EDUARDO KINGMAN, LA PINTURA COMO UNA FORMA DE VIVIR
Publicado en
septiembre 26, 2010
"Los Guandos", óleo sobre telaGalería: Rodrigo Villacís MolinaDesde la casa de Eduardo Kingman, en San Rafael, a pocos kilómetros al sur-este de Quito, se ve al fondo el azul cenizo de las lomas de Puengasí, contra las que se recorta el perfil de la iglesia llamada del Señor de los Puentes, que se halla al otro lado del río San Pedro, el cual bordea la propiedad del pintor. A la orilla, y algunos metros bajo el gran ventanal del taller, hay una arboleda de donde suben el canto de los pájaros y el vuelo de las mariposas. En la casa, llena de cuadros, de antigüedades y de libros, hay un silencio acogedor; solo el pintor se mueve por ahí; las gentes del servicio se hallan en otras dependencias y Bertha, la esposa, ha salido dejándonos solos.
El artista, que cumplió en febrero ochenta y un años, está cansado de entrevistas, y yo mismo le he hecho tres o cuatro; de tal manera que ya no hay preguntas que no hayan sido satisfechas, ni nuevas respuestas. Nos sentamos a ver caer la tarde, a tomar café y a conversar, nada más.Está muy ufano del Premio Gabriela Mistral que acaba de conferirle la OEA, "a pesar de que había otros candidatos excelentes", dice con un júbilo casi infantil que nada tiene que ver con la vanidad. Recuerdo, a propósito, que en otra oportunidad me revelaba, con la misma actitud, que la Enciclopedia Monitor le había destinado un espacio importante. "¡Fíjate que me han tomado en cuenta!", añadió, como si no estuviese consciente de lo que significa su nombre. Y desde luego no es pose; tanto que alguna vez afirmó que no estaba seguro de ser un buen pintor. Lo mismo que Papini le hizo decir a Picasso en una entrevista imaginaria.Juguetean en el taller un par de perros french poodle, que son los mimados del artista: Ficha y Chicle. "No hacen travesuras -les defiende-, aunque a veces se orinan por aquí, y entonces la Bertha pone el grito en el cielo..." Como si entendieran que su amo está hablando de ellos, los animalitos le hacen gracias y después se acomodan en el piso y simulan ser dos figuras de felpa.El pintor fuma mientras habla y cuando enciende el tercer cigarrillo le pregunto si, por su enfisema, no le ha prohibido el médico. "Cuando uno ha vivido tanto ya no tiene caso prohibirle nada -responde-. ¡Qué más da!". Y se queja de que hay ahora una especie de fobia contra los fumadores: "Nos discriminan como si fuéramos apestados", protesta, acompañando sus palabras con un elocuente gesto de las manos. Reparo entonces en esos dedos enormes y nudosos, los mismos que están en casi todos sus cuadros.― Lo que no tolera mi mujer es que beba - me confía. Eso la saca de casillas. Dice que ya he bebido demasiado, y es cierto, porque sobre todo en mi juventud tomé mucho; era un bohemio a tiempo completo, que compartía las madrugadas con gente de rompe y ra― Bertha tiene fama de ser muy dura -me arriesgo-, y dicen que nunca ha vacilado en echar de la casa con cajas destempladas a tus amigos cuando le caen mal...― Hay mucho de cuento en eso -me interrumpe-, tú sabes cómo es la gente para inventar historias a partir de cualquier hecho; aunque ciertamente ella tiene su carácter, y se han dado casos...El ambiente huele a trementina y a aceite de linaza, que usa el pintor. Veo en la paleta pigmentos frescos, del café al blanco, pasando por el violeta, el rojo, el naranja, el amarillo, el negro y el verde, en este orden. Le insinúo que siga con el cuadro que se halla en el caballete, cuyo trabajo suspendió a mi llegada. Kingman gira sobre el asiento ubicado frente al lienzo y toma un pincel grueso. Sin prisa mezcla los colores para obtener un rojo terroso, que aplica sabiamente en la tela, de la cual va emergiendo un rostro de mujer campesina: ella mira sin ver con unos ojos que no son sino unas cuencas oscuras, sin pupilas, pero que dejan adivinar un estado de ánimo como de ausencia. Tiene consigo, estrechándolo contra su vientre, a un niño que así mismo, poco a poco, va tomando formas, según el artista lo va sacando del limbo donde estaba.Le pregunto si no teme repetirse, porque el asunto de la maternidad resulta reiterativo en su pintura, y él acepta que sí, que se repite, que tiene que repetirse. Pero me invita a ver unas obras que nadie ha visto todavía, y descendemos a una habitación bajo su taller. Allí me encuentro con una serie de desnudos, de cuya existencia, ciertamente, no sospechaba: mujeres solas y parejas en trance de beso o de caricia; manos masculinas, poderosas, en los carnosos glúteos de ellas, o en sus senos como cúpulas palpitantes, y lo que más atrajo mi atención: una mujer sacándose la camisa sobre la cabeza, oculto el rostro, con un cuerpo informe, vulgar, pero tratado magistralmente por el pintor. Me cuenta que un desnudo dibujado para las cámaras de la televisión fue adquirido telefónicamente por León Febres Cordero, justamente cuando pasaban el programa ("como en TVentas", dice riéndose). El ex-Presidente le llamó desde Guayaquil y dijo que quería comprarlo, aunque evidentemente la obra estaba y quedó inconclusa.Le pregunto quién es su modelo, y me confiesa que trabaja de memoria. Y como anécdota me cuenta que alguna vez iba a contratar a una argentina, pero Bertha la sacó de un grito, diciendo que ninguna pilla va a entrar a su casa. Ríe de buena gana. Cuando volvemos al taller me habla de que él mismo prepara cada tela, "porque de lo contrario la siento extraña; creo que la preparación del soporte es parte de la naturaleza de la obra. Primero le doy una mano de óxido de zinc y cola; después otra mano del mismo óxido, con aceite de linaza, y por fin un fondo grueso, a espátula, de cualquier color. Cuando llega el momento, dibujo, a partir de numerosos bocetos, porque desconfío de la improvisación, y pinto de acuerdo con un plan muy minucioso; solo con óleos, eso sí, porque detesto el acrílico; es una cosa muy artificial, muy fría, muy de laboratorio, no lo siento..." "Un rezo", óleo sobre tela, 75 x 90 cms, 1942Un reloj antiguo, de péndulo, da escandalosamente las horas, y Kingman pide otros tintos para los dos. Aspiro hondamente su aroma y pruebo con deleitación esa mezcla perfecta de amargo y dulce que activa las neuronas. El pintor ve mi gesto de satisfacción y dice: -"En esto sí me cuido; nada de café instantáneo; aquí se toma café pasado, a la antigua; porque si ya me enveneno con el cigarrillo no voy a envenenarme también con el café..." Con un aparato de control remoto alza un poco el volumen de un pequeño equipo de sonido oculto bajo una mesa donde están los materiales, y entonces me doy cuenta de que todo el tiempo hemos estado oyendo tangos. Le pregunto si ha sido casual. - "No -dice-, a mí me gusta mucho esa música e incluso trabajo siempre con ella. Es eso que llaman nostalgia, porque el tango y el pasillo están muy ligados a mi juventud; escuchándolos revivo aquellos tiempos..."
