabalísticos y numéricos son también siete. Cuando aparecen los números pares 12 ó 24, representan los signos del zodíaco y los espíritus de las horas del día, llamados por los persas Izzids. Cuando se expone sólo una luz, es el emblema del Padre Supremo Invisible, el Uno, y la pequeña lamparita roja que siempre arde sobre el altar es una ofrenda al Demiurgo-Jehová o el Señor Constructor de las Formas.
Lo que es el aceite a las llamas, es la sangre al espíritu del hombre. Por consiguiente, se emplea frecuentemente el aceite en las unciones, porque es un fluido sagrado para el poder solar. Y como el aceite contiene la vida solar, se emplea en grandes cantidades en las regiones polares, donde es necesario generar mucho calor corporal. De ahí la inclinación de los esquimales por consumir bujías de sebo y grasa de ballena.
La misma palabra “Cristo” es prueba suficiente de que el fuego y la adoración del fuego son los dos elementos esenciales de la fe cristiana. Los rayos luminosos provenientes del Sol eran para los antiguos como la sangre del Cordero Celestial que en el equinoccio vernal moría por los pecados del mundo y redimía a toda la humanidad con su sangre (rayos).
Las Escuelas de Misterios del antiguo Egipto enseñaban que la sangre es el vehículo de la conciencia. El espíritu del hombre se movía a través de la corriente sanguínea y, por lo tanto, no se encontraba localizado en ningún punto particular del organismo. Se movía en el cuerpo con la rapidez del pensamiento, de manera que la conciencia del yo, el conocimiento de lo externo y la percepción sensorial podían ser localizados en cualquier parte del cuerpo, mediante el ejercicio de la voluntad. Los iniciados consideraban la sangre como un líquido misterioso, algo gaseoso por naturaleza, que servía como medio de manifestación del fuego de la naturaleza espiritual del hombre. Este fuego, circulando por el sistema, animaba y vitalizaba todas las partes de la forma, manteniendo así a la naturaleza espiritual en contacto con sus extremidades físicas. Los místicos consideraban el hígado como la fuente del calor y poder de la sangre. De ahí que sea significativo que la lanza del centurión hiriera el hígado de Cristo y que el buitre fuera colocado sobre el hígado de Prometeo, para atormentarlo a través de las edades.
El ocultismo nos enseña que la presencia del hígado es lo que distingue al animal de la planta y que es místicamente cierto que los pequeños seres que tienen el poder de moverse, pero que carecen de hígado, son realmente plantas en sentido espiritual. El hígado está regido por el planeta Marte, que es la dínamo del sistema solar y el cual envía un rayo rojo animador a todos los seres que evolucionan dentro de este esquema solar. Los filósofos enseñaban que el planeta Marte, bajo la dirección de su regente Samael, era el trasmutado “Cuerpo de Pecado” del Logos Solar, que originalmente había sido el “Morador del Umbral” del Divino Ser, cuyas energías son distribuidas ahora por el fuego del Sol. Samael, incidentalmente, fue el ígneo padre de Caín, por intermedio del cual una parte de la humanidad ha recibido la llama de la aspiración y está así separada de los hijos de Set, cuyo padre fue Jehová.
Los egipcios consideraban al jugo de la uva como la substancia más parecida a la sangre humana. En realidad, creían que la vid extraía su vida de la sangre de los muertos que habían sido inhumados en la tierra. Respecto a este asunto, Plutarco escribió lo siguiente: “Los sacerdotes del Sol en Heliópolis nunca llevaban vino a sus templos, y si hacían uso de él a cualquier hora en sus libaciones a los dioses, no era porque lo consideraran de naturaleza aceptable para ellos, sino que lo vertían sobre sus altares como la sangre de aquellos enemigos que antes habían luchado contra ellos. Porque consideraban que el vino había brotado de la tierra después de haber sido ésta alimentada con los cadáveres de aquéllos que habían caído en las guerras contra los dioses. Y esto, dicen ellos, es la razón por la cual beber su jugo en grandes cantidades vuelve locos y fuera de sí a los hombres, llenándolos con la sangre de sus antecesores” (Isis y Osiris). Los magos de la Edad media conocían el hecho de que podían, por medio de sus poderes ocultos, dominar a cualquier persona si lograban obtener un poco de su sangre. Si se deja un vaso de agua durante la noche en la habitación de alguno que duerme en ella, a la mañana siguiente el agua estará tan impregnada con las radiaciones psíquicas de dicha persona, que cualquiera que conozca el procedimiento puede descubrir en el agua toda la historia de la vida y el carácter del que ocupó la habitación. Estas impresiones son transmitidas y retenidas por una sutil substancia que los trascendentalistas medievales llamaban la luz astral, una esencia ígnea siempre presente y omnipenetrante que preserva intactas las impresiones de cuanto haya sucedido en cualquier parte de la Naturaleza.
El torrente de rayos que emana de la faz del Sol ha hecho que se lo asocie con el león, debido a la hirsuta melena del rey de los animales. Los rubios Dioses Salvadores de muchas naciones simbolizan sutilmente con sus largos rizos dorados las radiaciones solares. El Sol era el rey de los cielos, y los gobernantes terrestres, deseosos de proclamar su poder mundano, se complacían en considerarse "Pequeños Soles", siendo sus vasallos reconocidos como planetas que se bañaban en la gloria de la luz central. Lo más elevado de cada uno de los reinos de la Naturaleza fue también considerado como el símbolo del Sol. De ahí que el escarabajo sagrado, el más inteligente de todos los insectos; el águila, el ave de más elevado vuelo, y el león, la más fuerte de todas las bestias, fueron considerados símbolos apropiados del disco solar. Así los mogoles eligieron al león como enseña, mientras que César y Napoleón usaron el águila para simbolizar su dignidad. Las coronas de los reyes fueron originalmente bandas de oro con puntas radiantes, simbolizando que participaban en parte del divino poder del cual estaba revestido el Sol. Con el correr del tiempo la corona se fue haciendo convencional. Su superficie fue recamada de piedras preciosas, algunos de sus rasgos fueron cambiados y se perdió su evidente analogía con el Sol.
El halo que se representa tan a menudo alrededor de la cabeza tanto de las deidades cristianas como de las paganas y santos, es también emblemático del poder solar. De acuerdo con los Misterios, llega un momento en el desenvolvimiento espiritual del hombre en que el misterioso óleo que ha estado ascendiendo lentamente por la columna espinal entra finalmente en el tercer ventrículo del cerebro, donde toma un hermoso color dorado y se irradia en todas direcciones. Esta radiación es tan grande que no puede ser limitada por el cráneo, y entonces sale de la cabeza, especialmente por la parte posterior del cuello, en el punto en que la vértebra superior se articula con los cóndilos del hueso occipital. Es esta luz que brota en forma de abanico en la parte posterior de la cabeza la que ha dado origen al halo de los santos y al nimbo tan a menudo usado en el arte religioso. Esta luz significa la regeneración humana y forma parte de los cuerpos áuricos del hombre.
Estas auras han influido grandemente en el color y la forma de las vestiduras empleadas en los ceremoniales religiosos. La túnica azul y dorada de que nos habla Albert Pike y los ropajes de los diferentes grados en las jerarquías de todas las órdenes religiosas son simbólicos de estas emanaciones invisibles que rodean al hombre, cuyos colores cambian con cada pensamiento y cada sentimiento. Merced a estas auras, los sacerdotes y filósofos de la antigüedad elegían a aquellos discípulos que podrían honrar sus enseñanzas. Las “Túnicas de Gloria” del Sumo Sacerdote de Israel son simbólicas, como lo hizo notar sagazmente Josefo con su educación oriental. El lienzo blanco liso simboliza la purificada naturaleza física; las vestiduras de muchos colores representan al cuerpo astral, en tanto que el ropaje azul lo es de la naturaleza espiritual, y el violeta de la mente, porque éste es un color compuesto por dos matices, uno espiritual y otro material.
En los Misterios Egipcios no era raro que se mostraran los rayos del Sol terminando en manos humanas. Una de las sillas que se encontraron recientemente en la tumba de Tutankamón tiene un Sol cuyos rayos terminan en manos humanas. Entre los antiguos, la mano era el símbolo de la sabiduría, porque se empleaba para levantar al caído, y nadie está tan caído como el hombre ignorante. Las virtudes físicas del Sol y su poder para absorber el agua fueron empleados para simbolizar un proceso espiritual en el cual la naturaleza divina del hombre era exaltada o iluminada y elevada por el calor del Sol, cuyos rayos expanden el triple poder espiritual del amor, de la sabiduría y de la verdad.
