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enero 21, 2010

Debido a la liberación femenina, varios de los logros característicos de la mujer están en peligro de perderse.
Por Heleen CrulMI HIJA MENOR, de 25 años, suele llamarme por teléfono a las 9 de la mañana. Para entonces ya ha encendido su computadora, como yo, y está iniciando su jornada de trabajo, también como yo. Es economista y trabaja en una compañía multinacional. Mi hija mayor, de 27 años, que es socióloga y está empleada en un instituto de investigación, habitualmente llama a casa en el trans-curso del día. Conversamos de nuestras experiencias como trabajadoras, pero sigo siendo su madre y, como tal, me interesa lo que acontece en sus vidas y me preocupa un poco su porvenir.
Hoy en día las mujeres pueden ser ministras o abogadas, pueden trabajar en una estación de bomberos o enrolarse en la armada y salir al mar, pueden ser ingenieras, gerentes, estibadoras o conductoras de grúas. Pueden recorrer el mundo con una mochila a cuestas, como lo hizo mi hija mayor, o tomar un curso de capacitación en Australia, como la menor. Pueden escoger por sí solas lo que desean: su educación, las materias que van a estudiar y su profesión, si van a tener pareja o no, si van a tener hijos o no. Nunca antes en la historia se había abierto un mundo tan grande de oportunidades para la mujer.Pero cuando me detengo a pensar en la ajetreada vida que llevan mis hijas, en su ansiedad por tenerlo todo y combinarlo todo —deportes, amigos, atractivo físico, profesión y amor—, me asaltan profundas dudas sobre el rumbo que ha tomado el proceso de liberación. No tienen un momento de quietud en sus vidas industriosas y llenas de objetivos. Y día tras día deben tomar decisiones nuevas. En su mundo, ya nada se da por sentado.Hace 30 años, esta misma libertad de elección fue la fuerza impulsora de la segunda oleada del feminismo. Yo pertenecí al grupo de mujeres que, a fines de los años 60, se sumaron a la lucha contra el papel preestablecido de la mujer, y contra la aceptación incuestionable de la tradición de orientar a las muchachas desde temprana edad al matrimonio y a la maternidad. Incluso de niña me parecía injusto que a la mujer se le impusieran limitaciones a causa de su sexo. En mi ado-lescencia decidí tomar por asalto el bastión masculino del periodismo, y lo conseguí. En 1965 fui la primera mujer del cuerpo editorial de un periódico de mi pueblo natal.Como periodista he escrito incontables artículos sobre la liberación femenina y los papeles cambiantes del hombre y la mujer, y he ofrecido numerosas charlas sobre el mismo tema. Hoy en día me resulta fascinante comprobar que la situación de las mujeres ha cambiado radicalmente en todo el mundo occidental en los últimos 30 años.En todos los frentes la mujer ha refutado las ideas preconcebidas acerca de su sexo, y las ha echado por tierra. No obstante, el éxito del proceso de liberación también da lugar a comentarios críticos. Desde el principio quise ponerles a mis hijas un buen ejemplo e intenté combinar con éxito mi profesión, mi relación de pareja y la maternidad. Pero conozco el precio de este esfuerzo: la incesante necesidad de organizarse y correr todo el día, los sentimientos de culpa, el estrés, la oposición a la que hay que hacer frente.Con todo, mis afanes de los últimos 30 años me han brindado muchos momentos de orgullo; momentos en los que paladeé el triunfo de haber podido ser madre, ejecutiva y esposa. Aun así, poco a poco me he dado cuenta de que ejercer con éxito una profesión, como nos lo pide el feminismo, no es la meta de todas las mujeres; ni siquiera de todos los hombres.Combinar la vida familiar con jornadas de trabajo completas y la "lucha por llegar a la cima" —lo que actualmente se propone como el más grande ideal femenino— exige mucho talento, energía y perseverancia, buena salud, un esposo comprensivo y solícito, e hijos que no tengan ningún problema. No es realista esperar que todas las mujeres gocen de esta situación perfecta, ni que deseen consagrarla exclusivamente al desarrollo de una profesión.Hoy en día me preocupa de manera especial esta libertad de elección, pues la ideología feminista de la igualdad obliga a las mujeres a salir de su casa para ir a trabajar, al igual que los hombres. La independencia económica se ha convertido en una entidad por derecho propio. Esta atención exclusiva al trabajo y a la vida profesional deja de lado la necesidad de tener vida afectiva, y de procrear y criar hijos, cosas esenciales para muchas mujeres.Si yo no hubiera podido realizar gran parte de mis tareas periodísticas en casa, habría dejado de trabajar durante el periodo en que mis hijas eran pequeñas y debían asistir a la escuela, con el fin de disfrutar de la maravillosa aventura de la maternidad. De hecho, la mayor sorpresa de mi vida no fue haber ocupado continuamente diversos puestos reservados antes exclusivamente a los hombres, sino el hecho de ser madre. La magia de un hijo, la metamorfosis completa que se produce cuando una mujer sostiene en brazos a su bebé, hace de ella otra persona.Decidí dar lo mejor de mí a mis hijas y no a mi empleador. Desde el día de su nacimiento reconocí la necesidad de crear para ellas un "refugio de un mundo hostil", un lugar donde, como familia, pudiéramos desarrollarnos en el marco de un amoroso compromiso mutuo.Creo que el ideal de la igualdad fuerza a la mujer a desempeñarse en términos masculinos, sin hacer justicia a los valores femeninos. El ideal de la igualdad no toma en cuenta situaciones en que las mujeres no son iguales, y que sin embargo son esenciales para la sociedad, como el embarazo, el parto, la lactancia y la crianza de un hijo. La maternidad nos hace vulnerables, física, emocional y económicamente. Es preciso que se reconozca esta contribución de la mujer al futuro de un país. Su decisión de trabajar medio tiempo, y no la jornada completa, merece respeto.Entre otras cosas, liberarse significa "despojarse de restricciones morales". Pero esto no es posible si el espíritu de la época en una sociedad, con el pretexto de la liberación, obliga a una mujer a seguir una vía única de realización; es decir, tener un empleo asalariado fuera de casa, preferible-mente con jornada de ocho horas y en un puesto ejecutivo.
