A LA SOMBRA DE LOS POETAS
Publicado en
agosto 01, 2010
Un divertido e irónico viaje por los congresos de poetas y escritores, y las consecuencias que suelen tener estos eventos en el ánimo de las adolescentes acompañantes y sus admirados personajes.
Por Jorge Enrique AdoumHace cinco años, al escribir "Algo sobre la fauna de los congresos literarios" (Diners, n° 84, mayo de 1989), señalaba que el escritor, en lo sucesivo llamado Importante, invitado a congresos, coloquios, seminarios o encuentros de literatura, a más de exhibir la conciencia que tiene de su propio valor, a menudo es, se cree o lo consideran un hombre hermoso. "En cuanto llega, Importante inspecciona el hall del hotel en busca de las raras participantes femeninas, generalmente mujeres solas", a las que hace la corte, a veces con éxito. Y añadía, entre paréntesis: (Huelga decir que en los congresos, como en la vida, el tenorio dice más de lo que hace: Importante se desquita así de los vanidosos que se creen mejores escritores que él pero que en toda una semana no han sido capaces de llevarse una mujer a la cama. Entonces fui injusto con la "bandada de muchachas, supuestamente estudiantes de periodismo o de literatura" que revolotean en las puertas y pasillos del local donde se celebra el encuentro, "que quieren hacer a Importante una entrevista (que jamás se publica), que miran embobadas a los escritores célebres, particularmente a los autores de esos poemas de amor que, de golpe, se vuelven premonitorios: parecen haber sido escritos para ellas...". Injusto, porque son realmente estudiantes de periodismo o de literatura (algunas escriben sus primeros -y, a veces, magníficos- poemas), injusto porque he visto publicadas algunas de sus entrevistas, injusto porque no buscan a las celebridades sino que la suerte las pone, cuando no se trata de desconocidos, frente a ellas: sucede que los organizadores, por lo general poetas locales, se ocupan de la infraestructura del festival -salas, teatros, hoteles, agasajos, publicidad, prensa...- y, ante todo, del milagro de costear esas actividades, que suelen durar de cinco a siete días, y acuden a esas adolescentes (suelen ser alumnas suyas), o ellas se ofrecen como voluntarias, para resolver los problemas prácticos de los invitados: cambio de dinero, confirmación o cambio de fecha del vuelo de regreso, compra de libros, regalos o recuerdos.
El primer encuentro tiene lugar en el aeropuerto, cuando están encargadas de recibir a los viajeros con un letrero en que se ha inscrito su nombre, o a su llegada al hotel. Entre esas "muchachas en flor" las hay realmente hermosas: se juntan en ellas la edad, la ternura y la poesía. Son, inicialmente, tímidas: al fin y al cabo, están encargadas del poeta que estudian o admiran y su belleza, audacia o condición económica les permite escoger (ignoro cómo se las arreglan para el trueque) a los más célebres o a los más jóvenes. Como no pertenezco a ninguna de estas categorías, las he visto, equidistante entre ambas, regocijarse y sufrir, vivir una semana algo parecido a un sueño y volver a la rutina cotidiana, alejarse de sus compañeras menos favorecidas y luego buscarlas cuando la realidad es ya sólo relato.Es fácil comprenderlo. Un día, súbitamente, cuando tienen entre 17 y 23 años de edad, el destino hace que compartan por unos días la vida de alguien, hasta entonces sólo admirado, cuyo nombre está en la portada de libros de poesía y su fotografía en las páginas de revistas y periódicos. Van juntos a todas partes: recitales, mesas redondas, entrevistas con la prensa; los acompañan en cenas y cocktails poco frecuentes en su vida cotidiana, en los cuales lucen trajes y vestidos poco usados, y estrechos blue-jeans, mejor adaptados a su edad y su cuerpo, para los paseos a los que suelen comunicar la alegría del canto.La felicidad es mayor si en alguno de los recorridos por la ciudad -más aún si, por casualidad, en una fotografía- sus compañeras las ven junto al "maestro". Al final del festival cada una de ellas tendrá, además, uno o dos libros dedicados por el poeta, que de admirado pasó a ser algo así como amado, con unos renglones de cariño o gratitud con los que jamás soñó o que habrían sido protocolarios, menos cálidos, si los hubiera escrito el primer día del encuentro.Es indudable que la condición de extranjero del escritor, y de temporal de su relación con alguna de las bellas en flor, favorece lo que, de otro modo, tal vez no ocurriría: lo que parece doloroso, su fugacidad, es no sólo su mayor atractivo sino, además, la garantía de que no tendrá consecuencias: esa breve visita nocturna a la habitación desordenada y llena de libros del poeta en nada alterará el idilio que viene arrastrando la estudiante -aunque a veces los muchachos interesados en ella se indignan contra el intruso, "abuelo" por añadidura, y detestan, más que antes, más que siempre, la poesía- ni la sólida estabilidad conyugal en que se afirma el vate.Yo les tengo ternura a las bellas cuya juventud despunta y hace estallar los botones de la blusa en los brazos del "favorecido por las musas": a menudo, me ha tocado desempeñar el papel de viejo que aconseja o consuela. Su amor, o lo que se le parece, es a veces airado: ellas se disputan al poeta guapo o célebre; las de mayor experiencia o audacia (no creo probable que alguna de esas chicas se haya inaugurado como mujer en un festival de poesía) tienen una nueva historia, recordada o inventada, para contar después que al amor y al deseo se les unió en la almohada la poesía. Cada día del festival es, su nombre lo dice, de fiesta, mas también de pena porque el final se acerca. La víspera de la partida, en la cena de despedida o en el baile ocasional (en el que sólo participan los caribeños y los jóvenes) que le sigue, aparecen las primeras lágrimas: contra su costumbre, las chiquillas han bebido dos o tres tragos a los que, sin embargo, no puede atribuirse el llanto, al día siguiente, en el hall del hotel o en el aeropuerto donde alguna podrá decir o decirse que "en cambio, hace cinco días, aquí mismo...". Alguien esperará inútilmente que tal vez, ojalá, comience una correspondencia (deberá crecer y amar de veras para darse cuenta de que los amores por correo se parecen a la masturbación) o que el poeta sea invitado al festival del año próximo, aunque sin ninguna certeza de que la aventura se repita. Pero, en su mayoría, quisieran irse a otro país, con ese otro hombre, a otra vida. Las más atrevidas, particularmente si se enteran de que el poeta es soltero, viudo o divorciado, insinúan o declaran abiertamente querer irse con él, casarse con él, y hasta hay escenas violentas, con alcohol y público. Y, quién creyera, ellas también inspiran, más que piedad, ternura.Ignoro por qué razón y en qué circunstancia José de la Cuadra exclamó: "¡Maldita sea la literatura!" ¿No tendrán, me pregunto, aquellas adolescentes -algunas, verdaderos poemas anatómicos sin escritura-, sus amigas, sus familiares y quienes en el colegio o la universidad suspiran por ellas, ganas y razones de gritar con ocasión de esos festivales: "¡Maldita sea la poesía!"