DE LIBROS TREMENS: EL FUTURO DE LA LECTURA
Publicado en
febrero 28, 2010
Por Roberto Rubiano VargasLa escena sucede en un tren en marcha, en un compartimento donde dos hombres leen. Uno hojea una revista de información general y el otro lee un libro. En la banda sonora se escucha el zumbar de una mosca. El hombre de la revista comienza a palmear por todo el espacio tratando, sin conseguirlo, de aplastar al molesto insecto. El lector de libros, a su vez, levanta la vista por un instante y cerrando el libro con un solo movimiento hace desaparecer el zumbido, luego de lo cual continúa ensimismado en su lectura. Este es el breve argumento de un comercial de T.V. -realizado para promocionar la lectura de libros-, visto en una muestra internacional de publicidad hace algunos años. Con él se buscaba apoyar la lectura demostrando que los lectores de libros son más listos que los de revistas.
No deja de ser una paradoja que a través del medio más reñido con el libro como complemento cultural del hombre moderno -la televisión-, se busque incentivar su regreso a la lectura. Sin embargo, ésta es una paradoja más bien aparente, pues la lectura es algo que aún tiene mucho sentido en estos tiempos de modernidad y postmodernidad. Además, su continuidad no depende de la televisión o las pantallas del computador.Marshall MacLuhan, el gurú de la comunicación de masas, señaló hace años que el libro, o sea un producto derivado de la imprenta, privilegió el desarrollo del sentido visual frente a las demás sensaciones humanas. La televisión, en cambio, según él, recuperó el uso de otros sentidos para percibir los mensajes. La televisión entra por ojos y oídos sin previo aviso, sin el ritual de acomodar la silla, escoger la página, y hasta servir una taza de café, que implica leer un libro.McLuhan pretendía subrayar de esta manera el carácter rápido de la televisión para incorporarse a la experiencia del ciudadano moderno, frente a la costumbre un tanto arcaica de sentarse a leer un libro.LA DEGRADACION CULTURAL
Hoy los niños obtienen mayor información en la televisión que a través de los libros. Se enteran de datos que antes estaban reservados al lector de periódicos y noticias. Lo entretienen tramas que antes fueron reserva exclusiva de las novelas folletinescas o los melodramas teatrales del siglo XIX.
La televisión ha fagocitado al cine, al libro, a la galería de arte, a la tertulia de café, y tiende a fagocitar el sistema de enseñanza tal como lo conocemos, pues el maestro podrá dar clase vía satélite, a través de monitores de video, como sucede hoy con algunos programas experimentales.Pero esta es solo una consecuencia de la degradación cultural que la masificación de los medios viene propiciando desde hace un siglo.La pintura se liberó hace mucho tiempo de su función social y se degradó su posibilidad estética. Quedó para deleite de compradores, moneda de cambio para fiduciarias y adorno de salones donde nadie visita a nadie. Se la puede ver, sin embargo, como remedo de sí misma, decorando páginas a color en revistas o en costosas enciclopedias y libros de arte que se comercian en la temporada navideña. El cine también se transformó y su destino parece estar en la televisión y en los museos de arte moderno. De la misma manera un arte desueto, como es la literatura, parece haber encontrado su justa proporción ahora al terminar el siglo XX.La literatura, como la pintura, pasará a manos de pocos y como aquella podrá ser vista en su superficie, en su aspecto más superficial como adaptación para la televisión, como argumento de un spot publicitario, o como charla intrascendente en el salón de un club social. Su destino manifiesto parece ser el convertirse en pieza de museo. O más correctamente, en ejercicio de minorías.EL SENTIDO DE LA LECTURA
¿Para qué necesita leer libros un hombre hoy, a fines de la última década del siglo XX, cuando tiene toda la actualidad por medio del satélite, el Fax y la T.V.- dentro de las cuatro paredes de su habitación? Es una pregunta larga que tal vez amerita una respuesta breve.