Poco a poco he llegado a comprender que replegarse a los "dominios de la mujer", donde lo pasajero pierde importancia ante la continuidad, es también un derecho femenino. Para mí, el símbolo de esta continuidad es mi amarilis, una planta de interior de color verde oscuro, con hojas lanceoladas, que puede sobrevivir a cuatro o cinco generaciones y, gracias a sus retoños, es capaz incluso de vivir para siempre. Todas las primaveras mi amarilis, que antes perteneció a mi abuela, vuelve a despertar en mí sentimientos de ternura cuando le brotan tallos con una umbela de hermosos cálices anaranjados.Personalmente, considero ahora que "realización" es un concepto mejor que "liberación". La mayoría de las mujeres que conozco desean la amplitud de la vida, no la unilateralidad de una jornada laboral de ocho horas. El debilitamiento moral acecha y alza su horrible cabeza en forma de comidas para llevar, amistades descuidadas, camisas sin planchar, plantas enfermas, caos permanente en el hogar y una falta crónica de tiempo para los miembros de la familia.Los niños llegan a pasar apenas una hora diaria de "tiempo de calidad" con sus padres. Fuera de eso, son criados en gran medida por otras personas. Yo no desearía esa vida para mis hijas. Una vida marcada por el nerviosismo de la eterna prisa debido a las mil y una cosas que aún quedan por hacer, la laceración interna que sufre quien jamás alcanza a cumplir con todo.Espero que ellas también tengan tiempo para lo que denomino "los elementos esenciales de la vida de la mujer", que suelen ser contradictorios. Éstos no sólo abarcan el contacto con la familia o la lectura de un libro o una revista, sino tareas como ordenar una alacena, encerar una mesa o limpiar la cocina. Estos quehaceres también forman parte de los dominios de la mujer; tienen un efecto sedante y al mismo tiempo sirven de inspiración.Muchas ideas valiosas me han llegado lavando los trastos, limpiando la casa o desyerbando un macizo de flores. El hecho de desconectar la mente y ocuparse en algo sin tener que pensar da a la intuición la oportunidad de crear un nuevo tipo de unidad que es más que la suma de sus partes. En mi opinión, ésta es la esencia de lo que suele llamarse "la lógica femenina".Conozco a bastantes mujeres que trabajan todo el día y confiesan que se están marchitando en su interior porque no nutren cierto aspecto de su psique. Por eso me parece de capital importancia que la mujer conserve su capacidad de ver la realidad desde otro punto de vista, tanto para su propio beneficio como para el de la sociedad en su conjunto. Pero es preciso que tenga el tiempo y la oportunidad de hacerlo.Cuando alguna de mis hijas me llama por teléfono, escucho sus historias sobre el trabajo y, si es necesario, la aconsejo. Pero también le cuento los últimos acontecimientos que han tenido lugar en mi jardín, el jardín de su infancia. Le digo que los lirios de los valles están floreciendo, que las palomas han vuelto a anidar en el ciprés, que ya están cayendo las primeras hojas del otoño. Cuando recientemente nos visitó mi hija menor con su compañero y comió espárragos de nuestra propia huerta, miró con nostalgia la casa de sus padres, la casa donde transcurrió toda su niñez. "Jamás vendas esto", dijo. En su dinámica vida de constantes cambios esta casa se ha convertido en el símbolo de la continuidad; un lugar donde sabe que está segura y donde apenas necesita abrir la boca para ser entendida.Aquí están los recuerdos que mis hijas guardan de su despreocupada infancia, cuando tenían todo el tiempo del mundo para jugar, con la certeza que sus padres se hallaban siempre cerca para consolarlas, ayudarlas y alentarlas, y también para tomar decisiones. Ahora son ellas las que deben tomarlas, y lo hacen con seguridad en sí mismas y con temeridad juvenil, pero a veces también con renuencia, pues actualmente son muchas las elecciones que hay que hacer.Por fortuna, saben bien que si alguna vez se embarcan en la aventura de la maternidad, están dispuestas a ser madres con tiempo para sus hijos, madres que les hagan ver claramente que son lo más importante para ella. Como yo siempre lo he hecho.Si de algo me enorgullezco no es tanto de haber tenido éxito en mi vida profesional, aunque soy ambiciosa por naturaleza y me encanta mi trabajo. No, lo que en verdad me da una profunda satisfacción es haber logrado crear un santuario para mí, para mi esposo y para mis hijas, un refugio donde el mundo exterior hostil no puede penetrar, donde podemos explorar nuestro ser interior con toda tranquilidad, donde somos conscientes de las estaciones y donde una amarilis puede florecer. Un lugar, en suma, donde estamos en casa.