EL MUSEO DE LAS CULTURAS ABORIGENES
Publicado en
septiembre 26, 2010
Vista panorámica de algunas salas, hacia el accesoEn Cuenca, un Museo particular ofrece la posibilidad de conocer y tener contacto con algo de lo mucho que produjeron nuestros antepasados más remotos. El autor nos lleva, sala por sala, en un recorrido lleno de sorpresas que bien vale la pena complementar con una visita en vivo.
Por Jorge Dávila VázquezPREAMBULO
En 1992, quinto centenario de presencia, encuentro, descubrimiento, choque o enfrentamiento de culturas, fecha que lo menos que provocó fue controversia, se inauguró este Museo de particulares calidades como un homenaje a los indios ecuatorianos y a los grupos humanos de los que provienen directamente las obras que lo integran.
La entidad, que no se limita a mostrar objetos arqueológicos -algunos en verdad únicos-, sino que propicia encuentros de indígenas en seminarios de formación que reúnen al mismo núcleo, de tiempo en tiempo, para proporcionarle un conocimiento sólido de cuánto hicieron sus ancestros, generar en ellos respeto hacia la producción de sus mayores y estimular un legítimo deseo de superarse, es fruto de la iniciativa privada.El museo fue creación de Juan Cordero Iñiguez, quien durante la mayor parte de su vida se ha dedicado a la docencia universitaria, al estudio y a la colección de testimonios materiales de las distintas regiones del Ecuador, en sus diferentes fases históricas: desde la más remota antigüedad, hasta la época de la Colonia, en acción sólidamente apoyada, desde hace más de dos décadas, por su esposa, Ana López Moreno, quien dirige el Museo.Cordero es un apasionado de nuestra cultura y, en el recorrido que hizo para Revista Diners, lo vimos extasiarse ante sus tesoros y hablarnos de ellos con un entusiasmo que esperamos trasmitir a los lectores, aunque sea parcialmente. La emoción completa la vivirán ustedes al realizar la obligada visita a esta verdadera joya museística, que disfruta ofreciendo todos sus hallazgos a quienes llegan a ella.EL RECORRIDO, LAS PIEZAS MAGISTRALES
Ingresamos al Museo de las Culturas Aborígenes por la sala de lítica, en la que hallamos evidencias del período más remoto, el del poblamiento de América y el Ecuador; de las etapas de la cacería y la recolección. Pero hay también objetos de piedra tallada y pulida en distintos momentos del paleolítico y el neolítico o en tiempos más cercanos: puntas de flecha, azadones, hachas, esculturas zoomorfas y antropomorfas, litófonos y enseres a los que llamaríamos suntuarios: collares y espejos de obsidiana.
Dos piezas llaman poderosamente la atención: una mazorca de preciosa talla, proveniente de la Sierra norte, que además de su valor artístico tiene para su dueño un hondo sentido simbólico, pues demuestra lo ligado que está el maíz a la vida de nuestra gente en todo momento; y una mano de mortero que, en palabras de Cordero, es muestra de un diseño ergonómico asombroso, pues los dedos se ajustan al pesado instrumento por una muesca que el artista esculpió cuidadosamente en la piedra; además, habría también una simbología fálica, por su posible uso ritual.En la sala siguiente, estamos ante los vestigios de las culturas protoagrícolas y alfareras (3,500 a 500 A.C) o del Formativo. Es remarcable el conjunto proveniente de la cultura Valdivia, la representación de las famosas Venus, presuntos exvotos ligados a la fecundidad, que empiezan tallándose en piedra y acaban generalizándose en cerámica, y entre los que podemos encontrar desde lo refinadamente realista hasta lo muy estilizado. La muestra se completa con artefactos cerámicos de toda clase, realizados con una particular riqueza de técnicas: inciso (el punzón cava la superficie), exciso (se extrae material al formar las figuras decorativas), punteado, estampado, etc., técnicas que son explicadas por el Director o por algún guía especializado, con gran dominio del tema.Hallamos asimismo un grupo pequeño de enseres que provienen de Machalilla, en la provincia de Manabí. Los expertos señalan que son muy raros en todo el país y no sólo en esta colección, pero que los recipientes exhibidos -caracterizados por la vertedera y el asa lateral- dan idea de la transición entre Valdivia y Chorrera. Esta revela una rica variedad de diseños en cerámica fitomorfa, zoomorfa y antropomorfa.Y DE LA COSTA A LA SIERRA
Hallamos también ejemplos de la transición Chorrera-Bahía. Y pasamos luego, en el mismo ámbito, a admirar las muestras del formativo de las provincias de Cañar y Azuay, y su continuación en un vasto proceso cultural que empieza con Narrío, sigue con Tacalzhapa y Cashaloma, y culmina en la cultura Cañari.
