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enero 21, 2010
CONDENSADO DE THE INDEPENDENT (7-XI1-1996), © 1996 POR THE INDEPENDENT, DE LONDRES, INGLATERRA. FOTO: TRANSWORLDSi no hubiera cambiado de agente; si no hubiera aceptado el papel; si no...
Por Gene WilderYO NO CREÍA en el destino; siempre estuve convencido de que cada uno de nosotros construye su propia vida, y de que es una señal de debilidad culpar al destino de cualquier cosa que nos suceda. Pero todo eso cambió en 1988.
Me habían ofrecido actuar en una película llamada See No Evil, Hear No Evil ("No veas el mal, no escuches el mal"). La idea era buena: dos primeros actores, uno ciego y el otro sordo, pero el guión no valía nada. Los chistes eran vulgares y no hacían reír, así que lo rechacé.Seis meses después mi agente me envió un guión que resultó ser de la misma película, así que volví a rechazarlo. Pasaron seis meses más y cambié de agente. Una de las primeras cosas que hizo el nuevo fue invitarme a conocer a los productores de TriStar Pictures para hablar de una película llamada See No Evil, Hear No Evil.Por tercera vez me negué a hacer la película, pero al día siguiente el presidente de TriStar me invitó a comer. Me dijo que estaba de acuerdo con todas mis objeciones, y me propuso hacer la película con Richard Pryor. Finalmente dije:—Podría ser una buena cinta, pero tendríamos que rehacer el guión. Cuando comencé a trabajar en él, me topé con un problema: después de hacer mucha alharaca sobre la gente que no respeta a los sordos, en realidad no sabía qué hacer para no dar yo mismo esa impresión. Así que mi secretaria se comunicó con la Liga para Sordos de Nueva York y me consiguió una cita con la se-ñorita Webb.¡Santo Dios!, pensé. Estaba seguro de que la señorita Webb iba a ser alguna vieja entrometida que me diría: "¿Quiere reírse de los sordos? ¿Y espera que yo lo ayude?"El día de nuestra cita acudí a su oficina y pregunté por ella. En seguida apareció ante mí un bello y vaporoso vestido azul y lila, con un toque de color de rosa. El rostro de su dueña era radiante, alegre y animoso.La señorita Webb trabajaba allí como terapeuta del lenguaje y quería ver si yo sabía leer los labios. Puso un vídeo de unos labios de mujer hablando, y yo debía adivinar lo que estaban diciendo. Resultó que aquella mujer era ella misma. Una parte de mí pensaba: ¿Qué demonios está diciendo?, y la otra parte se entusiasmaba: ¡Dios mío, qué hermosos labios!—¿Qué tal lo hice? —pregunté.—Regular —respondió, y me llevó a la clase de principiantes en lectura de labios para que yo pudiera hacer a sus clientes algunas preguntas básicas.¿Qué siente una persona cuando le dicen: "Oiga, sordo, apártese de mi camino" o "Qué, ¿no me oye?" A veces soltamos tantas cosas sin detenernos a pensar en que tal vez esa persona realmente no oye.La señorita Webb comentó que le gustaría hacer vídeos para personas sordas si conseguía una subvención. Me preguntó si podría yo inyectarles un poco de humor.—Por supuesto —le dije, pensando que eso no ocurriría en mucho tiempo.Yo me dediqué a estudiar y reescribí el libreto. Al final de mi capacitación lo entregué y comenzamos a filmar. Cuando la película se exhibió, resultó todo un éxito.Algunos meses después recibí una llamada telefónica:—Hola, habla Karen Webb. ¿Me recuerda?—Claro que la recuerdo, señorita Webb —respondí.Había obtenido la subvención y quería que la ayudara a hacer el vídeo. Nos reunimos y llevamos una grabadora. Yo improvisé y se nos ocurrieron algunas escenas jocosas. Luego consiguió un productor y un estudio. Nos reunimos de nuevo, y volví a improvisar. En nuestro tercer encuentro le dije:—¿Por qué no nos vemos sin la grabadora?Ésa fue nuestra primera cita formal, en un pequeño restaurante italiano de 11 mesas. Un año después pedí a la señorita Webb que se casara conmigo. Hace ya cinco años que somos marido y mujer. Pintamos acuarelas, cocinamos juntos y leemos otros guiones malísimos que pueden transformarse en algo hermoso.Para mí es muy difícil aceptar que esta ironía del destino no sea más que eso. Nunca creí que volvería a casarme después de la muerte de mi primera esposa, Gilda. Y si no hubiera cambiado de agente, si no hubiera rechazado la película tres veces ni me hubiera dejado arrastrar para cono-cer al presidente de TriStar, hoy no estaría casado con la señorita Webb.Ahora creo en el destino...