EL CASO DEL FALSO ESLABON PERDIDO
Publicado en
enero 09, 2010
Por Daniel SamperAgatha Christie no lo habría hecho mejor. La trama es digna de una novela policiaca, y el desenlace está a la altura de la trama: uno de los más importantes descubrimientos arqueológicos y antropológicos del siglo XX resulta ser una patraña, y, 84 años después, se descubre que el autor de la falsedad es un reputado científico.
Sólo podría haber ocurrido en Inglaterra, la patria de la señora Christie, maestra del misterio y madre del inmortal detective Hércules Poirot. Se trata del caso del Hombre del Piltdown, un hallazgo que sacudió al mundo de la ciencia en 1912.En diciembre de ese año la Sociedad Geológica de Londres convocó a una reunión que, según anunciaban los rumores, iba a marcar un hito histórico en los estudios de la evolución humana. Muy circunspectos y muy tiesos, decenas de científicos acudieron con curiosidad al llamado. Y no salieron defraudados. Esa tarde los profesores Arthur Smith Woodward, conservador del departamento de geología del Museo Británico y Charles Dawson, eminente miembro de la Sociedad Geológica, revelaron que habían descubierto el eslabón perdído, aquella criatura que marca el tránsito del mono al hombre.Lo increíble es que no habían tenido que viajar muy lejos para ello. Las excavaciones practicadas en un terreno de grava en Piltdown, una aldea de Sussex, al sur de Inglaterra, les había permitido recuperar la calavera de una criatura de la Era Glacial -hace 500.000 años- que tenía el cráneo tan desarrollado como el de un homo sapiens y la mandíbula como la de un chimpancé.El hallazgo significaba un hito de oro en los estudios evolucionistas que había planteado Charles Darwin medio siglo antes. Además de confirmar las hipótesis darwinianas, indicaba que el desarrollo del hombre había sido, primero, cerebral, y sólo después cultural (alimenticio, laboral, social, etc).El Hombre de Piltdown pasó a ser una estrella arqueológica, algo así como el Pelé de la antropología. Sus descubridores no sólo recibieron premios científicos y la admiración torrencial de sus colegas, sino aplausos del público que poco entendía del asunto pero se mostraba dichoso de que el primer hombre pensante hubiera surgido en Inglaterra y no en otra parte. Alemania, por ejemplo, a la sazón la más enconada rival de Inglaterra en investigaciones del pretérito.Hubo, como siempre, algunas voces disidentes, atribuidas a la ignorancia o la envidia. El profesor David Waterson, de la Academia Real de Ciencia, sostuvo desde un principio que cráneo y mandíbula no pertenecían a la misma persona o cuasipersona, y murió nueve años más tarde afir-mando lo mismo.Pero nadie le prestó atención a su reclamo. En cambio, figuras tan afamadas y suspicaces como el escritor y científico Sir Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, no sólo aplaudían con admiración el acontecimiento, sino que se mostraban orgullosas de su amistad con el resplande-ciente profesor Dawson.De este modo, la calavera más trascendental del planeta fue a parar al Museo de Historia Natural, para envidia del Museo del Colegio Real de Cirujanos y de su director, Sir Arthur Keith, quien, hasta que entraron en danza de aquellos huesos, había logrado imponer la tradición de que el Colegio Real albergara esta clase de tesoros.CUATRO DECADAS DE ENGAÑO
Nuevos descubrimientos sucedidos en los siguientes años tendían a corroborar la tesis inicial.
