EDGAR PALACIOS, EN SOL MENOR
Publicado en
diciembre 06, 2009
Por Rodrigo Villacís Molina
Se repite con frecuencia que Loja es la ciudad más musical del país; mejor aún, "una de las ciudades del mundo con más altos índices de gusto musical" según Germán Carrión Arciniegas, quien afirma también que "Edgar Palacios -con Salvador Bustamante y Segundo Cueva Celi― constituye una de las tres cifras mayores de la cultura musical de esta parcela". De tal manera que entrevistar al gran trompetista lojano nacido en 1940 parecería ser como entrevistar a un mito viviente. Pero no. El es un hombre tranquilo, sin poses, amigable, según el cual la ciudad más musical del país es, más bien, Piñas, en la provincia de El Oro... Me ha atraído como "agrado" su recién aparecida Antología de la Música Lojana (un libro y cuatro casetes), y naturalmente tengo que comenzar por ahí:
― Cuéntame de esta Antología, le pido.
― Era como una obligación que me había impuesto para con mi tierra; cubre cien años de creación artística, de 1895 a 1995 y contiene una selección de ochenta y cuatro canciones en las que está el alma de Loja. Me he demorado cuatro años, pero valió el esfuerzo; había que salvar esa música que tiende a desaparecer por el proceso de aculturación que padecemos.
― ¿Cuál fue el material que recopilaste para la selección?
― Todas las grabaciones posibles, hechas desde hace treinta y cuatro años. Entre esas estaban por lo menos tres que tuvimos que mandar a "limpiar" en un laboratorio electrónico de Canadá: los pasillos Alma Lojana, de Cristóbal Ojeda Dávila; Amargos Resabios y Si volverás un día, de Segundo Cueva Celi.
― ¿Cuál fue tu respaldo para este proyecto?
― El fondo discográfico de la fundación cultural que, a pesar mío y por insistencia obsesiva de la directora, mi hija Ada, lleva mi nombre. El gobierno financió en un 40% el proyecto.
― Cuéntame ahora de esa fundación...
― Nuestro propósito es principalmente ayudar a los niños especiales. Llevamos de trabajar tres años, pero la idea nació hace siete, cuando yo hablaba sobre los niños discapacitados con un funcionario del Ministerio de Educación. Me dijo que ellos simpleme "tienen que morirse". Yo pensé, en cambio, que debemos ayudarles a ser felices, y me propuse hacerlo por el medio que conozco, la música.
― ¿Qué has logrado?
― Este momento tenemos una orquesta de principiantes conformada por cuarenta ciegos, entre niños y jóvenes, y estamos capacitándolos para que lleguen a profesionalizarse. Trabajamos también con niños que tienen problemas cerebrales, e inclusive con niños sordos, a los cuales les orientamos hacia la pintura y la fotografía. Entre los "músicos" tengo algunos con gran futuro.
― ¿Podríamos hablar en este caso de la música como terapia!
― Es más que eso, porque no se trata del mero hecho de escuchar, sino de hacer música. Esto es lo que les hace felices. Vamos a ver hasta dónde podemos llegar con estos niños…
― ¿Con qué apoyo cuentan?
― Tenemos el apoyo del Estado, de la empresa privada. ahora estamos planeando abrir una pequeña unidad en Guayaquil.
― Bueno, ahora hablemos de Edgar Palacios, el músico ¿Cuál fue tu primer instrumento?
― Una ocarina. A los ocho años yo trabajé en vacaciones como campanillero del carro de la basura, y ahí me hallé una ocarina de carey. Pasé un día entero lavándola y después comencé a sacarle sonidos; son muy tristes los de ese instrumento, pero fueron para mí como una pequeña revelación.
― ¿Ya te atraía entonces la música?
― Desde los cuatro años yo salía corriendo cuando pasaba la banda de músicos, después la seguía a donde iba, me levantaba a las cinco de la mañana para ir a escucharla en la iglesia de Santo Domingo y a los siete años comencé a tocar la guitarra en una casa del vecindario. Después aprendí la flauta traversa con el maestro Víctor Moreno Iñiguez, y tocaba la mandolina en la estudiantina del Colegio Bernardo Valdivieso, dirigida por Segundo Cueva Celi. Cuando tuve nueve años ingresé al Conservatorio de Loja, cuyo director era el maestro Juan Pablo Muñoz Sánz, y mi sueño dorado era ser violoncelista; pero como soy zurdo el profesor no me permitió usar el arco con esa mano y me obligó a desertar.
― ¿Y la trompeta?
― Me hice trompetista cuando regresó al cabo de una gira por el Perú, Segundo Puertas Moreno, pariente mío y un maestro extraordinario, el mejor que ha habido en Loja. El formó una banda de músicos en el Colegio Bernardo Valdivieso, y me enseñó este instrumento con el que habría de encariñarme para siempre.
