UNA EXPRESION FEMENINA VISCERAL
Publicado en
diciembre 27, 2009
Paisaje hacía el Norte, técnica mixta sobre tela, 80 cmxl 20 cmPor Hernán Rodríguez CasteloComencé a seguir a Mónica Garcés en los noventas. Ya interesado por su pintura husmeé un poco en su pasado. Había nacido en Chile, pero muy pronto, a sus nueve años, se instaló en Guayaquil, en 1951, y a esa altura de los noventas era tan guayaquileña como la que más. Supe también que fue el abstracto porteño Theo Constante quien la inició en los caminos del arte, y ello era reconocible aún en las formas maduras, ya tan personales de la artista. Esa iniciación fue muy temprana: cuando alumna de colegio, y, al ir a concluir su bachillerato en Nueva York se inscribió en el Art Club del colegio, la Mary Louis Academy. Graduada, pasó a un college a seguir arte -el también neoyorkino Mary Mont College-. Lamentablemente, no pudo completar su formación. Vuelta a Guayaquil, muy joven, vino el matrimonio y el fin de la incipiente carrera. "O el arte o el matrimonio", había sido el ultimátum del marido. Por diez años optó por el matrimonio. Hasta el 70, en que lo rompió y volvió los ojos otra vez al horizonte del arte.
Con Antonio del Campo viajó a España, y allí se metió de lleno en el mundo de las galerías. Trabajó en ellas hasta llegar a ser asistente de la Pecannis y directora de la D'Alaro de Sirges. El compañero pintor y su trabajo vinculado con pintores y pintura: aquello fue una suerte de taller cotidiano, en el cual maduraba la antigua vocación al calor de gentes como Rufino Tamayo y Ornar Rayo -expositores de Pecannis-. Pero fue necesaria otra ruptura para que Mónica asumiese el ser pintora con la pasión y total entrega que el arte exige. En el 85 se separa de Antonio del Campo, y vuelca su recobrada libertad y soledad a la creación. Se suceden años de sondeos, ensayos, búsquedas y primeras calas. Y estamos en los noventas y doy con Mónica Garcés, la pintora.Memorias de una infancia, técnica mixta sobre tela, 90 cmx 120 cmDE LA NATURALEZA AL EROTISMO
En 1993 abre Mónica (en "Gala", Guayaquil) una importante muestra. Eran formas de la naturaleza recuperadas, reformadas -la artista había conferido nueva entidad visual a los motivos- y organizadas en una naturaleza de la que ella era la demiurga: estratos telúricos; construcciones sobre tensiones de ejes; troncos y hojas, sin dejar de serlo, eran objetos estéticos -la única manera de contemplación que sufrían era la estética-.
Las formas no eran especialmente originales -eran préstamos de la naturaleza-; pero el color era nuevo -y riguroso, visualmente bello-, y había un concienzudo trabajo matérico -bases, veladuras, iluminados-. Todo nos hacía sentir ante una seducción de formas, colores y texturas. Pero una sutil disciplina lo había organizado todo en composiciones de rica y tensa unidad.Las incitaciones visuales eran muchas. En un cuadro, en la parte superior, sobre fondo obscuro una línea de horizonte en ocres. Y debajo una escena de naturaleza con algo de vegetal y algo de pétreo. En amarillos y magentas. Criaturas que sin perder su ser de naturaleza habían cobrado un extraño aire de entes de cultura, fantasiosos y recios. En otro, apenas restaba la referencia a la naturaleza: ejes sólidos de formas y cromática extraña. En otras piezas juegos aun más complejos...Pero, más allá de toda esa rica visualidad, en las obras dábanse penetrantes sugestiones semánticas: las formas cobraban valores simbólicos. Y esos símbolos velaban-desvelaban zonas obscuras de lo humano. Y por ahí daban en el erotismo.El erotismo se ofrecía por un lado interiorizado y por otro conceptualizado. Una de éstas obras ha sido incluida en el libro Ars Erótica: el erotismo en el arte y la literatura del Ecuador. En ella puede leerse la plenitud del erotismo como ceremonia de toda la naturaleza que va de lo sensual a lo sexual y es, a la vez, ruptura y apertura, penetración y salida a nueva luz, semilla tensa –y el huevo es semilla- y planta jubilosa. Estupendo juego de azules, grises y blancos orquesta visualmente formas tan penetrantemente sígnicas.ENTONCES LA EVOLUCION
Entonces la evolución comenzó a ser sostenida y casi vertiginosa. A un año de la muestra de "Gala", en 1994 (en Exedra), pudimos ver cuadros que innovaban y ahondaban, sin saltos, pero sin pausa.
