EL COMPOSITOR Y SU (IMPROBABLE) PUBLICO
Publicado en
febrero 28, 2010
Por Bruno Sáenz AndradeDe las diversas maneras posibles de (analizar la actividad de la música en el Ecuador, y particularmente en la ciudad de Quito, cuyo medio es el más cercano al redactor (la del trabajo de los instrumentistas, por ejemplo; la de un despertar de los conjuntos vocales, con la bienvenida ampliación del repertorio de los conciertos; la de la formación del músico, técnica y más genéricamente cultural, de la que depende la calidad, estrechamente relacionada con los problemas recurrentes, hasta ahora insuperables, de conservatorios y academias particulares, etc.) hay una, de apariencia provincial y hasta limitada, pero que refleja bastante bien la situación de la composición "académica" -el nombre vale, si se tiene a la Academia por el foro de intercambio de los espíritus más altos, más audaces; resulta inadecuado si alguien lo entiende como adhesión a una escuela y a unas reglas, habitualmente de tendencia estacionaria- y el estado del desarrollo musical del país: lo que considera el creador y sus relaciones con la sociedad (con los ejecutantes y el público), ubicándolo en el centro mismo del tema.
En cierta forma, la música que se escucha en el Ecuador, al remitirse con exceso al pasado, a la historia, se coloca fuera de la historia, como si el melómano no tuviera más opción que la de enfrentarse con un producto múltiple, sí, pero completo, acabado, sin porvenir. La música deja de ser algo vivo, en inagotable crecimiento. La utopía socialista del fin de la historia parece haberse concretado, es verdad que solo idealmente, apenas por un error de perspectiva, en la actitud del aficionado ecuatoriano. Si todo está hecho, no hay otra cosa que hacer que usufructuarlo, hedonística, cómodamente. Se tiene alguna noticia de la existencia de una rara especie, la del compositor extranjero, pero aún esa es una realidad "dada", no presente, no compartida.La música como creación, como respuesta estética a las necesidades no solo de quien la concibe y anota sino de una sociedad, de un pueblo concreto, carece, para el oyente medio, de sentido. No es, siquiera, una inquietud. Bastante habría que escribir sobre el tema, parte, en verdad, de la peculiar posición del artista ecuatoriano (con la posible excepción del pintor y la del literato, aceptado antes como "expositor", como "universitario", que como novelista, dramaturgo o poeta), no muy clara en cuanto a la asignación de papeles sociales y profesionales, en el espectro ocupacional y de consideración o reconocimiento que nos ha tocado vivir.El Ecuador es un país de compositores... reducidos al silencio. Para el asistente habitual a recitales y conciertos, apenas sí existen esos seres pasablemente extraños, porque la buena voluntad del directorio de una orquesta ha resuelto sacar tal o cual obra de la sombra, o dar un sitio, acaso no muy amplio, al músico contemporáneo. Pocos podrían negar que hay, ahora, todo un grupo humano sincera y entusiastamente interesado en la música más seria, ávido de conocer lo que trae el disco; a veces, por aproximarse a las novedades de la temporada de conciertos. Pocos se atreverían a afirmar que se trata de un movimiento multitudinario.Para aprovechar un término de moda, bastante desagradable, se ha de decir que no hay quien consuma aquello que el creador produce. Los que podrían hacerlo, prefieren -mejor, se limitan a ella- la obra probada y aprobada por la tradición europea. No son del todo conscientes de lo desenfocado de la actitud. Las grandes sinfonías del ayer existen porque hubo un público que las pedía, así fuera para discutirlas. El cultivo musical implica cierta apertura del espíritu; se aprende, no para seguir ahondando el terreno conquistado, sino para saber el modo de conquistar nuevos terrenos. A esto, se ha de añadir que no hay pueblo, por poca que sea la consideración que de sí mismo tiene, que pueda subsistir solo de lo prestado.La historia de la música ecuatoriana -sin la cual mal va a establecerse una tradición, ni van a tener lugar sus muy saludables rupturas- no existe. El compositor vivo y el del pasado cercano merecen la más urgente de las atenciones, pero la ausencia borra la música escrita y ejecutada en el Ecuador, desde los inicios de la colonización española, y más atrás. Los estudiosos de otros lugares registran el nombre de Diego Lobato, quiteño (léase, natural de la Audiencia de Quito), atribuyéndole la condición de uno de los más destacados compositores del período colonial. Nadie sugiere que haya llegado a conocer partituras o a escuchar sus obras. No podría afirmarlo categóricamente, pero entiendo que una prospección de las divisiones culturales del Banco Central del Ecuador, encaminada