LA TV ¿ENJUICIABLE POR ASESINATO?
Publicado en
febrero 28, 2010
Por Jorge Enrique AdoumEn los momentos mismos en que un productor de un canal de la televisión ecuatoriana declaraba "No creo que la TV es una escuela de violencia" (El Comercio, 11-10-93), la prensa publicaba, con un intervalo de tres días, las dos noticias siguientes:
Manila.- Un niño de siete años mató de un disparo de fusil a la criada porque [...] mientras miraba un dibujo animado norteamericano de ciencia ficción, la doméstica, de 21 años, cambió el programa para ver una telenovela. [...] el pequeño fue a buscar el fusil de su padre y disparó contra la joven, que murió al día siguiente en el hospital. El padre del niño será acusado de homicidio por imprudencia, por no haber guardado el arma en un lugar más seguro...
Managua.- Tras ver la telenovela venezolana 'Cara sucia', una mujer nicaragüense -enloquecida por la pobreza en que vivía-[...], Marta Baltodano, de 29 años, aplastó a garrotazos la cabeza de sus hijos Marbely de 10 años y Pedro de 4 años [...]. Luego intentó suicidarse cortándose las venas y tragando cloro, pero falló.
Filipinas y Nicaragua, un fusil y un garrote, un dibujo animado norteamericano y una telenovela venezolana, una empleada doméstica de 21 años y dos hijos de 10 y 4 años... ¿Quién ha acusado hasta hoy a los verdaderos autores intelectuales de esos crímenes, a los que sugieren, día tras día, hora tras hora, la idea de cómo, a quiénes y en qué circunstancias matar?En una posición antípoda a la del productor ecuatoriano el Tribunal Constitucional de Colombia "decidió que la delincuencia televisada, en su mayoría visible en programas norteamericanos, contribuye a la violencia de la vida real" y prohibió, el 11 de mayo pasado, que se transmitan "tiroteos, palizas, cuchilladas, atentados dinamiteros y otros actos de violencia hasta después de las 22 horas".La hipotética autocensura de los programas, de que hablan algunos productores, consiste -cuando existe- exclusivamente en ese criterio de horario. Sin embargo, señalaba yo (Diners, abril de 1992) que el argumento de que, porque se exhibe tarde en la noche una película, es "sólo para adultos" o "para personas con criterio formado", resulta una ficción desde el momento en que los padres salen de casa o los menores de edad tienen un televisor en su habitación y florece el comercio de alquiler de "videos". Además, entre nosotros, la mejor pedagogía de la violencia se transmite a las 8:30 de la noche. Y no sólo entre nosotros: en Estados Unidos los programas más violentos se difunden habitualmente el sábado por la mañana (y allá hay -¿por eso?-270.000 jóvenes que van a la escuela equipados con una arma de fuego). Según la National Coalition on Televisión Violence, en 1992 nueve películas y seriales presentaron de 24 a 60 actos de violencia por hora cada uno. En cuanto a las películas de cine transmitidas por TV, Die Hard 2 muestra 264 muertes violentas (Robocop, tímidamente, tiene "sólo" 81). La revista L'Hebdo ha calculado que un niño norteamericano que pasa de dos a cuatro horas por día frente a su televisor habrá visto, a los 13 años, 8.000 asesinatos y 100.000 actos de violencia.Mas sucede como si las imágenes de la televisión fueran autónomas o producidas por robots o en otro planeta: las autoridades, los padres de familia, los educadores, los medios de comunicación expresan ya no asombro sino indignación por la brutalidad televisada, pero nadie sale al frente, nadie responde, nadie explica nada. Sólo Howard Stringer, Presidente de la Columbia Broadcasting System, ha dicho, con insólita honradez: "La violencia gratuita debe desaparecer de nuestro canal. Debemos admitir nuestra responsabilidad".No se trata sólo del número de muertos: en algunas películas del Oeste (e inclusive en obras de Shakespeare) a veces mueren todos los personajes, pero no hay en ellas ese regodeo del detalle horroroso. Incluso en las que tratan, supuestamente, de denunciar los abusos de fuerza por parte de la policía -y hasta en los noticiarios de la violencia local que copian la técnica de esas películas- son las armas, algunas ni siquiera inventadas todavía, el close up del rostro despedazado, la salpicadura de sesos en las paredes, el gorgoteo de las arterias cuando la cabeza ha sido separada del tronco, la manera de estimularse con drogas antes de la aventura, la edad de los criminales: la de los pandilleros de Guayaquil o de los miembros de la banda de ese mocoso asesino de taxistas en Quito. Una de las más recientes encuestas (limitada a 34 escolares, de 10 a 12 años, del quinto grado de la escuela fiscal Sucre Ns 1 de.Tulcán) revela que los personajes que más admiran (el 50%) son Rambo, Mac Guiver, Michael Night, Drácula, Batman, Chuck Norris, Bruce Lee. Veintiséis niños y (el 76,47%) confesaron que les gusta jugar o actuar como sus personajes favoritos. Si, como se supone, el instinto maternal se fomenta o fabrica con el regalo de muñecas a las niñas, cabe afirmar que en la delincuencia juvenil o adulta tienen algo -mucho- que ver las armas de juguete que, al crecer los niños, corren el riesgo de transformarse en armas de verdad.Descargar toda la responsabilidad en los padres de familia es, por lo que se ha dicho más arriba, una manera fácil de rehuir el problema. Pero ellos también tienen la suya al creer -como las comisiones municipales de censura cinematográfica- que la moral está sólo en la alcoba y no en la calle: el 50% de los niños entrevistados afirmaron que no se les permite ver "La gran aventura del cine", "Cine a la carta" o "Noches del Oscar" -que son los raros programas que transmiten, a veces, películas de cierta calidad sin ese tipo de violencia, de acuerdo a sus propias palabras, películas dirigidas a un público adulto, que nunca son las de criminales sino las que contienen "escenas escabrosas".La cuestión no parece inquietar aquí al Congreso ni al gobierno. O quizás las autoridades -frente a los grandes intereses económicos de propietarios, productores y anunciantes de la TV y, sobre todo, frente al poder de propaganda política que tiene, no se atreven a intervenir, pudiendo esgrimir razones tales como el respeto a la empresa privada o, más noble aún, "la libertad de pensamiento". Pero, decía yo en Díners, no estamos hablando de arte sino de un producto industrial que busca rentabilidad comercial sin ocuparse ni preocuparse de sus consecuencias y que debe estar sujeto a una suerte de control sanitario como el que existe para los productos alimenticios y farmacéuticos. El senador Paul Simón, demócrata de Illinois, dio a la industria de la televisión de EUA un plazo de 60 días para manifestar una clara voluntad de limitar la exhibición de violencia gratuita ofrecida a los telespectadores, particularmente a los niños. Trans-currido ese plazo, que vencía el 3 de octubre pasado, el Congreso iba a establecer la legislación correspondiente. Y ello sucede en el país donde la libertad de empresa, antes que la de expresión, es sagrada: al fin y al cabo, fue la poderosa industria de la prensa, más que el espíritu democrático de los periodistas, la que derrocó a Richard Nixon.