― ¿No volviste más al Conservatorio?
― Sí, cuando se reabrió el 57 después de haber estado cerrado un tiempo por razones económicas; pero seguía siendo tremendamente limitado, y hasta se daban casos como el de un director que dejaba bajo llaves los pianos para que los estudiantes no los tocaran. De tal manera que yo no sabía ya qué hacer en Loja, hasta que me decidí por la beca de Rumania.
― ¿Te decidiste, dices?
― Yo había aplicado para esa beca y para otra en Italia, y además el embajador de los Estados Unidos me ofreció también una, cuando fue a Loja en compañía del entonces Presidente Carlos Julio Arosemena. Aunque parezca increíble, cierto día me llegaron casi al mismo tiempo las confirmaciones de las tres becas. Opté por la de Rumanía porque era de cinco años, mientras las otras solo eran de seis meses.
― ¿Cuándo viajaste?
― Llegué el 16 de octubre de 1962, después de un viaje de un mes desde Guayaquil; primero Génova, luego Viena, después Praga y por fin Bucarest, directamente al Conservatorio Ciprian Porumbescu. Mi profesor, Gheorghe Adamachi, había estudiado en París, de tal manera mi escuela de trompeta es más bien la francesa, combinada con todos los adelantos académicos de los otros países, especialmente Chescoeslovaquia y en ese entonces la Unión Soviética. Ahí me hice músico.
― ¿Cómo te fue con el idioma?
― Lo aprendí en un mes y medio, porque para nosotros es muy fácil, puesto que también se deriva del latín y, además, conté con la ayuda de mucha gente. Lo que resultó difícil fue el régimen de estudios, tremendamente exigente; yo no salía a vacaciones, iba al Conservatorio todos los días a las cinco de la mañana, almorzaba en el comedor que estaba a tres cuadras y salía del Conservatorio a las ocho de la noche. Además, durante todo ese tiempo tuve un alumno a quien enseñaba con el asesoramiento de mi maestro. Por eso, más que un concertista de trompeta, yo soy un profesor, y eso explica mucho de lo que he hecho y hago aquí.
― ¿Cómo se cerró el capítulo Rumanía?
― Entre doscientos graduados de todas las especialidades fueron seleccionados cuatro estudiantes para el concierto final, y uno de ellos fui yo. Con ese antecedente, el Presidente Ceaucescu me confirió una condecoración muy importante cuando vino al Ecuador en la administración del General Rodríguez Lara. Yo regresé el 30 de junio de 1967, con mi mujer y mi hija Ada, que nació en Bucarest.
― No me has hablado de tu matrimonio.
― Me casé desde allá, por poder, al año de mi llegada, y enseguida Marcia fue a reunirse conmigo.
― ¿Cómo te fue al regreso?
― Tuve dificultades; yo vine con la ilusión de quedarme en Quito para organizar una escuela de música hasta el nivel universitario. Pensaba, como pienso todavía, que es necesario crear la primera generación de músicos ecuatorianos; pero todo se dificultó, y en eso me llamaron de Loja para que me encargara del Conservatorio. Acepté y me propuse tansformarlo en el mejor, pero a medio camino me hicieron una huelga y tuve que salir.
― ¿Dices que todavía no tenemos la primera generación de músicos ecuatorianos?
― Así es, en el país no hemos podido hacerlo todavía; los músicos ecuatorianos que tienen un formación completa con el respaldo de un título son los pocos que se han formado en el exterior. La estructura académica de nuestros Conservatorios no le permite al estudiante sino graduarse de bachiller en música, y hacer cuando más un postbachillerato de hasta dos años. Si la Sinfónica exigiera de sus instrumentistas la formación adecuada se quedaría sin músicos; por eso seguimos dependiendo de los extranjeros, y nuestra brecha con la actualidad universal se hace cada vez más profunda.
― ¿La salida?
― Darle un sacudón al sistema, porque hay conservatorios donde mandan odontólogos y donde no han sido desencajonados intrumentos que llegaron del Japón hace tres años. Hay que revisarlo todo y comenzar, quizás, desde cero. En el de Loja los profesores de materias generales les decían a los alumnos que concluían el ciclo básico que no siguieran el bachillerato musical, porque después no iban a poder hacerse médicos, abogados, ingenieros o economistas...
― Bueno, mucha gente cree que la música como profesión no da para vivir.
― Yo diría más, algunos piensan que no es siquiera una profesión. A mi regreso de Rumanía un amigo me preguntaba "¿pero qué mismo estudiaste?" Y cuando le contestaba que me había graduado en música, él repetía la pregunta. Pero la verdad es que la música es como cualquier otra profesión y, descontando los imponderables, te va en la vida según tu capacidad.
― Felizmente tus padres no estaban prejuiciados...
