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febrero 07, 2010

LA CAMIONETA de nuestra parroquia ya estaba en las últimas, así que encargaron al pastor que hiciera ver a la feligresía la necesidad de comprar una nueva. Un domingo enumeró todas las piezas del vehículo que estaban fallando o que ya no servían: ejes, neumáticos, frenos, ventanillas, manijas de las portezuelas, equipo de aire acondicionado, indicador del nivel de combustible y carrocería. Además, dijo que en el último viaje se había averiado cuatro veces.
Uno de los parroquianos preguntó qué iban a hacer con aquella tartana si se reunía dinero para comprar el nuevo vehículo.—Venderla —contestó el pastor—. ¡Avísenme si saben de alguien que quiera comprar una buena camioneta!—D.LB.MI MARIDO era empleado en una prisión y, como sólo teníamos un coche, yo me levantaba todos los días a las 5 de la mañana, lo llevaba al trabajo y luego volvía a casa a dormir otro rato.
Un día, mientras charlaba con varios de sus compañeros, mi esposo sacó de su billetera unas fotos de mi hija y de mí y se las mostró. En una de ellas aparecía yo sentada en una pose "artística", en un elegante centro comercial.—¡Guau! —exclamó uno—. ¿Quién es esta belleza?—Mi esposa —contestó mi marido muy ufano.—¡Ah, caramba! —repuso aquél, desconcertado—. Entonces, ¿quién es la mujer que te trae todas las mañanas?—L.J.PEN UNA OCASIÓN, luego de leer un anuncio que ofrecía leña a 60 dólares la carga, con todo y entrega a domicilio, mi sobrino Ernie, que es un ducho buscador de gangas, hizo inmediatamente un pedido por teléfono. Sin embargo, cuando acabaron de descargar la mercancía en su patio, reclamó muy molesto al proveedor:
—¡Eso no es una carga!—Para mí, eso es una carga —repuso aquél con firmeza.De mala gana, mi sobrino sacó varios billetes de su cartera y se los entregó.—¡Oiga! —protestó éste después de contar el dinero—. Sólo me ha dado 30 dólares.Ernie se encogió de hombros y contestó:—Para mí, ésos son 60 dólares.—M.J.W.TRABAJABA EN Pachuca, México, como gerente de ventas foráneo, cuando llegó la fecha de mi cumpleaños.
Salí del hotel como a las 8 de la mañana y, pensando que nadie se iba a acordar de mi aniversario, decidí enviarme un telegrama para felicitarme. Así pues, me dirigí a la oficina de telégrafos y puse el siguiente telegrama:"Yo, que me quiero tanto, me deseo de todo corazón que pase mi cumpleaños muy contento. Guillermo Campos".Al regresar al hotel como a las 8 de la noche, cansado y sucio tras recorrer algunos pueblos, fue enorme mi sorpresa cuando en la recepción del hotel me dijeron:—Señor Campos, recibió usted dos telegramas.Curioso, abrí uno y leí: "Yo, que me quiero tanto...". Rápidamente abrí el otro, que decía: "Pedro, Armando, Joaquín, Carmela, José, Paula, Óscar, Adrián y Efraín, empleados de Telégrafos Nacionales, le desean un feliz cumpleaños".—Colaboración de Guillermo Campos (Oaxaca, México)LLEVABA YO poco tiempo de casada y mis padres vinieron a visitarme. Para halagar a mi padre horneé un pastel de leche, pues sabía que le gustaba aunque rara vez tenía ocasión de comerlo.
Todos opinaron que el pastel estaba delicioso; mi padre sonrió nostálgicamente y comentó:—Hija, ¿sabes que eres la segunda persona que me ha preparado en la vida un pastel de leche?Como mi madre no cocina, me sorprendió el comentario.—Mamá —pregunté le horneaste un pastel?—¡Claro! —repuso.Papá se quedó pensativo un instante, y rectificó:—Es verdad. Entonces tú eres la tercera.—S.E.A.COMO PARTE de un curso de buceo, una amiga mía tenía que localizar a su instructor en el turbio fondo del mar, y compartir con él la boquilla del tubo de respiración para ayudarlo a volver a la superficie. El instructor le advirtió que, al igual que cualquier persona presa del pánico, él opondría resistencia.
Luego de darle a la "víctima" un minuto de ventaja, mi amiga emprendió la búsqueda y en seguida dio con él. Le quitó el regulador de aire, lo sujetó con fuerza y ascendió lentamente a la superficie, pasándole aire cada dos respiraciones. Tal como estaba previsto, el hombre pataleó y manoteó desesperado. Al quitarse la mascarilla, mi amiga se encontró con que la "víctima" era un desconocido y, naturalmente, estaba furioso.—T.G.CUANDO SE AVECINABA el aniversario de bodas de sus padres, mi amigo Nathan decidió regalarles un edredón con un monograma y una leyenda bordada que dijera: "Familia Wood. Fundada el día..." Por desgracia, no recordaba la fecha de la boda, así que llamó a casa de sus padres para averiguarla. Su padre contestó el teléfono.
—Hola, papá —dijo Nathan—. Necesito saber la fecha en que se casaron mamá y tú.Luego de un largo silencio, mi amigo oyó gritar a su padre:—¡Carol Jean, es para ti!—T.K.