Publicado en
diciembre 25, 2009
COMPILACIONUNA GRAN FAMILIA
DURANTE UN VIAJE al Mundo Walt Disney en abril de 1999, Bradley Wilton, de cinco años, empezó a vomitar y a sufrir fuertes dolores de cabeza. Los médicos le detectaron un tumor cerebral maligno y lo operaron en el Hospital de Florida, en Orlando.
El padre del niño, Shane, trabaja como bombero en Manitoba, Canadá. Sus compañeros telefonearon a Steve Clelland, presidente del sindicato de bomberos de Orlando, y le contaron de la situación por la que estaba pasando la familia Wilton.Clelland envió un mensaje electrónico a las estaciones de bomberos de Orlando y éstos respondieron de inmediato. Llevaron alimentos a los Wilton; los invitaron a comer en las estaciones; le enviaron flores a la madre de Bradley, Corinne, el Día de las Madres, y le obsequiaron al niño juguetes, globos, camisetas y otras cosas. "Estábamos muy lejos de casa, pero eso acortó la distancia", expresó Corinne, de 32 años.Clelland dijo que sólo les había pedido a sus colegas que de vez en cuando visitaran a los Wilton. El resto fue iniciativa de ellos. Los bomberos del mundo se consideran una hermandad, explicó aquél.Una vez en casa, el niño se sometió a radioterapia. El cáncer parece haber desaparecido. La familia espera volver a visitar el Mundo Walt Disney dentro de unos años. Bradley cursa actualmente el primer grado de primaria, y dice que la próxima vez sí va a disfrutar de los paseos.— SHARON MCBREEN, Orlando SentinelREGRESO A LA NATURALEZA
DURANTE MUCHOS AÑOS, los instructores de buceo Louie y Chen Mencías, de Manila, Filipinas, observaron impotentes cómo morían los arrecifes de coral y desaparecían las criaturas marinas a manos de cazadores furtivos y pescadores que a veces recurrían para sus fines a la dinamita o al cianuro. Entonces se enteraron de que el Instituto de Ciencias Marinas (ICM) de la Universidad de Filipinas estaba trabajando para salvar la población de almejas gigantes del archipiélago, que estaban al borde de la extinción. La posibilidad de ayudar los llenó de entusiasmo.
En octubre de 1996, la pareja y unos 30 buzos voluntarios empacaron y transportaron 105 almejas gigantes del ICM a Batangas, centro turístico costero situado al sur de Manila. Allí las sumergieron lentamente en el mar, donde llegan a crecer hasta un metro. La "siembra" salió tan bien, que los Mencías crearon el Consejo del Ecosistema Marino y en abril volvieron a Batangas con 60 voluntarios y más de 900 almejas.Desde entonces están planeando expandir sus actividades de siembra, que se financian en gran medida mediante donativos enviados desde todos los rincones del país. El matrimonio no recibe un centavo por sus largas jornadas de trabajo.Louie, de 39 años, dice que están desarrollando esta labor en beneficio de las generaciones futuras. "Esperamos que nuestros hijos puedan gozar de las maravillas naturales que nos ha tocado ver".El doctor Edgardo Gómez, director del ICM, se siente muy satisfecho de la labor de los Mencías. "Necesitamos toda la ayuda que se nos quiera brindar", dice. "Hay mucho trabajo por delante". Durante la última década el instituto ha cultivado miles de almejas gigantes en su criadero oceánico al norte de Manila, y para ello ha recurrido a crías australianas. Las universidades locales y las dependencias gubernamentales han ayudado a sembrarlas en todo el país.En octubre de 1997, los Mencías sembraron 300 almejas en Mindanao y hablaron con los habitantes de la isla sobre la necesidad de permitirles que se restablezcan. "La gente debe aprender a reducir el ritmo de deterioro de los arrecifes", señala Chen, de 35 años. "Éste es un medio muy frágil".—PETER DOCKRILLSOLIDARIDAD VECINAL
ESTABA OSCURECIENDO en Auburn, Maine, Estados Unidos. Era el 10 de enero de 1998, y algunas zonas de la ciudad llevaban tres noches seguidas sin energía eléctrica a causa de una granizada. Sin embargo, muchos residentes de una de ellas, Brookside Circle, se hallaban preparados para soportar el intenso frío gracias a que los vecinos se estaban ayudando.
Bruce Turmenne se encontraba en el porche de su casa, junto a un ruidoso generador que alimentaba las calderas de seis edificios. "Podemos suministrar energía a dos casas por vez", explicó. "Estoy cambiando los cables cada tres a seis horas. Eso basta para calentar las viviendas y conservar el calor. Ojalá pudiéramos hacer más".Él y su esposa, Anita, son dueños de un edificio de apartamentos. Cuando la luz se fue, un inquilino, Stan Szemela, les ofreció un generador para que el edificio tuviera calefacción y agua caliente."Pero a Bruce no le gustó que nosotros pudiéramos caldear las habitaciones y los vecinos no", comentó Anita. Con ayuda de Tim Barclay, quien es electricista, los hombres instalaron extensiones para ayudar a ocho familias."Anoche puse mi reloj despertador para que sonara a las 9, a las 12, a las 3 de la mañana y a las 6", contó Bruce. La idea era seguir haciendo el trabajo hasta que se restableciera la energía eléctrica.En el edificio de enfrente, Rick Bourisk y su familia se mostraron muy agradecidos con sus vecinos. "Siempre nos ayudamos unos a otros", dijo.— BONNIE WASHUK, Lewiston Sun Journal (MAINE)