Publicado en
julio 18, 2010
(Seleccionada entre las 16 mejores obras latinoamericanas presentadas al Concurso Tirso de Molina, Madrid)
CUADROS
I.Verde Presagio
II. Rojo Tristeza
III. Amarillo Miseria
IV. Negro Esperanza
PERSONAJES
El Taxista
El Profesor
La Esposa del Profesor
El Hombre de Negocios
La Esposa del Hombre de Negocios
El Hijo del Profesor
El Hijo del Hombre de Negocios
Escenario
Tendrá, como únicos elementos, dos sillas. Estas serán usadas y cambiadas de lugar, según se vaya indicando en cada oportunidad. Todo lo que el autor indique con referencia a otros elementos, por ejemplo, libros, teléfono, licores, vasos, armas, discos. etc., deberán ser dados a través de la actuación de los actores. En caso de hacerse difícil mimar la relación con los objetos, se podrá recurrir a algunos elementos, pero de manera muy esquemática.
I
V E R D E P R E S A G I O
Dos sillas, una detrás de la otra; la segunda un paso al lado derecho. Ambas deberán usarse como si fuesen los asientos delantero y trasero de un taxi, respectivamente.
Entra el Taxista. Se estira, bostezando, como quien viene despertando de una siesta. Se sienta en la primera silla y queda en actitud de reposo, echado hacia atrás, las manos detrás de la nuca.
TAXISTA: (estirándose); No está tan mal este trabajo... me ocupa la tercera parte del día, y las dos partes restantes descanso o me divierto. (Coloca la radio y silba el tema.) Me entretiene conversar con los pasajeros. Sobre todo con los profesores de la Universidad. ¡Son cosa seria! No se por qué, pero me caen simpáticos esos tipos. Me gusta venir a trabajar al barrio universitario. Cuando los escucho hablar, me dan ganas de no ser tan ignorante. (Se queda pensativo) Quizás debiera tratar de aprender, saber más. (Pausa) Ser profesor, tal vez... llevaría otra vida y la gente me miraría con más respeto. (Suspira) Me parece que he hecho puras leseras hasta ahora. No saco nada con ganar dinero de sobra en este trabajo. Igual me miran en menos. Mientras que a los profesores los tratan con toda consideración. (Reflexiona) Podría estudiar de día y trabajar de noche... (Decidido) ¡Mañana mismo me matriculo en una escuela! (Se echa hacia atrás y sonríe con satisfacción) Tendré que dejarme crecer el pelo y usar anteojos. (Se acaricia el mentón, preocupado) ¿Y qué pasará con mis amigos? ¡Son buenos compañeros! Pero son como yo, ignorantes. Mmm... necesitaré otras amistades. Sí, tienen que estar más de acuerdo con lo que pienso llegar a ser. Tendrán que ser de otra clase, más cultos. (Pausa) ¿Y mi novia? No es como para esposa de un profesor... no sabría comportarse. El ideal sería una mujer educada en algún buen colegio. Mmm... una pena, pero ella no podría ser feliz conmigo si cambio de vida... (se queda pensativo.) Pero, ¡Putas! ¡Qué estoy diciendo! ¡No puedo ser tan vaca! ¡Si son mis amigos! Y ella se me ha entregado toda, convencida que la amo y que nos vamos a casar... (Suspira) Hay que tener cuidado con la imaginación. (Hace movimientos con las manos y pies como quien trata de poner en marcha el auto. Con un gesto de fastidio, se levanta y se tiende debajo de las sillas, actuando como quien repara una panne.) A ver... esto está suelto. Hay que cambiar la pieza. Por ahora, una apretadita de tuerca me sacará del apuro... Mmm... ya esta. (Se sale de la posición anterior y se limpia las manos.) Es harto sucio este trabajo, por lo demás. (Se vuelve a sentar en la silla) Pero de todos modos puedo estudiar. Y si decido hacerlo, tiene que ser en serio, nada de diversiones. (Entusiasmándose) ¡Cambiar de vida y ser otro! Cuando sea profesor, llegaré a la casa cargado de libros y mi mujer estará feliz esperándome. Seguramente nuestros hijos también querrán ser profesores. (Preocupado) Tendré que trabajar duro para enfrentar los nuevos gastos. (Pone en marcha el motor y realiza los gestos de quien está manejando un auto) No estaría mal comenzar desde ahora mismo a juntar algunos billetes.
Entra el Profesor. Sostiene en la mano izquierda algunos libros. Hace señas al taxi para que se detenga. Se acerca a éste y se sienta en la silla de atrás. Deja libros en las rodillas y toma uno, hojeándolo.
TAXISTA: (solícito) ¿A dónde lo llevo, señor?
PROFESOR: (maquinalmente, mientras lee) Media cuadra antes de llegar a la Avenida.
TAXISTA: Muy bien, señor. (Mientras maneja, observa repetidamente al Profesor por el espejo retrovisor, esperando la ocasión para conversar. En el momento en que el Profesor levanta la vista del libro, se apresura a hablarle) Cuesta tomar un taxi a esta hora ¿no?
PROFESOR: (mirando por la ventanilla) Mmm...
TAXISTA: (saca una cajetilla de cigarrillos y le ofrece uno) ¿Fuma?
PROFESOR: No, gracias.
TAXISTA: (toma para sí un cigarrillo y lo enciende) ¡Puff! A veces tengo que hacer tremendos esfuerzos para no dormirme. (Exagerando, para llamar la atención) ¡Anoche trabajé hasta la madrugada!
PROFESOR: (lo mira inquieto) Debe ser peligroso manejar en esas condiciones...
TAXISTA: (animoso) ¡Tengo firme el pulso! (Aprovecha la oportunidad para seguir conversando) Usted es profesor ¿no? (Prosigue, sin esperar respuesta) ¿Es muy difícil llegar a ser profesor? Perdone usted que le hable de mí, pero a mí... ¿sabe?, me gustaría ser profesor. Raro ¿ah? Es que deseo saber cosas... (Se queda observándolo por el espejo, esperando una respuesta.)
PROFESOR: (lo mira nervioso y murmura para sí) ¿Qué me mirará tanto? (Se toca el cuello de la camisa) Debe estar roto, seguramente. (Desasosegado) Espero que mis alumnos no se hayan dado cuenta...
TAXISTA: (trata de recuperar la conversación a toda costa. No halla cómo. Pasa una mujer y la sigue con la vista, aparatosamente, silbándole) ¡Qué mujer! ¡Se fijó! Linda la gringuita. (Aventura, maliciosamente) Dicen que las gringas prefieren a los latinos para hacer el amor.
PROFESOR: (que ha sido interrumpido en su lectura) Nada como para enorgullecerse. Efecto del subdesarrollo y nada más. (Con ironía) Mientras más desnutridos nos encontremos, más determinados estaremos a una intensa actividad sexual. Es la manera en que cualquier especie se defiende del peligro de extinción. De ahí la explosión demográfica en los países pobres.
TAXISTA: (que ha puesto mala cara por la explicación que le ha dado el Profesor) Pch, entonces los gringos, que comen mucho más que nosotros, son malos para la cama...
El Profesor no le contesta. Ha vuelto a su lectura. Al rato levanta la cabeza y mira por la ventanilla. Habla consigo mismo. El Taxista, que ha perdido la esperanza de seguir conversando, habla igualmente consigo mismo. Se producen, de esta forma, dos monólogos paralelos, sin tocarse, los que se irán engarzando alternadamente; esto es, con silencios del uno, que darán cabida al monólogo del otro.
PROFESOR: Aún tengo la clase dándome vueltas en la cabeza. Realmente cansa esto. Y lo miserable del sueldo lo hace sobradamente ingrato. Valdría más la pena ganar dinero de otra forma. Quizás así podría disfrutar de algún descanso. Ahora, siempre me siento obligado por razones de prestigio a un trabajo arduo, agobiante. Además, para estar al día en la disciplina, debo ocupar los días festivos para leer y trabajar los nuevos textos ¡Qué vida más malograda! Y mi mujer siempre disconforme. No tengo ninguna libertad. Pero ya es tarde para enmendar rumbo... y lo cierto es que no tengo fuerzas para hacerlo. Llegamos...