SEGUNDA PARTE
EL HOMBRE, EL GRAN SÍMBOLO DE LOS MISTERIOS
Pitágoras dijo que el Creador Universal había hecho dos cosas a Su propia imagen: la primera, el sistema cósmico con sus miríadas de soles, lunas y planetas; la segunda, el hombre, en cuya naturaleza existe todo el universo en miniatura. Mucho antes de la introducción de la idolatría en la religión, los sacerdotes primitivos, para facilitar el estudio de las ciencias naturales, trazaban la figura de un hombre y la colocaban en el santuario de sus templos, pues la figura humana simbolizaba el Poder Divino en todas sus intrincadas manifestaciones. Es así como los sacerdotes de la antigüedad tomaban al hombre como libro de texto, y mediante su estudio llegaban a comprender los mayores y más abstrusos misterios del plan celestial del cual ellos formaban parte. No es improbable que esa misteriosa figura levantada en los primitivos altares fuera algo así como un maniquí y que, como ciertas manos emblemáticas en las Escuelas de Misterios, estuviera cubierta con jeroglíficos, bien sea grabados en su superficie o pintados con pinturas eternas. La estatua podía abrirse para mostrar así la relativa posición de los órganos, huesos, músculos, nervios y demás partes.
La presente generación está siempre dispuesta a desdeñar los conocimientos anatómicos que poseían las antiguas razas. Debido a la acción destructiva del tiempo y del vandalismo, los documentos existentes no pueden revelarnos la sabiduría de la antigüedad. El profesor James H. Breasted, arqueólogo de la Universidad de Chicago, afirmó recientemente que sus investigaciones habían demostrado que los sabios médicos egipcios durante la XVIII dinastía - esto es, unos diecisiete siglos antes de Cristo - tenían un conocimiento científico comparable al que poseemos en pleno siglo XX. El profesor Breasted dice textualmente “Por ejemplo, en él (el papiro de Edwin Smith, un documento científico antiquísimo) aparece por primera vez registrada en lenguaje humano la palabra “cerebro”, y hay pruebas de que los egipcios conocían las localizaciones cerebrales que dominan los músculos, cosa que sólo ha sido redescubierta en la última generación”
El conocimiento de los sacerdotes-médicos egipcios relativo a las funciones de las diferentes partes del cuerpo humano no sólo igualaba al de muchos hombres de ciencia modernos, sino que, con respecto a aquellas funciones y poderes relacionados con la naturaleza espiritual del hombre y a los órganos y centros por medio de los cuales las esencias espirituales controlan el cuerpo, excedía al que poseemos en el mundo actual.
Durante siglos de investigaciones mucho se contribuyó en favor de los principios fundamentales de los filósofos primitivos, y cuando Egipto alcanzó la cumbre gloriosa de su civilización, el maniquí era una masa de intrincados jeroglíficos y figuras simbólicas. Cada una de sus partes tenía un significado secreto. Las medidas de esta figura de piedra correspondían a un modelo básico por medio del cual resultaba posible medir todas las partes del cosmos. Era un glorioso emblema compuesto por el conocimiento de los sabios y hierofantes de Isis, Osiris y Serapis.
Luego vino el tiempo de la idolatría. Los Misterios decayeron internamente. Los significados secretos se perdieron y nadie conocía la identidad del hombre misterioso que se erigía en el altar. Sólo se recordaba que esa figura era un símbolo sagrado y glorioso del poder universal. Esta figura llegó a ser considerada un dios, a cuya imagen había sido creado el hombre. Habiéndose perdido el conocimiento secreto del objeto para el que había sido construido ese maniquí, los sacerdotes veneraron la madera y la piedra de las que estaba hecho, hasta que finalmente su falta de comprensión espiritual derribó el templo, cuyas ruinas cayeron sobre sus propias cabezas, y la estatua se desmoronó junto con la civilización que había olvidado su significado.
En nuestros días la gran fe de nuestra raza - el cristianismo - es profesada por un gran número de hombres y mujeres sinceros, devotos y honrados. Y aunque todos están dedicados a sus tareas, sólo en parte son eficientes, porque la mayoría de ellos ignoran absolutamente el hecho de que el llamado cristianismo bíblico es sólo una alegoría del verdadero espíritu del cristianismo y de esa doctrina esotérica creada en el templo por las mentes iniciadas del paganismo y promulgada para satisfacer las inclinaciones religiosas de la raza humana. Hoy en día esta gran fe es profesada por millones de almas, y comprendida sólo por un puñado, porque si bien ya no existen los templos de Misterios como instituciones en las esquinas de las calles, como ocurría en la antigüedad, la Escuela de Misterios todavía existe como una estructura filosófica invisible. Sólo confía el conocimiento de sus secretos a unos pocos, dejando que la gran masa entre solamente en su recinto externo y haga sus ofrendas sobre el altar de bronce. El cristianismo es esencialmente una Escuela de Misterios, pero la mayoría de sus adherentes no lo comprenden lo bastante bien como para darse cuenta de que hay secretos en sus parábolas y alegorías que constituyen importante parte de su dogma.
¿Por qué no habría de ser el cristianismo una Escuela de Misterios? Su fundador fue un iniciado en los Misterios Esenios. Los esenios fueron discípulos del gran Pitágoras y estaban también en contacto con las Escuelas Secretas de la India. El Maestro Jesús fue un hierofante profundamente versado en el antiguo Arcano. San Juan mismo, por sus escritos, prueba que estaba familiarizado con el ritualismo de los cultos egipcios, y se sostiene que San Mateo fue el maestro de Basílides, el inmortal sabio egipcio, fundador, juntamente con Simón el Mago, del Gnosticismo, el sistema de misticismo cristiano más elaborado que jamás surgiera del tronco principal de la iglesia de San Pedro. Durante su historia primitiva en Roma, el cristianismo estuvo en constante contacto con el Mitraísmo, la filosofía del fuego, en Persia, de la cual extrajo no pequeña parte de sus rituales y ceremonias.
Si se contemplare al cristianismo menos como iglesia y más como Escuela de Misterios, el mundo moderno obtendría rápidamente una comprensión más clara de sus principios. Cada sacerdote del cristianismo, cada ministro del Evangelio, debería ser un anatomista y un fisiólogo, un biólogo y un químico, un médico y un astrónomo un matemático y un músico, y sobre todo un filósofo. Por filósofo entendemos aquél que puede estudiar inteligentemente todas estas diferentes líneas de pensamiento y descubrir la relación mutua existente entre ellas, y usar todas las artes y las ciencias como medios para interpretar la magnífica representación emblemática y el misterioso drama de la fe cristiana. Si ellos pudieran considerar inteligentemente los secretos transmitidos por los sacerdotes de la antigüedad pagana (cuyo estupendo genio se remontó muy por encima de los prejuicios rutinarios del pensamiento moderno), podrían hacer una serie de importantes descubrimientos.
En primer término, descubrirían que en las actuales traducciones del Antiguo y Nuevo Testamento hay numerosos errores, debido al hecho de que sus traductores no fueron espiritualmente competentes para interpretar los sagrados misterios de las lenguas hebrea y griega. Encontrarían innumerables contradicciones debidas a malentendidos, y descubrirían también que los llamados libros apócrifos (rechazados como no inspirados) contienen algunas de las claves más importantes que nos haya legado la antigüedad.
Aprenderían que el Antiguo Testamento no debió ser considerado literalmente: que entre líneas existen ciertas enseñanzas ocultas sin cuyo conocimiento no puede descubrirse el verdadero significado de las escrituras hebreas. No ridiculizarían más a los paganos por su pluralidad de dioses, pues descubrirían que ellos mismos, si son fieles a su escritura, son politeístas. La palabra “Elohim” tal como se emplea en los primeros capítulos del Génesis, y que ha sido traducida como Dios, es una palabra plural, masculino-femenina, que designa a cierto número de dioses andróginos y no a una Suprema Deidad. También comprenderían que Adán no fue un hombre sino una especie, una raza de criaturas, y que el Jardín del Edén no estaba en el Asia Menor.
Pero, aunque algunos hombres supieran que estas cosas son verdaderas, una gran parte de la humanidad todavía las rechazaría, porque no concuerdan con las tradiciones aceptadas y veneradas no por ciertas, sino por haber sido admitidas durante generaciones. Ellos coronarían sus descubrimientos al darse cuenta de que la Tierra de Promisión de todas las naciones es el cuerpo humano, y que ésta es la tierra santa consagrada a los dioses. Comprenderían que sus propios cuerpos son los Santos Sepulcros, que tanto tiempo han permanecido en manos de los infieles, y que no hay infiel de raza alguna la mitad de malvado que el que mora en el corazón del mismo hombre; que no hay enemigo mayor de la fe que la propia naturaleza inferior individual; ni Judas compararle al egoísmo, ni traidor como la ignorancia, ni tirano como el orgullo, ni Mar Rojo que deba ser cruzado como el que comprende la naturaleza emocional del hombre, que brota de los rojos centros creadores de sangre en el hígado humano.
