LA IMPORTANCIA DE ESTAR ALLI
Publicado en
febrero 07, 2010
CONDENSADO DE THOSE NOT-SO-STILL-SMALL VOICES, © 1993 POR THOM HUNTER. PUBLICADO POR NAVPRESS, DE COLORADO SPRINGS, COLORADO.La primera obligación de un papá es estar presente en esos momentos que lo vinculan con sus hijos.
Por Thom HunterCUANDO YO ERA NIÑO, mi padre no vivía en casa. Por eso, apenas crecí, me hice el firme propósito de ser papá cuando me llegara el momento. No sólo padre. Yo tuve un padre en algún lugar de la Tierra. Lo que no tuve fue papá. La primera obligación de un papá, me dije, es estar presente en todos esos acontecimientos —pequeños o grandes— que lo vinculan con sus hijos. Yo siempre catalogué los momentos que debí haber compartido con mi papá. "Algún día voy a disfrutarlos con mis hijos", prometí.
Por lo regular, esos días llegan cuando uno tiene más trabajo y más compromisos en la agenda, y cuando, por ende, está muerto de cansancio.Mientras elaboro mi lista de quehaceres, me interrumpe la voz de un niño:—Vas a ir, ¿verdad, papá?—¡Claro! —contesto, aclarándome la garganta—. Allí estaré, llueva, truene o relampaguee.Zachary se hallaba sentado en el césped, junto a la mesa de la comida. El sol le daba de Heno en el cuello. Estaba sucio y sudoroso de jugar, y tenía los codos raspados. Pese a estar rodeado de niños, se hallaba solo.Sus ojos seguían atentamente algo que se movía en la hierba. Era un bicho de color dorado. Cada vez que la criatura intentaba escaparse, él le cortaba el paso con un dedo.—¡Qué bueno que viniste!— exclamó cuando me senté a su lado—. Pensé que no ibas a llegar antes de que se fuera el escarabajo. ¡Mira!Dijo "antes" de que se fuera el escarabajo, pensé. No se le había ocurrido, pues, pensar que no iba a ir. Era un momento irrepetible de su vida.Rodeados de mamas, Zachary y yo comimos en el prado y, naturalmente, me dieron calambres en las piernas y se me agarrotaron las rodillas. Mi hijo señaló a varios chicos y me dijo sus nombres. A veces se acercaba uno de ellos y le preguntaba en voz baja:—¿Es tu papá?En esos momentos me daban ganas de bajar al instante 20 kilos, ponerme un traje deportivo y sacar el pecho para que se enorgulleciera de mí. Pero él se me quedaba viendo, tal cual era, y contestaba con una gran sonrisa:—¡Claro!Zachary me regaló un chicle, y no podía creer que yo también había mascado de esos mismos chicles a su edad.—¿Y le dabas a tu papá? —me preguntó.Incapaz de responder, cambié de tema.Esa noche, al llegar a casa, lo aupé para que viera el nido que habían hecho unos pájaros en el porche.El nido aún no tenía huevos; sólo un poco de hierba y plumas.—¿Alguna vez te levantó tu papá para que vieras un nido? —dijo.De nuevo no le pude responder.Más tarde, en su cuarto, lo cobijé para que se durmiera. Estaba acostado boca abajo, y le acaricié la espalda hasta que cerró los ojos. En realidad, fingía dormir, pues cuando llegué a la puerta gritó:—¡Buenas noches, papá!CON LOS AÑOS he reunido una invaluable colección de momentos como éstos, en los que estuve presente. A menudo los comparto con mis hijos y los saco a colación cuando aparecen las dudas. Con ellos también lleno huecos y sano heridas. Los recuerdos son muy provechosos, pero no se pueden usar si no se tienen.
Algún día, el hijo de Zachary le preguntará: "¿Alguna vez te levantó tu papá para que vieras un nido?"¡Qué bueno que él sí le podrá responder!