Cultura La Tolita, Esmeraldas (500 a.c. 500 d.c.). Compotera, decoración con pintura negativa y colorJuan Cordero habla de la poca importancia que se dio hasta ahora a Tacalzhapa y de su revalorización actual. Detalla la trascendencia de la abundante muestra de Cashaloma, con su rica gama de diseños en toda clase de piezas cotidianas, ceremoniales, ornamentales; y se detiene en las imaginativas obras de los Cañaris, especialmente en los adornos en hueso y asta y en los rucuyuyas, maravillosos exvotos funerarios en concha, material ajeno a la zona e introducido en ella a través del comercio.En la tercera sala encontramos la presencia de dos culturas de la Costa: Jama-Coaque y Guangala, destacándose en ambas los sellos, cilíndricos y planos, respectivamente, con los que se realizaban sin duda ritos de carácter mágico, tanto en el cuerpo como en la tierra, cuando se la tenía por sagrada; y una cerámica pintada, colorida y rica en adornos superpuestos -en una suerte de pastillaje-, imaginativos, de un exotismo y una vistosidad sorprendentes, se diría que barrocos.La cuarta sala ofrece a la vista un conjunto espléndido de La Tolita, quizás el más espectacular del museo, conformado por esculturas antropomorfas, maquetas de casas, cabezas trofeos -antecedentes en cerámica de la tzantza-, máscaras funerarias o ceremoniales, moldes en positivo y negativo, artefactos utilitarios (rallos, por ejemplo); otros, zoomorfos, presumiblemente rituales, que representan aves y tres clases de animales ligados a esta cultura con carácter totémico: ofidios, simios y felinos; y miniaturas, quizás juguetes o lliptas, en las que se ponía cal, que era usada en pequeñas dosis para extraer el alcaloide de la hoja de coca que masticaban por costumbre nuestros antepasados.Hay también grandes recipientes funerarios que servían para enterramientos y que aislaban los cuerpos del exceso de humedad ambiente, lo que conservó ornamentos hechos en metal y fragmentos de tejido.Una quinta sala está dedicada a la Sierra norte y a las culturas de Tunchuán, Cuasmal y Negativo del Carchi. Destacan representaciones de los masticadores de coca, conocidos popularmente como "coqueros"; bellos platos pintados externa e internamente, con motivos vegetales, así como de pájaros y peces, y también abstractos; ollas zapato, llamadas así por su forma caprichosa; y las grandes botijas, típicas de la zona, que recuerdan por su forma a los aríbalos incas, mucho más tardíos. Fase Narrío temprano, Cañar (1000 a.c. - 500 d.c.). Presumiblemente un guerrero o un cazador. Es notable la actitud dinámica, excepcional en la producción ceramista prehispánica, que tiende más bien al hieratismoLa sexta es la Sala de las culturas de la Sierra central. Panzaleo, caracterizada por la cerámica con pintura positiva y negativa. En especial las compoteras, fina y artísticamente trabajadas, en esa vieja técnica de lo negativo en la que se cubren, con materiales aislantes, partes de la pieza que no se desea colorear, y se la somete a una doble cocción.Y la Puruhá, localizada en la zona del Chimborazo, vecina de la anterior, pero que elaboró una cerámica totalmente distinta, en particular recipientes con mango, vasos antropomorfos, algunos de dos cabezas y que muestran claros estudios de expresión, y grandes cántaros con detalles antropomorfos.Las salas séptima y octava se consagran a las culturas Bahía y Milagro-Quevedo. Abundantes en la producción de formas, tanto en recipientes como en figuras humanas. De las últimas destacan las sedentes, que exhiben algunas particularidades: variedad en la pose, exhuberancia de tocados -algunas, verdaderas mitras- y una riqueza mayor en el atuendo masculino que en el femenino. Todas estarían ligadas al chamanismo.Las últimas salas exhiben obras de la culturas Manteña, Inca, Ñapo y piezas encontradas en Loja, un sector posiblemente de trascendencia arqueológica, pero que no ha sido todavía suficientemente estudiado.Hay también una sala en la que admiramos gran cantidad de objetos trabajados en metales blandos, no preciosos, en especial cobre, tumbaga, y ocasionalmente, plomo y estaño, procedentes de distintos sitios del país, de períodos históricos diferentes y que muestran un claro dominio de la técnica por parte de nuestros ancestros indígenas. "Las condiciones de un museo particular no permiten la exhibición de piezas en oro", afirma Cordero, que lamenta no poderlas incluir en su gran colección, pues son complemento indispensable de la riqueza arqueológica.HASTA LA ARTESANIA ACTUAL
El museo no termina, como sería de esperarse, con la muestra de la cultura Inca, sino con sus prolongaciones, en el período colonial y más tarde. Estas ocurren, ya en lo formal, ya en lo técnico, y las podríamos considerar mestizas. Son enormes vasijas, fruto de la tradición ceramista artesanal, y presumiblemente fueron depósito de alimentos. Las vemos ornamentando dos amplias salas en ele, espacios destinados a funcionar como auditorio y acoger a un numeroso público en actos relacionados con el espíritu de la entidad.
Dejamos el Museo de las culturas aborígenes con genuina satisfacción, pensado que aún hay personas que dedican parte importante de su existencia a una labor de rescate y puesta en valor de lo más nuestro de lo nuestro. Y que defienden, además, contra toda opinión vacilante o negativa, el valor artístico de buena parte de los artesanos y artistas de hoy.Estos objetos, si bien se destinaban en ocasiones al rito y a la ceremonia, la mayoría de las veces estaban dedicados al uso cotidiano. Y si esas lejanas sombras aborígenes, que nos precedieron en el tiempo, tuvieron la aptitud y la sensibilidad para embellecer con su trabajo la vida diaria. Cultura La Tolita, mascara de extraordinario poder expresivo