― ¿Si en esa época hubieses llevado un diario, me dejarías leer alguna página?― Sí, ésta por ejemplo: cuando hice el mural que casualmente ahora estoy restaurando en ese edificio que era del Ministerio de Agricultura (Av. Colombia y Briceño), me pagaron 80 mil sucres, una fortuna para la época. Con eso me fui a California, tras de ― Además, ese tiempo coincide un poco con tus devaneos abstraccionistas, ¿no?― Sí, quise ponerme a tono con bs tiempos, y me salí de lo que es mío, mi gente, mi atmósfera; fueron años perdidos, pinté muy poco y cosas de las cuales después he renegado.Se queda pensativo, camina por el taller mirando el piso de grandes y encerados ladrillos octogonales, y sale, creo que a la cocina, para tomarse otro sorbo de café. Bertha me explicará después que él siempre anda en las nubes, y que a veces se desconecta de la realidad. "Pero si va por un tinto -reconoce-, nunca olvida lavar él mismo su taza".Cuando vuelve, al cabo de un largo rato durante el cual yo he estado husmeando por todas partes, le pregunto si tiene idea del número de cuadros que ha pintado en su vida. "Sí -afirma-, calculo que he pintado de 700 a 800 óleos, y que he hecho como 3 mil dibujos y acuarelas. No es mucho, si se toma en cuenta que comencé a dibujar a los cuatro años. Porque así como hay niños que nacen con malformaciones congénitas de carácter orgánico, yo nací con esta anomalía de pintar, que me impuso con el tiempo una forma de vivir... Y quizás, también, me parece ahora, una forma de morir".― ¿Ha disminuido con la edad tu fuerza creadora?― Sí, por desgracia. Aunque las facultades mentales se mantengan bien, ya no es lo mismo; esa como emoción primaria va desapareciendo o por lo menos menguando...Mientras saca y enciende otro cigarrillo, mira con detenimiento el cuadro a medio hacer que está en el caballete. Eduardo Kingman en un rincón de su estudio en su casa de San Rafael.Picasso pintó hasta los 92 años, le recuerdo.
Me mira muy serio a los ojos y dice:― Es un caso excepcional. Yo aspiro a pintar únicamente hasta los 91.― ¿Qué es lo que más te molesta ahora que solo tienes 81 años?― que me llamen octogenario.― ¿Nada más?― Bueno, también los achaques de salud y el hecho de haberme quedado casi sin amigos, porque han tenido la descortesía de irse muriendo uno a uno. Por eso ya no me gusta asistir a las invitaciones; no tengo con quien hablar, no veo caras conocidas, y como― Entonces, ¿prefieres quedarte en casa? ¿Qué haces aquí cuando no estás trabajando?― Escucho música y leo, me gustan las novelas policiales. Leo también cuando vamos con Bertha de vacaciones a la playa, a nuestra casa en Bahía, ahí ni siquiera salgo a ver el mar; y aquí todos los días leo hasta muy tarde en la noche. La lectura es una b― ¿Y la televisión?― Solo para las noticias. Además, como verás, todos los aparatos que hay en esta casa se hallan camuflados; el diseño de los televisores me parece tan feo, y desentona con todo lo demás. Por eso, para disimular, les he construido esas cubiertas de madera,― O sea que haces también un poco de carpintería...― Hacía, pero me robaron todo el taller.Se queda en silencio, y siento que está cansado. Además, se ha hecho muy tarde.Para despedirnos, me conduce de habitación en habitación, mirando los tesoros de arte que contienen: cuadros de muchos pintores ecuatorianos y de algunos extranjeros; obras suyas; cosas con historia, inclusive un pequeño melodio que todavía suena, con acento casi medieval, como debe de haber sonado en alguna antigua capilla, y más allá, otros dos ambientes de trabajo, pequeños, pero dotados de todo lo necesario, "para dibujar o para hacer acuarelas", me explica el artista.Es evidente que toda la casa, asomada a un río que a esta hora es solamente un rumor, ha sido pensada para que él, a diario y con todos los recursos, pueda exorcizar a sus demonios, esos que le nacieron cuando de niño hizo los primeros dibujos.