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HAY MUCHAS LEYES científicas que rigen la vida cotidiana. Una de las más antiguas es que el teléfono sólo suena cuando uno está a punto de sentarse a la mesa. No ocurre lo mismo con el timbre de la puerta, que suena exclusivamente cuando uno está en la ducha. Otras leyes comprobadas son que el trabajo tiende a aumentar hasta ocupar todo el tiempo disponible, y que las fotocopiadoras no funcionan jamás.
Los boletines informativos de radio que más nos interesan sólo se transmiten cuando vamos en coche y estamos a punto de entrar en un túnel. La transmisión se interrumpe un segundo y medio después de entrar en el túnel y se reanuda cuando el locutor está pronunciando la última palabra del boletín.
Cuanto más feo es un sofá, más cómodo resulta. Ésta es una de las leyes más ciertas y esenciales del universo, tanto como aquella cuya, fórmula es E=mc2. No hay como arrellanarse en un sofá realmente espantoso para sentir en seguida la diferencia: ese suave tapiz de terciopelo anaranjado, los mullidos cojines que se hunden hasta el desparramamiento, esos rechinantes resortes que ce-den bajo nuestro peso.
Los niños pequeños nunca duermen de noche. Sólo cierran los ojos para dar a sus padres una falsa sensación de seguridad.
Los calcetines más feos tienden a durar para siempre. Yo me paso la vida comprando elegantes calcetines de algodón de vestir y, a las pocas semanas, sólo queda uno de cada par: el otro se ha esfumado.
Los más encarnizados pleitos conyugales no tienen que ver con los quehaceres domésticos ni con el dinero. El motivo es quién se adueña de la mayor parte de la cama o del cobertor.
Tratándose de alimentos de preparación instantánea, lo último que muere es la esperanza. Lasaña congelada, pizza para microondas, pasta cuyo envase asegura:
Los hombres son genéticamente incapaces de leer una receta hasta el fin antes de comenzar a cocinar. De ahí que, cuando están sentados a la mesa esperando a que el señor de la casa sirva lo que ha preparado para cenar, los invitados a menudo oigan un grito de rabia en la cocina a eso de las 8 de la noche. Es el momento en que el anfitrión ha vuelto la página del recetario y ha leído:
Los libros de cocina siempre se quedan cortos en lo que a tiempo de cocción se refiere. Muchas veces también juran y perjuran que una receta es para diez personas cuando en realidad apenas alcanzaría para dar de comer a dos frugales monjes. Los autores de las recetas deben de ser personas delgadas cuyos hornos están defectuosos. Los fabricantes de hornos harían bien en investigar el asunto.
Una cuchara colocada al azar en el fregadero se acomoda espontáneamente bajo el grifo. Nadie sabe cómo ocurre esto, pero cuando se abre el grifo al máximo, cualquier cuchara que hubiera en 50 metros a la redonda se habrá colocado debajo del chorro. El resultado es un amplio salto de agua que baña a quien esté lavando los trastos, lo cual ocurre de preferencia cuando el agua se encuentra casi a punto de ebullición.