Si los teólogos modernos pudieran ver el antiguo maniquí sobre el altar, comprenderían claramente todo esto, pero como no saben que existe una doctrina secreta, no la buscan. Sin embargo, ¿quién puede leer el Libro de Ezequiel o la Revelación y no darse cuenta de que el bien amado discípulo Juan, trascendiendo a todos los demás en su visión, fue indudablemente exaltado o “elevado”, como podría decir el masón moderno, y contempló el fasto de los Misterios? Las alegorías de San Juan son extraídas de todas las religiones de la antigüedad. El drama que él desarrolla en la Revelación es sintético y, por consiguiente, verdaderamente cristiano, porque incluye las grandes enseñanzas de todas las edades. Algunos creen que Dios no ha querido que el hombre comprendiera el misterio de su propio destino, pero permítasenos recordar aquellas inmortales palabras: “No hay nada oculto que no será revelado, ni nada escondido que no será dado a conocer”. Si esto es cierto, emprendamos la tarea de resolverlo, revelarlo o reconstruirlo. Tras las huellas de los iluminados de todas las épocas, nosotros también descubriremos la verdad si continuamos el ascenso por las escaleras en espiral por las que han subido los aspirantes de todas las naciones y religiones, dejando marcados sus pasos en las piedras.
El espíritu del hombre es un pequeño anillo de fuego invisible del cual emergen corrientes y rayos centelleantes de fuerza. Por un proceso místico, estos rayos construyen cuerpos en torno de ese germen central informe, y el hombre mora en el medio de esos cuerpos, gobernándolos mediante ondas de energía en una forma muy difícil de apreciar a menos de estar familiarizados con la constitución oculta del hombre. Este anillo de fuego invisible es el fuego eterno, la chispa de la Rueda Infinita, sin nacimiento ni muerte, centro eterno que incluye dentro de él mismo todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que perpetuamente será. Este germen mora en el estado llamado Eternidad, porque para esta chispa inmortal el tiempo es ilusorio, la distancia no existe, la alegría y la tristeza son desconocidas, porque en lo concerniente a su función y conciencia todo lo que puede decirse es que ES. Mientras las demás cosas vienen y van ÉL ES.
Este germen de inmortalidad entra en el embrión en el momento de la vivificación y sale al producirse la muerte. Con su venida se genera el calor; con su partida, el calor desaparece. Así como la llameante esfera del Sol se encuentra en el centro del sistema solar, este flamígero anillo del espíritu está en el medio de los cuerpos del hombre. Es el fuego del altar que jamás se extingue y a cuyo servicio se han consagrado los sabios de todas las naciones, porque en esta llama reside toda perfección y la posibilidad del logro definitivo. Esta llama se manifiesta en individualidades y personalidades, pero, las esencias extraídas de la experiencia, inteligencia y actividad acumuladas en dichas individualidades y personalidades son finalmente absorbidas por esta llama, suministrándole el combustible con el cual luce y arde más brillantemente. De este fuego único del altar se encienden todos los fuegos del cuerpo humano, igual que las innumerables llamas que han sido originadas por los fuegos sagrados de los Parsis.
Comparad el llameante espíritu del hombre con la llama de una vela. Primero, en el centro de la vela, junto al pabilo, se ve un resplandor azul casi incoloro. Alrededor de éste hay un anillo de luz dorada, y más hacia la periferia, rodeando la parte amarilla, se produce una llama de color anaranjado oscuro o rojo ladrillo, que despide más o menos humo. Estas tres luces - azul, amarilla y rojiza - están estrechamente relacionadas con la llama del hombre, porque hay una azul, que da luz sin combustible, y una amarilla, alimentada por óleo puro, que arde con firme fulgor sin producir humo. Después hay una llama roja, que consume combustible más basto. A ésta se la denomina el fuego aniquilador de los antiguos, porque en el cuerpo humano la llama azul es el fuego del espíritu aspirante y trascendente. La llama amarilla es la clara y ardiente luz de la razón que ilumina la mente y alumbra la oscuridad de la noche, mientras que la llama roja es la falsa luz, el fuego de la pasión y la lujuria. Ésta es humeante como el campo de batalla, en que los odios y temores se elevan juntos en un bullir, llama rojo-ladrillo que es una mortaja espeluznante.
Éstos son los tres fuegos: el fuego de la divinidad, el fuego de la humanidad, el fuego de los demonios. Los tres están encerrados dentro de la naturaleza humana, de donde su brillo sale afuera como la sagrada palabra trisilábica mediante la cual se crearon los cielos, se formó la Tierra y se destruyeron las obras del mal. Los discípulos de la Antigua Sabiduría sabían que, en la alborada de este esquema terrestre, ciertas instrucciones fueron depositadas en lugares seguros por los Hijos de la Aurora, o como nosotros los llamamos, los Dioses, quienes después de haberse asegurado de que estas doctrinas quedarían preservadas para la salvación final de la raza, penetraron en la constitución del hombre y perdieron su identidad. Por esta razón se dice que el Reino de los Cielos está dentro de nosotros, porque él incluye al Padre Divino, su Trinidad y sus serafines, querubines, poderes, dominaciones, principados, tronos, ángeles y arcángeles.
Cada una de estas criaturas celestiales ha aportado algo a la naturaleza del hombre. Por medio del poder de uno, siente; por el poder de otro, ve; a través del poder de un tercero, habla; gracias al poder de un cuarto, comprende; por el poder del Padre Divino, es inmortal; por el poder de la Trinidad, es triple en su constitución - espiritual, intelectual y física - por medio del poder de los serafines, le fueron dados los grandes fuegos, mientras que por el de los querubines obtuvo su forma compuesta. De ahí que estos espíritus estén confinados dentro de su propia naturaleza hasta que el hombre haya logrado elevarla al punto en que libere a esos poderes cósmicos dándoles una expresión adecuada y dejando de limitarlos o esclavizarlos más con su propia ignorancia y perversión.
En realidad, el Reino de los Cielos está dentro del hombre mismo, mucho más de lo que él imagina; y así como el cielo está en su propia naturaleza, así también la tierra y el infierno se encuentran en su constitución, porque los mundos superiores circunscriben e incluyen a los inferiores, y la tierra y el infierno están incluidos dentro de la naturaleza del cielo. Como hubiera dicho Pitágoras: “Los mundos superiores e inferiores están comprendidos dentro del área de la Esfera Suprema." Así todos los reinos de la naturaleza terrestre, minerales, vegetales, animales y su propio espíritu humano, están incluidos en su cuerpo físico y él mismo ha sido designado espíritu guardián del reino mineral, siendo responsable ante las jerarquías creadoras del destino de las piedras y los metales.
El mundo infernal es también una parte de él mismo, porque dentro de su naturaleza se encuentran Lucifer, la Bestia de Babilonia, Mammon, Belzebú y todas las otras furias infernales. En la base de su espina dorsal arde un fuego infernal, y el Sábath de las Brujas, tan espléndidamente descripto por Eliphas Levi, puede ser seguido hasta su origen en los centros emocionales inferiores del cuerpo humano.
Así el hombre es en sí mismo cielo, tierra e infierno, y su salvación es un problema mucho más personal de lo que él imagina. Sentado que el cuerpo humano es una masa de centros psíquicos, que durante la vida esa estructura es cruzada por incesantes corrientes de energía y que a través de toda su constitución se encuentran vórtices de fuerza eléctrica y poder magnético, el hombre puede ser contemplado, por aquéllos que saben cómo verlo, como un sistema solar compuesto de estrellas y planetas, soles y lunas, con cometas que giran en órbitas irregulares a través de ellos. Y así como se supone que la Vía Láctea es un embrión cósmico gigantesco, así también el hombre mismo es una galaxia, cada una de cuyas estrellas se convertirá en constelación algún día.
