FANTASTICO MUNDO DE NICHOLAS Y OLIVER
Publicado en
enero 21, 2010
Dos niños (uno de ellos ciego), un perro volador y un viaje a Marte. He aquí el fantástico mundo de Nicholas y Oliver.Por Rose ShepherdLos Killen nunca olvidarán el verano de 1989. John, Susan y sus siete hijos partieron llenos de entusiasmo de su casa, en el poblado de Saltaire, Inglaterra, a pasar unas vacaciones en la costa. Pero la primera noche, cuando estaba acostando a Nicholas de tres años y medio, Susan le notó una mota blancuzca en el ojo derecho.
—No debe de ser nada serio— trató de tranquilizarla John.Sin embargo, Susan durmió inquieta, y se preocupó aún más con lo que ocurrió al día siguiente: el niño había podido seguir con la vista una cometa en el cielo –e incluso distinguir el cordel— y un minuto después se había estrellado contra un árbol.De regreso en casa, el médico de la familia envió a Nicholas al hospital para que lo examinaran, y poco después le dio una noticia terrible a la angustiada madre.—Su hijo tiene tumores en ambos ojos. Habrá que extirparle un ojo de inmediato, pero quizá podamos salvarle el otro con radioterapia.—¿Tumores? ¿Quiere decir cáncer?—Me temo que sí, pero para estar seguros buscaremos otra opinión.A fines de agosto Susan y John llevaron al niño al Hospital Saint Bartholomew, en Londres, donde podían proporcionarle el mejor tratamiento para su raro mal, llamado retinoblastoma. Allí, un cirujano oftalmólogo confirmó que el tumor que Nicholas tenía en la retina izquierda —la membrana sensible a la luz situada en el fondo del ojo— era maligno, y estaba tan avanzado que la vida del niño corría peligro. Había que extirpar el ojo.El día de la operación, Susan se pasó la mañana observando a su hijo en silencio y pensando en que ésa iba a ser la última vez que lo vería así, con sus dos bellos ojos intactos. Una vez en el quirófano, se lo sentó en el regazo para que lo anestesiaran y no dejó de mirarlo hasta que se quedó dormido en sus brazos.En el transcurso de los dos años siguientes, los médicos lucharon para salvarle el otro ojo con una combinación de radiaciones y quimioterapia que fue un verdadero suplicio para el pequeño.John y Susan se maravillaron de la gallardía y el buen humor con que soportó el doloroso trance. Jugando a que era un fiero pirata, Nicholas recorría los pasillos del hospital y amagaba a las enfermeras con su "fiel espada" (el cilindro de cartón de un rollo de papel de aluminio), o la esgrimía en la cama cuando algún médico, blandiendo una jeringa, trataba de inyectarlo. Tampoco le afligió quedarse sin pelo, cejas y pestañas, pues eso le valió hacerse de una colección de gorras de béisbol.Por un tiempo, los médicos creyeron que podrían salvarle el otro ojo, pues el tumor se estaba encogiendo; pero entonces descubrieron que el cáncer había invadido otras partes del órgano. Cuando ya no quedaban esperanzas, Susan se sentó junto a su hijo y le explicó que lo iba a perder. La resignación con que aceptó las cosas la hizo llorar amargamente, pero también alivió un poco su dolor.El día de la segunda operación, Susan dio gracias a Dios por oír su ruego: le había pedido que, si su hijo debía quedarse ciego, sucediera poco a poco, pues así podría contemplar más tiempo el mundo y se sumiría en la oscuridad con un luminoso cúmulo de recuerdos.En octubre Nicholas volvió al hogar, a la alta casa de piedra donde pululaban los niños y sus mascotas: dos perros, dos ratas, una serpiente...En medio de tanto bullicio, Nicholas no tenía tiempo para lamentarse. Cuando no jugaba a forcejear con sus hermanos Joel y Liam, se iba a su cuarto y dejaba volar la fantasía. Siempre le había gustado escuchar y contar cuentos, pero su imaginación se avivó aún más al perder totalmente la vista. Trabajando con su computadora parlante en braille, empezó a hilvanar los hilos mágicos de la narración y se inventó un leal compañero, un lazarillo volador al que puso por nombre Tess, como uno de sus perros.Un día, Susan y John oyeron cómo la voz de la computadora reproducía las experiencias de su hijo: "Cuando mamá me dijo que no volvería a ver, me puse nervioso; pensé que tendría que estar despierto cuando me operaran. Al llegar a casa, todo estaba oscuro... Mis hermanos jugaron con el tablero de tiro al blanco que papá me regaló. Ahora yo también puedo jugar a muchos juegos si están en braille".Los diarios publicaron la historia de Nicholas y elogiaron su valentía. En seguida, el niño comenzó a recibir cartas de solidaridad, que Susan contestaba puntualmente.Una de las personas a quienes respondió fue un niño de Londres llamado Oliver. Tenía cinco años y casi había perdido un ojo cuando otro niño le arrojó un ladrillo a la cara. Lo impresionó tanto pensar en lo que estuvo a punto de ocurrirle, que al enterarse del caso de Nicholas, resolvió escribirle.En la carta de agradecimiento que envió a Oliver, Susan le hizo saber, entre otras cosas, que a su hijo le encantaban los cuentos de la colección Secret Seven, de Enid Blyton.LA CARTA LLEGÓ a una elegante casa de Londres, donde Oliver Malin-Hyams vivía con su padre, David; su madre, Suzi, y su hermana menor, Angélica. El niño era un talentoso pintor en ciernes, de bellos ojos verdes, bajo de estatura pero decidido y tenaz.
