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agosto 01, 2010
Por Julio Oleas MontalvoPosiblemente todo comenzó cuando un troglodita mandón ordenó a gritos borrar alguna pintura rupestre, por obscena o blasfema, de la pared de la caverna. Pero esto es sólo lucubración; el primer antecedente cierto se remonta al 2.600 a. C., cuando las autoridades del antiguo Egipto promulgaron el Canon: colores, diseños y convencionalismos permitidos a los artífices creadores de las maravillas descubiertas luego de milenios en el valle del Nilo. También los judíos debieron asumir drásticas restricciones, pues se vieron impedidos de poseer o hacer estatuas o "ídolos", por prohibición expresa de las Escrituras (Deuteronomio, IV, 16-18).
La primitiva Iglesia Católica tampoco tuvo contemplaciones con la libertad artística. La Virgen María debía pintarse a la derecha del Crucificado y San Juan a la izquierda. Dios, los apóstoles, los ángeles y el propio Jesús debían representarse con los pies desnudos; pero ni los santos ni la Virgen podían enseñarlos. Hasta que Bartolomé Murillo acaparó la cólera de la Inquisición española por 'sugerir' dedos en los pies de la Madre de Jesús.Con la Ilustración declinó la censura eclesiástica, en parte por un cambio de balance entre los poderes civil y religioso. Pero también porque las autoridades de la Iglesia intuyeron que el genio artístico sin trabas podía henchir maravillosamente el alma de los hombres, para gloria de Dios. Quien lo dude que recuerde La Piedad de Miguel Angel, el Mesías de Haendel o la sublime imagen de Simón con el Niño Jesús en sus brazos, pintada por Rembrandt.Para norteamericanos y británicos el desnudo siempre ha resultado incómodo, a menos que se lo presente como algo muy trascendente. En la década de 1860 réplicas de la Venus de Milo asumieron respetabilidad cuando un hábil comerciante las rebautizó como la Diosa de la Libertad.En cuanto a literatura, las decisiones de las cortes anglosajonas estaban determinadas por el test de Hicklin ("Es prueba de obscenidad si el asunto inculpado trata de depravar y corromper a aquellos cuyas mentes están expuestas a tales influjos inmorales y en cuyas manos puede caer tal suerte de publicaciones"). Ulises de James Joyce, Fanny Hill de John Cleland y El Amante de Lady Chatterly de D.H. Lawrence han sido algunos de los títulos por años imposibles de conseguir como consecuencia de la aplicación de este famoso test.La oficina de correos de los Estados Unidos ha demostrado especial celo en el control de la pornografía, aunque sus funcionarios nunca han tenido el conocimiento apropiado para calificarla. De ahí que sus procedimientos se han ajustado a rudas normas desaprobatorias: "senos sí, pezones no" y "nalgas sí, rajas no". Sus incautaciones de material obsceno han incluido tarjetas y calendarios picantes junto a copias de Lisistrata de Aristófanes ilustradas por el artista australiano Norman Lindsay.Para controlar el cine, Hollywood adoptó el Código, una famosa lista de "nos" y "mucho cuidado con", de periódica actualización. David Selznick fue multado con cinco mil dólares por violarlo en una línea del diálogo de Clark Gable en Lo que el viento se llevó. Especial resquemor ha provocado el desnudo infantil. Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sicca, cuya escena final incluye a un niño orinando contra una pared, fue calificada de obscena, aunque luego ganó un Oscar.La brutalidad de la censura, elevada a su mayor grado de intolerancia, se dio en la Alemania nazi y en la Rusia comunista. En 1937 los nazis organizaron en Berlín una exhibición de "Arte Degenerado" para ridiculizar a bolcheviques y judíos. La muestra contenía obras de George Grosz, Wassily Kandinsky, Marc Chagal y Ernest Ludwig Kirchner. Para la severa censura stalinista era preferible el "realismo socialista", mientras la Biblia y otras obras religiosas constituían anatema.Los mayores avances hacia la libertad han ocurrido en los Estados Unidos. La Corte Suprema drásticamente cortó las alas de los censores cuando en 1957 decidió que solamente a pensamientos o discursos "completamente sin" valor rescatable se les podía negar las protecciones constitucionales de las enmiendas primera y décimocuarta. En ese año William Brennan, un famoso juez liberal de la Corte Suprema, puntualizó: "cualquier idea que tenga aunque sea la más ligera redención de importancia social -no ortodoxa, controversial, o incluso odiosa al clima de opinión general- está amparada por todas las garantías de la Constitución americana". Actualmente los críticos de la censura federal se limitan a quejarse por la restricción de fondos del National