A dondequiera que dirijamos la mirada, encontramos la vida. En cualquier lugar que hallemos la vida, descubrimos la luz, porque en medio de todas estas cosas vivientes hay tenues chispas de esplendor inmortal. Aquéllos cuyos ojos están encadenados por las limitaciones, terrenas, sólo ven las formas, pero para los que pueden trascender la materialidad, cada vida aparece como un destello de inmortal brillantez. Hasta la misma atmósfera está llena de luces, y el clarividente cruza a través de esferas de llama. Hay luces de miles de colores y matices irisados que sobrepasan en brillantez la luminosidad del Sol, luces mil veces más variadas que las del espectro que conocemos, colores ni siquiera soñados, luces tan brillantes que no pueden ser vistas sino sentidas como repiques sonoros en la cabeza; unas, luces que deben ser oídas, y otras, como sólidas columnas de fuego que deben ser sentidas. A dondequiera el vidente dirija la mirada, contempla fuego. Surge de la piedra; relampaguea en estrellas geométricas desde los pétalos de las flores y se irradia en ondas desde la piel de los animales. Rodea al hombre con una aureola brillante y a la tierra con el halo de un arco iris cuyas franjas se extienden por millas desde su superficie. El fuego irradia luz hacia arriba a través de la superficie de la Tierra; envía luz hacia abajo desde el inmenso espacio; irradia luz hacia afuera desde el centro de todas las cosas y hacia adentro desde la circunferencia de cada cosa.
¿Es extraño que este viviente esplendor universal fuera dorado? Es el símbolo humano más perfecto de Dios, porque esta luz es la manifestación primaria del Eterno Inmanifestado.
Este fuego eterno, que arde sin combustible en el alma de todas las cosas, ha sido desde el comienzo de los tiempos el símbolo más sagrado en todo el mundo, porque si bien las imágenes de madera o piedra, los cuadros sobre lienzo y aun los cantos son más o menos expresiones de la forma, el lado físico de la Naturaleza, esta luz radiante, este esplendor flamígero, simboliza el espíritu, la vida, el germen inmortal encerrado en el corazón de la forma. Estaba consagrado a la Deidad Superior y todos lo adoraban y le hacían ofrendas. Era la causa, y los hombres adoraban la causa, intentando mediante la secreta cultura legada a través de las edades y basada en las enseñanzas de los mismos dioses, que la luz brillara más intensamente desde el interior de ellos mismos. Éste es el origen del simbolismo de la luz y el fuego.
La luz no sólo es sagrada porque dispersa las tinieblas en las que se esconden todos los enemigos de la vida humana. Es también sagrada porque es el vehículo de la vida. Esto lo evidencia el efecto de la luz solar sobre la vida vegetal, animal y humana. La luz es también el vehículo del color, pues el Sol es quien imparte a toda materia terrestre su color. Es igualmente el vehículo del calor, y según la antigua sabiduría, lleva consigo el esperma de todas las cosas, procedente del Sol. A través de la luz también pasan todos los impulsos del Gran Hombre. De acuerdo con los Misterios, Dios gobierna Su universo por medio de impulsos de inteligencia que É1 proyecta mediante rayos de luz visibles o invisibles. Esta luz desempeña en el universo el mismo papel que el sistema nervioso en el cuerpo.
Pitágoras dijo que “el cuerpo de Dios está compuesto por la substancia de la luz”. Donde hay luz está Dios. El que adora a la luz, adora a Dios. El que sirve a la luz, sirve a Dios. ¿Qué símbolo más adecuado podría concebir el hombre del eterno y latente Padre Divino que el viviente, vibrante y radiante fuego? El fuego es el más sagrado de todos los elementos y el más remoto de todos los símbolos. Siendo así, los antiguos no dejaban de tener razón cuando adoptaron el fuego, o la luz, como su símbolo supremo y eligieron como emblema de la luz universal la gloria central del Sol. Al hacerlo así, se convirtieron no en adoradores del Sol, sino en adoradores de Dios tal como Él se manifiesta mediante la luz de la verdad.
Los filósofos del fuego adoraban tres luces - la luz del sol, de la Tierra y la del alma -, siendo esta última la luz que hay en el hombre y que ellos creían sería finalmente reabsorbida en la Divina luz, de la que se encontraba temporalmente separada por los muros de la prisión de la naturaleza inferior del hombre. Los Misterios de todas las épocas estuvieron dedicados a facilitar la reunión de esa pequeña luz con la Gran Luz, su Padre y Fuente. Para los Gnósticos, Cristo fue la incolora Luz Divina que asumió la forma de un radiante esplendor (la Verdad), atendiendo así a las necesidades de la pequeña luz que luchaba por expresarse en el alma de cada criatura humana. Esta Divina luz entraba en la luz de la Naturaleza y, fortaleciéndola, ayudaba a vitalizar todas las cosas vivientes.
La luz que existe en el hombre, el Dios en miniatura, era salvada - o mejor dicho, liberada - por medio de un proceso llamado regeneración. El método secreto usado para lograr esta regeneración sin tener que seguir el largo sendero en espiral del progreso evolutivo, fue el grande y supremo secreto de los Misterios, revelado únicamente a aquéllos que habían demostrado ser merecedores de poseer el poder de la vida y de la muerte. Estos Misterios han sido perpetuados hasta nuestros días por la Francmasonería.
La Orden Masónica está basada en las Escuelas Secretas de la antigüedad pagana, muchos de cuyos símbolos han sido preservados hasta nuestros días en los diversos grados de la Logia Azul y del Rito Escocés. Respecto al origen del termino “Francmasón”, que constituye en sí mismo una clave de las doctrinas de la Orden, Robert Hewitt Brown, Grado 32, escribe: “Mucho antes de la construcción del Templo del rey Salomón, se conocía a los masones con el nombre de Hijos de Luz. La Masonería era practicada por los antiguos bajo el nombre de Lux (luz), o su equivalente en los diversos idiomas de la antigüedad. Hemos sido informados por varios autores eminentes de que la palabra Masonería es una corrupción del termino griego Mesouraneo, que significa “yo estoy en el medio del cielo”, aludiendo al Sol, el cual, “encontrándose en el medio del cielo”, es la gran fuente de luz. Otros la derivan directamente del antiguo egipcio Phre, el Sol, y Mas, un hijo, o sea Phre-Massen - Hijos del Sol o Hijos de la Luz.”
El verdadero secreto de la regeneración del fuego en el alma humana es revelado por el ritual del tercer grado de la Logia Azul, bajo la alegoría de la muerte de Hiram Abiff. El nombre Hiram está, como ya se ha hecho notar, estrechamente relacionado con el elemento fuego. Su descendencia directa de Tubal-Caín, el primer gran artesano en metales mediante el uso del fuego, relaciona aún más a este diestro operario con la inmortal llama de vida en el hombre. En su obra Secreta Societies of All Ages (“Las Sociedades Secretas de todas las épocas”), Charles W. Heckthorne expone una antigua leyenda cabalística referente a la relación de la primitiva Masonería con la adoración del fuego. Según esta leyenda, Hiram Abiff no era descendiente de Adán o Jehová, como los hijos de Set, sino de más noble estirpe, porque por sus venas corría el fuego de Samael, uno de los Elohim. Además, hay dos clases de hombres en el mundo: los que tienen aspiraciones y los que no las tienen. Aquéllos sin aspiraciones son los hijos de Set, verdaderos hijos de la Tierra, que se apegan a su madre con tenacidad, siendo Terrenalidad la palabra clave de su naturaleza.
Hay otra raza, la de los Hijos del Fuego, descendiente de Samael, el regente del fuego. Estos hijos de la llama están siempre animados por la ambición y la aspiración. Son los constructores de ciudades, los que erigen monumentos, los conquistadores de mundos, los precursores, los que trabajan los metales, verdaderos hijos de la llama eterna. Sus almas son vehementes y tempestuosas, y la Tierra para ellos es una carga, Jehová no contesta sus súplicas, porque ellos son hijos de otra estrella. La Aspiración es la nota clave de sus naturalezas, y muchas veces ellos resurgen como nuevos Fénix, de las cenizas del fracaso. Jamás descansan, como el elemento del cual forman parte: andan errantes sobre la faz de la Tierra, con los ojos fijos en la flamígera estrella de la cual vinieron.
Esta diferencia fundamental es claramente visible en la vida diaria. Algunos están siempre contentos; otros, jamás llegan a la meta. Unos son los Hijos del Agua, los guardianes del rebaño; otros son los Hijos del Fuego, los constructores de ciudades. Un grupo es conservador, el otro es progresista. Uno es el rey, el otro el sacerdote. Pero dentro de la naturaleza de todas las cosas vivientes coexisten los Hijos del Fuego y los Hijos del Agua. En las Sagradas Escrituras, a los nacidos de la llama se los denomina Hijos de Dios, y los nacidos del agua son llamados Hijos de los Hombres, porque el nacido de la llama es la divinidad en el hombre y el nacido del agua es la humanidad en el hombre. Estos dos hermanos son enemigos mortales, pero en los Misterios se les enseñaba a cooperar el uno con el otro, y están simbolizados en la Francmasonería por el águila de dos cabezas del Grado 33.
