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enero 09, 2010
Por Jorge OrtízEn 1991 este planeta dejó de ser bipolar. En geopolítica, claro. Y es que ese año, al extinguirse la Unión Soviética, desintegrada por su invencible desbarajuste económico, el mundo cambió dos polos por un eje: Estados Unidos, que a punta de eficiencia y libertades había ganado la guerra fría. Fue una victoria tan rotunda y limpia que, al mejor estilo hegeliano, sus más impetuosos y apurados apologistas empezaron a hablar del final de la historia...
Lo cierto es que el milenio termina con una gran potencia dominante, que llegó a ser imperio sin en verdad proponérselo: el tenaz espíritu aislacionista de su pueblo causó incontables dificultades a sus gobiernos a la hora de desplegar las legiones, en 1915 y 1941, para salvar los valores occidentales de la libertad y la democracia. La mayoría de los estadounidenses hubiera preferido, por entonces, encerrarse en el "bastión América", con muros altos y seguros, para seguir disfrutando de sus tranquilas y abundantes vidas, lejos de guerras, conflictos y alborotos.Claro que, con ese espíritu aislacionista, en Estados Unidos convive una tendencia desbordante y nada sutil a sacar una y otra vez el gran garrote. Pero, antes de 1991, el garrote había sido utilizado con cautela y precauciones: un país que se sintiera maltratado tenía a mano el escape inmediato de pasarse a la órbita soviética. Como Cuba. Ahora, sin la amenaza del comunismo, la alternativa despareció: este planeta gira alrededor de un solo eje.Tras la "guerra del golfo", de resultados objetables, pareció que el garrote desaparecería por largo tiempo, con discreción y prudencia, por la sencilla razón de que durante largo tiempo no habría para qué utilizarlo: ¿quién, en su sano juicio, se atrevería al inútil intento de desafiar al poder estadounidense o se lanzaría a otra torpe aventura como la de Saddam Hussein en Kuwait?Pero, sin que hubiera desafíos o invasiones, el garrote reapareció, ya no con legiones que se despliegan, con barcos, aviones e infantes de marina, sino con leyes que pretenden tener alcance planetario: las expide el congreso de Estados Unidos para que se apliquen en el mundo entero, con palo y tentetieso, si fuera necesario. Primero fue la ley Helms-Burton, contra Cuba. Después la ley D'Amato, contra Irán y Libia. Más tarde, después de noviembre, pasadas las urgencias electorales, es posible que vuelvan moderaciones y tranquilidades. Pero por ahora el garrote está levantado. Y amenaza.