TAXISTA: Yo aquí, deambulando por las calles, sin preocupaciones, como un pájaro. Interesado solo en conversar con la gente y perdiendo mi tiempo en diversiones. Salgo con amigos y mujeres cuando se me da la real gana. ¡Qué vida más malograda he tenido! Cuando debería estar estudiando, pensar cosas serias, rotundas, que a mi novia la hicieran sentirse orgullosa. Poder llevar siempre libros importantes y ser bien considerado por los demás. Menos mal que todavía es tiempo para enmendar rumbo... y, lo más importante, es que tengo fuerzas para hacerlo. ¡Llegamos!
El Taxista se levanta y carga su silla llevándola hacia atrás, a unos cuantos pasos hacia la derecha. Mientras el Profesor ha ido cambiando lentamente de actitud, convirtiendo el asiento del taxi en el sillón del living de su hogar.
II
R O J O T R I S T E Z A
El Profesor se encuentra sentado en la silla, los ojos cerrados, en actitud de cansancio. Se pasa las manos por las sienes, suspira y se levanta, lentamente. Se pasea mientras habla, las manos a la espalda.
PROFESOR: La verdad es que la historia es una inmutable carcelera de los hechos. Y cuando se asocia con los intereses políticos o religiosos, se convierte en una verdadera tumba. (Queda pensativo, deteniéndose) Un fracaso, realmente. Yo no tengo vocación alguna para bucear incertidumbres (Suspira y continúa su paseo) Reconozco que seguí esta profesión en busca de cosas que nada tenían que ver con la historia: respeto, dinero, posición social, en fin... ¡Qué ingenuidad! Me encontraba muy bajo en la escala social, para poder darme cuenta de la trampa que me tendía mi ambición. Las garantías que buscaba se dan en otro plano... y más bien son sus contrarias las que remuneran mi actual esfuerzo. (Se sienta y toma un libro) Me queda sólo el amor propio, ese gran maquillador de frustraciones, que me ha convertido en un buen profesor.
La esposa del Profesor entra desde el fondo de la escena y se queda mirando al Profesor en actitud indecisa, desde atrás.
ESPOSA: ¿Molesto?
PROFESOR: (levanta la vista del libro) ¿Ah? Perdóname, no te escuché.
ESPOSA: No es raro. Te preguntaba si interrumpía tu trabajo...
PROFESOR: (hace gestos negativos con las manos) No faltaba más...
ESPOSA: ¿Comiste?
PROFESOR: Comí algo en la Universidad, no te preocupes. (Vuelve a su lectura.)
ESPOSA: (titubea) ¿Tienes mucho que hacer?
PROFESOR: Sí. Debo preparar las clases de mañana.
ESPOSA: (se sienta en la silla de atrás) Habíamos quedado de ir al cine esta noche...
PROFESOR: Perdona, se me olvidó y no saqué entradas.
ESPOSA: Bueno. Otra vez será. (Se levanta y camina hacia bastidores.)
PROFESOR: (la mira, disculpándose) Espero que no te hayas molestado. Estuve muy ocupado hoy...
ESPOSA: (se detiene) No, no. (Titubea, luego avanza y se vuelve a sentar.) Pensaba que... creí que te iba a encontrar fuera de tus libros. (Se mira las manos y se pasa los dedos por las palmas, maquinalmente.) Deseaba conversar contigo... (Hace un gesto vago con la mano.) Pero mientras estás ahí dentro, quien sabe qué personaje sale en vez de ti. (Sonríe con tristeza) Me da temor a veces...
PROFESOR: (mira de reojo a su esposa. Trata de esquivar la atmósfera de intimidad que ella está creando. Se para de la silla y se pasea mientras habla.) Estaba pensando en una discusión planteada hoy en mi clase. La gente joven desconfía de la historia, y con razón. Las más de las veces, ésta no es otra cosa que un buceo, entre las versiones interesadas de una u otra de las facciones en las que los hechos dividen a los hombres. (Se para, y mira a su esposa, tratando de interesarla) Nos hacemos militantes apasionados de los relatos, anécdotas y escritos de los ciudadanos del pueblo conquistador, de los partidarios del político afortunado y de los amigos y parientes del héroe victorioso. O de lo contrario, atendemos las quejas y lamentos con que cuentan su versión los ciudadanos del pueblo sometido, los partidarios del estadista fracasado y los amigos y parientes del guerrero vencido. Pero esta última postura es la que da menos dividendos al investigador, y carece casi en absoluto de cronistas. (Le sonríe conciliador) ¿No te parece?
ESPOSA: (hace con la mano un gesto de desinterés) No me parece. Mejor dicho, no me interesa. Cuando éramos novios me dejabas impresionada con tus propias historias. Éstas no te pertenecen y me dejan fría. Además, ahora es distinto. Tengo un hogar, un esposo y un hijo de quienes preocuparme.
PROFESOR: (resentido) Yo también me preocupo de esos problemas. Te equivocas si crees que trabajo más allá de lo tolerable por el puro gusto de hacerlo. Lo hago sólo porque estoy convencido que alguien debe sacrificarse (Se sienta y trata de volver a su lectura) Ahora, déjame ver cómo atiendo las inquietudes de mis alumnos.
ESPOSA: (con un gesto de fastidio) Las mías, para qué...
PROFESOR: Hasta el momento no me has preguntado nada que valga la pena contestarse.
SPOSA: (con pesada ironía) Pero qué ilusa soy... Cómo me vas a escuchar... Yo vivo en el primer año del tercer milenio, en este país, en esta ciudad, en este barrio, en esta casa, en donde viven dos personas sin ninguna importancia para tus estudios. (Ansiosa por hacerse comprender) Pero a mí sí que me importan los que viven en esta casa.
PROFESOR: (incómodo) Qué injusta eres. Si se cumplieran tus deseos, yo debería convertirme en una de tus cosas íntimas, exclusivas, a punto para cuantas veces la necesitaras. ¿No entiendes que la profesión del hombre, su actividad, debe ocuparle una parte importante de su vida, en beneficio de su hogar?
ESPOSA: No exageres mis exigencias. Eres tú quien no comprende nada. No me gusta lo que dices. Suena a machismo.
PROFESOR: No. Es un problema de especialización.
ESPOSA: Mientras esa especialización no los obligue a castrarse... (Sacude la cabeza) Pero yo no deseo discutir. Quiero solamente conversar contigo.
PROFESOR: No has hecho otra cosa que buscar la discusión.
ESPOSA: La verdad es que contigo nunca he podido hablar con calma. No sé por qué, pero tengo la sensación de que me haces trampa. De alguna forma me sacas fuera de quicio y así le hurtas el cuerpo a lo que quiero decirte.
PROFESOR: Dilo de una vez. Te escucho.
ESPOSA: (turbada, busca nuevamente un clima de intimidad) No es nada preciso. Es sólo que siento una gran necesidad que me escuches. (Sonríe) A veces me dan deseos de disfrazarme de algún personaje histórico para ganar tu atención... o morir de manera trágica para ocupar un lugar en tus estantes.
PROFESOR: Estás de broma...
ESPOSA: No. Lo que pasa es que las cosas no marchan bien en esta casa y desde hace bastante tiempo. Yo pensaba en el hogar como una vida en común...
PROFESOR: Eso es muy vago. Creo que estás un poco nerviosa y nada más. (Vuelve a su lectura.)
ESPOSA: (Ansiosamente) No, no te vuelvas a esconder ahí. (Mira hacia el suelo y se toma las manos sobre la falda) Sabes que no se trata de mis nervios. El tiempo que me deja tu abandono, me ha permitido pensar en lo que los dos hemos llegado a ser. Tú te has pasado la vida preocupado de lo que hicieron tales o cuáles fulanos o zutanos. No sé cómo y para qué has llegado a esta situación. ¡Y con qué tenacidad has ido sepultando al hombre que conocí y amé! Escucha. Has encanecido en la tarea y yo contigo, pero al lado de afuera, adonde me has relegado. Lo triste es que te has olvidado de construir tu propia historia, sin pensar tampoco que ella incluía la mía y la de tu hijo. ¿Qué somos para ti, realmente? ¿Acaso debemos esperar a morir? ¡Dios, qué vida! ¡Y pasas por sabio!
