DIEGO JARAMILLO, ESPACIOS, VIDA Y MUERTE
Publicado en
diciembre 06, 2009
Todos son sin título, en acrílico sobre lienzo, 1995.Por Alexandra Kennedy TroyaDiego Jaramillo (Cuenca, 1956) lleva ya veinte años en una intensa búsqueda en torno al sentido mismo de la vida vista desde la misma muerte. Ajeno a las explicaciones vertidas desde las religiones convencionales, Jaramillo urga en las entrañas mismas de la materia, una materia que una vez natural, rica, verde a manera de humedades tropicales, ha perdido su cuerpo, ha quedado en escombros.
¿De dónde parte esta especie de desnudamiento matérico trabajado una y otra vez en decenas de lienzos de diverso formato, en diversas épocas bajo fantasmas distintos? Una de las explicaciones, quizá la más sencilla, apunte a su gran vinculación por las formas más vitales de existir y manifestarse, la del arte popular. Desde los años setenta Jaramillo, arquitecto de profesión y diseñador por oficio, empezó a trabajar con el tema de los textiles.Su motivo partía de la relación de los enterramientos precolombinos y sus envoltorios tejidos; así mismo, la región azuaya y la enorme riqueza del textil en eso, vital y diario, permitió al artista nutrirse de ideas asociativas, el textil se volvía un hilo conductor entre la vida y la muerte. A la final una misma, misteriosa, ricamente indisoluble aterradoramente infinita.
Sus primeras obras hicieron uso del tema de la urdimbre y la trama, juegos que estaban más cerca del diseño que de la obra artística (Cuenca: CCE, 1977).
Hasta aproximadamente 1985, el artista continuó experimentando con este tipo de espacios como un referente ordenador especial.Textiles, retazos, hilos que se convertían en seres orgánicos semi-abstractos, dentro de un eterno oscuro, nocturnos seres que querían y no querían ser paisajes, representaban quizá las indefiniciones propias de nuestra irresuelta realidad.Empezó a crear un nuevo lenguaje visual en donde el espectador se enfrentaba a un mundo cada vez más hermético y complejo. Los hilos regulares de antaño empezaron a desaparecer, unos pocos, deformados, cortos, irregularmente concebidos, armaban un primer plano comparativo por medio del cual se obligaba al espectador a sentir aún la presencia de lo natural o primeros atisbos para volcarlo hacia el vacío de planos posteriores, sin aparentes referentes naturales...Una nueva etapa de su pintura remató en 1989 con su participación en la I Bienal Internacional de Pintura como representante de la delegación ecuatoriana. Aquí, comenta el artista, por estas épocas sentía cada vez más fuerte al tema de la muerte. El ganador, el uruguayo Iturria le causó impresión. De alguna manera el espacio de soledad que representaba aunque de manera distinta, coincidía con sus propios espacios desolados.Eran obras seriadas, procesos de evasión en donde la ilusión de un cuadro en primer plano nos llevaba hacia la ilusión de otro. El soporte, entonces, se convirtió en un espacio ilimitado. También los planos de color y grafismos compactos, encerrados en sí, empezaron por esta época a ceder libres posibilidades de un ordenamiento matemático que aún no abandonaba.
Por entonces conocí su casa, sus espacios profesionales, sus ilusiones. La pintura fue siempre parte de una rica vida en donde Jaramillo combinaba el diseño o más bien el rediseño de artesanías tradicionales, las cátedras en las Facultades de Arquitectura y Diseño en las Universidades de Cuenca y del Azuay y finalmente la administración cultural a través del decanato de la Facultad de Diseño que lo ejerce actualmente por segunda vez.
Eran todos espacios creativos; su hogar recogía este mismo sentimiento, habitaciones pequeñas atestadas de arte popular, piedras recogidas en el río, obras de cerámica y madera realizadas con sus alumnos, un caballito balancín, un pesetero para montar. El tema que me siguió preocupando siempre, comenta, mientras observa su obra desmontada en una sala del Museo de Arte Moderno de Cuenca, es la imposibilidad de una vida con sentido. Es necesario crear ejes éticos, replantearse la estética más allá del arte. Vincularse como nunca a la vida diaria, a lo mundano. El arte popular es una puerta, pero existen más, muchas más, añade.A principio de los noventa comenzó la etapa más interesante de su carrera como pintor. Preparaba la serie Amores en el bosque. Parte de este proceso fue expuesto consecutivamente en las galerías cuencanas Igor Muñoz (1992), Larrazábal (1993) y en la Posada de Artes Kingman en Quito (1993).La crítica Cecilia Suárez escribió un artículo muy ilustrador (Trama 63, septiembre 1994). El artista recrea en esta muestra, manifestó Suárez, la condición humana enfrentada a un caos vegetal, animal y mineral. Un hombre que ha perdido la imagen del mundo como cosmos armónico y se encuentra no solamente solo, sino además cosificado, huérfano de ricos contactos con la naturaleza que potencien sus sentidos etéticos añadía. Sus Amores en el bosque terminaron siendo una ironía. Empezaba a deshojar la naturaleza exhuberantemente tropical hasta convertirla en escombros.
El tema de la destructuración de la materia, de la pérdida casi total de referentes naturales, de una nueva búsqueda de caminos, estan presentes en la última exposición realizada en el Museo de Arte Moderno de Cuenca (abril-mayo, 1995). En ésta se pretendió mostrar las etapas, aunque el montaje no contribuyó para ello. De todas formas esta muestra vislumbra transiciones, experimentaciones con el soporte y el acrílico que no han estado presentes antes. La utilización cada vez más evidente de veladuras blancas en primeros y últimos planos en algunas de las obras más interesantes de la exposición parecen hablarnos de una propuesta más agresiva.
No tengo manera de referirme individualmente a sus obras. No llevan título. Algunas de ellas empiezan a incorporar el tema de lo sonoro, es como si los hilos de antaño, hoy dispuestos como finas, finísimas líneas blancas, nos hirieran el tímpano. Parecen voces, gritos femeninos de alto timbre hincando el lienzo.Los espacios son ahora verdaderamente desoladores. Lo matérico ha quedado en vértebras, esqueletos, que pululan allá, en el más allá, en aquel mundo de la profunda noche, de las soledades más anodinas, aunque el color no sea el oscuro de épocas anteriores.Es como si desde aquel fondo de los escombros, Diego Jaramillo nos quisiera retar a pensar que la vida y la muerte son una sola, son finalmente, el constante ir y venir de las fuerzas del universo, caótico y en orden contradictorio y maravilloso.