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diciembre 25, 2009
Ayudar al muchacho a realizar su sueño fue la mejor manera de corresponder a su hospitalidad.
Por Julie AkhurstEN CUANTO el autobús se detuvo, el conductor y tres pasajeros nepaleses se apearon de un salto y dejaron solos a Peter Shore y su esposa, Beryl.
—Esto no es el Chitwan —dijo ella, mirando con decepción los matorrales y una aldea que se dibujaba a lo lejos—. Estamos perdidos.Los esposos, turistas ingleses que estaban en Nepal celebrando su 30 aniversario de bodas, habían soportado todo el día el traqueteo del autobús porque estaban deseosos de ver rinocerontes y tigres en el Parque Nacional Chitwan. Tras echarse la mochila al hombro, bajaron del vehículo y se alejaron a toda prisa de los bulliciosos niños que se habían acercado a vender.Al ver a un espigado muchacho a la orilla del camino, Peter se le acercó y le dijo: —¿Chitwan?El chico señaló un angosto sendero flanqueado por árboles, arrozales y casas de barro con techo de paja. Estaba oscureciendo.Echó a andar junto a ellos.—¿Cómo se llaman? —les preguntó en correcto inglés.Beryl lo miró con detenimiento: parecía tener unos 17 años, era risueño y sus ropas, aunque raídas, estaban muy bien planchadas. Le recordó a sus hijos.—Mi esposo, Peter, y yo, Beryl —respondió—. ¿Y tú?—Hari Bhandari —dijo con orgullo—. Vivo aquí, en Meghauli.Al doblar un recodo, toparon con un fangoso río de poco menos de 50 metros de anchura.—¿Por dónde cruzaremos? —Peter quiso saber.—Por aquí no se puede —repuso Hari—. Hay un puente a unos 15 kilómetros río abajo.—Entonces pasaremos la noche aquí —dijo Peter, al tiempo que se quitaba la mochila.—¡No, no, sahibl —se opuso Hari—. Es peligroso. Hay animales salvajes. Por favor, quédense en mi casa. No les cobraré nada.Siguieron al muchacho hasta una de las rústicas casas de la aldea.Una de las hermanas de Hari, de unos 12 años, les ofreció leche de búfala en vasos, mientras su hermana mayor preparaba arroz con curry inclinada sobre una estufilla.Los Shore se sentaron en una estera a comer.—Y tú, ¿qué vas a comer? —le preguntó Beryl a Hari.—Ya comí —respondió él, encogiéndose de hombros.Los esposos se miraron. Era evidente que la familia les estaba dando toda su comida. Se sirvieron sólo un poco y pasaron el resto a los demás, que lo devoraron sonriendo.Hari les cedió la cama entretejida en que dormía y los despertó antes de las 6 de la mañana para que tomaran el único autobús que salía de la aldea.—Cuando lleguen a casa, escríbanme, por favor —les dijo. Garabateó una dirección y se la dio——Gracias por venir a Nepal.De regreso en Henleaze, Bristol, los Shore le enviaron una carta. "Hola, Hari", decía. "Llegamos sanos y salvos luego de disfrutar unas espléndidas vacaciones". Y le contaron sobre sus hijos, Kevin, Nigel y Craig.Semanas después recibieron respuesta. Hari les dio noticias de su familia y del empleo que tenía. A sus 17 años, aún iba a la escuela y era uno de los pocos miembros de la privilegiada casta chhetri que vivían en Meghauli. "Estoy estudiando inglés y espero dejar un día la aldea para ayudar a otros", escribió.AMBICIOSO PLAN
SIGUIERON CARTEÁNDOSE con regularidad. Los Shore se enteraron así de que Hari se había ido a Katmandú a trabajar como camarero y, dos años después, de que estaba enseñando inglés. Luego se fue a trabajar a un hospital para leprosos donde se encargaba de recaudar fondos y de la venta de ropa y artesanías hechas por los pacientes. "Me siento feliz", escribió. "Ahora sé que puedo mejorar la vida de otras personas".