PROFESOR: (perturbado) Déjame tranquilo, por favor. (Se levanta) No es culpa nuestra si las cosas se dan de esta manera. (Conciliador) Pero vamos, hay cosas que están ya puestas mucho antes de nuestros deseos. ¿Quién recuerda lo que yo quería o debía ser? Yo no, realmente... Y acaso ¿se elige tan libremente? Lo real es que estudié para profesor por razones que ya no interesan. He tratado de hacerlo lo mejor posible, llegando a ser lo que busqué, un profesor. Déjame al menos el consuelo, a mis años, de no sentirme fracasado.
ESPOSA: (mueve la cabeza como alguien que, desesperadamente, no quiere entender) Eso no te libera de la obligación de cumplir con nosotros. Piensa que eres el jefe de esta familia, que yo soy tu mujer y la madre de tu hijo. (Pausa) Cómo decírtelo... te veo tan entrampado y ciego, incapaz de vivir junto a nosotros, como debieras. Es injusto que tu error sea la causa de nuestra desdicha. Perdóname, pero... es que aquí no hay familia hace mucho tiempo. (Titubea) Ni tampoco hay matrimonio. Y si lo hay, lo es sin compromiso... casual e ingrato.
PROFESOR: Te pones vulgar.
ESPOSA: (decidida y sin rencor): Tienes miedo de escuchar la verdad y no te culpo. Yo tengo miedo de decirla. Pero es muy triste esto de esperar y esperar en vano a que cambies. Si a lo menos supiera que soy algo importante en tu vida. Mira qué poco es lo que solicito... (mira a su alrededor) aunque fuera en este rincón de tu existencia, con tus libros y tareas, que eso es el hogar para ti. (Con vehemencia) Deseo tanto participar de tu vida, si es que puedes perdonar mi ignorancia. (Pausa) No tengo nada, desde hace mucho tiempo. Ni siquiera la satisfacción de saberte feliz. Mi desgracia, cuando busca tu apoyo, no encuentra más que a tu desgracia. ¡Créeme! Estoy tan sola... Cuando nos casamos no me advertiste claramente de tus propósitos, ni que ellos significaban embarcarte, física y espiritualmente lejos, dejándome a mí en el muelle, abandonada. Pero escucha, pienso que puedes regresar, que aún es posible remediar este quiebre. (Dolida) ¡Qué egoísmo! No somos unos ancianos... ¿por qué quieres desterrar el calor que nos podemos dar y que necesitamos recibir? (Pausa) Yo te amo, ¿qué puedo hacer?
PROFESOR: (tira el libro y se levanta, con una sensación de vértigo): ¡Déjame! ¿Qué crees tú que pueda yo hacer? Es tan débil el andamio en que me muevo. Siempre me he sentido como un intruso en lo que hago. Así, debo cuidarme y no puedo dejar de mirar en donde piso. No tengo tiempo de mirar otras cosas. No sigas con eso... vas a dejarme desnudo... ¿a mis años? Es tarde ya. Aunque estas ropas sean prestadas, son las únicas que tengo para representar en la vida y ya no podría conseguirme otras.
ESPOSA: (sin escucharlo): Espera... (Duda) Ya no sé cómo explicarme. Pero lo cierto es que esta soledad me va cubriendo como una niebla espesa, que niega sin esperanza luz alguna. Escucha, mi amor... algunas noches siento que me he convertido en una gran oreja... si, pareciera que cada poro de mi cuerpo es como un oído atento a un posible llamado de tu cuerpo. (Con desesperación) ¿No comprendes que a ti también te castigas? (Soltando las palabras, pesadamente) Cuando te sientas solo, cuando ya ni todos tus libros puedan seguir aplastando las necesidades de tu cuerpo y de tu alma, quizás entiendas que me necesitas, y te decidas a venir a mi tiempo. Pero, tal vez ya sea tarde... y yo haya partido en busca de otro tiempo.
PROFESOR: (se acerca a ella, tímidamente): Lo siento... yo... (Queda a su lado y pone su mano sobre la cabeza de ella) Son mis preocupaciones y no el desamor las que me han tenido apartado de ti.
Los gestos del profesor dan la impresión de ineptitud, de algo forzado. La esposa, al sentir la mano sobre su cabeza, queda tensa, asustada, casi sin respirar, como temiendo espantar una mariposa.
PROFESOR: (que no ha notado la tensión de su esposa): Descansa, son tus nervios, de seguro. Mañana te sentirás bien... (Quita su mano de la cabeza de ella y se dirige a su silla) Perdóname, debo preparar la clase de mañana...
ESPOSA: (despierta de su ensueño y se da cuenta del equívoco que ha sufrido. Se levanta y le grita): ¿¡Qué muertos son los que te llaman ahora!? ¿¡Qué fantasma es más real para ti que nuestra propia vida!? ¡Ah! ¡Vete al infierno a recoger tu carroña!
La esposa se ha ido adelantando hacia la primera silla, mientras el profesor se ha ido retirando hacia el costado del escenario, levantando los brazos como quién trata de detener las palabras de ella. Sale. La esposa se sienta en la primera silla, cubriéndose el rostro con las manos.
ESPOSA: (sollozando): Nunca más, nunca más, lo juro..
III
A M A R I L L O M I S E R I A
Entra la Esposa del Hombre de Negocios. Se sienta en la silla de adelante y toma una revista. Entra el Hombre de Negocios y se deja caer en la silla de atrás, suspirando con exageración. Se abre la camisa. A ratos se rasca la base del cuello como si sufriera de un tic nervioso.
HOMBRE DE NEGOCIOS: ¡Puff! Necesito un trago (Bebe) ¡Aaah!
ESPOSA: (se queda mirándolo) Me das la impresión que después de cada negocio regresas más viejo. Tendrás que reconocer, querido, que ése es un pacto macabro: años de vida, por acciones y bonos.
HOMBRE DE NEGOCIOS: Ah, ah... no cortes la cadena, mi amor. Tú transas a costa de lo que yo obtengo: acciones y bonos, por joyas, pieles, salones de belleza, y qué sé yo. (Toma un trago) Tú eres el balde, los negocios la maquinaria, y a mí me corresponde el papel de la vaca a la cual ordeñan.
ESPOSA: (ríe) Ingenioso, pero igual de macabro. (Le apunta con el dedo) La diferencia entre los dos es que tú has elegido el papel de la vaca. Mientras que a mí me obligas a representar un papel que no me gusta.
HOMBRE DE NEGOCIOS: ¡Hey! Aquí huelo a trampa (Bebe de un sorbo el resto del vaso.)
ESPOSA: No. Tú sabes que soy una mujer de gustos sencillos. Si de mí dependiera, viviría en nuestra casa de campo, sin lujos ni tantos compromisos sociales.
HOMBRE DE NEGOCIOS: (sigue con la broma): E instalamos una lechería...
ESPOSA: (se ríe, sin poder contenerse) Contigo no se puede hablar en serio.
El Hombre de Negocios se levanta y se pasea con el vaso en la mano, que ha vuelto a llenar. Beberá a ratos, durante toda la escena, siendo progresiva y sutil su embriaguez. Se acerca a su esposa y le da un beso desabrido. Ella lo recibe más con buen humor, que correspondiéndole.
ESPOSA: (mirándolo con desconfianza): ¿Para qué asunto me estas preparando?
HOMBRE DE NEGOCIOS: Aaah... qué desconfiada eres, querida... nada, nada (Se rasca la base del cuello con fuerza, nervioso.) Pensaba en la cena de esta noche.
ESPOSA: (hace ver que ha comprendido): Ya veo...
HOMBRE DE NEGOCIOS: (inquieto): Estábamos de acuerdo desde hace días, mi amor. Sabes que es importante para nosotros hacer este negocio.
ESPOSA: Habría deseado que me dejaras fuera de ese compromiso.
HOMBRE DE NEGOCIOS: No puedo hacerlo. Además, te vas a entretener. Él es un tipo muy agradable.
ESPOSA: ¿Y cómo es la esposa?
HOMBRE DE NEGOCIOS: Nunca tan hermosa y elegante como tú. De todos modos, me gustaría que te esmeraras en tu tocado esta noche.