― De quien podría hablar es de mi madre, Julia Palacios, que realmente fue todo para mí. Porque mi papá, el doctor Luis Emilio Rodríguez, abogado e intelectual lojano, fue más bien mi amigo, y sólo ofreció reconocerme, eso sí en términos muy respetuosos, cuando volví de Rumanía. Yo le agradecí pero no pude aceptarle, porque me había costado mucho esfuerzo llamarme con orgullo Edgar Palacios.
― Pero me estabas contando de la huelga que te obligó a salir del Conservatorio de Loja...
― Bueno, yo creo que obedeció sobre todo al afán de cambio que trajo consigo el advenimiento de la democracia con el gobierno de Roldós. Pero mi salida del Conservatorio coincidió con la presencia en Loja del entonces prefecto de Pichincha doctor Patricio Romero Barberis. El me propuso la creación de la primera banda juvenil de Pichincha y unos días después me llamó el General Medardo Salazar, que se desempeñaba como Comandante General del Ejército, para proponerme la dirección de las bandas de las Fuerzas Armadas. Les acepté a los dos y me vine a Quito, a comienzos del 80.
― Entiendo que sigues con las bandas de las Fuerzas Armadas.
― Sí, pero dejé la Banda Juvenil cuando entró el señor Federico Pérez al Consejo. Este proyecto fue muy interesantee, porque conseguimos formar alrededor de ciento veinte músicos, de los cuales unos treinta están hoy en la Banda Sinfónica Municipal y otros dictan clases, porque siguieron un curso práctico-teórico, no al revés. Yo prefiero enseñar primero a tocar el instrumento, para que aprendan después la teoría y el solfeo; es el método que me ha dado mejores resultados. Más de veinte de los estudiantes del Conservatorio de Loja que aprendieron así, están en la Orquesta Sinfónica Nacional y otros se hallan en México.
― ¿Cuántos músicos calculas que has formado en el Ecuador?
― Creo que mil, en veintiocho años. Pero al principio trabajé también en el Colegio 24 de Mayo, aunque ahí no pude hacer mayor cosa porque tenía que corregir exámenes de mil doscientas alumnas, y eso me volvía loco; ¡a cualquier parte, de día o de noche, iba con los exámenes bajo el brazo!
― ¿Y en cuanto a presentaciones tuyas, personales?
― He hecho muchos conciertos aquí; incluso tuve un programa semanal de música clásica en la televisión cuando funcionaba el Canal 6. Residía aquí en ese tiempo la pianista finlandesa Ulla de Estévez, y con ella realicé presentaciones en Quito, Guayaquil, Loja y Cuenca. Pero la situación era muy dura en esa época para los que veníamos de los países comunistas, y el espacio para trabajar demasiado estrecho. Imagínate que incluso cuando fui a pedir trabajo en la Universidad Central, un rector "socialista" había llamado al Ministerio de Defensa, como me enteré después, para preguntar si yo estaba "fichado".
― Y antes de regresar, ¿tocaste en escenarios rumanos?
― Hice un programa de televisión en el 65, transmitido para todos los países socialistas, y en esa oportunidad estrené Vasija de Barro y Guayaquil de mis amores. Otra vez, cuando estuvo en Rumanía Chou En Lai, toqué también música ecuatoriana en el concierto organizado en su homenaje. El Primer Ministro de Mao me dio un abrazo y me dijo que le había gustado.
― Crees que, como dicen, el pueblo más musical del Ecuador es Loja?
― Eso pensaba yo también hasta cuando estuve en Piñas, provincia de El Oro. ¡No te puedes imaginar el nivel de asimilación musical de esa gente! Ahí organicé una banda con niños de siete a diez años, que ahora ya están jóvenes y señoritas. Para ellos hay que invitar a maestros extranjeros, porque aquí ya no se les pude enseñar nada más.
― Se dice que los músicos no se toleran entre sí. ¿Te has peleado con otros músicos?
― No, eso es parte de nuestra mitología cultural. Yo sólo he tenido una discusión que llegó a hacerse pública, con el maestro Alvaro Manzano, cuando quiso bajarle medio tono al Himno Nacional. Neumane lo escribió en si bemol, que es altísimo, pero se le cambió a sol mayor, que es una tonalidad bastante alta; después de cincuenta años se le puso en fa mayor, que es la tonalidad exacta, y de repente el maestro Manzano le bajó el medio tono, de tal manera que quedó en mi mayor. Fui a la Presidencia para una consulta sobre el particular y conseguí que el doctor Borja no firmara un decreto que estaba a punto de salir de acuerdo con el criterio del director de nuestra Sinfónica, ¡que le quita color y brillantez al Himno!
― ¿En qué tono quieres concluir esta entrevista?
― En un tono bajo, en sol menor, como corresponde a un hombre tranquilo.