FANTASMAL ASESINA DE LOS MARES
Publicado en
febrero 07, 2010

En las cálidas aguas tropicales de la isla Melville, frente a la costa norte de Australia, una criatura espectral, casi invisible, serpentea lentamente hacia la orilla. Tiene el cuerpo en forma de campana, del tamaño de la cabeza de un hombre, y de su interior salen chorros de agua que la impulsan hacia adelante. Lleva a rastras unos tentáculos de 2.40 metros de largo, trasparentes como ondas en un estanque. Ya cerca de la playa, sus cuatro ojos rudimentarios perciben la sombra de una embarcación que flota arriba.
Es casi invisible pero su veneno puede matar a 20 personas
Por Paul RaffaeleUNOS NIÑOS juegan en las aguas poco profundas de la playa Carden Point, en la isla Melville. Uno de ellos, de ocho años de edad, salta al agua y nada hacia un bote que está anclado mar adentro, a modo de plataforma de pesca. Cuando llega, sube a bordo.
—¡Miren esto! —grita, y se lanza de cabeza al agua.En cuanto se zambulle lo rodea una nube de burbujas. De improviso, los tentáculos de la criatura le envuelven la cara, el cuello y los hombros. Un violento escozor se apodera de él.Sale de inmediato a la superficie, dando un alarido y forcejeando, desesperado, con las hebras urticantes. En su piel se levantan ronchas de color rojo vivo. Mientras lucha por alcanzar la orilla, las toxinas segregadas por la alimaña le llegan al corazón y le alteran el pulso. Pierde el conocimiento. Alguien lo saca del agua, y el socorrista de la playa trata de reanimarlo, pero el niño ha muerto.Fue víctima de una medusa Chironex fleckeri, uno de los animales más ponzoñosos que se conocen. Su veneno mata con mucha mayor rapidez que el de una cobra. "Si el contacto con sus tentáculos es lo bastante prolongado, la víctima puede morir en dos o tres minutos", señala Phil Alderslade, biólogo marino del puerto de Darwin, en Australia. Pero aun más espantoso es el dolor que produce, y que una víctima comparó con "un balde de fuego que le cayera a uno encima".Esta asesina ha matado a 63 personas, niños en su mayoría, en la costa norte de Australia. Y en lugares tan apartados como las aguas costeras de África y el litoral tejano del Golfo de México, otras personas han sufrido picaduras de especies estrechamente emparentadas con ella.Además de mortífera, la Chironex es tan escurridiza que pasó inadvertida a los científicos hasta 1956. Antes de ese año, los australianos culpaban a una desconocida "avispa marina" de las muertes ocasionadas periódicamente por ella. Con frecuencia, los médicos atribuían las defunciones a una reacción alérgica extrema a las picaduras de otra clase de medusa, el sifonóforo.El joven médico militar australiano Ronald Southcott fue el primero en identificar la Chironex. En 1943, durante unas prácticas de desembarco cerca del puerto de Cairns, vio a unos soldados que salían del mar tambaleándose, cubiertos de ronchas de color rojo vivo y quejándose de dolorosas picaduras. Un día divisó una gigantesca cubomedusa (clase de medusa con la campana en forma vagamente piramidal o cúbica) flotando en aguas poco profundas; hizo que la atraparan con una red y se la trajeran. Le cortó uno de los tentáculos, y se puso en el brazo un trocito no mayor que la uña de un pulgar. "Sentí como si me hubiera quemado", recuerda.Hizo un dibujo de la criatura, pero no la encontró descrita ni ilustrada en ningún libro de consulta. El dibujo permaneció abandonado en sus archivos por espacio de 12 años. Luego, en 1955, Hugo Flecker, radiólogo con quien había hecho amistad durante la guerra, le envió varias medusas conservadas que habían atrapado frente a la costa del estado de Queensland, después de la muerte de un niño de cinco años.Coincidían con el dibujo de Southcott, quien le dio a la nueva especie el nombre de Chironex fleckeri. El primer término, híbrido del griego y del latín, significa "mano asesina"; el segundo es un tributo a su amigo. Sin embargo, aún no había pruebas concluyentes de que esa medusa fuera mortal.El doctor Flecker murió en 1957, y otro médico, Jack Barnes, se encargó de continuar sus trabajos en torno a la Chironex. Ese año murió otra víctima, una niña de 11 años, de cuya piel escaldada Barnes tomó muestras y las envió a Southcott. Esa vez no quedó duda: las lesiones eran idénticas a las que inflige la Chironex fleckeri.LA PLAYA MINDIL, cerca de Darwin, es una media luna de arena ocre, de 800 metros de largo, lamida por aguas de color turquesa. Pero siempre está vacía, porque es uno de los lugares más frecuentados por las Chironex. Aquí, el biólogo Alderslade y yo estamos tratando de pescar un espécimen vivo.