El Hombre de Negocios ha iniciado una inspección por la escena, mirándolo todo rápidamente y removiendo cosas. Recoge unas cartas.
HOMBRE DE NEGOCIOS: ¿Cuándo llegaron estas cartas?
ESPOSA: Hoy día ¿algo importante?
HOMBRE DE NEGOCIOS: (no contesta. Escoge una carta, la abre y la lee. Molesto, se sienta y toma el teléfono marcando un número. Escucha un rato) Aló, aló... Deseo hablar con el jefe de Publicidad... gracias... es una virtud reconocer a los clientes por la voz... Aló, como está... Recibí su carta... si... la leí y me pareció que Ud. se había equivocado de cliente... No, no, escúcheme. El producto se lo entregué a esa empresa para que promovieran su venta. No para que lo probaran... no, no... Mire, si estuviera convencido que realmente es bueno, no gastaría una fortuna en propaganda... No señor, escúcheme bien. A Uds. no tiene por qué interesarles si el producto es bueno o malo. Yo les pago para que convenzan a la gente que es bueno y lo compre... si, si... eso es... me alegro que haya comprendido... Ud. debe haber estudiado en alguna Universidad de provincia... No, no me he molestado en absoluto. Descuide, no tengo tiempo para eso y no me da dividendos... De acuerdo, entonces, y hasta la vista. (Cuelga y hace una mueca hacia el teléfono. Se sirve un trago, vaciando el vaso.)
ESPOSA: Veo que ya no te quedan principios...
HOMBRE DE NEGOCIOS: (divertido): ¿Principios?... Por supuesto que si, y tú lo sabes tan bien como yo. Mi principio fue en la pobreza. De ahí el apuro por olvidarla y alejarme de ella rápidamente, poniendo una gran distancia entre ese principio y el presente. (Se levanta) Querida, los negocios no necesitan principios, necesitan tan sólo eficiencia. Son algo así entre ciencia y ruleta, pero se enseña como profesión en las Universidades. ¿De qué principios me hablas? Los principios son un estorbo, a menos que quieras vender tu imagen y no un producto. Fíjate, en general, los cientistas sociales venden su ciencia a la publicidad para entrampar mejor al hombre; sin dolor, por supuesto. No falta mucho para que los médicos se hagan accionistas de las empresas fúnebres. (Se ríe, maliciosamente) Bueno, espero que esta noche hagamos nuestro negocio.
ESPOSA: (molesta por el cinismo de su marido): No me gusta que cuando hablas de tus negocios pretendas que también son cosa mía. Nada tengo que ver con ellos.
HOMBRE DE NEGOCIOS: (se acerca a ella y le pone una mano en el hombro): Tú tienes una gran participación en el éxito de ellos. (La mira largamente) Qué bella eres.
La esposa lo mira y sonríe con desdén, al tiempo que se levanta y quita de su hombro la mano de él, con desagrado.
HOMBRE DE NEGOCIOS: (molesto) ¿Por qué el enojo?
ESPOSA: No tienes idea de lo que es la delicadeza. Te comportas como un patán. (Con desprecio) Qué claramente bestia eres... manejas los sentimientos con las pezuñas.
HOMBRE DE NEGOCIOS: (levanta las manos): Ta, ta, ta... Tú me enseñaste que era de mal gusto insultar.
ESPOSA: Si no supiera que tu interés es bastardo, me conmoverías. Te preocupa mi belleza como te preocupas de conservar un cuadro en buenas condiciones para cuidar la inversión. Eres un...
HOMBRE DE NEGOCIOS: (la interrumpe): No, no. No sigas. Me pones nervioso cuando te enojas y no me gusta. No está en mi horario. En mi casa debo relajarme. (Se sirve otro trago).
ESPOSA: (enojada) Sé muy bien que si no afectara tus negocios, asistirías a tus cenas con alguna de tus queridas de veinte años.
HOMBRE DE NEGOCIOS: (hace gestos con las manos, pidiendo paz. Se muestra conciliador): No hay tal cosa. Me juzgas mal. (Mira la hora, preocupado). Es tiempo de arreglarnos para la cena. (Le hace un gesto tratando de ser encantador) ¿Vas a estar linda esta noche?
ESPOSA: (se sienta y coge una revista con frialdad): Escucha. Me niego a seguirte en tus ambiciones. No siento ese impulso brutal. No nací pobre. Prefiero observar cómo te desgastas.
HOMBRE DE NEGOCIOS: (enojándose): No puedes hacerlo. Eres mi esposa y mal que te pese debes seguir el ritmo de mis intereses. (Se le acerca)
ESPOSA: (apartándolo con una mano): Tu ritmo es infernal. Derrochas las posibilidades de ser feliz y las de tu familia. Si ya no puedes detenerte, es tu problema. No deseo seguirte en el juego.
HOMBRE DE NEGOCIOS: ¿¡Juego!? ¿De qué juego me hablas? ¿Crees por ventura que se trata de algún juego? (Con pasión) ¡Esto es una lucha¡ ¡Y a veces una lucha brutal! Es aquí donde uno se siente realmente hombre. Cada paso es una competencia, una guerra. Nuestras armas son la más acabada tecnología y nuestro ejército se recluta entre los seres más fríos y eficientes: agentes de la Bolsa, banqueros y políticos. ¡Esto es lo que me hace respirar hondo, vivir intensamente! Y tú me hablas de detenerse... Estás loca. ¿Por qué no dices retroceder, o morir, mejor? ¿No sabes acaso que a medida que uno asciende va destruyendo los peldaños para que no lo alcancen? ¡Retroceder en esta carrera es despeñarse, destrozándose! (Se bebe el resto del vaso, visiblemente agitado.)
ESPOSA: Para mí esa maraña significa otra cosa. Es la selva de las comparaciones y de la competencia. Angustia por eliminar las desventajas que se van descubriendo; temor de perder la ventaja obtenida. Escúchame, ya después no sabes quién eras al comienzo ni quién pretendías ser... ¡ni te importa! Si la comparación fuese hacia abajo, habría la posibilidad de quedarse quieta, complacida. Pero ésta es siempre hacia arriba, y por eso, alienante. Esa es la red en que te envuelven tus ambiciones.
HOMBRE DE NEGOCIOS: (que no ha entendido nada): Para, para. Eso me suena a palabrería oriental. (Curioso) ¿No te juntarás con esos farsantes? (Desconfiado) ¿Qué haces cuando yo no estoy en casa? (Hace un gesto con la mano, desestimando sus dudas) No, no puedes ser tan tonta. Escucha y trata de entenderme. Descubrí hace mucho tiempo que la felicidad está en el éxito. Y que éste se obtiene dando al César alguna chuchería y guardando para uno la mejor parte. La Biblia, a fin de cuentas, no habla de porcentajes...
ESPOSA: (sin ganas de discutir): Menos mal que mi hijo es diferente.
HOMBRE DE NEGOCIOS: Nuestro hijo, no te olvides. Aún es joven, pero ya le llegara la edad de la ambición.
ESPOSA: (con firmeza): Te equivocas. Es distinto. Es un idealista.
HOMBRE DE NEGOCIOS: Si, te creo, pero el idealismo tiene su edad, como la tiene el sarampión. Es cierto que a veces puede darse a una mayor edad. Pero es mortal. Se termina clavado en dos palos cruzados. Dame un rebelde maduro que no se halle usufructuando del sistema en calidad de payaso, y te doy un premio. ¡Pero si son como la fruta! Hermosa y brillante hasta que madura. Pero después, si no ha caído a un cajón, no tiene destino. (Amenazante) Ya me ocuparé de nuestro hijo cuando llegue la hora. No lo he engendrado para ser un mártir sino para que me suceda en los negocios. Mientras tanto, no me importa que se divierta a su manera.
ESPOSA: (se levanta con un gesto de desagrado): ¡Qué cinismo! Yo no me casé con el que eres ahora y no te reconozco. Ese que me enamoró, supongo que se fue esfumando a medida que lo ganaba para sí mi fortuna y la compulsión por acrecentarla. Ya ni me diviertes siquiera. (Sale.)