En noviembre de 1996, cuando llevaban diez años en contacto, el muchacho les contó que sus padres habían enfermado de tuberculosis y que debía regresar a la aldea a cuidarlos. "Han estado viajando 16 kilómetros hasta Bharatpur para recibir tratamiento", escribió. "Es un día de caminata. En Meghauli aún no hay electricidad, carretera, ni teléfono. Iré a casa a ver cómo están".Los Shore esperaron preocupados la siguiente carta. Cuando llegó, Hari era el animoso muchacho de siempre. "¡Tengo otro plan!", anunciaba. Adjuntaba un burdo dibujo de una choza con techo de lámina. "Es el centro de salud que pienso construir en Meghauli para que mis padres no tengan que viajar para ver un médico". Sería una clínica gratuita y atendería diariamente a entre 20 y 30 personas. "Costará unas 1800 libras", agregaba. "¿Pueden ayudarnos a reunir el dinero?"Al día siguiente, desde la oficina donde trabajaba como administrador de edificios, Peter le envió el dibujo por fax a su hijo Kevin y le pidió su opinión. Este tenía 36 años y era asistente médico de la Real Armada en Gibraltar.Entre tanto, Peter se puso a reunir información sobre las condiciones de salud en Nepal. Averiguó que sólo había un médico por cada 21.000 habitantes, y que el hospital al que acudían los padres de Hari atendía una zona de 260 kilómetros cuadrados. Abundaban los casos de tuberculosis y lepra, y la esperanza de vida era de 53 años.Más tarde Kevin telefoneó.—Papá, ¡esto es un simple cobertizo! —le dijo—. Creo que podríamos hacer algo mejor.Había trazado un plano de una clínica de ladrillo con ventanas adecuadas. Se lo envió a Peter.—No queremos un elefante blanco —contestó Peter—. La clínica debe financiarse sola y tener un costo bajo de mantenimiento.Corrigieron el plano y se lo enviaron a Hari. "Pensamos que esto se acerca más al tipo de edificio que necesitan", escribió Peter. "¿Cuánto costaría, suponiendo que la gente de la aldea lo construyera?"—¿Cómo vamos a reunir esa suma? —preguntó Beryl cuando supo que el costo sería de 5000 libras.—Como lo hemos hecho siempre —contestó Peter, quien, al igual que sus hijos, era miembro de los Boy Scouts—. Tú organiza desayunos; yo iré con los scouts. Kevin reunirá fondos en la Armada, y, si el dinero no alcanza, pondremos el resto de nuestro bolsillo.MANOS A LA OBRA
PLANEABAN CONSTRUIR el edificio en un lapso de tan sólo ocho meses, antes de las lluvias monzónicas de julio del año siguiente.
Mientras Hari tramitaba los permisos de construcción en su país, los Shore distribuyeron en el suyo 1000 copias de un cuestionario en el que, además de invitar a la gente a contribuir a la causa con una libra y participar en un sorteo de premios, explicaban el proyecto de la clínica. Al poco tiempo empezaron a recibir donativos de hasta diez libras.Peter le pidió a un plomero que había aportado cinco libras que viajara a Nepal a trabajar en la clínica. El hombre se negó alegando que tenía esposa y un bebé, pero al día siguiente regresó con una camioneta repleta de accesorios de plomería.Peter se dio cuenta de que los donativos en especie eran también muy valiosos. Telefoneó a varias empresas y pronto empezó a recibir accesorios, muebles, herramientas, tuercas y tornillos, pintura y productos de limpieza.Desde cualquier teléfono o fax que encontraba, Hari los mantenía informados de los primeros trabajos. Para hacer los cimientos, llenarían zanjas con piedras y una capa de hormigón armado. Durante varios días, las aldeanas acarrearon desde el río toneladas de piedras del tamaño de un melón. Luego hombres y mujeres cavaron las zanjas y prepararon la mezcla."NO LOS SOBORNAREMOS"
DESPUÉS DE TRES MESES de trámites, Hari obtuvo un permiso oficial para recoger troncos en el Parque Chitwan a fin de usar la madera para hacer puertas y ventanas. Durante una semana 80 aldeanos y sus elefantes recogieron troncos y los arrastraron diez kilómetros a través de arroyos y vados del río hasta Meghauli.