Antes todo era como más simple, mejor organizado. Precisamente por simple, más armoniosamente compuesto. Esta vez una complejidad de elementos exigía arduos rigores compositivos.Ello no parecía preocupar a la artista: las obras hacían pensar que ella sentía -y lo sabía- que su pintura era visión de un mundo, el suyo. Y rasgos de ese mundo parecían ser esa riqueza y complejidad reacias a esquemas.Pero el arte es -siempre, aun cuando a veces no lo parezca- cosmos y no caos, y se advertía mayor capricho que nunca en definir los elementos y hacerles ocupar -sin restarles libertad de vida- un espacio plástico desde y hacia el que se tendían lazos formales -que lo eran de sentido-.El erotismo se recataba, más profundo y obscuro: lo seminal hundido en la tierra; una tierra rica y grávida como la simiente; la mujer sumida en la naturaleza: senos montes, cuerpo tierra.Y, aun más que antes, las imágenes se ofrecían grávidas de sentido o ávidas por cobrarlo. Más que ver había que leer. La línea evolutiva se ofrecía neta y firme. Iba a ser una línea maestra, nervio vital de la siguiente muestra, que sorprendió por novedad -a veces radical- de formas, de texturas, de materiales.En la Casa de México (1997), Mónica nos esperaba con mayor complejidad de símbolos y signos.Tolerancia, por ejemplo, era complejo conjunto de signos en juego cromático de gran justeza -del café al amarillo a través de ocre, con fondos violetas-. Y si Posibilidad I era más matérico, con voluntad matérica que llegaba al pegado de gasas, alambres y hasta alguna chatarra -todo, eso sí, reducido a unidad por espléndido tratamiento cromático-, lo era porque esa misma materia plástica cobraba valor sígnico.En esta pintura obsedida por el signo, lo humano, que nutre todo signo y busca expresarse en signos, desbordaba los antiguos mensajes de erotismo, fecundidad y vida -lo dionisíaco, que había presidido la anterior expresión- y se acercaba a orillas de lo sombrío. En Abrazo del paisaje, sobre dramático fondo negro y violeta, formas recias pugnaban por organizarse, por relacionarse como piezas o sintagmas balbucientes de un sentido problemático.La voluntad sígnica se ha tornado angustia, casi exasperación. De allí ciertas obras violentas, duras y como exasperadas.Y entonces esa visceralidad sígnica se ha vuelto a la racionalidad ordenadora del código (Código triangular); a códigos que organizan matrices para futuras escrituras. En Codificaciones , que es una de esas matrices, el febril multiplicar signos primordiales ha quedado a la espera de una nueva plenitud del código. En la matriz hay cuadrículas sin llenar...Se impone concluir: estamos ante una de las trayectorias más interesantes de la pintura ecuatoriana de hoy. Una expresión femenina de tensa conjunción (acaso en este momento de la evolución, perpleja) de visceralidad y racionalidad -que se traduce, lo hemos visto, en palpitante substancia humana y códigos-, que se expresa en una pintura que es libre porque es madura y segura de sus poderes. Tan intransigente decisión de ahondar y desvelar, ¿hasta dónde va a llegar?