HOMBRE DE NEGOCIOS: (bebe a sorbos, mientras habla): ¡Cómo entenderla! Prefiero no entenderla. (Mira hacia el lugar por donde salió su esposa) Yo no soy ningún payaso ni trato de divertir a nadie. Me adjudiqué el papel de villano y lo he hecho lo mejor que he podido. A mí me gusta. Y no me vengan con cosas, que este es el personaje que flota por sobre el montón y es envidiado y admirado por eso. Si no, no me estarían sacando fotos para cuanta revista de mierda existe. (Bebe. Se pasa la mano por la boca) No va a ser tu moral la que me va a fijar los límites, sino mi propio talento para los negocios. ¡Bah! Mientras me aplaudan saldré a escena cuantas veces me lo pidan, siempre que me paguen. (Menea la cabeza) Qué cómodo es hablar de sencillez cuando siempre se tuvo de todo. Cómo se lamentaría si yo hubiese seguido siendo un pobre y oscuro taxista, y se hubiese visto obligada a vivir modestamente. (Se bebe de un trago el resto del vaso y va hacia bastidores.)
IV
N E G R O E S P E R A N Z A
El Hijo del Profesor entra desde el fondo y camina hacia la esquina derecha del escenario. El Hijo del Hombre de Negocios entra desde el lado izquierdo y se acerca al otro, quedando en cuclillas. Ambos muchachos se desenvuelven con una desaliñada frescura.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (se tiende en el suelo) ¡Aaaaah!
HIJO DEL PROFESOR: ¿Estuviste en el parque?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Mmmm... estoy enamorado... tú la conoces.
HIJO DEL PROFESOR: Si, es linda. Oye, tiene una hermana. Podríamos arreglar una salida. ¡Aaaaah! (Se levanta y estira los brazos, bostezando).
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (pone un disco compacto en el equipo de música) No sería mala idea... ya veremos.
Escuchan la música y tararean la melodía al tiempo que llevan el ritmo con movimientos espontáneos.
HIJO DEL PROFESOR: Oye, ¿sabes qué es lo más difícil de enseñar a una serpiente?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (pone cara de concentración y exclama): ¡ponerse un reloj pulsera!
HIJO DEL PROFESOR: (se ríe): No…, otra cosa.
HIJO DEL H. DENEGOCIOS: Mmmm... ¡hacerse el nudo de la corbata!
HIJO DEL PROFESOR: Buena respuesta. Pero no es eso.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Eeeeh... ¿Lo más difícil de enseñar a una serpiente?
HIJO DEL PROFESOR: (antes que el otro le eche a perder el chiste, exclama): ¡Dar el abrazo de Año Nuevo!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (no se ríe, burlándose) Puuuff...
Ambos se ríen.
HIJO DEL PROFESOR: ¿Qué está haciendo tu viejo?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (con una mueca): Plata. ¿Y el tuyo?
El Hijo del Profesor imita el sonido de un avión, e imita con la mano su vuelo, mirando divertido hacia el cielo.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Podríamos presentarlos. Te apuesto a que no pueden darse la mano.
HIJO DEL PROFESOR: ¡De seguro que no se las encuentran!
El Hijo del Hombre de Negocios se pone en cuclillas y hace como que cuenta monedas y las va apilando una por una en el suelo. El Hijo del Profesor retrocede unos pasos y luego avanza, las manos tomadas detrás de la espalda, mirando hacia arriba con un gesto de exagerada concentración. Sin dejar sus actitudes en lo principal, ambos estiran su mano derecha a sus respectivas alturas, exclamando: “Cómo está usted, mi señor”. El Hijo del Profesor pasa por sobre el otro, sin que se encuentren sus manos. Terminan la farsa riéndose y vuelven a sentarse en el suelo.
HIJO DEL PROFESOR: Podríamos ir al parque.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Ahora no tengo ganas ¿Te acuerdas del organillero que tenía un loro que sacaba tarjetas de la suerte con el pico? Y luego él mismo las leía (Imita) “la señorita tiene una pena muy grande porque su novio la engaña”. ¡Y lo decía a todo grito! La novia engañada se puso roja de vergüenza.
HIJO DEL PROFESOR: Y como si fuera poco, le vendió una tontera. (Imita) “Llévese de regalo este chaplín que baila por sólo unas moneditas”
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¿Y la gitana? (Imita) “¡Ven joven! No tengas miedo, pon un billete en la palma de tu mano para verte la suerte. No tengas cuidado”. (Ríe) No tengas cuidado... ¡al segundo el billete había desaparecido!
HIJO DEL PROFESOR: ¿Que existan todavía estos personajes y además les crean?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Son los antepasados sobrevivientes de los modernos publicistas y vendedores. Es toda una técnica la de estos tipos. Sin darte cuenta tienes en la mano una porquería que no deseas ni necesitas. Y en el bolsillo un billete menos. (Se sube arriba de la silla y hace el charlatán) Señora, mi estimada señora. ¿Con qué está barriendo usted?
El Hijo del Profesor le sigue la broma y hace el papel de una anciana que barre con una escoba. Desde este momento, ambos actuarán en los personajes que se irán indicando, mientras dure el juego escénico. Se dirigirán tanto a ellos mismos como al público.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Observe señora las rayas que deja su escoba en el piso. Mire el polvo que levanta. ¡Uff! (insinuante) ¿Conoce usted nuestra nueva oferta para la aspiradora–enceradora “Super Alma”?
El que hace de anciana toma su escoba como defendiéndola del otro. Se agacha y limpia con su pañuelo el suelo, furtivamente, para borrar las rayas que le ha señalado el charlatán.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (al público): La aspiradora–enceradora “Super Alma” es la compañera ideal para el hogar. Tiene cinco escobillas... ¿qué digo? ¡Si son cinco manos suaves que acarician el piso de su casa! (A la anciana) Señora, mire cómo sufre el suyo con esa escoba vieja. (Persuasivo) Vamos... acepte este regalo. Le aseguro que no tendrá usted otra oportunidad mejor.
El que hace de anciana mueve negativamente su cabeza mientras el otro le habla, negándose a la tentación. Barre con mayor acuciosidad.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Escuche, mi querida señora, ponga atención. Su vecina tiene nuestra maquina ideal. ¿La oye? (Se pone la mano en la oreja como si escuchara) ¡Aaaah, qué hermosa voz! Se parece a esa cantante de moda... ¿Cómo ha podido usted resistirse hasta ahora?
El que hace de anciana se muestra interesada y pone más atención.
HIJO DEL PROFESOR: La verdad que no podría, señor. Mi esposo no gana el dinero suficiente...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¿Qué gana poco dinero? No puede ser, señora. Su marido debe engañarla. De seguro que se gasta el sueldo en diversiones con sus amigos.
HIJO DEL PROFESOR: (dudando): Quizás.... mmm, los días viernes llega muy tarde a la casa.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¿No ve? Ud. debe exigirle más responsabilidad. Y si el sueldo no le alcanza ¡que trabaje horas extraordinarias!
HIJO DEL PROFESOR: Si, si. Les pagan muy bien las horas extraordinarias. (Hace como que escucha algo de la casa vecina y luego deja caer la escoba al suelo) Bueno, señor...
El Hijo del Profesor hace como que firma varias letras de cambio, mientras el Hijo del Hombre de Negocios se frota las manos con gesto satisfecho, bajándose de la silla. El Hijo del Profesor se aleja y camina haciendo el papel de un joven modesto. El Hijo del Hombre de Negocios vuelve a hacer el papel del vendedor.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¡Ea... joven! Su señora madre es nuestra más estimada cliente. Acérquese. Gracias a su considerada madre usted puede convidar a sus amigos y amiguitas a bailar a su casa, ¿ah? Un piso que brilla, orgulloso ¿eh? Pero no querrá que ellos tomen bebidas tibias ¿no? (Dirigiéndose al público) Para una bebida helada, para un cubito de hielo, recurra a su frigidaire “Corazoncito”. Joven, su obligación es tener uno en casa. Todo joven que se precie de ser un verdadero hombre, debe tener su frigidaire “Corazoncito”.
HIJO DEL PROFESOR: (interesado): Bueno... pero mi viejo no tiene dinero. Todavía está pagando letras de la aspiradora–enceradora “Super Alma”.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¿Y qué hace usted, jovencito?