Se lee para dialogar con un hombre inteligente que a través de su escritura nos comunica emociones, ideas y hasta sus anteriores lecturas. A diferencia de los sistemas audiovisuales, la lectura, como experiencia del conocimiento, permite una profunda reflexión e introspección de lo leído: del pensamiento, la imaginación o la sabiduría de otros seres y otras culturas.Pero lo importante no es si la lectura es superior al medio audiovisual o viceversa. El asunto es que el nivel del conocimiento adquirido es diferente. La T.V., el Fax, el simple teléfono, son instrumentos de comunicación que han facilitado la vida cotidiana al hombre. Esa prolongación nerviosa de los sentidos de la que hablaba Machinan. Pero a nadie se le ocurre que sean un remplazo de los conocimientos acumulados por la experiencia humana a través de la ciencia y el arte. Se ha confundido la tecnología de almacenamiento de datos-que ha simplificado y mejorado el nivel de información a que puede acceder el hombre de hoy- con un delirio modernista que poco tiene que ver con la evolución del cerebro humano. Desde esta perspectiva, la lectura continúa siendo uno de los mecanismos irremplazables para llegar al conocimiento.Aquella idea apocalíptica sobre el final de la lectura y la muerte del libro, es un mito que los empíricos de la comunicación inventaron hace tres décadas cuando se vivió el impacto del cambio tecnológico y la apertura de la era de la imagen. Hoy, como señala Umberto Eco en sus "Reflexiones sobre el papel impreso", ya no vivimos en la época de la imagen, hemos vuelto a vivir en la época de la escritura. De hecho, la tecnología de la información ha sido diseñada en función de la lectura. Hasta las instrucciones para operar un computador personal exigen la lec-tura de manuales codificados en forma de libros.Sin embargo, la generación nacida en los años cincuenta ha vivido más transformaciones que todas las generaciones humanas anteriores juntas. El impacto para este conglomerado humano que está entre los treinta y los cincuenta años ha sido grande y la confusión también. Por eso de-masiada gente hoy se pregunta: ¿Para qué leer? ¿Para qué escribir?EL ESCRITOR: HOY
Si la lectura de textos literarios, la lectura como recurso lúdico, está cada vez más alejada de los intereses del ciudadano contemporáneo, la escritura lo está aún más. Cada día parece perder sentido escribir libros de interés exclusivamente literario e incluso artículos como éste.
Sin embargo, el papel del escritor sigue tan vigente como en el siglo XVI o en el XIX. Escribir es un compromiso individual. Una profunda reflexión sobre la vida y los sentimientos. Sobre el poder creador del ser humano. La explicación del por qué una persona escribe es tan inasible como inabarcable es la materia de la literatura. Las razones pueden ser todas o ninguna. Pero, desde otro punto de vista, el escritor no es más que un lector en su última y más profunda consecuencia.Todo escritor escribe a partir de los libros anteriores. Sin embargo, la oferta de libros para leer en este tiempo es bien diferente a la que tenía cualquier escritor del siglo XVI. Todos los días un nuevo título se sobreimpone a otro título anterior en los catálogos internacionales de libros. Por tanto, su oficio ha ido acomodándose a esa acumulación de textos. Y ese lector de libros que es el escritor, los consume, apelmaza y propone -en nuevas lecturas-, al lector llano, aquel cuya pasión no le da tanto como para convertirse en escritor.He ahí una diferencia entre el lector de vocación y el escritor de pasión. Nadie tiene por qué leer hoy todos los libros. El escritor ha devenido en una especie de maestro que sintetiza las lecturas. Un intermediario entre la infinita biblioteca y el lector, un sacerdote que sirve de médium entre la literatura y el lector. Un hombre que permite acceder a todos los libros a través de pocos, que allana el camino hacia libros imposibles de conseguir, hacia ediciones de siglos pasados, o ediciones contemporáneas agotadas o editadas en otros idiomas diferentes al nuestro. O también hacia libros inexistentes, como hacía Borges, o hacia libros comunes y corrientes sobre los cuales el escritor nos ofrece otra lectura, un nuevo sentido de interpretación.Esto no significa que cualquier autor, por el simple hecho de ser contemporáneo o intermediario, deba o pueda ser leído. Hay que ser un buen intermediario para conseguir el favor del lector, esa especie en vía de extinción. Hay que proponer nuevas experiencias en la lectura, nuevos ángulos de visión que cautiven al lector. Y conseguirlo es algo más cercano a la sorpresa de la culinaria que a la exactitud de la matemática; es el arte de mantener el espíritu despierto y la atención del lector sobre las palabras por venir. De ahí la sorpresa, el interés que pueda seguir provocando.Tal el arte del escritor. Esa experiencia única que consiste en zambullir al lector en una experiencia de vida, más rica que la vida, con más aromas que un jardín y más colores que un bosque tropical, como en El Espejo y la Máscara, un cuento de Borges en que el poeta que ejecuta el poema per-fecto se suicida por haber conocido la belleza y el rey recorre los campos de lo que fuera su reino, sin atreverse a repetir el poema que el poeta dictó a su oído.Por eso, la lectura es el supremo oficio, un delirio como el de los alcohólicos, pero en lugar de ser un delírium tremens podríamos llamarlo un de libros tremens. El delirio perfecto de la razón.