Según la antigua sabiduría, llegará un tiempo en que el hombre tendrá dos sistemas espinales completos, ambos igualmente desarrollados, y su vida estará gobernada por dos poderes que trabajarán juntos y en armonía. Para expresar esto, los antiguos alquimistas simbolizaron esta realización con una figura bicéfala, una de cuyas cabezas era masculina y la otra femenina. El hermafrodita Ishwar, el señor planetario de los Brahmanes, tiene la mitad derecha del cuerpo masculina y la izquierda femenina, para simbolizar así que él es el arquetipo de la raza humana final. El hombre, una vez que sea positivo y negativo a la vez, no se reproducirá más como actualmente.
Uno de los antiguos Misterios enseñaba que el fin de todas las cosas es igual a su principio más la experiencia del ciclo, y algún día la raza humana dará nacimiento a sus nuevos cuerpos por propia generación, como lo hacen todavía ciertos animales primitivos. Entonces, indudablemente, el hombre será su propio padre y su propia madre, completo en sí mismo. La iniciación hace posible este proceso en el hombre mucho antes de lo que permitiría el curso natural de la evolución humana. Tal es el verdadero misterio de Melquisedec, rey de Salem, el rey sacerdote (sacerdote, agua; rey, fuego), que fue su propio padre y su propia madre y cuyas huellas siguen todos los iniciados.
Sólo la más elevada de todas las órdenes ocultas que existen únicamente en el mundo interno puede ser llamada “Orden de Melquisedec”, aunque en otras naciones tenga otros nombres. Esta Orden está compuesta internamente por los graduados de otras Escuelas de Misterios que hayan alcanzado ya ese punto en que les es posible darse nacimiento a si mismos de sus propias naturalezas, al igual que la misteriosa ave Fénix, la cual, al morir, deja salir de adentro de sí misma otra ave que sale volando. El ave Fénix era considerada antes como una verdadera rareza zoológica, pero ahora se sabe que jamás existió, salvo como símbolo de un elevado estado de desarrollo del hombre. Además, construía su nido con llamas, lo que es extraordinariamente significativo.
La secreta Orden de Melquisedec no podrá jamás aparecer en el mundo físico mientras la humanidad esté constituida de acuerdo con su presente esquema. Es la suprema Escuela de Misterios, y sólo unos pocos han alcanzado ese punto en que se han unido sus naturalezas humana y divina tan perfectamente que han llegado a ser simbólicamente bicéfalos. Hay que conseguir el perfecto equilibrio del corazón y de la mente antes que el verdadero pensar o la verdadera espiritualidad puedan ser logrados. La función más elevada de la mente es la razón; la función más elevada del corazón es la institución. Un proceso sensitivo no necesita del trabajo normal de la mente. La razón sola es fría; el sentimiento solo carece de razón, pero ambos juntos atemperan la justicia con la misericordia y la benevolencia con la fortaleza.
El espíritu no es masculino ni femenino, sino ambas cosas a la vez: una entidad andrógina. La manifestación perfecta del espíritu andrógino debe ocurrir a través de un cuerpo andrógino que se genere a sí mismo. Pero muchos millones de años deberán pasar antes que la raza humana aprenda las lecciones de polarización suficientemente bien como para asumir esta nueva naturaleza con inteligencia. Ese día todo estará completo por sí mismo. El entendimiento estará maduro y será de tal profundidad y amplitud que no podría manifestarse en un organismo masculino o femenino aisladamente. Tal es el misterio del rey-sacerdote y tal fue la posición que Jesús alcanzó cuando fue llamado por siempre sacerdote según la Orden de Melquisedec. Todo esto se encuentra simbolizado en los emblemas del Grado 33 de la Francmasonería.
Cuando se lo considera clarividentemente, el cuerpo del hombre semeja un gran ramo de flores, porque en toda su forma física se encuentran grupos como pétalos de emanantes rayos de fuerza de diferentes formas y colores. Hay uno de estos centros misteriosos en la palma de cada mano y en la planta de cada pie. Casi todos los órganos vitales tienen radiantes vórtices remolineantes de luz como bases espirituales. Estas flores girantes y vibrantes son centros ocultos extremadamente importantes. Cada uno de ellos puede, bajo ciertas condiciones ayudar al hombre a conseguir una mayor amplitud de conciencia.
Es posible ver con la palma de las manos o la planta de los pies. En realidad, el hombre llegará a ver finalmente con todas las partes de su cuerpo. Un símbolo de esta condición final fue preservado en los Misterios Egipcios, en la figura de Osiris, a quien suele representársele sentado en un trono y con el cuerpo enteramente formado por ojos. El dios griego Argos fue también famoso por su habilidad para ver con las diferentes partes de su cuerpo. Los buddhas orientales son simbolizados a menudo con dibujos geométricos en la palma de las manos y la planta de los pies. Las famosas huellas de Buddha, marcadas en la piedra, tienen un Sol en miniatura frente al talón de cada pie. Algunos de los artistas japoneses del jiu-jitsu dominan la ciencia secreta de estos misteriosos centros nerviosos, aunque este conocimiento ha sido ocultado por la mayoría de esos luchadores. En el Japón existen dibujos en los que se muestra la posición exacta de estos centros sagrados. La más ligera presión sobre alguno de ellos paraliza el cuerpo entero, tan grande es su dominio sobre el resto del sistema nervioso.
También se enseña a los expertos en jiu-jitsu cómo se puede resucitar a una persona que esté muerta por medio de presiones producidas en determinados puntos de las vértebras superiores de la espina dorsal. Este método da resultado en casi todos los casos, aún después que otros han fracasado.
Los vórtices de abigarradas luces del cuerpo constituyen los capullos de los lotos sagrados de la India y de Egipto, y las rosas de los Rosacruces. Son también las cuentas inmortales del Bhagavad Gitá, ensartadas en un solo hilo. A través de estos centros entraron los clavos de la crucifixión. La crucifixión encierra el secreto de como abrir los centros de las manos, pies, costado y cabeza. Los tres clavos que realizaron esta obra han sido preservados en la Francmasonería como los tres principales dignatarios de una Logia y como los tres asesinos de Hiram Abiff.
El Osiris indio-mexicano, llamado príncipe Coh, murió de tres heridas inflingidas por sus enemigos, y su corazón fue encontrado en una urna por Augustus Le Plongeon, que pasó muchos años investigando las antigüedades centroamericanas.
La relación entre estos centros sagrados y las joyas de la placa pectoral del Sumo Sacerdote de Israel no debe ser olvidada, porque ambos símbolos tienen un significado similar.
La parte más sagrada del cuerpo humano es el cerebro y el sistema espinal, reverenciado desde la antigüedad y simbolizado una y otra vez en todas las religiones del mundo. Mientras otras partes del cuerpo son de gran interés para el estudiante, la obra misteriosa de los fuegos espinales, mediante los cuales es lograda la liberación, es tan formidable, que hay que emplear muchos años aún en comprender los principios fundamentales. La espina dorsal es la vara que floreció, el Arbol Yggdrazil, la espada flamígera, el báculo de apoyo, la vara del Mago.
TERCERA PARTE
EL FUEGO SAGRADO EN LA ESPINA
DORSAL Y El. CEREBRO
Santee llamó a la medulla spinalis (médula espinal) el eje, central del sistema nervioso. En una persona de talla mediana, el cordón espinal tiene alrededor de dieciocho pulgadas de largo, pesa aproximadamente una onza y termina opuesto a la primera vértebra lumbar. La terminación superior del cordón espinal pasa a través del foramen magnun (la gran abertura en el hueso occipital del cráneo), finalizando en la medulla oblongata. A través del cordón espinal corre un delgado canal central llamado el sexto ventrículo. Éste es descripto de la siguiente forma: “Es apenas visible a simple vista, pero se extiende a lo largo del cordón y se ensancha sobre el cuarto ventrículo. En el conus medullaris también se dilata, formando el ventriculus terminalis (Krausai)”.
De acuerdo con el sistema de cultura oculta oriental existen 49 centros nerviosos sagrados en el cuerpo humano, de los cuales los siete más importantes y centros clave están situados cerca de la espina dorsal a diversos intervalos. El número total, 49, es el cuadrado de 7, y es también el número de rondas y subrondas de una cadena planetaria. Cuando son vistos clarividentemente, todos estos centros parecen flores o chispas eléctricas. Cada uno de estos siete plexos principales tiene seis de menor importancia rodeándolo, formando así diagramas en forma de estrellas de seis puntas, aunque los centros no se encuentran ordenados en el cuerpo de esa manera.