Por ejemplo: el geólogo Lewis Abbot excavó, por la misma época en que exhumaron al Hombre de Piltdown, varias especies de vertebrados en la región de Kent. Según él, estas investigaciones inspiraron a Dawson para las suyas.Por ejemplo: en 1913 el sacerdote francés Pierre Teilhard de Chardin, colaborador en el primer hallazgo, y el profesor Martin A. Hinton, destacado zoólogo del Museo Británico, encontraron en el mismo territorio de Piltdown un colmillo desgastado que parecía provenir de la mandíbula del eslabón perdido.Por ejemplo: en 1914 fue desenterrado en los alrededores un garrote primitivo elaborado a partir de un hueso de elefante. Ello probaba que "el primer inglés" -como orgullosamente se le bautizó- había sido capaz de manufacturar armas y herramientas.Por ejemplo: un año después, Dawson encontró restos de otro ser parecido al primero a tres kilómetros de la cueva del Hombre de Piltdown.Todo indicaba, pues, que la respuesta a la cadena de la evolución humana había aparecido y nos permitía estar bastante satisfechos con nuestros lejanos abuelos, que comían como bestias pero razonaban como británicos (Lo cual, sea dicho de paso y con todo respeto y cariño por el admirable pueblo que inventó del fútbol, no ha cambiado mucho por esas tierras desde la Era Glaciar).Durante 41 años la osamenta del eslabón perdido presidió el mundo de la arqueología. En 1950 la zona se declaró reserva arqueológica y se levantó en ella un monumento al Hombre de Piltdown.Pero en 1953 el Boletín del Museo Británico publicó un artículo firmado por tres distinguidos profesores que echó por tierra la teoría de Piltdown. En él demostraban los autores, más allá de toda duda y gracias a rigurosos exámenes científicos, que la gloriosa calavera era chiviada.En efecto, la parte superior correspondía a un hombre de sólo 50.000 años de edad arqueológica -450.000 menos de los que se había dicho- y la mandíbula a un orangután fallecido hacía pocos siglos. Se trataba de dos piezas distintas pertenecientes a dos especies distintas y de dos épocas diferentes, que habían sido presentadas como un todo mediante trucos y retoques químicos.El fraude del eslabón perdido cayó como una bomba atómica. Y después se fueron derrumbando los demás "descubrimientos": la maza elaborada a partir de un hueso de elefante había sido excavada años atrás en Túnez; el diente correspondía a un hipopótamo prehistórico de la isla de Malta; algunos de los huesos habían sido sometidos a un método doméstico de envejecimiento.En fin, todo era una trampa, un engaño, o, en el mejor de los casos, una broma. Pero, ¿quién lo había hecho? ¿Y cuál había sido el móvil del crimen?RONDA DE SOSPECHOSOS
La lista de sospechosos fue engordando con el paso del tiempo y de nuevas investigaciones y deducciones:
Charles Dawson, el que encontró varios de los huesos, había muerto en 1916, y desde entonces no se produjeron más hallazgos que apoyaran su tesis.Arthur Smith Woodward, el director de geología del Museo Británico, amigo de Dawson y quien presentó con él el eslabón perdido aquella tarde de 1912. Cuando aparecieron en 1944 restos genuinos que contradecían la tesis del desarrollo cerebral prematuro, Woodward argüyó que se trataba de dos líneas evolutivas paralelas. En 1948, poco después de su muerte, vio la luz un libro suyo que refrendaba la trascendencia del descubrimiento.Lewis Abbot, quien había planteado la posibilidad previa de un eslabón perdido en Inglaterra y se creía inspirador de los descubridores.Teilhard de Chardin, el jesuíta que topó aquel colmillo garante de la autenticidad del cráneo famoso y de las hipótesis católicas de evolucionismo por él defendidas.Martin A. Hinton, fallecido en 1953 tras del destape de la patraña, director del Departamento de zoología del Museo Británico, que visitó el enclave arqueológico de Sussex pocos meses después del hallazgo.Sir Arthur Keith, quien, sospechosamente y en un acto sin precedentes, permitió que la calavera no fuese llevada a su museo sino al museo rival.J. A. Solías, un paleontólogo de la Universidad de Oxford que declaró en su lecho de muerte, años después de que el fraude se conociera, que él había sido el autor del engaño para abochornar al "ignorante" de Woodward. Ya, en anterior ocasión, le había tendido una trampa con el falso dibujo de un caballo antiguo en un hueso milenario, y Woodward había caído en ella.Sir Arthur Conan Doyle, novelista de éxito, arqueólogo por afición e inveterado bromista, que tuvo acceso a los huesos manipulados, gracias a su amistad con Dawson.Estos ocho sospechosos encontraron siempre defensores y acusadores. Stephen Jay Gould, el conocido profesor de la Universidad de Harvard, sostuvo que todo fue una chanza urdida por Dawson y Teilhard de Chardin. Una chanza que tomó tan alto vuelo que resultó imposible desmontarla después. Gould no descartaba del todo a Solías.Los autores del artículo que expuso la patraña acusaban a Dawson. Smith Woodward era el villano preferido de varios autores, aunque la candidatura de Hinton había adquirido vigor. En 1981 el científico Harrison Matthews llegó a plantear que Hinton había armado un pequeño engaño con un diente limado.Las sospechas sobre Arthur Conan Doyle fueron obra de un investigador estadounidense, pero nunca encontraron mayor apoyo.En 1990 se abrió paso la posibilidad de que Keith hubiera sido el gran cerebro oculto detrás de la jugada, a fin de encartar al museo adversario con una pieza chimba, y después denunciarlo. Pero, lo mismo que en otras hipótesis, la mentira engordó tanto que optó por no menear el asunto.EL BAUL MISTERIOSO
Así transcurrieron más de ochenta años sin que pudiera saberse a ciencia cierta el autor del que se ha denominado "el timo del siglo".