a localizar la notación de la música gregoriana y, a lo mejor renacentista, barroca y clásica, que se tocó en las iglesias de la Audiencia, dio como resultado el vacío: o no hubo nunca, cosa difícil de creer, o ha desaparecido. Un dato de pasada, de esos que surgen durante cualquier conversación informal, informó al autor de esta nota del traslado de los manuscritos e impresiones a un archivo venezolano.Lo ocurrido con la música más antigua, va repitiéndose con la más reciente, sin necesidad de que una mano, en fin de cuentas acogedora, se apropie de ella y la refunda en un lugar seguro, dentro o fuera de territorio nacional (seguridad no es sinónimo de utilidad). Las numerosas composiciones de Luis Humberto Salgado, de Segundo Luis Moreno, las de Canelos, Duran, por citar los nombres que pasan, buenamente, por la memoria, cuando no se han perdido, reposan en bibliotecas o simples recipientes particulares, los de sus herederos, a veces amorosamente tratadas, a veces sin destino ni orientación definidos, fuera del alcance de los tríos, cuartetos, orquestas, investigadores. Los sucesores de un artista no tienen, por fuerza, la formación y la fortuna requeridas para guardar ese "material" (se podría decir ese "espíritu") en óptimas condiciones; menos para difundirlo, para volverlo fecundo. El papel se deshace, la tinta empalidece, el lápiz se esfuma. El trabajo de vida, de inteligencias, de sensibilidades escogidas, deja, simplemente, de ser. Piénsese que buena parte de esa producción nunca ha sido ejecutada. Muerto el creador, que hizo lo mejor que pudo para forzar a los intérpretes y a los aficionados a conocer su pensamiento, calló lo que había hablado y nunca adquirió el derecho a la palabra lo que no fue oportunamente tocado.Durante los últimos años, la Orquesta Sinfónica Nacional, el Conservatorio de Quito y algunas personalidades, han iniciado esfuerzos consistentes para asegurar la difusión de una porción siquiera, de las composiciones de los músicos jóvenes, sobre todo a través de ciertos concursos y de los Festivales de Música Contemporánea, sin descuidar la resurrección ocasional de ciertas composiciones de Salgado, Moreno y otros. No es suficiente, pero muestra el afán de los creadores y de sus colegas, los intérpretes, por devolver al arte su sentido histórico, dinámico. La respuesta del público queda por evaluar. No se olvide, no obstante, lo anotado en los párrafos iniciales de esta nota.
Lo apuntado hasta aquí tendría poco valor como simple constatación o como queja. Lo que cuenta, lo que importa, es hallar y poner en práctica los mecanismos que permitan, por un lado, salvar cuanto se pueda del pasado musical del Ecuador, y facilitar la difusión de la música propiamente contemporánea escrita en nuestro suelo, otorgando la debida preferencia a aquella que aparezca como profesional, más profunda, más representativa.La tarea es de orden múltiple, exige recursos económicos, participación humana calificada, el amparo institucional. Alguien (estimo que es labor propia del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, con la cooperación de los conservatorios) debe organizar el rescate de partituras y escritos sobre música, ya en sus originales, ya mediante copias que salven lo esencial, el pensamiento, la música. Un proyecto completo y de calidad serviría de base para la obtención de recursos internacionales, de la UNESCO, tal vez. Es un ejemplo. La investigación, la adquisición de partituras o sus copias, de reconstitución, de ser necesaria. Su clasificación, su eventual edición, pondrían a trabajar a músicos profesionales y estudiantes. El Corpus básico, los compositores inicialmente seleccionados (recuérdese la música colonial, igualmente) podrían ser incorporados a un proyecto piloto. La investigación musicológica no tiene, después, por qué cesar, ya en su vertiente de "recuperación", ya en la del análisis.La misión de la musicología no agota el problema de la relación (no totalmente establecida) entre el compositor nacional y su público (potencial). Quedan muchas facetas por considerar y resolver, desde la jurídica de los derechos de autor hasta la técnica y libresca de edición de partituras, sea en el país, sea en editoriales extranjeras, sea a través de un proyecto andino o latinoamericano. Desde la educación del intérprete, con frecuencia hostil hacia cualquier intento de renovación, hasta la orientación del oyente -que ha de cambiar su posición receptiva por una más participativa; por lo menos, más consciente.Baste, por el momento, con la aproximación a este aspecto de la vida musical de la nación, tan evidente, tan "sabido", que hasta se escapa de la percepción habitual su carácter excepcional, aquello que posee casi casi de aberrante.