Respecto a la continua reaparición del sagrado número siete en conexión con los órganos y partes del cuerpo humano, H. P. Blavatsky escribe: “Recordad que la fisiología, imperfecta como es, muestra grupos septenarios por todas partes del exterior e interior del cuerpo; los siete orificios, los siete “órganos” en la base del cerebro, los siete plexos (el faríngeo, el laríngeo, cavernoso, cardíaco, epigástrico - igual a plexo solar -, prostático y plexo sacro, etc.)”. Estos siete son los plexos negativos de la espina dorsal de primera importancia, pero a los discípulos de los Misterios se les aconseja no intentar el desarrollo de esos centros, porque ellos son polos negativos. Todos los plexos positivos que el verdadero discípulo del más elevado conocimiento debería tratar de desarrollar están situados dentro del cráneo, porque el cuerpo es un polo negativo de ese cuerpo espiritual contenido en la cavidad craneana. Como el cuerpo es controlado por el cerebro, el verdadero adepto trabaja con éste, eludiendo los polos negativos de los centros cerebrales que están situados a lo largo de la espina dorsal. El desarrollo apropiado de los siete discos cerebrales o esferas espirituales interpenetrantes, termina en el despertar de las flores espinales por un proceso indirecto. Guardaos del proceso directo de concentrar o encauzar la respiración interna hacia los centros espinales.
La señora Blavatsky podría haber agregado a su lista de septenarios los siete órganos sagrados existentes alrededor del corazón, las siete capas de la epidermis, las siete glándulas de secreción interna (endocrinas), de primera importancia; los siete métodos por los cuales el cuerpo es vitalizado, los siete hálitos sagrados, los siete sistemas del cuerpo (huesos, nervios, arterias, músculos, etc.), las siete capas del huevo áurico, las siete divisiones mayores del embrión, los siete sentidos (cinco despiertos y dos latentes), y los períodos de siete años en los cuales está dividida la vida humana. Todos éstos recuerdan el hecho de que los siete espíritus primitivos y primarios han llegado a encarnarse en la estructura compuesta del hombre y que los Elohim están realmente dentro de su propia naturaleza, donde, desde sus siete tronos, lo están plasmando en una criatura septenaria. Uno de estos Elohim, el cual corresponde a un color, a una nota musical, a una vibración planetaria y a una dimensión mística, es la clave de conciencia de cada reino de la Naturaleza. Los Elohim se turnan en el control de la vida de los seres humanos.
De acuerdo con los antiguos Brahmanes, el Señor de la raza humana está afinado a la nota musical fa, y su vibración corre a través del diminuto conducto de la columna espinal. Este conducto es llamado el sushumna. La esencia que se mueve a través del sushumna florece finalmente hacia afuera, formando una magnifica flor en el cerebro. Ésta es llamada sahasrara, el loto de mil pétalos, en el medio del cual está entronizado el ojo divino de los dioses. En la India es posible procurarse cromos baratos mostrando a un Yogi meditando con estos centros florales a lo largo de la espina dorsal, conectados simultáneamente por tres nagas o dioses serpientes, los cuales representan las divisiones del cordón espinal. El caduceo de Hermes muestra las dos serpientes enroscadas alrededor de la vara central donde vibran como las notas bemol y sostenido del tronco central.
Los dioses naga, o serpientes, a menudo simbolizados con cabezas humanas (algunas veces como cobras con siete cabezas), son motivos favoritos del arte oriental. En un solitario lugar de la jungla, en la Indochina, existen los restos de la antigua ciudad de Ankor Vat, sobre cuya erección nada se conoce, aunque los nativos sostienen que sus grandes estructuras fueron levantadas en una sola noche por los dioses. Estos edificios contienen cientos de esculturas de grandes serpientes, la mayoría de ellas cobras de capuchón. En algunos casos los cuerpos, siendo de gran largura, han sido utilizados como barandas alrededor de los muros y al costado de las escalinatas. En los cromos indios, las floraciones a lo largo de la espina dorsal figuran a menudo con diferente número de pétalos. Por ejemplo, uno en la base de la espina no tiene sino cuatro pétalos; el siguiente, alrededor de seis. Cada uno de estos pétalos tiene grabado un misterioso carácter sánscrito representando una letra del antiguo alfabeto. Se cree que los pétalos indican el número de nervios ramificados desde el plexo o ganglio.
Las flores de loto son ornamentadas a menudo con las figuras de los dioses, puesto que todas las deidades del Panteón Brahmánico están relacionadas con centros nerviosos del cuerpo humano, y las tendencias que ellos demuestran mitológicamente son simbólicas de las actividades internas de la naturaleza del hombre. Una pintura oriental muestra tres vórtices, uno cubriendo la cabeza, en el centro del cual se sienta Brahma con cuatro cabezas, siendo su cuerpo de un oscuro y misterioso color. El segundo vórtice, que cubre el corazón, plexo solar y la región abdominal superior muestra a Vishnú sentado en un capullo de loto sobre un lecho constituido por la serpiente del movimiento cósmico enrollada, formando con los siete capuchones de su cabeza un palio sobre el dios. Sobre el sistema generativo se encuentra el tercer vórtice, en el medio del cual se sienta Shiva, siendo su cuerpo de un blanco agrisado y fluyendo de la corona de su cabeza el río Ganges. Esta pintura fue la obra de un místico indio que empleó muchos años en realizar las figuras, ocultando sutilmente en ellas grandes verdades. Las leyendas cristianas podrían ser relacionadas con el cuerpo humano por el mismo método que el empleado por los orientales, porque los propósitos encubiertos en las enseñanzas de ambas escuelas son idénticos.
En la Masonería, los tres vórtices representan las puertas del Templo, en las cuales Hiram fue herido, no existiendo puerta en el Norte porque el Sol nunca brilla desde el ángulo Norte de los cielos. El Norte es el símbolo de lo físico debido a su relación con el hielo, agua cristalizada, y con el cuerpo, espíritu cristalizado. En el hombre, la luz brilla hacia el Norte, pero nunca desde allí, porque el cuerpo no tiene luz propia; brilla con el reflejo de la gloria de las partículas de vida divina ocultas dentro de las substancias físicas. Por esta razón se considera a la Luna como el símbolo de la naturaleza física del hombre. Hiram o Chiram, como debería ser más apropiadamente llamado - considerando que su nombre está compuesto por las letras que en hebreo significan fuego, aire y agua -, representa los misteriosos aire y agua ígneos que deben elevarse a través de los tres grandes centros simbolizados por la escala de tres peldaños y los vórtices florales mencionados en la descripción de la pintura india. Debe ascender también por la escala de siete peldaños, el capullo de siete pétalos antes descripto. Estas flores no deben ser consideradas enteramente desde un punto de vista oriental. El cristianismo podría llamarlas apropiadamente las estaciones de la cruz, porque ellas son lugares sagrados donde el fuego redentor se detiene un momento en su marcha hacia el calvario y hacia la liberación.
La columna vertebral es una cadena de treinta y tres segmentos divididos en cinco grupos: (1) las vértebras cervicales o del cuello, siete en número; (2) las vértebras dorsales o torácicas, de las cuales hay doce (una por cada costilla); (3) las vértebras lumbares, cinco en número; (4) el sacro (cinco segmentos fundidos en un hueso), y (5) el coxis (cuatro segmentos considerados como uno). Los nueve segmentos del sacro y del coxis son atravesados por diez foraminas, a través de las cuales pasan las raíces del Árbol de Vida. El nueve es el número sagrado del hombre, y existe un gran misterio oculto en el sacro y el coxis. La parte del cuerpo desde los riñones hacia abajo fue llamada la Tierra de Egipto por los antiguos Cabalistas, a la cual fueron llevados los Hijos de Israel durante la cautividad. Moisés (la mente iluminada, tal como lo significa su nombre) condujo a las tribus de Israel (las doce facultades) fuera de Egipto, elevando la serpiente de bronce en el desierto sobre el símbolo de la cruz Tao. En la base de la espina dorsal existe un pequeño centro nervioso sobre el cual nada se conoce, aunque los ocultistas creen que el simbolismo de la segunda crucifixión, la que se supone tuvo lugar en Egipto, tiene conexión con el cruce de ciertos nervios en la base de la espina dorsal. Un amigo que visitó México tuvo la gentileza de contar los anillos de las colas de las imágenes de piedra de Quetzalcoatl o Kukulcan, como se lo conoce actualmente. En casi todos los casos eran nueve en número.
