¿QUIEN ES REALMENTE BILL GATES?
Publicado en
enero 21, 2010
CONDENSADO DE TIME (13-1-97). © 1997 POR TIME INC., DE NUEVA YORK.No obstante ser el empresario más famoso del mundo, poco se sabe de su vida personal. He aquí una semblanza de una de las figuras más destacadas de nuestro tiempo.
Por Walter Isaacson. Fotografía de Gregory HeislerCUANDO BILL GATES cursaba el sexto grado de primaria, se enfrascó en una guerra con su madre, Mary. Ella lo llamaba a cenar y él no respondía.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Mary en una ocasión por el intercomunicador de la casa.—Estoy pensando —gruñó él.—¿Pensando?—Sí, pensando —repitió—. ¿Alguna vez has intentado hacerlo?Sus padres decidieron entonces recurrir a un psicólogo, quien al cabo de un año llegó a una conclusión.—Usted lleva las de perder —le dijo a Mary—. Mejor trate de adaptarse a la situación.Mary era una mujer extrovertida y de carácter firme, recuerda su esposo, "pero al final se convenció de que era inútil tratar de rivalizar con su hijo".Numerosas empresas del ramo de la informática tratan de competir hoy con William Henry Gates III. En los 22 años que han transcurrido desde que dejó la Universidad Harvard para fundar lo que después se conocería como Microsoft Corporation, Gates, de 42 años, ha amasado una fortuna de más de 20.000 millones de dólares. Sin embargo, este hombre no sólo es el más rico del mundo: es el Edison y el Ford de nuestro tiempo.Su éxito es resultado de su asombrosa —y a veces aterradora— mezcla de inteligencia, competitividad y pasión. En su escritorio hay dos computadoras: una con cuatro ventanas que despliegan datos de Internet y otra que recibe y clasifica centenares de mensajes electrónicos."No creo que haya nada extraordinario en la inteligencia humana", comenta Gates durante una cena en un restaurante hindú. "Las neuronas que intervienen en las percepciones y las emociones operan en forma binaria", explica. "Algún día podremos imitar esos procesos en una máquina".Cuando le preguntan si cree en que hay algo especial (quizá hasta divino) en el alma humana, su rostro se vuelve inexpresivo y su voz aguda no revela ninguna emoción. Cruza los brazos y se mece con vigor en la silla. Finalmente, responde como un autómata: "No tengo ninguna evidencia de eso". Se sigue meciendo y repite: "No tengo ninguna evidencia de eso"."Cuando era chico le gustaba mecerse en la cuna", recuerda Bill Gates, padre, quien, a diferencia de su hijo, es un hombre alto y robusto. Este jurista jubilado aún vive en la espaciosa casa de Seattle donde creció Bill III, a quien de cariño llama "Trey" ("tres" en los naipes, los dados y el dominó).A la madre y a la abuela de Bill les encantaba jugar a las cartas, así que, además de juegos de preguntas, organizaban partidas de bridge después de las opíparas comidas que celebraban los domingos. En las vacaciones de verano, en una cabaña alquilada, se reunían todas las noches a competir en torno a una hoguera. "Los juegos se tomaban en serio", recuerda su padre. "Ganar era importante".Cuando Bill iba a comenzar la enseñanza secundaria, sus padres empezaron a preocuparse por él. "Era un niño menudo y tímido que necesitaba protección", cuenta el ex abogado, "y sus intereses no se parecían en nada a los de un chico normal de sexto grado". Decidieron, pues, enviarlo a una pequeña escuela privada. Allí, con el dinero que reunieron en una venta de artículos donados, las madres de los alumnos compraron una rudimentaria terminal de computadora para donarla a su vez a la escuela.Después de aprender el lenguaje de la computación en un manual con su amigo Paul Alien, Bill creó dos programas cuando cursaba el segundo grado: uno para convertir un número expresado en un equis sistema de numeración a cualquier otro, y el segundo para jugar al tres en raya. Luego inventó una versión para computadora de RISK, juego de mesa en el que el objetivo es dominar al mundo.Al poco tiempo Bill y Paul trabajaban en una empresa de la localidad con una computadora nueva. Su trabajo consistía en identificar los errores de programación que pudieran hacer fallar la máquina. "Trey se metió tanto en eso", recuerda su padre, "que se salía a hurtadillas de la casa después de que nos íbamos a acostar y se pasaba allí casi toda la noche".Las computadoras y la ayuda psicológica ayudaron a transformar al muchacho. En el tercer grado dejó de asistir a la clase de matemáticas porque ya había estudiado por su cuenta todo el curso. En una prueba de aptitud quedó entre los diez mejores estudiantes del país. "Aumentó su con-fianza en sí mismo y se volvió más alegre", cuenta su padre. "E hizo las paces con su madre". Al año siguiente creó un programa para fijar los horaríos de clases, el cual tenía una función secreta que lo asignaba a las mismas aulas que a las chicas guapas.Con todo, el muchacho no era muy desenvuelto con la gente, comenta su padre. "Recuerdo que tardó dos semanas en decidirse a invitar a una chica al baile de gala de la escuela", dice, "y al final ella lo rechazó".Gates conoció a Steve Ballmer poco después de llegar a Harvard. "Bill solía jugar al póquer hasta las 6 de la mañana", cuenta Ballmer, "y luego se ponía a hablar de matemáticas aplicadas durante el desayuno". Además de tomar juntos algunos cursos avanzados, Ballmer volvió más sociable a Gates: lo persuadió de que se afiliara a un club gastronómico universitario y más tarde lo llevó a la discoteca Studio 54 de Nueva York.CAPRICHOS DE SOLTERO
En 1980 Gates convenció a Ballmer, quien entonces estudiaba administración de empresas en la Universidad de Stanford, de que se uniera a Microsoft. "Siempre supe que estaría rodeado de socios como Ballmer y varios otros de los principales ejecutivos de la compañía, y que, pasara lo que pasara, nos mantendríamos unidos y creceríamos juntos", señala Bill.
