RITMOS VITALES DEL BOSQUE
Publicado en
noviembre 06, 2009
Las estaciones se suceden una a otra y la muerte lleva a nueva vida en la regularidad inalterable de la naturaleza.
Por Jack Shepherd.
TODOS LOS bosques forman una comunidad delicada y compleja, con ciclos de nacimiento, vida, muerte y renacimiento. Si se observa de cerca, se hallará que la vida toda de un bosque está entrelazada en una cadena que comienza en el Sol. Los árboles son los objetos que se nos imponen con mayor fuerza en el cuadro; pero nada más. Bajo su fresca sombra se protegen del viento y de los aguaceros incontables especies de arbustos, enredaderas, hierbas, helechos y musgos. Las plantas de hojas verdes convierten la energía solar en azúcar energética, y los animales comen las plantas. Venados, alces y caribús ramonean entre las hojas y los renuevos tiernos. Las ardillas se llenan los carrillos de semillas y de nueces.
Otros habitantes del bosque devoran a los que se alimentan de plantas: las culebras, los lagartos, los insectos depredadores, las aves; y estos a su vez son perseguidos por los carnívoros que les siguen en la escala, como las musarañas, búhos, gavilanes, zorros y grandes félidos. Cuando estos animales mueren, completan el ciclo devolviendo su sustancia al suelo, donde liberan nutrientes que fertilizan las plantas verdes a través de las raíces, y en esta forma se convierten en alimento.
Hojas, ramas, deyecciones de los animales, lo mismo que los cadáveres de insectos y otros seres, caen en el bosque. Estos detritos son revueltos, arados, enterrados y mezclados en un ciclo continuo con las partículas del suelo por la acción de diminutas criaturas vivientes. Los termes, que tienen estómagos para ello, comen la madera muerta. La lombriz de tierra consume hojas y partículas minerales que su cuerpo transforma luego en pequeños montículos de alimento para la tierra. Esta lombriz puede procesar anualmente hasta 45 toneladas de suelo por hectárea, enriqueciéndolo al mismo tiempo.
Otros buscadores del suelo, como los milpiés, los ácaros, los colémbolos y las cochinillas de humedad, sólo atacan la basura una vez que ha servido de alimento a los microorganismos. Los hongos entran en funciones como agentes principales para reducir los desperdicios al humus proveedor de nutrimento, y acaban agregándose ellos mismos al rico suelo negro del bosque, 100 gr. del cual pueden contener hasta 11 km de filamentos de hongos.
Los hongos son fuente constante de alimento para muchos habitantes del suelo, incluyendo a los escarabajos y el jején. Ciempiés y seudoescorpiones recorren las capas superiores de la basura. Veloces coleópteros depredadores merodean por la selva en miniatura de su superficie. Las hormigas trepan por todas partes. El topo perfora el suelo del bosque excavando casi 90 metros de túneles diariamente.
Sólo las estaciones alteran esta actividad. En verano, el calor trae quietud. Los bosques remedan el silencio de las catedrales. La zorra calla. Pocas aves cantan. La ardilla listada come poco y el retardo de su metabolismo la mantiene fresca. El sapo se hace una cueva poco profunda, se echa sobre la cabeza un manto de hojas de sombra y aprieta el cuerpo contra la tierra fría. Pero la noche es activa. La zarigüeya busca el sustento cuando cae el Sol; el puerco espín se ahíta de cortezas y follaje; mapaches, mofetas y venados recorren grandes distancias, más que nada durante la noche.
Los insectos llenan el aire. Grillos arbóreos y cigarras se pasan chirriando las horas muertas. Nada de las plantas escapa de la atención de los insectos. Devoran las hojas de los árboles, roban la savia de los troncos, chupan las raíces y hasta minan los pequeños pasadizos que hay entre las diminutas células de las hojas. A los insectos del bosque les encanta el calor y necesitan poca humedad.
Al cambiar la química del bosque en el otoño, la verde clorofila de las hojas de verano cede a los tonos de rojo, naranja y amarillo. Las células de la base de los pecíolos se desintegran y poco a poco se desprenden las hojas. Basta una leve brisa, unas cuantas gotas de lluvia, para que se rompa la frágil conexión y millones de hojas caigan en cascada sobre el suelo del bosque para renovar la tierra.
Algunos animales se preparan para emigrar y otros para invernar. Cuando, en el otoño, la marmota se acurruca en su cueva subterránea, la temperatura del cuerpo le baja a unos pocos grados sobre cero y la circulación sanguínea le disminuye de 80 pulsaciones por minuto, que es lo normal, a sólo cuatro o cinco. Bajo la nieve, la ardilla rebulle a ratos en su madriguera, se desenrosca y come algo de su provisión de semillas.
Las culebras, de sangre fría, permanecen en guaridas abrigadas hasta que la temperatura aumente con la primavera. Los insectos suspenden toda actividad vital y sobreviven al invierno como huevos durmientes o en sus capullos. Los adultos caen en hibernación o emigran. Unos pocos permanecen en forma de oruga, como la larva peluda de la mariposa nocturna, que se mete debajo de los troncos y sólo repta por el suelo invernal de la floresta durante los deshielos. Los ciervos, que no entran en hibernación ni almacenan alimentos, tienen que ramonear durante el frío en busca de ramas tiernas o botones que la nieve no haya cubierto. La zorra sigue persiguiendo a la liebre, aun en los días más fríos, y el pájaro carpintero horada la corteza de los árboles en busca de insectos.
Cuando la nieve se derrite, el ritmo del bosque se acelera. La primavera se alza primero del suelo del bosque bañado de sol, cubriéndolo de un velo de verdor. El paisaje liliputiense se desenvuelve y medra con helechos, la amarilla hoja tricorne de la vainilla, con babosas, musgos, la vincapervinca de color de espliego, minúsculas arañas-cangrejos, hongos espinosos que sostienen el musgo sombrero. Las setas brotan con los colores del rubí, la amatista y topacio: las gemas de los duendecillos, según la conseja.
Los botones de las flores del cerezo silvestre esperan el calor de la primavera, y luego brotan los de las enhiestas hayas con sus gruesas escamas bronceadas. Algunos embriones de hojas de los árboles son cerrados como abanicos, otros aparecen enrollados como cigarros, y todos esperan el mensaje del Sol para estallar, en los niveles superiores, en un torrente esmeraldino de millones de hojas.
A medida que el suelo se calienta, las lombrices de tierra empiezan a enterrarse. Los sapos salen de sus sótanos de barro que hasta entonces habían estado congelados. El suelo del bosque cobra vida con más de 1350 criaturas diferentes, y visibles con un lente de aumento. Las aves anuncian la primavera con sus cantos... que no son los himnos supuestos por los poetas, sino gritos de guerra para delimitar el territorio donde van a anidar.
Estos ciclos de las estaciones, de la vida, la muerte y el renacimiento, se han estado sucediendo desde hace ya 50 millones de años y han permitido florecer a los bosques que cubren nuestros continentes y que han durado más que cualquiera otra cosa viviente sobre la faz de la Tierra. Hay en el bosque la misma energía que en las estrellas. Y a pesar de las interrupciones causadas por el hombre, el fuego o la enfermedad, los bosques continuarán perpetuándose interminablemente.
CONDENSADO DE "THE FOREST KILLERS", © 1975 POR JACK SHEPHERD