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UNA MAÑANA, poco después de empezar a trabajar en una fábrica de componentes electrónicos y de computadora, le pregunté al jefe si las piezas tenían garantía de por vida.
MI YERNO SE DEDICA a impartir cursos de capacitación. Un sábado llevó a su hijo de cinco años al trabajo, lo condujo a una sala vacía y luego se puso a ensayar allí la presentación de la siguiente clase. Días después alcanzó a oír que el niño le decía a uno de sus primos:
HACE TIEMPO TRABAJÉ en una tienda que obligaba a los empleados a pedir identificación a los clientes que compraban cerveza. Una noche, un muchacho se colocó frente a la caja registradora con un empaque de seis latas. Con la debida cortesía le pedí su identificación y él me la mostró sin chistar, aunque con cara de extrañeza. No entendí la razón hasta que caí en la cuenta de que lo que estaba comprando eran refrescos.
SOY OPTOMETRISTA, y durante un tiempo viví en una ciudad en la que son frecuentes las tormentas eléctricas. En una ocasión llegó una mujer al consultorio a hacerse un examen de la vista. Como es lo habitual, empecé a probarle varios lentes y a preguntarle con cuáles veía mejor. Justo en el instante en que estaba ajustándole el segundo par, se oyó un trueno y en seguida se produjo un apagón que nos dejó totalmente a oscuras. Entonces, sin vacilar, la mujer dijo:
A Mi SOBRINO, que es sobrecargo, se le rasgó la parte posterior del pantalón un día durante un vuelo. Para no hacer el ridículo, se colocó delante del carrito de las bebidas, mirando al frente. Todo iba bien hasta que llegó a la última fila y un pasajero se inclinó hacia él para advertirle en voz baja:
COMO ASISTENTE legal de abogados litigantes que soy, pensé que ya había oído todas las excusas imaginables que podían ofrecer los candidatos a jurados para zafarse de su deber. Sin embargo, hace poco una mujer se puso de pie y anunció:
UN EX COMPAÑERO de la universidad me estaba contando cómo le había ido en su primer año de trabajo en una empresa que comercializa productos en el Oriente Medio.
TRABAJO DE CRUPIER en un casino. En cierta ocasión, mientras repartía los naipes en una mesa, un tipo muy antipático comenzó a quejarse en voz alta cada vez que perdía una partida. En una de esas, arrojó las cartas sobre la mesa, me gritó y se marchó furioso. Otra jugadora, muy mortificada, se cubrió el rostro con las manos llena de vergüenza.
EN CIERTA OCASIÓN, una mujer llamó a la pequeña empresa de envío de paquetes donde trabajo para pedir informes sobre el servicio nocturno a California. Le aseguré que su paquete llegaría por la mañana, y luego le pregunté qué contenía. Me dijo que se trataba de las cenizas de su tío Albert.
DOS MUJERES entraron en la agencia de automóviles donde trabajo, y una de ellas se quejó con el gerente de servicio de un olor fétido que emanaba de su auto. El mecánico que hacía dos semanas lo había reparado las acompañó para revisarlo. Abrió la portezuela y casi cae por tierra del hedor. Respiró profundamente y examinó el interior del vehículo. De debajo de un asiento sacó un molde para horno con comida descompuesta.
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