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febrero 07, 2010

El joven soñó durante años con ver de nuevo en el cielo al ave herida
Por Kristin Von KreislerLA VOZ del guardabosques del estado de Arkansas, que llamaba por teléfono a John Stokes, denotaba preocupación: —Me han traído un águila de cabeza blanca en malas condiciones.
Stokes no necesitaba oír más. Encargado adjunto del aviario del zoológico de Memphis, Tennessee, el joven condujo sin tardanza hasta una gasolinera, en Arkansas, donde el guardabosques lo esperaba con el ave. El estado del animalillo le partió el corazón a Stokes.Lo que una vez fuera un ave majestuosa que se remontaba por los aires con alas de más de 1,80 metros de envergadura estaba reducido a una criatura patética y temblorosa envuelta en un saco de arpillera, los ojos castaños nublados de miedo y dolor.—Tiene un ala rota —dijo el guardabosques, entregando el bulto a Stokes.Éste se puso guantes de cuero, metió la mano en el saco, teniendo cuidado de no rozar los afilados espolones ni el aguzado pico y, tirando despacio, sacó el águila.A juzgar por su talla pequeña y por su plumaje pardusco, era un macho joven, de unos dos años de edad. Una parte del húmero le asomaba por entre las plumas. La herida tenía varios días.—Lo encontraron unos cazadores de liebres —explicó el guardabosques—. Creen que un cazador furtivo lo utilizó como blanco para practicar.—Pero, ¿es posible que haya gente tan cruel? —repuso Stokes, indignado.El joven le puso al aguilucho el nombre de Osce y lo llevó al veterinario del zoológico, Mike Douglass, quien le reconstruyó el ala hasta donde le fue posible y le administró antibióticos. Sin embargo, a los dos días el ala comenzó a gangrenarse.—Lo siento —dijo Douglass—, pero tengo que amputársela.A Stokes se le cayó el alma a los pies, pero para consolarse se dijo: Cuando menos Osce está vivo.DESDE SU NIÑEZ, transcurrida en Meridian, Mississippi, Stokes era aficionado a las aves de presa, sobre todo a las águilas de cabeza blanca. En cierta ocasión, preocupado por el peligro de desaparición de la especie, le pidió a su madre que comprara determinados productos, pues, a cambio de cada etiqueta que los consumidores enviaran al fabricante, éste se comprometía a aportar una suma para comprar tierras en la región de anidamiento de las águilas, en Wisconsin. Orgulloso, el chico fue llenando un álbum con sus certificados de adquisición de tierras.
A veces, cuando contemplaba embelesado el ágil y gracioso vuelo de un águila, se preguntaba qué se sentiría ir por los aires como ella. Luego, durante su primer año en la Universidad Estatal de Memphis, leyó un artículo sobre el vuelo con ala delta y, pensando que aquello podía ser lo que estaba buscando, se compró uno de estos artefactos.En lo alto de un monte de las cercanías de Memphis, echó a correr con el planeador a cuestas. De pronto el ala se aferró al aire y el joven remontó el vuelo. Durante unos breves pero sobrecogedores instantes estuvo tan alto que experimentó el júbilo y la libertad que debe de sentir un pájaro.CUANDO SANÓ de sus heridas, Osce comenzó a encaramarse en perchas bajas, donde se ponía a batir alas y cola para remontarse a las alturas, pero lo único que conseguía era caer estrepitosamente al suelo.
—El pobre no se ha dado cuenta de que le falta un ala —le dijo Stokes al veterinario.Sin embargo, el aguilucho tenía un espíritu inquebrantable y Stokes sabía que no podía condenarlo a permanecer toda su vida encerrado en una jaula. Ya que no podía devolverlo a su ambiente natural, decidió por lo menos hacerlo figurar en los programas educativos del zoológico. Tal vez la tragedia de Osce sirviera para impedir que otras águilas corrieran la misma suerte.Stokes empezó a llevar a su nuevo compañero a las escuelas de Memphis. Como a Osce le daban miedo los niños, Stokes lo estrechaba contra su pecho para que no temblara.Extendiéndole el ala buena, el joven explicaba a los escolares:—Para cambiar de dirección en el aire, las águilas ajustan la posición de las alas y la cola. Para pescar, se arrojan al agua y clavan los espolones en sus presas. A veces, durante el apareamiento, macho y hembra suben juntos a mucha altura traban los espolones y se dejan caer dando vueltas; luego, cuando ya casi llegan a tierra, se sueltan y vuelven a subir. —Entonces, mostrando a los niños el muñón del ala amputada, añadía—: Osce nunca podrá hacer esto porque alguien le pegó un tiro en el ala.
UN AÑO después del accidente de Oscee, Stokes observó en él un cambio pequeño, pero notable: quizá ya no sería necesario protegerlo de las multitudes, pues al colocarlo en una percha durante una conferencia, el águila se irguió, una vez más orgullosa y valiente, y recorrió al público con su penetrante mirada sin parpadear.
