PIEDRAS MILENARIAS DEVORADAS POR LA SELVA
Publicado en
abril 03, 2010
Fascinación por Gala
Machu Picchu, Tikal, Angkor Wat, Bagán o el Gran Zimbaue son lo que queda de poderosas civilizaciones extintas. La naturaleza, con los siglos, se ha apropiado de las antiguas piedras sagradas.
Por Laura PérezDesde la pequeña y aburrida ciudad de Flores, en Guatemala, en apenas una hora de furgoneta, Carlos nos lleva hasta el Parque Nacional de Tikal, donde se hallan los restos arqueológicos mayas más importantes de Centroamérica. Tikal es un "mar" verde en el corazón de la selva del Peten, de unos 575 kilómetros cuadrados, y es allí donde por fin entendemos el enorme poder de la naturaleza. Los árboles y las plantas se han apoderado de las ruinas sagradas de los mayas y, aunque el templo del Gran Jaguar (tumba del líder Ah Cacau) y el II, hoy perfectamente reconstruidos, aparecen ante la vista del viajero tal y como posiblemente los veneraron los mayas del siglo VIII dC, son los demás templos, prácticamente devorados por la selva, los que llenan de emoción al viajero con ansias de descubrir uno de los últimos pulmones verdes del planeta. En el templo de Ta Prohm, en Angkor, pueden verse las raíces de los árboles royendo las piedras sagradas.Para coronar la cima de muchos de los edificios sagrados de Tikal, trepamos como primates por raíces y ramas, por artesanales escaleras de madera o por las piedras desprendidas. La selva, después de más de un milenio de civilización humana, se lo tragó todo. La vegetación, con su maraña de lianas y matapalos, y animales de todos los tamaños se han adueñado durante siglos de las construcciones que, con no poca vanidad, pretendieron hacer perdurable la poderosa y avanzada sociedad maya en la que fuera su ciudad más importante, desde el 800 aC. hasta el 900 DC.Aunque es indiscutible la belleza de las más de 3.000 construcciones -entre palacios, templos, juegos de pelota, baños, estelas...- que construyeron los "hombres del maíz", lo cierto es que hoy ese rincón aún casi perdido de Guatemala no sólo es Patrimonio Cultural de la Humanidad, sino también Patrimonio Ecológico. Y ahí radica verdaderamente la magia de su belleza, en que es refugio de animales como el huidizo jaguar, el tigrillo (ocelote), el mono aullador, el zopilote, el venado... donde crecen descomunales ceibas, codiciadas caobas, cedros, ramones... y 410 especies de aves: loros y colibríes de Tikal, halcones pechirrufo, patos aguja o garzas tigre.Desde la cima del templo IV, el más alto, con 68 metros, puede verse emerger la crestería final de los otros templos, enmarcada siempre por el verde intenso de la selva sin expoliar, y eso deja los sentidos en suspenso, e incluso atemoriza. Porque la selva no es silenciosa: es un hervidero de rui-dos, rugidos, silbidos y cantos de pájaros que nos recuerdan que, aunque a veces no la veamos, la vida pequeña y primitiva está ahí, en ebullición, a nuestros pies, y también el peligro de infinidad de reptiles venenosos, como la serpiente de coral, la barba amarilla o la víbora mano de piedra.Estos remotos restos arqueológicos, abandonados por sus antiguos habitantes, perdidos entre el follaje y el calor de la jungla, nos recuerdan la fragilidad del hombre y también que la Tierra es capaz de salir adelante sin nosotros, como explica Alan Weisman en su libro El mundo sin nosotros. Si desapareciera el Homo sapiens actual de la faz de la Tierra, la vida no tardaría en brotar entre el asfalto, los ladrillos y el cemento.EL VALLE SAGRADO DE LOS INCAS
Otras remotas ruinas, como las de Machu Picchu, en Perú, o los templos de Angkor Wat, en Camboya, son también ejemplos de lo que pudiera ocurrir con la herencia humana de piedra y cemento si seguimos esquilmando el planeta, y con ello a nosotros mismos.