Por instrucciones suyas llevo puestos pantalones de mezclilla, botas, guantes y camisa de manga larga. Protegidos así, entramos en el agua hasta que nos llega a la rodilla. Aunque los aguijones de la Chironex penetran fácilmente en la piel desnuda, no son lo bastante largos para atravesar la ropa.Enfilamos hacia el sur, en dirección paralela a la playa. Phil Alderslade escudriña sistemáticamente el agua moviendo la cabeza a derecha e izquierda. De pronto señala hacia abajo.—¡Allí está! —dice quedamente.Como a dos pasos a mi derecha, una sombra se desliza despacio sobre la arena: ¡una Chironex! Alderslade mete una mano enguantada en el agua y saca una masa gelatinosa de color azul pálido, de la que cuelgan tentáculos.De vuelta en la playa, levanta en el aire la criatura, que es del tamaño de un melón.—Esta no ha crecido totalmente —dice—. Las adultas llegan a ser tan grandes como un balón de fútbol.Luego me muestra cuatro puntos negros (uno en cada lado del cuerpo), que son ojos rudimentarios. Los científicos suponen que estos órganos perciben los cambios de intensidad de la luz, lo cual permite al animal evitar obstáculos y buscar alimento en los lechos arenosos del mar.Curiosamente, la Chironex en realidad no ataca. Más bien se dedica a "pescar", llevando los tentáculos a rastras a manera de curricanes. Si una presa cae en ellos, la pica hasta matarla, y luego se la lleva a la boca, que se abre en la parte inferior de la campana.Un factor determinante de la letalidad de la medusa Chironex es su densa maraña de tentáculos acintados, que pueden sumar hasta 60, y a veces alcanzan una longitud de 2.70 metros. Están cubiertos por bandas de cápsulas punzantes llamadas nematocistos.—Cada cápsula aloja un filamento microscópico hueco, cargado de veneno, que funciona como un diminuto arpón —dice Alderslade.Una Chironex adulta posee miles de millones de nematocistos, tan densamente apiñados en cada banda, que cabrían miles en la cabeza de un alfiler.Para dispararse, los nematocistos tienen que recibir el estímulo de unos órganos sensitivos de los tentáculos, que reconocen las proteínas cutáneas de los peces, los crustáceos y, por desgracia, las personas. Un tramo de tentáculo de medio centímetro provoca picaduras tan dolorosas como la quemadura de un cigarrillo.—Imagínese cientos de tramos como este sobre su piel —dice Alderslade—. Parece inofensiva, ¿eh? —Pone la flácida masa en un balde con agua de mar, y añade—: Pero hay suficiente veneno en este animal para matar a 20 personas.¿Para qué necesita tanto veneno? De acuerdo con una hipótesis, la Chironex ha evolucionado de este modo porque tiene que matar rápidamente para proteger sus frágiles tejidos. Los caparazones duros y espinosos de algunos crustáceos podrían hacerla pedazos.POR REGLA GENERAL, los médicos suman el largo de las marcas dejadas en las víctimas para calcular la cantidad de veneno que les fue inyectada. Un total de entre cinco y siete metros es suficiente para matar a un adulto. En el caso de un niño, basta con 1.80 metros: apenas el cuatro por ciento de la longitud total de los tentáculos de una Chironex adulta.