Como no esperaba respuesta de Nicholas, le dijo muy emocionado a su madre:—¡Pensé que ni siquiera iba a leer mi carta!Cuando supo que, al igual que a él, le gustaba mucho la colección Secret Seven, trabajó medio día en la librería de un tío suyo a fin de ganar dinero para comprar un audiocuento y enviárselo al chico. Agradecido, Nicholas le mandó a cambio una placa que él mismo hizo y que lo convertía en miembro del Club Secret Seven. Oliver le envió entonces una golosina de forma de araña, y así siguieron, hasta que ocurrió su primer contacto telefónico, que fue breve y titubeante:—Hola, ¿habla Nicholas?—Sí. ¿Eres tú, Oliver?—Sí... Las comidas de la escuela no me gustan nada.—A mí tampoco.—Bueno... pues adiós.—Adiós.A partir de ese día empezaron a telefonearse para charlar e intercambiar ideas. Cuando por fin se reunieron, tres años después, ya eran buenos amigos.Nicholas le contó de Tess, pero no de su perro, sino del ser fabuloso que podía llevarlos volando a tierras exóticas y galaxias lejanas. Inspirado, Oliver sacó sus plumas de colores y dibujó un alegre can de pelo moteado y alas largas y gruesas. En cuanto Tess cobró vida, Nicholas empezó a escri—bir cuentos fascinantes mientras su amigo le hacía más dibujos.No hace mucho, Tess llevó a Nicholas a Londres a visitar a Oliver, el cual les mostró los mejores sitios de la ciudad. Se posaron en el tejado del palacio de Buckingham y despertaron a la Reina. La historia de ese viaje, ilustrada con los dibujos de Oliver, gustó tanto al jurado de los Premios Infantiles Nacionales de 1995, que los designaron ganadores de la categoría de artes.Nicholas no sabía que Oliver iba a estar en el estudio de televisión donde entregarían los premios, y éste tampoco se imaginaba que también a él lo iban a premiar. Se había presentado allí sólo para aplaudirle y regalarle un enorme Tess de felpa. Cuando el personal del estudio lo llevaba a la cafetería, alcanzó a ver a Nicholas sentado junto a su madre y le gritó por su nombre.—¿Quién es, mamá? —preguntó aquél, irguiéndose; pero no hubo necesidad de respuesta.—¡Nicholas, soy yo, Oliver!Una enorme sonrisa iluminó el rostro del niño, y entonces se abrazaron,Más tarde, en casa de Oliver, los chicos estuvieron un poco acartonados al principio... hasta que Oliver sacó su pistola de agua. En un instante se quitaron la camisa y se enfrascaron en una divertida guerra.Oliver no entendía cómo su amigo lograba esquivar los chorros que le lanzaba. Ignoraba que desde que Nicholas era ciego, sus demás sentidos se habían vuelto sumamente agudos.—Mamá, nos está engañando —susurró a Suzi en son de broma—: ¡Sí puede ver!Luego le tocó a él ir de visita a Saltaire y disfrutar del alegre caos que reinaba en el hogar de los Killen. En esa ocasión conoció al padre de Nicholas, cuyo interés por las cuevas los inspiró para crear su cuarto cuento. Los niños imaginaron que John se quedaba atrapado en una cueva, donde de repente aparecía un oso y, para rescatarlo, tenían que lanzarle una cuerda tejida con el pelo de Tess. De regreso en casa, Oliver dibujó a un hombre delgado de pelo oscuro y luenga barba: la imagen fiel de John.Hoy, cada vez que tiene días de asueto, Nicholas telefonea a su amigo y le dice entusiasmado:—Oliver, soy hombre libre.Los niños se reúnen siempre que pueden. Nicholas sigue confiado los pasos de Oliver, quien lo lleva a deslizarse por las mejores balaustradas del país y a correr alrededor de la casa.
Su amistad ha despertado el interés de los adultos. Además de aparecer en programas de televisión, los jóvenes artistas han recibido varias cartas del palacio de Buckingham.Sus cuentos y dibujos son cada vez más imaginativos y conservan la frescura propia de los niños. ¿Quién hurtó los luceros para adornar con ellos el cielo de Saltaire en Navidad? (Se sospecha de unos ovnis, pero ni los mejores detectives han podido resolver el caso).¿Quién visitó al abuelo en el cielo, donde los ríos son de Coca—Cola y los árboles dan caramelos, y luego, de camino a casa, se detuvo en Marte para arrojar dulces de malvavisco a la Tierra? ¿Quién siguió al Hada de los Dientes hasta su montaña y les dio dentaduras postizas a un pelotón de viejos soldados para que pudieran volver a comer filetes, elotes y budines? Nicholas y Oliver lo saben... y Tess, por supuesto.Nicholas sueña con tener un auténtico lazarillo que lo ayude a llevar una vida independiente. Hoy, a sus 12 años, ya no lo perturba usar ojos de vidrio y se desenvuelve muy bien con ellos. Desde que quedó ciego, ha visto mil cosas maravillosas montado en su perro volador. Y, sentado junto a él, explorando los sitios más recónditos de su imaginación, está un chico londinense.—Oliver dice que siempre será mi mejor amigo —afirma—, y yo seré el suyo.