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Chechenia había caído en la más pesada rutina (rutina de bombardeos espantosos y de matanzas bíblicas, pero rutina al fin), una noticia -sin confirmar -pareció cambiar el rumbo del conflicto: el jefe de los rebeldes chechenios, un tenebroso bandido que en 1991 lanzó a su pueblo a la aventura sin destino de la secesión de Rusia, había sido muerto o gravemente herido en los alrededores de Grozny, la devastada capital. Eliminado el líder, la guerra en el Cáucaso terminaría en pocas semanas.
De regreso a su tierra, este héroe de la desovietización asumió el liderazgo del pueblo chechenio en su lucha por la independencia nacional. Esa lucha se convirtió en una guerra, cada día más sangrienta e inclemente. Dudayev no se quedó en Grozny, en algún bunker a prueba de todo, sino que se lanzó a las estepas, fusil al hombro, como jefe de los cosacos. Y allí habría muerto, peleando, a fines de abril, cuando la ofensiva rusa había cumplido ya la mayoría de sus objetivos militares y se aprestaba a tomar el último bastión de los separatistas: la pequeña ciudad de Bamut.