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enero 09, 2010
Por Edgar Allan GarcíaAristóteles me dijo en cierta ocasión -mirándome a los ojos- que el hombre era un "animal político". Nada dijo de la mujer; sospecho que el filósofo era alérgico al polvo (aquello que los meleducados solemos llamar "misógino") y no voy a ocultar que lo de "animal", más que un axioma, me pareció un insulto imperdonable.
Sin embargo, el tiempo -ése que se le perdió a Proust y que en Vilcabamba no tiene la menor importancia- me deparaba algunas sorpresas; acaso similares a las que hicieron exclamar a Bernard Shaw: "Me he pasado la vida comprobando que los demás tenían la razón".Así, una mañana, un señor llamado Desmond Morris me vino con el cuento del "mono desnudo". Lo escuché asombrado, esto es, bajo un parasol: su propuesta básica era que las semejanzas entre el comportamiento de los monos y el de los humanos, no solo eran sospechosas, sino en gran medida reveladoras de nuestro profundo ser animal.No somos más que "monos sin pelo", me decía Morris con bestial insistencia; en otras palabras, le dije yo, Tarzán no ser ya el único hombre-mono de la historieta.Por toda respuesta, Morris gruñó, no sé si de emoción o de rabia, pero me amenazó con un fémur de gorila.Más tarde, Segismundo Freud llegaría a convencerme -en largas y carísimas sesiones- de que no éramos "animales racionales", como me había asegurado mi abuelito iluminista, sino lo bastante irracionales como para guiarnos por inmensas fuerzas ciegas, y en gran parte desconocidas. "Somos igual que icebergs" repetía el pobre Segismundo con la mirada desquiciada. Como si esto fuera poco, un tal Carlos Jung me clavó la estocada final cuando transformó mi pequeño inconsciente en un oceánico y atemorizante "inconsciente colectivo".Cabe aclarar, sin embargo, que mi especialización en el tema se llevó a cabo en Quito: ahí aprendí a hacer algunas diferencias animalicias.Descubrí, por ejemplo, que un cerdo (mal tipo) no es lo mismo que un chancho (pesado), pero que en cambio un puerco (sucio) es casi sinónimo de cochino, salvo por una pequeña diferencia: en tanto la especialidad del puerco es -digamos- la pública explosión de gas metano a través de la boca, el cochino en cambio tiene la francesa costumbre de bañarse sólo cada año bisiesto.Siguiendo tan quiteña lógica, un cerdo viene a ser lo mismo que una rata o que un perro, solo que la rata está especializada en el robo a los patos (víctimas), en tanto que el cerdo -al igual que el perro- tienen afición por una gran variedad de actividades afines.Para contribuir a la confusión general, establezcamos que una rata es una pulga (pequeño) en comparación con un cerdo, y que éste último es un perro elevado a la décima potencia. Por supuesto, hay que ser un caballo (tonto) para no darse cuenta, de acuerdo con el "diccionario popular" de los quiteños, no con el horóscopo chino.Hay, claro, combinaciones: por ejemplo, los monos-chanchos (como el que escribe estas bestialidades), los patos-caballos, las pulgas-chinchosas... y otras por el estilo: pensemos si no en una persona que tiene memoria de elefante, come como pajarito, luce dientes de conejo, trabaja como muía, tiene lengua de víbora y es un lince para los negocios en su camello. Si por desgracia tiene, además, risa de hiena, es camarón, anda con cara de perro regañado, se ha convertido en chivo expiatorio o tiene cabeza de pájaro cuando se toma dos roñes, entonces estamos ante un animal digno del bestiario de Borges. Si a todo ello le agregamos que en el barrio le dicen "el venao" y que, pese a todo, anda feliz como una perdiz, en ese caso estamos ya frente a un verdadero prodigio de circo.No voy a ser tan caballo como para caerles chancho por cogerlos de patos con más combinaciones, pero creo que bastan los ejemplos anteriores para que quede establecido -¡de una vez y por todas!- que aquello de "yo quisiera ser civilizado como los animales" no es sino una redundancia digna de los políticos animales... perdón, de los animales políticos... quiero decir... en fin, ustedes entienden...