Al término de la charla una mujer pasó al frente para ver a Osce más de cerca.—¡Qué ave tan hermosa! —exclamó—. ¡Es una lástima que ya no pueda volver a volar!A Stokes se le ocurrió entonces una idea: tal vez hubiera un modo de hacer que Osce pudiera volar otra vez.STOKES estuvo varios meses obsesionado por esta idea, pero su trabajo lo tenía tan ocupado que no le quedaba tiempo para hacer planes. Luego le dieron una mala noticia.
—Sólo se nos permite tener dos águilas de cabeza blanca en el aviario —le dijo el director del zoológico—, y con Osce ya son tres. Ahora que se ha puesto bien, tenemos que encontrarle otro lugar donde vivir.Stokes se quedó sin saber qué hacer. No podía abandonar a Osce a su suerte. Entonces conoció, por conducto de un amigo suyo, al presidente de la Fundación Cumberland para la Vida Silvestre, cerca de Nashville, Tennessee, quien accedió a quedarse con el águila. Tiempo después la fundación, necesitada de un experto con la preparación de Stokes, lo contrató como director de su programa de rehabilitación y educación por medio de las aves rapaces.Stokes trabajó con empeño por el éxito del programa, pero a los tres años de su llegada la fundación quedó en bancarrota y él tuvo de pronto que hacerse cargo de Osce y otras 80 aves. Más adelante entró al servicio de Al Cecere, fundador de una organización no lucrativa, con sede en Nashville, para proteger a las águilas. Desde entonces, Osce ya no sólo figuraba en programas educativos, sino en las reuniones de Stokes y Cecere con posibles benefactores de la fundación.Al igual que Stokes, Cecere soñaba con ver al águila herida otra vez en el cielo.—Yo te ayudaré en todo lo que pueda —le ofreció a su joven empleado.—Muy bien —respondió Stokes—. Sólo estoy esperando el momento oportuno.EN 1990, los administradores de un parque de atracciones situado en Pigeon Forge, Tennessee, se ofrecieron a construir un albergue para Osce y las otras 80 aves de presa. Al poco tiempo, las águilas de cabeza blanca tuvieron un enorme santuario donde vivir y reproducirse. En un monte del parque, se destinaron tres grandes cobertizos a la rehabilitación y reproducción de las aves, y a la incubación de sus huevos.
Osce llegó a ser la estrella de un espectáculo que se presentaba en el parque, en el cual gavilanes, buitres, halcones y lechuzas adiestrados volaban sobre el público hasta el escenario, donde se encontraba Stokes. Éste presentaba entonces a Osce, que aparecía en una percha entre los destellos de las cámaras y los aplausos del auditorio.Por fin, cierto día de 1995, Stokes le dijo a Cecere:—Ha llegado la hora. Quiero llevar a Osce a volar conmigo en el ala delta.El joven confeccionó un arnés especial para el águila, hecho de nailon resistente. Sosteniéndolo ante sus ojos y examinando las correas, se imaginó a Osce surcando el cielo suspendido del ala delta.La primera vez que le puso el arnés al águila, la suspendió de una viga en uno de los cobertizos del parque para cerciorarse de que no se soltaría ni caería a tierra. Osce se quedó 25 minutos mirando tranquilamente a su alrededor, al parecer contento de estar allí colgado. Animado, Stokes sacó su propio arnés, ató a éste el del águila y se colgó con el pájaro de la viga del cobertizo. El animal no se inmutó.Stokes decidió hacer una prueba más una tarde de febrero de 1996: fijó el ala delta, estructura de aluminio y nailon de diez metros de envergadura y 23 kilos de peso, en la plataforma del camión de un amigo suyo, se colocó en el aparato junto a Osce y el amigo condujo despacio por el estacionamiento del parque. Osce parecía satisfecho.—¿Cuándo volarán? —preguntó un viandante.—Otro día —contestó Stokes.Pero será pronto, pensó.PARA DESPEGAR, en vez de correr cuesta abajo o saltar desde un risco, Stokes se colocaría suspendido del ala delta boca abajo, en posición de vuelo, y un ultraligero los remolcaría.
El 24 de abril de 1996, a las 7 de la mañana, el sol despuntaba sobre los montes.—Las condiciones son ideales —dijo Neal Harris, piloto del ultraligero.Stokes se puso el arnés, revisó el paracaídas y se colocó en posición de despegue. Luego Cecere le puso el arnés a Osce y comprobó que estuviera bien sujeto.Cuando Stokes dio la señal, Harris aceleró y los dos aparatos rodaron por el prado y despegaron.Mientras ascendían, Osce empezó a agitarse en el arnés, al parecer asustado por el movimiento y el cambio de altitud. Stokes pensó en volver a tierra, pero conforme dejaban atrás el prado, Osce se fue tranquilizando.A los 600 metros de altura Stokes soltó el cable de remolque, y Osce y él se quedaron solos, deslizándose en el aire como águilas.Osce se puso a mirar en torno suyo como embelesado por aquella libertad y aquel silencio. Volvió la vista al sol naciente y luego al mosaico de campos y arboledas. En eso, dos águilas ratoneras de cola roja pasaron volando unos metros más abajo y Osce les clavó la mirada. Luego de 13 años de ver volar a otras aves desde tierra, había vuelto a sus dominios.