HIJO DEL PROFESOR: Bueno... voy a la escuela...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (al público): ¡Va a la escuela! Y su padre no tiene dinero suficiente para comprar su frigidaire. (Al joven) ¿No le da vergüenza? Su padre, su sacrificado padre que trabaja horas extraordinarias ¿no tiene nada refrescante para beber cuando regresa cansado a su hogar? Joven, usted debe tomar en serio la vida y ponerse a trabajar.
HIJO DEL PROFESOR: (avergonzado): Tiene razón, señor. No me había dado cuenta.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS (complacido): Hijo mío, cuando las cosas se remedian a tiempo, no hay culpa. Firme aquí. No tenga cuidado.
El Hijo del Profesor firma varias letras de cambio. Mientras tanto, el Hijo del Hombre de Negocios adopta la postura de un vendedor que está ofreciendo algo de mayor importancia. El Hijo del Profesor hace el papel de un anciano.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Señor, mi muy estimado señor. Qué agradable tratar con un hombre emprendedor ... ¡Qué digo! Con el jefe de una familia comprensiva y moderna.
El Hijo del Profesor hace un ademán de querer escapar y levanta las manos, débilmente, como defendiéndose.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Acérquese, distinguido señor. Acérquese, no tenga cuidado. Para mi es un honor tratar con usted. Hemos pensado que usted necesita con urgencia un automóvil y no se ha dado cuenta de esa necesidad, realmente. Si. Yo me decía… este señor, este buen señor, que trabaja horas extraordinarias, no muchas, claro, necesita liberarse de la esclavitud de la locomoción colectiva y para eso debe tener su auto propio.
HIJO DEL PROFESOR: (lastimeramente): No siga, señor, no siga, por favor. Yo estoy realmente enfermo. (Tose) ¿Sabe? Ya estoy muy viejo y cansado ...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (endureciendo la voz y el gesto): ¿Cómo puede ser tan egoísta? ¿Acaso no le preocupa su anciana esposa, que tiene que ir apretujada en un bus, cuando se dirige de compras al mercado? ¡Pobre señora! ¿Y cuando regresa cargada como un animal? Qué sola debe sentirse en su aflicción. Espero que no se de cuenta del egoísmo suyo, señor.
HIJO DEL PROFESOR: Pero es que no puedo... todavía estoy cancelando letras de la aspiradora–enceradora “Super Alma”, y ayudando a mi hijo a pagar su deuda por el frigidaire “Corazoncito”. No tendría de dónde sacar más dinero...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (interrumpiéndolo): Pero ¿en qué siglo vive usted? ¿Acaso no conoce nuestro moderno sistema de crédito, “Pague cuando quiera”? ¿Será posible? Señor, le ofrezco nuestro auto de la línea “Mini-Happy”. Es precioso. Su esposa y Ud. viajaran en él como ángeles al paraíso.
HIJO DEL PROFESOR: (sin fuerzas para resistir): Tenga piedad... (Tose).
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (al público) ¡Qué inconciencia! Y se lo estoy regalando... (Al anciano) Usted puede trabajar unas 8 a 10 horas extraordinarias. A su edad no se duerme mucho ¿eh? ¡Bien! Firme aquí. No tenga cuidado.
El Hijo del Profesor se acerca, la cabeza agachada, como sin fuerzas. Firma las letras de cambio como un autómata. El Hijo del Hombre de Negocios, poco a poco va adoptando una actitud solemne de pésame, las manos tomadas frente al pecho. El Hijo del Profesor vuelve a hacer la anciana del comienzo y, con una actitud de gran cansancio y tristeza barre el suelo con su escoba vieja.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Nuestro más sentido pásame, estimada señora. Créanos, su señor esposo causó nuestra más sincera admiración. Demostró tener un gran espíritu de sacrificio y superación. Ha sido una gran pérdida para nosotros. Teníamos grandes esperanzas con él. Le íbamos a regalar, casi, un estupendo televisor marca “Ojitos de Dios”... Pero bueno, no siempre se alcanza a tener de todo en la vida.
El Hijo del Hombre de Negocios vuelve poco a poco a la realidad, dejando su personaje. Observa que el Hijo del Profesor sigue representando el papel de anciana y que está sollozando. Se dirige hacia él y lo abraza, suavemente, como despertándolo. Éste deja el personaje y lo mira con tristeza. El Hijo del Hombre de Negocios se tiende en el suelo, las manos bajo el mentón. El Hijo del Profesor se sienta en el suelo, cerca de su amigo.
HIJO DEL PROFESOR: (suspira): Y esto es así en la vida real...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¡Puff! Qué peligroso el juego... a uno se le pegan a la cara esas máscaras. ¿No sientes como si te sangrara el rostro? Hay que tener cuidado. (Trata de sonreir) No seamos tontos, hemos quedado tristes. A ver, cuéntame tu chiste.
HIJO DEL PROFESOR: ¿Sabes qué es lo más difícil de enseñar a una serpiente?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (Hace como que se concentra) Mmmm... ¡hacerse la señal de la cruz!
Ambos se ríen. Quedan sentados en el suelo, frente a frente, las rodillas cogidas con las manos.
HIJO DEL PROFESOR: ¿Qué irá a ser de nosotros?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Lo de siempre, supongo. A qué amargarse de antemano...
Hijo DEL PROFESOR: A veces pienso que uno podría negarse a tantas cosas idiotas. Decir no, simplemente. Sin necesidad de luchar, siquiera. Yo pienso... si en un momento dado, por ejemplo, todos los hombres que manejan artefactos de guerra los abandonaran. Un día cualquiera, todos al mismo tiempo, abandonaran los bombarderos, los tanques, los lanzallamas, las bases de cohetes, qué se yo... ¿te das cuenta? Los traficantes de armas no podrían hacer nada. No van a manejar ellos las armas...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (se entusiasma) Tienes razón. Y al poco tiempo toda esa porquería se transformaría en chatarra.
HIJO DEL PROFESOR: (Con emoción) Todo convertido en chatarra... Con el tiempo estará cubierta de flores y enredaderas. Los grandes bombarderos, pintados de vivos colores, junto a bosques de aromos y sobre alfombras de tréboles y dedales de oro. Serían la alegría de los niños. Ahí jugarían ellos sus cuentos de hadas.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (hace un gesto de rechazo con las manos) Dejémonos de tonterías. Soñando de ese modo duele más la realidad.
HIJO DEL PROFESOR: No seas pesimista. Yo creo que muchos piensan igual que nosotros.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Seguro. Pero a su tiempo el sistema nos agarrará a todos por un costado para que hagamos lo suyo. Tratemos que sea lo más tarde posible...
Se tienden en el suelo y ponen música
HIJO DEL PROFESOR: (mientras se va levantando) ¡Qué percusión! Da la idea de algo muy primitivo, similar al latir del corazón. Escucha... Parece una música tocada por aborígenes preparándose para la caza. (Imita) Tam, tam, tam, tam. (Va hacia el centro del escenario y comienza a saltar al ritmo de su tam, tam, levantando un brazo en alto como si llevara una lanza). Tam, tam, tam..
El Hijo del Hombre de Negocios lo mira sonriendo, divertido. Luego, maquinalmente, como sin quererlo, se levanta y se sube a la silla para hacer el papel de un vendedor de armamentos. El juego escénico que viene se hará de manera compulsiva.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (hace señas al que danza): ¡Eh, salvaje! ¿Adónde crees que vas con ese trasto viejo? Ven acá. (Lo trata con dureza) ¿Qué crees tú que vas a matar con eso? Ja, ja, ja.
El Hijo del Profesor sigue saltando, pero con menos entusiasmo, por lo que dice el otro.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¡Ridículo! Gracias a mi serás poderoso, y podrás matar a todos tus enemigos.
HIJO DEL PROFESOR: Nosotros no matar hombres, matar animales. (Ha dejado de danzar y se acerca) Nosotros ser grandes cazadores.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (dirigiéndose al público, lo ridiculiza): “Nosotros no matar hombres” bla, bla, bla. No sabe nada del progreso. ¡Pero si es un salvaje! Qué se puede esperar.