La jerarquía cósmica que controla la constelación de Escorpión tiene el dominio de los fuegos ocultos del cuerpo humano. Para simbolizar esto, se les dio el nombre de dioses serpientes, y los sacerdotes iniciados en su misterio exhibían la serpiente enrollada en la forma de uraeus sobre su frente. Estos sacerdotes llevaban también a menudo báculos flexibles tallados en la forma de una culebra, de seis a diez pies de largo. La madera con la cual estaban construidos era especialmente tratada por un proceso ahora perdido. En cierta parte del ceremonial, los sacerdotes encorvaban los flexibles báculos en círculo, poniéndose la cola de la serpiente tallada en la boca y acompañando la operación con invocaciones secretas. Los trascendentalistas de la Edad Media hacían la misma cosa, pero no con el pleno conocimiento que poseían los antiguos sacerdotes. Los señores de Escorpión, que son los grandes iniciadores, no aceptaban a nadie en los Misterios salvo cuando el Sol se encontraba en cierto grado de Tauro, simbolizado por Apis, el Toro. Cuando el Toro llevaba el Sol entre sus cuernos, los neófitos eran admitidos. En astrología geocéntrica, esto ocurre cuando el Sol está supuestamente en el último decanato de la constelación de Escorpión. Esto no era solamente una verdad en los antiguos rituales egipcios, sino que lo es todavía en las Escuelas de Misterios. Los aspirantes a seguir la oculta senda del fuego son admitidos hasta el día de hoy sólo cuando el Sol se encuentra geocéntricamente en Escorpión y heliocéntricamente en Tauro. El grupo de estrellas que constituye la constelación de Escorpión se asemeja estrechamente a un águila con las alas desplegadas, y ésta es una de las razones por las cuales esa ave es sagrada para la Francmasonería, que es un culto del fuego.
Aunque los tres conductos del cordón espinal son llamados en la antigua sabiduría nagas o serpientes ondulantes, y la serpiente que no puede morir hasta la puesta del Sol fue aceptada como su símbolo, el escorpión también ha sido usado como emblema del fuego espinal. Este escorpión fue llamado Judas, el traidor, porque él es un detractor, llevando el aguijón en el sacro y el coxis. Nosotros recordamos la leyenda de Parsifal, porque el Castillo del maligno mago Klingsor, situado al pie de la montaña, en medio de un jardín de ilusión, es simplemente un símbolo de esta Ciudad de Babilonia y de la Tierra de las Sombras, donde a menudo el Hijo de Dios es tentado a sacrificar su inmortalidad. Aquí también está la escena que Goethe llamó “Noche de Walpurgis”. Igualmente aquí la falsa luz es encadenada por mil años, como lo relató Milton en su Paraíso Perdido.
Sobre el descenso del fuego espiritual por la espina dorsal, hacia el lugar de las sombras, Milton dice: “¡Él, el Poder Omnipotente, se arrojó temerariamente flameando desde el etéreo cielo, con horrible devastación y combustión, hacia insondable perdición, para morar allí en diamantino cautiverio y bajo el castigo del fuego!”.
Es también desde aquí que las hordas de escorpiones se elevaron, esparciendo decadencia y destrucción en toda la tierra, como se relata en el Libro de la Revelación. Aquí está también la roca Moriah, sobre cuya cima está enterrado Hiram. Aquí acecha Tifón, el Destructor, y Satanás, que fue apedreado. Ésta es la morada de la falsa luz, para diferenciarla de la verdadera que brilla fuera de las regiones de schamayim arriba. Entre estas dos está situado el cordón espinal, una cuerda que une el Arca y el Ancla.
Existe una leyenda entre los orientales que relata que Kundalini, la diosa del fuego serpentino espinal, habiéndose cansado del cielo, decidió visitar la nueva tierra que había sido creada en el mar del espacio. Por lo tanto, bajó por una escala de cuerdas (el cordón umbilical) desde el cielo y encontró una isla (el feto), en el Mar de Meru (los fluidos amnióticos), circundada por las montañas de la Eternidad (el corion), todo lo cual estaba dentro del huevo de Brahma (la matriz de Matripadma). Después de explorar la isla, Kundalini decidió volver a subir la escala otra vez, pero cuando lo iba a hacer, la escala fue cortada desde arriba (el cordón umbilical cortado al nacer) y la isla derivó a lo lejos en el espacio. Teniendo miedo, Kundalini se introdujo en una cueva (el plexo sacro), donde, de acuerdo con ciertas enseñanzas orientales, ella permanece enrollada como la cobra en la cesta del encantador de serpientes, de la cual puede ser atraída únicamente por las tres notas misteriosas de la flauta del encantador. Cuando Kundalini comienza a desenrollarse, asciende como una corriente serpentina de fuego a través de la médula espinal y penetra en el cerebro, donde estimula la actividad del cuerpo pituitario.
La espina dorsal puede dividirse horizontalmente en tres secciones. La sección inferior incluye las vértebras lumbares, junto con los segmentos que forman el sacro y el coxis, y está rodeada por un vapor de un color cárdeno e inflamado. Este vapor es de naturaleza oleosa y hace aparecer al sacro y al coxis del color de la sangre seca. Este color, sin embargo, es más bien vivo que apagado. Más arriba, hacia las vértebras lumbares, el color se vuelve más claro y de aspecto no tan inflamado. Gradualmente se torna anaranjado, y a través de la sección formada por las doce vértebras dorsales hay un dorado resplandor radiante que surge de una línea filiforme de lo que parece ser un río de fuego amarillo. Estos colores se extienden un tanto hacia afuera a lo largo de los nervios que se bifurcan desde la espina dorsal entre las vértebras. Un poco más arriba, el amarillo presenta manchas verdes, y a través de la sección cervical la corriente se vuelve de un color tenuemente azul eléctrico. Por el ida y pingala - dos conductos laterales a lo largo de la médula espinal, paralelos al tubo central, uno a cada lado -, esta corriente de fuego sube y baja incesantemente. Cuanto más arriba va ese fuego, tanto más suaves y menos brillantes son sus tonalidades y más puros y hermosos sus colores, hasta que finalmente se encuentran en una hirviente masa en fusión en el pons de la médula oblongata, donde el fuego comienza casi de inmediato a atravesar el tercer ventrículo y agita el cuerpo pituitario.
Santee describe esta pequeña forma como sigue: “La hipófisis (cuerpo pituitario) se compone de dos lóbulos unidos por tejido conexivo. Una capa de duramáter (diaphragma sellae) los mantiene en la fosa hipofísica. El lóbulo anterior, que es el mayor, se deriva del epitelio de la cavidad bucal, y su estructura se asemeja a la de la glándula tiroides. Sus vesículas cerradas, forradas con epitelio columnario (en parte ciliado), contienen una substancia viscosa como gelatina (pituita), que fue lo que sugirió el antiguo nombre que se daba a este cuerpo. El lóbulo anterior está ahuecado en su superficie posterior (en forma de riñón) para recibir el lóbulo posterior, el infundíbulo, en la concavidad. La hipófisis tiene una secreción interna que parece estimular el crecimiento de los tejidos conectivos y ser esencial para el desarrollo sexual.”
El cuerpo pituitario es el polo negativo, aunque desempeña muchas funciones en el desarrollo de la conciencia espiritual, En cierto sentido de la palabra, es el iniciador, porque "eleva" al aspirante (la glándula pineal). Siendo su polaridad femenina, el cuerpo pituitario vive conforme a su cargo de ser la eterna tentadora. En los mitos egipcios, Isis, que participa de la naturaleza del cuerpo pituitario, conjura a Ra, la Suprema Deidad del Sol (que simbólica aquí a la glándula pineal), para que le comunique su nombre sagrado, lo que así hace finalmente, El proceso fisiológico por medio del cual se realiza esta operación es digno de ser considerado detalladamente.
El cuerpo pituitario comienza a refulgir muy suavemente, y pequeños anillos ondeantes de luz surgen en derredor de la glándula para desvanecerse en forma gradual a corta distancia del cuerpo pituitario. Conforme continua el desenvolvimiento oculto, de acuerdo con la apropiada comprensión de las leyes del ocultismo, los anillos que manan de la glándula van haciéndose más fuertes. Éstos no están distribuidos por igual en torno del cuerpo pituitario. Los círculos se alargan por el lado que mira hacia el tercer ventrículo y llegan en graciosas parábolas a la glándula pineal. Gradualmente, conforme la corriente se va haciendo más poderosa, se aproximan más y más al durmiente ojo de Shiva, coloreando la forma de la glándula pineal con luz dorado-anaranjada y poniéndola poco a poco en actividad. Bajo el suave calor y radiación del fuego pituitario, el huevo divino comienza a estremecerse y moverse y el magnífico misterio del desarrollo oculto se produce.