A principios de los años 80, Gates disfrutaba de su soltería en compañía de sus amigos. Solía ir con Ballmer y otros a comer en restaurantes y al cine, y se enfrascaba con ellos en desafiantes juegos de preguntas. Cuando alguno de ellos se casaba, organizaban alegres fiestas de despedida con bailarinas desnudistas.En 1986, cuando Microsoft navegaba ya viento en popa, Gates mandó construir un conjunto de cuatro casas para recrear con sus amigos y colaboradores las actividades veraniegas de su infancia. Los Microjuegos no eran precisamente un día de campo: en una versión digitalizada de las charadas, por ejemplo, los equipos contendientes tenían que enviar mensajes numéricos con señales de humo, y los ganadores inventaban su propio código binario de cuatro bits.A Gates también le gustan los coches veloces. Cuando las oficinas de su empresa estaban en Albuquerque, Nuevo México, corría en el desierto en un Porsche 911. Cierta noche Paul Alien tuvo que ir a pagar una fianza para sacarlo de la cárcel. El fin de semana en que se mudó con Microsoft a Seattle lo multaron tres veces por conducir con exceso de velocidad.Durante una conferencia de prensa en Manhattan, Gates conoció a Melinda French, con la cual se casó en 1994. Egresada de la Universidad Duke, donde se tituló en ciencias de la computación y en administración de empresas, Melinda trabajaba para Microsoft en ese tiempo. Hoy, a sus 33 años, es ex empleada de la compañía y se dedica a hacer obras de caridad. Como su esposo, es muy lista e independiente, y al igual que la madre de él, una mujer amistosa y sociable.El socio intelectual de Gates es Nathan Myhrvold, de 38 años, con quien pasa largas horas charlando sobre las tecnologías del futuro (como los aparatos que reconocen voces) y sobre temas que van de la física cuántica a la ingeniería genética. "A Bill no lo asustan las personas inteligentes", afirma, "sino las tontas".Desde hace años, en Microsoft se contrata al personal según su cociente y su "ancho de banda" intelectuales. Gates está convencido de que es mejor contratar a una persona joven e inteligente aunque no esté capacitada (en la empresa los llaman "clones de Bill") que a alguien con experiencia. En el proceso de selección no se ponen a prueba los conocimientos de los aspirantes, sino su habilidad para responder preguntas como ésta: "¿Cómo calcularía usted cuántas páginas del directorio telefónico de Manhattan hay que pasar en promedio para localizar un nombre dado?"A Gates le despierta poca curiosidad el prójimo, por eso sorprende que Warren Buffett, el empresario de Omaha a quien deshancó como el hombre más rico de Estados Unidos, sea uno de sus mejores amigos. Abuelo jovial de 67 años, Buffett hasta hace poco no sabía usar una computadora. Pero aun cuando son multimillonarios, no son pretenciosos y disfrutan irse juntos de vacaciones.Cuando se siente a gusto, dice Buffett, Bill hace gala de sentido del humor. En un viaje que hicieron a China, vieron a unas mujeres desenrollar en silencio y con mucha pericia unos enormes manuscritos antiguos.—Si devuelven uno sin rebobinar —dijo Gates en voz baja—, les cobran dos dólares de multa.Contra lo que cabría esperar, la oficina de Gates es modesta, casi no tiene adornos y sus muebles no son lujosos. Allí rara vez suena el teléfono, y al parecer tampoco suenan mucho los que hay en el resto del "campus" Microsoft, conjunto de 35 edificios de pocos pisos, jardines y patios que se-meja una escuela politécnica.ESPIRITU IMPLACABLE
Gates dirige su negocio valiéndose de tres tácticas principales: día y noche envía mensajes por correo electrónico, a menudo riendo entre dientes; cada mes se reúne con sus altos ejecutivos, y, lo más importante (a lo que dedica el 70 por ciento de su tiempo, según sus cálculos), sostiene dos o tres juntas breves al día con los equipos que diseñan y fabrican los productos de la empresa.