El Hijo del Profesor mantiene la cabeza baja, avergonzado, la lanza colgando de la mano.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: No tengas cuidado. ¿Conoces esta arma? Es un fusil modelo “Ira del cielo”. Tómalo en tus manos. Te enseñaremos a usarlo. ¿Ves? El hombre blanco te ama.
HIJO DEL PROFESOR: (tomando el arma y observándola): ¿Poder con esto matar al hombre blanco?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¡Ah, bribón! Qué te crees. Estas armas son para que se maten entre Uds.
El Hijo del Profesor toma en alto el fusil e inicia una danza guerrera. Luego, riéndose, se sale del personaje y se dirige hacia el otro y, de un empujón, lo bota de la silla y se sube él. El Hijo del Hombre de Negocios hace el soldado, con el fusil al hombro. Marcha.
HIJO DEL PROFESOR: Pss, pss, ¿De dónde sacó esa antigualla? Qué gracioso. Si será imprudente... ¿está seguro de no tener miedo? ¡Si está desnudo, hombre! Le pueden disparar desde cualquier lado.
El Hijo del Hombre de Negocios mira temerosamente a ambos lados, deteniendo su marcha.
HIJO DEL PROFESOR: Venga acá, nosotros lo protegeremos. Cómprenos un tanque con ametralladora de cincuenta bocas. Además, la ametralladora le evitará tener que apuntar a cada enemigo en particular. Hay rostros que perturban el ánimo y malogran la puntería. ¡Ah, ya entiende! Perfecto.
El Hijo del Hombre de Negocios ha tirado el fusil y se acerca a la silla, fuera ya del personaje y empuja al otro subiéndose él a la silla. El Hijo del Profesor se mueve en la escena como si manejara un tanque.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¡Eh, el del tanque! (Apunta al cielo con el dedo) ¿Acaso no los ve? Son aviones. Lo pueden hacer mil pedazos con sus bombas. Bájese. Es inútil luchar desde ahí contra ellos. Nosotros le podemos vender aviones. Claro que a su gobierno.
El Hijo del Profesor se acerca a la silla y ayuda a bajarse al otro. Ambos quedan abajo. El Hijo del Profesor hace el gobernante. El Hijo del Hombre de Negocios hace el asesor militar extranjero.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (lo toma del brazo y pasea con él) Ud. comprenderá que lo que yo digo es como si lo estuviera diciendo mi propio gobierno.
HIJO DEL PROFESOR: Mi país es pobre, señor. La compra afectaría los presupuestos de salud y educación. No se si le interesará, pero mi gobierno subió al poder con un programa muy sencillo, que en líneas generales trata de hacer felices a sus ciudadanos mediante el esfuerzo y el beneficio comunes. Queremos que nuestros hijos crezcan en contacto de las artes, las ciencias, las humanidades y los deportes. Más que nada, buscamos que se apliquen con mayor énfasis en aquello que su vocación los oriente.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (Sonriendo) Eso es muy lindo... tierno diría. Pero veamos lo nuestro. Tengo poco tiempo.
HIJO DEL PROFESOR: Le he dicho que no tenemos presupuesto para comprar armas. No puedo distraer los destinados a educación...
HIJO DEL H. DENEGOCIOS: (interrumpiéndole): Dejen de estudiar tanto... ¿Y para qué? Nosotros sabemos lo suficiente y ustedes irán siempre muy detrás nuestro. Hágame caso. No traten de descubrir la rueda después de haberlo hecho nosotros.
HIJO DEL PROFESOR: Sin embargo, sería “nuestra” rueda.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Pero igual les vendemos las nuestras. ¿Cuándo cerramos el acuerdo?
HIJO DEL PROFESOR: No lo creo posible. Sería desastroso para el presupuesto de la nación si nos metiéramos en esos gastos. Tendríamos hambrunas, enfermedades... sería una locura. El país entero se levantaría en contra del gobierno.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (afectuosamente): Mi señor, esta venta incluye una adecuada protección para su gobierno. (Le palmotea el hombro) Pero no puede ser tan sensible... Ud. no es un artista, es un político ¿no?
HIJO DEL PROFESOR: Nosotros no estamos en guerra ni pensamos declararla. El gasto que Ud. nos propone sería inútil.
HIJO DEL H. DENEGOCIOS: Para los aspectos formales, hemos informado en la prensa y a través de algunos noticieros internacionales, sobre movimientos de tropas que estarían realizando sus vecinos en la frontera. Claro que no es cierto. Por lo menos no nos hemos preocupado todavía de hacerlo real. Aunque una pequeña guerra no nos vendría mal. Uds. tienen por ahí un desierto y nos interesa mucho experimentar armamentos en ese medio. Hace años que no nos dan la ocasión de trabajar seriamente y con responsabilidad esa línea.
HIJO DEL PROFESOR: ¡Eso no! Sus experimentos de armas en las selvas tropicales duraron veinte años. Lo mismo podría pasar con nosotros.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS Ya, ya... lo de siempre. Temerosos de entrar en la historia ¿ah? Bueno. No habrá guerra, entonces. Pero, de todos modos, los aviones tienen que comprarlos. Usted lo sabe, para qué resistirse.
HIJO DEL PROFESOR: (vencido): Pero sólo tres aviones...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (deja el tono afectuoso): ¿Está loco? De lo que nos sobró de la última guerra que montamos, les tenemos asignados a Uds. cincuenta aviones.
HIJO DEL PROFESOR: (se aparta): No, no puedo. Eso significa diez hospitales y trescientas escuelas menos. Yo creo que Ud. no nos querrá obligar a esto.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (se sube a la silla y grita) ¡Usted compra! ¡Y cuando llegue la hora en que las bombas atómicas sean chatarra para nosotros, también tendrán que comprarlas, aunque se asfixien!
HIJO DEL PROFESOR: Está sobrepasándose, señor... Usted no puede pisotear nuestra dignidad. ¡Eso nunca!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Ta, ta, ta ¿Acaso cree que podemos parar todo el complejo industrial de armamentos? ¿Cómo desahuciar a los millones de trabajadores especializados? Y nuestros sabios ¿qué harían? ¡Si ya no saben dedicarse a otra cosa!
HIJO DEL PROFESOR: (que va perdiendo el personaje poco a poco): ¡Qué impudicia! ¡Bájate, loco, bájate! ¡Esa no es tu silla!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (que no puede dejar el personaje): ¡Ud. compra! No puede detener nuestra economía. No lo permitiremos.
HIJO DEL PROFESOR: ¡Cállate, por favor!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (al público): ¡Están locos! Tienen que comprar nuestros armamentos. Ustedes no viven solos, viven con nosotros. Mejor dicho, están a cargo de nosotros. Pero por favor, mírense. Si nosotros hemos diseñado sus rostros y sus vidas...
HIJO DEL PROFESOR: Me voy. Te dejo solo (Se refugia en el público).
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: No te vayas. ¿A dónde irías? No te veo... ¡Idiota! No te puedes arrancar, convéncete... ¿En dónde estas? ¡Vas a comprar aunque no quieras!
HIJO DEL PROFESOR: ¡Bájate! ¡Esa no es tu silla!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (al público) Están equivocados... ¿no lo comprenden? Si no compran ustedes ¿quién va a comprar? De otro modo tendríamos que declararnos la guerra entre nosotros, los grandes. Y eso sería horrible... Elijan, o sus pequeñas guerras de hormigas, o nuestra guerra, que nos llevaría al holocausto final.
HIJO DEL PROFESOR: (hacia el público) ¡Por favor, ayúdenme a bajarlo!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (casi llorando): ¡Qué horror! Tendrá que ser así, entonces... Los poros de la tierra se harán pocos para dar abrigo a todos los muertos... El aliento radiactivo marchitará para siempre los vientres y los senos... (Con desesperación) Y un puño inmenso... Sí, un puño inmenso, como el universo todo, abofeteará la tierra. (Solloza).
El Hijo del Profesor se acerca a la silla y lo tironea, suavemente, ayudándolo a bajar, como a un enfermo. El Hijo del Hombre de Negocios camina lentamente, sacudiéndose con esfuerzo los restos del personaje. Ambos se miran y sonríen, penosamente.
HIJO DEL PROFESOR: Nunca más. Lo juro. Nunca más.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Si, nunca más.