Mientras Peter asistía a comidas de empresarios de Bristol en busca de donativos, Kevin organizaba fiestas en Gibraltar con igual fin. Poco a poco los fondos aumentaron.Ya era hora de enviar los donativos a Nepal. Pero, ¿cómo iban a transportar semejante cargamento? Kevin hizo arreglos para enviarlo por barco a un cuartel británico en Nepal. Tenían una semana para embalar y llevar todo a Bicester a fin de embarcarlo para la travesía, que iba a durar cinco meses.En febrero, Peter y Kevin viajaron a Katmandú a supervisar el avance del trabajo y reunirse con varios funcionarios del gobierno. Al encargado de obras públicas le preguntaron cuándo llegaría a Meghauli la energía eléctrica. Sin mirarlos a los ojos, el hombre respondió:—Hay que convencer primero a mucha gente.—Whisky o dinero —susurró Hari—. Eso es lo que quiere.Se marcharon indignados.—No vamos a sobornarlos —dijo Peter con voz firme—. Al fin y al cabo, tengo otra idea.De vuelta en el hotel, telefoneó al Times de Katmandú. Al día siguiente, éste publicó una nota cuyo encabezado era: "Nueva clínica gratuita en Meghauli". Al poco tiempo Peter y Kevin se enteraron de que suministrarían energía eléctrica a la clínica.Cuando regresaron a su país, Beryl les dijo que había recaudado 5400 libras. Pronto los fondos sumaban 9000, y la construcción de la clínica quedó asegurada.En marzo de 1997, los aldeanos terminaron la cimentación. En los meses siguientes, Hari mantuvo al día a los Shore mediante cartas. Se habían levantado las paredes e instalado el drenaje y las ventanas. "Ya estamos listos para su visita", les escribió finalmente.FELIZ INAUGURACION
Kevin empezó a reclutar voluntarios de la Real Armada que estuvieran dispuestos a viajar a Nerpal a ayudar en las obras y a capacitar al personal de la clínica. Se presentaron 35 colegas.
Después de telefonear a un amigo que estaba de servicio en Nepal, organizó un entrenamiento de montaña para los voluntarios, que se llevaría a cabo en septiembre y duraría dos semanas.El día del vuelo, Kevin y los voluntarios se reunieron con Peter y Beryl en el Aeropuerto Heathrow de Londres, donde embarcaron 40 cajas de provisiones médicas donadas. En Katmandú, un joven alto les dio la bienvenida.—¡Cómo has crecido! —exclamó Beryl mientras lo abrazaba—. ¡Es una gran alegría volver a verte!Tuvo que contenerse, pues el llanto no la dejaba hablar. Cuando alzó la mirada, vio que Hari tam-bién tenía los ojos arrasados.Una vez en Meghauli, contemplaron la flamante clínica de ladrillo que, rodeada de árboles, se alzaba junto a un arroyo. Durante las semanas siguientes, armados de destornilladores, llaves y martillos, los voluntarios instalaron el cableado, las tuberías y el mobiliario. Después las enfermeras británicas capacitaron al personal de asistencia de la clínica en higiene y primeros auxilios. El 20 de octubre de 1997, la banda de música de la aldea desfiló por las calles hasta la clínica. En la ceremonia inaugural, Hari expresó emocionado a sus benefactores:—Gracias por demostrar a mi pueblo que hay quienes se interesan por nosotros.HOY EN DÍA, la Clínica de la Amistad cuenta con una enfermera y un administrador que trabajan de planta; un cirujano acude a operar dos días a la semana, y varios especialistas en otros campos de la medicina atienden allí periódicamente.
Entre los pacientes están los padres de Hari, que se han beneficiado mucho con el tratamiento que han recibido para la tuberculosis. Su hijo organiza visitas de voluntarios médicos y campañas de recaudación de fondos para la clínica, si bien los Shore siguen reuniendo dinero para el mantenimiento. Según las últimas cuentas, han enviado ya más de 25.000 libras."Cuando uno escala una montaña de arena, llegar a la cima es difícil", señala Peter, "pero si la baja corriendo, sin darse cuenta uno ya está a medio ascenso de la montaña siguiente. Así es como mi esposa y yo afrontamos los problemas".