La glándula pineal es descripta así por Santee: “El cuerpo pineal (corpus pineale) es un cuerpo cónico de 6 mm (0,25 pulgadas) de alto por 4 mm (0,17 pulgadas) de diámetro unido a la cubierta del tercer ventrículo por un tallito achatado, la habenula. También se la denomina epífisis. El cuerpo pineal está situado en el fondo de la fisura transversal del cerebro, directamente bajo el esplenio del cuerpo calloso y descansa entre los folículos superiores de los cuerpos cuadrigeminales, sobre la superficie posterior del cerebro medio. Está estrechamente envuelto por la piamáter. La habenula se divide en dos láminas, la dorsal y la ventral, que están separadas por el receso pineal. La lámina ventral se funde con la comisura posterior; pero la dorsal se estira hacia adelante, sobre la comisura, continuando la cubierta epitelial. El borde de la lámina dorsal se engruesa en la línea donde se une al tálamo y forma la stria medullaris thalami (estría pineal). Este engrosamiento es debido a la presencia de un manojo de fibras de la columna del fornix y la estría intermedia del centro olfatorio. Entre las estrías medulares en el extremo posterior existe una banda transversal, la commissura habenularum, a través de la cual las fibras de las estrías se entrelazan parcialmente con el núcleo habenulato en el tálamo. El interior del cuerpo pineal está compuesto por folículos cerrados, rodeados de crecimientos de tejido conexivo. Los folículos están llenos de células epiteliales, mezcladas con materia calcárea, la arena cerebral (acervulus cerebri). Los depósitos calcáreos se encuentran también en el tallo pineal y a lo largo de los plexos coroideos.”
“La función del cuerpo pineal es desconocida. Descartes sugiere humorísticamente que es la morada del espíritu (la arena) del hombre. En los reptiles se encuentran dos cuerpos pineales, uno anterior y otro posterior, permaneciendo este último sin desarrollar, pero el anterior forma un ojo ciclópeo rudimentario. En el “Hatteria”, un lagarto de Nueva Zelandia, se proyecta a través del foramen parietal y presenta una retina y lente imperfectos, y en su largo tallo, fibras nerviosas. El cuerpo pineal humano es probablemente homólogo con el cuerpo pineal posterior de los reptiles.”
La glándula pineal es un eslabón entre la conciencia del hombre y los mundos invisibles de la Naturaleza. Cuando el arco del cuerpo pituitario hace contacto con esta glándula, se producen destellos de momentánea clarividencia, pero el procedimiento para hacer trabajar constantemente ambos cuerpos juntos requiere no sólo años, sino vidas enteras de consagración y especial ejercitación fisiológica y biológica. Este tercer ojo es el ojo Ciclópeo de los antiguos, porque era un órgano de visión consciente mucho antes que los ojos físicos se formaran, si bien esta visión era más bien un sentido de cognición que de vista en esos remotos tiempos.
Conforme el contacto del hombre con el mundo físico aumento más plenamente, fue perdiendo su entendimiento interno juntamente con la consciente conexión con las jerarquías creadoras. Con el objeto de recuperar esta conexión, es necesario que se eleve sobre las limitaciones del mundo físico. É1 no debe, sin embargo, romper su conexión con la humanidad, convirtiéndose en un recluso o en un sonador poco práctico. El ocultista no debe huir de nada; debe transmutarlo todo. En la glándula pineal hay una menuda arenilla, o arena, sobre la cual la ciencia moderna no conoce prácticamente nada. Las investigaciones han demostrado que esta arenilla no existe en los idiotas ni en los que carecen de una mentalidad debidamente organizada. Los ocultistas saben que esta arenilla es la clave de la conciencia espiritual del hombre. La misma sirve como eslabón entre la conciencia y la forma.
Lo expuesto bastará para dar una idea de parte del misterio de la anatomía oculta del hombre. Aquéllos que saben discernir verán en el canal espinal que llega hasta los ventrículos cerebrales - a través de ciertas puertas que la ciencia no conoce - los pasajes y cámaras de los antiguos Misterios. Y comprenderán que el fuego espiritual espinal es el candidato que está siendo iniciado. En el cuarto triangular del tercer ventrículo se confiere el Grado de Maestro Masón. Aquí el candidato es sepultado en el ataúd, y aquí, después de tres días, se levanta de entre los muertos.
Los grados inferiores de los antiguos Misterios conducían a través de tortuosos pasajes donde aullidos y lamentos llenaban el aire, y las llamas del Infierno flameaban en la obscuridad. El neófito que buscaba la luz era conducido primeramente por el mundo inferior, donde tenía que luchar con extrañas bestias y oía los lamentos de las almas perdidas. Todo esto simbolizaba la propia naturaleza inferior del hombre, a través de la cual sus ideales espirituales deben elevarlo hasta la iluminación y la verdad. Los grados superiores de los Misterios se concedían en magníficos edificios de cúpula, donde los sacerdotes, vestidos con albas túnicas, salmodiaban y cantaban, y las luces de invisibles lámparas resplandecían sobre preciosas joyas. Los Misterios Mayores representaban la felicidad del alma rodeada por la luz y la verdad. Simbolizaban que el hombre se había "elevado" de entre las tinieblas de la ignorancia, alcanzando la luz de la filosofía. Platón decía que el cuerpo es el sarcófago del alma, porque comprendía que dentro de la forma existía un principio inmortal que podía liberarse de su envoltura mortal sólo mediante la muerte o la iniciación. Para los antiguos, ambas cosas eran consideradas casi sinónimas. Por esa razón Sócrates, agonizando, ordenó a sus discípulos que hicieran una ofrenda cuando muriera, igual a la que tenían que hacer los candidatos al ser iniciados en los Misterios de Eleusis.
El misterio del Ojo Omnividente era algunas veces simbolizado por el pavo real, porque esta ave tenía ojos en todas las plumas. En honor al ojo sagrado de la coronilla de la cabeza, los monjes de todas las naciones se afeitan la cabeza en el lugar en que se supone está situado. Los infantes que apenas han completado su recapitulación embrionaria de la lucha primitiva de la humanidad por la vida, tienen una región hipersensible cerca de la coronilla de la cabeza. El cráneo no se cierra allí inmediatamente. En algunos casos nunca se cierra, aunque generalmente las suturas se unen entre el segundo y el quinto año. La extremada sensibilidad en el área del tercer ojo suele estar acompañada de cierta clarividencia. El niño pequeño está todavía viviendo grandemente en los mundos invisibles. Mientras su organismo físico no le responde, está consciente y activo (por lo menos en cierto grado) en esos mundos con los cuales se halla conectado por la entrada abierta de la glándula pineal. Gradualmente, ciertas manifestaciones de su conciencia superior entran en su organismo físico y cristalizan en la fina arenilla que se encuentra en esa glándula. No hay arenilla en la glándula pineal hasta que entra la conciencia.
No sólo estas dos glándulas de la cabeza son enormemente importantes, sino que todo el sistema glandular, en especial las glándulas endocrinas ejercen una tremenda influencia sobre el cuerpo humano, Los corpúsculos blancos de la sangre no son realmente generados ni por el páncreas ni por el bazo, sino que se forman por la actividad del doble etérico, que está conectado con la forma física a través del bazo. Una corriente continua de corpúsculos sanguíneos blancos, parcialmente etéricos, fluye del mundo invisible al organismo visible a través de la entrada del bazo. Lo mismo ocurre con el hígado, porque los corpúsculos sanguíneos rojos son hasta cierto punto una cristalización de las fuerzas astrales, pues el hígado es el portal que conduce al cuerpo astral.
Las siete glándulas mayores de secreción interna están bajo el control de los siete planetas, y cada una de ellas es realmente un cuerpo septenario, de la misma manera que todos los órganos vitales lo son. El corazón se divide en siete órganos completos mediante cierto proceso de anatomía oculta, lo mismo que el cerebro. El hecho de que el cerebro humano se parezca mucho en ciertos detalles - especialmente los órganos agrupados en su base - a un embrión humano andrógino, es suficiente para incitar a más amplias investigaciones. Alguna vez los médicos descubrirán que el conocimiento de los órganos y funciones del cuerpo humano es el método más importante y completo para comprender las religiones de todo el mundo, porque todas las religiones - aun las más primitivas - están basadas en las funciones de la forma humana. No fue, pues, sin razón, que los antiguos sacerdotes colocaron en el dintel de los templos la inmortal sentencia:
HOMBRE, CONÓCETE A TI MISMO.
FIN
INDICE
INTRODUCCIÓN .......................................................................................................
PRIMERA PARTE:
EL FUEGO, DEIDAD UNIVERSAL ........................................................................
SEGUNDA PARTE:
EL HOMBRE, EL GRAN SÍMBOLO DE LOS MISTERIOS .................................
TERCERA PARTE:
EL FUEGO SAGRADO EN LA ESPINA DORSAL Y EL CEREBRO .................