En la ciudad de Picchu se instaló la aristocracia inca y aquel fue su refugio de los conquistadores españoles, a la vez que santuario religioso. Las imponentes ruinas incaicas, desconocidas para los conquistadores, quedaron protegidas por la naturaleza y el difícil acceso hasta el 1911, cuando el arqueólogo norteamericano Hiram Bingham lo descubrió para el mundo occidental.Como en Tikal, la maravilla creada por los incas -conocedores de una avanzada tecnología que les permitió crear una ciudad entera con enormes sillares de piedra, donde había templos ceremoniales, casas, terrazas agrícolas y, sobre todo, un sofisticado sistema hidráulico de drenaje de 129 canales- se ve incrementada por la belleza del entorno, a 2.400 metros de altura.Picchu se construyó en la explanada que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu. Desde allí se ve correr el río Vilcanotas-Urubamba. Y es la imponente vista de los Andes centrales, la inmersión profunda en un mundo natural perdido para la mayoría de nosotros, lejos de la vacuidad y el ruido artificial y dañino de nuestras ciudades, lo que permite que Machu Picchu sea un lugar tan especial y mágico, y nos rindamos ante la belleza del Valle Sagrado de los incas. Uno imagina Picchu lleno de gente, con el ajetreo de la vida diaria, y aun así, seguiría siendo un lugar exponencialmente más sano y plácido para la vida cotidiana que cualquiera de nuestras ciudades. Bastaría mirar alrededor para que el corazón apaciguara su ritmo. Para coronar los templos de Tikal, hay que trepar como primates por raíces, ramas y piedras desprendidasRAÍCES QUE ROMPEN LAS PIEDRAS
Esa misma conexión con la naturaleza puede sentirse en Camboya, cuando visitamos Angkor Wat, la ciudad más importante del antiguo imperio Jemer -entre los siglos IX y XV-, que se extiende a lo largo de casi doscientos kilómetros cuadrados y donde las raíces de los árboles retuercen las piedras de los templos abandonados hasta abrirse camino. Fue el explorador francés Henry Mahout quien la redescubrió en 1860.
De los más de cien templos hinduistas y budistas de uno de los complejos arqueológicos más importantes del mundo, destacan los grupos de templos de Angkor Thom, Ta Prohm y Angkor Wat. Ta Prohm es uno de los más visitados, precisamente porque muestra la fuerza de la vida, con sus paredes roídas por los árboles en medio de la selva y escenario de tantas películas de aventuras a lo Indiana Jones.También en Asia, en la oprimida Myanmar, hay un conjunto arqueológico impresionante: Bagán, con más de dos mil templos y pagodas diseminados en apenas 42 kilómetros cuadrados. Es cierto que el complejo arqueológico no se haya perdido en la selva, ya que los birmanos visitan los templos con asiduidad y los cuidan y reconstruyen para no perderlos. Pero quien visite este rincón junto al río Irawadi también descubrirá que la tierra, por roja y seca que sea, nunca es yerma: pequeños roedores y serpientes duermen en cualquier rincón de los templos sagrados, como nos cuenta nuestro guía. Por si acaso, subimos las escaleras polvorientas dando golpes en los escalones con un zapato, para espantar a los verdaderos dueños de las pagodas y recintos sacros de Bagán.Naturaleza abriéndose camino, moteando de verde la piedra. Dice un viejo proverbio nórdico: "Si un amigo tienes en quien bien confías, ve a verle a menudo, pues crecen las zarzas y las malas hierbas en la senda que nadie pisa".La ciudad Picchu, santuario religioso y refugio de la aristocracia incaica, está situado entre la montaña Machu Picchu y Huayna Picchu. Roedores y serpientes duermen en cualquier rincón de Bagán, con dos mil templos emergiendo de la tierra.ESPLENDOR EN LA JUNGLGA
El templo budista de TaProhm,del s.XII,en Angkor(Camboya),se conserva sin restaurar, tal y como lo descubrió el explorador francés Henry Mahouten 1860. En la otra página, monjes en el templo budista de Bayón, siglo XII, del complejo de AngkorThom.
EXUBERANTE BELLEZA
Para tener una dimensión real de la grandeza del conjunto arqueológico de Tikal, hay que subir a la cima del templo IV. Desde allí, puede observarse la magnitud de la selva de El Petén y de las construcciones mayas que esconde. En la foto, las crestas de los templos l, ll y lll emergen majestuosamente de la selva.
ATARDECER EN BAGAN
La zona arqueológica budista de Bagán (Myanmar), construida entre los siglos XI y XIII, adquiere al atardecer una sorprendente tonalidad dorada que apacigua el espíritu de los que caminan entre sus más de dos mil templos y pagodas. En la otra página, las ruinas de Gran Zimbaue, que fue una enorme ciudad en el África del s. XI y que llegó a albergar a 10.000 habitantes.
Fuente:
REVISTA INTEGRAL - ENERO 2008