HIJO DEL PROFESOR: (tratando de disipar la penosa atmósfera que todavía los envuelve): ¿Sabes que es lo más difícil de enseñar a una serpiente?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (no repuesto aún): No se. Dilo tú.
HIJO DEL PROFESOR: (con cierta solemnidad): Cogerse de las manos con otra serpiente. (Le tiende las manos).
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (le coge las manos): Debe haber una raíz común con la serpiente, supongo. Bien. (Le revuelve el pelo a su amigo, con un gesto cansado, pero cariñoso).
HIJO DEL PROFESOR: Dime... ¿Te podrían obligar a representar un rol en contra de tu voluntad?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¡Oh, claro que si! Tan pronto como te pongas a tiro. (Le pone una mano en el hombro, y le habla con gran seriedad) Escucha. Cuando nos cortaron el cordón umbilical, no era porque nos estaban liberando de algo; por el contrario, era para que nada ni nadie, ni siquiera nuestra madre, pudiera impedir que cayéramos en la jaula que nos tenían preparada. (Pausa) Ya a la salida del útero estaba la trampa...
HIJO DEL PROFESOR: Yo me esconderé lejos de este sistema.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: Si fuera tan fácil como eso de tomar o dejar... Pero la tierra ya no es refugio para nadie. Los ojos de tu vecino cuelgan de tu ventana y el sistema se mete dentro de tu morada, disfrazado de cuanto artefacto te habla y te usa.
HIJO DEL PROFESOR: Ya veo... Entonces, hay que meterse dentro del sistema y tomar sus riendas para cambiar su curso. (Entusiasmado) ¡Eso haré!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: ¡Ea, mi jefe!
HIJO DEL PROFESOR: (con decisión) Organizaré de nuevo a la sociedad, aunque deba ser sobre las ruinas de la actual. (En tono de discurso recitado) Esta es una sociedad inhumana y egoísta que despersonaliza al hombre y lo convierte en cosa. Deberé actuar con firmeza, ser inflexible. La gente no sabe lo que quiere y será necesario señalarle el camino verdadero. Al comienzo, el pueblo no estará en condiciones de decidir lo que se necesita para ser libre y feliz. Crearé cuadros dirigentes para que sean la vanguardia y los conductores del movimiento. No hay tiempo para convencer a todos. Durante un largo período tendremos que conducir al pueblo, aún a disgusto de él mismo. Quizás, muchos deban caer en la jornada, pero los que lleguen a la meta, comprobarán que el sacrificio no fue en vano. Si, avanzaremos…
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (que lo ha estado mirando, primero con asombro, y luego con pena y espanto) ¡Para, cállate! No seas ingenuo... ¿Acaso no te das cuenta que estás repitiendo lo mismo de siempre?
HIJO DEL PROFESOR: (aturdido): Pero... (se da cuenta de lo que ha dicho en su discurso y se pone en cuclillas, la cabeza entre las manos, gimiendo) ¡Ooooh! Es como un maleficio... (Mira a su amigo). Entonces... es cierto... Cuando partieron la primera nuez, ya llevaba un gusano dentro.
El Hijo del Hombre de Negocios se acerca al Hijo del Profesor y lo toma de los hombros, con suavidad, levantándolo al tiempo que le habla.
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: La nuez ha sido hasta el momento cáscara, fruto y gusano. Todo incluido. Escucha... lo que interesa en el caso del hombre, es que se tiene la posibilidad de buscar la forma de dejar cada vez más espacio al fruto, en desmedro del gusano. Pero a la sociedad siempre le ha resultado más fácil o conveniente tratar con los gusanos que entenderse con lo que germina y es diferente, con el fruto. (Lo coge del hombro y pasea con él). No hay que olvidar que caracol y concha son una misma cosa por lo que así han permanecido durante millones de años. Nosotros no debemos crearnos una caparazón, una sociedad, que nos ate desde fuera. Tenemos que ser capaces de hacernos sociales desde dentro, desde el espíritu. ¿Si no nos transformamos a nosotros mismos, cómo podremos generar y administrar una sociedad mejor? Pensarla, es una cosa, y para eso somos buenos. Pero llevarla cabo es lo difícil. (Sonríe con amargura) Quiero ser honrado... no se qué remedio darte ni darme.(Pausa) ¡Qué se yo...! Tal vez habría que pensar de otra manera, esperar a tener otro cerebro que supere la etapa de convivencia con larvas. Pero eso lleva tiempo, un tiempo largo... (Animado) Por ahora, algo claro tenemos. Sabremos reconocer a los charlatanes. Y a esos, hay que dejarlos hablando solos, hasta que se marchiten. (Se dan la mano) Prometido. (Suspira) Mientras tanto, salgamos a tomar aire. (Camina hacia bastidores).
HIJO DEL PROFESOR: (camina detrás de él): Te sigo...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (se vuelve enojado) ¡Ándate a la mierda! No quiero que nadie se arrastre detrás mío, mirándome las espaldas. (Con firmeza, pero sin enojo) Si me sigues, me dejas solo y no tendré más alternativa que mandarte. No debemos arriesgarnos con la vanidad, el orgullo o la soberbia. Mejor me acompañas y caminamos juntos. Mira, el peligro estará cuando seamos muchos y no nos sea posible ver todos los rostros y estrechar todas las manos. En ese momento, algunos deberán alejarse y comenzar de nuevo.
HIJO DEL PROFESOR: (pensativo): Hermosa comunidad la que propones... (Lo sujeta del brazo, receloso) Espera. Estás hablando de una tierra de nadie...
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (le sonríe, esperanzado): A lo mejor ya es tiempo de poblarla, y es preferible que nosotros mismos empecemos la tarea.
HIJO DEL PROFESOR: (Frunce el ceño) ¡Pero si en el mundo ya no existe espacio libre!
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (queda pensativo y asiente): Puede que tengas razón. Tal vez nuestro tiempo no sea tiempo de colonos. (Trata de encontrar una salida) Pero no nos desesperemos. Acaso esa tierra de nadie esta sobre esta misma tierra nuestra, repleta y enferma. Será cosa de... (Se detiene) de recuperarla (Apresuradamente). Claro. Los que la pueblan ahora, no titubearan en hacerse nuestros amigos si sabemos explicarnos. Recibirán jubilosos la posibilidad de ser los súbditos de la nueva era!
HIJO DEL PROFESOR: (trata de no dejarse arrastrar por el entusiasmo del otro) Qué bien suena esa música... demasiado bien, tal vez. Pero yo tengo una duda... Oye, perdona que te pregunte... ¿Y si ellos no quieren? Quizás tengan pensado otra cosa. (Lo toma de los hombros y lo mira ansiosamente) Espera... no me contestes todavía. Piensa un poco… Ellos podrían no querer lo que les ofrecemos. (Con mayor tensión) Piensa y dime, por favor... ¿Y si no logramos su consentimiento?... Dime... ¿Y si ellos se resisten a construir la sociedad que les ofrecemos?
HIJO DEL H. DE NEGOCIOS: (se siente presionado por el otro, acorralado) Pero no… ¡No podría ser...! ¡Si es la única solución! (Se vuelve hacia el público, desconcertado) Pero, ¿no ven las consecuencias? Si está en juego el destino de la Humanidad… No podemos seguir actuando como niños. Debemos pensar como hombres. Si eso sucede... bueno... (Aprieta los puños) Entonces... no tendremos otra alternativa que la fuerza. (Desesperado, grita) ¡Por su tozudez, nos obligarán a recurrir a la fuerza! ¡Son… (Se detiene bruscamente al darse cuenta de la trampa en que ha caído. Se lleva las manos a la boca, empuñadas. Mira a su amigo y le tiende las manos, desesperado).
HIJO DEL PROFESOR: (retrocede, moviendo la cabeza de lado a lado) ¡No, no! ¿Significa acaso que estamos malditos? ¿Que ya no hay salvación? (Ve que el otro llega cerca de él con las manos extendidas) ¡Tiene que haber otra alternativa! ¡La buscaré! (Corre hacia la salida gritando) ¡Yo no me someto!
El Hijo del Hombre de Negocios, lentamente, se pone de rodillas, la cabeza sobre los muslos, las manos apretando las sienes, y gime.
La escena queda a oscuras.
FIN