Un grupo de jóvenes vestidos con pantalón de caqui y camisa de franela (el uniforme de invierno en Microsoft) inician la discusión mientras Bill revisa un rimero de papeles y en cuestión de minutos se entera del meollo del asunto. Entonces empieza a mecerse en la silla y les hace mil preguntas sobre las políticas de empresa y las estrategias de sus competidores y posibles socios. Las respuestas son precisas y tajantes; nadie trata de sobresalir, pero tampoco titubea para tomar la palabra. Todos imitan los gestos y ademanes de Gates y se mecen cuando están pensando.Él los escucha sin parpadear y no oculta su espíritu implacable.Su madre quizá consiguió adaptarse a esa irrefrenable pasión por competir, pero gran parte del mundo de la informática aún no lo logra. Hay usuarios de Internet que se dedican a insultarlo, abogados dispuestos a hundirlo y ex socios a quienes les duele el hígado con sólo oír su nombre.Se acusa a Gates de tratar de consolidar por medios desleales y quizá hasta ilícitos el monopolio casi total que Microsoft ejerce en el mercado de los sistemas operativos para computadoras personales. "Son puras mentiras", se defiende él. "¿Quién hizo crecer este mercado? Nosotros. ¿Quién sobrevivió a empresas como IBM, que eran diez veces más grandes que la nuestra?" A sus rivales, dice, les gusta competir tanto como a él.Con todo, Gates disfruta el desafío. Si los juegos lo divierten, trabajar con gente inteligente lo llena de gozo aún más. Tal vez hay quienes piensen que es despiadado, frío o cruel, pero para él competir es un deporte; un deporte rudo, quizá, pero apasionante.Un ex ejecutivo de Microsoft admira a Gates por su visión para los negocios, pero lo califica de "darwiniano". "Bill no busca llegar a acuerdos en los que ambas partes salgan ganando, sino lograr a toda costa que los otros pierdan. Para él, el éxito consiste en aplastar a sus competidores, no en alcanzar la excelencia. Bill se ve a sí mismo como un niño que tiene miedo de quedar fuera del juego si deja que otros participen en él".BUENOS AUGURIOS
Gates espera seguir al frente de Microsoft diez años más y luego dedicarse con el mismo afán a deshacerse de su dinero. Dice que planea donar el 95 por ciento de su fortuna. "Se tomará un tiempo para pensar en las repercusiones que podría tener su desprendimiento", señala Buffett.
"Es demasiado imaginativo como para hacer meros donativos altruistas".Gates ha donado ya 34 millones de dólares a la Universidad de Washington, en parte para crear un departamento de biotecnología molecular e instituir una cátedra a cargo de Leroy Hood, investigador del Proyecto Genoma Humano; 15 millones para un nuevo centro de cómputo en Harvard; 6 millones a la Universidad de Stanford, y 3 millones de regalías de libros a la Fundación para el Mejoramiento de la Educación, de Estados Unidos, a fin de promover programas innovadores para la enseñanza de la tecnología en las escuelas públicas. Además, ha donado 200 millones a otra fundación que administra su padre.Los amigos de Gates aseguran que desde que nació su hija Jennifer, en abril de 1996, Bill ha comenzado a reflexionar más sobre la vida y sobre lo que él podría aportar al mundo. Habla sobre los buenos augurios de la informática no sólo en términos comerciales, sino también sociales.Ya no lo apasiona tanto la inteligencia pura. "No creo que el cociente intelectual sea tan determinante como antes pensaba", admite. "Para alcanzar el éxito, también hay que saber tomar decisiones y pensar con mayor amplitud de miras".¿Ha aplacado la vida familiar al impetuoso Bill Gates? "Bueno, como cabía esmerar, toda su atención se centra ahora en Jennifer", dice Steve Ballmer. "En nuestra última reunión con los ejecutivos de ventas nos mostró una foto de la niña y comentó en son de broma que no sólo la competencia le quitaba el sueño. Quizá se ha vuelto un poco menos exigente y un poco más cortés, pero aún trabaja duro y sigue al tanto de todo lo que ocurre en su negocio".A Gates le gusta repetir una frase que Andrew Grove, presidente de Intel, usó como título de un libro: "Sólo los paranoicos sobreviven". Como dice Ballmer: "Bill sigue creyendo que tiene que moverse y actuar con mucha cautela". Pero Gates lo expresa de otra manera: "Sigo creyendo que esto es pura diversión".