Pero en la edición de mayo de 1996 de la prestigiosa revista Nature, dos investigadores británicos han desenmascarado al culpable.Según ellos, se trata nada menos que del doctor Hinton, el que fuera conservador del departamento de zoología del Museo Británico entre 1912 y 1945. Hinton, nacido en 1883, fue un niño prodigio aficionado a la química aplicada y experto en la Era Glaciar. A los 16 años ya había publicado su primer trabajo científico, en el que demostraba cómo los huesos antiguos sepultados en grava se contaminan con óxidos de manganeso y de hierro.La investigación es obra de Andrew Currant, paleontólogo del Museo de Historia Natural de Londres, y Brian Gardiner, arqueólogo del King's College. Y, como si se tratara de una novela de Agatha Christie, la clave estaba encerrada en un misterioso baúl repleto de huesos.Este cofre permaneció olvidado y empolvado en la mansarda del Museo de Historia Natural durante más de 50 años. Cuando Gardiner y Currant lo examinaron, se dieron cuenta de que contenía muchos huesos teñidos, tallados y artificialmente tratados con productos químicos. Una de sus características comunes era la huella de óxidos de hierro y manganeso aplicados con técnicas modernas.No fue difícil averiguar quién había sido el propietario del baúl, pues un monograma inscrito en la cubierta lo indicaba. El monograma contenía cuatro letras: M.A.C.H.¡Los huesos formaban parte de una colección de Martín A. C. Hinton! Cuando los dos expertos llevaron de nuevo al laboratorio el cráneo, los dientes y otras piezas del eslabón perdido, descubrieron que la composición química de óxidos era, en todos ellos, exactamente igual a la de los huesos del baúl delator, a pesar de las supuestas diferencias de lugar y edad existentes entre ellos. No se necesitaba ser Sherlock Holmes ni Hércules Poirot para deducir que habían sido manipulados.Aclarado el autor, faltaba por determinar el móvil.Todo sugiere que se trataba de una venganza. En 1910 Hinton había tenido una pelea con Woodward por el pago de unos honorarios. Para burlarse de él, y hacerlo quedar mal ante la comunidad científica, Hinton armó la patraña del Hombre de Piltdown. Pero no calculó que su malévola broma se iba a convertir en el "hallazgo del siglo", y, una vez en marcha Frankestein, resolvió quitarse de su paso.Desde 1953, cuando se destapó la falsedad, se vio claramente que el montaje había sido burdo y ridículo. Pero habían pasado más de cuarenta años en que casi todos los científicos tragaron entero. Una de las incógnitas que nunca se despejarán del todo en el caso del falso eslabón perdido es por qué hombres de ciencia tan serios, flemáticos y escépticos resbalaron en cascara tan elemental.La primera explicación es que hasta los científicos más sabios son humanos y pueden equivocarse de muchas maneras. La segunda es que el descubrimiento llegaba como anillo al dedo a una comunidad -la de los arqueólogos y antropólogos británicos- que rivalizaba de manera feroz con la de Alemania. El hombre de Piltdown significaba un gol olímpico de los ingleses contra los alemanes, y pocos se detuvieron a pensar si no lo habían anotado en fuera de lugar.Sirva todo -el falso hallazgo, los que lo celebraron, los que se enorgullecieron durante cuarenta años y los que acusaron más tarde como culpables a quienes eran tontos pero inocentes- como humilde lección acerca de la deleznable ralea del ser humano, tan proclive a la injusticia, la vanidad y el error.