Pese a sus arduas investigaciones, los toxicólogos aún no saben con certeza cómo actúa el veneno de esta medusa. Saben, sin embargo, que afecta principalmente al corazón. "Un corazón sano consta de millones de células musculares que laten al mismo ritmo", explica el doctor Bart Currie, investigador de la ciudad de Darwin. "El veneno de la Chironex hace que las células latan en forma desorganizada, lo que interfiere en la función cardiaca de bombear sangre. Cuando la cantidad de veneno es abundante, el corazón acaba por detenerse".Después de identificar a la Chironex, los científicos tuvieron dificultades para elaborar un antídoto, pues no lograban extraer del animal cantidades suficientes de veneno. Pero en 1966 Jack Barnes descubrió que una corriente eléctrica podía disparar los nematocistos. Cubrió la boca de un frasco con una película de tejido humano y puso encima el tentáculo de una Chironex viva. Luego hizo pasar una débil corriente por el tentáculo, y los nematocistos atravesaron la película con sus aguijones, depositando un poco de veneno en el frasco. Barnes envió esta muestra a los Laboratorios de Sueros de la Comunidad Británica de Naciones, en Melbourne, donde la sustancia se inoculó en ratones, conejos y ovejas. Poco a poco, los animales formaron anticuerpos específicos contra el veneno, los cuales se procesaron y se distribuyeron en ampolletas. En 1970 se puso en circulación un antídoto preparado con suero humano.Uno de los primeros casos documentados de tratamiento con el antídoto fue el de una niña de nueve años que sufrió picaduras en 1978 en una playa de Darwin. Cuando llegó al hospital, tenía la mitad inferior del cuerpo cubierta de ronchas, su pulso era débil y estaba medio inconsciente. Una inyección de menos de una cucharadita de antídoto bastó para normalizarle el pulso, y en cinco segundos la hizo recobrar totalmente la conciencia.Sin embargo, aún se necesitaba un remedio rápido para neutralizar los efectos de los fragmentos de tentáculo que quedaban prendidos a la piel inmediatamente después de la picadura. Sin ese remedio, muchas víctimas podían morir antes de llegar al hospital.La práctica habitual había consistido en rociar a las víctimas con alcohol, que por mucho tiempo se consideró eficaz para matar los nematocistos clavados en la piel. Pero en 1979 el doctor Robert Hartwick, biólogo marino de la Universidad James Cook de Queensland del Norte en Townsville, hizo un descubrimiento de vital importancia. Antes de examinar un trozo de tentáculo, lo sumergió en alcohol para matarlo, y luego lo puso bajo el objetivo del microscopio. Quedó sorprendido al ver abrirse millones de cápsulas diminutas, del interior de las cuales salieron bruscamente otros tantos filamentos cargados de veneno. En vez de matar los nematocistos, el alcohol los disparaba. Hemos estado en un error, pensó Hartwick.Elaboró una lista de 47 sustancias letales para algunos seres vivos y las reunió para probarlas. Entre ellas había formalina, ácido bórico y hasta bicarbonato de sodio, pero ninguna paralizaba los aguijones con suficiente rapidez.Sumergió entonces un trozo de tentáculo en una solución de ácido acético al diez por ciento. Esta vez, cuando lo observó al microscopio, vio que los nematocistos permanecían cerrados dentro del tejido. Después de hacer más pruebas, descubrió que incluso una solución del ácido al dos por ciento era mortífera para los tentáculos de la Chironex. Casi sin dar crédito a su descubrimiento, telefoneó a un colega investigador.—¡La solución está en el vinagre! —exclamó.El vinagre doméstico contiene un cuatro por ciento de ácido acético.EN LA PLAYA Nightcliff, de Darwin, Anna Tory, de seis años, estaba jugando en una charca formada en un lecho rocoso. De pronto arqueó la espalda y se puso a gritar. Mientras se afanaba en salir del agua, su madre, Georgia, vio que tenía los antebrazos y las piernas veteados de una baba lechosa; eran trozos de tentáculos de una Chironex.
—¡La picó una medusa! —le gritó Georgia, angustiada, a una amiga de la familia.De inmediato sacó de su bolsa una botella de vinagre (que llevaba para un caso como ese) y se la vació encima a su hija. Luego envolvió a la niña en una toalla y la llevó corriendo al coche. Quince minutos después, cuando llegaron al Hospital Real de Darwin, Anna respiraba con dificultad y sufría intensos dolores en las extremidades.Una enfermera le roció más vinagre, y un médico le administró el antídoto. Luego midió la longitud de sus lesiones: casi 1.80 metros, lo suficiente para causarle la muerte.Para aliviar sus dolores, las enfermeras le cubrieron el cuerpo con compresas de hielo. Un electrocardiograma indicó que su corazón latía con mucha dificultad, a un ritmo alternativamente rápido y lento.Georgia se sentó al lado de su hija, la tomó de la mano y se puso a rezar. Permaneció interminables minutos sin despegar los ojos del médico, mientras este vigilaba el zigzag verde en la pantalla del osciloscopio que registraba el dificultoso ritmo cardiaco de la niña.Así pasó media hora, hasta que el médico se volvió hacia Georgia con una sonrisa:—Se le está normalizando el pulso. Creo que va a vivir.Rodaron lágrimas por el rostro de Georgia.—¡Gracias a Dios! —dijo.Al final del día, la pequeña recobró el pulso normal y ya casi no tenía dolor.Los científicos esperan el día en que puedan descifrar la estructura molecular del veneno de la Chironex, para así elaborar un remedio preventivo que confiera inmunidad contra la picadura. Mientras tanto, la precaución y el antídoto siguen siendo las medidas más eficaces; además, claro está, del vinagre.