Endowment for the Arts en beneficio de ciertos artistas cuestionados. Esta agencia, luego de recibir acres críticas de la derecha religiosa por propiciar la exhibición de la fotografía homoerótica de Robert Maplethorpe y el Piss Christ de Andrés Serrano, ha asumido mayor cautela al repartir sus subsidios. Pero mientras en las artes la tendencia liberalizadora de los últimos años ha sido constante, los medios de información han corrido diferente suerte. En la guerra del Golfo los movimientos de los periodistas y la transmisión de sus despachos desde el escenario de la contienda fue totalmente controlada por los militares. Esta censura era necesaria -se argumentó- para proteger a los combatientes. Walter Cronkite, uno de los periodistas norteamericanos más respetados y veteranos, cree por el contrario que el control de las noticias no ayuda a ganar batallas y pregunta: "¿Qué están tratando de ocultar?"La libertad de expresión de los norteamericanos está garantizada por la primera enmienda de la Constitución: "El Congreso no aprobará ninguna ley que limite la libertad de expresión o la libertad de prensa, o que limite el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y pedir al gobierno que corrija cualquier injusticia". Nadie parece estar dispuesto a plantear una modificación radical a este texto. Pero la experiencia de Vietnam, cuando la libertad de información desató el rechazo del pueblo norteamericano a la conducta de su gobierno, hizo meditar a los militares. Para el Pentágono esa guerra se perdió en las redacciones de los periódicos, en los pasillos del Congreso y en las calles del país, no en los campos vietnamitas. Este razonamiento condujo a establecer todo tipo de controles a las noticias provenientes de los escenarios bélicos de Grenada, Panamá y el Golfo Pérsico. Así, los edulcorados reportajes de guerra de la CNN sólo comunicaron aquellas situaciones consideradas apropiadas por los expertos militares. A los televidentes del mundo occidental llegó otro enlatado producido casi al instante por la industria de información norteamericana: el actor principal fue la tecnología, mientras el miedo, la crueldad, el abandono, el dolor, la prepotencia, el hambre, el frío, la enfermedad -todos los componentes reales de cualquier guerra- fueron simples actores de reparto, generalmente no convocados.Nuestra Constitución, por tantas razones vilipendiada, también consagra entre los derechos de las personas el de la libertad de opinión y expresión del pensamiento por cualquier medio de comunicación (Art. 19 num. 4°). No obstante, la Ley de Seguridad Nacional reprime drásticamente esta garantía, y bien sabemos que en Latinoamérica poco valen buenas razones frente a los cicateros conceptos militares relativos a las libertades públicas.En cuanto a expresiones artísticas y plásticas pensábamos que la cosa iba mejor. En los últimos años hemos asistido a aislados capítulos de censura de tinte más bien folklórico. Que un alcalde tropical decida prohibir la exhibición de una película cómo La Luna mientras clausura las coquetas aberturas de las faldas de las burócratas del cabildo llama a risa; así como también hace reír el empeño de un intendente al acometer contra los marginales de la Bahía y cargar con el material pornográfico vendido por uno o dos comerciantes, mientras los productos de mayor consumo en los locales de renta de videos son las famosas "tres equis" y las películas de la más despiadada violencia.Otro caso merece reflexión más detenida. Un burgomaestre capitalino simplemente ahogó el problema antes de que tomase cuerpo. Lo que no deja de ser una subrepticia forma de censura. Pero una vez concluido su mandato, la Casa de la Cultura decidió presentar el objeto en discordia: La Ultima Tentación. Y se desencadenó el escándalo. La presión ejercida por el clero y por los voceros de la derecha fue abrumadora. El presidente de la Casa de la Cultura, como si fuese presidente de una entidad cultural católica, acobardado por el "clamor general", simplemente suspendió las exhibiciones. Lamentable precedente sin asidero en ninguna disposición legal ecuatoriana, menos en la Constitución, que no por mala ha perdido su carácter de tal. En muchos países del mundo, con poblaciones católicas igual de representativas que la del Ecuador, esta película ha sido presentada sin mayores dificultades.'La censura se mantiene, y surge tanto desde la izquierda como desde la derecha. Y sus actores, los censores de siempre, en cualquier época han demostrado las mismas características comunes: superlativa falta de los sentidos del humor y del ridículo, carencia de templanza y extrema cortedad de miras.